Capítulo 11

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Durante unos segundos, por el teléfono, el hombre del traje solo escuchó ruido de fondo y débiles alaridos. Inquieto, se mordió con suavidad el labio y repitió:

—¿Quién eres?

La única respuesta que obtuvo fue la del estruendo de centenares de cristales explotando. Gruñó y apartó la oreja del auricular.

«Vaya mierda de creación, uno no puede esperar la muerte a manos del deicida sin que le molesten con estúpidas bromas telefónicas».

Cuando estaba a punto de colgar, le pareció escuchar una voz en la lejanía que pedía ayuda. Intrigado, prestó atención y trató de apreciar las súplicas entre medio de la inmensa capa de alaridos, ruido de fondo y sonidos molestos. Al no lograrlo, apretó lo dientes y las facciones de la cara se le arrugaron.

—Esto no tiene ninguna gracia. ¡Me estás haciendo perder el tiempo!

Tiró el auricular al suelo, cogió el cuchillo del carnicero y se preparó para trocear el teléfono. Antes de bajar la hoja, la satisfacción se le plasmó en el rostro.

—La próxima vez le gastas una broma a tu madre.

El filo metálico impactó repetidas veces contra el aparato. Tras un minuto, en el que no cesó de desfogarse, dijo con tono pausado:

—Ojalá que esto hubiera sido tu cabeza. —Soltó el cuchillo, sonrió y caminó hacia la puerta.

Antes de alcanzar la entrada, se detuvo al lado del cuerpo de un meminim, sacó la pitillera y prendió un cigarro. Mientras aspiraba el humo, miró de reojo al devorador de recuerdos y soltó:

—Patéticas criaturas, por vuestra culpa moriré despedazado a manos de un siervo sádico de Dhagmarkal con tendencias sexuales indefinidas. —Mordió la boquilla y dio una calada—. Me dais asco. —Levantó la suela, pisó decenas de veces la cabeza del pequeño ser y la convirtió en una hedionda papilla—. Esto sí que es vid... —El sonido del timbre del teléfono lo interrumpió.

«¿Qué demonios?» pensó mientras se volteaba.

Extrañado, fue de nuevo detrás del mostrador, vio que el aparato ya no estaba destrozado y susurró:

—Imposible. —Perplejo, se quedó parado unos segundos, observando cómo el timbre hacía vibrar el teléfono. Tragó saliva, asintió levemente y descolgó—. ¿Quién eres? ¿A qué estás jugando?

La respuesta sonó tan distorsionada que no la entendió. Negó con la cabeza, cogió el cuchillo, lo elevó y se preparó para despedazar de nuevo el aparato.

«Estoy harto».

Cuando se disponía a destrozarlo, escuchó por el auricular:

—Cada vez cuesta más comunicarse entre los distintos planos y realidades —aunque las palabras sonaron algo distorsionadas, pudo entenderlas—. Las marionetas de Dhagmarkal han abandonado el templo que encierra el cadáver de su dueño y están sembrando el caos por la creación.

El hombre del traje dejó el cuchillo encima de la cinta y dijo:

—Por eso, en vez de estar aquí hablando contigo, tendría que estar de camino al mejor burdel de la creación.

—¿Quieres pasar tus últimos momentos sobre sábanas sucias, empapado con el sudor de decenas de mujeres, llenado tu boca con alcohol barato?

El enmascarado sonrió.

—Me encantaría que en mi epitafio escribieran que pasé mis últimos momentos rodeado de señoritas de compañía, bañándome en alcohol barato, sobre una cama que apestaba a sexo. —Tras fantasear con una leve sonrisa dibujada en la cara, preguntó—: ¿Quién eres?

—¿Acaso importa? —contestó con sequedad.

—Sí me importa, no tengo idea de con quién estoy malgastando mi tiempo.

Se oyó el sonido de una cerilla encendiéndose y fuertes caladas.

—Lo que importa es por lo que te he llamado.

Una humareda negra salió por el teléfono y golpeó la cara del hombre del traje.

—Me ca... —Tosió—. ¿Qué demonios es esto? ¡Apesta!

—Cada uno tenemos nuestros pequeños vicios. A mí me gusta el olor del tabaco del pecado. —El humo volvió a emerger del teléfono—. Me encantan los cigarros hechos con las plantas que nacen lejos de la luz, aquellas que condensan en sus hojas las peores acciones. —Hizo una breve pausa—. Este tabaco en particular está creado a partir del tormento de ancianos y niños; está marcado con la tortura.

