6. Santa madre de todos los penes

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Creo que el que Byron me tapase la boca intentando amortiguar mis gemidos, no ha servido de nada. Mi primo está incómodo, y Liam no para de mirarme y suspirar con admiración.

Sabe Dios que sería capaz de amputarse una pierna para vivir mi vida ahora mismo.

Byron, sin embargo, parece aún más incómodo que Allan. Bueno, en realidad no sabría decir si incómodo o enfadado con el mundo. Tiene el ceño fruncido desde que ha salido de la habitación y me ha visto en la cocina, y creo saber la razón. Pero, oye, dos problemas tiene. Yo no veo mi pijama un motivo de discusión.

— ¿Es de alguno de los chicos que nos mencionaste ayer? — pregunta Liam, sin disimular que lo que pretende es echar más leña al fuego.

Giselle le reprende dándole un manotazo en el hombro, Danna carraspea y mi primo se frota la cara, frustrado, mientras farfulla un claro "la madre que me parió".

Yo, por el contrario, al ver que Byron aprieta los puños sobre la mesa, le miro divertida. Sé que ayer le gustó ver a Byron celoso, lo que no sabe es que él no es la primera vez que me ve con esta camiseta y sabe que no es de alguien que suponga competencia.

— Es del hermano de mi mejor amiga.

— ¿Es potable? — interroga, esta vez, sin intención de pinchar más a mi chico.

Dudo un segundo. La verdad es que Derek no es un chico feo. Se podría decir que esta de buen ver. Es dos años mayor que yo, rubio y corpulento, de ojos claros y tez pálida y perfecta. Es el típico chicarrón ruso, la versión masculina de su hermana Katia.

— Podría decirse que sí — me encojo de hombros, restándole importancia.

Giro sobre mis pies y sirvo el ultimo café, el mío. Me siento frente a Byron y sigo respondiendo a las tonterías de Liam. Creo que está ansioso por encontrar a alguien con quien emparejarse, y no le culpo. Salvo él y Nelson, todos tenemos pareja.

Después de desayunar decidimos ir al río, igual que ayer. Byron y Allan no traen bañador, así que pasamos antes por la pequeña tienda que hay en el pueblo. Byron sigue serio, no habla mucho y se limita solo a responder preguntas directas. El trayecto en coche ha sido de lo más incómodo.

No sé qué le pasa. Me niego a pensar que está así solo porque he llevado puesta la camiseta del equipo de fútbol de Derek. Ya me vio una vez con ella puesta. Fue en casa de mi tía y aún no estábamos juntos. Así que no, no creo que sea por...

— ¿Puedes acercarte un momento?

La voz de Byron me devuelve a la realidad. Tardo un segundo en darme cuenta de que tiene la cabeza asomada por la cortinilla del probador. Me acerco y, nada más hacerlo, me agarra del brazo y tira de mí hacia el interior.

Se me escapa un gritito por el sobresalto, pero se encarga de tragárselo cuando me besa en los labios. Agradezco que los demás hayan ido a mirar otras cosas por la tienda y que no estén aquí para admirar el arrebato de mi chico. Sobre todo mi primo, claro.

Byron me empuja suavemente contra la pared del probador, pegando todo su cuerpo al mío mientras me besa. Me dejo hacer sin problema, disfrutando del apasionado momento de intimidad que no hemos podido tener desde que hemos salido de la habitación esta mañana. Seguro que estaba raro por eso. Porque ahora mismo es el mismo Byron salvaje de anoche.

Me estremezco de pies a cabeza cuando sus labios descienden hacia mi cuello, mi clavícula...

¡Oh Dios!

— Aquí no, Byron — le reprendo. Aunque más bien suena a súplica para que siga y no pare nunca.

Y así lo percibe, claro que sí. Lo sé porque me agarra el trasero con ambas manos mientras me alza para que mi humedad quede a la altura de su entrepierna. Se pega aún más a mí, clavándome su dureza.

— Byron, para — otra orden sin sentido. Esta vez, no me la creo ni yo.

Sus labios no me dan tregua, y mis manos se enredan en su pelo, mientras mis piernas abrazan su cintura y lo pegan más a mí, instándole a darme el placer que necesito.

—Eres mía, nena — asegura, y no puedo estar más de acuerdo ahora mismo. — Morenita... — canturrea, al tiempo que me doy cuenta de que ha parado en seco.

Abro los ojos para encontrarme a un Byron de ojos extasiados, pero sonrisa divertida. Debo de tener cara de idiota, porque tengo la sensación de haberme perdido algo. Nos estábamos besando y a punto de hacer algo indebido en el probador de una tienda y, ahora... ¿qué cojones acaba de pasar?

— Te he hecho una pregunta — me mira fijamente, dándose cuenta de que, efectivamente, me he perdido en la conversación. ¿Cómo se le ocurre hablarme mientras me enciende como a una moto? — ¿Eres mía, o no?

Mi cerebro raya, y juro por Dios que ahora mismo sí que no me estoy enterando de nada. ¿Esto es algún tipo de juego sexual? No lo sé, pero si tengo que responder para que siga, asiento con la cabeza enérgicamente y me lanzo a sus labios.

Pero Byron me da un simple beso en la boca, casto. Me agarra suavemente por los hombros y me separa, dejándome con todas las ganas. Me desconcierta, pero su gesto travieso y satisfecho me deja claro que aquí no acaba la cosa.

— No me gusta que lleves la camiseta de otro — reprocha, frotando su nariz contra la mía.

— No te quitaste la tuya — rebato, intentado volver a besarle.

— No me la pediste. Preferiste ponerte la de otro cuando me dormí — acaricia mi boca con sus labios, amagando con darme un beso que nunca llega.

¡¿Pero qué narices?!

— No es nadie importante — le recuerdo, queriendo parecer firme. Pero el que esté acariciándome la mandíbula con la punta de su lengua no me ayuda a parecer ni mínimamente creíble. Así que me reafirmo. — Estoy contigo, Byron, y has sido el único.

No sé si consigo que me crea y se disipen sus inseguridades, pero cuando se separa un milímetro de mi cara, lo justo para poder mirarme fijamente a los ojos, dispara una daga que me descoloca:

— Entonces por qué no me respondiste anoche.

Mi corazón se salta un latido. Siento la sangre abandonando mi cara y mi cerebro sufriendo un reseteo masivo.

— Yo... A... Pensé... — me siento tan desorientada ahora mismo, que parezco un animalito acorralado bajo la atenta mirada azulada de mi depredador. — Estabas borracho, Byron.

No es una acusación, aunque lo parezca. Solo intento entender está situación tan... Tan...

— Nena... — duda.

Advierto en su gesto que se siente dolido. Aunque pretende disimularlo. Cierra los ojos y respira profundamente, dejando descansar su frente contra la mía. Cuando abre los ojos y me mira, me besa los labios con dulzura.

—¿Crees que cuando me emborracho propongo matrimonio a cualquiera? Además, necesito mucho más que dos copas para emborracharme — apunta, guiñando un ojo travieso. — ¿Qué me dices?

Me falta el habla. Algo en mí, esa niña interior que siempre ha estado enamorada de él y hasta planificó una boda en su diario, grita que sí. Por supuesto que sí. Pero la Amber adulta, esa que tienes los pies en la tierra, está asustada porque Byron le esté proponiendo esto totalmente en serio.

¿Estamos locos? Acabamos de empezar a salir. Por más que lleve toda una vida enamorada de él, casarnos ahora, tan pronto y sin saber cómo se nos da la vida juntos... Es una auténtica locura. El amor no siempre lo da todo. Mi madre también creyó estar con el amor de su vida, y en realidad lo que se quedó es sola y con un bombo.

— Byron, yo... — no sé cómo decirle esto. — Es precipitado. Es...

— Tranquila. Lo entiendo — asegura. Esta vez, por más que lo intenta, no puede fingir que no le ha dolido.

— No es...

— ¿Chicos? — su voz llega a nuestros oídos al mismo tiempo que vemos aparecer su cara por un lateral de la cortinilla.— Oh, venga ya — chilla, un Liam escandalizado al darse cuenta no solo de que ambos estamos dentro del probador, si no de la postura en la que nos encontramos.

Miro a Byron fijamente a los ojos. Necesito que entienda que le quiero y quiero estar con él. Pero esta propuesta me pilla de sopetón, es muy precipitada, y nosotros somos tan jóvenes.

No sé si son mis ganas de que me entienda, o que mi chico me conoce tan sumamente bien que sabe leerme la mente. Pero me dedica una sonrisa tranquilizadora, aunque triste, y me da un beso en la frente antes de darme un suave empujoncito para salir del probador.

— Eres una guarra, xoxo — Liam me recibe invadido en envidia divertida. Y yo sonrío disimulando para no tener que contarle lo que acabo de vivir.

Así como antes me estaba fastidiando que Allan y Danna viniesen en el coche con nosotros y no poder hablar sobre lo que le tenía cabreado a Byron, ahora mismo me viene genial.

Me viene genial porque mi primo se ha sentado delante con él, y no calla. No paran de hablar del equipo, de los próximos partidos y, para mi sorpresa, de los escarceos amorosos de Jay. Me acabo de enterar de que ha mandado a freir churros a Vicky la perra. Me sorprende, sí, pero no puedo estar más contenta por él.

— Lo hizo después de que Nelson saliese del hospital — me aclara Danna.

Supongo que mi cara de asombro deja al descubierto más preguntas de las que me gustaría pronunciar en voz alta. Danna se peina el pelo con los dedos, suspira nostálgica y me mira con ojitos de súplica.

Ah, no. Ya sé por dónde me va ha salir la señorita. Empiezo a negar con la cabeza antes de que pueda proponerlo pero...

— Por favor, por favor, por favor, por favor — asoma el labio superior en un puchero infantil al que sabe que no me podré resistir. — Te prometo que es simpática. Solo se convirtió un poco estúpida por los celos — asegura, para acto seguido seguir con sus súplicas. — No tiene amigas, peque.

—Oh, está bien — resoplo. Me doy un manotazo en el muslo, reprendiendome a mí misma por ser tan débil y maleable.

Danna ahoga un gritito de emoción, celebrando su victoria.

Cuando llegamos, el río está a tope. Hay incluso mas gente que ayer y casi no tenemos sitio bajo una buena sombra. Parece la playa de Santa Mónica en pleno verano.

Cuando al fin encontramos un hueco bajo un árbol robusto donde hay bastante gente protegiéndose de los rayos de medio día, Danna, Giselle y Allan, son los primeros en salir disparados para el agua.

Liam, por el contrario, decide quedarse conmigo a tostarse un poquito al sol. Aunque tengo serias dudas sobre esto último. Estoy más que convencida de que lo que quiere es ver a Byron haciendo malabares para cambiarse y ponerse el bañador bajo la toalla.

Me pongo las gafas de sol y sonrío mientras miro hacia el río, feliz por ver el amor que aún sigue latente entre mi primo y Danna, después de tantos años. Ellos sí que podrían casarse y no sería raro. Byron y yo... Me encantaría. Pero, ¿tan pronto? Ni siquiera sabemos cómo funcionamos como pareja. Puede que aunque nos queramos con locura, no nos comprendamos, o no nos vaya bien.

—Santa madre de todos los penes — blasfema Liam, haciéndome dar un leve brinco por el sobresalto.

Le miro un segundo y veo que mira por encima de sus gafas de sol, a un punto fijo tras nosotros. Me giro para echar un vistazo a aquello que tanto le hipnotiza, y juro por Dios que siento la tierra abrirse bajo mis pies. Bueno, eso, y mi boca hasta la altura de la toalla que tengo bajo mi culo.

— Lo voy a matar — aseguro.

Frente a nosotros, a unos escasos dos metros, mi querido novio se pavonea sacudiendo y estirando la toalla con un bañador azul de nadador. Sí, sí, de esos que te marcan hasta lo más profundo del alma y te tapan lo mínimo para que nadie te denuncie por nudismo.

Y lo peor de todo no es que lo estemos viendo Liam y yo, si no que las petardas que están sentadas junto a nosotros, están gozando de lo lindo con las vistas. Me carcomen los celos, y eso que agradezco que al menos tenga puesta aún la camiseta blanca. Cuando se la quite, espero saber contenerme y no arrancarle los pelos al ver babear a ninguna de esas guarras.

Byron coloca la toalla como si tal cosa tras mi espalda y la de Liam. Haciéndose el ajeno a todas las vaginas que acaba de humedecer con su sola presencia. Me dedica una mirada seductora, una en la que entiendo perfectamente que el muy capullo lo ha hecho a propósito.

En el probador de la tienda, estaba tan absorta en sus labios, en sus caricias, y en esa conversación tan comprometedora que estábamos teniendo, que en ningún momento me he percatado de que llevaba puesto ese bañador tan... Tan...

Me bloqueo. Mi cerebro corta el flujo de mente y cuerpo cuando Byron se quita la camiseta, y mis ojos ven su torso.

Es perfecto, como siempre. Es una imagen que necesitaba ver y acariciar desde que me fui, y que ayer, con las ansias y las ganas acumuladas, ni siquiera me tomé el tiempo de admirar. No le quité ni la camiseta, y ahora me arrepiento. Me arrepiento, porque me hubiera encantado escuchar cuándo y cómo se le ha ocurrido hacerse ese nuevo tatuaje.

Sobre su corazón, en el único trozo de piel que tenía sin tinta y sin cicatrices la primera vez que me acosté con él, y besé con ternura, ahora descansan unos labios.

Los míos. Son los míos. Reconozco mis propios labios y el mismo color de carmín violeta oscuro que llevaba aquel día, y que llevo casi siempre.

Debo de tener cara de estúpida, porque soy incapaz de cerrar la boca o articular palabra.

Liam, ajeno al nuevo tatuaje de Byron, está absorto en su perfecto cuerpo, igual que el resto de las lagartas que nos rodean. Pero yo, aún queriendo hacer tantas, tantísimas preguntas, y deseando lanzarme a sus brazos como una niña pequeña feliz y pletórica porque haya decidido marcarme en su piel, estoy estática. Paralizada como una puñetera piedra.

Ni siquiera soy capaz de reaccionar cuando Byron se acerca a mí, se agacha y murmura en mi oído:

— Yo no lo veo precipitado porque siempre he sabido que era tuyo — asegura, haciendo alusión a mi argumento para no aceptar su propuesta.

Me besa en los labios con dulzura, pero yo sigo sin poder moverme. Mi cerebro tiene un nudo de sentimientos, una nube negra de contradicciones apelotonadas que pugnan por manifestarse en diferentes emociones que me harían parecer bipolar.

Aunque, para la buena verdad, me alegro cuando soy capaz de tragar saliva, tragándome también parte del nudo que amenaza con asfixiarme, y me escucho diciendo:

— Empecemos viviendo juntos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro