Capítulo 21: El cometa

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

   Caminaba por una vereda de tonos grises que contrastaba con las extensas oleadas verdes que preludiaban las imponentes estructuras de la Universidad de La Serena, edificaciones blanquecinas marcadas por el paso del tiempo, pero rebosantes de sabiduría, cuando su mirada deslumbró a Alessandri en una esquina que daba a dos calles de alto tránsito. Al verlo junto a un grupo de universitarios charlando en un ambiente jovial y amistoso, creyó que su aparición era... una coincidencia posible; quizás tenía amigos allí, algo lógico, y más teniendo en cuenta que la ciudad tampoco era demasiado grande.

   Alessandri, apostado junto a su motocicleta BMW con un cigarro pendiendo de sus labios y envuelto en un aura de rock and roll, personificaba la viva imagen de un rebelde o el líder de una banda callejera capturando miradas y suspiros. A su alrededor se congregaban seis jóvenes que no paraban de reír y comentar anécdotas de unos carretes pasados. Una chica de falda corta y pechos pronunciados lo abrazaba desde la cintura, mientras él la sostenía del hombro dedicándole una mirada engreída y cariñosa, como si fuese su querida muñequita que debía sentirse agradecida por tener el honor de tocarlo.

   Benjamín jamás se imaginó encontrándose con Alessandri por estos lados. Continuó caminando con un par de cuadernos escudando su pecho, creyendo que solo debía proseguir, pero no podía dejar de mirarlo. ¿Debía... saludarle? Algo lo invitaba a hacerlo, mientras una voz espantada le ordenaba cobrar distancia. Además, ¿de qué podía hablar con él? De mucho y a la vez de nada.

   Su cuerpo se volvía más tenso con cada paso, su cuello le obligaba a postrar su cabeza, llevándolo a imitar a un corderillo buscando pasar desapercibido. Sus ojos oscilaban entre el suelo y el horizonte, ahora cargados de un temor que lo convencí de que Alessandri lo miraría con desprecio o con absoluta indiferencia.

   Pero no fue así.

   Cuando Alessandri le notó irguió la cabeza con un destello de sorpresa llenando su rostro. Benjamín supo que debía mermar la caminata.

   —¡Eh, pero si te pillo infraganti, che bello! —Comenzó a acercarse, desatando una lucha de contrariedades. Algo en Benjamín se alegraba de verlo mientras otra parte deseaba fingir sordera o amnesia, lo que fuese—. ¡Mira que contigo quería hablar!

   En su rostro se condesó un desorden de preguntas y emociones. Cuando Alessandri se posicionó frente a él, le dedicó una evaluación descarada, observando sus zapatillas, los jeans negros, la polera blanca, los cuadernos, su cabello con un ligero toque castaño que no era ni corto ni mucho menos largo, ondeando formas suaves alrededor de su cabeza. Alessandri parecía evaluar si era un chico que podía aprobar o no, si vestía bien. Al final elevó las cejas y sacó los labios en una mueca, como si dijera: «pues ni fu ni fa».

   —Ciao, ¿qué tal?

   No hubo respuesta.

   —¿Qué onda, sigues sin querer saludarme siquiera?

   Tras unos segundos, reaccionó:

   —No... ¡no es eso! Disculpa...

   »Hola, ¿cómo... estás? —musitó.

   —Bene. —Sonrió con un toque picante—, pero curioso, ¿quizás hasta un poco molesto?, ni yo sé.

   Acto seguido, le echó un vistazo a la universidad.

   —Así que sí estudias diseño.

   La expresión de Benjamín se tensó en otro compendio de dudas e inseguridades. Alessandri solo dejó escapar una risita socarrona y enérgica. Benjamín empezaba a notar que costaba discernir lo que trasmitía, localizar el blanco o el negro que componía la esencia de su ser. Pero por encima de todo lucía tan... impresionante como siempre, con esa jovialidad efervescente, el crepúsculo acariciando su piel y la miel componiendo sus ojos, adornando un fuego prohibido.

   —Pero primero un saludo, che bello, como la gente decente, antes de habla cosa seria, porque mira, quero aprovecha la oportunidad para interrogarte.

   Los nervios se le dispararon en varias direcciones y otros se le endurecieron formando un cierre casi metálico sobre su estómago. Alessandri le tendió la mano, pero no pudo corresponderle.

