1. Mago

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Por RonaldoMedinaB


Bogotá, Colombia, 2010.

Muchas veces el bien, antes de manifestarse, se mueve en la oscuridad, cegado por las crudezas de un mundo incomprensible, en un fondo sombrío, sin color ni emoción; tal como esa calle lóbrega donde resonaba el eco de puñetazos desgarradores. El hombre que los recibía se hallaba atado a un poste de bombillo roto. Ni él ni el sujeto que los propinaba eran reconocibles. Dos golpes más retumbaron, esa vez en el estómago; el hombre solo expresó gestos adoloridos y se contuvo de gritar. Fue el paso fugaz de un autobús de transporte masivo lo que permitió detallarlos mejor: el atacante se camuflaba con la noche, mientras que su víctima tenía gran parte del rostro ensangrentado.

—Habla —ordenó, severo. No hubo respuesta, así que le dio otro puñetazo que le reventó la nariz en sangre—. ¡Responde! —exclamó, llevado por la cólera.

—Ni aunque me cortes la garganta —contestó con dificultad.

—La garganta... —susurró, y llevó la mano al cinturón del pantalón, donde extrajo una pequeña pero filosa daga—, qué idea más brillante has tenido.

Se la acercó al cuello como amenaza. El hombre, cuya sangre ya se escurría por gran parte de su boca, rio con diversión, mostrando sus dientes manchados por el líquido carmesí.

—¿Por qué sigues usando ese ridículo pasamontañas, James? —preguntó en burla.

En él se evidenció un sobresalto al escuchar aquel nombre, por más que trató de ocultarlo con su actitud amenazante.

—No sé de quién hablas —evadió, e hizo mayor presión con el cuchillo—. No trates de ganar tiempo. Te aseguro que no estoy de humor para soportar a bastardos como tú.

—Sé muy bien quién eres. Deja de jugar al chico malo, James. —Volvió a sonreír, y escupió la sangre que llenaba su boca—. Quién más que su propio hijo podría estar detrás de la investigación de la muerte de un hombre tan ridículamente insignificante como Antonio Jerom. ¿Pero quieres que hable? Bien, te diré lo que es obvio: podría haber sido cualquiera el culpable. Te has hecho numerosos enemigos en el bajo mundo. Quién te manda a andar de bocón, periodista.

Movido por la ira, James le apartó la daga de la garganta y se la clavó justo en la pierna derecha. El hombre se quejó del dolor, pero no gritó, cosa que lo sorprendió.

—Cualquier ser humano gritaría como mínimo al ser apuñalado con una daga —comentó por lo bajo—. ¿Por qué tú no? Difícilmente consigo hacerte jadear. ¿Dónde te entrenaron? ¿De qué estás hecho?

—La respuesta es simple, amigo. —Esbozó una sonrisa maliciosa—. No soy humano.

Los ojos del hombre se tornaron de color carmesí. Con una sorprendente fuerza reventó la soga que lo contenía y envió a James al suelo de un puñetazo. El periodista apretó el puente de la nariz con dolor. Mientras se incorporaba, llevó la mano al estómago; el golpe había sido descomunal.

—¿Qué demonios eres? —preguntó entre dientes, aún trataba de recuperar el aire.

—Te metiste con quienes no debías, James. —Extrajo la daga de su pierna sin siquiera pestañear y la arrojó al suelo—. Es mejor que dejes tu investigación atrás y vuelvas a los medios de baja categoría. Abandona esta ridícula búsqueda de la verdad. Tras ella se ocultan secretos mucho más grandes que tu existencia. No hay nada que esté a tu alcance humano para detener a los responsables.

Sin rendirse, James sacó un pequeño frasco de su bolsillo y roció el gas pimienta en los ojos carmesí del sujeto. Cuando lo escuchó gritar por el ardor, aprovechó la oportunidad para correr tan rápido como sus piernas le permitieron. Con gran velocidad atravesó el último callejón antes de llegar a la avenida principal, sin embargo, el hombre surgió frente a él. No entendió cómo, era algo sobrehumano, como si se hubiera movido entre las sombras. Sus ojos estaban más rojos que antes, quizá por la ira, quizá por la irritación del gas. Lucía frenético, tanto que fue suficiente un solo puñetazo para lanzar a rodar a James por el suelo y, en pocos segundos, sintió sus párpados caer mientras el mundo a su alrededor se oscurecía en un silencio mortal.

El hombre detalló a su víctima de pies a cabeza. Era alto y un poco corpulento. Al principio, por solo diversión, le permitió que lo venciera, pero ni por un momento creyó que se trataría de uno de los enemigos más buscados en el bajo mundo. No pensó en dejar pasar la oportunidad de lucrarse con el periodista. Lo entregaría con mucho gusto con tal de obtener la jugosa recompensa por su cabeza. Decidido, lo tomó por los pies y arrastró el cuerpo unas cuantas callejuelas más, siempre moviéndose en la oscuridad. Al final, llegó a la parte trasera de una bodega. Una puerta oxidada lo recibió, custodiada por dos colosos fornidos que vestían chaquetas de cuero, imponentes en su postura.