La humareda cubrió el rostro del hombre del traje.

—¡Maldito loco! —exclamó entre tosidos—. Si vuelves a soltar una calada en mi cara, te juro que te abriré la barriga y me haré una bufanda con tus intestinos.

El enmascarado esperó una respuesta, pero solo escuchó el sonido amplificado de la combustión del cigarro.

«Voy a hacer que te tragues cartones y cartones de tabaco».

—Discúlpame, hacía mucho que no hablaba con nadie por este método y no recordaba que, aparte de la voz, el humo y otras cosas pueden viajar por él. —Tiró el pitillo y continuó con tono serio—: Estamos a punto de ser devorados por la más terrible de las criaturas y tú eres el único capaz de impedir que pase eso.

El enmascarado recorrió la habitación con la mirada hasta detenerla en el cadáver del meminim que fue poseído.

—¿Qué voy a impedir? Han ganado. Se llevaron a Woklan. —Apretó los dientes y se calló durante un instante—. He fallado y voy a pagar por ello. Ese maldito monstruo, acompañado de su circo de payasos, vendrá a por mí. Se divertirán torturándome y descuartizándome.

—¿Y vas a permitirlo?

—¡¿Y qué quieres que haga?! —explotó—. ¡¿Te piensas que no me gustaría darle una buena patada en el culo a ese engendro?! ¡Ha intentado matarme! ¡Intento eliminar la mente a la que estoy unido! —Guardó silencio unos segundos—. Lo odio.

—Y ¿quién no odia al deicida? Después de lo que hizo, la condena que recibió fue muy magnánima. Si me hubieran dejado a mí encargarme de su destino, ahora no estaríamos corriendo, buscando el mejor lugar para escondernos.

El enmascarado, pensativo, observó a las personas atadas a la cinta, se fijó en cómo gimoteaban y, en ese instante, viendo cómo la larga fila de víctimas se perdía por un orificio en la pared, se preguntó por qué seguían ahí.

—Oye, si todo se colapsa, ¿por qué no se detienen las condenas? —Antes de quien estaba al otro lado de la línea pudiera contestar, el hombre del traje soltó un pensamiento en voz alta—: Las personas que le eran suministradas al carnicero siguen aquí. —Encendió el mecanismo y la cinta se puso en marcha—. Llegan y llegan, parecen no tener fin.

—Hasta que Los Custodios mueran las condenas no se romperán.

—Los jueces... —susurró—. Mezquinos, siguen teniendo poder y no actúan. Podrían haber evitado que se llevaran a Woklan.

—Podrían... Aunque no se inmiscuirán hasta que equilibrio no sea totalmente quebrantado.

—¿Acaso el deicida no rompe el equilibrio?

—Dhagmarkal es una representación del equilibrio.

Extrañado, el enmascarado pestañeó y movió los ojos de izquierda a derecha con rapidez.

—¿A qué te refieres?

—El único ser que puede matar a Dios es en realidad lo primero que nació de él.

—¿El deicida es la primera cosa que existió? —Se quitó la máscara para limpiarse el sudor de la frente—. ¿Quién en su sano juicio crearía algo que pudiera destruirlo? Es de locos...

—No le dio forma por voluntad propia, Dhagmarkal nació porque quiso nacer. Un día, Dios descubrió que podía soñar y soñó.

—¿Dios soñando...? —Sacó una vieja petaca del traje y bebió un trago de whisky—. Esto es surrealista —susurró—. ¿Me estás diciendo que el deicida forma parte de un sueño de Dios?

—Es más que eso, Dhagmarkal es una representación de sus pesadillas, es la manifestación de sus miedos.

—Sus miedos... —murmuró y se secó de nuevo la frente—. Siempre creí que la frase que tanto se oye por aquí, la de "Cuando Dios tiene pesadillas sueña con Dhagmarkal", expresaba el temor de los que viven en el nexo, pero no creí que fuese literal... —Se quedó pensativo un par de segundos—. Ese monstruo nació y creció en sus sueños.

—Es algo más complejo que eso, Dhagmarkal también es Dios.

El enmascarado soltó confundido:

—Empiezo a no entender nada.

—Dhagmarkal no puede ser separado de Dios, ni Dios de Dhagmarkal. El deicida es la manifestación de la oscuridad de la mente infinita.

—Pero ¿entonces cómo pudo morir? Eso habría matado a Dios.

—No murió. No pudimos matarlo, lo acercamos lo más que pudimos a la muerte. Lo dejamos rozando aquello que no es tangible. —Encendió un pitillo y dio una calada—. Aunque cometimos un gran error, desde allí, aun estando en letargo, ha conseguido hacerse más fuerte. Esparcido por la esencia que da forma a las distintas realidades ha encontrado un poderoso aliado: la parte de sí mismo que le faltaba. —Hizo una pausa—. Ahora, cuando retorne a la vida, nada podrá pararlo.

El enmascarado se pasó la palma por la cara, maldijo y bramó:

—¡Esto es de locos! Dios, su hijo, sus pesadillas... Si son lo mismo, si el decida consigue matar a Dios, él también morirá.

—Es lo más probable, aunque no quedará nadie vivo para comprobarlo.

El hombre de traje negó con la cabeza.

—No, no, no. —Golpeó el estómago de una de las víctimas que estaban atadas a la cinta—. Maldita sea, si Woklan despertara y accionara el armamento de la Ethopskos una sucesión de paradojas podrían devolver a Dhagmarkal al sueño eterno. —Lanzó de nuevo el puño contra la barriga de la persona que le suplicaba que la soltara—. La única forma de frenarlo es destruyendo parte del tejido espacio-temporal.

—Hay algo más importante que destruir una parte de la esencia que da forma a las distintas realidades. —Antes de que el enmascarado pudiera preguntarle, dio una calada y prosiguió—: Woklan debe despertar y recuperar su cuerpo. No se qué es lo que quiere Dhagmarkal de él, pero me inquieta esa fijación.

Inquieto, torturado por la idea de que a los ojos del deicida no era más que una insignificante parte de Woklan, el enmascarado cogió el cuchillo, miró unos instantes la hoja ensangrentada y lanzó el filo contra la garganta de la víctima atada a la cinta. En un frenesí de autentica impotencia, gritó y machacó el cuello con el frío acero.

—¡¿Qué quieres de nosotros?! —bramó mientras la sangre salpicaba la cinta, la mesa y la pared—. ¡Maldita pesadilla divina! —Sin detenerse, vociferó—: ¡Te odio!

Al otro lado de la línea se escuchó el sonido de una fuerte calada. A la vez que el humo surgía lentamente por el teléfono, quien se mantenía en el anonimato volvió a hablar:

—Dhagmarkal no comete errores. —De nuevo se oyó cómo aspiraba y paladeaba el humo—. No eres un error, no eres algo con lo que no contaba, debe tener un papel reservado para ti.

Jadeando, el hombre del traje dejó de lanzar la hoja contra la víctima, pensó en lo que había vivido desde que cobró consciencia de sí mismo, tiró el cuchillo y susurró:

—Debilitarlo... Deja que exista para debilitar a Woklan.

Recordó algunos momentos en los que su manifestación había conseguido volver vulnerable a Woklan. Momentos en los que las fuerzas demoníacas habían doblegado con suma facilidad la mente del crononauta.

—Es posible, aunque no creo que esa sea la única razón de que existas. —Apagó el cigarro—. Debes encontrar la mente a la que perteneces. Dhagmarkal no se detendrá y usará a sus siervos para frenarte, pero has de hallar al humano y llevarlo de vuelta a su cuerpo.

El enmascarado sostuvo la piedra verdosa que le dio el carnicero y contestó:

—Aunque entre en el sendero prohibido, me será imposible encontrar el lugar donde han recluido la consciencia Woklan.

Antes de colgar, quien se hallaba al otro lado encendió un pitillo y dijo:

—Debes hacerlo, se nos acaba el tiempo.

El hombre del traje quiso replicar, pero al serle imposible, después de escuchar cómo la línea se había cortado, lanzó el teléfono contra una pared y se quedó en silencio observando cómo la cinta se ponía en marcha.

Inspiró con fuerza, miró la piedra verdosa que tenía en la palma y el intenso brillo que producía.

—Veamos a dónde me lleva el sendero.

Se dio la vuelta, caminó hacia una puerta de madera agrietada y la abrió. A la vez que un fuerte fulgor verde provenía del otro lado, al mismo tiempo que escuchaba las súplicas de las víctimas atadas a una cinta que las condenaba a ser mutiladas durante la eternidad, mientras el pensamiento de ser desmembrado y violado por una deidad oscura lo hacía sudar, se adentró en el sendero y fue tragado por él.


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