Capítulo 21

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

El blanco teñía el paisaje más allá de hasta donde alcanzaba la vista. La nieve le cubría el cuerpo casi por completo. El helado manto se extendía ocultándolo a él y a la superficie de la montaña en la que se hallaba tirado.

Hacía días que había aparecido allí. Aunque apenas fue consciente de la caída, se materializó a unos cincuenta metros de altura y empezó a descender con rapidez. Los párpados se le cerraron mucho antes de que su cuerpo impactara contra las rocas, rebotara y volviera a impactar. No sintió dolor.

Sufrió graves heridas y estuvo a punto de morir, pero de alguna forma la energía Gaónica se expandió, lo cubrió, provocó el temporal de nieve y lo mantuvo inconsciente. Aun habiéndolo conducido a ese lugar, aun habiéndolo dejado caer desde mucha altura, lo que él consideraba una maldición le había salvado la vida.

Un zumbido se propagó por el lugar y, casi al instante, apareció un pequeño objeto volador ovalado que se quedó flotando encima de él. La máquina emitió una luz verde y lo escaneó. Después del análisis, se alejó a gran velocidad.

Pasaron varias horas hasta que el aparato volvió a aparecer. Esta vez lo hizo para mostrarle a alguien el sitio exacto donde había hallado un cuerpo que emitía energía Gaónica.

Soldado, ¿hay algo o solo es un fallo del sistema? —se escuchó a través de la radio que llevaba acoplada el hombre al cinturón.

—Dame un segundo —contestó y reemprendió la marcha. Tras dar una veintena de pasos y escarbar en la nieve, cogió la radio y dijo—: El Whug no está estropeado, aquí hay un cuerpo. Un cuerpo que brilla.

Recibido. No hagas nada. Protege el perímetro y espera los refuerzos.

—Entendido. Cambio y corto. —Guardó la radio.

Durante unos minutos, se quedó de pie a unos metros, obedeciendo las órdenes, pero tras ese lapso de tiempo no pudo evitar acercarse y darle la vuelta al cuerpo. Cuando terminó de hacerlo, miró a los ojos del recluso novecientos noventa y nueve, vio reflejados en ellos la eternidad y gritó. A los segundos, una inmensa explosión lo devoró a él y a la montaña. El saltador de realidades, aun sin ser consciente de ello, inició el viaje hacia un mundo largo tiempo olvidado.

***

Antes del primer salto.

Al mismo tiempo que se besaban, el viento les mecía la ropa y les acariciaba la piel. Cuando las nubes descargaron algunas gotas, se separaron poco a poco y sonrieron.

—¿Estás más tranquilo? —le preguntó mirándolo fijamente a los ojos.

—Lo estoy —contestó un segundo antes de que a lo lejos sonara un trueno.

—Entonces... —Le posó la mano en la mejilla—. Será mejor que volvamos a entrar. La tormenta no tardará en llegar al borde.

—Sí. —Asintió y le cogió la mano—. Ves tú primero, me voy a quedar aquí un minuto para comprobar que los sistemas de medición están bien conectados.

Ella contestó con cierto tono burlón:

—Así que, además de vigilar al personal y al complejo, el jefe de seguridad se dedica a comprobar los sistemas de medición.

La cogió de la cintura.

—Lo hago para que no te mojes comprobándolos tú. —Sonrió—. De algo me sirvieron tus clases básicas para tontos. Ahora sé qué muestran los indicadores.

—Menos mal —dijo entre risas.

Inspiró, la soltó y retrocedió un paso.

—Vamos, vete dentro. Te veo en unos minutos. —Echó la vista a un lado y contempló los colores rojizos de las nubes que se acercaban a gran velocidad—. Estaremos un buen tiempo sin poder salir del complejo y necesito unos momentos de soledad al aire libre.

Durante un breve instante, reinó el silencio.

—Tu padre ya ha dejado de sufrir. —Le dio un beso—. Su alma está en paz.

