Capítulo 9: Entre sombras y destellos

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    La atmósfera terminó de espesarse cuando esos dos misteriosos tipos se acercaron al igual que ladrones acechando en la noche. Benjamín se arrinconó unos pasos hasta que no se pudo mover más, como si hubiera chocado contra una pared invisible. Su mente buscaba explicaciones a una velocidad frenética. ¿Los conocía? ¡¿Por qué lo miraban así?!

    Algo dejó de funcionar en él cuando uno de ellos lo saludó con una suavidad inquietante, con el eco de un susurro incierto:

    —Hola. ¿Tú debes ser... Benjamín?

    Su mirada solo reflejaba desconcierto y confusión. Después otro golpe lo abatió al ver a esos hombres sonriendo, demostrando ser personas amigables con la simple intención de saludarlo. 

    ¿Qué ocurría? ¿Acaso había malinterpretado sus apariencias iniciales? ¿No había observado correctamente sus expresiones entre las sombras del lugar? No eran individuos muy agraciados: uno tenía una nariz ganchuda y labios demasiado gruesos, y el otro tenía una boca tan pequeña que parecía perderse en su rostro mal proporcionado. Aun así, ambos tenían una complexión física armoniosa.

    Por encima de todo era aterrador que supieran su nombre, así que no pudo articular respuesta alguna.

    Finalmente, David bajó del ring después de haberse limpiado una pequeña línea de sangre que caía de su nariz y un poco de sudor con una toalla.

    Benjamín sufrió alegría, vergüenza y horror al verlo acercándose con una sonrisa llena de anhelo y timidez. Una parte de él creía que había conocido a esos dos inquietantes chicos a través del chat gay. Si eso fuera cierto no quería que David lo supiera. ¿Cómo podría explicarle que había hablado con tantos tipos que ni siquiera podía reconocer a quiénes les había dado su nombre?

    Otra parte, no obstante, sintió un alivio abrumador al ver a David, quien simplemente disfrutaba de su victoria en el ring.

    —¡Benjamín! —exclamó radiante—. ¡Me-me alegra que hayas venido!

    Benjamín le sonrió.

    —¡Gané! ¿Me viste? ¿Y viste cómo me recuperé del golpe? Lo desequilibré atacándole el hombro. ¿Qué opinas?

    Le fue imposible no contagiarse de su emoción. Le encantaba verlo saliendo poco a poco de su caparazón y se veía adorable expresando su amor por el boxeo, ansioso por ser reconocido.

    —¡Sí, sí, claro que te vi! Perdona por haber llegado tan tarde, en serio —respondió con las manos inquietas.

    —No te preocupes —dijo David, después volvió a sonreír con timidez. Esto último era una especie de protección que usaba antes de revelar algo nuevo de él—. Lo importante es que llegaste justo a tiempo.

    El chico probando las reacciones de su par constantemente, evaluando si estaba bien liberar sus sentimientos hacia él. Cada vez que Benjamín respondía con una sonrisa, sentía que las pruebas eran menos necesarias.

    —¿Y entonces qué opinas?

    —Me preocupé un poco al principio —confesó después de exhalar una gran bocanada de aire—. ¿Y después... me asusté?

    —¿Te asustaste? ¿Y eso por qué? —preguntó intrigado.

    —Porque... ¡woah...!, eras como súper rápido, demasiado rápido —comentó Benjamín sin saber qué más decir; tenía muchas palabras en la garganta, pero se atrapaban en su mente gracias a la presencia de esos dos tipos que no se apartaban.

    Una sonrisa escapó desde un rincón de los labios de David. A Benjamín le gustaba el color rojo vivo que los componían.

    —¿Sí? —preguntó el boxeador, anhelando saber más.

    —Sí, claro —contestó después de echar una rápida mirada a esos dos sujetos—. Sabes que no sé mucho de boxeo...

    —No te preocupes por eso, pero como espectador sabes si estuve bien o no po.

    —Sí, claro que estuviste muy..., muy bien —aseguró, pero David percibió que sus palabras habían sido tan falsas como verdaderas.

    Se sorprendió cuando el chico con rostro de bebé se acercó a él en búsqueda de refugio. Ahí que notó que había dos sujetos demasiado cerca, escuchando con descaro.

    —¿Y ustedes? —espetó extrañado.

    «¡¿No los conoce?! ¡¿No?! ¡¿Entonces quiénes son?! Ay, Dios, ay Dios», pensó Benjamín, imaginándose todo tipo de ideas.

    —¿Necesitan algo o qué? —preguntó David con antipatía.

    —David, somos nosotros —respondió el de labios pequeños en un gesto herido.

    El boxeador entrecerró los ojos tratando de analizar el rostro frente a él, hasta que su expresión cambió a una de asombro.

    —¡¿Mateo?!

    —Sí, weón —respondió con una sonrisa radiante.

    —¡No te creo, weón! ¿En serio?

    —Que sí, conchatumare.

    —¡Pero ¿cómo alguien puede crecer tanto?! —preguntó después de mirarlo de pies a cabeza.

    —Sí. —Rio—. Me pegué el estirón po, ¿y qué tiene?

    —¡Creciste como medio metro po, weón, esto es exagerado!

    —¿Algunos tenemos buena genética?

    —Nah, el culiao modesto —dijo David a carcajadas, después miró al otro chico, al de nariz ganchuda—. Y tú debes ser Dante, ¿no?

    —Sí, aunque yo no crecí tanto —respondió apenado. Y ciertamente medía menos que el otro, quien se alzaba con más de un metro y ochenta.

    Los chicos continuaron charlando mientras el lugar se vaciaba poco a poco. Claramente eran viejos amigos que no se veían hace muchísimos años. Por lo que Benjamín entendió, Mateo había sido un muy buen compañero de David cuando eran niños, a pesar de que este lo superaba por dos años. Dante sería un amigo cercano de Mateo, dos sujetos que siempre andaban juntos.

    Los tres se habían conocido en Concepción, una ciudad muy al sur del país donde el clima era increíblemente lluvioso y los paisajes infinitos campos verdes. Benjamín se llevó la sorpresa de que David había vivido un par de años en esa ciudad antes de que su familia decidiera vender todo y mudarse a La Serena. No muy lejos de esta ciudad estaba el Valle del Elqui, allí sus padres se habían alojado después de comprar unos terrenos para cultivar el campo.

    Benjamín empezó a sentirse muy excluido mientras David le dedicaba miradas de reojo. En sus ojos brillaban preocupación e incomodidad, como si no le gustara que supiera de su pasado en Concepción. ¿Por qué? Hubiera preferido enterarse de estas cosas directamente de él y no a través de una conversación improvisada con tipos tan, tan extraños.

    Benjamín lo percibió: David era demasiado reservado y de una manera ya molesta, como si nadie, incluso Benjamín, fuera completamente merecedor de él. Al fin y al cabo hablaron meses en el chat hasta recién concretar algo. Después de conocerse en persona han hablado mucho, pero en dichas conversaciones han tratado asuntos como comida, gustos, la ciudad, restaurantes, sitios, boxeo y boxeo, etc, cosas que tampoco revelaban más allá.

    Se hizo una pregunta con dolor: ¿sería cierto que David sintió una felicidad tan maravillosa al conocerlo?

    Miró a Mateo y Dante y volvió a sufrir otra ola de confusión. Eran tipos fríos y acorazados, pero ya no discernía algo demasiado sombrío en ellos. Al parecer se había imaginado a un par de lobos, pero no eran más perros callejeros buscando cariño y aceptación. Sin embargo, a medida que pasaba tiempo sentía un rechazo sutil naciendo desde sus poros, el anhelo de alejarse de un mal hedor invisible.

    Mateo y Dante halagaron el cuerpo de David con cierto... énfasis, pues todavía andaba con el torso desnudo enseñando una tierna musculatura. Le dijeron que estaba muy mino, es decir, muy guapo.

    Cuando a David le tocó presentarlos se puso muy nervioso, volviendo a tartamudear.

    —Él es Benjamín.

    «¿Por qué me presentas? ¿No que ya me conocían?»

    —Un gusto, Benjamín —dijo Mateo con educación, aunque se sorprendió al sentir que ese chico que le tuvo miedo en un inicio ahora se mostraba frío y amurallado.

    —Hola —respondió con los brazos cruzados. 

    —Hola, Benja —dijo Dante.

    «No me digas Benja», pensó molesto, mas ocultó la mirada para no demostrar el sentimiento.

    Un hombre, quien parecía ser un entrenador, interrumpió el momento al decirle a David que necesitaba hablar con él.

    —Sí, dame un ratito. —David suspiró inquieto. Miró a Benjamín sin entender la seriedad tan profunda que ensombrecía su rostro.

    —Eh... —Mateo titubeó acorralado ante la crítica en los ojos de Benjamín. Aun así, esbozó una sonrisa pícara que a Benjamín no le agradó en absoluto—. En realidad ya sabíamos cómo se llama.

    —¿Y eso por qué? —preguntó David con el rostro pálido. Miró a su chico con rostro de bebé como si él tuviera que dar explicaciones.

    —Porque Alessandri nos contó de él.

    —¡¿Mi primo?! —Se horrorizó—. ¿Y eso cómo? ¡Por la chucha, ¿por qué tiene que ser tan bocón ese weón?!

    Los gestos de Benjamín empezaban a explayarse en expresiones desagradables, lo que aumentó la preocupación de David, quien parecía concluir que había cometido un pequeño delito. No hallaba dónde esconderse.

    —Me disculpas un rato —imploró. Su respiración agitada parecía indicar un pequeño estado de pánico extraño.

    —Sí.

    Apartó a los chicos para interrogarlos. Por suerte no los alejó demasiado; de haberlo hecho Benjamín se habría molestado más. Aun así la conversación consistió en un murmullo inaudible. Cuando David regresó su rostro hablaba por sí solo: deseaba desaparecer.

    —Disculpa, ahora sí —murmuró. Quedaba poca gente en el lugar, y por suerte Mateo y Dante se habían largado—. ¿Te parece si me visto y salimos a algún lado?

    Benjamín habría respondido con un «sí» lleno de entusiasmo en otra circunstancia, pero solo asintió por un acto de inercia y por su incapacidad de negarse al supuesto amor que le entregaban sus citas.

    David se dirigió al baño después de hablar con su entrenador personal. Salió vestido con su ropa deportiva habitual, holgada en su torso y suelta en sus piernas. Aún olía a sudor, pero a Benjamín le daba igual.

    Caminaron por las calles mientras el cielo anunciaba el atardecer. David intentaba iniciar conversaciones sobre cualquier cosa, especialmente sobre el boxeo. Benjamín respondía apagado, como si una noche fría hubiera llegado a la primavera de su corazón y sombras inquietantes se movieran a su alrededor.

    A pesar de todo le gustaba estar junto a David y sentir su emoción.

    Estaba acostumbrado a tener espinas clavadas en el alma y a no quejarse de ellas. Sin embargo, había aprendido algo valioso en sus sesiones con su psicóloga —sesiones que abandonó—: la importancia de expresar lo que llevaba en el corazón, aunque de una manera adecuada. Así que decidido le preguntó a David qué había sucedido con Mateo y Dante.

    —¿Cómo? No, nada. —Sonrió, luciendo tenso bajo un manto de normalidad que había impuesto sobre él.—. ¿Por qué?

    —No los veías hace mucho tiempo, ¿al parecer?

    —Sí, hace como diez años o más.

    Hizo un par de preguntas más solo para confirmar que David se dedicaba a responder lo necesario y a corroborar lo sabido, sin abrir alguna vía para profundizar en nada.

    Entonces... Benjamín no insistió más.

    Cadenas regresaban a él. David cumplía con todos sus estándares, su mente dañada le exigía no armar pleitos a base de poco y nada, aunque su corazón clamara por claridad.

    Sonrió camuflando cualquier tipo de sentimiento negativo bajo la excusa del cansancio. Por suerte David sabía que asistía a un gimnasio y que el ejercicio podía ser muy desgastante.

    A pesar de todo David seguía esforzándose para conocerlo más de lo que él mismo se daba a conocer, para buscar más de sus sonrisas, para agradarle. De pronto no lo pensó del todo bien y liberó una pregunta un poco extraña:

    —¿Crees que debería darle un nombre a ese último puñete que le di a mi contrincante?

    Benjamín quedó perplejo.

    —Ok, suena muy tonto —concluyó David, volviendo a formar una coraza a su alrededor.

    —No he dicho eso.

