Capítulo 4: Vínculos en la travesía

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    Una revolución se contenía en lo más profundo de Benjamín, como luciérnagas fugándose de sus capullos secretos para danzar en una noche que había olvidado los destellos de la vida.

    Inicialmente, cuando estuvo atrapado bajo los escombros del restaurante junto a Ricardo, se sintió extraño y fuera de lugar, convencido de que la situación era otro desagravio que el universo había decidido lanzarle encima. Pero ahora se encontraba fascinado, incapaz de creer que hubiera conocido a un chico tan increíble en circunstancias tan locas.

    Recordaba cada palabra de su conversación con él, cada sonrisa evocada, y quedaba asombrado ante la fluidez que había brotado, un río abriéndose hacia un campo oculto, como si ambos hubieran descubierto una conexión que estuvo atrapada bajo capas de prejuicios, reticencias y malentendidos. No comprendía cómo se habían entendido en más de un lenguaje.

    Su corazón parecía latir con un entusiasmo diferente, único, como si hubiera encontrado un fragmento perdido de sí mismo.

    Pero por otro lado Benjamín también estaba desesperado: llevaba dos días sin luz ni agua en su departamento. El terremoto había causado daños serios en los suministros básicos de toda la ciudad. Le costaba mucho pasar el tiempo sin poder investigar en internet. Ahora, más que nunca, deseaba descubrir varias cosas, pero su celular se había descargado.

    Cuando llegó la noche logró convencer al portero del condominio para que le cargara el celular usando la energía de un compresor de emergencia que se utilizaba para mantener los servicios esenciales del edificio. Corrió a su habitación con el celular en mano y se puso al día con los mensajes recibidos, también encontró varias llamadas perdidas. Sus dedos toquetearon la pantalla con una velocidad desesperante hasta que la llamada entró y pudo contactar con su mejor amiga: Estefany.

    —¡Benja, te llamé un millón chorrocientas veces apenas supe que hubo un terremoto en Chile! —respondió ella—. ¡¿Estás bien?!

    —¡Estefy...! —Benjamín no lo tenía previsto, había pensado que hablaría con felicidad, pero al escuchar a su amiga su voz se quebrantó en un hilo delgado de desconsuelo. Las lágrimas no tardaron en asomarse—. Estefy...

    —¿Benja? ¿Qué onda? —preguntó desconociendo a su amigo. Sabía que Benjamín era un roble la mayor parte del tiempo—. ¿Estás llorando?

    Se preocupó demasiado: su amigo hablaba entre lágrimas solo cuando realmente estaba destrozado, cuando no daba más, porque él aguantaba y aguantaba bajo una muralla de dureza y aparente frialdad que ella conocía muy bien.

    Solo hubo un tiempo en el que lo escuchó de este modo, después de esa etapa Benjamín sufrió una especie de transformación... dolorosa.

    —¡Estefy...! —Un sollozo escapó de la garganta de Benjamín antes de que pudiera controlarlo.

    —Ay, Benja. ¿Qué pasó? ¡No me digas que se murió alguien! —En su habitación, a miles de kilómetros de Chile, Estefany se sentó pálida sobre su cama.

    Benjamín seguía llorando sin entender del todo la razón. Algo se había roto y no había dimensionado la herida hasta ahora. Una parte de él había asumido que nunca más escucharía a su amiga y era difícil asimilar el reencuentro. Una culpa también gritaba, incapaz de soportar hablar con Estefany después de que estuvo a punto de lanzarse por un puente.

    No podía creerlo. No podía entenderlo. No podía perdonarse.

    Había hablado tantas veces con su amiga, apoyándola una y otra vez para que saliera adelante. Ella halagó muchas veces su perseverancia y su manera de hacerse tan maduro. Él era su admiración, pero Benjamín estuvo a punto de irse de este mundo con esa admiración sin siquiera dejarle alguna nota de despedida.

    «¿Qué mierda pasó conmigo?», se cuestionó con los ojos cerrados, tumbado de frente contra la cama. La oscuridad había proclamado sus pensamientos, no permitiéndole ver nada más que el camino supuestamente apacible de la muerte. Demonios se congregaron, burlándose, incitándolo a ver una sola cosa de Estefany: su último mensaje de despedida antes de irse del país. Le aseguraron que era una tragedia más en su lista. Pero ahora, con los ojos aclarados, podía ver que era un suceso comprensible, doloroso, sí, pero quizás insuficiente para matarlo. 

    —Benja, por favor, respóndeme —rogó agobiada—. ¿Le pasó algo a alguien? ¿Tus abuelos..., tu papá?

    No fue capaz de responderle, pues estaba concluyendo que necesitaba analizarse mejor su propia mente.

    —¡BENJA! —Estefany gritó a decibeles impresionantes, porque, si algo destacaba a esta chica, era ese vozarrón que podía viajar por el mundo despertando a todos los muertos.

    Benjamín recordó lo controversial que era esta mujer, ya que tenía una voz de princesa, pero había momentos en los que su delicadeza femenina era extremadamente cuestionable, transformándose en una foca esquizofrénica.

    —¡No, no, ellos están bien! —respondió sobresaltado—. Además, sabes que mi papá da lo mismo a estas alturas.

    —Ay, por la chucha, ¡¿entonces?!

    —Solo te... eché de menos —dijo, sus palabras fluyeron en un río de confesión genuina.

    —What? —respondió su amiga, incrédula—. Ay, Benja. ¿Es en serio?

    —¿Tan frío me crees o cómo? —respondió con la voz dolida—. ¿Por qué todos piensan que soy tan frío? Contigo no lo soy tanto, ¿o sí?

    Estefany estaba sin palabras.

    —No es eso, es que hace mucho no te escuchaba llorar así —respondió conmovida—. Ay, Benja, yo sé perfectamente que en el fondo eres una esponjita muy, muy suavecita.

     —Tampoco es para tanto —refunfuñó mientras se sentaba en la cama—. Cállate.

    —¡Eres un algodoncito de azúcar, mucha azúcar y amor!

    —Ya, calla —protestó—. No es así, no exageres otra vez.

    —Oh, pero el señor se hizo fuertote. —Rio—. Ay, Benja, al menos suéltate conmigo. Tu secreto está salvo; no le diré a nadie que eres un pan de Dios, un pequeñín amoroso disfrazado de frío soldado.

    —No entiendo cómo te pude extrañar —murmuró.

    —¡Yo también te he echado de menos, Benjaaaaa! —gritó a todo dar, obligando a Benjamín a articular una mueca de disgusto y dolor y a separar el celular de su oído—. ¡Ay, no sabes cuánto, Dios mío! ¡Aquí todo es diferente, todo, te juro que todo! Extraño tanto salir contigo a la playa de La Serena y hacerte rabiar.

    Benjamín gruñó recordando todas esas rabietas que pasó junto a su amiga mientras ella llamaba la atención con sus carcajadas tan poco refinadas y él no hallaba cómo esconderla del mundo.

    —¡Deberías estar sufriendo aquí conmigo, Benja! —reclamó—. ¡Todo cuesta un huevo! ¡No tengo plata ni para comprarme un chocolatito! Se me va el sueldo en una maldita coca cola. Hazte responsable y acompáñame en mi situación de pobreza extrema.

    »¡Y el clima cambia a cada rato! Es más bipolar que yo, ¡imagínate! Salgo desabrigada y al rato al universo se le antoja desatar una lluvia en mi cabeza. ¿Sabes cuántas veces he llegado a la casa despelucada? ¡El viento enloquece sin avisarme!

    —Bueno, no todo podía ser perfecto —comentó con un toque de madurez en su voz—. Estás cumpliendo el sueño americano, ¿no?

    —¡Qué sueño americano ni que nada! ¡Viva Chile, mierda! ¡Abajo Estados Unidos!

    —Pero ¿qué te pasa? —Sonrió perplejo.

    —Hasta la gente es aburrida, todos tienen un humor del orto. ¡No se ríen con nada!

    —Bueno, si yo estuviera allá no te podría ayudar mucho, entonces, soy muy aburrido —comentó apenado, mirando hacia sus zapatos.

    —¡Ay, sí, claro! —contestó su amiga—. Tú te haces el aburrido, que es muy distinto. Contigo puedo hablar hasta que se me acabe la saliva, además, tus rabietas son más divertidas que una película de drama coreano.

    —¿Sabes?, me están dando ganas de cortarte el teléfono.

    —¡Nooooo! Ay, Benja, ven y acompáñame, me siento re sola sin ti.

    Una saeta traspasó el corazón de Benjamín, llevándolo a recordar algo que había compartido demasiadas veces con Estefany: 

    Soledad.

    Se conocieron lentamente mientras estudiaban licenciatura en música en la Universidad de La Serena. Ninguno de los dos lograba entablar amistad con otros compañeros, hasta que ella se acercó a él, aunque inicialmente por un interés romántico, y encantada por algo especial que Benjamín trasmitía con su mirada:

    No la juzgaba por lo que ella sufría.

    Estefany había nacido con una pierna más larga que la otra. Con el tiempo las articulaciones de la pierna que soportaba mayor peso sufrieron desgastes. Esto la llevó a usar muletas, lo cual la hizo sentirse muy acomplejada. Su padecer la llevó a periodos de angustia y ansiedad, donde aumentó de peso por comer sin control. Sumándole a eso su incapacidad para hacer muchos ejercicios, es que ha tenido que enfrentar muchas luchas.

    En el fondo su amiga era muy risueña porque era una manera de sobrellevar su tristeza, de protegerse de los estados depresivos que pudiesen destruirla.

    A pesar de todo tenía un rostro precioso, con pestañas tan largas que parecían un abanico de belleza. Sus ojos eran grandes y rasgados, semejantes a los de una muñeca. Los chicos se entusiasmaban al ver sus fotos, sin embargo, se decepcionaban al conocerla en persona, encontrándose con su gordura, baja estatura y postura chueca, como si no pudiera pararse correctamente.

    Benjamín no podía negarlo: en un inicio tuvo compasión de ella, porque además la vio muchas veces intentando socializar, pero las chicas se incomodaban con ella por considerarla muy exagerada, como si la chica se sintiera obligada a hacer piruetas sociales para conseguir algo de afecto. A pesar de todo tuvo que ser claro con Estefany: le dijo que era homosexual y que no debía hacerse ilusiones con él. Estefany pensó que era una excusa para alejarla y se sintió muy herida, creyendo que era otro chico más rechazándola por su condición. Benjamín no era un macho sudando testosteronas, pero tampoco era afeminado; tenía apenas un toque de fineza sutil y enigmático. No podía creer que fuese gay, hasta que él se lo demostró de una forma que la marcó por siempre, como si le hubiera decodificado el significado del amor diferente en una sola escena.

    Con el paso de los días Estefany se sintió muy cómoda con su orientación sexual, y se convirtieron en amigos inseparables, hasta vivieron juntos un tiempo. Mantuvieron el contacto incluso cuando Benjamín tuvo que abandonar la carrera de música en contra de su voluntad. Juntos formaron una conexión increíble. Formaban un equilibrio mutuo con sus personalidades, porque a Estefany le hacía falta sujetar sus ánimos y a Benjamín chispa. Estefany encontraba en su amigo una persona auténtica. Aunque él a veces intentaba ocultar su lado sensible, era hábil para hablar de sentimientos y de buenos gustos en todos los aspectos de la vida, incluyendo la moda.

    Estefany también se había fascinado porque por primera vez podía hablar abiertamente de hombres con otro chico, los dos soñando con el sujeto ideal. 

    —Sabes muy bien cuánto me gustaría estar allá —comentó Benjamín en un flujo de ilusiones rotas, mientras su mirada se perdía en la ventana de su cuarto.

    —Lo sé —contestó sintiéndose triste por él, recordando los sueños frustrados de su amigo, tantos objetivos que tenía con la vida.

    —Pero ¿cómo te ha ido con Ethan? ¿Sí resultó ser un buen jefe?

    —Por el momento me tiene atendiendo tareas más que otra cosa. —Suspiró decepcionada—. Hasta he tenido que ir a buscarle a los niños a la escuela.

    —¿Qué? ¿Me estái leseando? —preguntó enrabiándose.

    —No, pero no ha sido tan malo —corrigió apresurada—. Sus niños son un amor. Y bueno, gracias a ellos he podido compartir en la casa de Ethan y con su mujer, ahí he podido meterle un poco de conversación. Le gustan mis ideas de proyección digital y eso me da muchas esperanzas.

    A través del silencio Estefany supo que Benjamín no le gustaba que Ethan, ese productor musical de tanto renombre, aquel que la llenó con sueños americanos y con un futuro puesto en su casa productora en California, la estuviera utilizando para recados que ni siquiera se asomaban al trabajo verdadero.

    —Oye —Estefany soltó una breve y pobre carcajada—, recuerda que literalmente soy una asistente.

    —Sí, pero...

    —¡Además, cuando entro a esa casa tengo la oportunidad de ver al papasote de Lucas! ¡Ay, Benja, el hermano menor de Ethan es un dios hecho carne! Tiene unos ojos azules maravillosos, ¡son joyas! ¡Y tiene un cuerpazo y una voz tan varonil! ¡Se ejercita todos los días y se le resaltan las venas, pero tampoco exagera y eso es lo mejor! Huy, Benja, ¡es un mino, te lo juro!

    —Ah, ¿sí? —Sonrió divertido, pero negando con la cabeza.

    —Ja, es que si estuvieras acá lo comprenderías. ¡Con la sola mirada te deja sin ropa, te baja todo, bragas incluidas!

    —Yo no uso bragas, uso bóxers —aclaró con énfasis.

    —¡Qué importa! Espérate no más a que te lo presente un día. ¡Apenas te mire te quitará todo y te dejará en cuatro patas!

    —¡Oye! —reclamó, intentando retener una risotada. Sus manos acariciaban las cortinas del cuarto.

    —Le saqué una foto. ¿Quieres verla? —preguntó picarona.

    —¡¿Cómo así que le sacaste una foto?! ¡¿Tan acosadora te volviste?!

    Entre risas Estefany le contó que era una imagen suculenta pero de lo más normal, donde Lucas había pedido salir en una foto con sus dos sobrinos. Se veía con una camisa pegada al cuerpo. Benjamín debería aprovechar para deleitar la vista.

    El chico sintió la tentación, pero al final desistió.

    —Pero bueno, al final el tonto tiene novia y se va a casar —se quejó Estefany.

    Benjamín recordó abruptamente a Ricardo.

    —Sí, los mejores tipos siempre están ennoviados o casados —maldijo.

    —Puta vida.

    Guardaron silencio unos segundos.

    —Estefy..., te quería contar algo —empezó, la revolución de emociones regresó a él, devolviéndole un brillo de vida a sus ojos y una sonrisa. Ricardo alumbraba sus pensamientos.

    —Sí, ¿qué pasó?

    —Es que... conocí a alguien.

    Un segundo, dos, tres hasta que Estefany liberó un grito escandaloso.

    —¡¿Qué?! ¡Cuéntamelo todo y exagera!

    Benjamín empezó a contarle cada detalle de su encuentro con Ricardo, mientras se movía de allá para acá como si fuese una manera de apaciguar ese entusiasmo que estaba creciendo minuto a minuto. Describió su sonrisa encantadora, sus rizos rebeldes y esa mirada que parecía penetrar el alma sin juzgarla. Estefany estaba sin palabras hasta que enloqueció, no pudiendo concebir que su amigo se haya cruzado con un hombre de alto lujo en circunstancias irreales. Benjamín tuvo que jurarle varias veces que todo era cierto.

    —¡¿Entonces ya conseguiste a tu papacito musculoso?! ¡Ay, me tienes que mandar fotos de tu cabeza hundiéndose en sus pectorales! Tiene buenos pectorales, ¿no?

    —¡No te adelantes tanto! —Rio nervioso.

    Estefany estaba que moría, gritaba como algo propio de su personalidad exagerada, saltaba imaginando situaciones románticas que estaban lejos de la realidad. Benjamín tuvo que informarle que Ricardo no era un homosexual masculino y protector, sino un chico heterosexual y así como el hermano de Ethan estaba ennoviado y a punto de casarse.

    El entusiasmo de Estefany se desplomó y su mente volvió a una normalidad más humana.

    —¿Entonces qué procede, Benja? ¿Qué harás? —preguntó curiosa por el interés que proyectaba su amigo, mientras se la escuchaba lamer un chupete.

    —No lo sé..., ando pensando.

    —Pero tú no te metes con nadie que esté comprometido —le recordó. Le desconcertaba que pudiese pensar en romper una ley que jamás dañaba.

    —Por supuesto que no —determinó.

    Percibía que Benjamín estaba muy indeciso, algo que tampoco era usual en él.

    —¿Por qué no investigas un poquito más, Benja, antes de decidir cualquier cosa?

    —Cierto, ¿no?

    —O sea, ¡bacán que hayan conversado así!, pero aún lo conoces muy poco. ¿Por qué se mostró tan... interesado en ti? ¿Realmente seguirá con su novia o la amará tanto? ¿Cuántas veces lo ha visto con ella?

    —Unas... tres o cuatro veces —dijo, analizando meticulosamente entre sus recuerdos—. O sea, al principio la tipa se presentaba muy seguido en el gimnasio, pero después... desapareció.

    —¿No habrán terminado? —preguntó intrigada.

    —Uhh..., pues... —Continuó analizando—. Es que no me parece haber visto a Ricardo mal después de que ella se esfumara. ¿No debió haberse mostrado triste o algo?