   —Dame manito po. ¿O qué onda, te asustaste? —preguntó dejando escapar una risa soterrada—. Si tampoco vengo pa pegarte, pero es que sí tengo preguntas bien metidas contigo. Y yo soy bastante metido, ¿sabes?

   Atolondrado, tuvo que sacudir mentalmente su cabeza antes de entregarle la mano, sintiendo un termómetro dentro de su ser, subiendo y bajando de formas salvajes mientras rogaba que algo lo salvara.

   —La cosa es bien simple —empezó el italiano—. Quiero saber por qué no funcionaron las cosas con mi puñetón —expuso con la firmeza de quien está acostumbrado a dirigir.

   Una culpa se mezcló con el fuego emocional que asechaba a Benjamín, formando algo amorfo. Contestó a base de nervios:

   —¿Quién? ¡¿El puñetón...?!

   De inmediato Alessandri articuló muecas ante dicha reacción.

   —¿Qué? ¿No te suena? ¿O acaso salías con otro puñetón? ¡¿Tenías dos puñetones?! —gritó con un horror fingido.

   —¡¿Qué?! ¡¿Yo?! ¿Dos? ¡Nooo! —dijo con la voz elevada, después la bajó—: No, yo... quiero decir con nadie más. Pero ¿por qué...?

   De pronto apareció la chica, actuando así como un extraño salvavidas. Sus manos recorrieron la espalda y los brazos de Alessandri, dibujando la intimidad que solo se tendría una pareja.

   —¿Qué onda? —preguntó. Todo en ella reflejaba la liviandad de alguien que no se preocupaba por nada, solo divertirse.

   —Aquí, hablando con el pretendiente de mi puñetón —explicó mirándola con desdén—. ¿Por qué interrumpes así?

   La chica se irguió con un resentimiento marcando su semblante.

   —Es que no aguanté la curiosidad po, y los escuché gritar.

   »¿Entonces qué, este es el famoso Benjamín? —preguntó con los brazos cruzados y nariz arrugada, echándole una mirada evaluativa de arriba abajo, hasta que pareció concluir que era un tipo entre sencillo y aceptable.

   Luego se les unió un joven que destacaba entre la multitud por su cabellera teñida de rosa. Sus labios, delineados con un rojo chillón y poco natural, incorporaban un destello difícil de ignorar que jugaba con el tono naranja del esmalte que pintaba sus uñas. Su rostro alargado parecía esculpido con una exageración femenina sobre capas de maquillaje. Con movimientos dignos de una damisela, puso su cabeza y manos sobre un hombro de Alessandri.

   —¡Así que este es el niño Benji! —exclamó con una voz aguda y gran sonrisa.

   Benjamín apretó otro poco los hombros y brazos, preguntándose si acaso era tan conocido entre estas personas. Alessandri, por su parte, dejó caer un suspiro pesado.

   —Sipo, es él. Oye, suelta —demandó sacudiendo el hombro para que el chico se desprendiera de él.

   —Qué pesado —se quejó con un puchero de mejillas muy infladas.

   —Me molesta que te tomes esas confianzas conmigo, loco.

   —¡Ay, pero no te enojes! —replicó con los rincones de sus labios decaídos—. Que solo quería conocer al Benji, y pensé que se podía saludar.

   —Bueno, ya, pero allora yo quiero hablar con él y preguntarle un par de cosas, así que ándate pa allá —ordenó con un movimiento de mentón, señalando el grupo de jóvenes en la esquina. Miró a la chica y le ordenó lo mismo—. ¡Che casino, no sean irrespetuosos!

   Los chicos se apartaron con gestos inconformes, ella con una clara marca de rencor cruzando por sus ojos. Alessandri inhaló de su cigarro para contrarrestar el estrés antes de regresar a Benjamín.

   —Ya viste, eres medio famoso por aquí —comentó al leerle la expresión—. Porque así tú ilusionarme a mi puñetón; habló harto de ti y yo soy bocón, cuento las cosas.

   Otra vez Benjamín se sintió atolondrado, pues jamás le habían largado semejantes confesiones de forma tan... ¿descarada? Se puso muy rígido al saber que tantas personas desconocidas sabían tanto.

   —¿Entonces qué pasó con mi cabro, niño Benjamín? —preguntó en un tono neutral, donde era difícil saber si había molestia o no.

   Solo recibió silencio y expresiones como respuestas.

   —Oye —empezó—, intenté dejarte claro ese día, ¿no?, yo me preocupo mucho por él, David es especial, lo más especial que conocerás nunca en tu vida, ¿te queda claro? —dijo tajante—. Y yo no dejo que nadie le haga daño, porque no lo merece, él mantiene buena gente, pero tú, que dijiste vas a cuidarlo, resultó que tenías otro tipo con vo, ¿no es así? ¿O sí? Esa es mi duda.

   Benjamín se descolgó del mundo en ese instante, quedando en la intemperie del aire, hasta que, sintiendo una incredulidad mezclada con un desasosiego, fundidas en una espada que traspasó su cabeza, deformó una acentuada mueca.

   Alessandri le insistió: «¿tú tenes a otro? ¿Aló? ¿Hey?»

   —¿Qué? —respondió finalmente.

   —¿Qué onda? —Frunció el ceño sin lograr entender—. Pues eso, una pregunta simplona. ¿Tanto te cuesta responder o qué? —lanzó con una antipatía filtrándose en su tono.

   Benjamín creía estar viviendo una realidad ligeramente bizarra, como si un canal televisivo lo hubiese secuestrado de repente.

   —¿Otro?

   —¡Que sí, niño Benjamín, que si tienes otro! ¡Dios! —respondió dejando en claro que la paciencia no era su virtud.

   —No —contestó por inercia.

   —Ah, ¿no? —evaluó mientras un tic nervioso hacía que un dedo diese toques constantes contra el cigarro.

   —No.

   Algo se hizo claro en Alessandri: luchaba por creerle. Benjamín, por su lado, sentía estar desenterrando algo imprevisto y desconocido. Se desencadenó así un significativo silencio, largo y extraño, mientras él procesaba y Alessandri parecía no saber cómo manejar la situación.

   —¿Por qué dices eso, que tengo otro? —se atrevió a preguntar Benjamín, no sin antes retroceder un paso y apegar los cuadernos hacia él.

   —Porque eso supusimos con mi puñetón —dijo sin más.

   Repitió varias veces esas palabras en su mente, pero seguía sin creerlas.

   —¡¿Qué?!

   —¡Que eso, chico Benjamín! —gruñó—. ¿Por qué tanta vuelta? ¿Tú tienes problemas de reacción?

   Retrocedió otro paso y se cubrió la boca sufriendo una insólita mezcla de fascinación, aunque la descompensación era mayor. Lo siguiente que fluyó de sus labios fue un manojo de preguntas agolpadas, letras peleándose entre sí: «¿Có-qué? Pe-pero. ¿Y de dón....?»

   Alessandri se notó algo preocupado e incluso arrepentido por haber liberado esto, como si no hubiese estado preparado para muchas cosas menos para algo así.

   —¿Tú...? ¿De dón...? —dijo Benjamín con la respiración acelerada.

   —¿Ah?

   Inhaló y preguntó:

   —¿Por qué dicen que...? ¡¿O... e-eso...?!

   —¿Por qué te acaloras así? —cuestionó, pues ciertamente el rostro de Benjamín estaba más enrojecido.

   —¿David te dijo eso? ¿O cómo es que...? —preguntó con la timidez revolviéndose en una batalla campal contra la revolución.

   —Yo tampoco sé más, por eso pregunto a ti —respondió mientras se echaba a un lado para que unos estudiantes pasaran por la vereda. Analizó a Benjamín, sorprendiéndose otro poco ante lo que trasmitía, y añadió—: Pero tú andas con un cabro de gimnasio, ¿no?, un ruliento musculoso.

   Un relámpago antártico dejó a Benjamín congelado de pies a cabeza. Esto volvía a chocar contra Alessandri, como si estuviese descubriendo un nuevo lenguaje en una especie muy rara de ser humano. Los labios entreabiertos de Benjamín no se movían ni para gestar algún cambio en esa expresión. Alessandri, que siempre sabía qué hacer, hallaba sus armas desenfocadas.

   —¿Y bueno... es así o no? —preguntó con cautela.

   Benjamín se llevó una mano a la frente mientras sus gestos se apretaban con dolor.

   —Yo no... —dijo mientras sus ojos se cristalizaban ligeramente y sus labios se torcían en una mueca de... ¿decepción y desespero?

   —¿Qué te pasa a ti, chico Benjamín? Tas un poco raro, oye, deja decirte.

   —Disculpa —respondió con la mandíbula endurecida, aunque su pecho subiese y bajase.

   —Bueno, ¿y entonces?

   La siguiente mirada dejó una huella en el italiano, ya que hasta el momento tenía una imagen vulnerable de Benjamín, un niño exótico con una ternura aún en vías de ser comprobada, pero de pronto se endureció en la esencia de un hombre demasiado adulto, como si años de experiencia lo trasformaran en un padre decepcionado que no lograba comprender la mentalidad tan incoherente de un menor. Pero luego hubo algo más llamativo.

   Una impotencia explosiva.

   —Por supuesto que no. ¡Ni siquiera...!

   —¿Ni siquiera? —El italiano se quedó a la espera de sus palabras contenidas.

   —Ni siquiera nos estamos hablando —susurró, obligándose a sonar más educado.

   —Ah, ¿no? ¿Y cómo sé yo eso? Por lo que sé son bien cercanos, te entrena y quien sabe qué más.

   Se quedó sin habla, hasta que se hizo ver ese Benjamín de siempre, el afligido.

   —¿Y eso qué... indica?

   —No sé, dime tú.

   Sus manos volvieron a dar otro paseo por su cabeza, donde sentía un movimiento de rocas que habían aparecido de la nada. Pensaba a toda máquina.

   —Yo no tengo nada con él —confesó en un hilo de voz, derramando un trozo de su alma trizada en sus ojos.

   —Ajá.

   —¿Alessandri...?

   —¿Eh...? ¿Sí?

   —Perdona. —Estaba al borde de un llanto o ante el desate de una frustración—. Es que... te conozco poco aún, no sé cómo... no quiero decir algo que suene mal.

   —Tranquilo, no pasa nah... —respondió y extrañamente se le oyó sincero, con sus ojos adornados por líneas más humanas—. Ya te dije que tampoco vengo a pegarte.

   La siguiente pregunta que brotó de Benjamín fluyó por sí sola, de ese corazón necesitado de respuestas:

   —¿Me estás diciendo... que por esto me terminó David?

   Alessandri se encogió de hombros. Benjamín miró hacia un lado y se espantó, ya que los demás amigos del italiano estaban manteniendo su atención en ellos, especialmente el que lucía afeminado.

   —Sí, en parte sí.

   «Dios», pensó, sintiendo que algo caía del cielo, una almohada que pesaba toneladas.

   —Digo, es la principal razón. —añadió Alessandri.

   «¿Principal?»

   —¿Qué onda? —preguntó el italiano al notar que Benjamín se descompensaba de una manera ya exagerada: con sudor en la frente y la respiración cada vez más acelerada. ¿Qué era? ¿Acaso una crisis? ¿Un ataque de pánico? Luchó por afirmarse, pero la cortina que formó no alcanzaba a cubrirlo por completo.

   —Es-es que solo me sorprende —musitó—. Él... él no me dijo nada.

   —Eh, bene, es que a David le cuesta decir las cosas a veces, ¿sabes? Te lo cuento —confesó, era un secreto que entregaba por una especie de compasión.

   —Entiendo.

    Al no soportar más la mirada de los demás ni el momento, Benjamín añadió nervioso y confundido:

   —Bueno solo... Ya ni sé... Solo espero que esté bien. No puedo obligarlo a hablar ni a nada.

   »Mándale saludos —añadió tontamente.

   Y con ello dio media vuelta y se marchó apresurado para desaparecer, luego para navegar por la ciudad sin ningún rumbo en concreto. Cada paso le ayudaba a sacudir las rocas estancadas en su cabeza, a darle movilidad a las emociones para que transitaran por algunas pobres vías de despeje.

   Aún tenía la cabeza caliente, creyendo además que había hecho el ridículo. Era otra impotencia, pues sabía que podía haberse comportado mejor, pero sus emociones lo volvían un desorden.

   Llegó a su departamento sin preocuparle más su imagen ante Alessandri, solo se tiró de cara contra su cama. Su respiración aún se hallaba algo alterada, como si hubiese una combustión que aún no se desencadenaba. El dolor de su cabeza era algo más, una jaqueca intensa que taladraba rincones espontáneos de su cráneo. Algunas lágrimas caían por sí solas, por lo que finalmente decidió tomar unas aspirinas y un pedacito de antidepresivo que solía comprar en una farmacia clandestina que rara vez exigía recetas médicas.

   Debía estudiar para un examen que tendría mañana, para «Procesos de producción 4», respecto a la aplicación de tecnologías emergentes en la fabricación, la impresión 3D, el mecanizado CNC y la robótica, pero todo lo relacionado a la universidad era una neblina sin sonido.

   ¿No debería sentirse... aliviado o feliz?, se preguntaba mientras yacía sentado en un sofá con las piernas arriba y una frazada cubriéndolo, pero le costaba asimilarlo, porque ese supuesto alivio venía acompañado por piedras. Pero sí, al fin conocía la principal razón tras el rechazo de David, y tenía sentido... David había cobrado distancia desde aquel día en la playa, cuando conoció a Ricardo. Pero ¿qué hubo en esa escena que le hizo creer una relación? ¡¿Qué?! Había muy poco material para que se hiciera semejante idea, ¡demasiado poco! Además, alcanzaba solo para eso, una «idea», no para una certeza. ¡¿Qué carajos pasaba por la mente de David?!

   Bebía de su tercera taza de café, una pésima combinación con los medicamentos, cuando vio un mensaje de Estefany en la pantalla del celular:

   Contéstame YA MISMO o iré a Chile con un CLAVO Y UN TALADRO, así, bien sanguinaria, no, con una cierraaaa!

   La llamó por celular y habló un rato con ella, soportando en un inicio sus regaños, hasta que la propia Estefy notó que se sentía mal, pues estaba demasiado apagado.

   Benjamín ya le había contado que la novia de Ricardo había regresado a Chile. Su amiga quería indagar más en el chisme, así que aprovechó para desahogarse al respecto, contándole que Ricardo se había olvidado de su existencia: ya no le enviaba un solo mensaje al celular y había desaparecido del gimnasio.

    —¡Bah, el tonto ese! ¿Sabí qué?, es el típico weón que pierde la cabeza cuando aparece la faldita de su mina. Estoy segura que esa weona lo tiene de una correa.

   —Sí —dijo sin ganas.

   —¡Bah, el aweonao chusamure! ¡Pero ya, en el fondo lo sabía! Ese weón tiene una curiosidad pegada en los cocos contigo, y era.

   »¡Pero algo me dice, es que estoy segura, es que lo estoy viendo, que si la mina se le va otra vez, va a andar detrás de ti, así, todo encantador el culiao, y capaz hasta más que antes! ¡Benja, lo estoy viendo! Hazme caso que soy profeta.

    No comprendía del todo la molestia de su amiga, o quizás le costaba correr a la par con ella. Después de todo Ricardo nunca insinuó nada concreto y solo se dedicó a ser un buen amigo. ¿Qué podía recriminarle? Quería hallar algo con qué hacerlo, pero solo encontraba el cadáver de una ilusión estúpida.

   Estefany indagó sobre la curiosidad de Ricardo, pero para él era estar escarbando en una limosna. Benjamín simplemente no tenía las cualidades ni el cuerpo correspondiente para atraer a un hombre así, y ni siquiera se imaginaba compitiendo con una diva creada por un dios griego.

   —¿Y David, Benja? —preguntó preocupada—. ¿Tú creí que no me doy cuenta? De él casi nunca me querí contar nada.

   Bebió otro sorbo de café con los ojos achicados y las ojeras arrugadas.

   —Creo que... no quiere nada serio, o desconfía de mí por alguna razón.

   Un segundo, dos, tres, hasta que Estefany largó un grito y se puso a maldecir.

   —¡¿Desconfiar de ti?! ¡Nah, es un cabro culiaoooo! ¡Es que lo único que quieren es un rato de webeo y era! ¡Argh, es que todos los hombres son iguales!

   —Estefany... —murmuró en un tono rasposo y oscuro. No le agradaba en lo absoluto la frase que a veces utilizaba su amiga.

   —Ay, pero sabemos que tú erí distinto po.

   Exhaló un turbio suspiro. De pronto, tras un rato de silencio, Estefany puso su corazón en la conversación:

   —Amigooo..., anímate, por fa. Ya aparecerá el indicado, no sufras, please.

   »Oye, ¿te recuerdo lo que vales?, ¡eres un gigantesco pedazo de oro, amigo! Erí sabio, de muy, muy buen corazón, caballero, educado, dulce, simpático, de muchos sentimientos. Benja, no te tienes que echar abajo, pucha, así aparezcan puros weones huecos que no saben apreciar. No creas lo que ellos te digan o te hagan sentir. ¡Te lo prohíbo!

   »¡Porque estoy chata de que por culpa de un par de aweonaos sin importancia te sientas poca cosa! Benja, te hablo con toda la sinceridad posible: ¡Tú eres una persona hermosa! ¡Métetelo en la cabeza! —ordenó incluso con fiereza, logrando sorprenderlo—. Te puedo hacer una lista más larga aún con todas las cosas preciosas que tienes, ¡preciosas! Por algo te considero mi mejor amigo, ¡hasta mi hermano! Tú eres capaz de resucitar a alguien solo con tu corazón. ¡Por sobre todo eres un cabro genuino! ¿No dimensionái cuánto vale eso?

   »¡Ah, y erí el menso mino po! —dijo liberando grandes carcajadas—. ¿O no te acordái que me acerqué a ti pensando que tenía una posibilidad?

   Los ojos de Benjamín se aguaron de la nada. Había estado reticente a charlar con su amiga, a comunicarse realmente, pero ahora recordaba por qué la quería tanto y por qué le dolía tenerla tan lejos.

   —Benja... eres demasiado especial, pero tú estás tan convencido de lo contrario, que es como si trasmitieras esa creencia en los demás. Oye, esa wea de que trasmitimos lo que creemos de nosotros mismos, ¡es muy cierta!

   —Gracias... Estefy —agradeció desde las profundidades de su corazón, logrando quebrarla. Allá, en Estados Unidos, Estefany derramó unas contundentes lágrimas.

   —Ánimo no más, mi algodoncito. ¡Y olvídate de los hombres por un rato! ¡Amigo, yo aprendí que el amor no se mendiga! ¡A la chucha con los weones creídos, que por unos cuantos músculos o por ser lo sea que tengan se creen la mensa wea!

   Esa noche Benjamín no durmió sin antes llorar otro poco contra su voluntad. Más allá de David o Ricardo, lo que le agobiaba era cargar con una olla saturada de cosas y sentir sus sistemas deteriorados.

   Al día siguiente, sin embargo, amaneció mejor, con algo que se reinició en él. Esto lo ayudó a asistir a la universidad con más enfoque en su mirada y con las ideas aclarándose poco a poco, aunque lamentablemente no haber estudiado le cobró su consecuencia: cuando tuvo el examen en sus manos no supo responder un par de cosas.

   Se esforzaba por tomar los últimos consejos de su amiga, pero le costaba de sobremanera: el ser humano era necio, lo era aún más él y su corazón. Además, algo empezaba a brillar de regreso, una joya arrastrada por la oscuridad. Nadaba entre la idea de hablar con David una vez más, pero ¿de verdad estaba dispuesto a mandar nuevos mensajes que solo serían ignorados? Aun así, quería aclarar las cosas a pesar de que admitía algo: no le hacía sentir bien que David pensara mal de él, que haya sacado conclusiones sin quiera darle la oportunidad de explicarle algo.

   Mas no fue necesario escribirle nada, porque de pronto el mismo David envió un mensaje. Ver esas letras se asemejó con presenciar un cometa en el momento justo. A pesar de que el mensaje era extremadamente sencillo, levantó una tonelada de suspenso:

   Hola...

   En contra de todo pronóstico... Benjamín sonrió, y le costó borrar la sonrisa que era idéntica a la de una persona regresando a la vida. Batalló preguntándose qué debía responder. Un «hola», concluyó, pero ¿cuántos puntos debía agregarle? ¿Uno, dos, ninguno?

Hola..

   En ese momento no le importó nada más que mantenerse atento a la respuesta de David, pero esta tardaba.... ¡¿Por qué siempre tenía que tardar?!

   Hasta que llegó:

   Ya sé que es un poco tarde... pero no sé si quieres hablar...

   Y así Benjamín se conmovió e iluminó por completo. ¿Hablar? Era exactamente lo que necesitaba.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro