21 | Para no olvidar

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Ayudar a Eskander fue más difícil de lo que imaginé.

Creé un perfil falso con el cual enviar solicitudes de amistad a Moon y sus amigas. Reconozco que robar fotos de Internet, inventar un nombre en español y fingir ser otra persona no es lo más ético que he hecho en mi vida, pero sí lo más efectivo. Funcionó con Moon y también con las chicas a las que ella etiquetó en sus fotografías de Año Nuevo.

En el perfil de Moon, había siete fotos y varias historias destacadas de la playa de Barcelona, Valencia, Ibiza y el sur de España; en ninguna de ellas aparecía Eskander, lo cual no era sospechoso, ya que él odiaba las cámaras. En algunas de las fotos con Georgia, Eskander se cubría la cara parcialmente.

Moon era realmente hermosa. Con su delgado cuerpo y su brillante cabello azabache, además de los ojos rasgados, podría ponerse cualquier cosa y le quedaría bien.

Todas sus amigas eran españolas. Las seguí y revisé sus historias y publicaciones: Eskander seguía sin aparecer en ninguna, aunque Moon casi siempre estaba presente o etiquetada. Analicé los cortos vídeos en los que se encontraba Moon: solía tener un vaso en mano, lucir extremadamente feliz y gritar a pleno pulmón, envuelta en un mar de gente, bajo flashes cegadores de luces violetas, blancas y rosas.

Creí que no encontraría indicios de ningún hombre, porque eran grupos de siete u ocho mujeres, hasta que, un sábado de febrero, algunos chicos fueron etiquetados por una de las amigas de Moon.

Inmediatamente, investigué sus perfiles: algunas cuentas eran privadas; otras, públicas. Primero, analicé las públicas: los seguidores y seguidos, y entre ellos, hallé a Moon. Luego envié solicitudes de amistad a las cuentas privadas: tardaron varios días en aceptarme, pero lo hicieron.

Y aunque no encontré ninguna foto que inculpara a Moon, reparé en que cierto bar era etiquetado recurrentemente, tanto en historias como en publicaciones.

Le di esa información a Eskander la siguiente vez que me llamó. Después de nuestra última llamada, quedamos en que él me hablaría una vez al mes al menos, con lo que yo tendría tiempo de recopilar suficiente información que cederle.

Pero no me llamó hasta marzo.

Ese día le pasé todo lo que había averiguado: los nombres de sus amigas, los nombres de los chicos con los que salía en las historias destacadas de Instagram y el nombre de todos los bares que habían frecuentado en los últimos tres meses, siendo el más recurrente uno en el centro de Barcelona, cerca de la plaza de España.

Vi a Eskander, que para variar no usaba camiseta debido al húmedo calor, escribir muy despacio y con mucho esfuerzo cada palabra. De hecho, en cierto momento, soltó el bolígrafo y agarró un rotulador con ambas manos, entrelazando los dedos, que chirrió contra la hoja de papel.

No entendía cómo no le molestaba el afilado ruido.

Hablamos poco esa noche: Eskander me pidió si podía cenar con él, pues Moon había vuelto a dejarlo solo, y yo asentí.

Ya había preparado su sopa instantánea y una tostada al lado de su portátil. Apenas medió palabra conmigo.

—¿Las cosas con Moon no han mejorado? —le pregunté en cierto momento, y él se encogió de hombros.

—Siempre está enojada conmigo —masculló, como si no comprendiera por qué—. El verano pasado no estábamos así. De hecho... la otra mañana, le pregunté si estaba saliendo con alguien más y me abofeteó. Ella nunca ha hecho algo así. Se enojó mucho conmigo, me gritó que estaba loco y que la ofendía. Así que no le dije nada más.

Encogió un hombro como si no le diera importancia, pero en el fondo, la opinión de Moon era la que más le importaba. Todos los gestos, palabras y movimientos de Moon eran vitales para Eskander.

Casi no comió: probó su sopa, pero resultó fría, de modo que la apartó. Luego suspiró con pesadez.

—No sabía que el amor se sintiera así —murmuró.

