20: ¿Cuál es nuestro destino?

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Alice

Me he dado cuenta de que a veces digo cosas muy absurdas.

"Yo elijo estar contigo, pues el destino me guio hasta ti, te encontré".

"¿Y si en realidad si quería?", "no me voy a gastar en pensar en si deseaba tener sexo contigo, tengo cosas más importantes de las que preocuparme".

Me he percatado de esto porque aclaré lo de que Tenorio ahora es mi ex, y que no voy a verlo más. Curioso, lo del destino no lo he descifrado, pero me sigue pareciendo una extraña confesión de amor que, por suerte, Asthur no ha recordado o lo ignora por completo. Quizás es lento. Por otro lado, pero que tiene que ver con lo mismo, ya que siento que todo está conectado, ahora me he detenido a analizar las insinuaciones del demonio con el que estoy viviendo. Si me pongo a reflexionar, son demasiadas cosas sobre un solo individuo.

―¿Qué haces? ―pregunta el culpable de mis pensamientos en estos instantes, así que me sobresalto.

Mantengo apoyada mi espalda en la pared exterior de la casa y continúo sentada en el pasto, antes de alzar la cabeza para mirarlo.

―Estoy bordando ―aclaro, entonces detengo la aguja de mi nuevo pasatiempo, luego contemplo el bastidor―. No me gusta pintar ―opino, con la mirada perdida y perturbada, recordando todos los extraños bocetos que hice hace unos días, para uno de los talleres que abandoné.

Enarca una ceja.

―Bueno... estás bordando, como dijiste ―Se queda en pausa―. ¿Dejaste la cerámica?

―No, es divertida, aunque no soy buena en ello.

―Pero, ¿te gusta?

Vuelvo a mirarlo.

―¿Y a ti qué te gusta? ―Siento calor.

Se forma un silencio, luego traga saliva.

―Las armas, investigarlas, confeccionarlas, aunque eso ya lo sabes.

―Qué envidia ―murmuro―. Yo también quisiera percibir pensamientos, así podría decirte que estás mintiendo.

Se carcajea.

―¿Por qué crees eso?

―Porque hiciste una pausa, te quedaste pensando en otra cosa.

Sonríe.

―Qué observadora.

―Eso ya lo sabías ―le recuerdo.

―Sí, tu ojo. ―Se queda mirándome fijo, antes de continuar―. Aunque la verdad no puedo percibirte tanto como quisiera, tu mente está fragmentada.

―Qué mala suerte, secuestrador ―bromeo, pero creo que no le gustó el chiste por el cambio de expresión en su rostro―. No estés triste, no me pediste disculpas ―lo provoco.

Sonríe de nuevo.

―Eres muy astuta y perspicaz. ―Se muerde el labio inferior―. Si esto fuera una película romántica y cursi, ya te hubiera levantado y te hubiera hecho girar, mientras sonreímos como estúpidos.

―Qué gracioso. ―Bajo la vista, mirando a la nada, abandonando mi sonrisa―. Lástima que no soy esa princesa que dices.

Oigo como Andrea tose, la imagen se siente débil en mi cabeza, es borrosa, y el recipiente que bebió, rueda por el piso de madera de mi hogar, choca contra un mueble que se detiene.

―¿Por qué no? ―Asthur me quita de mis pensamientos―. Yo soy el ogro del cuento de hadas.

Me río.

―¿Y por qué no el dragón? Son más lindos.

―No soy tan lindo. ―Mantiene la confianza.

―Cierto, tienes aguijones, qué curioso.

―¿Curioso? ¿Por qué? ¿Por el veneno?

Enarco una ceja.

―¿O sea, que sí, tiras veneno?

―Tengo varios tipos de sustancias, es mi habilidad como demonio ―aclara, luego insiste―. ¿Por qué curioso? Me dejaste intrigado.

―Los condenados son seres que fueron humanos, y que quieren volver al mundo de los vivos, porque están en el infierno, ¿no?

―Exacto.

―¿Y por qué estaba yo en el infierno? ―cuestiono.

―No sé, ¿por qué?

―Puse veneno en su taza y la asesiné ―digo de manera fría.

―¿Mataste a alguien? ―expresa con diversión―. Tiene sentido.

―Asesiné a la amante del que ahora es mi ex. Siempre supe que estaba obsesionada con Tenorio, pero nunca pensé que para tanto. Lo entendí cuando se lo admití de frente, y ni siquiera pude ver su cara, porque estaba llorando. Enfadado, me arrancó lo que quedaba de mi ropa, fue entonces cuando rompiste el edificio. No tengo idea de qué hubiera pasado si no lo hacías, pero lo que fuere, quizás me lo merecía.

―No digas eso.

―Tú porque eres un demonio, no lo entenderías, tú disfrutas matando.

―Creo que estábamos hablando de mi veneno. ―Su mandíbula se tensa, luego me acerca un pañuelo, el cual saca de su bolsillo―. No vale llorar por cosas así.

Acepto su gesto de mala gana, pues las lágrimas han salido y me limpio, rápido y con mucha molestia, luego se lo regreso.

―¿Siempre tienes un trapo? ―Es más una queja que una pregunta, pero suena como una.

―Para ti, seguro.

Alzo la vista.

―¿Por qué no te vas a matar demonios?

―Qué agresiva. ―Se ríe―. Cómo me gustan.

―No hacía falta ese comentario.

―Bueno, tú preguntaste antes, y las asesinas me gustan.

Mis mejillas se ruborizan.

―Cállate, secuestrador.

―Qué mala, pero no me afecta, pues lo dijiste a propósito.

―¿No era que no percibías mis pensamientos?

―A veces, pobrecita.

Golpeo el bordado en el suelo, abandonándolo, y me levanto de forma brusca.

―¿Me estás provocando? ―cuestiono.

―Tú empezaste.

―Claro que no. ―Me agarra de la cintura, así que chillo y me quejo―. ¡Ay! ¡¿Qué haces?!

―Me encanta. ―Se acerca a mi rostro, entonces me tenso.

―¿No que... no tenías derecho? ―Trago saliva.

―¿Así te escudas? ¿Usando mis palabras en mi contra? ―Su nariz roza la mía―. Bueno, te lo dije una vez, siempre se puede cambiar de opinión.

―¿Y vas a lastimarme? ―Mis labios tiemblan.

Me suelta.

―No, solo estaba viendo tu confianza.

Frunzo el ceño.

―¿Qué significa eso?

―Qué me encanta tu carácter. ―Se ríe―. Lástima que al mínimo instante que crees que estás perdiendo, cedes a lo que el otro quiere, y también especulas mucho.

―Deja de analizarme ―me quejo.

―No puedo, eres mi presa.

―No lo soy, sino ya me hubieras comido.

―Te llamaría mi comida podrida, pero eso sería llevarlo a otro nivel, uno demasiado sentimental, pero no puedo, porque no soy correspondido.

No sé por qué, pero eso me dolió hasta mí, sin embargo, lo peor es que no puedo contradecirlo, porque eso sería aceptar cosas que no debo o que en realidad no entiendo, como el destino. 

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