El dragón

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—Ni modo, tendremos que jugar adentro.

Cuando Nemu escuchó esas palabras salir de la boca de su hermano, sintió que el mundo se le venía a los pies.

—No pongas esa cara —la consoló él—. Aun con lluvia, nos podemos divertir.

Kouji le templó un mechón de cabello con cariño y la niña se quejó sorprendida por lo repentino del gesto.

—A mi me gusta mucho la lluvia —dijo Nemu al final antes de sonreír mostrando los dientes.

Kouji sabía que él era el mayor y que por ende debía ser responsable, y para un niño de diez años, sí que lo era, pero, aun así, no pudo contenerse.

—Entonces juguemos solo un rato en el agua —dijo a su hermana, de cinco años, contagiado por su alegría, a lo que ella respondió soltando grititos agudos y dando saltos alrededor de él.

—Ni lo piensen, par de terremotos —les advirtió la abuela que los veía en silencio—. Si se resfrían y luego les da fiebre, no quiero que su papá me vaya a regañar a mí por no ponerles carácter.

—¡Baba! —se quejaron los dos niños al mismo tiempo.

—No, no y no —masculló la anciana mientras se ponía de pie y caminaba hasta donde estaban sus nietos—. No me van a comprar con esos ojos de rana de estanque. Además, a las Ame Warashi no les gusta que los niños jueguen en la lluvia. Se molestan, y los desaparecen.

Nemu soltó un grito asustado y corrió a abrazar a su abuela.

—A Nemu no le gustan las historias de terror, Baba —la reprendió el chico haciendo que la anciana se riera.

—¡Ay, lo siento mi amor! —se disculpó la señora mientras secaba las lágrimas de su nieta—. Pero tienes que portarte bien. Ahora sean unos buenos niños mientras Baba les prepara algo caliente para que no les dé frío.

Cuando la anciana desapareció en la cocina, Kouji se acercó a su hermana y la tomó por la mano.

—¡Ya sé! Mientras Baba está en la cocina, nosotros vamos a ir a ver al dragón —le dijo mientras ambos niños subían la escalera a toda carrera hasta que llegaron al ático jadeantes y bañados en sudor.

—¿La abuela tiene un dragón? —preguntó Nemu entusiasmada mientras su hermano sacaba un libro viejo de un baúl.

—La abuela no, pero el abuelo sí —dijo el niño mientras abría el libro en el suelo para que su hermanita lo viera—. Mira, aquí hay una foto de él sobre el dragón.

—¡Y la abuela lo está abrazando! —gritó Nemu emocionada—. Qué linda. ¿Crees que nos lo presten?

—A lo mejor si deja de llover...

—Entonces deseo que deje de llover pronto —pidió Nemu con todas sus fuerzas.

Veinte minutos después, y mientras tomaban té caliente junto a su abuela, la tormenta se detuvo como por arte de magia, pero ya los niños se habían olvidado del deseo que habían pedido mientras jugaban en el ático.

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