Capítulo 2: Sobreviviendo entre ruinas

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    Benjamín no paraba de toser, el polvo se había apoderado de sus pulmones y cada inhalación se sentía como un alfiler ardiente rasgando su garganta. Su cuerpo temblaba por la conmoción mientras yacía atrapado en un hueco entre los escombros, empapándose poco a poco por el agua que fluía del lavamanos destruido. El baño del restaurante era una penumbra: la luz del día que se filtraba por las grietas no alcanzaba a disuadir la enceguecedora nube de polvo.

    Benjamín tanteó su alrededor, notando el agua escabulléndose por su ropa. No le pareció tan grave, aún procesaba la situación, pero se horrorizó al notar que el agua tenía un tinte rojizo. Con su mano temblorosa tocó su rostro y, al retirarla, vio las huellas marcadas con sangre.

    El otro chico aún estaba sobre él, sin signos de consciencia, pero en breve dejó escapar unos gemidos de dolor y varios tosidos. Benjamín se preguntó quién era y por qué había aparecido en su ayuda, pero entendió que saberlo no era una prioridad en ese momento.

    Ambos comenzaron a removerse, cada movimiento era un suplicio.

    —¡Ay, mierda! —se quejó el chico.

    —¿Qué pasa? —preguntó Benjamín, sonando adormecido.

    El chico continuó removiéndose. Benjamín sintió que pesaba bastante a pesar de que no era gordo en lo absoluto. También notó que no podía moverse bien; el espacio limitado del lugar tampoco ayudaba. 

    —Creo que me torcí el tobillo —anunció el chico con una mueca de sufrimiento.

    Entonces un aguijón atravesó a Benjamín, removiendo dolores, preguntas y preocupaciones. Ahora sí quiso saber quién era ese sujeto y por qué se dispuso a salvarlo. Los ojos atónitos de Benjamín estaban atrapados en una encrucijada dolorosa, incapaces de concebir la idea de que alguien asumiera un riesgo tan grande con tal de ayudarlo a él.

    —¿Tú estás bien? —indagó el chico, extrañado ante su silencio—. Oye, estás sangrando de la cabeza. ¿En serio estás bien?

    Benjamín volvió a tocarse la frente, volviendo a descubrir la sangre entre sus dedos. Se contrajo cuando ese sujeto empezó a removerle el cabello con tal de analizar sus heridas.

    —Tranquilo —dijo, haciendo notar un brillo de sorpresa y comprensión en su mirada, luego procedió a evaluarlo con el cuidado de un... ¿enfermero?, mientras, por un instante, pareció compadecido por su semblante de niño desamparado—. No puedo decir mucho ahora ni asegurar nada, pero creo que solo fueron rasguños, algo hondos, eso sí.

    Con un aura defensiva exigiendo distancia, Benjamín intentó separarse de una vez por todas. El otro chico se hizo delante de él, estirando las piernas con mucho esfuerzo para poder sentarse. Ambas estaban muy rasguñadas, con la ropa hecha jirones mientras la sangre escurría lentamente.

    —Mira, hay un papel confort ahí, pásamelo, por fa.

    A un lado de Benjamín había un rollo de papel higiénico empapándose poco a poco por el agua que saltaba del lavamanos. Se lo pasó al chico para después dedicarse a buscar una salida, sin embargo, no encontró nada. Todo se hallaba taponado por escombros del segundo piso; ni siquiera podía erguirse del todo, incluso podía observar las patas de una silla escabulléndose a través del techo. Poco a poco empezaba a sentir la sombría presión de una claustrofobia que ni siquiera recordaba haber sufrido antes. Lo que realmente le preocupaba era que esos fragmentos colapsaran en cualquier segundo.

    —No hay salida —murmuró.

    —Sí, me doy cuenta —respondió mientras intentaba limpiarse las heridas con el papel, la zona posterior de sus piernas era las más dañada.

    A Benjamín le pareció extraño el tono liviano que utilizó ese sujeto para responderle, como si se hallara en un problemita y no en una situación verdaderamente trágica. Una parte de él hasta parecía sonreír.

    Se quedó pegado viendo esa sonrisa escondida.

    —¿Qué pasa? —preguntó el hombre al notar su mirada constante.

    —Perdón... —titubeó, escondiendo los ojos por un segundo—, es que no pareces muy preocupado. ¿No asimilas la situación?

