Capítulo 14: Solo una cosa pido a Dios

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    Benjamín se sentía acosado por la sombra de Natalia Donoso, cuyas palabras le habían inundado el alma durante tantas horas que no podían ser contadas. Con el paso de los años, Natalia había llegado a conocerlo de una manera tan honda que por poco parecía una figura materna que había esculpido sus huesos.

    Natalia Donoso había sido la mejor psicóloga que pudieron haber encontrado sus abuelos y su ayuda fue invaluable, sin embargo, una parte de él deseaba deshacerse de ese mar de consejos que lo perseguían, empujándolo hacia ese páramo de luz, cuando a veces Benjamín sentía que necesitaba porciones de oscuridad.

    Era como si Natalia se hubiera sembrado en un rincón de su mente, y se alzara como un árbol ancestral con las raíces hundidas en la tierra de la erudición, asegurándole que algo iba mal en su relación con David y que era peligroso que una persona ocultara aspectos tan importantes de su vida. Cuando no había razones claras, había oscuridad, y en la oscuridad podía acechar todo tipo de peligros.

    En estos momentos Benjamín volvía a comprobar que la cohesión de sus dos reinos nunca había concluido del todo. Una parte sucia y sentimental le gritaba que siguiera el juego turbio de David, mientras otra, la saludable, le insistía que parara con esto lo más pronto posible. Llevaba casi todos los días citándose con el boxeador y seguía sin revelar nada básico de su vida. Era como si solo se concentrara en cultivar sentimientos, creyendo que una relación solo se basa en lo emocional.

    La pantalla de su celular cobró vida cuando David le envió un video, donde su sonrisa radiante y gestos tímidos lo adornaban mientras se desplegaba en una lluvia de puños sobre un saco de boxeo en un gimnasio desconocido.

    Benjamín observó con encanto y sintió cómo la carne parecía cobrar voz y gritarle que todo estaba perfecto y que corriera a los brazos de ese hombre. Lo único que importaba era ese sudor que se deslizaba por ese cuerpo fibroso, cuerpo que, aunque no alcanzara el volumen de personas como Ricardo ni mucho menos de José, irradiaba un embrujo más que suficiente.

    David, al parecer consciente de lo que estaba ocasionando, le enviaba más fotos de él en el gimnasio y videos cortos. Benjamín le devolvió muchos mensajes tiernos y sutilmente halagadores, a pesar de que esa mañana había amanecido con la energía hundida en los abismos del desánimo.

    Fue tal su despertar que decidió reunirse con David una vez más para pasearse por los lugares que a él le gustaban y no necesariamente al boxeador. Otra vez se concentraron en cultivar solo sentimientos.

    Por eso, al regresar al departamento, se enfrentó a otra tormenta de arrepentimiento y dudas que le quitó el sueño de la noche, permitiéndole dormir solo en la mañana, obligándolo a posponer su próximo encuentro con el boxeador.

    ¡¿Por qué, por qué David no le revelaba nada?! 

   Temía contarle este problema a su amiga, porque sabía que le diría que era una red flag y que lo desechara. Pero Benjamín no era así, él no; su mirada hacia los demás podía ser excesivamente distinta. Su relación con la psicología y su propia vida le enseñaron mirar más a fondo, incluso a la raíz del comportamiento, incluso

    Pero la incertidumbre lo lanzaba de lado a lado. No era paranoico, pero llegaba a pensar que David pudiese dedicarse a algo muy oscuro. ¡¿A qué?! 

   Pero al mismo tiempo sentía que había un buen chico detrás de esos ojos y que solo se estaba protegiendo de ser lastimado y rechazado.  

    Cuando se reunió con él y tuvo el coraje de preguntar sobre los estudios o el trabajo, la respuesta fue una sonrisa desigual que parecía insinuar un mensaje: «Aún no me sonríes lo suficiente, Benjamín.»

    Aún no.

    —¿No estudias? —le preguntó con un deje de ternura y temblor—. David, yo..., pues tampoco es que te vaya a decir nada malo.

    Las voces conflictivas en la mente de Benjamín eran ensordecedoras. «¡Estás arruinando la relación, estás arruinando todo!», aseguraba una parte, y otra lo reanimaba al decirle: «Sí, pregúntale, no tiene nada de malo.»

    La siguiente respuesta de David fue desconcertante: una evaluación donde recalculaba su percepción sobre Benjamín, como quien ajusta una imagen desenfocada. Pero lo que se presentó después fue lo que realmente descolocó:

    Tormento.

    Su mirada se hundió en una vorágine de conflicto interno, visible en el parpadeo acelerado de sus ojos, una pugna de conceptos, como si Benjamín no resultara ser esa persona que por un segundo asumió y le estuviera sacudiendo un polvo turbio de su esencia, no solo con su pregunta, sino con la actitud comprensiva que acompañaba cada una de sus actitudes.

    Su semblante, también cargado de incredulidad, buscaba entender si estaba ante un chico real o uno sacado de una película. Sus ojos parecían preguntar: «¿En serio no te molesta si no estudio?»

    Y entonces, justo cuando pareció dispuesto a explicar todo lo que sucedía, optó por un gesto que rozó lo caballeresco, acariciando el mentón de Benjamín para darle una recompensa tan linda y emocionante, como vacía.

    Y no dijo nada.

    El día siguiente ya estaba subrayado por una rutina tortuosa, con David más concentrado en hablar del boxeo, algo que ya estaba aburriendo lentamente a Benjamín. Sus habilidades en los los llenaban la conversación de chat. Llevaba desde los trece años entrenando, y era lo que más le gustaba, porque las pasiones había que buscarlas, no conservarlas. Contaba cómo había conocido a su nuevo entrenador y en qué consistía las rutinas de entrenamiento y expresaba que le dolía un poco los músculos, pero él tenía la piel demasiado «dura». Después le preguntaba sí conocía a ciertos boxeadores famosos: Joe Louis/Roberto Durán, pero Benjamín ya no hallaba con qué responderle.

    Benjamín sintió que David estaba alimentando monstruos decrépitos que habían estado esperando el más pequeño trozo de carne para volver a erguirse. La incomodidad se transformó en una fatiga que le hizo desistir de sus sesiones de entrenamiento con Ricardo, como si estuviera cargando un lado muerto, carne podrida que pesaba. Le aseguró al chico de rulos que simplemente estaba muy ocupado.

    Aceptó las siguientes dos citas con David por un acto casi mecánico, marcadas por la presencia de un David cada vez más turbado, como si estuviera padeciendo su propio mal, situación que se avivaba cuando notaba que Benjamín ya no sonreía de manera genuina, sino con un trazo de... sufrimiento.

    «¿Sufrimiento por qué?»

    Benjamín seguía sorprendiéndolo al escoger lugares tranquilos para cada cita, jamás un sitio donde hubiera fiesta o desenfreno. David perdía la cuenta de cuántas veces tomaban asiento sobre el césped de un parque.

    En esta ocasión, Benjamín se abrazaba las rodillas mientras miraba un simple árbol, encontrando arte donde lo hubiera, y buscando descansar su mente en ese roble marchito erguido frente a él.

    Por primera vez había silencio absoluto entre ambos, como si sus almas solo hablaran con el momento y el paisaje mientras voces se arremolinaban dentro de David, sacudiéndole el camino que había diseñado hacia Benjamín.

    Entonces, entre el fluir del tiempo y la inmovilidad del espacio, se vio obligado a responder. Con una mirada que cargaba el peso de un océano, respondió:

    —No, Benjamín.

    Benjamín lo miró sin saber a qué se refería, y se extrañó cuando vio el brillo tembloroso en sus ojos, más una preocupación que tocaba lo irracional, como si hubiera lanzado una granada que no sabía si explotaría. Se removía, miraba hacia los lados, suspiraba.

    —¿No...?

    —No, no estudio.

    En Benjamín brotó una sonrisa pura que, irónicamente, lastimó a su compañero. No lograba comprender. Pensó, por un segundo, que estaba ante otro juego donde David solo buscaba su empatía, pero las líneas en su rostro hablaban de un dolor... inusual. 

    —Entiendo —dijo Benjamín, buscando trasmitir apoyo.

    «No», pareció decir David. «No lo entiendes».

    Con una sonrisa ahora incrédula, Benjamín se apegó a él.

    —Está bien, David.

    «¿Cómo es posible que eso esté bien?», pareció preguntar con sus ojos.

