12- Una mala bailarina y una inexperta fumadora.

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Una mala bailarina y una inexperta fumadora: One More Night (Maroon 5)

12- Una mala bailarina y una inexperta fumadora.

ERIK

En apenas tres días me había vuelto más que patético.
Me pasaba cada segundo mirando a Gina, cruzándome en su camino, rezando para que ella estuviera lo suficientemente enfadada conmigo como para insultarme, o al menos empujarme por el pasillo.

El jueves la había visto con su mejor amigo al salir del instituto y de nuevo se estaban abrazando.
¿Y si había algo más entre ellos?

Ese asunto no me concernía, de hecho, debería alegrarme si así era, pero sólo sentía tristeza y más tristeza al pensar en ella.

Karen había dejado de ser una buena consejera; me aseguró que no querría volver a escucharme hablar de Gina hasta que no hablara yo mismo con ella.

Y mentiría si dijera que no lo había pensado mil veces en esos tres días.

Incluso mi abuela se había dado cuenta de mi pésimo humor y había llegado a preguntarme que si era por causa de Gina. Yo, simplemente, había bajado la cabeza y me había callado, esperando que no volviera a pronunciar su nombre. Y, por suerte, no lo había hecho.

El sábado Karen salió por la noche junto a sus amigos: Stacy, Kellan y Jeremy. Eran simpáticos, pero a mí no me apetecía salir de casa… prefería quedarme allí, solo y deprimido.

Me pregunté qué estaría haciendo Gina en esos momentos y volvió a poseerme un poderoso impulso de hablar con ella. Quería pedirle perdón, necesitaba volver a besarla, asegurarle que todo había sido un error y que de verdad quería estar con ella…

Pero no estaba seguro de hacerlo. ¿Debía o no debía?
Necesitaba una señal, algo que me indicara qué hacer…

De pronto mi móvil vibró. La pantalla se iluminó: era un Whatsapp de Karen:

“Adivina lo que nos hemos encontrado”

Después de ese mensaje había una foto. La abrí y me sorprendí mucho al ver la imagen: estaba tomada dentro del bar frente al cual había tenido lugar la discusión con John. En la imagen se veía, de forma un poco distorsionada, a cinco personas bebiendo chupitos delante de una botella.

Una de las chicas que salía en la foto era muy fácilmente reconocible para mí: llevaba un top ajustado y de brillante color plateado y unos pantalones cortos que parecían acariciar suavemente sus piernas. Su cabello rojo estaba suelto y despeinado. Aunque su cara estaba ligeramente tapada por su mano alzando el chupito, no cabía duda de que era Gina.

¿Era esa la señal que estaba esperando recibir?

Supe que sí y, más animado y decidido de lo que había estado en años, me desnudé rápidamente para meterme en la ducha.
Apenas diez minutos después, ya estaba saliendo de casa.

***

Aparqué cerca del bar  y llegué hasta allí andando.
En la puerta había una pareja de jóvenes besándose apasionadamente. Al principio no reconocí al chico, pero cuando estuve a unos metros de allí, pude ver que se trataba de Jason, el amigo de Gina.

Me sentí repentinamente aún más optimista al ver cómo besaba a la otra chica y la acariciaba calurosamente sin ningún tipo de pudor. Al final no parecía tener nada con Gina.

Yo pretendía pasar por su lado sin decirles nada, pero, al parecer, algo delató mi presencia y Jason se giró hacia mí bruscamente.
En apenas un segundo se colocó ante la puerta del bar, dejando a la muchacha tambaleándose y casi cayendo al suelo a causa del alcohol.

—¿Dónde te crees que vas? —preguntó.

Su tono fue amenazante, pero no parecía un mal tío. Estaba un poco más bebido de la cuenta, pero daba la impresión de decirme eso casi por obligación.

—¿Tengo prohibida la entrada a este bar? —pregunté, con voz apaciguadora.

—Mientras Gina esté allí dentro, sí —puso los brazos en jarras—. Lo siento, tío.

Suspiré.