    —Pero hasta yo reconozco que dije algo muy pendejo, Dios —dijo y al ver el rostro interesado de Benjamín desvió la mirada, queriendo alejar su atención de esos labios rosados que lo debilitaban. 

     —¿En serio te gusta ponerles nombres a tus habilidades? —Arqueó una ceja mientras seguían avanzado por las calles limpias de La Serena.

    —No, no, era solo una pregunta tonta para hablar de algo.

    Benjamín se dio cuenta de que había mentido, así que continuó insistiendo con amabilidad:

    —Pero me puedes decir. No es algo tonto, en serio.

    —Deja así, Benjamín —respondió conflictuado, después exhaló tembloroso.

    El anhelo de conocer más a David había resurgido, pero una vez más se hacía arduo obtener información cuando él decidía negarla. Llegaron al prado inclinado cerca del parque japonés y se sentaron. David se quedó sin palabras cuando Benjamín le dijo:

    —Disculpa si te hice sentir que me iba a burlar o algo así, pero en serio me gustaría saber, así consideres que es lo más tonto del mundo. No pienses que me voy a reír de ti, no soy así.

    David estaba sorprendido por algo que Benjamín le venía demostrando hacía mucho tiempo, incluso desde el chat: empatía y comprensión. El chico parecía haber pasado por varias situaciones; sus ojos guardaban lecciones y experiencias a pesar del contraste que producían sus rasgos aniñados con esta sabiduría. Por primera vez en mucho tiempo David empezaba a confirmar que no estaba al lado de alguien hueco que solo buscaba un simple rato de diversión; pero tampoco sabía lo que buscaba realmente. ¿Amor? ¿Sexo con algo de sentimientos? Era increíble que en un chat gay haya encontrado a alguien que ni siquiera impusiera estos temas. David tampoco los imponía, no porque no deseara una relación sexual, era hombre y pensaba en ello como la mayoría; era por otros motivos.

    ¿Qué buscaba Benjamín? Algo habían hablado al respecto, pero David nunca le creía a nadie de buenas a primeras y menos a través de un chat. Él funcionaba mejor cara a cara para conocer a las personas. Por eso una parte de él sentía que esta relación estaba recién comenzando, mientras otra se lamentaba por haber desperdiciado tanto tiempo.

    —¿En serio quieres saber? Tampoco es que sea la gran, gran cosa. Insisto, es una cuestión súper tonta.

    —Sí quiero. —Benjamín se abrazaba las rodillas y descansaba su cabeza sobre ellas, con la mirada contemplado a David, como si estuviera por escuchar una historia muy profunda.

    El boxeador sonrió, anexando en esta sonrisa los típicos nervios que lo asaltaban cuando estaba ante alguien que le movía emociones.

    —A ver... sé que suena extremadamente pendejo ponerles nombre a mis habilidades, pero digamos que es como un... ¿sueño frustrado? Cuando era chico y fantaseaba con ser un boxeador me imaginaba colocándole nombres a mis puñetes. Y empecé a hacerlo apenas entré al deporte. Con unos amigos inventábamos nombres, pero con el tiempo eso se perdió y cada quien se fue por su lado, ellos se dedicaron a otra cosa y yo fui el único que se quedó en el boxeo.

    »Me hace recordar bonitos tiempos. ¿Algo así?

    Al ver a David agachando el rostro una vez más, y ocultándolo, Benjamín comprobó que estaba contando algo más íntimo de él. Era tan... bonito saber más. Daba igual que no fuera una grandísima revelación, la emoción que lo acompañaba iluminaba su día, avivando, impulsándolo a sentir la vida y a apreciar los colores una vez más.

    —Comprendo.

    Guardaron silencio, ambos se observaban con cariño. David añadió:

    —Me gusta mucho el boxeo, no sé si te habrás dado cuenta.

    —Un poco, sí —respondió con más afecto que ironía.

    David abrió otro poco su corazón al no soportar esos ojos:

    —Me emocionó mucho verte ahí, en mi competencia —aclaró con voz más ronca—. Hacía mucho tiempo que no venía a visitarme alguien que yo hubiese invitado, alguien..., pues que me caiga bien, así. Y pues..., y entonces... me revivió como una nostalgia, esas ganas de compartir tonterías sobre el boxeo con alguien.

    Benjamín suspiró agradecido por la sinceridad. Sentía que era un privilegio estar allí.

    —¿Y qué nombre le pondrías a ese puño final? Remataste al tipo, creo que ni siquiera tuvo oportunidad, hasta me preocupé un poco por él —dijo divertido.

    Los ojos de David se iluminaron.

    —Te lo diría, pero mejor no.

    —Ay, no, David... por favor —se quejó—, siempre me dejas con las ganas a medias, no seas así.

    —Está bien, está bien —accedió al no soportar esa carita de sufrimiento—. «Veredicto final».

    Benjamín calló un momento antes de deshacerse en risitas adorables y burlescas. Esto inquietó a David.

    —¿Por qué, suena mal? ¿O te estás burlando de mí? Benjamín..., dijiste que no te burlarías.

    —Es que..., es que...

    —No te rías de mí.

    —Es que suena muy... ¿a ver? —dijo, luego confesó, sabiendo que la siguiente palabra también era para David,  una palabra que quería añadirse a la relación—, bonito, en serio suena muy bonito.

    David captó que el halago también había sido dirigido hacia él. Un cosquilleó le recorrió todo el cuerpo, incluso acariciándole la entrepierna quién dio sus primeras señales de alerta. En ese momento detestó ser hombre una vez más, o ser él, ese amigo de ahí abajo siempre aprovechaba cualquier insinuación para despertar, y a veces insinuaciones totalmente ajenas de cualquier contexto sexual.

    No quería pensar lo que diría Benjamín si supiera que se le había endurecido un poco el miembro solo por un halago dirigido hacia su habilidad en el boxeo. Acomodó las piernas para asfixiar a ese maldito hambriento.

    —¿En serio? Gracias, Benjamín.

    Continuaron con su cita no programada, disfrutando cada segundo hasta que se hizo de noche y Benjamín anunció que necesitaba descansar. David le ofreció acompañarlo a la puerta de su casa o a cualquier transporte que necesitara para llegar a ella. Para su sorpresa, Benjamín le contó que vivía cerca del sector, así que caminaron juntos hasta que llegaron a unos edificios blancos. Fue entonces que el chico confesó algo que lo dejó con la boca muy abierta:

    —Vivo aquí, en un departamento.

    —¿Con tu familia?

    —No, yo solo.

    También abrió los ojos. ¿Benjamín era tan joven y ya vivía solo?

    —¿Arriendas?

    —No. —Sonrió comiéndose los labios—. El departamento es mío hace un par de años.

    El asombro seguía proclamado cada rincón de su rostro. Quería preguntarle a Benjamín por qué no le había contado esto antes, pero no le dio tiempo, ya que se acercó para decirle adiós por hoy.

    Fue un momento de torpeza: no sabían cómo despedirse aún. ¿Se tenían que dar la mano como dos machos? ¿O bastaba con darse un beso en la mejilla?, pero ¿quién se lo debía dar a quién? Entre risas suaves, se dieron la mano con cuidado, manteniendo el contacto por un momento considerable, disfrutando de la piel del otro, pieles que se erizaban por la emoción.

    Benjamín se retiró con una expresión enigmática e insinuante, indicándole a David que tenía que hacer varios méritos para merecerse una entrada a su hogar.

    Entonces regresó a su departamento, a la soledad que infundían esas paredes. Su mente parecía haber esperado ese momento de silencio sepulcral para asaltarlo con jugarretas y malos recuerdos. Se asustó cuando la imagen de él..., de aquel que más lo había marcado en la vida, se presentó entre sus pensamientos, triste y acabada, reclamándole por darse la oportunidad de ser feliz con otros hombres.

    —Déjame en paz —sentenció Benjamín antes de irse a su cama y enroscarse entre las sábanas, abrazando peluches que solo le daban una compañía vacía. 

Diccionario:

Culiao/culiado: Un insulto muy común, significa que a alguien le han dado por el culo/trasero.  En el chat se escribe "qlo". En ambientes amigables y de confianza, se suaviza demasiado.

Conchatumare/conchatumadre: Otro insulto demasiado común dirigido a alguien demasiado desagradable que ha hecho algo muy malo. Una vez más, su significado se hace radicalmente suave en ambientes de confianza.

Locomoción: Trasporte público, generalmente autos de negro y amarillo que siempre siguen una misma ruta, a estos también se le llaman "colectivos".













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