    —¡Ay, no sé! A lo mejor se están tomando un tiempo, qué sé yo, o tendrán una relación libre. Hay cada cosa y lo sabes.

    —Sí, ¿no? —Benjamín se asustó un poco.

    —Es que me parece un poco raro que se haya mostrado tan interesado en ti cuando supuestamente es tan heterosexual, porque si te vio ir al baño es porque te tenía el ojo puesto. También me parece extraño que su celular se haya quedado sin batería en medio de la conversación, justo cuando empiezan a hablar fluidamente. ¿No es un poquito coincidente? ¿No habrá querido que nadie los interrumpiera?

    Benjamín recordó el momento exacto en el que Ricardo toqueteó su celular con sutileza para después decir que se le había descargado. ¿Lo habrá apagado él? Lamentablemente no tenía forma de comprobarlo.

    —También puede ser de esos... heterocuriosos —continuó su amiga con su modo mamá protectora activado—. Ten cuidado, tal vez quiere sacarse unas ganas morbosas de las bolas, acostarse contigo y olvidarte. Su actitud amable puede ser una forma de persuadirte.

     Se masajeó las sienes adoloridas. La conversación le estaba angustiando, mancándole la bonita imagen de Ricardo. Todas las conjeturas parecían indicar una posibilidad totalmente lógica, pero a la vez no.

    —Benjamín, yo ya me voy a trabajar. ¡Tengo que atender un concierto de ópera! —exclamó entusiasmada. Benjamín escuchó mucho movimiento en el cuarto de su amiga.

    —Disculpa por haberte retenido tanto tiempo.

    —¡Nada de disculpas aquí! ¡Me tienes que mantener informada y punto!

    Sonrió ante sus exigencias, pero de pronto Estefany se escuchó mucho más seria, como si percibiera un problema a través de su sexto sentido y sintiera que Benjamín estaba muy ilusionado para no ser preocupante.

    —Ten cuidado, Benja... no pierdas el tiempo si Ricardo solo te sale con actitudes confusas o te tiene de entretención. Yo sé muy bien que tú no eres un chico de una sola noche y que quedan pocos como tú, pero sabes que la carne es débil y tener relaciones con alguien así te puede dejar más colgado de él. Ten mucha cautela, investiga bien y no dejes que te lastimen, por favor.

    —Lo sé, Estefy —determinó—, sabes que me seguiré cuidando así me tenga que quedar solo.

    —A todo esto, ¿sigues asistiendo a las citas con tu psicóloga? Sabes bien que...

    A lo lejos se escuchó a un hombre llamando a Estefany.

    —¡Mierda! Bueno, cuídate mucho, mi amiguito serio y esponjoso.

    —Cuídate, Estefy —refunfuñó.

     —Benja. —Suspiró hondo—. Solo... recuerda lo que tú mismo me dijiste una vez: «Una historia no se repite dos veces.»

    Las palabas de Estefany hicieron eco dentro de él: «Una historia no se repite dos veces», pues estaba ocurriendo con Ricardo algo ligeramente similar a una situación vivida...

    Los siguientes días fueron agobiantes, cargados de preguntas que suministraban pesadez o confuiones. La imagen de Ricardo iba y venía, siendo jalada y reprendida por el mismo Benjamín.

    A instantes creía que lo sucedido no significaba nada especial y en otras ocasiones volvía a luchar para controlar los comportamientos de su mente.

    Al cabo de cuatro días la luz y el agua regresaron a la mayor parte de la ciudad. Benjamín aún no quería dirigirse al gimnasio, ni siquiera se atrevía a caminar cerca de él, solo le importó enterarse de que aún seguía en pie.

    Dejó pasar unos días más: tres.., hasta que finalmente no lo soportó y apareció en él, adentrándose con un rostro que fingía solemnidad, un anhelo de centrarse solo en lo suyo, pero entonces lo vio a él y todo se desmoronó.

    Ahí estaba, a unos pasos más adelante, el chico de rulos fantásticos, el que le hizo sentir una conexión inexplicable que rogaba ser confirmada y explorada a fondo.

    Se le cerró el vientre cuando empezó a acercarse con una sonrisa que iluminaba la estancia.

    Así era muy difícil no ilusionarse...

Diccionario

Lesear: Hacer o decir "leseras" (tonterías).

Mino/Mina: En Chile, a las personas muy guapas, les decimos así.

Chucha: Es como decir "mierda".

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