—Traigo un paquete para la Reina Escarlata. Es el periodista bocón. —Le arrebató el pasamontañas y dejó al descubierto el rostro barbado del castaño—. De seguro Lady Morpheus estaría encantada de recibirlo. Tienen una charla pendiente.

Los hombres asintieron, frívolos en su semblante. Uno de ellos deslizó la oxidada puerta corrediza y le dio entrada a un amplio salón, donde retumbaba música ensordecedora con la única función de elevar los sentidos. La luz tenue le daba un toque sombrío, mientras que el olor a cigarro y suciedad lo convertían en el paraje perfecto para el encuentro de los capos del bajo mundo.

—Hellvent —habló una mujer de cabellos negros y facciones severas que denotaban su rostro maduro—. Qué. Haces. Aquí —pronunció entre espacios, cortante. Se levantó de su asiento con una mirada intimidante—. Más te vale que sea importante, acabas de interrumpir uno de mis negocios. Estaba a punto de convertirme en la dueña de los clubes de media Bogotá.

—Le traigo algo que le encantará, milady.

El hombre solo tuvo que estirar el brazo para arrojar a James sobre la mesa. El impacto derribó fajos de billetes, botellas y vasos de whisky. Los capos se mostraron furiosos, pero no ella, se veía interesada en el joven.

—Largo —ordenó con un modesto tono serio a quienes la rodeaban.

Tras cinco segundos de espera y percatarse de que su orden no fue acatada, sus ojos se tornaron escarlata y enterró sus uñas sobre la mesa, provocando un chirrido que dejó profundas marcas. Los hombres no quisieron despertar su ira, sabían de primera mano qué tan impaciente era Lady Morpheus; movidos por la advertencia, salieron del salón entre resoplos de indignación.

—James Jerom. —Sus dedos se deslizaron con suavidad por las mejillas del joven hasta sentir la textura de una barba—. ¡Despierta! —Le dio una fuerte bofetada.

Él abrió los ojos con desdén y se incorporó de un sobresalto. No tardó en sentir el ardor en la mejilla, pero no le preocupó tanto como haber despertado en un lugar de mala muerte; aún trataba de asimilar lo que sucedía.

—¿Y tú quién eres? —inquirió, confuso.

James dedujo por la madurez en el rostro de la pelinegra que la mujer rondaría los cuarenta años, sin embargo, usaba un atuendo juvenil que le daba un estilo rudo y a la vez elegante: camisa escarlata manga larga, pantalón negro ajustado y altas botas de cuero que le llegaban hasta los muslos.

—Deberías saberlo, ya que te metiste de lleno en mis negocios, periodista —respondió con atisbos de rencor.

—De haberte visto antes, lo más probable es que estarías en prisión junto a todos los otros corruptos que he denunciado en lo que llevo ejerciendo mi profesión —respondió sin temor alguno.

Ella esbozó una sonrisa de medio lado ante la valentía del joven, nadie se atrevía a hablarle de tal forma.

—Tienes agallas, James Jerom, lo reconozco —comentó mientras volvía a su asiento—. De seguro te suene el nombre Diamonx Limitada.

—La multinacional de diamantes que causó el mayor escándalo de corrupción en América Latina... cómo no recordarlo. —Sonrió—. Mi denuncia trascendió fronteras. Gané un Pulitzer por ello.

—Lo sé, James, lo sé. —Cruzó su pierna con estilo—. Estoy al tanto de tu prestigioso logro. Qué pena que esa noche no estuve en el teatro junto a tu madre para aplaudirte cuando subiste a recibirlo. —Se turbó al escucharla enfatizar—. Pero espero que te haya gustado mi presente, solo disculpa la presentación ensangrentada y llena de tiros, ya sabes, los matones no son buenos envolviendo a los padres muertos.

Cada palabra pesó sobre el pecho de James como toneladas que quebrantaron cada uno de sus huesos. Con la fugacidad del pensamiento, su mente revivió aquellos momentos de angustia y dolor; el peor día de su vida, que tanto trataba de superar, se repitió en bucle. Recordar a su padre en una condición tan desgarradora, cruel e inhumana le borró la sonrisa con rapidez. La sangre no paraba de hervirle. Lo embargó la impotencia y no supo cómo reaccionar.

—¡Maldita hija de puta! —exclamó—. ¡Tú lo asesinaste! —Se lanzó sobre ella.

Lady Morpheus, sin siquiera inmutarse, movió la mano con sutileza, y una fuerza sobrenatural arrojó a James de vuelta a la mesa. No entendía qué fue aquello. La noche cada vez se tornaba más inexplicable. Lo único de lo que estaba seguro, era de que había perdido el control de su cuerpo, como si un lazo invisible lo hubiera halado.

Un quejido prolongado salió de sus labios. El dolor en la espalda era voraz.

—¡Y tú arruinaste mis negocios! Ahora aprenderás por las malas que nadie se mete con Lady Morpheus. Muchachos —habló hacia la docena de matones repartidos por todo el salón—. Llévenselo. Quiero que cada suspiro que dé, esté cargado de sufrimiento; que cada lágrima que le salga, sea de sangre; que cada corte le traspase la piel, y que luego lo dejen agonizar hasta que la muerte lo visite en persona para arrebatarle su miserable vida.

Hellvent, el hombre de ojos carmesí que observaba desde las sombras, regresó a la tenue luz con una sonrisa complaciente. James miró con desespero en todas las direcciones: no tenía escapatoria, estaba rodeado. De cualquier forma, el resultado terminaría con su vida, resistirse sería inútil. Vencido por la situación y dolido en lo profundo de su alma, permitió caer sobre él otro puñetazo que lo dejó inconsciente. Hellvent lo tomó por una pierna y lo arrastró fuera de la vista de la mujer, seguido por los matones.

Lady Morpheus se hallaba sobre un elegante sillón de terciopelo escarlata de estilo europeo, con una pierna cruzada sobre la otra, mientras limaba sus largas uñas. Los desgarradores gritos de James eran la música de fondo que retumbaba en el recinto. Le eran tan complacientes, que incluso parecía tararear una melodía con ellos.

Cuando la puerta metálica produjo un chillido al abrirse, supo que la tortura había acabado. Todos los hombres salieron de allí de vuelta a sus lugares, obedientes y leales. Hellvent se acercó con una sonrisa de oreja a oreja, lo que dejó claro el deleite del demonio tras las largas sesiones de tortura.

—Todo suyo, milady.

La reina del recinto dejó a un lado la lima y se levantó del sillón. En su caminar dio pasos cortos y refinados, una pierna siempre frente a la otra. Al entrar en el cuarto, el penetrante olor a sangre y el panorama de muerte la maravilló, lo evidenció en sus ojos al ampliarse. El cuerpo de James colgaba de cadenas que le sujetaban los brazos; su pecho estaba al descubierto, lleno de cortes y ríos de sangre; su cara, hecha trizas por los golpes; sus ojos, rojos e hinchados.

—James, James, James —repitió en voz baja mientras se le acercaba.

—E-eres —musitó sin aliento, entre sollozos de dolor—... eres un monstruo.

—No me veas como la villana, cariño —le dijo con dulzura maquillada—. Toma esto como una lección, una ligera corrección para erradicar el mal en ti.

—Estás... —Respiró con agitación—... estás...

—¿Hermosa? ¿Rica? ¿Poderosa? ¿Radiante? —inquirió con orgullo.

—Demente.

—Mala elección de palabras, James. —Desdibujó su sonrisa—. Incluso me planteé la posibilidad de darte una segunda oportunidad, pedirte que trabajaras para mí. Un infiltrado con tus agallas me vendría bien en los medios, pero veo que no aprendiste la lección. El dolor físico parece que no pudo romperte por completo, así que te demostraré cuán lejos puedo llegar, y así como tú te metiste en mis negocios, yo misma me encargaré de acabar con tu insignificante vida.

Lady Morpheus esbozó de nuevo una sonrisa, a la par en que sus iris eran apoderados por un color escalofriante. Lucía maquiavélica, aterradora. Verla directo a los ojos era como estar en sentencia con el diablo en el mismísimo Infierno, y era hora de pagar por sus pecados. El joven apagó su mirada, rendido ante el inevitable destino, dispuesto a entrevistarse en persona con la muerte, cuando el sonido de una explosión retumbó por las paredes. Lo siguiente que escucharon Lady Morpheus y Hellvent fue el ruido de las metralletas al ser accionadas.

—Y ahora qué —cuestionó, irritada.

Ambos salieron del cuarto. Grande fue sorpresa al encontrar a un anciano de semblante serio y facciones rasgadas, con una larga capa oscura que se le meneaba en el aire. Vestía ropa holgada al estilo marcial, de color verde, pero lo más llamativo en él eran los símbolos dorados que portaba en el cinturón y en la unión de la capa en el pecho: una U con un ojo en el medio. Cuando miraron alrededor, todos los hombres de Lady Morpheus estaban aturdidos en el suelo.

—Doctor Universal —saludó ella con un deje de rencor.

—La última heredera de Morpheus en persona... te escondiste bien, muchacha, debo admitirlo, pero tarde o temprano te iba a encontrar.

—Viejo despreciable.

Lady Morpheus no tuvo que dar la orden. Los ojos de Hellvent centellearon en carmesí y corrió de inmediato hacia el hombre con apariencia de hechicero, quien confirmó su título al disparar una voluminosa bola de energía verde que lanzó a la criatura al otro lado del salón.

—Tus demonios han caído, ahora solo estamos tú y yo, hechicero contra bruja... como en los viejos tiempos...

La pelinegra lo interrumpió con un movimiento repentino de mano. La fuerza sobrenatural de su magia lo aventó contra la pared y lo sostuvo allí.