    —¿Pasa alga?

    Silencio.

    Disminuyó aún más la distancia, invadiendo con cuidado el espacio personal del boxeador. Con una actitud que capturaba lo fraternal, posó su mano en su brazo izquierdo.

    —¿Pensaste que iba a decirte algo malo solo por no estudiar...? —Sonrió, pero no hubo respuesta—. ¿David? En serio está bien, no pasa nada malo, tranquilo.

    David se frotó la nariz con el brazo y forzó una sonrisa.

    —¿En serio? —preguntó.

    —Sí —dijo, sonando muy genuino para ser real.

    La confusión se intensificó. Benjamín sentía que de repente estaba tocando a un chico... más herido de lo que jamás había supuesto.

    —David, en serio, por favor, no pasa nada.

    David soltó un bufido teñido de cinismo con el que parecía mofarse del cruel juego de su existencia. Benjamín no supo qué hacer, hasta que atribuyó a imitar el acto que tuvo David hace días: le tocó el rostro con suavidad, pasando un par de dedos por el contorno de su mandíbula, una caricia que sin duda calmó las ascuas, pero entonces David volvió a emitir otro bufido, esta vez cargado de amargura, aunque se corrigió rápidamente:

    —Está bien, disculpa.

    —¿Es muy importe...? O sea... —dijo, luchando por encontrar las palabras—. ¿Estudiar...?

    —Se está haciendo un poco tarde, Benja —interrumpió. Y era cierto, la noche ya estaba cayendo. Benjamín se frustró.

    —David.

    —¿Qué? —preguntó más cortante.

    —Me puedes decir qué pasa, si quieres —intervino preocupado—, es que no entiendo mucho.

    —¿Y por qué dices que está pasando algo? —cortó, sintiéndose de inmediato muy brusco. Se maldijo—. Ehm... ¿vamos? Ya me está doliendo el poto de estar tanto tiempo sentado.

    «¿Poto?», Benjamín se sorprendió por la palabra, que significaba «trasero». Aunque también la usaba, era un poco informal para su diálogo cotidiano. Hasta ese momento había percibido que David compartía un modo de expresión relativamente similar al suyo, pero había soltado esa palabra con una soltura que sugería un hartazgo de mantener una fachada.

    De todas formas Benjamín ya sospechaba una verdad: David se esforzaba por encajar con él, por complacerlo y coincidir en gustos y opiniones.

    Caminaron hacia el departamento en un ambiente irregular, bajo una nube que vacilaba entre desencadenar una tormenta o una lluvia suave. Al llegar al condominio, David contempló con una mezcla de anhelo y resignación los edificios, preguntándose si algún día entraría al hogar de Benjamín. 

    Benjamín se aproximó de nuevo, tocando su piel con delicadeza.

    —¿Está todo bien, entonces? ¿Qué pasa con los estu...?

    —Nah, pero si es una pregunta súper básica la que me hiciste y yo simplemente respondí, aunque tarde. Disculpa, en serio, son tonterías mías, precauciones algo weonas. Y disculpa, sabes lo que opino del chat, pero tampoco tengo para qué ser tan precavido, ¿no?

    Con perplejidad recordó cuando David le contó que había vivido situaciones feas en el chat, gracias a un par de imbéciles que fueron a acosarlo a la academia de boxeo después de decirles a lo que se dedicaba. Era un motivo muy razonable para cuidar su información personal y Benjamín había pensado en él. Sin embargo, sentía que había más razones, aunque era imposible alcanzarlas. David era a veces un laberinto.

     Buscando la manera de llegar a él, le dedicó una sonrisa mezclada con un toque de cariño.

    —Sabes que estoy de acuerdo con que nos cuidemos y no niego dónde nos conocimos —dijo mientras se sobaba la nuca—. Como te dije, a veces es mejor reservar cierta información, eso lo entiendo. 

    David respondió con una postura rígida y silenciosa. 

    —Pero, ehm, a ver. ¿Gracias por decirme esto? —Benjamín se abatía al sentir que su comportamiento era muy comprensible pero al mismo tiempo no—. ¿Gracias por considerar que puedo saber más de ti?  

    Hubo un silencio que lo llevó a cobrar cierta seriedad.

    —¿Es demasiado importante estudiar para ti? 

    —Algo... —contestó con los ojos más vacíos, como si se hubiera resignado a perder, comprendiendo el funcionamiento de la vida—, tengo un lío con el asunto, eso es todo. Y pensé que te iba a desilusionar.

    Un brillo de asombro y angustia recorrió por los ojos de Benjamín, llevándolo a sentirse con el corazón tocado.

   —Pero ¿por qué...?

   —No me hagas caso, Benjamín —se adelantó a responder, incómodo por el tema—. Ya te dije, son tonterías mías.

    Benjamín se quedó boquiabierto durante unos segundos al empezar a entender que, en realidad, David solo se estaba protegiendo. Y la explicación que entregó seguramente se le había escapado sin querer.

   Así se vio impulsado a decirle que él no se iba a desilusionar por si estudiaba o no, pero David no le creía.

    —¿A lo sumo me importa tu actitud al respecto? —insistió Benjamín—. Quiero decir...

    Las siguientes palabras que brotaron de él se asemejaron a la disertación de un escolar intentando aclarar lo que pensaba sobre algo demasiado profundo, buscando, a cada rato, las palabras más efectivas. Su voz era  cautivadora, como un cantante innato evocando una melodía sincera sin herir, mientras balanceaba la inocencia de un niño y la madurez de un adulto. En resumen, dijo varias veces lo mismo y explicó que lo importante era cómo enfrentar la vida. Cuando se dio cuenta de que estaba siendo muy diplomático, sin embargo, buscó expresiones menos cordiales.

    Al detenerse, encontrando solo silencio, se puso más nervioso.

    Todo trataba de actitud, aseguró, sí, y no de la posición actual en la que estuviera una persona. ¿Posición? Posición significaba... eso, sí, posición. Lo importante era buscar la manera de salir adelante. Súbitamente y con un rubor, aclaró que tampoco le estaba pidiendo algo, porque pues...

    —¿O sea..., cómo decirlo? Como tú has dicho, nos estamos conociendo aún y pues sí, hace poco, aunque hayamos hablado por chat y entonces... —Benjamín se pasaba las manos por el cabello, sufriendo más y más. 

    Continuó con su disertación, sintiéndose un poquito culpable por haber presionado. David ya no entendía un carajo de lo que estaba diciendo: las palabras caían a un pozo de su inconsciente mientras todo lo demás en él s mantenía anclado al rostro de bebé que tenía delante.

    Y entonces... no lo soportó más, empezó a fluir una ternura en David que no pudo sostener, llevándolo a dar un paso hacia Benjamín. Fue como si un volcán silencioso que había estado latente hiciera erupción, como si le hubieran lanzado demasiados hechizos en corto tiempo, como si lo hubieran reprogramado una parte de la mente en unos días, y especialmente ahora con esta charla. Le habían embobado todos los sistemas al mirar ese rostro y esos labios rosados que lo habían tentado desde el primer día. De pronto se apoderó de Benjamín, aprovechando el acercamiento que él mismo había establecido, atrapándolo desde la cintura con un movimiento decidido como si fuera la consecuencia de su apego. Lo tomó de las mejillas e insertó sus labios en los suyos, sujetándolo, no permitiéndole escapar, haciéndolo presa de un beso cargado de explosión, danzando cerca de su lengua, absorbiéndole el aliento, el alma, irrumpiendo el correr de su mundo.

    Con un gemido de sorpresa, Benjamín intentó retroceder al igual que un damiselo al que habían irrumpido en su cuarto privado. Pero David, con un dominio que siempre había cargado consigo, lo sujetó y le continuó absorbiendo los labios esponjosos, suaves como una flor recién nacida.

    Cuando ese momento terminó, Benjamín retrocedió con la boca cubierta por una mano. David, al ver esa reacción, volvió a llenarse con algunas inseguridades que no eran de él. «¡¿Hice mal?! ¿No te gustó? ¡Espera...!» Sabía de algún modo que había torcido los caminos de Benjamín, quién se había imaginado otro escenario, un beso quizás más trabajado, a pesar de la chispa que habían sentido desde el primer día que se conocieron en ese restaurante italiano y más de una cita rozando la perfección.

    Pero de pronto Benjamín se encendió en una reacción inesperada, como si todas las células de su ser escaparan de la noche y corrieran a las llamas de ese sentimiento explosivo. Con temblor y presura se acercó a los labios de David y este corrió a corresponderlo antes de que él iniciara el segundo beso, beso que ahora se desarrolló con mayor intensidad, donde se saborearon el uno el otro, irrespetando la piel, bullendo encima de ella, con sus manos toqueteando las mejillas, jugando en su propia danza, buscando acomodarse en esa desesperación desatada.

    —¡David! —gritó después de separarse, recién reclamando y buscando entender qué rayos estaba sucediendo, al tiempo que cada fibra de su ser protestaba por haber sido privadas de la excitación.

    David le respondió con una sonrisa más desvestida, como un ladrón descarado que se sentía feliz por haber mezclado sus sentimientos en un circuito delicioso con ese chico de estrato más alto que el suyo, orgulloso y vil por haber entrado a la recámara de un príncipe siendo él un simple callejero usando la educación que había aprendido mirando a otros, para así fingir estar a su altura hasta que al fin le arrebató el beso.

    Benjamín alzó un dedo enclenque, buscando la forma de aclarar un par de cosas aquí. Se preparaba para otro discurso, porque él, ¡en primer lugar!, no era de esos que se andaba besando con..., con nadie, porque él... era de citas lentas. ¡¿No era eso lo que le gustaba a David de él?! Él era más cauteloso... y...

    David bajó con cariño esa mano protestante, y volvió a robarle un beso, esta vez cargado con un toque salvaje, para castigarlo por todo lo que había provocado en él, por todas las excitaciones que tuvo que ocultar en la entrepierna mientras ni siquiera se daba cuenta, por enternecerlo tantas veces.

    Benjamín sonrió con un sentimiento alocado, como si le estuvieran lanzando a la borda la ropa de su carácter. Cobró distancia mientras sentía que se había bebido una botella de alcohol. Quiso decir algo, alzar el último y pobre intento de un príncipe por defender sus labios, pero David lo terminó de derrumbar con un cuarto beso.

    Entonces solo se lanzó al río de esas emociones.

    Cuando el beso finalizó lo único que halló David fue un corazón latente que solo deseaba seguir a su lado a toda costa. Los dos estaban con las entrepiernas endurecidas, pero se habían entendido rápida y perfectamente en ello con un mensaje sutil, recordando en un solo instante que eran hombres y que ellos dirigían el dinamismo de este encuentro.

    —Vamos a otra parte —lanzó tan anhelante como Benjamín.

    —¿Qué? Pero ¿qué? ¿Có-cómo? ¿Adónde? 

    —A cualquier parte, no sé, qué sé yo, por ahí, a caminar, pero tú no me vas a dejar así —aseveró.

    Benjamín estaba boquiabierto, pues había escuchado a David más directo y demandante. Lo único que temía era una relación sexual. ¡Sí!, su cuerpo lo exigía desde cada rincón, pero aún había autocontrol y temores.

    David lo tomó de la mano, guiándolo fuera del recinto, secuestrándolo. Benjamín se ruborizó cuando vio a Nicolás, al portero, con la boca abierta de par de par: el vago había estado observando todo, así que su homosexualismo había quedado al descubierto.

    ¡Pero no importaba, por primera vez no importaba! Al fin sentía lo que era gozar de una vida adulta e independiente. Esto casi le arrancó una lágrima mientras dejaba que su cabeza se posara en un hombro de David.

    ¿Cuántas horas pasé junto a David después de eso?

    Juntos se adentraron en la noche. Después de varios minutos de viaje y con un toque de rebeldía, David lo motivó a saltar la reja de un parque cerrado, un espacio poblado de árboles milenarios y ecos de animales cautivos.

    Benjamín, sabiendo que muchos borrachos y «volados» entraban a ese lugar para dormir o desatar su bohemia, se preocupó.

    —Estás con un boxeador, ¿recuerdas? Al que se atreva molestarnos tendrá problemas. Y al que se atreva a decirte algo, le rompo el hocico —dijo ansioso.

    «¿Hocico?»

    —Pe-pero David, tampoco...

    —Solo busquemos nuestro rinconcito. —Le sonrió dulzón y haciendo notar ese niño que usaba la timidez, en parte, como un arma de conquista letal.

    La noche se cargó de una eléctrica adrenalina cuando escaló las rejas del parque, adentrándose en el oscuro velo de los árboles. Una chispa de hilaridad amenazaba con brotar de Benjamín, una risa con la que aún no creía lo que sucedía.

    ¿Se puede regresar el tiempo, Dios?

    David, con un ímpetu deslizándose a través del coctel de atributos que componían su compleja personalidad, se adueñaba más de él a medida que avanzaban por el bosque. Allí, en un rincón donde se hacía ver un charco lunar, le invitó a sentarse.

    —Ven, solo ven —insistió, invitándolo a romper la perplejidad y temor.

    Benjamín se acercó un paso hasta que David lo tomó de las manos y lo obligó a tomar posición a su lado, y poco a poco encima suyo.

    —¡Ay, David!

    Tras intercambiar varias sonrisas cargadas de torpeza y sorpresa remanente, David fijó su mirada en su rostro, contemplando un tesoro tan suavecito. Aún era difícil creer en su existencia, pero ya no imposible. Se deleitó pasando los dedos por sus labios, comprobando su textura.

    —¿Puedo darte otro beso? —preguntó, y sonó a necesidad.

    Benjamín lo contempló un momento antes de acercarse y darle un beso. Luego otro y otro más, encendiendo la compatibilidad que compartían y desatando una vez más el salvajismo de sus entrepiernas que no sabían contenerse. Ahí fue cuando Benjamín le aclaró algo:

    —No sexo, David, sexo no. —Por primera vez se escuchó igual que un cavernícola que apenas conocía el lenguaje de los humanos.

    David soltó una risa desinflada, un soplido cómico, preguntándose quién era ese chico que apenas podía hablar, cuando el buen lenguaje era algo tan propio de él.

    —Sé que no, Benjamín, sé que no. Tranquilo —dijo, rozando lo burlón—. Y bueno, ¿tú me crees muy fácil entonces? ¿Piensas que ya me tienes o cómo? ¿Te recuerdo cuántas veces te he dicho que soy lentito?

    —Ah, eh, eh, ¿sí? —preguntó con las cejas enarcadas y escondiendo el rostro con una mano. David supo que había una interrogante más profunda en sus ojos.

    —Si te beso es porque... —empezó, ideando las palabras, pero no supo qué decir—, no sé, ¿porque te lo mereces? Tú y solo tú eres el culpable de todo esto —finalizó en un desate más caprichoso.

    —¿Qué?

    —Sonreír tanto tiene sus consecuencias po.

    Benjamín se cubrió más el rostro, ahora con las mangas, no aguantando la cadena de sucesos. David gruñó al no soportar ese gesto.

    —Desde el primer día te quiso decir algo, Benja. Estái entero rico.

    —¿Qué? ¡Ay! —Benjamín apenas pudo procesar cuando David lo atrajo a su torso para darle un beso cerca de la mejilla, haciendo sentir los dientes en una mordida falsa.

    ¿Cuántas veces me sorprendiste esa noche, sacándome incluso risas desajustadas que me llenaron de vergüenza?

    —¿Te puedo dar un besito en el cuello?

    Me hiciste sentir que te había liberado de alguien nuevo.

    —Yapo..., di que sí —insistió, colocando ojos de pena y coquetería.

    —No —determinó—. A ver, David, espera.

    —¿Entonces déjame hacerte un chupón?

    —¡¿Qué?! ¡¿Cómo se te ocurre?! ¡Eso es mucho más grave!

    —¿Grave?—cuestionó—. ¿Y cómo así? ¿Por qué?

    Quizás debí haberte dicho que sí. ¿Por qué reaccioné tan espantado? ¿Qué importaba? Solo hubiera tenido que maquillar el cuello para que Ricardo y sus amigos no vieran y comentaran quizás qué.

    ¿Qué hubiera importado que vieran un chupón, Benjamín?

    Nada.

    Además, Ricardo ya me comprobó que no es más que un imbécil al que no le interesa nada más que una sola cosa.

    —Está bien —comprendió David, mirando con ternura y recuperando su postura más prudente.

    Me encantó cuando esa noche, después de otros besos y horas, cuando ya habíamos cruzado la madrugada, me confesaste lo que realmente pensabas de mí.

    —Es que ya sé que eres como... un principito.

    Me dejaste tan boquiabierto que aún puedo sentir la sorpresa recorriendo mis labios, aún hoy, después de todo el tiempo que transcurrió.

    —¿Qué-qué? Espera.

    —¿Te cuento un súper poder que tengo? Es algo telequinético que traspasa a mis puños y por eso siempre gano mis peleas —ofreciste emocionado, contento por al fin revelarte más.

    Me dejaste en el limbo de la tensión, como si estuviera a punto de escuchar la revelación de mi vida y viviera en un mundo donde existía la fantasía y los poderes, como esos mundos mágicos que tanto me hizo leer Antonio cuando al fin me convenció de que le dibujara.

    —Soy bueno para sacarle foto a la gente —confesaste.

    »Bueno, ya, admito que me tomo un tiempito, pero al final siempre le achunto. ¿O me equivoqué? 

    Estuve tanto tiempo con la boca abierta que desperté tu preocupación. En ese entonces aún no entendía por qué siempre liberabas algo de ti y te preocupabas casi al instante, como si tuvieras un monstruo recordándote que debías contener lo que realmente eres, haciéndote temer ante la reacción de quien te escuchaba.

    Pero logré recuperar tu seguridad cuando te demostré, con otra disertación, que no pasaba nada malo, que no te iba a castigar por ser tú mismo. Al contrario, te hice saber que solo me estabas haciendo sentir muy bien.

    —¿Entonces... piensas que soy un principito? —te pregunté mientras me atrevía a darte otra caricia, esta vez por el cabello.

    —¿O no lo eres? No me digas que... ¿me has estado engañando todo este tiempo? —me dijiste con una sonrisa algo escondida, con la que seguías preguntando si podías ser juguetón.

    Después de que te hice sentir que sí podía hacerlo, me tomaste de la cintura con otro gruñido. Aún siento en mi piel y escucho el grito que mandé cuando te atreviste a darme un beso en el cuello.

    —¡David! —te regañé por un acto de inercia y por intentar mantener algo de mi esencia. Reaccionaste como un niño preocupado, algo que tuve que corregir con cariño y más paciencia. Así pasó el tiempo.

    Cuando se acercaba el amanecer nos recostamos uno frente al otro, de costado, nuestras miradas se encontraron como si, tras años de errar en un mundo de sombras, hubiéramos descubierto una flor que debíamos rescatar entre un océano de espinas. Incluso ahora me pregunto qué fue lo que desencadené en ti esa noche, como si hubiera iluminado tu camino con una claridad desconocida.

    Esa noche todo lo malo se apartó en mí, haciéndome ver que había encontrado a alguien demasiado ideal para mí. Aunque era difícil creerlo y hubo dolores, era una de las mejores cosas que me habían sucedido.

   Lamento hasta lo más profundo cuando te regañé otra vez por reflejo y cuando volví a preguntar por tu vida privada. No conocía tus heridas en ese entonces, ignoraba por qué te dolía tanto revelar aspectos que para mí eran triviales. 

   Hoy me aniquila no haber captado la magnitud de tu sufrimiento a tiempo, quizás así habríamos evitado este destino. Si hubiese descubierto la espada que te atravesaba no estaría confinado en estas paredes que no hacen más que susurrarme desolación, en esta prisión atemporal que parece detener el avance de la vida, mientras sostengo un violín que tú mismo me motivaste a tocar pero aún no sé cómo.

   En mis ruegos a Dios pido solo una cosa: renuncio a mis sueños, mi carrera, mis anhelos, a mi amistad con Estefy, incluso a mi primer amor y a mi encuentro con Ricardo, si eso me permite volver a esa noche y anclarla en la eternidad. No me importa si debo vivir ese momento infinitas veces y correr a la locura misma hasta para volver a convencerme de que sí encontré al chico ideal.

    Porque todo es preferible a este cuarto impregnado de quebranto, un lugar donde parece que la felicidad ha sido extirpada de todos los rincones del universo, donde ningún tipo de sueño se cumple. He perdido la cuenta de las veces que he llorado aquí, intentando aprender a tocar este violín que empiezo a sentir maldecido.

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