    —Sí lo estoy —respondió con naturalidad, por poco estirando sus labios con toque de comedia—. Y pues sí, la voy asimilando.

    ¿Qué sucedía con él? La pregunta parecía tejer un enigma más profundo de lo normal en la mente de Benjamín. Aunque por un lado parecía ser comprensible. Conocía a muchos chilenos demasiado despreocupados ante este tipo de situaciones. El mejor ejemplo lo podía encontrar en sus propias experiencias, cuando era pequeño y un terremoto sacudió la casa escuálida de sus tíos, en la ciudad de Coquimbo, sobre la cima de un cerro. Sus primas quedaron atrapadas en una bodega tenebrosa por casi un día completo. Reían nerviosas mientras sus padres buscaban rescatarlas; al final se acostumbraron y se dedicaron a hablar del señor Jesús y a pelar, es decir, a hablar mal de medio mundo, especialmente del pastor de la iglesia que había sido descubierto teniendo relaciones con una menor de edad. Benjamín quedó sorprendido ante la imagen de su tía pasándoles unos dulces por las hendijas para que las pobres tuvieran algo que comer mientras charlaban y esperaban a los bomberos.

    Los chilenos, generalmente, se inmutaban muy poco ante los terremotos e incluso ante sus consecuencias. Si eran sorprendidos en medio de alguna merienda por algún movimiento, seguían comiendo con tranquilidad aunque el mundo se estuviera desarmando. Si la situación se hacía muy caótica se dignaban a caminar bajo el dintel de alguna puerta principal, zona relativamente segura.

    —En estos casos solo hay que mantener la calma —comentó el chico—. Y bueno, si hay que morirse, pues habrá que morirse.

    Una mezcla de incredulidad y admiración cruzó el rostro de Benjamín a la vez que procesaba esas palabras. La ironía de la situación se deslizaba en su mente. ¿A ese chico no le importaba morir?

    «No, solo lo dice por decir.

    »Creo...»

    Lo observó con detenimiento, prestando especial atención a esos rizos oscuros que se elevaban por encima de su cabeza en un patrón rebelde, con los costados cuidadosamente rasurados, creando un loco contraste entre lo audaz y lo moderno.

    ¿Conocía a este hombre? Sí, claro que sí, desde hacía unos meses, pero ¿cómo se llamaba? Siendo sincero, no era capaz de recordarlo. Pero de algo sí estaba muy seguro: conformaba parte de ese club de idiotas que se la pasaban hablando de músculos mientras criticaban a los demás por no estar a la altura de ellos. Se creían la envidia del mundo.

    «Ugh», de pronto, Benjamín sintió unos deseos siniestros de que le cayera un pedazo de escombro encima de la cabeza, pero se vieron inmediatamente eclipsados al ver al chico intentando colocarse de pie, y fracasando en el acto. Su rostro contorsionado demostró el dolor que le causaban sus piernas lastimadas y el tobillo dislocado. Cada intento por levantarse transformaba su rostro en un mapa de tormento.

    —¿No te puedes poner de pie?

    —Creo que no —contestó respirando erráticamente.

    —Bueno, tenemos que salir de aquí —determinó Benjamín con puños formados.

    —¿Y cómo?

    —No sé, habrá que mover los escombros, ¿obviamente?

    —Con todo el gusto del mundo te ayudaría, pero en serio...

    «En serio me duele», terminó la frase por él. Así no quisiera reconocerlo, era obvio que padecía un dolor taladrándole hasta el alma.

    —Puedo yo solo —aseguró.

    —Ah, ¿sí? —preguntó curioso.

    —Claro que sí. ¿O no me crees capaz? Soy bastante fuerte.

    El chico arqueó la ceja al no comprender por qué Benjamín se ponía defensivo en un momento así.

    —En ningún momento he dicho lo contrario.

    Benjamín lo ignoró y se dedicó a evaluar los escombros para ver cuál empujar.

    —¡Pero no te recomendaría mover nada! —gritó el hombre, sosteniéndose de sus manos al lado de sus piernas.

    —¿Por qué no?

    —Benja... mira, es que... puedes dejar una cagadita sin querer; a lo mejor remueves un escombro que está sosteniendo a los demás —empezó a decir con cuidado, buscando no herirle el ego, pero luego determinó con seriedad—: Así que, por favor, detente. Todavía me gustaría morir de viejo y no aplastado por un restaurante. Si no es mucha molestia, gracias.