Él asintió.

—Sí, seguro que sí —susurró, reprimiendo los sentimientos.

Ella le acarició una última vez la mejilla, descendió las escaleras metálicas, se adentró en el complejo y lo dejó a solas. Cuando los pasos se alejaron lo suficiente y se volvieron muy débiles, se dio la vuelta y caminó unos metros.

Fijó la mirada en los relámpagos que desprendían las nubes y se adentró en sus recuerdos. El dolor le punzaba con fuerza al mismo tiempo que revivía lo que su padre había hecho por él. Él siempre había sido su ejemplo a seguir; él fue y era el hombre que más admiraba en La Tierra.

Aunque lo más doloroso era el hecho de que no pudo negarse a liderar la misión asignada al complejo y quedarse con su padre el poco tiempo que le quedaba de vida. Nadie podía desobedecer al mando. Ni siquiera él.

Solo tuvo un pequeño consuelo, el consejo decidió asignar a su actual pareja a la misión. Las frías mentes que dictaminaban el destino de la humanidad siempre calculaban todo para obtener los resultados que deseaban. Los líderes sopesaron que sin ella a su lado el jefe de seguridad podría volverse inestable.

Con eso en mente, repasando su infancia, repasando los momentos que había vivido con su padre, recordando que para el consejo los humanos no eran más que peones que debían obedecer, intentó no sucumbir al mar de emociones y caminó hasta el borde del perímetro.

Allí, contemplando el acantilado, viendo la polvareda movida por el viento desplazarse un poco por delante de las nubes, cerró los ojos y susurró:

—Siento no haber estado a tu lado. —Una lágrima resbaló por la mejilla—. Lo siento tanto. —Luchó por reprimir el llanto—. Fuiste un gran hombre. —Abrió los ojos y observó los relámpagos—. Estés donde estés, cuida de mamá. Nosotros, tus hijos, seguiremos adelante, pero no sé si mamá podrá vivir sin ti. —Agachó la cabeza—. Nunca te olvidaré.

Con pesar, se dio la vuelta y se dirigió hacia la entrada del complejo. Cuando estaba a punto de alcanzarla, escuchó un sonido estridente; como si alguien estuviera desagarrando la atmósfera a su alrededor.

—¿Quién anda ahí? —Desenfundó el arma.

Al mismo tiempo que buscaba la causa del estruendo, el ruido se fue intensificando. Tras unos segundos, el sonido se volvió tan punzante que, por más que apretó los dientes e intentó resistirse, no tuvo más remedio que soltar el arma y presionarse la cabeza.

Justo cuando empezó a sentir la sangre brotándole de los tímpanos, las piernas le flaquearon y cayó de rodillas contra el suelo. Allí, indefenso, sufriendo un fuerte dolor en las sienes, vio cómo unas extrañas criaturas se manifestaban delante de él.

Los seres eran pellejo, la piel les colgaba escapando de los cuerpos raquíticos. No tenían cuello, en su lugar un cordón de carne palpitante les nacía en lo alto del tronco, les caía por la espalda y se les unía a la cabeza, que estaba pegada a la mano derecha; en los cráneos se hundían los enormes dedos venosos.

El ruido cesó, apartó las palmas ensangrentadas de las orejas y, aunque los oídos le pitaban mucho, pudo escuchar una lúgubre voz que se propagó por el lugar:

Has sido elegido.

—¿Elegido? —repitió automáticamente, sin dejar de observar a las criaturas que se habían detenido.

El temor estaba a punto de paralizarlo. En sus años de servicio jamás había sido testigo de algo tan grotesco, pero el instinto y el entrenamiento se impusieron y consiguieron que reaccionara. Recogió el arma, se levantó y disparó.

El haz de energía impactó contra uno de los seres. La carne se agujereó y una parte de la criatura se desintegró, aunque otra explotó esparciendo las entrañas por el aire.

Has sido elegido.

Se limpió la cara, apartó la masa sangrienta y putrefacta del rostro y se dijo:

—No pienses. Respira. Reacciona.

Llenó los pulmones y, con gran precisión, se movió soltando el aire, abriendo fuego y esquivando los restos de los cuerpos. Cuando tan solo quedaba un ser de pie, cuando se dispuso a desintegrarlo, alguien lo cogió de la nuca y lo paralizó.

Lentamente, sin poder evitarlo, sin poder defenderse, sintió cómo una respiración se le acercaba al oído. Lo único que pudo hacer fue tragar saliva e intentar en vano ver quién era el que aproximaba los labios a su oreja.

—Me servirás bien. Tu vida es mía —le susurró y le clavó una afilada uña en la sien.

El que no tardaría en ser conocido como recluso novecientos noventa y nueve, gritó, sintió cómo los rayos de la tormenta roja impactaban en su cuerpo y perdió la consciencia.

***

Tras el salto que había destruido la montaña, recobró la consciencia, abrió los ojos, se arrodilló y miró hacia todos lados. Se hallaba en una cámara casi completamente en la penumbra. En ese oscuro y húmedo lugar, el único sonido que se escuchaba era el que producía al respirar.

Atontado, entrecerró los ojos y dijo con tono cansado:

—¿Dónde...? —Se pasó la mano por la cara, recordó al crononauta y soltó con pesar—: Woklan...

Mientras se sumergía en sus pensamientos, algo se desplazó a gran velocidad detrás de él. Sobresaltado, giró la cabeza, buscó con la mirada, pero la tenue luz que se filtraba por una fisura en el techo solo le mostró que la sala estaba vacía.

Antes de que pudiera moverse, de nuevo algo se desplazó sin que pudiera verlo. Esta vez, además de pasar cerca de él, sintió un tacto frío traspasar la ropa y acariciarle el pecho.

«Dthargot» oyó cómo multitud de voces susurraban ese nombre en su mente.

Al ver que no se callaban, se echó las palmas a las sienes y bramó:

—¡Basta!

Los susurros continuaron durante algunos segundos. Durante ese tiempo, viendo que no podía callarlos, se levantó y chilló. Cuando al fin dejó de escuchar murmullos, agotado, con el cuerpo dolorido, empezó a sentir cómo los efectos sedantes del salto desaparecían y comenzó a cobrar conciencia de que parecía estar atrapado en esa siniestra construcción.

Temeroso de volver a escuchar los susurros, cerró los ojos e intentó canalizar la energía Gaónica. Su ser le impulsaba a saltar cuanto antes y dejar atrás ese lugar.

—Vamos —dijo, intentando en vano canalizar la energía atemporal—. Vamos —repitió, casi al mismo tiempo que la frustración se apoderaba de él—. ¡Maldita sea, vamos! —bramó, abriendo los ojos.

Al ver que le iba a ser imposible saltar, comenzó a palpar las paredes en busca de algún mecanismo que le condujera a una salida. Tras casi un minuto, en el que no halló más que bloques de piedras humedecidos por la condensación de la atmósfera, volvió a notar algo moverse detrás de él.

Apretó los dientes, se giró, dio un par de pasos y bramó:

—¿Quién demonios eres? —Tensó los músculos de la cara y escupió—: Muéstrate.

Alrededor de él, incrustadas en las paredes, se fueron enciendo decenas de antorchas.

—Con gusto —dijo una figura que poco a poco fue quedando visible gracias a la luz de las llamas.

El ser, en apariencia humano, tenía la piel azul marino y los ojos de un azul más claro. Portaba una prenda oscura que le tapaba la mayoría del cuerpo. Lo único que quedaba al descubierto eran los brazos por los que se extendían unas marcas grises con forma de raíces. El tono de esas marcas era el mismo que el de los labios.

Aunque sintió cierto temor, desde lo más profundo de su ser emergió una seguridad que le ayudó a decir:

—¿Qué eres?

El ser sonrió.

—Soy un antiguo. —Lo miró a los ojos y penetró en su alma—. Y tú eres el juguete de uno de mis hermanos.

Instintivamente, el recluso apretó los puños y retrocedió un poco sin darse cuenta.

—¿Qué insinúas? —titubeó y lo bombardearon un cúmulo de recuerdos.

Se vio en su mundo natal, viviendo lo que sucedió en el complejo, sintiendo cómo un ser ancestral fundía parte de su energía con él, alteraba los átomos de su cuerpo y le concedía la maldición del saltar entre realidades.

—No... —balbuceó.

Hasta ese momento, había creído que la alteración de la estructura de su organismo fue causada por una explosión en el complejo; una que sucedió por la sobrecarga de los sistemas de medición a causa de la tormenta roja.

—¿Por qué...? —susurró.

El torrente de imágenes lo sacudió de tal forma que le costó asimilar que una fuerza ajena al universo en el que se creó su mundo había provocado la explosión. No soportaba el que no fuese un accidente lo que originó su maldición. Le poseyó la rabia al saber que la muerte de sus compañeros y de su pareja fue por la acción de un extraño ser. Llevaba varios años saltando y, en cierto modo, había aprendido a vivir con el dolor. Aunque en ese momento el dolor quedó fuera de su control y creció hasta desgarrarle el alma.

Mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas, miró al antiguo a los ojos, tragó saliva y preguntó:

—¿Por qué? ¿Por qué yo?

El ser caminó hasta quedarse a un metro de él.

—Tuviste la mala suerte de hallarte cerca de donde se creó una pequeña fisura en el tejido que mantiene unida la creación. —Movió un poco la mano y la sala se descompuso dejando paso a un paisaje poblado por árboles secos—. Mi hermano necesitaba un receptáculo para mantener oculto de nosotros una porción de su ser. Creía que era la forma para volver de entre los muertos.

—No entiendo... —retrocedió un paso—. ¿Qué quieres decir?

—Que lo matamos, que nos comimos sus vísceras y absorbimos su poder. —Le miró las muñecas y se crearon dos grilletes alrededor de ellas—. Se convirtió en un estorbo y decidimos sacrificarlo. —Unas cadenas se fusionaron con los grilletes y dos seres de carne negra y ojos blancos tiraron de ellas—. Ahora ha llegado la hora de acabar por completo con él. —Movió ligeramente los ojos y se materializó un grueso collar de acero que empezó a ahogar al recluso.

Aunque intentó luchar contra la falta de aire, los pulmones no tardaron en arderle y las piernas en fallarle. En poco menos de un minuto, con las venas de la cara hinchadas, con los ojos a punto de explotar, cayó de rodillas y observó al antiguo que lo miraba sin mostrar emoción alguna.

—Al final, por mucho que te empeñaste en ocultar los restos de tu energía, tu llama será completamente apagada —dijo, dirigiéndose a su hermano—. Tu condena por fin será cumplida. —Se acercó al recluso y le clavó los dedos en los ojos.

Sintiendo cómo le explotaban las cuencas, aun casi sin aire, chilló. Aunque intentó mover las manos para defenderse, era tal la presión que ejercían las criaturas que tiraban de las cadenas que no pudo nada más que seguir gritando hasta que el chillido se apagó.

El antiguo, con los ojos incrustados en los dedos, ensimismado mirándolos, empezó a caminar. Al mismo tiempo que el ser se alejaba, las cadenas, los grilletes y el collar se desvanecieron y el recluso cayó contra el suelo.

Mientras perdía mucha sangre por las cuencas vacías, mientras llenaba de aire los pulmones, poco antes de perder el conocimiento, logró escuchar lo que decía el antiguo:

—Al fin podremos completar la obra para la que fuimos creados.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro