Capítulo 13: Compita

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    Ricardo estaba siendo sometido a un interrogatorio por parte de Gonzalo, el de estatura baja, y Antonio, el otaku del grupo. Aunque el gimnasio ya había sido cerrado ellos permanecían allí, sumergidos en su conversación. Después de todo eran amigos del dueño y el lugar seguía siendo un espacio equidistante entre sus hogares y empapado del aroma a ejercicio que tanto los enviciaba.

    —Pero ¿por qué desapareció? —indagó Antonio, cuya mirada aguda a menudo rozaba lo chismoso.

    Ricardo volvió a encogerse de hombros como había estado haciendo con todas las preguntas relacionadas a Benjamín. En su gesto trasmitía desinterés, asegurando que era una situación sin mayor relevancia. Hacía días Benjamín había desarrollado una actitud inexplicable, creando un cóctel de señales contradictorias que complicaba cualquier nuevo intento de descifrar su personalidad. Se mostraba entusiasta y cómodo en su presencia, pero siempre con una barrera sutil, como si portara una madurez o resignación oscura. ¿Era posible que conservara conclusiones negativas sobre él o el grupo y estuviera listo para distanciarse cuando le naciera el antojo? 

    Ricardo tampoco quería indagar mucho más en él o en nadie, pues no era su estilo. Le sorprendía haber reflexionado tanto. Sin embargo, se mostraba reticente a compartir sus conclusiones con sus amigos. Antonio y Gonzalo solo sabían que Benjamín llevaba cinco días sin aparecer. Inicialmente lo habían visto tan entusiasta con el ejercicio y contento por la amistad que le ofrecía Ricardo, pero ahora no había una sombra de él y Ricardo ni siquiera lo mencionaba.

    —Pero ¿por qué no le preguntai, weón? A lo mejor le pasó algo —comentó Antonio con una nota de molestia en su voz, disgustándole algo recurrente en la actitud de su compañero.

    —Ya le pregunté, weón —respondió con un tono irritado—. Por Whatsapp. Y nada, dijo que ha tenido unos días un poco ajetreados y no le ha dado tiempo para nada —finalizó mirando hacia las lámparas, buscando en qué ocupar sus ojos. ¿Desde cuándo las luces eran tan llamativas?

    —¿Y en qué andará ocupado?

    —¿Cómo quieres que sepa eso? —preguntó con dureza.

    Antonio vaciló.

    —No sé po. Son amigos, ¿no?, y han hablado más que la chucha.

    —Ya, ¿y? — Los párpados de Ricardo cayeron en una línea recta, formando una mirada dura, con una barrera implícita, dejando claro que no aceptaba juicios. Sí, había entablado una amistad cercana con un chico, ¿y qué con eso? ¿algún problema? 

    Antonio articuló unas muecas ante esa actitud repentinamente ácida, algo que emergía de vez en cuando y sin previo aviso, dejándolo descolocado.

    —¡Y eso po, culiao! —lanzó—. ¡Que no tiene nada de malo que sepas en qué anda! Es como tu compita y ahora pareciera que no estai ni ahí, Ricky culiao maldito y perverso.

    Esta vez fue Ricardo quien se sintió desorientado. Había erguido tras una barrera excesiva. Aunque sabía que sus amigos eran un poco bobos, debía reconocer que tampoco juzgaban con facilidad; simplemente decían tonterías sin la real intención de herir.

    Intentó retomar su pose característica, esa «actitud estrellita» que Antonio solía mencionar, pero la transición no resultó natural; lo que emanó fue una liviandad forzada.

    —Ya, sí, más o menos, pero ¿por eso tengo que andar indagando en su vida? —replicó sin comprender la acidez remanente en sus palabras. Era fruto de una molestia inexplicable que se había instalado en su interior, como un calor incómodo en el pecho, una sensación que llevaba días y se avivaba sin motivo aparente.

    —El culiao... —Antonio suspiró con frustración—. ¿Y qué tiene de malo?

   —No me gusta meterme en los asuntos personales de las personas y eso lo sabes perfectamente —explicó, luego añadió con un intento de sinceridad—: El Benja es buen cabro, me ha caído súper bien. Pero ¿qué onda, Antonio?, ¿ya por eso tengo que andar preguntando por sus ocupaciones?

