Chocolates de hiel

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Es bien conocido que toda niña — e incluso niños — sueña con su boda al menos una vez en su vida. Quizás no lo piensen demasiado, a lo mejor un pensamiento fugaz sobre la precaria idea preconcebida — y posiblemente errónea — de lo que era el matrimonio. Katherina no era la excepción. Al igual que muchas niñas en el mundo le habían vendido la idea de que el matrimonio era aquello a lo que todos — en especial las mujeres — deben aspirar.

No pasaba mucho tiempo pensando en ello, solo guardaba revistas de novia para tener ideas sobre cómo deseaba que fuera su vestido blanco cual nieve en invierno, coleccionaba catálogos de viajes (mientras fantaseaba en conocer el salado mar tomada de la mano con su futuro marido), de vez en cuando hacía visitas a iglesias vecinas (mientras se debatía cuál de todas era lo suficientemente digna para albergar su gran día). No, Katherina no solía pensar mucho en ello. En realidad, su enfoque estaba en otro lugar: coleccionaba recortes de flores exquisitas y las almacenaba cuidadosamente en una caja, solo por el simple placer de tener una idea de cómo serían los arreglos florales de su boda. También tenía una extraña afición por observar atardeceres en solitario, en medio de románticas playas imaginarias, sin mencionar que tenía una lista meticulosamente escrita de los lugares más idílicos para intercambiar votos matrimoniales, como un jardín de ensueño al otro lado del país o navegando en un romántico crucero. Aunque rara vez se le oía hablar de casarse, su suspiro ocasional mientras pasaba por las tiendas de vestidos de novia y su interminable búsqueda en línea de recetas de pasteles de bodas personalizados demostraban que, en realidad, no pensaba en ello en absoluto.

Fue por eso y otras muchas razones que no solía repasar con detalle aquél día, ese día en la fiesta de su tía Imogen, aquella fiesta donde Aidan fue públicamente humillado y sometido a usar un disfraz de cordero que le picaba hasta la conciencia, no, ella no solía rememorar ese día, en absoluto, no pensaba en cómo Günther había tomado su mano, no pensaba en cómo sus ojos oscuros se derritieron cual mantequilla en pan caliente cuando la miro y le confeso que se sentía atraído hacía ella. Mientras doblaba la ropa o cuando estaba en clase de algebra no solía recordar aquél aroma tan delicioso que desprendía Günther ese día, el joven desprendía un aroma singular, una composición de matices amaderados y cítricos que se entrelazaban en el aire. Su fragancia evocaba la frescura de la naturaleza y la calidez del sol en la piel. Era un recordatorio constante de la belleza masculina, una esencia que dejaba una huella imborrable en quienes tenían el privilegio de sentirlo. Tampoco pensaba a menudo en su cabellera dorada y como la luna la iluminaba haciéndola parecer lenguas de fuego chispeadas con oro en polvo. Solo pensaba en ello cuando se levantaba, desayunaba, iba al colegio, en sus clases, en sus tiempos libres y cuando se iba a dormir Katherina se permitía evocar el recuerdo glorioso de Günther a su lado, al menos una última vez. 

E incluso en ese momento, frente al espejo de su tocador Katherina no pensaba para nada en ello. Solo cepillaba su cabello, tarareando una dulce melodía, repitiendo en bucle las palabras que su príncipe le había dicho ese día.

La muchacha suspiro profundamente, mientras vertía loción en sus manos, era su loción favorita, esa que olía a fresa, caramelo, inocencia y arcoíris, además de poseer brillantina disuelta en la fragancia. Ese día Katherina añoraba verse perfecta, solo por esa noche quería sentirse lo suficientemente buena para Günther, poder mirarlo a los ojos y no pensar <<¿Por qué me escogió? Este príncipe mío...¿Qué pudo ver en mí?>> y en su lugar pensar "Les gané, es mío, todo mío y yo soy suya, por siempre y para siempre, adelante, lloren, pero eso no hará que nada cambie, su corazón es absolutamente mío, así que ni siquiera piensen en él. Yo gané¨ Para la chica no era un secreto que su príncipe de mirada singular era uno de los más deseados del pueblo, la mayoría de las muchachas de su edad no habían tenido el privilegio de verlo, Günther no solía salir y había decidido alternar entre clases virtuales, y presenciales, cosa que hacía que fuera aún más difícil verlo, pero aún así los rumores y su mera existencia era capaz de despertar pasión e incluso evocar amor en cualquier jovencita. Katherina miro la purpurina en sus manos, sonrío mirándose al espejo y ondulando su cabello, cualquiera, hombre o mujer vendería hasta a su propia madre por estar en su posición, pero ella no había tenido que hacer nada, solo sonreír con desazón y fingir interés por las anécdotas infantiles y ciertamente ridículas de su amado, y listo, él solito la había escogido.

— Te habías tardado — murmuro molesta, ondulando su cabello.

A través del espejo Katherina observo la pequeña cabeza de su hermano, esa mirada celeste estaba sobre ella, como un pequeño espectro. Cada vez que ella cometía el sacrilegio de sacar su maquillaje, peinarse o algo similar el niño la seguía como un fantasma en busca de un alma abatida que espantar, se convertía en una pequeña sombra que tenía la necesidad desgarradora de tocar todo y llenar su conciencia de purpurina, polvos, labial, base y todo aquello que sus destructivas manos pudieran llegar a tocar.  Aidan se adentro en la habitación a pasos rápidos y se sentó al lado de la chica, mirándola expectante.

— Ni lo sueñes — mascullo. El niño hizo un puchero mientras bajaba la cabeza, comenzando a llorar. Katherina puso sus ojos en blanco antes de pellizcarlo — ¡Dije que no! — Aidan se retorció comenzando a dar patadas al aire, finalmente la chica tuvo suficiente, echo más loción en sus manos y la esparció sobre el cuello de su hermano pequeño — ¿Contento? Manipulador rey del drama.

El niño comenzó a reír, dando vueltas para que Katherina lo llenara de aquél aroma tan delicioso y de esos brillos que tanto le gustaban. Cada vez que podía Aidan y Haza se colaban en la habitación de Katherina, Haza había desarrollado un gusto por comerse los labiales de su hermana mayor, esos que tenían forma de fruta y olores dulces, Aidan sentía el deber de llenar hasta su sombra con loción y purpurina del maquillaje de la chica, desde entonces estaban vetados de la habitación, aunque un cerrojo no iba a detenerlos, no cuando ya sabían dónde estaban escondidas las llaves y que cierto rubio de ojos azules oscuros se las podía dar.

— ¿Me echas rubor? — pregunto Aidan, tocando con su dedito aquél polvo rosado.

Katherina lo aparto.

— No, de todas formas, ¿Para qué quieres rubor? — el niño sonrío con inocencia.

— ¡Para verme bonito! 

— Ni con cirugía podrías verte bonito — el niño inclinó la cabeza, sus lágrimas comenzaron a fluir. Katherina sintió preocupación, no solo porque las lágrimas de su hermano amenazaban con manchar su hermoso vestido, sino también porque sabía que si su padre descubría que había hecho llorar a su hermano por tercera vez esa semana, no dudaría en comunicárselo a su madre, lo que seguramente resultaría en un regaño inevitable —. Bien, pero solo un poco, naturalmente ya tienes las mejillas sonrojadas y no quiero que parezcas un payaso — la chica tomo su brocha y la movió con suavidad, y delicadeza sobre las mejillas de su hermano, el niño se quedo quieto sin respirar hasta que Katherina termino de aplicarlo —. Listo, con eso será suficiente. 

— ¡Gracias! — el niño admiro su reflejo en el espejo — ¿Me veo bonito? — el pequeño hizo unas poses, mirando los brillos en su piel y el rubor en sus mejillas. 

— Sí, muy bonito, pero ¿para qué te quieres ver bonito? Usualmente ni te gusta bañarte.

— Para Günther — el niño pensaba que si se veía bonito el muchacho le daría una de esas lindas cajas de chocolates adornados con listones que le daba a su hermana religiosamente cada semana —, dice que mis mejillas parecen manzanas, ¿Crees que le guste si son más rojas?

— ¿Quieres gustarle a Günther? — Katherina era plenamente consciente del profundo afecto que su hermanito sentía por Günther, su enamorado. Pasaban casi todo su tiempo juntos, compartiendo juegos y simplemente disfrutando de películas. En ocasiones, Dan, el otro mejor amigo de Aidan, se unía a la diversión. Sin embargo, por más que reflexionaba, la chica no conseguía entender la razón por la cual su hermanito tenía el deseo de lucir bonito para Günther.

— Sí — Aidan tomo entre sus manitas una de las cajas vacías de chocolate que Günther le había dado a Katherina — ¿Crees que así pueda conseguir una de estas? — pregunto, levantando la caja finamente decorada.

Katherina se echo a reír. 

— Ni lo sueñes — la chica siguió arreglándose, quería verse más hermosa de lo que se hubiera visto nunca —, esos chocolates y esas lindas cajas son solo para mí — Katherima miro con una sonrisa un estante al lado de su tocador, estaba lleno de cajas vacías de chocolate, hermosas cajas finamente decoradas, llenas de detalles, dibujos, brillos, figuras y listones, la mayoría eran cajas de madera, otras eran de arcilla o cerámica, con las tapas de cristal, hermosos pañuelos envolvían los chocolates y pinturas hechas a mano se apreciaban alrededor de la caja.

Cualquiera odiaría el chocolate después de la tercera caja, pero eran dulces tan singulares que ninguno sabía igual que el anterior. Algunos tenían trozos de maní, caramelo o nuez, otros con chispas de caramelo, chicle e incluso algodón de azúcar. La joven podría comer el resto de su vida esos dulces y jamás se cansaría.

— ¡QUIERO TENER NOVIO! — gritaba el pequeño Aidan haciendo pucheros y saltando sobre la cama de su hermana, aferrándose a la caja.

La chica sospechaba que su hermano quería más las cajas que el contenido, no podía juzgarlo, aquellas cajas eran tan hermosas. 

— Crece y madura niño — Katherina rodó los ojos, mirando su reflejo en el espejo de su tocador.

Oficialmente ya llevaba casi dos años saliendo de manera informal con Günther, no eran pareja ni nada, pero la enamoradiza muchacha estaba segura que esa noche, en su aniversario de conocerse en la heladería su caballero de radiante armadura, su príncipe de ojos azules cual océano finalmente le pediría formalizar su relación.

— ¿Por qué te da dos cajas de chocolate? ¡Dame una! — Aidan estiro sus manos intentando tomar una pero Katherina cerro el cajón en los dedos de su hermano, impidiendo que siquiera tocará la caja brillante con los chocolates — ¡Ah! ¡Me dolió! — se lamento el niño, sobando sus deditos.

— ¡Crece de una vez, Aidan! Ya tienes nueve años, ¡No tres! Entiende que esos chocolates son solo para mí 

— ¡Quiero un novio para poder comer chocolates todos los días! — en medio de su pataleta Aidan termino cayendo debajo de la cama, todavía aferrándose a la caja, ya tenía en mente que objetos bonitos y pequeños guardaría en ella.

— ¿Qué son todos esos gritos? — pregunto Owen sosteniendo a Ada contra su pecho.

— Nada, papá, solo este mocoso haciendo de las suyas — Katherina aplico más labial, no podía decidirse que tono de rojo era mejor, rojo cereza o rojo seducción, todavía no sabía si quería aparentar inocencia y pureza o sensualidad, y madurez.

— Quiero un novio — sollozaba el niño debajo de la cama, abrazando la caja —, papá si eres mi novio te prometo que no vuelvo a morder a Haza o a pegar mi goma de mascar en el pelo de Kat o a intentar vender a Ada por internet.

— ¿Qué le pasa al niño? — pregunto Evangeline, que recién llegaba del trabajo —. Escuche sus gritos desde la puerta.

— Está celoso de que Günther y Kat estén teniendo citas — respondió Haza, leyendo un libro más grande que ella.

— ¿Y tu cuándo llegaste? — pregunto Katherina percatándose de la presencia de su hermana pequeña, no había notado su infantil figura sentada en su cama. 

— ¿Enserio, mujer? Llevo dos horas aquí — Haza volvió a centrar toda su atención en el libro, la joven rodó los ojos, odiaba cuando su hermanita jugaba a ser adulta.

— ¿Seguro? Para mí que el niño solo quiere chocolates a diario — Evangeline extendió sus manos, para tomar a su bebé —, te relevo, puedes ir a descansar.

— ¿Enserio? ¡Pero acabas de llegar!

— Owen, llevas trabajando todo el día, cuidar niños nunca es fácil, más si tienes a esta pequeña que no deja de morder, también mereces un descanso — Owen tomo a Evangeline y beso la mejilla de su esposa.

— Eres perfecta, ¿Lo sabes? — Evangeline lo abrazo y beso con gusto — Necesitaba un descanso, Ada no ha querido dormir en todo el bendito día y ahora tomo mi cuello como juguete para morder.

— Vete a dormir, yo me encargo — Owen le dio un ultimo beso a su esposa, antes de ir a descansar, a penas toco el colchón cayo dormido. Evangeline sostuvo a su bebé y la miro con un gesto de acusación en su rostro — ¿Por qué disfrutas tanto torturando a tu padre? — en respuesta la niña solo miro a su alrededor, fingiendo inocencia — Tienes suerte de ser tan linda, con ese rostro tan adorable me es imposible enojarme — Evangeline comenzó a arrullar a su hija, notando el vestido de Katherina, el cual era de un rojo intenso brillante, de manga larga pero falda corta —. Disculpe, señorita, ¿Usted a dónde cree que va?

— Günther me invito hoy a cenar.

— ¿E irás vestida así?

— Madre, ya tengo 17 años, creo tener suficiente conciencia como para saber si una prenda es o no inapropiada.

— Es muy corto tu vestido.

— ¿Y qué tiene de malo? No pase una hora depilándome para no lucir estas piernas suaves y tersas — Aidan salió de debajo de la cama y como el chismoso que era palmo las piernas de su hermana.

— ¡Tiene razón! ¡Están muy suaves! — Katherina sonrío orgullosa, valió la pena pasar una hora quitando hasta el más mínimo vello de sus piernas y luego frotar crema corporal olor a fresa hasta en su alma para que no rascará — ¡Y huelen a fresa! — exclamo el niño sorprendido.

Evangeline quiso decir algo más, no le gustaba la forma en la que su hija se vestía, pero fue interrumpida por el sonido de la puerta principal abriéndose. 

— ¡Günther! ¿Te parezco bonito? — grito Aidan corriendo hacía la puerta e inflando sus mejillas para que su amigo notará el rubor.

El muchacho de ojos azules oscuros prácticamente vivía en esa casa, pasaba horas y horas jugando con sus hijos, por ello Evangeline había visto oportuno darle una copia de las llaves para que pudiera entrar cuando quisiera a la casa, en más de una ocasión la mujer había llegado y encontraba a Aidan plácidamente dormido con Günther en sus brazos, la madre se preguntaba qué clase de juegos hacía el chico con su imperativo hijo para dejarlo tan cansado, fuera como fuera se sentía feliz de tenerlo cerca. Desde que Günther había llegado a sus vidas las cosas eran mucho más fáciles, cada semana el generoso joven les llevaba deliciosas frutas de su jardín, exquisitos panes, huevos frescos de su gallinero, verduras y demás, ahora el salario de Evangeline alcanzaba para muchas más cosas, el alquiler se había reducido significativamente, por eso ahora podía comprar más cosas para sus hijos, aunque Günther siempre les daba regalos, sobre todo a Aidan, a quien colmaba de juguetes, colores, libros y ropa linda que usar.

— Muy bonito — Günther se inclino para apreciar mejor las mejillas del niño — ¿Eso...eso es rubor? — pregunto confundido. 

— ¿Tan bonito como para que me des chocolates? — la sutileza era un don del cual Aidan carecía. 

— ¿De qué hablas, pequeño? Con Kat siempre envío un segundo paquete de chocolates para ti — el niño miró a su hermana indignado, deseando que le diera diarrea crónica por haberse comido sus chocolates.

— ¡Maldita rata mentirosa! — el niño saltó hacía su hermana mayor, dándole golpes enojado — ¡Mentirosa! ¡Mentirosa! — pero esas pequeñas manos eran incapaces de provocar el más mínimo daño.

Katherina empujo a su hermano a un lado, saltando hacía Günther emocionada.

— ¿Listo para nuestra cita?

— Por supuesto — Günther tomó la mano de Katherina, pero notó a su pequeño triste, por ello la soltó y se inclino para quedar a la altura del niño — ¿Qué sucede, mi pequeño? — el niño comenzó a llorar, haciendo que el rubor se desvaneciera por las lagrimas.

— ¿No soy lo suficientemente bonito para tener chocolates? ¿Por qué le das todos esos ricos dulces y lindas cajas a ella? — Günther miro a Katherina en busca de una explicación, siempre le daba dos cajas, una para ella y otra para su verdadero amor, pero la chica fingió demencia e ignoraba la conversación, simulando que hablaba por teléfono.

— Claro que sí, pequeño, te prometo que te daré todos los dulces que quieras, pero, ¿Qué tal si jugamos primero? ¿Te gustaría? 

— Pero, ¿Y nuestra cita? — la chica lo miro desolada, había pasado dos semanas planeando su vestido, maquillaje, zapatos y peinado, no quería simplemente quedarse en casa con su vestido rojo y mirar a su hermano acaparar toda la atención de su caballero de brillante armadura, otra vez.

Günther tuvo que morderse la lengua para no mandar al infierno y más allá a Katherina por haberle estado robando los chocolates a su hermano.

— ¡No, Aidan no puede jugar! — Evangeline llego a la sala, esta vez sin la bebé en brazos —. Pronto vendrá la prueba para becas, Aidan debe estudiar para acudir a una prestigiosa escuela — la mujer tomo a su hijo del hombro, mirándolo orgullosa, sabía que el niño era muy inteligente y fácilmente podría conseguir una beca, ya era el mejor de la clase, ¿Qué tan difícil podría ser pasar aquél examen? 

— ¿Una beca? ¿Quieres estudiar en el mismo colegio que yo, Aidan? — el niño quiso responder, pero Evangeline se le adelanto.

— ¡Por supuesto que lo quiere, Günther! El colegio en el que estudias es uno muy prestigioso y caro, con esa excelente educación Aidan podría llegar a ser alguien de gran éxito — Evangeline casi jadeaba de solo imaginar a su hijo en esa prestigiosa escuela.

El muchacho miro al niño, el pequeño solo miraba al suelo. Estaba cansado de estudiar pero si no lo hacía su madre se pondría triste y a decir verdad no quería cambiar de colegio, le gustaba su pequeña escuela destartalada, con pupitres rotos y una piscina cuando llovía, le asustaban un poco las grietas en las paredes y no quería dejar a sus amigos. El chico notó al instante que más parecía emocionada su suegra por la idea de una nueva escuela que su hijo.

— Tal vez podría ayudar con la colegiatura...— susurro Günther.

El dinero nunca sería un problema, no si podía con ello hacer feliz al pequeño.

— Oh, Günther, no podríamos aceptarlo — dijo Evangeline abrumada por la generosidad del muchacho. 

— No es ningún problema, mi padre puede financiar la educación de Aidan en ese colegio si así lo desea, papá suele apadrinar a varios niños al año, ayuda pagando su educación y otros gastos — era una mentira a medias. Wallace apadrinaba niños, sí, pero no por la bondad de su corazón, los niños eran un negocio muy lucrativo —. No se preocupen por nada, ¡Yo me encargo! — Si Günther tenía que jugar al suggar daddy con tal de mantener feliz a su dulce amante y al monstruo de su madre con gusto lo haría, no le importaba si eso lo llevaba a la quiebra.

Aquellos temblorosos labios cubiertos de lagrimas y rubor se curvaron en una tierna sonrisa, ya le habían crecido los dientes frontales, pero ahora tenía un pequeño hueco en la parte de baja de la mandíbula, su ultimo diente de leche. Ese pensamiento lleno de una angustia incontrolable a Günther, su pequeño amante seguía creciendo, tenía solo nueve años pero para el muchacho ya había pasado toda una vida, al rubio no le preocupaba que creciera, de hecho, solía imaginar que tan bello sería Aidan al crecer, lo imaginaba siendo un muchacho apuesto, de celeste mirada y cuerpo radiante. A veces imaginaba a su pequeño de adulto, desnudo sobre su cama, jadeando con todo su cuerpo ya formado sudoroso, con una sonrisa traviesa y sus ojos llorosos por el deseo. Era una invitación imposible de rechazar. Pero aunque no le preocupaba que el niño creciera físicamente si le preocupaba lo mental, ¿Y si Aidan llegaba a añorar ser tocado por otro hombre? ¿Y si su mente hormonal comenzaba a desear la compañía de una mujer? Eran cosas que lo preocupaban, pero trataba de no pensar mucho en ello, se concentraba en la belleza de su pequeño efebo y en sus tardes de pasión, tomando su pequeño cuerpo contra la almohada en forma de dinosaurio de su cama. Aidan comenzaba a acostumbrarse a ello, aunque no lo admitiera Günther sabía que lo disfrutaba, lo veía en su mirada, en sus lagrimas y en sus jadeos, poco a poco Günther estaba entrenando el joven cuerpo de su singular amante para que comenzará a sentir un inigualable placer. Puede que para los demás Aidan seguía siendo el mismo niño rizón de siempre, pero para Günther era un cruel demonio que se había robado su corazón y ahora se negaba a entregarlo, por ello su deber era castigarlo, golpear y pellizcar su cuerpo, al menos hasta que el pequeño demonio aprendiera a hallar el placer en el dolor, ese era su castigo por ser tan bello. El pequeño efebo sonrío contento, pero el rubio sabía que no era por la oportunidad de estudiar en una prestigiosa escuela, aquella sonrisa de dentadura chueca y blanca era por haberse logrado librar del asfixiante acoso de su madre por siempre resaltar entre los demás, al menos de forma temporal.

Constantemente el joven próximo a convertirse en hombre debía hacer un esfuerzo sobre humano para recordarse a si mismo el amor que su amado sentía por esa deplorable familia. Una madre cuya obsesión por ser mejor que su hermana estaba destruyendo a sus hijos, un padre analfabeta sin sueños propios o pensamientos acostumbrado a sonreír y obedecer, una gemela con aires de insuficiencia que siempre cree tener la razón y llorá a mares cuando no, por ultimo, pero no menos importante, una bebé, una de dos años cuyos filosos dientes adoraba clavar en cualquier parte. Si Günther no se lo recordaba con la suficiente frecuencia terminaba por tener pensamientos por decirlo menos cuestionables, sobre apuñalar a su suegra y borrarle esa estúpida sonrisa victoriosa, por ejemplo.

Parecía ser que solo Aidan y Katherina — más Aidan que Katherina — tenían los buenos genes de la familia.

— ¡Definitivamente eres un enviado de Dios! — exclamo Evangeline aliviada — Llevaba meses pensando en cómo poner a Ady a estudiar en una mejor escuela, tu eres la respuesta a esa angustia.

— ¿Iremos a una nueva escuela? — pregunto Haza llegando a la sala, dejando el libro junto a los otros.

Günther sabía que la niña no entendía ni una palabra de ese libro, era sobre cosas del viejo mundo, pero lo leía por aparentar ser culta e ilustrada.

— Sí, Günther tuvo la gentileza de ofrecerse para pagar sus colegiaturas — el rubio palideceo, ¿Desde cuando los engendros de su amado se sumaron a la ecuación? No era un problema, pero le hubiera gustado que le preguntaran primero antes de disponer con si dinero. Los ojos de Evangeline brillaban como si estuviera viendo un milagro hecho carne — ¡Pero no te robaré más tiempo! ¿Ustedes dos tienen una cita? ¡Váyanse antes de que se haga noche! No pierdan el tiempo.

Katherina suspiro aliviada, había temido que su madre no la dejará salir con ese vestido, pero ese era el efecto Günther, cuando su príncipe estaba Evangeline olvidaba cualquier cosa que la pudiera molestar y todo se convertía en felicidad.

Pesé a sus deseos de quedarse a jugar y castigar a Katherina por robar, el muchacho se vio atrapado en uno de sus numerosos autos, conduciendo a ningún lugar, con una chica muy parlanchina metida en un vestido rojo brillante.

Termino conduciendo casi una hora, escuchando los relatos de su copiloto, la cual siempre tenía alguna anécdota que contar, termino odiando a una profesora de química que él no conocía y pensando en que Harper era más cruel de lo que parecía. Dedicaba ciertos <<Uhs>> y <<Ah>> sumado con una buena dosis de <<Ajá>> para hacerle creer que la estaba escuchando, cuando en realidad sus pensamientos estaban enfocados en otra persona, en una personita lejos de la bulliciosa muchacha.

Después de un rato el rubio decidió frenar su auto, no sabía dónde estaba, pero una vista hermosa, algo que supuso que mantendría ocupada a su copiloto, que la pobre ingenua creyera que era la clásica escena donde el chico lleva a la chica a un mirador de la ciudad para declararse su amor y hablar de sentimientos, esperaba que Katherina no se metiera demasiado en el papel, Günther no planeaba tocarla ni con un palo.

— Es hermoso — susurro mirando la vista —, se puede ver todo desde aquí. 

— Sí...lo es — concordó el rubio sin mirar el paisaje, sus pensamientos estaban centrados en algo, en alguien más, pero en ese momento, con la luz iluminando el rostro de Katherina un pensamiento más, un extraño pensamiento se formo en su mente.

Un bebé.

Günther pensó que ella sería perfecta para tener un bebé, ¿Acaso sería ella la clave para formar su tan ansiada familia con Aidan? No lo sabía, pero ese rostro luminoso, esos labios rojos, esa sonrisa tímida y ese vestido rojo brillante captaron su atención, y algo más.

Günther y Katherina se encontraron sumidos en una conversación animada. Sus ojos se cruzaban con complicidad, mientras compartían risas y gestos suaves, una señal de lo felices que se sentían con la presencia del otro. Cualquiera que los mirará solo vería a una pareja joven enamorada, cuyo romance crecía con cada palabra susurrada y cada mirada sostenida.Sin embargo, en medio de la dulzura de aquel instante, el rubio sentía sus pensamientos nublarse, una división interna que lo atormentaba. Aunque Katherina irradiaba una encantadora belleza y ternura, su corazón estaba dividido entre sus sentimientos por ella y el amor secreto, desenfrenado y la lujuria adictiva que sentía por Aidan.

Günther sabía que su amor por Aidan desafiaba las normas de la sociedad del mundo exterior, que sus corazones no podían expresar su verdad abiertamente, para lo que ellos dos era amor, para los herejes era abominación, admitía que al niño le había costado acostumbrarse a sus caricias y a recibir su amor, pero ahora se estaba acostumbrando a la perfección y su cuerpo comenzaba a responder a los estímulos.

A pesar de sentir una conexión única con Katherina, una parte de él anhelaba la pureza y la libertad que encontraba en su amor por Aidan, aquella inocencia fingida no podía compararse con nada. Por un instante el muchacho contempló la idea de dejar atrás sus sentimientos por Aidan y abrazar lo que podría parecer una vida más convencional con Katherina.
Con ella podría tener una vida normal, besarla sin que las personas los voltearán ver, tomar su mano sin tener que fingir ser un amigo más y usar su cuerpo para satisfacer sus necesidades carnales sin ser considerado un monstruo. Con ella podría tener hijos, algo muy importante para Günther, su familia, los Vodja eran amados por los dioses, por ello era su deber mantener su sangre y linaje para seguir bendiciendo al mundo con su presencia. Podría llenar el vientre de Katherina con bebés, se pregunto si alguno de esos niños podría parecerse a Aidan.

El chico aparto ese pensamiento de su cabeza, ¿En qué estaba pensando? ¿Por qué tenía que conformarse con menos? ¡Él era un Vodja! Sangre de reyes y alfas corría por sus venas, el mundo entero debía enloquecer por hacerlo feliz, las palabras de su padre resonaban en su mente. Desde su infancia, había sido instado a reconocer su nobleza y su herencia de sangre real. Günther se preguntó si merecía el mejor amor, el amor que su padre insistía que le pertenecía. La indecisión se apoderó de él mientras luchaba por reconciliar sus deseos y las expectativas impuestas.


Katherina o Aidan.

Aidan o Katherina.

Cerro los ojos y lo pensó bien, imagino a Katherina, descalza y embaraza como debía ser, sus senos redondos llenos de leche, su vientre abultado por uno o más bebés, ella sonriendo mientras se disponía a complacerlo, pero nada más, no sintió nada en especial. Luego imagino a Aidan, sentado en una silla sosteniendo a un bebé, un niño nacido del amor entre los dos, sentado solo, mirándolo con esa inocencia fingida que lo volvía loco, aquella mera imagen, sin desnudos, sin nada sugerente fue capaz de despertar en el joven una alegría indescriptible. Pero había un problema, con Aidan no podía tener un bebé, sin importar cuanto colmara el vientre del niño con su semilla jamás podría haber un hijo nacido solo de los dos, pero ahí, frente a él estaba la solución, esa solución con ovarios sanos y un útero joven no dejaba de sonreírle, y charlar entusiasmada. 

Finalmente, Günther optó por ocultar sus verdaderos sentimientos, al menos hasta conseguir a su anhelado hijo, Kat y Ady eran hermanos, sería como si fuera hijo de ambos, el joven solo esperaba que sus dioses no permitieran que su hijo se pareciera a Katherina, eso sería una decepción. Decidió continuar con su plan, sumergiéndose en una relación que prometía ser aceptable ante los ojos del mundo hereje. Aunque sabía que su corazón le pertenecía a Aidan, optó por seguir las palabras de su padre y ocultar su amor verdadero, solo mientras los dientes de leche de su amante terminaban por caer.

Mientras Katherina sonreía, ajena a la tormenta interna de Günther, él luchaba por mantener sus emociones en silencio, tejiendo un entramado de engaño en su búsqueda de una vida que, en la superficie, reflejara lo el mundo exterior esperaba de él, mientras en lo profundo, su corazón latía por otro y en su mundo perfecto, en su país amado por los dioses podría amarlo con absoluta libertad.

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