46. Go, Aidan, Go!

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Roxelana se desmayó. Nadie supo por qué. Simplemente se desvaneció, como un recuerdo a la deriva en el mar de la memoria, una hoja seca en pleno otoño destinada a ser destrozada por todo aquél que se la topara. Comenzó a temblar, a llorar y de la boca le salió espuma, cayó al suelo justo cuando Tyline les contaba sobre cómo consiguió las entradas de la pista de patinaje gratis al apostarle al trabajador del juego que una pareja iba a intentar intimar en la pista, y cuando los encontraron demasiado cerca, haciendo acrobacias para ponerse un condón de manera disimulada le dio las entradas. Solo se desplomó y luego le salió espuma mientras temblaba. Dan y Tyline se la llevaron, él no pudo hacer nada, ni siquiera sostenerle las pestañas al llevarla hacia el hospital más cercano.

Se quedó paralizado mientras Tyline trataba de auxiliarla, Dan solo le grito que volviera a casa. Dan era fuerte, no tan alto como Rox, pero más fuerte, él cargo la mayor parte de su cuerpo espumoso, Tyline le sostuvo la cabeza, evitando que su cuello se rompiera. Curiosamente no convulsiono, a Aidan le hubiera gustado que convulsionara, jamás había visto a una persona hacerlo y eso le causaba curiosidad, solo tuvo un ligero temblor, esperaba que se estampara contra el suelo hasta que su cráneo se fragmentara en cientos de pedazos, pero no lo hizo, le hubiera gustado vivir la experiencia completa de un desvanecido, pero no se podía tener todo en la vida.

Regreso a casa en silencio. Aún tenía un pequeño trozo de pastel, pero sentía nauseas de solo estar consciente de su existencia. Entro en silencio y guardo sus cosas en su habitación, bajo a la cocina y guardo el trozo en el refrigerador, no sin antes quitarle la nata, su tío adoraba tomar chocolate con nata flotando orgullosamente en su vaso, al menos si no se iba a comer el pastel podría comerse la nata. Hizo el chocolate, pero no se dio cuenta cuando lo hizo, solo fue consiente de sí mismo cuando el líquido caliente le chorreo las manos. Era como si acabará de despertar de un sueño, uno donde Roxelana se retorcía en agonía en el suelo, sollozante y temblorosa. Hasta ese momento jamás se percató de lo similares que era la cremosa nata con la espuma que sale de la boca, tan parecidos, se preguntó si también era dulce, parecía serlo por la manera en la que Roxelana apretaba los dientes como si no quisiera dejarla salir. Una golosa sin duda.

Deslizo lentamente un cuchillo, suavemente, permitiendo que el metal recogiera la dulce nata, luego, la vertió delicadamente en el chocolate caliente, el humo se vio opacado por las nubes azucaradas que entraban en su interior, luego, retomo su danza como si nada hubiera pasado. Aidan hizo una mueca al ver que la nata se estaba diluyendo, ¿Por qué no flotaba? Suspiro y tomo otro poco de nata de la nevera, esa artesanal que compraba su tío cada domingo en el mercado campesino, esa si flotaba, no se diluía, permanecía imperturbable sobre el dulce líquido hirviendo como un náufrago en medio del océano, mismo que terminaría muriendo a manos de una bestia marina nunca antes vista, pero en su caso la bestia era su tío amante de la nata y crema.

— ¡Aidan! — dejo caer el cuchillo al sentir la voz de su tío detrás suyo. El hombre lucia demacrado, sudoroso, sus gafas colgaban del puente de su nariz y para su sorpresa despeinado. La camisa negra se le pegaba pesadamente al cuerpo, como una segunda piel gruesa como el terciopelo. El rostro del psiquiatra estaba contorsionado en una mueca de cansancio y sus manos llenas de un líquido blanquizo, un sudor frío perlaba su frente, descendiendo por su rostro como lágrimas silenciosas. Sus labios, temblorosos, se abrían y cerraban en un intento mudo de formar palabras, pero solo lograban emitir un gemido sordo. Tosió varias veces, liberando su garganta del nudo que las tensaba, notó que tenía una mordida en su muñeca, misma que oculto detrás de su cuerpo con una sonrisa torcida — ¿Qué haces aquí? Te dije que no volvieras hasta que te llamará...

— Yo...— no supo qué decir más allá de ofrecer la taza de chocolate con nata como una ofrenda de paz. Creyó que, de alguna manera estaba enojado por él, a lo mejor cansado de tratarlo, pero ahora se daba cuenta que estaba muy equivocado.

El doctor Stilinski torció su cuello observando la humeante taza de chocolate, se relamió los labios agrietados sediento de un poco de azúcar tras un día intenso. Observo a su alrededor, detrás de sí y a las otras puertas que daban a la cocina, su grande mano se aferró al hombro de Aidan y lo acerco a sí mismo, enterrando sus dedos en su escasa carne. El rostro del chico golpeo el pecho sudoroso del hombre y de inmediato el aroma a sudor, sangre y orines le envolvió el rostro, entendiendo así que aquellas manchas no eran todas provocadas del doctor. Lentamente retrocedió, todavía con el minúsculo muchacho entre sus brazos, tirando de él con una cautela de alguien que preferiría estar muerto antes de ser descubierto. Él temblaba. El doctor Stilinski temblaba mientras sus ojos seguían en aquella danza vertiginosa mirando a todas partes y a la vez ninguna. Sus ojos fijos en el segundo piso, temblorosos vértices oscuros que miraban hacía la puerta de su despacho, ¿qué habría allí? ¿Un demonio? Sabía que en su juventud su tío se interesó por la magia negra y luego por el paganismo, ¿Habría retomado los viejos hábitos? Sus dedos se deslizaban y volvían a subir por su hombro, como si sus venas jalaran desde adentro de su carne a sus dedos tratando de evitar que lo tocara.

Nunca lo había visto así, tan...asustado, sus ojos no abandonaban el segundo piso por ningún motivo, titiritando en un miedo agonizante de quien sabe que un movimiento el falso y todo se habría acabado.

— Debes irte — susurro en voz baja, sus temblorosos dedos aumentaron su agarre en sus hombros, Aidan ahogo un quejido, no porque quisiera, sino porque la mano de su tío le cubrió la boca, se sorprendió al darse cuenta que aquél liquido blanco en sus manos parecía ser una especie de droga, pero el hombre aparto la mano antes de poder saber cuál —. Vete, Aidan — repitió con voz serena y aunque pareciera imposible, se puso aún más pálido al notar la ausencia de la parlanchina criatura destrozona de cerámica a su lado — ¿Donde...Dan...dónde está Dan? — y antes de que pudiera responder su tío abandono la cocina.

A pasos lentos lo siguió, permaneció en el marco de la puerta que daba a la sala principal, con la humeante taza en sus manos observando a su tío moverse con un silencio abismal por la casa. El hombre subía y bajaba escaleras envuelto en pánico, corriendo de un lado a otro, abriendo y cerrando puertas, pero todo en absoluto silencio, como un fantasma al acecho.

— ¿¡Dónde está!? — el hombre se cubrió la boca observando aterrorizado la puerta de su consulta, su respiración jocosa se filtraba entre sus dedos y lentamente se dirigió hacia Aidan, lo tomo de la mano y lo guio lentamente a la cocina de regreso — ¿Dónde está Dan? — preguntó en voz tan baja que el chico se sorprendió de haber sido capaz de escucharlo.

— Él...hubo un accidente — admitió —, está en el hospital — el doctor Stilinski dejo escapar un suspiro como si unas manos invisibles le hubieran tomado los pulmones desde adentro hasta finalmente liberarlos.

— Gracias, Dios — exclamo aliviado, pero su rostro pronto se vio opacado por las sombras que venían del segundo piso — ¡Debes irte! — dijo tomándolo con fuerza de los hombros — ¡Ahora! — Aidan se estremeció cuando lo tiró de la camisa tratando de sacarlo de la casa. La burbujeante sangre en sus venas se congelo al pensar en qué podría haber puesto a su tío, un hombre famosamente conocido por no perder los estribos en semejante posición. Tan agitado, nervioso y...asustado. La última vez que Aidan lo vio así fue cuando deseo dejar de pensar y con ello respirar por primera vez.

— ¡Doctor! — quieto, el doctor Stilinski se quedó tan quieto que por fue como si el mundo entero se hubiera detenido. Su mandíbula se tensó, deslizo su mano con lentitud del hombro hasta su brazo y cerro con vehemencia sobre su raquítica muñeca — ¡Ahí esta! Me preocupe cuando no volvía, ¿Todo bien? — el escuálido chico miro primero al doctor Stilinski, antes de que sus ojos vagaran lentamente hacia Aidan, en el momento en que su mirada se posó sobre él se estremeció, el pelinegro podía sentir como la piel se le ponía de gallina, tomo la mano de su tío, haciendo que más chocolate hirviendo se derramara sobre sus dedos que para ese punto ya estaban rojos y la piel en algunas zonas comenzaba a derretirse —. Oh, ¿es él? — su voz se quebró hacia el final, pero su sonrisa no titubeo —. Soy Maud — extendió su mano, sus uñas estaban levantadas, con sangre y piel acumuladas entre sus dedos.

Su mirada se suavizo. Tenía ojeras, tan profundas y pronunciadas como el rímel de Tyline, bolsas alrededor de los ojos, hinchadas bolsas, una sobre otra, como capas sueltas de piel, tan hinchadas que por un momento Aidan quiso arrancárselas de la cara o por lo menos pincharlas con un alfiler. Y sin embargo, esa sonrisa de labios pálidos y agrietados era una de las más hermosas que Aidan hubiera visto. No le importaba nada y cuando nada importaba nada podía estar mal. Eso era tan liberador y deseo convertirse en él para arrancarse las ojeras con un alfiler, y sonreír así de bien otra vez.

— Yo soy...

— Aidan, ¿verdad? — lo interrumpió Maud, aún tenía la mano extendida, pero aunque quisiera el chico no podría corresponder el apretón, una mano estaba entrelazada con la del doctor, la otra sostenía una taza de chocolate caliente hirviendo, demasiado caliente —. Si...el doctor me hablo mucho de ti, eres su sobrino, ¿cierto? — por fin bajo la mano, antes de ocultarla entre los bolsillos de su enorme pantalón, si no fuera por el cinturón desparecería entre los pliegues beige —. Debe ser algo agobiante crecer rodeado de mujeres, dime, ¿Alguna vez de cogiste a alguna de tus hermanas? ¿O por lo menos de masturbaste pensando en ellas? — Maud no era un pervertido ni nada por el estilo, solo que se le hacía muy difícil de creer que en una casa rodeado por tantas mujeres cualquier hombre cuerdo pudiera controlarse, podría tener el mayor autocontrol del mundo, pero al menos, aunque fuese una vez fantasear con lo que estaba oculto debajo del brasier. O eso pensaba él.

— Suficiente — el doctor Stilinski tomo a Maud de los hombros, trazando caricias en su ancha espalda, algo que el muchacho sabía que era una forma que su tío usaba para calmar a sus pacientes, incluso él se había vuelto casi adicto a ese extraño masaje, no podía dormir sin que los largos dedos de su tío trazaran líneas en su piel —. Aidan ya se va, solo vino un momento por ropa, pasará la noche con su tía.

— Ah...— Maud parecía casi decepcionado —. Es una lástima, me hubiera gustado conocerte mejor, pero bueno, será en otra ocasión — Maud tenía los ojos rojos, muy rojos, tan rojos que la esclerótica apenas si era perceptible bajo aquella ligera capa de rojo. Pero era un rojo extraño, como si hubiera llorado por semanas, tal vez la misma clase de rojo si estuviera drogado o como si le hubieran o se hubiera golpeado en la cabeza hasta hacerle explotar las venas oculares. Parecía cansado, tanto que por un momento el chico pensó que iba a desplomarse, sin embargo, sus ojos seguían fijos en las manos de Aidan, en la condenada taza que amenazaba con dejarlo sin dedos —. ¡Que considerado! Sabía que al doc le gustaba el chocolate, pero no sabía que le gustaba con crema — de repente hizo un puchero que pretendía ser tierno pero resulto lastimero, siquiera ver a alguien en ese estado ya era una tortura visual —, me siento mal, pensaba que era tu mejor paciente, ahora entiendo porque me cambiaste por él — Maud se recostó contra el mesón, mirando el chocolate —. Ande, doc, bébalo, no querrá poner triste a su paciente favorito, ¿verdad? — su sonrisa era tan perfecta, sus mejillas se hinchaban a medida que sus labios reventados se curvaban, tan perfecta, ojala todo el mundo pudiera sonreír así, sonreír porque nada le importa y ni siquiera la muerte es importante porque tan solo es un sueño tan efímero como el tiempo.

El agarre sobre la mano de Aidan no titubeo, pero si su voz, parecía querer decir algo, pero la voz se negó a salir de su boca. Los ojos de Maud brillaron con curiosidad, observando con especial atención como el doctor tomaba la taza y la bebía de un solo trago, hizo una mueca de dolor y se tensó por completo cuando su boca fue quemada, pero mantuvo la compostura

— Delicioso, gracias, Ady.

— ¡Tío! — su lengua estaba roja, parecía un frágil apéndice a punto de desprenderse, pero el doctor Stilinski pareció no notarlo o no importarle el dolor, mantuvo su agarre firme sobre Aidan, sabiendo que cualquier mínima provocación y su adorado sobrino podría salir lastimado.

— ¿Ady? — Maud frunció el ceño, lo cual fue doloroso de ver, su rostro estaba hinchado y los pliegues de su piel parecían torturados —. Que apodo tan extraño, ¿Te han dicho que tienes cara de Rogelio? Debería llamarte Rogelio, queda más con tu personalidad.

— Supongo — murmuro el joven, todavía tomando la mano de su tío.

Maud ladeo la cabeza y esa misma sonrisa perfecta adorno sus labios. Si todo el mundo pudiera ver esa sonrisa todo estaría bien, ya no habría hambre en la tierra, la paz mundial se sellaría, los países dejarían las guerras y las enfermedades se desvanecerían, todo gracias a esa sonrisa.

— Es lindo — su voz fue fresca, suave y gentil, todo lo contrario a la ronca voz de hacía unos momentos.

— ¿Qué es lindo? — pregunto el hombre con cautela.

— Verlos — Maud bajo la cabeza, jugueteando con sus dedos en la isla de la cocina, dando frágiles golpeteos, un golpe más y sus uñas se desquebrajarían, quedando atrapadas en la piel como pequeñas astillas en la carne —, es lindo ver esta otra fase de ti, doc — levanto la cabeza, pero sus ojos no los miraban, solo divagan entre muchos puntos de la cocina, como si buscará algo a simple vista pero que también fuera difícil de localizar —. Siempre parecías tan serio, con tus inmaculados trajes a medida, tu música clásica, tus métodos de terapia alternativos y personales, tus tazas cerámica, oye — sus ojos esta vez se centraron en las diversas alacenas, estantes y demás, cualquier superficie a simple vista — ¿Dónde están tus tazas? No he visto ninguna.

— Es una larga historia — se excusó él.

Maud se encogió de hombros, volviendo a golpetear el mármol de la isla, su rostro se retorció en una mueca que Aidan conocía muy bien: estaba a punto de llorar; pese a ello no se derramo ninguna lágrima, el puberto supuso que ya no tenía lágrimas que derramar.

— Creo que me equivoque — por fin los volvió a mirar y esta vez fue Aidan quien no pudo, ni quiso sostener la mirada —. Por mucho tiempo creí...— Maud tosió levemente, como si las palabras se hubieran vuelto filosas cuchillas que le rajaban la garganta — creía que yo era su paciente más cercano, no sé, supongo que sobrepase la línea doctor/paciente, ¿verdad? — la áspera risa hizo eco por la cocina y el agarre del doctor sobre su muñeca aumento —. Es que, ¿Qué tienes tu que no tenga yo? He hecho de todo para mejorar, pero...¡No puedo! O a decir verdad, no quiero mejorar — la mirada del muchacho estaba rota, casi tan rota como su alma y cordura —, no quiero mejorar porque sé que si lo hago el doctor me dejará de apoyar, pero...— se cubrió los ojos, seguía sin derramar lágrimas, pero temblaba como si llorará, <<No merezco mejorar>> — pero él me dejo, un día, de la nada cancelo nuestra cita, dijo que solo sería por una semana pero luego apareció la perra de Tricia y el extraño doctor Edmund, me dijeron que ya no iba a entender por un asunto personal y yo iba a ser redirigido a otro psiquiatra — descubrió su rostro y bajo lentamente las manos hasta su bolsillo, sacado un cuchillo. El doctor Stilinski se colocó frente a Aidan, cubriéndolo con su cuerpo, ¿De dónde había sacado ese cuchillo? Estaba seguro que lo reviso de pies a cabeza mientras simulaba darle los masajes. Comenzó a retroceder lentamente, listo para salir corriendo con Aidan en brazos. Maud era más peligroso que lo que pudo anticipar — ¿A dónde van? — Maud avanzó hacia ellos, dejo escapar un quejido al darse cuenta de lo que pasaba — ¿Crees que lo voy a dañar, doc? ¡Por Dios, sabes que soy inofensivo! — dio un paso más hacia ellos —. Lo sabes, ¿No? Tú lo sabes, lo sabes bien, ¿verdad, doctor? — Maud miro a Aidan, que temblaba aterrorizado, su mirada ardía en confusión pero también estaba colmada en desesperación. No lo entendía, ¿por qué lo miraban así? Él no había hecho nada malo, ¿qué tenía de malo querer tener a alguien en quien confiar? ¿Qué tenía de malo querer jugar? ¿Qué tenía de malo tener amigos? ¡Todo había sido un juego! ¡Solo un juego! ¿Por qué todo el mundo se lo tomaba tan apecho? Un juego de niños, Maud estaba seguro de que él solo quería jugar, lo conocía bien y él solo quería jugar, Günther era incapaz de dañar a alguien, quiso explicarlo, pero nadie quería escucharlo, ¿Por qué no lo escuchaban? Solo era un juego — ¿Quieres decirle, doctorcito? ¡Por favor, dile! ¡No quiero que tu sobrino me mire así!

— ¿Mirarte cómo?

— ¡Como si fuese un puto monstruo! — el agarre sobre el cuchillo aumento, tanto que sus dedos se pusieron blancos —. Solo dile, por favor, sabes que no sería capaz de lastimar a una mosca, menos a alguien, ¡DILE QUE SOY INOFENSIVO!

— Maud — dijo el hombre con firmeza —, dame el cuchillo — Maud sacudió la cabeza, golpeándose con el mango del cuchillo.

— ¿Crees que lo voy a lastimar? — pregunto en un hilo de voz, intento avanzar, explicarle que no sería capaz de lastimar a una mosca, menos una persona, pero el doctor retrocedió, todavía ocultando a Aidan detrás suyo, no pudo evitar reírse, se veía tan diminuto aquél chico detrás de él, a penas y si podía verse. Suspiro, dejando de avanzar, miro a Aidan con el corazón y la mente rotas, ¿Qué tenía él que lo hacía tan especial? Günther se lo dijo una vez, pero no lo supo escuchar aunque sí lo supo olvidar, ahora se arrepentía por no haberle preguntado más acerca del pequeño niño que le robo el corazón. <<Fue un error>> pensó <<Lo de Günther fue un error>> Maud lo conocía, lo conocía mejor, todos ellos lo sabían, Günther era bueno, solo era un juego y todo el mundo los condeno por una leve equivocación <<Günther no merece esto>>—. No soy malo — insistió, levantando el alto el cuchillo —, por favor, no pienses que soy malo — dejo caer las manos y apretó los labios. La última vez que vio a Aidan fue cuando temblaba bajo su fusil de asalto, junto a los demás del campamento, no deseaba volver a verlo, pero admitía que era reconfortante verlo, estaba más grande y parecía más sano, seguía hermoso y de una forma extraña: inmaculado; a pesar de haber sujetado a la amiga del doctor para que Günther pudiera violarlo, él seguía inmaculado. Debió haberle clavado un balazo cuando tuvo la oportunidad, dispararle a su precioso rostro mientras su puta hermana se moría desangrada, así Günther estaría libre del hechizo que ese pequeño mocoso había puesto en él. Aidan era el problema, <<Exagerado de mierda>> solo un juego, ¿tan difícil era de entender? Por su culpa Günther se había ido, los habían abandonado, incluso se llevó al doctor Stilinski, Aidan era culpable de todo, ¿Qué demonios tenía él que hacía que todo el mundo lo amara cuando no era más que un mentiroso? —. Solo quería un lugar para sentirme seguro, pero en su lugar encontré a una persona que me hizo sentir seguro — levanto el brazo y clavo la punta del cuchillo entre la carne de su muñeca, tiró de el con fuerza, desgarrando sus venas, su piel y su carne. El doctor Stilinski le cubrió los ojos a Aidan, alzándolo y sacándolo de la cocina, pero la voz de Maud seguía fresca en sus oídos, tan fresca como la sangre gorgoteando de su brazo—. Aprovéchalo, Aidan — dijo viéndolos huir, saco el cuchillo de su muñeca y lo llevo a su garganta —, un día te reemplazara por alguien más enfermo que tu — tomó un fuerte respiro, inhalo y al exhalar se cortó la yugular.

<<El doc te prefiere a ti, pero ¿Y Günther? ¿Por qué él te quiso a ti antes que a mí?>> Maud se giró, quedando boca abajo mientras la sangre se seguía deslizando <<¿Por qué yo no? ¿Qué tengo que hacer para que alguien me quiera?>> cerro los ojos, dejando que la sangre le empara el rostro <<¿Por qué yo no? ¿Por qué yo no? ¿Por qué yo no? ¿Por qué yo no fui suficiente? ¿Por qué?>>

Aidan jadeo cuando el doctor Stilinski lo dejo en la cama, lo miro un segundo antes de tomar la llave y trabar la puerta. El chico permaneció sentado, observando la puerta por donde el doctor se había ido. Era como un deja vu, sentía todo tan familiar, tan deliciosamente familiar que quiso gritar. Miro sus muñecas y lentamente se quitó las pulseras, admirando sus cicatrices, observo una que se extendía a ambos lados de su muñeca, había sido la primera. Se dejó caer sobre la cama, recordando su primer intento.

Fantaseaba mucho con eso, pero finalmente se animó a hacerlo.

¡Vamos, Aidan, vamos! decía una vocecita en su cabeza, una vocecita tan pequeña, tan suave que si no quisiera haberla escuchado podría ignorarla con facilidad. Y él estaba ahí, pensando en cómo hacerlo. Con el recto desgarrado, moretones por todo el cuerpo, una hermana muerta y otras dos traumatizadas de regalo. Rajando sus venas, no, una cuerda sería mejor. Morir, solo morir. Pensar en la muerte tiene sus ventajas, te hace creativo, demasiado creativo. Pensó en meter su cabeza en el horno, ¿Cómo se sentiría? Pensaba él que sería como un cálido abrazo, un dulce fuego destrozándole al piel a besos, sus ojos explotando en su cabeza, su lengua chamuscándose mientras sus orejas se quemaban. Sonaba perfecto, ¿no?

<<Hazlo, Aidan, tu puedes, Aidan, ¡Hazlo!>> No necesito otro impulso más, fue rápido y certero, el cuchillo corto su carne con velocidad. Se iría al infierno. Nunca más podría volver a ver a sus hermanas, a sus padres, a Dan, a sus tíos y a Katherina. A medida que la sangre gorgoteaba fuera de sus venas supo que estaría atrapado, atrapado con Günther por la eternidad. Lo merecía, después de todo era su culpa o eso decían todos.

Oculto su rostro en la almohada, recordando cuando su tío lo encontró, él y su padre tuvieron que derribar la puerta. Que groseros, ¿acaso no entendían que él no quería ser salvado? Busco a ciegas el borde del colchón y saco de debajo un zaca puntas, lo desarmo y sostuvo la cuchilla entre sus manos.

Tú provocaste esto, maldito egoísta.

— No, yo no — susurro acunando la cuchilla contra su pecho como si de una frágil criatura se tratara.

Si ese chico muere también será tu culpa. Al igual que fue lo de Katherina. Tus manos están manchadas con sangre inocente.

— ¡No! ¡Mis manos están limpias! — insistió derrumbándose contra el suelo, escuchando el sonido del doctor Stilinski tratando de salvarlo, pero no a él, a Maud.

Él lo merece, tu no.

<<— No...¡No! — las manos del doctor Stilinski lo envolvieron — No, mi niño, no te duermas, Ady, no te duermas, no, no — le golpeo gentilmente las mejillas, tratando de mantenerlo despierto.>>

En esa primera ocasión fue salvado, pero a lo mejor y podría hacerlo de una manera en la que no tuviera que serlo.

Maud irá al cielo, tú y Günther se encontraran en el infierno.

Lo merezco.

Lo merezco.

Lo merezco.

Logró ponerse de pie y corrió a esconderse, no quería ser salvado. No esa vez.

Era egoísta, un maldito egoísta. Pero así era él, así se sentía él, ¿qué más podía hacer? Eso no era vida. Llevaba meses, casi dos años viviendo por otros, viviendo porque no quería entristecer a otros, no por él, no vivía por él. Vivir por otros no era vida. Mientras se acurrucaba bajo la cama miro la cuchilla contra la gris luz que se colaba entre la ventana. Brillaba, como una llamarada de esperanza, ¿Así sería la espada del ángel Gabriel? ¿Tan hermosa y liberadora? Cerró los ojos, disfrutando de esa sensación familiar del metal cortando su carne.

Acababa de terminar el segundo corte certero cuando su teléfono sonó, ¿acaso no podía tener paz el día de su muerte? Tomó el teléfono listo para apagarlo, pero el nombre del contacto lo detuvo.

— ¿Qué sucede? — pregunto en voz baja.

— Esto es una mierda — murmuró Dan al otro lado —, tuvieron que hacerle un puto lavado de estómago y está en observación, casi se muere, Aidan, ¡Roxelana casi se muere! Los doctores dijeron que cinco minutos más tarde y no habrían podido salvarla.

— ¿Aidan? — el chico dejo el teléfono y asomo su cabeza de debajo de la cama, observo con una sonrisa la pequeña barricada que había hecho —. Sé que estas asustado, Ady, pero tienes que abrir la puerta — recostó su cabeza contra el frío suelo mojado, comenzaba a tener sueño —. Aidan abre la puerta — la voz de su tío comenzó a desesperarse, a la vez que los golpes contra la puerta se volvieron más y más agresivos —. No...¡No! ¡No! ¡NO LO HAGAS! ¡Por el amor de Dios, Aidan, no lo hagas! — gritaba el hombre golpeando la puerta.

— ¿Está todo bien? — pregunto Dan al otro lado.

— Solo háblame, Dan — rogó Aidan, viendo como poco a poco la puerta comenzaba a ceder, su tío iba a romperla, sin duda iba a romperla. Puta madre. Para la próxima o se lanzaba de un acantilado o investigaba como trabar una puerta de manera en la que no pudiera ser abierta, tantos intentos fallidos, eso ya no daba lastima, daba vergüenza, ¿Ni para morir iba a servir? Los cientos de suicidas antes que él debían estar mirándolo con decepción desde las llamas del infierno. El doctor Stilinski comenzó a lazarse contra la puerta, dándole patadas y golpes. <<Dios mío, por favor, Dios, por favor, no te lo lleves, no te lleves a mi sobrino, por favor, Dios, por favor, no lo dejes ir, no lo dejes ir, manda a tus ángeles a detenerlo, por favor, ¡No dejes que mi niñito se vaya!>> imploraba mentalmente mientras golpeaba la puerta una y otra vez — ¿Rox está bien?

— Sí, al parecer es una intoxicación, pero no están seguros, también puede ser una reacción alérgica— musito Dan —, diablos, Tony estará furioso.

— ¿Por qué? — Aidan se ocultó debajo de la cama, escuchando el crujir de la puerta rompiéndose.

— Rox tuvo un aborto.

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