    Benjamín se cruzó de brazos, sintiendo una punzada de irritación por el tono condescendiente de ese hombre. Nadie le decía "Benja" a menos que él hubiera entregado la confianza para ello.

    De pronto sonaron las alarmas desde los celulares de cada uno. El sonido chirriante representó algo que reconocieron enseguida:

    Eran las alarmas advirtiendo un tsunami.

    Ambos empezaron a escudriñar sus propios celulares, sin verse demasiado preocupados. Se sumieron en una investigación rápida de lo que sucedía, indagando en las noticias que ya estaban invadiendo todas las redes sociales.

    —Huy, fue grado ocho punto dos —comentó el sujeto.

    Benjamín ya había supuesto que el terremoto había sido de un grado altísimo en la escala de Richter. El restaurante derrumbado era una prueba fehaciente. Todas las edificaciones de Chile tenían un sistema antisísmico muy bien construido. Si lograban ser derrumbadas era porque la intensidad telúrica había sido colosal o porque las construcciones ya estaban desgastadas o a medio construir, como este restaurante.

    «El epicentro fue en Ovalle», leyó Benjamín en su celular, sintiendo cierto alivio y preocupación a la vez. El terremoto había desatado toda su potencia en una ciudad que estaba a noventa y un kilómetros de La Serena.  

    —¿Crees que habrá un tsunami? —le preguntó a su acompañante, y sin quererlo se escuchó un poco frágil; al notarlo se mostró fuerte, muy fuerte y rudo.

    —Yo creo, pero serán apenas un par de olas pasando más allá de la costa. Ni cagando llegan hasta aquí.

    Concluyó que el chico tenía razón. El único tsunami que había llegado tan lejos fue en el año 1922, el primero de junio, causado por un terremoto submarino en la costa de Valparaíso. Desde entonces cada desprendimiento del mar no ha llegado demasiado lejos.

    Se sorprendió cuando su acompañante se llevó el celular a la oreja.

    —¿Estás llamando a alguien?

    —A los bomberos —contestó mientras toqueteaba la pantalla con esmero.

    Benjamín apretó una mueca de desasosiego.

    —¿Y en serio crees que te contesten? Debe estar la crema en todos lados —argumentó—. Y ten en cuenta que apenas hay como dos bomberos en toda La Serena.

    —Hay que intentar igualmente —respondió con tranquilidad.

    Benjamín observó al chico llamando una y otra vez sin obtener respuestas. Era lógico: todas las líneas estaban saturadas o caídas, y no solo la de los bomberos.

    De pronto ocurrió algo que Benjamín había estado temiendo hacia un momento: se desató una réplica. Después de cada terremoto venían otros temblores remanentes, cuyas intensidades dependían de la intensidad del primer movimiento telúrico, así que...

    —¡Mierda, cúbrete la cabeza! —le indicó el chico.

    Se cubrió la mollera mientras el mundo volvía a sacudirse. Los crujidos de ese restaurante resonaron como filos tormentosos, campanas chocando entre sí, bestias abismales rugiendo, proclamando su rabia contra esta tierra maldecida por el hombre.

    Cuando el movimiento salvaje cesó, Benjamín se sintió... desgastado y frío.

    —Ya pasó, ya pasó. —El sujeto intentó calmar el ambiente con unos ademanes como si con ellos pudiera reducir la intensidad.

    Benjamín observó los escombros tambaleándose ligeramente, destilando concreto molido. Cuando todo se quedó quieto no se sintió especialmente esperanzado: parecía que bastaba solo un movimiento más para que ese hueco deforme desapareciera aplastado.

    ¿En serio... iba a morir aquí?

    ¿No resultaba irónico? Después de que al fin le tomaba desprecio a la muerte y decidía volver a luchar por su vida, el universo decidía completar la tarea que había dejado incompleta, asesinándolo de un modo que pudiese resultar muchísimo más cruel y doloroso.

    Se abrazó las rodillas, sentado, y centró una mirada vacía sobre ellas. El sujeto lo observó tan intrigado como preocupado, hasta que recibió una llamada en su celular. Benjamín alcanzó a escuchar la voz de otro miembro del club de idiotas:

    —¡¿Dónde estái, Ricky, weón?! ¡Te hemos buscado por todas partes!

    «No tenía idea que le decían Ricky.»

    —Chii... a la horita que vienen a llamarme, despreocupados —reclamó «Ricky» con un tono bromista.

    —¡¿De qué hablái? ¡¿Estái vivo?!

    —Obvio que está vivo, aweonao —comentó otro sujeto, escuchándose de fondo—. Por algo te responde po, weón.

    «Ricky» les contó lo que había sucedido entre risas.

    —¡¿Entonces estái con el Benjamín en el baño del restaurante?! ­

    —Ajá.

    El sujeto que se había escuchado de fondo tomó la llamada:

    —Huy, weón, sabía que eras medio héroe, pero tampoco pa' tanto.

    —Es lo que hay. Mientras todos ustedes salieron disparados como las buenas locas que son, yo sí me preocupé por el prójimo.

    —Chaaa, pa qué con esa —contestó ofendido—. Ya, weón, te iremos a rescatar.

    —Me parece bien. Sáquenle provecho a los músculos, cabros.

    —¡Obvio, hermano!

    Benjamín sufrió una pizca de amargura al ser descrito como «prójimo». Sabía que era un sentimiento tonto, quizás solo quería ser considerado como alguien un poco más importante, un miembro del gimnasio que merecía respeto como cualquiera, o algo semejante. Ridiculeces..., nada más.

    —¿Ellos sí pueden remover escombros, entonces? —preguntó con una chispa de irritación.

    —Es que desde afuera puede ser más factible.

    —Sí, claro.

    Al chico de rulos le causó gracia su actitud ofendida.

    —Disculpa que lo diga de este modo —empezó Benjamín—, pero no considero que tu grupito de amigos sepa cómo remover escombros sin derrumbar todo esto. No sé, no tienen caras de rescatistas muy adiestrados que digamos.

    «¡No tienen cabeza, más bien!»

    —Veamos cómo resultan las cosas antes, ¿qué te parece? —Sonrió.

    Miró hacia un lado con un toque de desprecio y dignidad en su gesto. A partir de ese momento ambos compartieron pocas palabras. Pasó un rato antes de que aparecieran los amigos de Ricky con gritos que se escucharon lejanos, lo que indicaba que había otras habitaciones derrumbadas cerca del baño.

     En el acto se desató una segunda replica. Ricky y Benjamín se concentraron en resistir. Aunque de alguna forma Benjamín parecía cada vez menos preocupado por lo que le pudiera suceder.

    Poco después se hicieron escuchar las sirenas de los carabineros, la policía chilena. En un principio los chicos pensaron que serían rescatados, pero no fue así: escucharon a los carabineros ordenando una evacuación inmediata porque el restaurante estaba en la zona de riesgo del tsunami. Los amigos de Ricky se marcharon en medio de reclamos, no pudiendo creer que tuviesen que abandonar a un amigo por una precaución exagerada, olvidándose de la seguridad de alguien que sí estaba en peligro.

    Los carabineros aseguraron que la ayudaría llegaría —ellos estaban encargados de evacuar—. Así, Ricky y Benjamín empezaron a comprender que no les quedaba de otra que esperar, pero ¿cuánto? Los pocos bomberos que había en La Serena no daban abasto para atender a miles de ciudadanos. Además, a los pobres ni siquiera se les pagaba. El ejército debería ayudar en estos casos, pero Benjamín dudaba de alguna eficacia inmediata.

    «Sáquenme de Latinoamérica», rogó por enésima vez en la vida.

    Por otro lado se sentía incómodo al estar encerrado con un chico como «Ricky». Una parte de él reclamaba sin entender los movimientos del universo con sus juegos torcidos. ¿Qué pretendía la vida al ponerlo en esta situación?

    —Y bueno —dijo Ricky, quien parecía más aliviado del dolor y con su mirada buscaba algo que hacer—. Oye, Benja, una consulta.

    El rostro de Benjamín dibujó una interrogante pesada.

    —¿Por qué no participas más con nosotros? Con los chiquillos nos apoyamos bastante con los planes de ejercicio y alimentación. Y a veces viene bien un apoyo moral de otro cuando se pierde el ánimo, porque para nadie es un secreto que mantenerse en forma no es sencillo.

    »Si salimos de aquí me gustaría que participaras. Creo que encajarías súper bien en el grupo. Estoy seguro de que a los chiquillos les gustaría harto la idea.

    Quedó tan desconcertado como choqueado por sus palabras. ¿No se suponía que en su grupito de amigos no se hacía otra cosa más que hablar mal de todos y de él? ¿Por qué la invitación? 

    Por otro lado, ¿era el momento oportuno para hablar de algo así?

    Por lo visto estaba a punto de vivir una situación similar a la de sus primas, disponiéndose a matar el tiempo de cualquier forma.

    Quizás lo que realmente lo desconcertaba era que Ricky demostrara algo muy distinto a lo que había creído de él en un principio. Sus pensamientos negativos se adormecían al ver esos ojos grandes y marrones que parecían contener un universo de calma innata y una alegría interna. En ellos... parecía brillar una pureza que poco se hallaba en los demás, una serenidad que no llevaba consigo ninguna herida distinguible. La mirada del chico era penetrante, ¿pero amable?, como si pudiera entender todo sin juzgar.

    Benjamín sacudió su mente al recordar que él, como ningún otro, rechazaba a los heterosexuales a toda costa, no porque los detestara ni mucho menos, sino porque representaban una inmensa pérdida de tiempo. Y Ricky sudaba heterosexualidad. Meses atrás lo había visto matándose a besos con una chica que parecía sacada de una revista de modelos. También escuchó que estaba por casarse con ella. Desde ahí Benjamín lo ignoró diez veces más hasta que se olvidó de su nombre real. 

    Pero había una razón más que lo llevó a tomar esta decisión, una ley que siempre obedecía:

    Nunca fijarse en alguien que tuviera pareja.

    Sus abuelos le habían enseñado que no le hiciera a los demás lo que no le gustaría que le hicieran a él. No le ha servido de mucho: lo han engañado igualmente —aunque la traición vino de un tipo de poca importancia—. Daba igual, seguía pensando de esa forma.

    Los heterosexuales también representaban un pena, pues ellos solían tener esa esencia que a él le gustaba. Buscaban el sexo, por supuesto, y nunca faltaba el patán sinvergüenza, pero al menos comprendían que no podían ser demasiado directos al respecto a menos que quisieran ganarse un bofetón por parte de la chica. En cambio, con los homosexuales que había conocido Benjamín, la prioridad del sexo sí se hacía notar con mayor fuerza. Muchos empezaban conociéndose con la maldita pregunta que tanto odiaba:

    ¿Eres activo o pasivo?

    Ricky era lindo, lo admitía, su cabello era fascinante. Y esos ojos no dejaban de anonadarlo como si fuesen ventanas a un mundo luminoso. Ricky irradiaba una masculinidad amena, y su cuerpo reflejaba un trabajo mucho más dedicado que el suyo, con las venas marcadas en las manos. Y sus brazos eran velludos, algo que no le molestaba a Benjamín.

    Sacudió su cabeza una vez más, dándose cuenta de que estaba pensando demás. «¿Ando loco? ¿Cómo tan necesitado, Benjamín? Ni que estuvieras en una cita.»

    Ricky anhelaba una charla, pero no solo eso: también lucía intrigado y curioso por una razón incomprensible. Pero al parecer todo dependía de Benjamín: él debía decidir si darle curso o no a su anhelo.

    Tenía dos opciones: ser cortante o mínimamente conversador. Tal vez surgía una loca o efímera amistad y eso no tenía nada de malo, siempre y cuando Ricky fuese ese sujeto que sus ojos insinuaban.

    Después de unos segundos Benjamín optó por empezar a corresponder su deseo de charla, sin saber que, en el futuro, desearía regresar a este mismo instante. Se imaginaría dispuesto a dar la vida con tal de haber ignorado a Ricky.



Diccionario: 

Weón: Esta palabra tiene muchos significados dependiendo del contexto y por sobre todo del modo en que se diga. Puede significar "compañero",  "compadre", pero en ambientes negativos significa "imbécil", "tarado", "tonto".

Aweonao/Aweonado: Alguien muy tonto. 

Estái: Estás.

Po: Los chilenos usamos mucho el "po" al finalizar algunas oraciones, sirve para remarcar lo que intentamos comunicar. 

Cabros: Chiquillos. Una manera de llamar a un grupo de personas/amigos de manera amistosa. Pero también puede ser usado de otro modo en ambientes negativos.

Confort: En Chile le solemos decir Confort al papel higiénico por la simple razón de que la marca más famosa de papeles higiénicos se llama así.


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