—Porque así no es el amor —repliqué casi por reflejo, sin dudarlo, y conseguí que clavara sus preciosos ojos grises ribeteados de pestañas oscuras en los míos—. Puede que ella te quiera, no cuestiono sus sentimientos. Pero amar no es lo mismo que querer, y creo que estabas buscando amor donde no lo ibas a encontrar, Eskander.

—¿Y dónde sí? —replicó—. ¿Dónde encuentras a alguien que te ame de verdad? Al final, el único amor válido es el de uno mismo.

—Tú ni siquiera te amas.

Eskander, que había desviado de mí su mirada, la regresó con el ceño fruncido.

—¿Cómo puedes decir eso?

—Te estás destruyendo, Eskander —le dije entonces, sin pararme a pensar qué consecuencias tendrían mis palabras—. Que vomites lo que comes, que no vayas al médico ni por tu visión ni por tus manos, que te niegues a buscar ayuda psicológica... Todo eso demuestra lo poco que te quieres. Te estás destruyendo a ti mismo con tu maldita actitud, como si fueras un dios al que nadie le puede decir qué hacer con su vida.

—Porque así es —espetó, tan áspero que me callé—. Yo soy mi dueño, ¿entiendes?

—Vivir así será tu ruina, Eskander.

—¿Qué insinúas?

—Ni tú ni nadie puede salvarte de ti mismo. No te das cuenta de que te estás autodestruyendo.

—Edén, no sabes de lo que hablas —me cortó, tan gélido como antes lo había sido—. Me he salvado a mí mismo de mil y un situaciones. Y voy a salir de esta también. Yo decido qué acabará conmigo.

Y luego me dio las buenas noches y finalizó la videollamada.

Honestamente, me quedé pensando en si lo que le había dicho era correcto o no, si había exagerado o si él mismo se estaba conduciendo a la perdición. Aquella noche no pude dormir, porque su lúgubre mirada atormentaba mis pensamientos.

Eskander se estaba muriendo, yo podía sentirlo, aunque ni él ni nadie a su alrededor no lo notara.

Pensé que no me llamaría otra vez en largos y tediosos días, pero lo hizo a la siguiente semana. Era viernes por la noche y yo acababa de salir de bañar cuando vi el mensaje de Skype.

"¿Libre?"

Respondí que sí y esperé a que él apareciera en línea para llamarle.

Nada había cambiado en Eskander: su cabello negro seguía desordenado, cubriendo su frente, y su piel tan blanca como el papel. Se inclinó hacia mí sobre la mesa y dejó escapar un profundo, pero doloroso, suspiro.

—La vi.

Fruncí el ceño.

—¿A Moon?

Lo intuí porque no había otra persona de la que pudiera hablarme.

Eskander asintió sin mucho entusiasmo.

—La vi con otro hombre —farfulló entre dientes—. No se besaron ni nada por el estilo. Solo estaba hablando con él. Bueno, bailando en realidad. Es un club, no creo que hagan otra cosa ahí.

Resopló y bebió de la lata que sostenía en su mano. Sus dedos lucían rojos al sostenerla, probablemente debido al frío. Hice una mueca.

—Entonces...

—Sé que me está engañando —repitió, firme— y no pienso descansar hasta confirmarlo, porque no soporto que jueguen conmigo. Ya no más.

El simple hecho de que Eskander se quedara despierto todas las noches que Moon salía para asegurarse de que llegaba sana y salva me estrujaba el corazón.

Aunque ella parecía ignorar todos sus esfuerzos de acercarse de él, lo cual en parte me resultaba cruel y despiadado, no podía culparla.

Eskander y ella no habían tenido la mejor historia en el pasado: él la había maltratado en la escuela, sin considerar los sentimientos de Moon, y ahora se habían casado incluso cuando ella no estaba de acuerdo.

Pero no podía quejarse.

Era el chico que una vez le había gustado, uno de los más atractivos que yo hubiese visto, y no la forzaba, ni obligaba, ni presionaba a nada. Habían desarrollado sus propias reglas como pareja y no tenían mala convivencia: el único problema era que Eskander solo salía en busca de presas y, ahora que estaba tratando de iniciar una vida nueva, probablemente se sentía muy aburrido y solo, quedándose en casa sin nada que hacer.

—¿Por qué no encuentras un pasatiempo? —le pregunté, intentando ayudarlo—. Tocar un instrumento, leer...

—Ya lo hago. —Levantó un montón de hojas sobre la mesa y algunas se deslizaron hacia el suelo—. Escribo cartas.

—¿Para quién?

Eskander se encogió de hombros.

—Para Moon, para Damon... —enumeró, desinteresado—. Para ti.

—¿Para mí?

—No te emociones, solo te escribo todo lo que quiero decirte en nuestras llamadas —espetó, firme.

—¿Te gusta escribir?

Un pesado silencio se instauró entre nosotros, mientras él enredaba un mechón de cabello en su dedo. Su nariz de perfil lucía perfecta, tal vez porque era operada, y su mandíbula se definía. El chico parecía un ángel, y no solo en el exterior.

Lo vi lamerse los labios: se le habían sonrojado sin que yo lo notara.

—Solo no quiero que se me olvide —murmuró en un hilo de voz.

—¿Escribir?

—Sí.

Y a mí se me partió el corazón.

Eskander había empezado a deslizar el marcador verde sobre una de las hojas de papel: no alcanzaba a verlo, pero por el movimiento de su mano, distinguí que escribía los números. Dibujaba las siluetas de números al azar.

Después de tres series de números en los que me limité a observarlo, sin emitir sonido, a punto de quedarme dormida porque el reloj ya apuntaba a la medianoche, lo escuché sorberse la nariz.

No dije nada, sino que lo miré, y vi justo a tiempo una lágrima caer del ojo que quedaba fuera de mi vista sobre la hoja. Supe que era una lágrima porque inmediatamente alzó la mano para limpiarse la mejilla. Él no se vería vulnerable ante nadie.

—Si te estoy aburriendo...

—No, está bien. Puedo esperar a que acabes.

Ahora repasaba el abecedario: escribía letras al azar. El marcador rechinaba contra el papel, de modo que Eskander se incorporó y agarró una carpeta de algún lado de la mesa que colocar debajo.

Probablemente había manchado la mesa de tinta de tanto que apretaba.

—Gracias —dijo de pronto en un tenue murmullo—, por quedarte.

Sonreí un poco.

—Te quiero.

Lo dije sin pensar, porque en algún rincón oscuro de mi corazón, sin saber cómo, había entendido que le quería.

Lentamente, él alzó sus ojos del papel, sin pestañear, y esbozó una débil sonrisa que no reveló sus perfectos dientes.

—Te quiero también.

Moon lo había dejado solo otra vez. A ella no le importaba si él cenaba, si perdía el sueño por ella. Sabía que él la levantaría cuando llegase tambaleándose, ahogada en alcohol, y le recogería el largo cabello azabache mientras vomitaba en el baño.

Eskander la cargaría hasta la cama, la arroparía, y lavaría su vestido de noche a las dos de la mañana, le prepararía el desayuno al día siguiente, le daría pastillas para la resaca y limpiaría el baño como si no hubiese ocurrido nada.

No la interrogaba, no la forzaba. No necesitaba decírmelo para que yo supiera que ni siquiera se habían acostado juntos ni una sola vez porque ella no quería.

Eskander había creído que ella estaba enamorada de él, pero poco a poco, caía en cuenta de que no.

—La seguí —me explicó cuando le pregunté cuándo la vio con alguien más—. A ella no le gusta que la acompañe al club, así que me esperé un par de horas antes de salir. La seguí y la vi bailando con otro hombre. Veo muy mal, así que no pude distinguir bien su cara. Pero pienso ir otra vez para asegurarme de que lo que vi es real. Y si espero lo suficiente, saldrán juntos de ahí, y veré mejor su cara en la calle, donde no haya tanta luz.

El rostro de Moon no delataba nada.

Eskander mismo me había dicho que siempre se comportaba tan inocente, a excepción de su actitud irritable y su desprecio por él, que él no la habría culpado jamás.

Pero tal como me prometió, volvió a seguirla.

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