Capítulo 21

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La mañana lucía prometedora como para intentar aclarar las dudas, que eran suficientes, en una rigurosa y desagradable conversación con Légore. El suceso de días atrás lo tenía mortificado. El padre Milson se dirigió a la casa de Analé donde la hallaría, luego de que la oficial Eminda la llamara para insistir en hablar con ella.

Era claro que el tema de la desaparición de su hijo ya la mortificaba de otra forma. ¿Aún deseaba encontrarlo?, o ¿prefería no hacerlo?

Por respeto a su profesión, las primeras palabras y los tratos de Analé fueron brotes de flores santificadas, luego de conocer sus intenciones, se convirtieron en zurriagos de metal que intentaban lacerar los intereses humanos de la investigación.

Las dos estaban presentes.

—Es necesario que debamos escudriñar en tu vida íntima, Légore —indicó el padre Milson—. Ya sabes... Sé que esto puede ser tormentoso, pero es importante. Tal vez encontremos alguna señal que nos conduzca a esclarecer lo que está ocurriendo.

—¿Y cree que la hallará en su vida sexual? —cuestionó Analé.

—Nunca se sabe. Si somos supersticiosos ¿no le parece que es un buen punto para iniciar? Sostuvo relaciones carnales con un sacerdote que padece trastorno de identidad por causas desconocidas. Y que según él, no sabe nada al respecto. No la conoce. Todo indica que el placer sexual lo vivió el otro sujeto. No es una razón justificable para la iglesia, que supongo, lo someterá a un tratamiento psicológico, o probablemente psiquiátrico conociendo los pormenores de todo este asunto. Y nada justifica que no sea reprendido por la disciplina eclesiástica ya que violó su voto de castidad al no ser íntegro y coherente con su vocación y su promesa. Al fin de cuentas, los dos sujetos habitan en el mismo cuerpo. Violar el celibato no es un delito, pero sí un pecado consagrado por la iglesia que el demonio celebra desde sus aposentos... Y es en esta parte en la que quisiera orientar la investigación.

—Desconozco si los gemidos de un orgasmo religioso sean una evidencia importante como para atormentarla —incitó.

—No es necesario que su hermana me dé los pormenores del clímax ni la virilidad del sacerdote, y tampoco me interesa saber sobre los detalles de los genitales femeninos, si es lo que la atormenta.

Levantó las cejas a la par con el comentario.

—¿Dígame con exactitud, padre Milson, con la investigación, la iglesia está interesada en conocer la verdad sobre el dilema de los fetos hurtados, o por la profanación consabida quieran buscarle algún parecido con el demonio?

—¡Basta, Analé! —intervino Légore furiosa—. ¡Se te olvidó que estoy acá!

Para enmendar su atrevimiento, optó por retirarse sin alejarse demasiado.

—¿Ahora también soy culpable de sacrilegio, padre Milson? Por lo que sé, fui yo quien lo enamoró cuando no portaba su indumentaria religiosa...

—Precisamente, sobre ese tema la oficial Eminda me pidió el favor de que le llevara alguna carta, cualquier documento o escrito que haya sido elaborado por el padre Loenzo, o por Leonzo, y que tengas en tu poder... Tengo algunos que en alguna ocasión extraje de la casa cural y por fortuna tienen algunas líneas escritas por él. Se hará un estudio grafológico que revele rasgos de su personalidad: carácter, emociones y aspectos de su vida sexual de ser posible. También se hará una grafoscopia para identificar al autor de los distintos documentos. Es importante estar seguros que se trata de la misma persona.

—¿Cuál de las dos, padre?

—Las dos —respondió.

—Entiendo. No lo creen... Pero sí... Tengo una carta, o talvez varias. Las buscaré.

—Espera, Légore —la detuvo con la voz y con la mano extendida cuando se levantó de la silla—, antes de que lo olvide. También es importante conocer la certidumbre con que aseguras que el padre Loenzo, era o es... el padre biológico de tu hijo.

Légore se quedó mirándolo.

—¿Necesita alguna evidencia audiovisual, padre? Lástima que no la tenga. Para su desconcierto... no filmamos ninguna de las citas íntimas. Tal vez le suene gracioso en esta época y difícil de aceptar pero la verdad es una: Jamás tuve relaciones sexuales con ningún hombre o mujer; ni siquiera en la época de estudiante. Leonzo Estepia, terrenal como cualquier provinciano y de profesión fotógrafo, es el único hombre con el que he tenido sexo. ¿Satisfecho, padre?

Guardó silencio luego de que la imprudencia le hiciera sentir vergüenza física y espiritual. Así lo manifestó el color sonrojado de la piel y la evasión de la mirada.

—Iré a buscar las cartas... —dijo.

Al cabo de unos minutos Légore regresó. Traía un par de cartas, una tarjeta de cumpleaños, la lista de compras para preparar el nacimiento del bebé que Leonzo le ayudó a transcribir, y el álbum dispuesto en la multimedia del celular...

—Gracias —expresó.

—También puede comparar el número del celular, padre.

Silenció de nuevo.

Tomó los documentos que ocultó en su agenda y observó las fotografías. No había cabida para el error. Era él. Cualquiera de los dos. Seguidamente, el padre Milson le mostró el símbolo que había dibujado en una hoja de papel.

—¿Qué es? —preguntó Légore.

—Es la representación del tatuaje por escarificación que tiene el padre Loenzo en la palma de su mano izquierda. No recuerda nada al respecto. Se desconoce el por qué y quien lo hizo. Esperaba que pudieras ayudarnos al intentar recordar los detalles de la fortuita visita al museo, o algo que hayas sentido durante la noche el día que desapareció el vientre con el bebé de tu cuerpo. O algo de tu intimidad con el padre Loenzo.

—Le pido el favor de que no me recuerde su profesión. Le agradezco si lo llama: Leonzo. Es el nombre con el que lo conocí.

El padre Milson asintió con la cabeza sin contrariar con la boca.

Légore observó el dibujo con detenimiento.

—Tiene el aspecto de un vientre —dijo.

—Es lo que supuse.

—Y el objeto adentro del vientre... ¿Es lo que supongo que es?

Lo mencionó, curioseó con la mirada y preguntó con gesto de amargura. Conociendo el símbolo, el padre Milson supuso su relación con el demonio, pero intentó disfrazar el argumento para menguar su tristeza.

—El tridente de la pesca, que en las creencias mitológicas asocian con el dios del mar. En la cultura gnóstica es la representación del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En el sistema planetario representa al planeta Neptuno. También se le suele relacionar con la guerra...

—¿Qué es lo que representa en la tradición cristiana, padre?

Expresó con voz firme.

—Se asocia al demonio.

Luego de silencio y lágrimas, expresó:

—Todas las fotografías en el museo como lo tituló la autora: «Un vientre en cada cosa», representaban vientres ambientados con objetos inanimados o aspectos de la naturaleza que se asemejaran. Pretendía simbolizar la existencia de vida en el objeto por estar conectado al vientre materno.

Era la concepción de Shaena Garaval y de Absalón. Por la forma en que lo manifestó, era ella la verdadera autora. Se requirió de tiempo y de miedos para aceptarlo.

Secó sus lágrimas con la mano derecha. El padre Milson le pasó el pañuelo que cargaba en el bolsillo trasero de su pantalón.

—Gracias.

Suspiró profundo antes de continuar.

—Este dibujo coincide con la temática. Es probable que haya formado parte de la exposición. No terminé de verla luego de que hallé la pintura que se asemejaba a mi cuerpo. Ya se lo había contado. Haya o no haya formado parte de la exposición, es cruel contemplar la posibilidad de que ese tridente que identifica al diablo, por su relación, sea esa la razón por la que los fetos desaparecieron de sus vientres. Porque serán reemplazados por demonios.

Fue inevitable que su voz cristalizada por el miedo que le despertó su instinto maternal frustrado, se fracturara convertida en llanto al culminar la explicación.

Cualquier pregunta relacionada con su intimidad, ya no era posible.

El padre Milson, acobardado por su timidez y sintiéndose a la vez responsable de su estado emocional, no se atrevía a abrazarla hasta cuando fue ella quien buscó refugio en su cuerpo.

—Encuéntrelo. Por favor, encuéntrelo.

Por sus plegarias, al desbordarse el cauce de sus emociones, se doblegó igual su fortaleza, creando una herida interior que incrementó el dolor afinando la partitura del llanto y perturbando el alma.

El espíritu afligido del sacerdote no hallaba reposo en la alta mar de la tristeza. Su nueva profesión le estaba creando fisuras a la parte sana de su órgano cardíaco.

Desde la distancia, oculta detrás de la pared revestida de piedra decorativa que independizaba la sala del resto de la casa, Analé padeció los mismos síntomas que su hermana, sin un pecho que la consolara.

Luego del consuelo, y después de disfrutar de un café amargo, el padre Milson se retiró. Antes de reunirse con la oficial Eminda en el departamento de policía, iría a su casa a organizar sus ideas que ya tenían el molde de un rompecabezas sin solución. Debió pensar que el oficio sacerdotal era una tarea más simple y con menos riesgo cardiovascular.

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