Sonámbulo

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—No puedo creer que me hagas perder un sábado entero acompañándote al médico, Theo —protesta Bill, mi mejor amigo, soltando un largo suspiro—. De todos los días de la semana no podías escoger, no sé, el miércoles, para por lo menos faltar a clases y no tener que presentar el examen de matemáticas.

—A mí me gustan las matemáticas —contesto, y él me da un empujón no tan fuerte como para lastimarme, pero en mi estado igual me cuesta mantener el vómito a raya.

—Y por eso vas a llegar virgen a la universidad.

—Para algo tengo a mi mejor amigo, ¿no?

—A partir de ahora oficialmente te revoco el titulo de mejor amigo —se burla él—: Tal vez si te inscribieras en el equipo de fútbol serías más mi tipo...

Los dos nos quedamos en silencio mientras caminamos cuando un par de personas se quedan viéndome fijamente al pasar junto a nosotros. Bill mete sus manos en su chaqueta y pone cara de pocos amigos.

—A veces me provoca golpear a la gente —comenta mientras estira su mano a la puerta de vidrio del hospital para abrirme la puerta.

—Las damas primero —digo yo adelantándome y abriéndola en vez para que él pase.

—Gracias, mi amor —se burla él cuando la gente se queda viendo otra vez—. Pero si sigues tan romántico no voy a poder evitar besarte delante de todos estos imbéciles.

Yo me rio de su comentario. Ahora la gente nos ignora deliberadamente. Los dos caminamos hasta el ascensor, y cuando nos subimos en él, quedamos solos. Lo único que se escucha es mi respiración pesada en el aire.

—¿Te estás muriendo? —pregunta de pronto.

Cuando me giro para verlo tiene los ojos enrojecidos. Quiere llorar, pero no lo hará solo por orgullo.

—¿Por qué piensas eso?

—No lo sé —confiesa—. Has pasado el último año y medio muy raro, viniendo varias veces por semana al hospital, y mientras más pasan los días, más flaco te pones. Me he dado cuenta, ¿sabes? Pero no quería decirte nada para no hacerte sentir mal o incómodo. Aparte, todo eso de querer hacer cosas divertidas todo el tiempo en vez de estudiar...

—Fui muy obvio —admito bajando la mirada.

No quiero que me vea llorar ahora.

—Pudiste habérmelo dicho antes... —me reclamó cuando las puertas del ascensor se abrieron, pero se quedó callado cuando vio a su mamá llorando frente a nosotros—: Mamá...

La palabra fue una exclamación asustada. Su madre se lanzó sobre mí y su llanto se hizo peor.

—¿Mamá, qué pasa? ¿Por qué...?

—Gracias por venir a despedirte, Theo —dijo ella.

Bill se quedó mudo y tieso como una estatua.

—Para él habría significado mucho.

Los ojos de Bill buscaron los míos, que ya estaban llorando en busca de una explicación, y yo solo pude murmurar:

—Lo siento...

Él se giró y vio su cuerpo moribundo postrado en la misma cama que había estado ocupando el último año y medio después del accidente en la motocicleta. Llevaba todo ese tiempo en coma. Ese día lo iban a desconectar del soporte vital.

—Lo siento —supliqué.

Pero cuando Bill se giró a verme, sus ojos azules se habían pintado de un rojo aterrador.

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