—Yo no soy mi madre —enfatizó, empuñando su mano para ejercer más fuerza sobre su oponente—. Interrumpiste algo importante, Universal, y no me gusta que me interrumpan.

Lady Morpheus meneó su otra mano, y el hechicero salió disparado contra el suelo. Doctor Universal estuvo a escasos centímetros de chocar, pero logró corromper el carmesí y ser rodeado por energía verde que le recuperó el control. El hombre no terminó de acoplarse, cuando notó las feroces bolas de energía escarlata que volaban hacia él. Con experimentada agilidad, Doctor Universal las desvió con un movimiento de manos y, envuelto por un resplandor verde, emergió detrás de la bruja, desde donde levantó una barrera.

Lady Morpheus tronó su tacón con un paso atrás. Notó que otras tres paredes más también habían aparecido a sus lados, junto con una por encima; se comprimían con el único fin de enclaustrarla.

—Vendrás conmigo, Elizabeth, y me aseguraré de que nunca más el linaje de Morpheus vuelva a pisar esta tierra.

—Esta dimensión sucumbirá ante mí tarde o temprano, Somchai, cuenta con ello.

Justo cuando las celdas terminaban de reducirse y Doctor Universal daba por finalizado el combate, un feroz puñetazo derribó al hechicero de cabello blanco y barba poblada por canas. Hellvent había vuelto más furioso que antes. El demonio lanzaba puñetazo tras otro, pero Doctor Universal creaba pequeños y fugaces escudos para protegerse mientras levitaba hacia atrás.

—Y aquí es cuando esta bruja decide volar —comentó Elizabeth Morpheus.

Con las barreras debilitadas por la concentración del hechicero en el combate, la mujer batió sus manos en una eclosión de poder que estalló las paredes de energía, e impulsada por su magia, atravesó el cristal de las rendijas con una risa prolongada.

Sin más opción que resignarse a verla perderse en la noche, Somchai dirigió su total atención en la batalla que se cernía por delante.

Araparta et euq oleus le etna saradeuq livomni —susurró con rapidez.

En el momento en el que Hellvent fue a dar el siguiente paso, sintió una descomunal fuerza sobre sus pies, pesaba como un yunque y le impedía moverse.

—Maldito hechicero —bufó.

Con el puño de Doctor Universal radiante en energía verdosa, golpeó al demonio en la barbilla, logrando sacarlo del hechizo y que cayera aturdido.

Infernum —pronunció.

El suelo se sacudió con la potencia de un terremoto. Una pequeña grieta que desprendía luz rojiza y un escalofriante fuego consumidor se abrió en medio. Como si se tratara de fuerza magnética, de todos los cuerpos inconscientes en el lugar salieron sombras que, aunque batallaron por aferrarse a los hombres que habían poseído, fueron absorbidas por el portal.

Hellvent fue el último de ellos. Su desfigurada forma siniestra renunciaba a la idea de regresar a los dominios de Lucifer, pero con un empujón mágico de Doctor Universal, fue devuelto a su reino de muerte. Solo así la grieta se cerró.

Somchai Tha se detuvo a observar a su alrededor y respiró, sintiendo las vibraciones del aire chocar contra sus arrugas. La presencia de los demonios había alterado el tenue equilibrio en la dimensión humana, pero estaba dispuesto a asaltar hasta el último de los escondites del mal para recuperarlo.

—Auxilio... alguien... por favor. —Escuchó la súplica agonizante que se repetía una y otra vez.

Doctor Universal levitó hacia el origen de la voz. Una pesada puerta lo separaba del cuarto, pero con un movimiento de mano la derribó. En medio de cadenas, colgaba el cuerpo ensangrentado de un joven moribundo.

—Ayuda, por favor —suplicó con dificultad.

—Pero qué te hicieron esos animales —comentó, pasmado.

El mago meneó la mano. Una delgada línea de luz verde se prolongó por el aire hasta rodear al joven y dejar nada más que las puras cadenas. James apareció en el suelo, donde Doctor Universal lo ayudó a levantarse con sumo cuidado.

—¿Cómo te llamas, chico?

—James —susurró, adolorido—. James Jerom.

—Muy bien, James, resiste, te sacaré de aquí. Ya el momento de oscuridad quedó atrás. No prometo que tu vida a partir de aquí sea diferente, las secuelas del pasado intentarán perseguirte, pero necesito que te esfuerces y seas valiente, solo así resistirás a las adversidades de la vida.

En su estado no lograba procesar todas aquellas palabras con claridad, pero la sabiduría en la voz del hombre, la paz que transmitía, arrebató por un instante toda la oscuridad, la ira y el miedo que lo nublaba. James asintió, y así Doctor Universal abandonó el cuarto junto a él. Cuando llegaron al caótico salón principal, Somchai observó los cuerpos inconscientes de los matones y los vidrios rotos por el feroz escape de Lady Morpheus. Había perdido la oportunidad de capturarla, pero el hechicero no le dio importancia, estaba seguro de que sus caminos volverían a cruzarse; después de todo, no existía nada que escapara de su poderoso radar mágico conocido como el Ojo Universal.

Somchai comenzó a realizar movimientos circulares con su mano, y un sello con llamativos símbolos rúnicos, resplandeciente en energía verde, fue la antesala al portal que se originó en el interior. Ambos lo atravesaron. Del otro lado los recibió la sala de una inmensa vivienda de estilo antiguo. Para el ensangrentado James lucía como un templo, pero no lograba distinguirlo con claridad. Solo deseaba descansar, y algo en aquel lugar lo inducía a hacerlo. No se resistió, solo cedió a la sensación. Una vez más, sus ojos se fueron cerrando, pero esa vez no con dolor ni confusión, sino con la esperanza de un futuro mejor.

Los ojos de James se abrieron sobre el cómodo colchón en el que no recordaba haberse acostado. Le fue inevitable incorporarse de un sobresalto. Para él había sido como estar todo el tiempo despierto. Recordaba ver su propio cuerpo, y a la vez estar a una infinita distancia de él. No distinguía cuánto tiempo pasó ni cómo sucedió, pero se recuperó, lo sentía en su cuerpo, también en su espíritu.

Con sorpresa miró el traje holgado que vestía, lo hacía ver como un monje. También detalló sus manos, observó sus brazos, palpó su rostro, se fijó en su abdomen. No entendía cómo, pero no tenía ninguna cicatriz, ni siquiera el mínimo indicio de haber pasado por tan inhumana tortura. La habitación en la que se encontraba emanaba pureza, tranquilidad, incluso podía sentirla. Era de madera. La puerta era corrediza y estaba a medio abrir. Movido por la curiosidad, bajó sus pies descalzos al suelo, donde sintió la suave textura que ofrecía el material en el que había sido construida.

Salió de allí con pasos lentos y cautelosos, inocente ante lo desconocido. A su alrededor se alzaban muchas otras habitaciones que se conectaban por medio de pasillos al aire libre. En medio se hallaba una laguna, altos árboles de hermosas y coloridas flores que no recordaba haber visto antes en su vida y puentes que permitían el acceso. Allí levitaba un hombre sobre el agua, era de cabello blanco. Lo reconoció enseguida. Por la posición en la que estaba pudo deducir que meditaba.

—Tú —dijo para el anciano de traje verde oscuro—. Me rescataste y me trajiste hasta aquí.

—Hola, James, me alegra ver que despertaste —respondió con los ojos cerrados, sin perder la postura—. ¿Cómo te sientes?

—Confuso... tengo... tengo muchas preguntas.

—Pregunta sin problema, me aseguraré de responderte cada una de ellas.

—¿Cuántos tiempo estuve inconsciente?

—Una semana.

—Una semana —repitió en susurro, perplejo—. No puedo creer que haya dormido tanto tiempo. Me siento... diferente, mucho menos enojado, más liviano, más... en paz conmigo y con el mundo. ¿Cómo lo hiciste?

—Fue parte de tu proceso de sanación integral. Lo que viviste en ese lugar te quebrantó física y emocionalmente —narró Doctor Universal, enfocado en su respiración—. Me aseguré de que te recuperaras al cien por ciento. No solo era necesario que tus heridas externas sanaran, también tuve que hacerlo con las internas. Te culpabas por lo que le sucedió a tu padre, pero ya has aprendido a perdonarte y dejar el pasado atrás, o eso espero.

—Lo recuerdo. Recuerdo haberlo vivido todo. Fue como estar allí, me veía, pero no podía detenerlo... para pasar de un lugar a otro tuve que aceptar ese dolor y aprender a continuar.

—No podemos alterar nuestro pasado, ni la forma en la que el destino baraja sus cartas con nosotros, pero sí podemos aprender de él para crecer y superarnos. En los tiempos más oscuros, es donde se forjan los verdaderos héroes.

—Gracias, en verdad lo necesitaba. —Realizó una leve reverencia.

—No hay de qué, James.

—¿Qué es este lugar? —Observó a su alrededor—. Nunca antes vi algo parecido.

—Bienvenido al Templo Universal, hogar de los Hechiceros Universales, un organismo vivo conectado al Ojo Universal, que respira y transmite magia, cofre de los mayores secretos de la existencia y santuario protector de la dimensión humana.

—No comprendo qué significa todo eso.

—Tienes razón, intenta preguntar algo más sencillo para ti.

—Esos hombres que me torturaron... tenían apariencia de humanos, pero estoy seguro de que eran algo mucho peor. Tenían fuerza antinatural y sus ojos se enrojecían como la sangre. Era aterrador. —Sintió un leve escalofrío al recordarlo.

—Eran humanos poseídos por demonios, me aseguré de que abandonaran sus cuerpos y regresaran a donde pertenecen... el Infierno.

—Demonios. —Amplió los ojos con horror—. Eso lo explica todo. —Se acercó más al misterioso hombre, pero se vio obligado a permanecer allí cuando el agua de la laguna le obstaculizó el paso—. Vi lo que hiciste allá cuando creaste ese portal, eres... eres un mago.

—Lo soy —admitió con naturalidad.

—Quiero... —Pensó lo siguiente que diría—: quiero que por favor me enseñes. Después de tanto tiempo buscando respuestas, al fin encontré a la causante de la muerte de mi padre, esa mujer a la que llaman Lady Morpheus, pero no puedo vengarlo sabiendo que ella también hace magia y sus aliados son demonios. Acabaría muerto, de suerte salí con vida esa última vez.

—No —respondió, tranquilo, pero firme en su postura.

—¿No? —refutó—. ¡¿Por qué?! ¡Hay seres con poderes sobrenaturales en nuestro mundo, ¿y quieres que regrese sabiendo que estaré indefenso frente a ellos?! ¡Ellos mataron a mi padre!

El anciano, por primera vez, abrió sus ojos y emprendió camino hacia él. Para James fue sorprendente verlo caminar sobre el agua sin ninguna dificultad.

—Puede que te hayas perdonado a ti mismo, James, pero veo que te faltó aprender más. Nunca se debe luchar por un ideal si el motivo es la venganza. Te llevará por sendas de oscuridad de las que luego te arrepentirás.

—¿Entonces cuál debería ser mi motivo?

—La justicia.

—Entonces enséñame a ser justo. —Cayó de rodillas—. Por favor.

El anciano lo vio fijamente por unos segundos. James esperó una respuesta positiva de su parte, pero lo único que obtuvo fue aquel gesto indescifrable.

—¿Qué tanto crees conocer, James Jerom? —preguntó de repente.

—Después de lo de hace unos días... nada, nada en absoluto.

—Bien haces, muchacho. —Esbozó, por primera vez, una sonrisa ligera.

Doctor Universal extendió los brazos hacia afuera, en un movimiento circular, y alrededor de ellos se formó una burbuja de energía. James no entendía qué estaba pasando, no sabía qué esperar de él. En realidad no sabía qué esperar de nada, sobre todo cuando lo que creía conocer, era insignificante en comparación con lo recién descubierto.

—Ponte cómodo, haremos un pequeño viaje a través de la verdad.

Las palabras del hechicero se extendieron como un eco interminable, retumbante y difuso. Pronto el espectro visual se difuminó y, como si hubiera sido presionada por una resortera, la burbuja salió disparada a través de un ducto de energía, abundante en colores y centellas.

—El mundo en el que vives, James, no es nada más que un grano de arena en comparación con este vasto universo. Múltiples vidas conviven con nosotros; algunas primitivas, algunas más avanzadas, pero todas coexistentes en esta realidad.

Mientras el hechicero hablaba, viajaron por lo largo y ancho del espacio exterior, un terreno desconocido por completo para el joven periodista. Sus ojos se maravillaban ante el espectáculo de luces y las interminables civilizaciones que visitaron en solo segundos, aunque también lo recorría un temor por lo desconocido y oscuro del universo, que demostró con sus fuertes pulsaciones.

—Y así como nuestro planeta es nada. Nuestro universo también. Desde el origen de los tiempos yacen múltiples dimensiones en infinitas posibilidades.

Por un momento, la velocidad disminuyó, avanzaron en cámara lenta; el tiempo se movía más despacio en la burbuja a comparación con lo que los rodeaba, él aún no lo sabía, pero aquel punto del espacio-tiempo era una dimensión conocida como la Dimensión Sero.

—¿Qué es el tiempo? ¿Qué es el espacio? Todo lo que nos rodea aguarda como fuerzas más allá de nuestro alcance, tan antiguas como el pensamiento, omnipresentes como la materia.

Abruptamente volvieron a ser despedidos. Se encontraron en un lugar más tranquilo, armónico en colores, el Limbo Temporal. Tras pasar por uno de los infinitos puntos en él, surcaron uno de los sitios que James conocía muy bien: el teatro donde recibió su premio de periodismo por denunciar a Diamonx Limitada. Verse allí, unos años antes, lo dejó anonadado; deseó lanzarse sobre sí mismo y advertirle a su antiguo yo de tantas cosas, pero había aprendido que no era lo correcto. El viaje avanzó a otro lugar, donde partículas extrañas se movían como amebas.

—Lo que era siempre ha sido, y nunca deja existir para siempre, solo se transforma, muta a lo imperecedero de lo que será. Incluso la vida y la muerte, ambas no se pueden separar.

El camino a seguir fue escalofriante. Por un momento, los abrazó el eco de las almas en el Plano Astral. Se sintieron observados, seguidos, pero no tardaron demasiado allí. El viaje continuó su curso a través del multiverso.

—Cada dimensión es particular. Las hay benévolas, temporales, microscópicas, entre muchas otras, pero también las hay llenas de odio y rencor.

Se desplazaron a un lugar que, a simple vista, erizó cada vello de su cuerpo por la oscuridad y la frivolidad de sus tonos. En él solo había vacío. Y si existía algo más aterrador, era la nada, escalofriante y confusa.

—Lugares oscuros donde aguardan males antiguos, corruptos poderes hambrientos de codicia de los que nunca debes dejarte manipular.

Un par de ojos siniestros emergieron en medio de esa nada abismal. La burbuja aceleró más rápido que nunca y, en un abrir y cerrar de ojos, se paseaba por un salón antiguo de acabados suntuosos, con numerosas columnas y arcos.

—Por eso, James, a lo largo de la existencia se han alzado fuerzas de luz que se mantienen vigilantes ante el acecho constante de La Oscuridad. Yo, Somchai Tha, no soy más que uno de los tantos protectores que esta dimensión ha visto nacer. —Por lo largo del pasillo se erigían estatuas, bustos y cuadros en honor a brujos y hechiceros pasados—. Pertenezco a la Orden de los Universales, un grupo de hechiceros que, de generación en generación, y de siglo en siglo, hemos protegido a la humanidad de grandes males exteriores.

Cuando menos lo creyó, estaban de regreso en el punto inicial. James Jerom no encontraba palabras para describir la experiencia, se mantuvo en silencio todo el tiempo, aún tratando de asimilarlo. Doctor Universal realizó un movimiento circular con su arrugada mano. Cuando James se giró, notó un pequeño portal de símbolos verdes tras él, donde aguardaba una amplia biblioteca.

—Todo lo que has visto, ahora lo debes aprender.

—¿Qué debo hacer? —inquirió, aún perplejo.

—Estudiar. —Meneó la mano, y lo lanzó dentro del portal—. Para graduarte en tu profesión te debiste preparar arduamente. El camino de la magia no es muy distinto. Solo estudiando cosecharás los frutos que te convertirán en un gran mago, James Jerom. —Comenzó a realizar otro movimiento circular con su mano.

—¡Espera! ¿Cómo salgo de...? —El portal se cerró, dejándolo en la solitaria y extensa biblioteca—... aquí.

—Por la puerta —respondió Doctor Universal mientras tomaba de su taza de té.

James se sobresaltó al escucharlo tras él. Hacía unos segundos lo tenía enfrente, ahora estaba en una de las sillas de la biblioteca con una sonrisa placentera.

—Puedes empezar por la sección de control de la energía. —Le dio otro sorbo a la taza.

—¿Y dónde queda la...?

Un mareo lo obligó a tambalear. Cuando logró sostenerse de la pared, se hallaba en un lugar distinto de la biblioteca. Esa vez el Doctor Universal levitaba mientras leía un libro.

—Aquí, por supuesto. —Sonrió con malicia.

Sería el inicio de una larga y placentera tortura.

James había estudiado un libro tras otro en las últimas semanas, también inició con hechizos sencillos como mover una pluma, levantar una hoja y atraer cosas livianas hacia él. Pero la energía mágica era difícil de controlar, y seguía practicando para conquistarla. Se retó a sí mismo. Cerró sus ojos y respiró hondo. Sintió las vibraciones a su alrededor, el viento chocar contra su rostro, las hojas de los árboles moverse, el agua del lago fluir; buscaba conectarse a esa energía y dirigirla hacia su cuerpo. Poco a poco lo consiguió, la sentía entrar por sus poros, llenar sus venas, correr por su sangre. Intentó hacerla llegar hasta sus dedos.

A paso lento, siguió el ejemplo previamente mostrado por su maestro y movió la mano en forma circular, creando con esfuerzo un sello azul de símbolos confusos y, en el interior, una grieta deforme que se extendió por el aire para dar vida a un portal. Hubiera sido perfecto, de no ser por un rayo repulsor que lo lanzó a rodar.

—Auch, eso debió doler —comentó el anciano—. Esas runas estuvieron horribles. He visto bebés escribir mejores garabatos. Intentémoslo de nuevo, esta vez con un pequeño incentivo.

—No —refutó—. Ni se te ocurra, anciano decrépito.

Somchai Tha le sonrió en desafío. Cuando James escuchó chispas en sus pies, trató de dar un salto que lo librara del portal que se formaba bajo él, pero fue tarde. Se vio en medio de las alturas y comenzó a descender entre brumosas nubes. Acompañó su caída con aterrados gritos que de seguro hubieran sacado carcajadas a su mentor. En cuanto más caía, la superficie rocosa sobre la que impactaría se hacía más visible. Preocupado por la inminencia del choque, batió su mano una y otra vez, pero no conseguía nada más que chispas. James comenzaba a preocuparse, sin embargo, era consciente de que en ese estado no lo lograría, así que cerró los ojos por unos segundos, trató de olvidar la situación en la que se encontraba y empezó a realizar el movimiento que, para su fortuna, abrió el portal que atravesó a toda velocidad, pocos segundos antes de caer por completo.

James respiró aliviado mientras lo cruzaba, mas su alegría desapareció al chocar con el agua de la laguna del Templo. Se levantó con un gesto furioso, las divertidas carcajadas de Doctor Universal retumbaban en todo el lugar.

—No sabía lo divertido que era entrenar aprendices, debí hacerlo mucho antes.

—Ya verás, anciano diabólico.

James dibujó un perfecto círculo con su mano, y bajo Somchai apareció un portal que lo lanzó al lago junto a él. Fue su turno de reír a carcajadas.

—Muy gracioso el joven entonces. —Meneó la mano, y una pequeña bola de energía verde lo rodeó hasta dejarlo seco—. Cinco viajes por el multiverso como castigo.

—Espera... ¿qué? ¿Cinco?

—Ida y vuelta cuenta como uno. Si no comienzas desde ya, aumentaré a diez.

—¡¿Qué?!

—Diez —comenzó a contar, impaciente—, nueve... cinco.

—¡Pero después del nueve viene el ocho!

—Dos...

James, convencido de que no era broma, chocó las manos, y su espíritu salió disparado de su cuerpo para emprender el tormentoso viaje.

Templo Universal, 2014.

El tiempo pasó como una eternidad para James. Día, tarde y noche leyó y se preparó física y mentalmente según le iba guiando su maestro. Los años invertidos no fueron en vano, día a día se mostraba más maduro y experimentado, resultados que enorgullecían cada vez más al viejo hechicero.

El joven castaño tenía la barba más poblada y ahora vestía con un traje ceñido color azul oscuro. Se hallaba frente a su maestro, ambos arrodillados en medio de un salón donde destacaban distintos objetos mágicos resguardados en vitrinas, el Cuarto de Reliquias.

—James Jerom. —Somchai sirvió el té en dos tazas—. Han pasado cuatro años de entrenamiento. Sin duda, ya no eres ese joven movido por la ira que me pidió que le enseñara las artes místicas.

—Gracias, maestro, aprecio el reconocimiento. —Reverenció con la cabeza—. Aunque tú sí sigues siendo ese anciano cascarrabias que me hace sufrir con los entrenamientos.

Doctor Universal lo vio fijo. James le respondió con una mirada igual de desafiante que creó tensión por un momento, y tras algunos segundos, ambos se soltaron a reír mientras tomaban del té.

—Por más que disfrute la vida, no puedo vivirla para siempre —confesó de pronto.

—Espera, ¿de qué estás hablando? ¿Acaso es otra de tus lecciones?

Somchai desvió su mirada.

—Es, de hecho, tu última lección. Mi tiempo en este mundo se está agotando, James. —Regresó sus ojos a él, se veían serios y casi cristalinos—. Pasé tanto tiempo buscando un sucesor digno antes de partir, que no podría estar más feliz de haberte encontrado.

—No, no morirás —dijo en negación—. ¡No! ¿Por qué? Estás viejo pero no padeces ninguna enfermedad. ¿Cómo se te ocurre decir eso? Perdí a mi padre, no me permitiré perderte a ti también.

—No es necesario estar enfermo para morir. ¿Cuántos años crees que tengo?

—No lo sé, ¿cien?

—Tres cientos —corrigió, y James abrió los ojos con sorpresa—. Cuando mi maestra, Madame Universal, me entrenó, ya era un hombre de edad avanzada. Tuve la dicha de una larga vida con un propósito que me mantuvo firme durante todo ese tiempo. Evité tantos desastres que me siento orgulloso de lo que he hecho, pero estoy más orgulloso sabiendo que lo harás mucho mejor que yo. He cumplido mi misión en este mundo, James. Me voy pleno y feliz, ahora que sé que serás tú el siguiente Hechicero en la Orden de los Universales.

—No, Somchai, no sigas, por favor.

El hombre ladeó una media sonrisa.

—¿Sabes? Estos años me han hecho pensar... no creo que encontrarte haya sido coincidencia, pienso que el Ojo Universal te eligió para que seas tú su próximo guardián. Sin duda, este poder vio en ti algo que tú mismo desconocías... tu gran potencial, y el gran hombre que eres. Por eso sé que serás un buen Hechicero Universal... quizá el más grande de todos nosotros.

—No sé cómo lo haré sin ti.

—James, si una cualidad admiro de ti, es que cuando te enfocas en algo, no te rindes hasta lograrlo. Por eso estoy plenamente seguro de que conseguirás ser el Universal más grande que haya visto la historia. Has pasado por estremecedoras experiencias, pero eso no ha evitado que sigas siendo el mismo joven empático de siempre. —Sus anillos, su capa oscura con cuello, que cambió a azul, y los símbolos dorados de la U con un ojo en medio aparecieron en el castaño, quien detalló con maravilla sus nuevas posesiones—. Nunca cambies, James. Y recuerda, si quieres evitar que los demonios ataquen nuestro mundo, primero combate los tuyos. Larga vida al nuevo Hechicero. Estoy orgulloso de ti, Mago Universal... mi muchacho.

La figura del anciano se tornó traslúcida, hasta que fue lo suficiente luminosa para desaparecer en el aire. Lo último que se vio de él fue una sonrisa satisfecha.

—Nooo, viejo, vuelve... —murmuró, luego permaneció en silencio al entender que no regresaría. Una lágrima se le resbaló por el rostro—. No te fallaré, anciano cascarrabias, no te fallaré.


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