Capítulo 22

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Los granos de arena volaban a gran velocidad e impactaban contra su cuerpo, contra el pañuelo que le cubría la boca y contra las gafas. Caminaba intentando evitar que la lluvia de partículas le golpeara la cara, pero por más que interponía el brazo en la trayectoria de estas, por más que lo acercaba al rostro, los diminutos granos conseguían rebasar la extremidad y chocar con la mandíbula.

Tras cerca de veinte minutos, en los que caminó contra la tormenta de arena, harto de ser golpeado continuamente, tensó los músculos de la cara y espetó:

—¿Tan mal estáis? ¿Tan destrozado tenéis los sistemas que no habéis sido capaces de predecir que el viento levantaría esta polvareda? —Apretó los dientes.

El robot alto, que avanzaba a su lado, respondió:

—Todavía no hemos llegado a ese grado de degradación. Aún somos capaces de prever los cambios en la atmósfera.

—Entonces ¿por qué dijisteis que estaría despejado? —replicó.

El androide regordete, que iba unos pasos detrás de ellos, contestó:

—Parece que el entorno que rodea la estructura responde a tu presencia y altera la atmósfera.

Woklan guardó silencio, siguió caminando y pensó:

«¿A mi presencia? ¿Yo causo la tormenta de arena? —Sintió un cosquilleo en la mano y, casi al instante, vio cómo una tenue película lumínica le cubría el brazo—. ¿Qué es esto?».

El viento dejó de soplar y los granos de arena se quedaron flotando en el aire. Woklan, perplejo, parpadeó, movió el brazo y apartó parte de la fina capa de polvo que lo envolvía. Se dio la vuelta, miró a los robots y se extrañó aún más; los androides se hallaban quietos, paralizados.

—¿Qué está pasando? —soltó un pensamiento en voz alta.

Cuando volvió a sentir el cosquilleo, bajó la cabeza, observó el brazo y vio cómo el tenue brillo se apagaba.

—¿Estás preparado? —escuchó la pregunta de alguien que le resultaba familiar.

Se volteó y buscó sin éxito el origen de la voz. Escrutó el entorno, contempló el horizonte a través de los diminutos huecos que quedaban entre los granos flotantes, dio unos pasos y atravesó la cortina de polvo.

«La realidad se está descomponiendo muy deprisa. La energía Gaónica está desintegrándose. —Miró el suelo y se fijó en la marca de una pisada—. Con cada instante que pasa, con cada segundo en el que no logro regresar antes de que se inicie el suceso originario, la realidad se deforma más. —Se agachó y tocó el surco negro de la huella—. No puedo dejar que me afecte la agonía de la realidad. —Lo granos flotantes descendieron de golpe, se amontonaron en el suelo y borraron la pisada—. No puedo dejar que me desestabilice. —Dirigió la mirada hacia la estructura que se hundía en el núcleo del planeta—. El universo depende de mí... Mi familia depende de mí».

Se levantó, se sacudió el polvo, se quitó las gafas y el pañuelo y caminó hacia la construcción. Mientras se acercaba a la pared exterior de esa inmensa estructura, los robots se reactivaron y lo siguieron. Después de unos minutos, cuando tan solo faltaban unos pasos para poder alcanzarla, una fuerte migraña lo obligó a detenerse. El dolor se intensificó tanto que se le escapó un grito.

El robot alto se acercó, activó los escáneres y dijo tras analizarlo:

—Tu organismo está desprendiendo una energía desconocida.

Woklan no le oía, estaba inmerso en una sucesión de recuerdos dolorosos. Cuando despertó después de que lo rescataran los androides, pensó que se le había revelado por completo lo que sucedió en la Ethopskos, pero en ese instante, sacudido por una infinidad de imágenes, sonidos, olores, sensaciones y emociones, tuvo la dolorosa revelación de que no fue así.

Confundido, viendo cómo innumerables pasados tomaban forma y se difuminaban, contemplando escenas que bien podía haber vivido o no, vislumbrando el destino de versiones de sí mismo en otras líneas temporales, alzó la cabeza y chilló.

El robot regordete se aproximó y preparó un inyector.

—Es tal como determina la predicción. —Le inoculó una sustancia a Woklan y el punzante dolor comenzó a disminuir.

El crononauta bajó la cabeza, se limpió el sudor de la cara, intentó controlar la respiración y se quedó mirando el suelo. Su consciencia había recorrido lugares por los que él no había estado, realidades con diferentes versiones de sí mismo y de personas conocidas. Las revelaciones le habían empujado con fuerza contra algo para lo que no sabía si estaba preparado.

Al ver que la extraña energía abandonaba el cuerpo de Woklan, el robot alto dijo:

—Sí, está sucediendo tal como lo determina la predicción. El cuerpo y la estructura reaccionan el uno con el otro. —Analizó una parte de la construcción—. Se retroalimentan.

Woklan, intentando alejarse de la sucesión de visiones, sabiendo que era importante no sucumbir, que el destino de lo que existía dependía de él, dirigió la mirada hacia sus compañeros robóticos y comentó:

—No solo estoy conectado con la estructura. Estoy conectado con lo que aún se mantiene en pie. Estoy conectado con lo poco que queda del multiverso. —Hizo una breve pausa—. La paradoja está completando su ciclo. La destrucción de los restos de los distintos universos se está acelerando. —Se miró las manos—. Es extraño, no sé muy bien cómo lo sé, pero creo que de alguna manera también estoy unido a lo que está destruyendo la realidad. —Por un segundo, las palmas se le recubrieron con una tenue película de energía—. Aunque borroso, recuerdo lo que sucedió. —Cerró los ojos, se sumergió en su mente y vio cómo su cuerpo ardía dentro de la Ethopskos; vio cómo la energía Gaónica le fundía la carne y el hueso—. Me acuerdo del dolor. —En el recuerdo, contempló cómo sus piernas se deshacían mientras intentaba alcanzar el puente, mientras intentaba llegar a sus compañeros y poner fin a aquella locura—. Es culpa mía. —Abrió los ojos y una lágrima le resbaló por la mejilla—. Yo inicié la cadena de destrucción... —Guardó silencio unos segundos—. Y aunque debería estar muerto, por una razón que desconozco, sigo vivo.

Los robots lo observaban sin decir nada. En ese instante, en el que pensaban que podrían completar la misión, ya no le podían dar respuestas; lo único que le podían ofrecer a Woklan era agradecimiento.

La predicción estaba cerca de completarse y con ella se cerraba la certeza de lo que sucedería. Su creador les dio un propósito que estaba a punto de cumplirse. La espera había sido demasiado larga, pero por fin se hallaban a las puertas del fin por el que habían sido creados.

El robot más alto caminó hasta quedar a un metro de la estructura, elevó la mano y sintió cómo los dedos eran frenados por un campo invisible. Giró la cabeza, miró a Woklan y le informó:

—A partir de aquí no podremos acompañarte.

El crononauta, que no podía silenciar en su mente la repetición de los alaridos de dolor que soltó al quemarse dentro de la Ethopskos, con una entereza que no comprendía, con una fuerza que lo impulsaba a no sucumbir ante las revelaciones, el dolor y la angustia, asintió y pronunció con mucha seguridad:

—Volveré a por vosotros. Cuando restaure el orden, cuando acabe con esta locura, viajaré por cada línea temporal, buscaré en todas, y encontraré una en las que os crearán. —Se preparó para entrar en la estructura—. Aunque no me recordéis, os contaré que gracias a vosotros se pudo evitar la destrucción de la realidad. —Antes de adentrarse en la construcción, ladeó la cabeza, los miró de reojo y afirmó—: Nos volveremos a ver. Os lo prometo.

Al tocar la inmensa pared negra, el cuerpo de Woklan y la estructura vibraron.

«He de poner fin a esta pesadilla».

Un débil sonido se propagó por el planeta al mismo tiempo que, creando ondas que fluctuaban por la superficie del muro, el crononauta atravesaba la pared; casi parecía que en ese instante esa parte de la estructura se tornaba líquida.

Mientras traspasaba la sustancia que daba forma a la inmensa construcción, escuchó las risas de una niña y pensó en su difunta hija. En ese instante, le habría gustado poder expresar más dolor del que manifestaba su rostro, pero algo se lo impidió.

Empezaba a temer la verdad, empezaba a temer que sus sentimientos se estuvieran evaporando, que no fuera más que un reflejo de su consciencia antes de que esta estallara junto con la Ethopskos.

No sabía cómo había podido revivir, no sabía de cuánto tiempo disponía antes de que la apatía lo dominara y perdiera las fuerzas para seguir adelante, pero lo que sí sabía era que no se iba a rendir nunca, que lucharía hasta el último hálito de vida, que no desaprovecharía la oportunidad que el destino le había brindado.