    Una confusión tiñó la expresión de Antonio.

    —Ah, es que como lleva días desaparecido, pensé que le pudo haber pasado algo.

    —¿No se habrá choreado con el ejercicio? —sugirió Gonzalo, sonando inocente—. Es normal po. ¿Cuántos weones no han desaparecido ya? Empiezan con todas las ganas y al ratito se van. —De pronto rio, recordando algo—. Como el Daniel po, ¿no se acuerdan?

    —¡Ah, ese weón! —Antonio dio un brinco—. El primo de la novia de José, ¿no?

    —Sipo. Y el José me dijo el otro día que sigue pagando la membresía. —Gonzalo soltó una carcajada peculiar, apretando la nariz mientras respiraba a través de ella.

    Ricardo no se sumó a las carcajadas de Gonzalo ni al tono burlón de Antonio. En cambio sintió crecer una curiosidad impulsada por las suposiciones de sus amigos. Benjamín venía mostrando distanciamiento desde hacía una semana. ¿Por qué? Recordaba vívidamente los momentos compartidos, esas conversaciones interminables, la buena vibra que emanaba entre ellos, y esos ojos de Benjamín que parecían transmitir... tantas cosas. ¿Qué había provocado el cambio? Ricardo sabía muy bien que no había hecho nada malo.

    Les explicó a sus amigos que Benjamín tenía su propio ritmo en el gimnasio y que no era de los que desertaban fácilmente, aunque sí se tomaba sus pausas. Esto encendió una conversación donde el interés por descubrir más a Benjamín tomó posesión en los tres. La charla tenía aroma a chisme, pero incluso Ricardo se hizo partícipe de ella.

    No fue fácil para él comenzar a compartir algunos detalles; se esforzó por hacer parecer sus observaciones triviales. Relató que, al principio, cuando Benjamín se unió al gimnasio, se mostró cordial con todos, especialmente cuando Ricardo se presentó ante él, hasta que algo sucedió, «sabrá Dios qué», que lo llevó a tomar una actitud hermética donde ya no mostró interés absoluto en nadie.

    Antonio dijo que, según su perspectiva, Benjamín tenía un letrerito diciéndole a los demás: «¡Aléjense de mí!».

    Durante meses Benjamín fue una isla, centrado en la música de sus audífonos mientras se desenvolvía en una rutina ligera y a veces muy tonta, guiándose solo por tutoriales de internet. Cuando José le ofreció ayuda y le recordó los programas del gimnasio, Benjamín lo rechazó de manera casi tajante.

    Benjamín no era como otros chicos que buscaban socializar, hacer amigos, ligar, competir o exhibir sus actividades en redes sociales.

    Sin embargo, ¿su actitud era realmente rara? Profundizaron en la situación dándose cuenta de que no. Los tres tenían un mar de anécdotas respecto al gimnasio y sabían que socializar se estaba volviendo un desafío mayor en estos días. Los chicos que optaban por pasar de las mujeres eran cada vez más frecuentes, una situación triste por ambas caras de la moneda.

    Benjamín podría ser uno de ellos. Sin embargo, cuando conoció a Ricardo, todo cambió. ¿Por qué? Ricardo se esforzó en explicar que habían compartido un momento muy intenso, donde sus vidas estuvieron en riesgo. Era de lo más lógico que desarrollaran algún tipo de vínculo.

    Pero Antonio no pensaba igual: él estaba convencido de que la actitud estrellita de Ricardo lo había aflojado, dejándolo prácticamente encantado. Le parecía normal: Ricky siempre desarmaba las barreras de la gente. Aunque ahora, en vista de los hechos, parecía que solo lo había logrado hasta cierto punto.

    Buscando el porqué se debatieron en conjeturas. Ricardo se incomodó cuando de la nada empezaron a teorizar sobre la orientación sexual de Benjamín, diciendo que a lo mejor era hasta gay, «así que cuidado, Ricky».

    O también podía ser heterosexual, sí, porque tenía masculinidad, pero como la de un pequeño adolescente. Y Antonio consideraba que era muy refinado y hasta elegante para ser heterosexual. Ricardo se disgustó ante esta ridícula conclusión.

    —Igual es medio cuico —añadió Antonio.

    Entonces Ricardo adoptó una postura severa y protectora.

    —Solo habla bien, con educación, no como vo, chancho mal hablao —replicó con dureza.

    —Chaa, ¿y por qué con esa? —Antonio se ofendió con rostro sorprendido.

    —Y es primera vez que escucho a alguien tan aweonao diciendo que hablar mal es algo de heterosexuales —acusó con sinceridad brutal—. Tú eres el que deja mal a todos los chilenos, con esa cabeza desnutrida que tienes desde el vientre y esa lengua de flaite sacada de un basurero de las compañías.

    La reacción de Gonzalo fue una mezcla de asombro y risa incontrolable.

    La discusión entre Antonio y Ricardo escaló como espuma. Antonio le aseguró que era un ser un maldito, ¡y un discriminador! Su querida abuelita vivía en las compañías, el barrio más apartado de La Serena, donde vivía gente humilde, no ordinaria y pobre como aseguraba Ricardo.

    —¡Clasista culiao! ¡Y vo también erí un cuico chuchasumare, pero de esos mala leche!

    —¿Qué? ¡Pero cómo te puede decir eso, Ricardo! —Gonzalo, como solía ocurrir en momentos así, se convertía en un experto leñador para enfogonar las discusiones ajenas—. Ricky, weón, ¡el Antonio se te está descontrolando!

    —Aprende a diferenciar la palabra cuico, persona adinerada y creída, con alguien que se rompe estudiando para sacar adelante a su familia, ¡chancho analfabeto! —dijo erguido.

    —¡Y te sigue diciendo chancho, Antonio! —incitó Gonzalo.

    —¡Qué estudio ni que nada! ¡Vo te pasaste la universidad guiñándole el ojo a todas las profesoras y rompiéndoles las cuencas! —Antonio se alzó—. ¡Vo nunca estudiaste en tu vida! Carlos también lo sabe: ¡él escuchó cómo hacías gritar a las profes en las oficinas! ¡Y en las noches, perverso culiao!

    —¡Y nunca obtuvieron pruebas de algo tan asqueroso y denigrante! —atajó Ricardo—. A Carlos le sigue ardiendo que haya sacado mi carrera sin repetir ramos. Y tú, tan pensante como siempre, le crees cualquier cuento. ¡¿Sabes por qué?!, porque en el fondo también te arde, cochino inmaduro, ¡te arde que me haya ido bien!

    —¿De qué éxito hablai, conchasumare? ¡Si apenas saliste de la uni no sabías ni cómo montar una empresa! —aseguró cada vez más acalorado—. ¡Ahí está po, el gran ingeniero civil industrial!

    Ricardo respondió fulminante:

    —¡Al menos saqué carrera y no me dediqué a vagar, a mirar monos japoneses mientras te haces la paja y repruebas todas las clases online!

    Gonzalo se tapó la boca, conteniendo una risa eufórica, consciente de que Ricardo había tocado una fibra sensible en Antonio.

    —¡Antonio...! —le llamó, como preguntándole qué haría al respecto.

    —¡Ya es hora, Gonzalo! —Antonio parecía decidido, alzándose como un guerrero dispuesto a acabar con la oscuridad de su amigo.

    —¿De qué? Ah, ¿de eso? ¿Estás seguro? —preguntó inquieto, llenándose de entusiasmo.

    —¡Sí! — exclamó Antonio más resuelto que nunca.

    Ricardo apretó los labios en una mueca de desagrado, sin entender de qué estaban hablando.

    Benjamín charlaba con José a través de WhatsApp, porque, a pesar de que había estado muy ocupado, no había descuidado el logo que debía diseñar para el gimnasio. Le fascinaba dibujar y estaba ansioso por ver sus diseños plasmados en algo real, ¡en un letrero que todos pudieran ver!

    Había invertido mucho esfuerzo en diseñar propuestas que encajaran con los gustos de José, y quería que los viera, pero él insistía en verlos personalmente y discutir el pago por sus servicios. Aunque Benjamín prefería tratar estos temas por chat, José, amable y educado, lo convenció de que sería mejor hablar cara a cara.

    ¿Dónde nos encontramos, entonces?

    En el gym.

    Benjamín se sorprendió al notar que ya eran las 8:50 pm y el gimnasio normalmente cerraba a las 8:00 pm. Según José los chicos deberían estarían allí, a menos que la puerta tuviera candado.

    Con cierta incertidumbre Benjamín se encaminó hacia el gimnasio, llevando su block de dibujos bajo el brazo.

    Al llegar encontró el letrero de cerrado en la puerta, pero sin candado a la vista. Se acercó dispuesto a abrir, pero se detuvo de golpe al escuchar... ¿gritos y golpes? Palideció, temiendo un robo, por lo que se aproximó cauteloso para inspeccionar a través de la misma puerta, que era de vidrio trasparente.

    «No hay nadie», pensó aliviado, pero entonces escuchó la voz de Antonio exclamar:

    —¡Ricky culiao, erí lo más perverso que existe!

    Con cuidado y asombro se adentró en el gimnasio, siguiendo el ruido de un alboroto que nacía de las duchas. Empujones y voces en alto llenaban el aire. Paralizado e indeciso permaneció a una distancia prudente hasta que José apareció detrás de él, causándole un sobresalto. Ambos compartieron una expresión de desconcierto, incapaces de entender la causa del caos.

    Desde las duchas, la voz de Antonio retumbó:

    —¡Mira lo que hiciste, Ricky maldito!

    Benjamín y José no podían ver nada: la pesada puerta del baño les bloqueaba la vista.

    —¡Pégale, Antonio, pégale no más! —Gonzalo se reía a carcajadas efusivas.

    —¡Otaku llorón! —gritó Ricardo.

    —¡Te volveré a decir felano, Ricky culiao, felano, felano, felano!

    —¡Atrévete, atrévete!

    De pronto la voz de Ricardo se elevó desconcertada, como si algo hubiera cambiado repentinamente dentro de ese baño, una amenaza alzándose.

    —¿Qué harás con esa wea? ¿Cómo tan infantil?

    En un instante salió disparado del baño, huyendo de una pistola de agua que, para su horror, no disparaba agua, sino un líquido rojo y tenebroso.

    Al ver a Benjamín y José, sin embargo, se congeló en el mismísimo acto, transformándose en una estatua viviente, y con una apariencia altamente cuestionable: su ropa estaba manchada con lo que parecía ser... ¿aceite?, mientras sus rizos caían aplastados sobre su cabeza, empapados con otras sustancias extrañas y amarillentas que olían a mostaza y a comida mohosa.

    Antonio emergió al segundo, armado con su pistola letal. Su estado era aún más caótico que el de Ricardo, cubierto por completo de aserrín, como si acabara de salir de un bosque devastado por una jauría de leñadores.

    Al ver a José se asustó como si hubiera visto a la mismísima policía descubriéndolo en pleno delito.

    —¿Qué mierda está pasando? —exclamó José, pronunciando cada palabra con marcado énfasis.

    —¡Nada! —gritó Antonio, rígido al igual que un mármol.

    Gonzalo, quien había aparecido a su lado, era la figura de un cómplice leal, pero su coraje se desvanecía ante la presencia de José.

    Ricardo por su parte seguía inmóvil, choqueado por haberse encontrado con Benjamín.

    —¿Cómo que nada? —cuestionó José con su vozarrón, acercándose al centro de la escena.

    —Nada, compadre, nada.

    —¿Qué tipo de cagada es esta? ¡Miren esto! —Señaló al suelo, donde un revoltijo de manchas y sustancias extrañas se mezclaba con las huellas embarradas de Ricardo y Antonio.

    Mientras José seguía horrorizándose, Gonzalo y Antonio intercambiaron una conversación profunda a través de sus miradas, donde parecían entenderse por completo.

    —«Llegó el milico gritón», pensó Gonzalo.

    —«¿Por qué tuvo que aparecer justo ahora? ¡¿Qué hacemos, weón?!» —preguntó Antonio.

    —«¿Huir?»

    —«¡Ya no es opción! ¡Nos va a moler a gritos!»

    —«Echémosle la culpa al Ricky y huyamos», sugirió, apuntando a Ricardo con los ojos.

    José los interrogó al igual que un padre que había descubierto a sus hijos en plena travesura. Antonio optó por culpabilizar Ricardo, asegurando que él era la verdadera fuente del mal.

    —¿Qué edad tienen? ¿Quince? —inquirió José, dándose una palmada en el rostro—. Weón, ya no estamos para esto.

    —No me hagai sentir mal —dijo Antonio, tembloroso—, ni viejo tampoco.

    José les ordenó limpiar todo el desorden, ellos obedecieron de inmediato. Los persiguió para asegurarse de que dejarían todo impecable, mientras Antonio reclamaba, porque una vez más José estaba convencido de que la víctima era Ricardo.

    Ricardo, todavía paralizado frente a Benjamín, luchaba por encontrar las palabras adecuadas. Benjamín empezó a evocar una sonrisa incompleta, sin saber cómo reaccionar: ¿debía reírse o preocuparse?

    —¿Qué pasó?

    Algo en el fondo de Ricardo lucía aliviado, pero todo lo demás en él era un caos. Preparó una respuesta elaborada, pero al final solo dijo con presura:

    —Nada, nada. ¡Ya vengo!

    Y corrió al baño para limpiarse y recuperar dignidad. Al rato se hizo escuchar la voz de Antonio dentro del baño.

    —¡Pero el aserrín era de Ricardo, lo tenía escondido para hacerme una de sus «bromitas saludables»!

    José continuaba con su regaño, su voz era naturalmente alta. Sin embargo, una risa contenida se filtraba a través de sus palabras hasta que estalló cuando supo que el líquido rojo de la pistola de agua era una mezcla de jugo de frutilla con cloro. Antonio había ideado esta pócima mortal jurando, en su infinito saber, que la frutilla potenciaría el efecto del cloro para desteñir la ropa de Ricky. Fuera cierto o no había funcionado: la ropa de Ricardo estaba por completo arruinada.

    José se acercó a Benjamín para disculparse por el alboroto, pero Benjamín le aseguró que todo estaba bien. Aunque tuvo que esperar más de una hora mientras los demás terminaban de bañarse y limpiar el baño.

    Sentados sobre las máquinas de ejercicio, José comenzó a atenderlo. Pero la atención de Benjamín estaba fija en Ricardo, cuya imagen limpiando el suelo con un trapero le pareció tan... llamativa. La combinación de fuerza masculina, músculos y seria diligencia en una tarea doméstica era una visión encantadora.

    Ricardo seguía avergonzado y parecía pedirle que no lo mirara. Pero cuando finalizó la limpieza se acercó a contemplar los dibujos y a saludarlo con una sonrisa.

    Entonces, como si una sinfonía silenciosa y sutil comenzara a tocar en el fondo de sus almas, surgió de nuevo esa vibración intangible entre ambos, esa resonancia profunda que, aún contenida bajo las sombras de sus barreras, latía. Era un lenguaje oculto, más allá de la piel y la mera presencia, tejiendo un puente donde transitaba un magnetismo que desafiaba cualquier explicación física. Intercambiaban sonrisas cargadas de amabilidad, comprensión y afecto disimulado.

    Benjamín había confirmado que el grupo de amigos de Ricardo era propenso a las bromas. Al principio le punzó descubrir esta faceta, pero la sensación se disipó.

    Algo le resultaba extraño: había estado lleno en estos días, pero se sorprendía al darse cuenta de cuánto había extrañado a Ricardo. Era como si le hiciera falta una pieza esencial en un rompecabezas emocional que reclamaba ser completado.

    José volvió a recargar toda la culpa en Antonio y Gonzalo. Ricardo coincidía con él en todo, pero eventualmente una barrera se desmoronó y admitió su participación en las bromas. Le gustó mucho que Benjamín no lo juzgara por esto: el chico parecía aceptarlo de una manera especial, entregando demasiados mensajes a través de su mirada: cariño y sorpresa.

    La reunión se explayó durante horas, con José sumergido en la tarea de seleccionar el diseño perfecto. Benjamín incluso había ideado una mascota para el gimnasio, un animalito con lentes, diminuto pero lleno de picardía, sus patitas suaves eran de algodón y con una expresión de rebeldía parecía invitar a una fiesta nocturna. Benjamín sugirió reservar el diseño para aspectos secundarios.

    José estaba enamorado de su gimnasio y quería renovarlo por completo, desde la disposición de las máquinas hasta los colores aburridos de las paredes. Benjamín, con un millar de ideas en mente, explicaba cómo cada tono y diseño podía evocar diferentes intenciones y atraer a diversos tipos de clientes. 

    Así, entre todos, llegaron a la idea de segmentar el lugar en diversas «secciones», cada una con su propio carácter: un centro elegante y sofisticado, una zona festiva y vibrante, y un rincón pacífico y sereno para los más viejitos. ¿Por qué no intentarlo?

    Benjamín podía encargarse del diseño integral. José al principio pensó que era demasiado pedir, pero pronto se dio cuenta de que para Benjamín esto era más que un proyecto; era la realización de un sueño. 

    Todos quedaron sorprendidos con el chico, no solo por su añoro y talento, sino porque por primera vez participaba en una charla tan activa con ellos. Incluso hallaron cierta ternura en su entusiasmo. Pero lo que más les sorprendió fue el cambio: de ser alguien aparentemente distante se notaba más vivo. Al parecer estos días de ausencia le habían sentado de maravilla.

   Entretanto, Ricardo parecía preguntarle con los ojos: ¿Ya no te hago falta? ¿Ya no te intereso? ¿No me extrañaste siquiera?

    Hubo un momento en el que Benjamín pudo notar el contraste que había entre Ricardo y David. El primero escondía muy pocos aspectos de su vida, mientras David casi todos. Ricardo se alzaba más... limpio, como si no hubiera nada impidiéndole ser un hombre completo.

   Benjamín había planeado alejarse más de él, así fuera poco a poco, pero en ese instante no pudo. Quería sentarse junto a él y hablar sin parar.

    Ricardo demostraba coincidir con él como si hubiera hilos invisibles entre ellos, llevándolos a estar de acuerdo en muchas áreas. En ese momento lo veía con claridad: había echado de menos al chiquillo. Como había dicho Antonio, ¡Benjamín era su compita! Y eso no tenía nada de... malo.

    Benjamín volvía a concluir que era un tesoro, sin embargo, se enteró de algo que eclosionó contra todo lo que sentía:

    —¡Tenemos que aprovechar, Ricky, weón, antes de que llegue la jefa! —dijo Antonio animadamente.

    —Sí, se va a volver loca si transformamos el gimnasio antes de que llegue —apoyó Gonzalo.

    —Oye sí, al fin y al cabo, ella fue una de las inversionistas del gimnasio. ¿Cuándo regresa, Ricky? —preguntó José.

    Una sombra cubrió el mundo de Benjamín cuando vio un firmamento de entusiasmo se pintó en los ojos de Ricky. Conocía esa mirada: era la de alguien enamorado.

    —El dos de abril —anunció con un suspiro.

    Fue como si una manada de figuras burlescas se agolparan en su pecho, vaciándole su corazón con sus garras afiladas, dejando una estela de dolor y desorden. Cuando Ricardo lo miró pareció no entenderse con esta parte y simplemente lo ignoró como si nada pasara, mientras Benjamín escarbaba fuerzas para fingir normalidad.

   —¡La Naya va estar súper contenta cuando te conozca, Benja! —aseguró Antonio.

   «¿Naya?», reflexionó, forzando la sonrisa más artificial que había mostrado jamás, como si un payaso desgastado le estirara los labios.

    Esa noche supo que la novia de Ricardo, es gloriosa mujer con la que se había estado besando hacía unos meses, se llamaba Nayadeth. Y estaba de viaje.

    Estaba muy... aturdido, pues el universo había jugado con su cabeza una vez más, prometiéndole sentimientos que, en realidad, no tenían el nombre anhelado, aunque lo fingieran.

    Ricardo empezó a ignorarlo más y más a medida que avanzaba la charla, y con una crudeza desconocida, como si detrás de su serenidad no hubiera un alma preocupándose por ningún sentimiento más que por los suyos.

    A pesar de todo Benjamín no se dejaría desfallecer por esto. Pues tenía a David, su boxeador.

    Además, ya sabía por qué era tan reservado, y saberlo solo lo ayudaba a quererlo más.

Diccionario:

Choreado: Cansado, aburrido.

Milico: Militar.

Flaite: Alguien de muy baja educación que suele hablar demasiado mal, al punto de que ni siquiera se le entiende lo que dice.


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