39. Cosquilleo de culpa.

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Tyline garabateo un par de símbolos en su libreta. No le gustaba trabajar para Valerio, pero ese era su propósito para vivir. Su propósito. Mientras mordisqueaba la goma del borrador se pregunto mentalmente qué habría sido su vida de no haber estado sometida a una clase de acontecimientos que la forzaron a hacer cosas que ninguna persona — hombre o mujer, menos una adolescente — debía hacer, menos para sobrevivir. No era prostitución, pero estaba cerca y sin duda no era lo que hubiese deseado ser de grande, pero era extrañamente gratificante. 

Sus dientes se clavaron tan fuerte en la goma de borrar que el sabor plásticos de las moronas llego a su paladar con la fuerza de un huracán, arrugó las cejas mientras usaba su lengua para expulsar las migas del borrador de su boca, sin embargo aún le quedaron algunas entre los dientes y los pliegues de las mejillas. Pensó en ir a tomar agua, pero ciertamente no quería lidiar con la sensación de vacío en su boca, menos con el frío cristal contra su mano y aún más rehacía estaba a escuchar el eterno tintineo de las gotas de agua de una llave averiada. Prefirió seguir con la incomodidad entre sus mejillas mientras trazaba una y otra vez garabatos inentendibles en su libreta al que ella se esforzaba en llamar letras, nunca tuvo una buena caligrafía y de cierto modo era bueno, su trabajo implicaba que nadie supiera lo que hacía y si alguna persona llegase a encontrar sus apuntes le sería imposible diferenciar entre una "e", una "a", un "4" y algún carácter ruso o arábico extraño.

Se estiró en su silla, haciendo tronar los huesos de su columna, se dejo caer con un bufido cansado, sintiéndose repentinamente desconsolada. Nunca un trabajo la hizo sentir de esa manera y eso le disgustaba, casi tanto que le disgustaba la actitud de chico malo de Sulfus y la ingenuidad de Raf, pero no tanto como les disgusto tener que tragarse la serie entera en solo un día para que Aidan solo le hiciera ese ligero comentario — tuvo alucinaciones de Urie peleándose con Cabiria — , ya ni siquiera tenía ganas de ver Vaggie Tales — gracias a Larry ahora amaba los pepinos — o alguna caricatura cristiana solo para ganarse aún más su confianza. Ya le era muy difícil fingir a su alrededor, el remordimiento la embriagaba cada vez que su desconsolada mirada la encontraba. Jamás se sintió de esa manera con algún objetivo anterior y le aterrorizaba indagar más en la razón del porqué comenzaba a sentirse así.

Algo en Aidan la hacía querer protegerlo, abrazarlo y poseerlo. Sacudió la cabeza apartando esos pensamientos, solo era una parte más del trabajo, una más y ya. Sulfus, el más tranquilo de los dos llego moviendo su cola al ritmo del reloj, lamio la mano de la chica en un gesto que podría interpretarse como cariño pero que Tyline sabía que era por comida. Se levanto de la silla y a pasos pesados fue a la cocina, tomo los filetes crudos y dejo que la sangre se fuera por el desagüe. Al final de cuentas tuvo que escuchar el interminable sonido de gotas de agua estrellándose estrepitosamente contra el metal del lavavajillas  de una llave averiada. Coloco ambos filetes en tazones de plástico, Sulfus miro a Raf, como si la llamara y la perra corrío hasta la cocina, ambos se sentaron sobre su peludo trasero y observaron con añoranza, y baba a su dueña, esperando la señal.

— Ahora — dijo en un suspiro y los perros se abalanzaron sobre los tazones.

 La muchacha apretó entre sus manos el frío envoltorio de la carne que ofrecieron un alivio momentáneo a sus atrofiados dedos, culpa de sus horas de trabajo para Valerio. Se giro y dejo el envoltorio junto a la pila de basura al lado del lavavajillas, gotas de sangre seguían esplendidas en la encimera, las limpio con sus dedos pero antes de que pudiera lavarse las manos las contemplo con interés, giro su mano para observar las gotas carmín sobre su piel y se pregunto si así se habrían visto las manos de Aidan el día de la masacre, también se pregunto si aquella sangre sería de Katherina o del interior desgarrado de Aidan. Al mismo tiempo que el agua despegaba las rojizas manchas de sus manos imagino a Aidan retorciéndose mientras su cuerpo era despojado de sus prendas, visualizo sus pezones endurecidos por el frío, sus regordetas mejillas teniéndose de rojo por la sorpresa y vergüenza de su situación, sus ojos mirando a todas partes en busca de auxilio, las perladas lagrimas surcando con desespero por sus mejillas, suponía que las manos del tal Günther debían ser grandes, a juzgar por las fotografías era un hombre grande y muy masculino, acorde a muchos estereotipos. Visualizo aquellas manos dejando sus marcas contra la piel inmaculada de Aidan como lengüetazos de fuego que corroían la célibe piel del muchacho, los dedos gruesos del hombre separando sus muslos mientras su enorme pene erecto se posicionaba entre sus sus piernas, sus ojos azules oscuros como confines abismales de una noche tormentosa observando con codicia la entrada rosa e impoluto que nunca antes había sido atravesada. Se recostó contra la encimera de la cocina preguntándose qué tanto habría sangrado el joven doncel cuando su virginidad fue ultrajada.

Tyline abrió los ojos con sorpresa al hallar una sensación nueva surgiendo dentro de ella: excitación; observo con desconcierto sus pechos erectos debajo de la blusa que llevaba y se dio cuenta que sentía un cosquilleo en el interior de las bragas. De inmediato se sintió culpable, más aún porque pese a que era una habida consumidora de pornografía — en busca de más victimas o de lucir de cierta forma para objetivos específicos — ni la película más explicita había despertado en ella más que un ligero sentimiento de curiosidad. Aquél sentimiento de culpa fue avivado por las miradas juzgadoras de sus perros que meneaban sus colas con desaprobación frente a sus tazones ya vacíos.  

Despidió a sus perros con cizaña mientras observaba su departamento descomunalmente vacío. Respiro pesadamente regresando lentamente por sus pasos hasta que decidió que en lugar de ir a la sala iría a su habitación, pero antes de ir allí tomó una fotografía de la mesa, una que logró robar de la casa de la tía de Aidan mientras él se derrumbaba entre quejidos y gritos de un desesperado Valerio, la doblo descuidadamente y la metió en los bordes de sus bragas, queriendo ignorar el claro cosquilleo que seguía sintiendo en su intimidad. El colchón en el suelo, ropa sucia y limpia tirada sin distinción, arrumadas en montañas imposibles de escalar: abrió su armario vacío con un par de sabanas colocadas en las repisas polvorientas, cajas se esparcían por el suelo al igual que un equipo de acampar nuevo, las cajas selladas del rincón contenían trajes y ropa para el invierno, tomó la cajita más pequeña entre sus dedos, contenía un juego de guantes y bufandas que esperaba no usar nunca. Empujó las cajas suavemente, pero no lo suficiente para no provocar un sonido chirriante del cartón contra la madera, algunas termitas se removieron en protesta, moviendo sus antenas mientras la insultaban en su singular lengua por perturbar la paz. Movió las cajas y con sus dedos palpo el suelo del armario, siempre olvidaba que parte era y por eso colocaba cajas llenas de manera indiscriminada, golpeo sus uñas contra la madera — la uña anular y del dedo corazón eran más largas que las demás, por ello las usó para trazar los bordes —, el traqueteo era un sonido que le encantaba, casi le recordaba su infancia o al menos una de sus muchas infancias.

La madera crujió mientras levantaba la tablilla, sus ojos se iluminaron al observar el oscuro agujero frente a ella, tan oscuro que si fuese otra persona pensaría que estaba hueco. Dejo la tablilla con cuidado a un lado, junto a las cajas, se levanto levemente y miro a su alrededor, camino de puntillas hasta la puerta de su habitación y miro a sus perros: Raf sentada en el sofá; Sulfus recostado en la entrada de la cocina; miró a su alrededor una ultima vez y cerro con llave la puerta de su habitación. Regreso en puntillas hasta la puerta del armario y se sentó cruzando las piernas, metió los dedos en el agujero, palpando a oscuras el espacio, se erizó al sentir las telarañas ceder y se extraño por la presencia de las mismas porque hacía un par de días metió sus manos allí, y también habían telarañas, sintió un vacío en su estomago cuando sus dedos siguieron bajando, aterrada lanzó su brazo al interior del agujero, sintiéndose como un caballero que inmiscuía su mano en las fauces de un dragón para recuperar alguna reliquia preciada una espada sagrada; volvió a respirar cuando sintió la asperees de las astillas de la caja.

Tiró de ella con suavidad y la coloco sobre sus piernas desnudas, su piel se erizó cuando las astillas se clavaron contra su piel, metió sus manos en sus bragas y saco la foto, la miró con orgullo, antes de dejarla caer al interior. Miró la caja una ultima vez, sus manos trazaron las diversas fotografías con añoranza. Casi podía sentir la calidez de sus redondas mejillas en sus manos. Ladeó la cabeza mientras indagaba entre las fotografías: le aterrorizo la forma súbita en que la vida se había extinguido en su mirada. Con dedos temblorosos tomó sus fotografías favoritas de él y las extendió a su alrededor como un circulo de hadas que pudiera protegerla de cualquier mal; ojos celestes, cabello ondulado, sonrisa preciosa, gesto de llanto, camiseta que se ajustaba a su atlético cuerpo, suéter holgado que cubría su esquelética figura. Sabía todo sobre él, incluso lo que no debía saber o lo que ni él mismo podía saber.

Guardo con cuidado las fotografías de Aidan y las oculto de regreso en la caja, junto a las fotografías de Günther Vodja, Evangeline, Hazael, Adaliah, Owen, Daniel e incluso las escasas fotografías de Katherina en la morgue que pudo conseguir y junto a la primera fotografía de Alma. Oculto la caja nuevamente en el agujero del armario y destrabo la puerta de su habitación, al salir sus dedos descalzos vieron una sombrecilla negra caminando presurosamente a centímetros de ella, dio un salto asqueada por las antenas, el insecto se burlaba de ella moviendo sus repugnantes patitas a toda velocidad.

— ¡Ahora! — grito escandalizada y sus perros se lanzaron de inmediato contra el invasor.

Tyline se recostó contra el marco de la puerta, observando con deleite como sus perros destrozaban a la cucaracha. Acaricio la cabeza de Raf, irónicamente la más agresiva de los dos, vio la antena entre sus colmillos y mentalmente se pregunto si llegado el momento sería lo suficientemente útil como lo había sido Ácido Ribonucleico.

— Buena chica — dijo mientras le daba unas palmaditas en la cabeza. 

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