Cuando terminó de cruzar la pared, al respirar la atmósfera viciada del interior de la construcción, empezó a toser. Con la palma sobre los labios, intentó distinguir algo en ese lugar en el que lo único que apreciaba era el eco de su tos. La oscuridad era tan intensa que no podía atisbar ninguna forma dentro de la negrura.

En el momento que los pulmones se acostumbraron a ese aire tan denso, apartó la mano de la cara y avanzó a tientas. Después de caminar unos diez metros, tropezó y cayó contra el suelo.

—Mierda... —soltó, al mismo tiempo que tanteaba la fría superficie y se preparaba para levantarse.

Antes de que le diera tiempo a ponerse de pie, escuchó una voz que sonó por encima de él:

—Es difícil moverse por este terreno si uno no es capaz de caminar por su interior.

Woklan elevó la mirada, vio cómo se iluminaba una porción del techo y también vio cómo un hombre, que vestía un traje ceñido y portaba un sombrero de copa, andaba por él.

—¿Cómo es posible? —preguntó confundido.

—Simplemente es —tras hablar, el hombre desapareció y el techo se oscureció.

El crononauta movió la cabeza, lo buscó entre la oscuridad, pero no halló más el intenso negro que cubría todo.

—Woklan —dijo el hombre apareciendo detrás de él—, no tienes de qué preocuparte, hace mucho tiempo que te espero. —El teniente se giró justo en el momento en el que la inmensa sala se iluminaba—. Mi destino está unido al tuyo y al de la creación. —Asintió y se apoyó en un bastón mitad blanco mitad negro.

El crononauta tardó unos segundos en reaccionar. No solo era lo extraño que le resultaba que ese hombre lo estuviera esperando, sino que, aunque luchaba contra ello, notaba cómo su mente se tornaba fría, sentía cómo se apagaban los sentimientos y las emociones.

—¿Quién eres? —preguntó al fin.

El hombre sonrió, lo miró fijamente a los ojos y contestó:

—Me han conocido por muchos nombres. He representado muchas cosas. Aunque me gusta referirme a mí con el nombre que me dio quien me creó. —Las pupilas verdes se le iluminaron un par de segundos—. Me llamo Dthargot.

—¿Dthargot? —repitió Woklan, al mismo tiempo que un cúmulo de imágenes le sacudían la mente—. Eres... —Parte de los conocimientos que se hallaban en lo más profundo de su memoria emergieron y se apoderaron de él—. Eres un antiguo —concluyó dubitativo, sin saber muy bien por qué había dicho eso ni tampoco qué significaba realmente.

Dthargot sonrió, afirmó con la cabeza y dijo:

—Así es, soy uno de los doce antiguos. Uno de los seres ancestrales de la creación. —Apartó la mirada y se quedó pensativo—. Aun sin cuerpo, sigo siendo uno de ellos.

Woklan pensó en el suceso originario, en las pesadillas que lo habían atormentado tras ser revivido, en el templo, en Dhagmarkal, en el hombre del traje; pensó en las cosas que parecían no tener explicación y le preguntó:

—¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Por qué sigo vivo? Morí calcinado por el fuego cósmico, por las llamaradas generadas por la energía Gaónica al descomponerse, por la combustión que dio origen a la paradoja.

Dthargot guardó silencio unos segundos.

—¿Y qué te hace pensar que sigues vivo? —El crononauta lo miró con una mezcla de incertidumbre y cierto temor; temor a no existir, a no ser más que el reflejo de un espejismo—. ¿Qué te hace pensar que algo sigue vivo? —El antiguo caminó por la inmensa sala que parecía no tener fin—. ¿Somos espectadores de un drama cósmico? ¿Somos los causantes? ¿Tenemos algo que ver con lo que sucedió? —Se detuvo—. ¿Acaso importa? —Apoyó las manos en el bastón—. Lo único importante es lo que podemos hacer, no lo que hicimos o lo que somos.

Woklan sintió un leve espasmo en el brazo, lo observó y vio cómo se le recubría con un tenue brillo. Sumergido en sus pensamientos, se quedó contemplándolo mientras el fulgor perdía fuerza.

—Tu buscas redención —prosiguió el antiguo—. Y la buscas intentando evitar que ocurra. —Se dio la vuelta y lo miró—. Pero ¿te has preguntado qué harás para evitarlo? ¿Te has preguntado si serás capaz de ponerle fin cuando sepas en realidad lo que sucedió? —Mientras Woklan alzaba la vista, el antiguo caminó hacia él—. Tú y yo somos fantasmas del pasado. Vivimos tan solo porque el destino es caprichoso. A mí me mataron mis hermanos y a ti te mataron tus sentimientos. —Se detuvo a un metro del crononauta—. ¿Estás dispuesto a volver? ¿A descubrir lo que sucedió? ¿A ponerle fin aun significando que no podrás recuperar aquello que anhelas y amas? —Woklan estaba a punto de contestar cuando el ancestro continuó—: No necesito oír tu respuesta, al único al que tienes que repetírsela es a ti mismo.

La sala empezó a temblar y varios pedazos del techo cayeron cerca de ellos.

—La paradoja —soltó el crononauta, mirando hacia arriba, preparándose por si algún fragmento se dirigía hacia él.

—La muerte de la creación —le corrigió el antiguo—. La destrucción te persigue porque tú eres la destrucción en sí misma. Lo que sucedió en aquella nave no solo devoró la realidad, sino que también te dio forma. —Ladeó la cabeza—. La energía que crea los cimientos de lo que existe se fundió con tu cuerpo, tu alma y tu mente, destruyéndote. —Centró la mirada en él—. Todo tendría que haber acabado allí, en ese momento, en una explosión arrasando mundos, soles, galaxias y universos. Consumiendo cada rincón de la existencia. Devorando incluso a mi especie. —Un nuevo temblor hizo que se desprendieran más pedazos del techo, pero el antiguo levantó la mano y los fragmentos se quedaron levitando unos metros por encima de ellos—. Alguien urdió un plan para acabar con la creación, conmigo y mis hermanos. Usó a los humanos como títeres y preparó la destrucción. Sin embargo, pasó algo que era imprevisible, un humano se fusionó con los cimientos de la creación y fue capaz de proyectar su consciencia a un futuro inexistente.

Woklan que, aun escuchándolo con atención, no apartaba la mirada de los fragmentos de la construcción, soltó:

—¿Insinúas que me proyecte hacia el futuro? ¿Qué yo mismo me reviví?

—No, no creo que tú te devolvieras la vida. Algo o alguien tuvo que reconstruir los fragmentos dispersos de tu consciencia y ordenar la información que esta traía consigo. Cuando la energía a la que llamas Gaónica te abrasó, absorbiste conocimientos ancestrales y estos han debido de servir para reconstruir parte de lo que existió. —Movió la mano y los fragmentos se convirtieron en un polvo negro que se dispersó por la sala—. Todos dejamos de existir y todos hemos sido rehechos. La diferencia es que la mayoría no sabe que son un reflejo de lo que fueron.

»No saben que están muertos y que viven en una realidad que no debería existir. —Bajó el brazo, señaló un punto de la sala y este se iluminó—. Somos prisioneros en una creación en ruinas. Somos sombras que se aferran a los pequeños rayos que aún brillan en un multiverso moribundo. Pero por mucho que queramos seguir existiendo, por muchos que lo deseemos, nos será imposible. Sea lo que sea lo que usó tu consciencia para recrear parte de la creación, lo hizo solo para darnos tiempo para intentar evitar el colapso.

»Has empezado a perder parte de tu ser, tus sentimientos y emociones empiezan a ser difusos. Te diriges hacia la apatía y eso repercute en la realidad imperfecta que es fruto de tus recuerdos, de la información que absorbiste. Si tu alma se apaga, esta ilusión desaparecerá. —En el lugar iluminado, apareció una puerta blanca con un pomo negro—. Eres el único que puede evitar nuestra extinción.

Aunque debería de haberlo poseído la incertidumbre, el temor, la angustia y las preguntas, lo cierto era que Woklan apenas manifestó alguna pequeña duda. La destrucción de su ser estaba muy avanzada y le impedía reaccionar como lo hubiera hecho estando completo.

Miró al antiguo y dijo:

—Estoy desvaneciéndome. —Se escuchó el fuerte temblor de la estructura—. Nos queda poco tiempo.

El ser asintió.

—Muy poco. —Lo acompañó hasta la puerta—. Por eso, debes cruzar ya, recuperar lo que perdiste en tu infierno y retroceder para evitar que la creación se despedace.

Woklan afirmó con la cabeza, posó la mano en el pomo y lo giró.

—Pondré fin a esta locura.

Antes de que el crononauta abriera la puerta y se adentrara en ella, el antiguo le advirtió:

—Ten cuidado con mis hermanos. Estoy seguro de que alguno te estará esperando.

Cuando el eco de la voz se silenció, las bisagras produjeron un fuerte ruido, la puerta se cerró lentamente y la luz de la sala se apagó.

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