Capítulo 23: Lento pero seguro

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Todo seguía mejorando de una forma... demasiado buena como para su corazón adolorido no cuestionara dos veces la sonrisa que ahora cargaba en los labios.

Después de aquella larga noche de conversación a través del chat, David le volvió a hablar, preguntándole cómo había amanecido, para después seguir restaurando, aunque tampoco de una forma tan acelerada, la fluidez que habían forjado desde la primera cita, adornándola con aquel interés que proyectaba en el entorno y cada letra.

Cuatro días llevaba así, intercambiando ternura y sonrisas que arropaban sus almas y alumbraban sus jornadas.

Benjamín concluía que David era sin duda un chico muy especial, quizás el más especial que había conocido nunca, pues portaba una exótica mezcla entre fuerza y fragilidad, y una hermosa y enigmática laguna interna que había desatado olas solo con la caída de una piedra.

Benjamín repetía en su cabeza lo que había sucedido aquel día en la playa a finales de verano, y volvía a preguntarse qué tipo de perspectiva tenía David como para creer, a base de un par de miradas, que había ocultado una relación amorosa con Ricardo, lo que resultó en una alerta roja demasiado drástica.

¿Este tipo de celos estaba dentro de lo aceptable? No lo sabía, todo resultaba en una burbuja de confusión cada vez que lo analizaba, quizás porque no tenía experiencia con los chicos celosos.

¿O tal vez sí?

Caminaba por la vereda con una sonrisa radiante tras leer el mensaje de David «¿Hablamos lueguito? Es que tengo que entrenar 👉👈». Mas al toparse con un gimnasio, el recuerdo de Ricardo se encendió súbitamente en su mente. Pero en esta ocasión no hubo un añoro ni dolor, solo viajó hacia todo lo que había vivido con el fabuloso chico de rulos, situaciones que habían tenido un ligero sabor a cuento de hada. Mas la bonita e intensa conexión finalmente se había desvestido, revelando que Ricardo era un amigo muy increíble que el destino había querido regalarle.

¿Debía, aun así, alejarse de él para salvaguardar su relación con David? ¿Era realmente lo correcto?

Mientras pensaba en esto, David le escribió otro mensaje:

Benja...?

¡Sí, por supuesto que sí...! hablamos lueguito 😊😊

David le respondió con un sticker que le arrancó un gritillo, obligándolo a cubrirse los labios con fascinación y enternecimiento. Consistía en un boxeador chibi con sonrisa iluminada mientras decía: «ok», pareciendo condensar toda la dulzura del mundo.

Con estos detalles tan bonitos, los pensamientos se despejaban aún más y el deseo de relacionarse con David se alzaba en los reinos de su corazón. Con él, solo con él debería estar. ¡Podía empezar a... verlo!

Sin embargo, sombras persistían en acechar su alegría. ¿Por qué? Quizás porque, por un lado, aún no tenía confirmación alguna indicándole que David sí deseaba tener algo serio. Pero ¿realmente debía angustiarse tanto por ello? Sí, por supuesto, le aterraba volver a escalar la montaña de ilusiones y caer desde alturas mucho más altas, pero tampoco debía ser tan negativo...

¿Qué era este remolino de voces sordas buscando todas las vías para derribarlo?

—¡Mi niño!, ¿oramos un ratito? —Le preguntó Esperanza minutos después de que arribara a su casa.

Benjamín soportó una vez más ese pavor atenazando sus entrañas, pero aun así no se atrevió a negar la solicitud de su amada abuela. ¿Cómo podría lastimar esos ojos que solo anhelaban plantar semillas de bien y amor en su vida?

Tomaron asiento en el sofá, unieron sus manos y ella inició la oración, rindiendo gracias por las bendiciones recibidas. Luego imploró al Señor por el bienestar del abuelo y la familia, mencionando a todos los que la conformaban: Camila, Rafael, Romina, Joselyn, Catalina, Carla, Rodolfo, Benjamín.

Cuando al fin terminó, comenzó a pedir repentinamente por una pareja idónea para él. Benjamín tuvo la bulliciosa necesidad de esconderse entre las rodillas y dejar de respirar mientras cerraba los ojos y esperaba que un juez celestial pasara por un lado sin detectarlo, juez acompañado por un ejército de ángeles que buscaba homosexuales para patearlos hacia el lugar donde pertenecían: el infierno.

—Te pido, Señor, que sea una mujer con el carácter correcto, disciplinada, femenina, una hija tuya, y que en su corazón habite el amor y la bondad. Una mujer que pueda caminar junto a tu hijo, ayudándolo a ir por donde corresponde, por el camino de la santidad...

Al cerrar la oración, Benjamín volvió a sentir ese ácido gélido y rasposo circulando bajo las delgadas capas de sus venas. Se veía a sí mismo como algo deforme y asquerosamente falso, un animal que ni siquiera conocía su propia identidad disfrazándose de oveja en un rebaño de inocentes.

—Pucha, es que... sabes que en la uni no he encontrado a nadie muy... ideal —explicó sentado en la mesa de la cocina junto a su abuela—. Es que las mujeres andan cada vez más pesadas y exigentes, como que no saben ni lo que quieren.

—Me lo imagino. —Suspiró ella mientras tomaba agua de la tetera recién hervida para servirla en las dos tazas de té—. Y más con esta tontería del feminismo. Yo he sentido tan fuerte que no es más que un diseño de las tinieblas para causar desunión entre el hombre y la mujer, para justificar el odio y usar a las niñas para cuanta cosa horrible.

»Ay, mi Dios, yo solo pido que tengas misericordia de todos nosotros. —Negó con la cabeza, afligida.

Al tomar asiento, ya con el té servido y con una rodaja de pan untada de palta en su mano, Esperanza sonrió con amor, pero depositando, a través de su mirada, un anhelo en el corazón poco acorazado de su nieto.

—Pero yo estoy segura que encontrarás esa mujer en una buena congregación. ¿Por qué no me quieres acompañar a mi iglesia? Ahora nos reunimos los sábados en las tardes.

—Mamita... ya sabes. —Bajó los ojos, clamando por su espacio personal.

—Tienes que olvidar las cosas malas del pasado, mi niño, y darle otra oportunidad a la iglesia —aconsejó cerrando las manos con decisión—. Recuerda que vamos por Dios, no por las personas. Y bueno, todos cometemos errores, eso es cierto, pero hay que saber perdonar, es la única forma de avanzar en esta vida.

Benjamín agradecía cuando la abuela terminaba comprendiendo que debía cesar sus insistencias, sin embargo, dejaba una huella que se iba acumulando día a día en él, un lodo en el alma.

Benjamín, además, podía percibir una presión silenciosa cual espada apuntando hacia la espalda de un marinero, amenazándolo con lanzarle por la borda si no se integraba a las reglas del barco.

De una forma muy extraña, su familia no quería que nadie estuviese soltero, como si la soltería fuese algo poco agradable ante los ojos de Dios, casi un pecado que atentaba con lo que él deseaba de un hombre y una mujer. Todos alrededor de Benjamín tenían pareja, incluso su prima de diecisiete años, Carla, ostentaba una relación con un cristiano que había conocido en la misma iglesia donde asistía Esperanza, aunque ambos esperaban crecer y terminar sus estudios antes de concretar algo más real, absteniéndose de fornicar hasta concretar el sagrado matrimonio.

¿Y qué había de Benjamín? Hasta el momento no había presentado una sola pareja más allá de un par de amigas con las que nunca concretó nada, como Estefany, que había demostrado interés en él en un principio. Esperanza estaba realmente preocupada, debatiéndose, buscando las razones detrás de este problema, creyendo que la fuente se hallaba en la depresión que ocultaba su nieto junto a la mala imagen que le había generado Yolanda respecto a las mujeres.

¿Cuándo se sanaría de estas viejas llagas? Sin un matrimonio, estaba incapacitado de conocer la bendición que conllevaba la relación entre Cristo y la iglesia. Sin él, no podría tener hijos ni misionar la palabra de Dios junto a una compañera.

Insistió en hacerle entender estas verdades, sin darse cuenta que regaba una siembra de espinas. Benjamín se marchó hacia la universidad sintiendo por milésima vez que era el fallado de la familia, el irregular, el que no entraría en los cielos a menos que se arrepintiera de su condición y la arreglara a la fuerza.

Lamentablemente había intentado un millar de veces corregir su orientación y siempre había fallado. Ahora solo le esperaba otro fracaso en este laberinto que se perdía en la infinita oscuridad del horizonte.

Benjamín continuaba hablando con David, soportando el desesperante anhelo de reencontrarse con él en persona, especialmente ahora que necesitaba abrazarlo y sentir que el amor a través de su contacto y piel no era un veneno, sino, más bien, su fuerza para continuar, un amor tan genuino como el que cualquier ser humano podía entregar, donde también podía pertenecer.

Pero David aún mantenía una barrera.

Sin embargo, soltaba preguntas con las que indicaba estar evaluando para que pudiese traspasarla, buscando saber lo que pensaba de esto y lo otro, del futuro, de los bienes que necesitaba una pareja para sentirse más o menos contenta (vehículos, inmuebles, cositas de entretenimiento y hasta perros), del trabajo y del boxeo —sí, una vez más quería saber lo que opinaba de su deporte favorito—.

Benjamín ya estaba totalmente seguro de algo: David escondía demasiados miedos, incluso colosales, por lo que, con una paciencia angelical, se dedicó a escribirle largos testamentos para demostrarle sus buenos sentimientos y contrarrestar sus inseguridades.

Y tuvo éxito, ya que David volvió a soltarse más. Aunque aún no revelara grandes datos, le contó que le encantaba todo lo relacionado con las consolas de videojuegos, y sabía mucho sobre tarjetas gráficas, también dijo que le gustaban los perros, pero tampoco los consideraba impredecibles.

Una noche, donde volvieron a hablar de manera interminable, David insistió saber algo que siempre rondaba por su mente.

¿Pero entonces sí cantas?

Algo...

¿Algo? ¿Qué significa ese algo?

En ocasiones, Benjamín entregaba respuestas relativamente ambiguas, esta era una de ellas. Tenía una especie de traba cuando su pasión enterrada por la música salía a flote gracias a David, cuya curiosidad al respecto solo se avivaba.

Pero entonces Benjamín confesó:

Es que soy... muy inseguro al respecto.

Canto, pero me pongo muy nervioso cuando alguien me escucha, y es peor cuando hay muchas personas.

David se llevó una gran sorpresa.

Ohhhh... ya entiendo.

Pero no sabía qué decir para darle seguridad a otra persona, menos cuando se trataba de un área que desconocía.

¿Pero sí te gusta cantar y todo eso?

Benjamín tardó en contestar, ya que un dolor empapó sus ojos, una tragedia pasada quebrando las ventanas de su alma.

Sí, algo...

Ohm...

En ese mismo momento, antes de continuar con el tema de conversación, recibió un mensaje de Ricardo:

¡¿Qué onda, Benjaaaaaaaaa?! ¿Cómo has estado, hombre?

Disculpa por estar tan ausente u.u

Es que, bueno, ya sabes...

Pero no es mi intención dejarte abandonadito, eh.

Supe que casi ya no has ido al gym, ¿pasa algo? ¿Todo va bien?

Benjamín solo se quedó contemplando que carecía de importancia, hojas otoñales de un árbol que deslumbró con su antiguo verdor. Y no respondió, simplemente continuó hablando con David quien, indagando en la forma de mejorar la charla, se puso a hablar una vez más de su pasión por el boxeo, lo que valía cada segundo.

Benjamín lo halagó al respecto y admitió lo lindo que se veía boxeando. Invoco así una atmósfera romántica sin querer, algo que le avivó una inquietud ya previa, por lo que nació un impulso incontrolable y le preguntó a David si tenía una oportunidad con él. Al leer el mensaje, no podía creer que lo había enviado.

Al principio, David respondió con un emoji:

😳

Después dijo:

Pues sí, Benja, o sea, ¿yo creo se nota que sí, no?

Benjamín ahogó un grito, se puso de pie desde su cama y comenzó a dar vueltas a través de su departamento a toda velocidad, hasta que David empezó a aclarar:

Ahora... para algo serio, serio, pos... no sé.

A ver... osea, no mentí cuando te dije que no era algo que buscaba.

Pero pos...

Ahora tampoco digo que no, porque pues... nos hemos conocido mucho más, y de verdad eres una persona tan... re linda. Cualquiera con dos ojos quisiera estar con alguien así.

Allá, en la oscuridad secreta de su habitación, los dedos de David se enredaron sobre la pantalla de celular, por lo que tuvo que cerrar los ojos un momento antes de volver a escribir, ahora con un corazón más apretado:

Benja...

Sé que te lo he dicho un montón de veces, pero por favor... tomemos las cosas con calmita, sí? Tú ya sabes que soy demasiado lento, que me tomo quizás demasiado tiempo para las cosas.

No lo sé, quizás por miedo a ir rápido y dejar una cagada.

No sé si me entiendes.

Pero eso no significa que te esté rechazando.

Después de controlar el enjambre de mariposas revoloteando por su ser, Benjamín respondió:

Sí, lo entiendo.

Y no te preocupes, yo respeto tu ritmo y siempre lo haré.

Y me parece muy bien, todo a su tiempo.

Pero ahora bien... ¿me permites aclararte algo?

David se puso rígido de inmediato.

Sí, obvio.

Solo decirte que, confesarte... que me encanta como eres, todo lo que eres. Y también quiero aclarar que no me importa en qué trabajas (disculpa, sé que encuentras un poco fome ese tema).

Quiero que sepas que yo no busco a alguien con un súper puesto o algo así, que me dé comodidades o esas cosas que en serio considero que son hasta tonterías, yo solo busco a alguien... que quiera estar a mi lado, que nos podamos entender, querer, que solo nos sintamos bien mutuamente.

Y no considero que una persona valga menos por tener un trabajo algo más humilde. Lo único importante es cómo enfrentamos la vida, nada más.

Tú eres una persona muy valiosa, David, y un trabajo o estudios no determinan ese valor.

Eres alguien muy especial para mí, y te lo digo con todo, todo mi corazón. Y solo quiero demostrártelo de a poquito, a tu ritmo.

Además... te imagino súper lindo de guardia.

David no supo cómo responder, aún necesitaba acomodarse ante una persona que se expresaba como Benjamín, no obstante, algo sí era cierto: esa vibración recorriendo bajo su garganta, su pecho y estómago, como si resucitara pedazos de alma que se habían enterrado en el olvido. Sollozó de forma silenciosa.

¿David...?

Nada, sry, es que estaba releyendo los mensajes.

Gracias, Benja.

¿Gracias...?

Sí, es que... te expresas re bonito, y pos, como sabes, ¿a veces me dejas sin palabras?

De un momento a otro se pusieron a hablar de expresiones y formas de escribir, con David reconociendo que sentía a su compañero muy intelectual, ¿un principito sabio? Sonrieron, Benjamín nervioso y avergonzado, pero haciendo sentir que las confesiones solo salpicaban flores en la relación, así David contó que a veces se sentía un poco «chiquito» al lado de él, y que sí, se esforzaba un «poco» por escribir mejor, ya que era primera vez que conocía a un chico con ortografía tan perfecta, y no quería que pensara mal de él por no cuidar sus palabras.

Benjamín se retiró a dormir abrazando el celular contra su pecho mientras miraba el techo como si pudiera perderse en la belleza de una galaxia imaginaria.

Cuando estuvo a punto de caer dormido, sin embargo, recordó a Ricardo y, al no tener aún claro si debía rechazar su amistad, respondió sus mensajes con amabilidad, aunque con menor cercanía.

Hola, ¡todo bien!, ¿y tú? ^^

No te preocupes, es algo que se entiende perfectamente C:

La verdad es que he estado demasiado ocupado en la uni.

Ricardo le envió más mensajes, pero él no los tomó muy en cuenta.

Ya en la mañana siguiente inició uno de los días más hermosos en la vida de Benjamín, ya que David le dijo:

Pos... ando en el terminal, ¿por si quieres venir a verme?

Apenas terminó una clase en la universidad, Benjamín se echó a correr al colectivo más próximo para que lo dejara en el terminal de buses.

Allí halló a David. Y tal encuentro tuvo una sensación de primera vez.

El terminal de buses, aunque humilde, era una infraestructura compuesta por un toque artesanal cuyo techo yacía bañado con el color de un cuero envejecido, matizando con los cielos celestes o aquellos grisáceos que solían gobernar en la ciudad de La Serena. David estaba custodiando la entrada, echado a un lado de los transeúntes que salían y entraban en un interminable ciclo de presura.

Algo en Benjamín pareció derramarse con solo verlo, como si se deslizara a través de una corriente de agua fresca hacia un manantial de rejuvenecimiento. David, con su uniforme de guardia, donde el negro se fundía con el azul oscuro, se erguía como un protector que mantenía a raya hasta el mismísimo mal, mientras afirmaba esa masculinidad que acicalaba suavemente su esencia. Su rostro, compuesto por rasgos finamente cincelados, algo aún más notorio en su nariz, seguía hipnotizando al jugar con una virilidad que se definía en su mandíbula trabajada y con aquella expresión que desafiaba la derrota. Sus ojos, apenas velados por un destello de vulnerabilidad, eran dos portales invitando a un océano de enigmas, donde cada ola guardaba un misterio sin resolver y cada reflejo pintaba un espectáculo de tonalidades, revelando la profundidad inagotable de su alma.

Sin embargo, cuando notó la presencia de Benjamín, su nerviosismo y emoción se dispararon por partes iguales, llenando rápidamente su rostro con sudor, como si se preparara para un momento casi definitivo.

Benjamín se acercó como si fuera el amor personificado que estuvo esperando al otro lado de la línea, hasta que el tren pasó y se le permitió acercarse. David, no obstante, era irracional y siempre tenía una voz asegurándole que lo estaban engañando o que se burlaban de él.

Pero... la alegría y timidez de Benjamín eran tan reales que por poco se podía ver la vida que afloraba de su corazón, un resplandor que forjaba una nueva conexión con él.

—Hola —saludó David, sonando algo ronco.

—¡Hola! —La sonrisa de Benjamín se amplió antes de que sus labios fuesen sellados y escondidos dentro de su boca.

Hablaron solo con la mirada, con la inseguridad de David latente, hasta que Benjamín la fue derrotando, y entonces la emoción del reencuentro brilló entre ambos. David sonrió al igual que un bobo que perdía el control.

—¿Vienes de la uni?

—Sí.

—¿Y todo bien?

—Sí, todo bien. ¿Y tú, cómo va todo aquí? ¿Te sientes bien?

—Pos... aquí —dijo reacomodando su postura—, algo cansado, es un poco aburrido estar de pie.

—Entiendo.

Callaron unos segundos mientras la fascinación interna de Benjamín se hacía cada vez más obvia. David, por su parte, no sabía ni qué decir. ¿Qué le sucedía? Ni que fuera primera vez que veía a Benjamín.

—Te ves... —empezó—, bonito, digo, ¿tierno con mochila? —comentó mirando la mochila azulada que cargaba en la espalda, lo que ayudaba a evocar la imagen de un escolar en una edad tierna pero ideal para ser disfrutada, sin el riesgo de romper leyes e irse preso.

—¿S-sí? —preguntó mientras acariciaba las tiras sobre sus hombros.

—Sí —afirmó ocultando la mirada a la vez que un ligero sonrojo cruzaba por sus mejillas. Benjamín tuvo un Déjà vu que lo llevó a aquel primer día en el restaurante, mientras David soltaba un halago y se escondía esperando una respuesta positiva.

—Sí, bueno —respondió con torpeza, luego observó a David y otra ola de encanto desbordante casi lo arrancó de las costas de la prudencia. Se hacía notar en su sonrisa irregular, casi inflada, la emoción huyendo de cada rincón de su rostro.

David comenzó a sentirse contagiado, una risa interna nacía atolondrada, como si Benjamín inyectara en él sentimientos confortantes, un abrazo de aceptación, de anhelo, excitando una vena romántica.

—Cuando termine aquí... ¿salimos a algún lado? ¿Te-te tinca?

—¡Sí-sí!, claro.

Ese día, Benjamín supo que había iniciado una fase muy distinta en su relación con David, una con un toque más real que la anterior.

¿Importaba que David ocultara cosas? En ese momento no, no en lo absoluto.

Benjamín solo sintió que este era el camino por el que debía continuar, sorteando entre todo tipo de estorbos o espectros abrazando sus pies.

En ese atardecer, tuvo una cita muy especial. Él y David caminaron por las calles como viejos amigos, mientras él le preguntaba por el funcionamiento del terminal de buses y su trabajo. Al concluir, David lo guio a un parque para que tomaran asiento sobre el verdor de la naturaleza, donde volvieron a mirarse, ahora con mayor cercanía. Benjamín era quien más deseaba decir cosas, como confesar lo feliz que estaba por volver a verlo, pero ambos solo hablaron de cosas banales hasta que David, sintiendo su ansiedad casi como si pudiera tocarla, y un extraño anhelo de llorar o quebrantarse por parte de su compañero, le dijo, entendiendo que lo había hecho sufrir:

—Vamos lentito, ¿sí?

»¿Tenme... paciencia? Un poquito.

Benjamín tenía el cabello algo más largo, un cabello castaño ligeramente oscuro cuyas mechas tiernas estaban cayendo sobre su frente. David removió una de ellas, se acercó otro poco, y le preguntó:

—¿Te tinca si nos damos un abracito? ¿O te da vergüenza? —preguntó esto último mirando a las personas que circulaban.

—¿En serio?

Asintió, entonces Benjamín se acercó con mucho más anhelo que miedo. David lo fue acomodando para apapucharlo, sentándolo delante de él, abrazándolo por la espalda, dejando su cabeza cerca de su cuello para poder rodearlo con protección, amparo, anhelo, indicándole que sí había una relación, aunque por el momento, por varias razones, aún informal.

Felicidad, solo fue un momento de felicidad, especialmente para Benjamín, quien, con una lágrima en el rostro, sentía que había hallado regazo en una estrella dentro de la infinita oscuridad del universo.

Ambos, por algún motivo, deseaban llorar, pero era un sostén mutuo lo que creaban en ese momento, un puente. David sacudió la cabeza, reprendiendo un tormento, y le entregó un besito a Benjamín cerca de la mejilla. Los ojos de Benjamín se cristalizaron antes de acercar una mano a su rostro.

David percibía los dolores que le había provocado, así que lo abrazaba un poco más fuerte, solicitando una disculpa indecible, mientras, de la misma forma, buscaba hacerle entender que lo estaba liberando de algo extremadamente turbio, de lobos, y llevándolo a recordar y confirmar que el romance sí tenía otro rostro, más allá del sexo vacío, llevándolo a ser mejor persona.

«Si supieras, Benjamín, si supieras...»

Dos días después, Benjamín abandonó oficialmente el gimnasio, despidiéndose como si dejara que una flor despojara sus pétalos y se llevara una historia a través del viento.

Sin embargo, Ricardo, al comprobar su distanciamiento, reaccionaría de golpe, desarrollando un plan para reconquistar su amistad e incluso atención.

Sin saber, por supuesto, cuánto, pero cuánto se arrepentiría por meter sus manos donde no debió.

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