—Déjame pasar —le pedí—. Tengo que hablar con ella.

Jason pareció barajar las opciones un momento. No pude saber hasta qué punto estaba borracho ese chico.

—A no ser que vayas a pedirle disculpas y a decirle cuánto la quieres… te puedes ir por donde has venido.

Fue firme; creí incluso que Jason me habría golpeado en caso de que yo intentara entrar al bar sin su consentimiento, lo cual era admirable.

—¿Y si he venido a hacer eso? —pregunté, alzando una ceja.

En el rostro de Jason se dibujó una brillante sonrisa y, teatralmente, se apartó de la puerta, dejándome pasar. Entre risas volvió a juntarse con la muchacha con la que se estaba besando.

Antes de presenciar de nuevo el festival del besuqueo, entré por la puerta con rapidez. Enseguida localicé a Karen y me dirigí hacia ella, pero antes de que llegara a su posición, ella me señaló a un lugar libre de mesas, donde unos cuantos chicos y chicas seguían el ritmo de una canción country intentando bailar.

En el centro de todos, preciosa y maravillosamente descoordinada, Gina trataba de seguir el ritmo mientras agitaba su cabello pelirrojo.
Llegué hasta ella con rapidez y le toqué el brazo.
Gina se quedó mirándome un momento, como si no se creyera que yo estaba ahí.

—¿Qué quieres? —gritó, con voz muy afectada por el alcohol.

Yo quise hablar, pero la música era muy alta.
Gina dio una vuelta sobre sí misma e intentó hacer un paso de baile, pero se habría caído estrepitosamente al suelo si yo no la hubiera agarrado.

Suspiré y la sujeté con fuerza.

—Vamos a casa —dije.

Gina se revolvió un poco entre mis brazos, pero no se negó a venir conmigo. Mientras salíamos del bar pude notar la amplia sonrisa de Karen siguiéndome en el otro lado del local.
Tendría que darle las gracias por hacerme ver qué debía hacer, tanto si eso salía bien… como si no.

El aire de la noche pareció espabilar un poco a Gina al salir a la calle, aunque con sólo dar un par de pasos se tropezó y tuve que volver a sujetarla.

—¿Se puede saber cuánto has bebido? —pregunté.

Jason, que seguía besando a la chica a pocos metros de nosotros, decidió contestar por ella.

—Tantos tequilas como han sido necesarios para olvidarse un poco de ti —anunció.

Gina se soltó de mis brazos, tambaleándose.

—Pues no ha funcionado, Jason —dijo con voz pastosa—. Ahora hasta lo estoy viendo aquí.

Sonreí tenuemente. No había podido olvidarse de mí, al igual que yo tampoco habría podido olvidarla a ella.

—La llevaré a casa —le anuncié a Jason.

Él asintió con la cabeza y siguió ocupándose de compartir fluidos bucales con la otra muchacha.

Caminamos hacia mi camioneta, pero Gina se soltaba de mi brazo de vez en cuando.

—Eriiik… yo quiero bailar, no ir a mi casa. Mis padres y mis hermanos se han ido a ver a mis abuelos, ¡tengo toooooda la noche para bailar!

Gina volvió a intentar dar vueltas sobre sí misma, así que esta vez la sujeté aún más fuerte.
Con facilidad la subí en el asiento del copiloto de mi camioneta, la verdad era que pesaba muy poco.

Al abrocharle el cinturón, su rostro quedó muy cerca del mío de repente. Ambos nos miramos fijamente… y su labio inferior comenzó a temblar.

Al instante siguiente, dos gruesos lagrimones resbalaron de sus ojos.

—¿Por qué me has hecho esto, Erik?

No pude seguir mirándola. Entorné los ojos mientras el sentimiento de culpa y depresión volvía a mí, con más fuerza que antes.

Sin saber qué responder, cerré la puerta y rodeé la camioneta para entrar y sentarme ante el volante.

El viaje hasta su casa fue corto, ninguno de los dos habló y yo vigilé que Gina no se quedara dormida.

Cuando por fin llegamos a la puerta de su casa, no sabía en qué estado se encontraba ella, pero asumí que estaba algo mejor cuando fue capaz de abrir la puerta de la camioneta y bajar de ella sin caerse.

Con lentitud me reuní con ella. Estaba claro que no era un buen momento para hablar, pero no pensaba dejarla allí, simplemente.

—¿Por qué me has traído a casa? —preguntó Gina de improviso.

La observé unos segundos.

—Estás demasiado borracha como para venir tú sola.

—Pero no lo suficiente como para olvidarme de que tú —me señaló con el dedo—, me has utilizado.

Guardé silencio y Gina se acercó hacia mí, su paso era firme, pero el alcohol seguía corriendo por sus venas.

—Tú siempre pasas por mi lado en el  instituto, ignorándome al igual que a todos los demás —dijo, poniendo su mano en mi pecho—. Ni siquiera me miras después de lo que ocurrió el otro día, y aun así no puedo convencerme a mí misma de que eres un cabrón y que no puedo permitirme pensar que sentías algo por mí… ¿Te crees mejor que yo?

Su voz se quebró, y yo luché conmigo mismo por permanecer impasible. No hablaría con ella mientras siguiera en ese estado, quería abrazarla, besarla y pedirle disculpas… y también quería que ella se acordara de eso si lo hacía.

Sus manos siguieron vagando por mi pecho, mientras sus ojos estaban pegados a los míos. Comenzó a pasear sus dedos por mi pantalón con suavidad… ¿Qué estaba haciendo?
Veía cómo sus labios estaban a tan sólo un movimiento de los míos y estuve muy cerca de olvidarme de todo y besarla cuando de pronto…

Gina se apartó de mí con brusquedad, llevaba algo en la mano.

Advertí que me había quitado el paquete de tabaco del bolsillo de mis pantalones y una sonrisa infantil se dibujó en su rostro. Con dificultad sacó un cigarro y se lo colocó entre los labios, pero al reírse se le cayó.

Suspiré.

—¿Qué haces? —dije.

—Espera.

Volvió a ponerse otro cigarro en la boca y esta vez acertó a encender el mechero a la vez.

—Tú no fumas, Gina.

Agarró el cigarro entre sus dedos un segundo para poder hablar.

—Pero tú sí. Quiero saber qué se siente siendo Erik Poltsky, fumador y grandísimo cabrón.

Contemplé, atónito, cómo le daba una primera y gran calada al cigarro, y unos segundos después se puso a toser violentamente, mientras el humo salía, brillante, de su boca.
No sé en qué momento dejó de toser para ponerse a llorar, pero fue todo muy rápido.

—Mierda —susurré.

Llegué hasta ella rápidamente.

—Dame eso.

Le arranqué el cigarro de sus labios y lo sujeté entre los míos. Al sentir mis brazos, Gina se tambaleó, sin dejar de llorar.

—¿Qué haces aquí, Erik? —gimió—. ¿Por qué demonios estás aquí?

La sujeté con fuerza y, tras una única calada, tiré el cigarro al suelo, junto con el paquete y el mechero. Me daba igual.

—Estoy aquí por ti, Gina. Sólo por ti.

Con suavidad le limpié las lágrimas del rostro y me sentí extrañamente enternecido al observar cómo su pequeña nariz se había enrojecido un poco con el llanto.

—¿Te vas a quedar conmigo? —dijo con voz infantil. Al verme dudar, siguió hablando—. Estoy sola en casa. Mi familia volverá el lunes.

Simplemente asentí con la cabeza, pero eso bastó para que en su rostro se dibujara la sonrisa más bonita que yo había visto en mi vida.
Agarrándome de la mano, me llevó hasta la puerta de su casa y ambos entramos.

Esa fue la primera noche que pasé con Gina.

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El jueves subiré el final de "Peligro" y el primer capítulo de mi próxima historia: "Mil días con Nebraska" (Las dos están en mi perfil).

Besos y Eriks <3

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