Interferencia

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—¡Allí! —gritó el niño sobresaltado mientras su oído se acostumbraba al pitido—. ¿Lo escuchan?

Los otros niños que estaban con él trataron de agudizar el oído, pero aun así no podían escuchar nada.

—Yo no escucho nada —protestó el más grande del grupo con cara de pocos amigos—. Si nos estás tomando el pelo, Carson, te voy a golpear.

—¡No, no! ¡Se los juro, chicos! Allá afuera hay algo extraño —se apresuró a decir el chico—. Está... naciendo algo...

El chico habló casi como en trance mientras sus ojos verdes se transformaban en un potente destello rojo.

—Tal vez...

Pero el chico no pudo terminar de decir lo que quería por culpa de un fuerte puñetazo que chocó contra su cara, le rompió el labio, y lo hizo caer de golpe contra la calle sucia del callejón.

—¿Acaso te volviste loco? —le reclamó el chico mayor con la cara llena de miedo y de rabia—. ¡¿Acaso intentas llamar la atención de todos los demonios de New York?!

—Marshal, yo... —intentó disculparse el chico, pero una voz lo interrumpió.

Una risa pícara y violenta rompió la noche mientras los fuegos artificiales de año nuevo iluminaban el cielo nocturno de la ciudad.

—Con ese pequeño destello no llamaría la atención ni siquiera de un perezoso —dijo una chica de cabellera tan oscura como la noche subida en una de las escaleras de emergencia—. Con un brillo tan débil, no sirven ni como bocadillo.

Su vestido era elegante e impropio de una zona tan deprimida como la de aquel callejón, pero sus ojos rojos y su aura nocturna la delataban como un demonio avernal.

Los chicos asustados comenzaron a gritar e intentaron correr en todas las direcciones posible con tal de escapar de la chica, pero ella solo sonrió con entusiasmo, levantó una mano, y sus ojos volvieron a brillar como el infierno.

«Nervitorio», declamó, y todos cayeron al suelo prisioneros de un sueño profundo e involuntario; todos menos Carson, quién veía asustado cómo la hermosa chica bajaba de la escalera y caminaba en su dirección.

—Aun así, me sorprende que con tan poco talento puedas escuchar el ruido —le dijo ella tendiéndole una mano para ayudarlo a levantarse.

—¿Tú puedes escucharlo? —preguntó Carson aturdido mientras tomaba la mano de la chica sin darse cuenta de lo que hacía.

Ella se rió con altanería.

—Sería un bochorno patético si no pudiera hacerlo —se burló—. Por supuesto que lo escucho, ranita. Llevo escuchándolo toda la maldita tarde desde que encendieron ese aparato horrible y ruidoso... Televisor —se exasperó—. Ugh, qué nombre tan horrible.

—¿Televisor? —preguntó Carson confundido.

—La cosa que transmite las imágenes en blanco y negro —explicó ella poniendo los ojos en blanco.

No parecía tener más de dieciséis años, pero, aun así, para Carson, que solo tenía once, era toda una mujer adulta.

—¿Es eso lo que está causando interferencia con la magia? —preguntó él nervioso—. Mi mamá no ha podido hacer magia en todo el día...

—Interferencia —musitó Lila con aire reflexivo—. Qué palabra tan interesante...

—A mí también me ha costado usar la magia, pero...

—A mí no —lo interrumpió ella con una sonrisa en los labios—. Adiós para siempre, Carson... Nervitorio...

De los labios de la demonio volvió a producirse la melodía de su hechizo. Carson cayó profundamente dormido como el resto de sus amigos. Su familia nunca más lo volvería a encontrar.

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