CAPÍTULO DOS

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ECOS
EN LA ABADÍA

La primera noche de Nuriel, recién llegado a aquel lugar de veneración y enigma, fue inquieta.

Se le asignó una pequeña celda con una cama simple y una mesa de madera, iluminada apenas por un candelabro. A través de la ventana, las sombras de los árboles bailaban con el viento, proyectando figuras siniestras que parecían moverse al ritmo de una melodía oculta.

Despertó en medio de la noche con el corazón agitado y los músculos paralizados. Era la parálisis del sueño, ese viejo enemigo que lo dejaba atrapado entre el sueño y la vigilia. Los recuerdos de la guerra se mezclaban con un presentimiento oscuro que envolvía a la abadía. No podía mover los labios para gritar, ni girar la cabeza para apartar la mirada del rincón donde la sombra de un hombre se erguía inmóvil. Sintió su respiración pesada, el aire cargado con un murmullo apenas perceptible.

«Liberio... Traición... Fuego...».

Las palabras eran confusas, como un eco lejano, pero la sombra permaneció fija, observando a Nuriel hasta que, finalmente, la presión en su pecho cedió y pudo moverse. Respiró con dificultad mientras se levantaba y encendía una vela. La habitación estaba vacía, pero los susurros seguían en su mente, como un zumbido persistente.

A la mañana siguiente, Nuriel acudió al refectorio, donde se servía el desayuno. Los monjes se reunían en silencio, vestidos con sus túnicas marrones. Giovanni y Raúl estaban sentados al final de la mesa, comiendo con calma. El abad Liberio se encontraba al frente, leyendo un manuscrito con su monóculo dorado.

Cuando terminó la comida, Liberio se irguió, apoyando sus largos y callosos dedos sobre la madera y se dirigió a los monjes con voz serena:

—Hermanos, hoy recibimos a un nuevo miembro en nuestra comunidad. Nuriel Navon ha venido en busca de conocimiento y refugio. Espero que lo recibáis con generosidad.

Los monjes asintieron en silencio, dirigiendo miradas al lugar en el que Nuriel estaba, varios de ellos se acercaron para estrechar su mano. Giovanni le dio una palmada en la espalda.

—Bienvenido, hermano. Pronto te acostumbrarás a nuestras costumbres.

Raúl asintió con una sonrisa tímida, asomando medio cuerpo tras el corpulento pelirrojo.

—Siempre hay espacio para una nueva voz en nuestras oraciones.

Nuriel les devolvió la sonrisa, pero la visión de la sombra nocturna no lo dejaba tranquilo. Al terminar el desayuno, se dirigió hacia Liberio, que permanecía de pie en el refectorio.

—Necesito hablar con usted —dijo Nuriel en un tono bajo.

Liberio lo miró con curiosidad y asintió.

—Acompáñame a la biblioteca.

La biblioteca, totalmente vacía, era un espacio amplio con estantes repletos de manuscritos antiguos. Liberio cerró la puerta tras ellos y señaló una silla para que Nuriel se sentara.

—Cuéntame qué te preocupa, hijo.

Nuriel le habló de la sombra que había visto y de los murmullos que había escuchado.

—Decían tu nombre, y algo sobre traición y fuego.

Liberio escuchó en silencio, sin dejar de observar con la atención de un curioso animal felino.

—Las sombras pueden engañar al hombre más sabio —dijo finalmente—, especialmente cuando su mente está marcada por la guerra. Aquí en la abadía estamos lejos de la violencia y la traición. Quizás tu espíritu solo necesita encontrar la paz.

Nuriel asintió, pero la tensión en su pecho no se disipó. Liberio continuó:

—Sin embargo, agradezco tu preocupación. En la abadía buscamos respuestas en el conocimiento y la oración. Si hay alguna amenaza, lo sabremos. Mientras tanto, concéntrate en tu recuperación, es hora de finalizar la charla y marcharnos, Nuriel.

A lo largo de los días siguientes, Nuriel intentó adaptarse a la vida monástica. Se dedicó a cuidar los cultivos junto a Giovanni, y Raúl le mostró la extensa biblioteca, donde pasaban horas ordenando libros y manuscritos antiguos. Pero durante las noches, las visiones regresaban. Las sombras se movían en la oscuridad, y las palabras sobre traición y fuego se hacían más claras.

Una noche, mientras intentaba dormir, Nuriel escuchó pasos en el corredor fuera de su celda. Se levantó con cautela, tomando una vela, y abrió la puerta. El pasillo estaba vacío, pero los pasos resonaban en la lejanía, hacia el ala sur. Siguió el sonido, descendiendo por la escalera de piedra y atravesando el pasillo estrecho que llevaba al sótano. El aire se enfrió y la oscuridad parecía envolverlo por completo. Nuriel se detuvo al llegar a una gran puerta de madera.

Detrás de la puerta, escuchó el murmullo de voces. Inspiró profundamente y abrió con cuidado. En la penumbra, vio a Giovanni, Raúl y otros tres monjes que susurraban alrededor de un círculo dibujado en el suelo. En su centro, una figura encapuchada sostenía un libro antiguo y leía en voz baja. El aire vibraba con una energía extraña.

Nuriel retrocedió sin hacer ruido. Cerró la puerta lentamente y volvió a su celda silenciosamente, incapaz de quitarse la imagen del ritual de su mente, reproduciendo la escena de lo que había presenciado una y otra vez sin dar lugar alguno a los sueños.

Llegada la mañana siguiente, se encontró con Giovanni en el huerto.

—¿Durmió bien, hermano? —preguntó Giovanni, con su sonrisa habitual.

Nuriel forzó una sonrisa con dificultad y asintió.

—Sí, gracias.

Giovanni le pasó una canasta de manzanas en silencio y comenzó a recoger más frutas de los árboles. Durante el resto del día, Nuriel trató de comportarse con normalidad, pero el recuerdo del ritual lo mantenía inquieto.

Al anochecer, volvió a encontrarse con Raúl en la biblioteca.

—He oído que no dormiste bien —dijo Raúl, recogiendo un libro polvoriento y volviéndose a Nuriel con los ojos entornados—. ¿Tuviste más pesadillas?

—Algo así —respondió Nuriel, tratando de sonar despreocupado, agitando una mano para restarle importancia, pero sin poder proferir ni una palabra más sin que se notase su tensión.

Raúl lo miró a los ojos, como si buscara algo en ellos.

—La guerra deja cicatrices profundas. Aquí estás a salvo.

Nuriel asintió, pero no estaba seguro de poder confiar en Raúl. Había algo extraño en su comportamiento.

Esa noche, las sombras regresaron. Una figura se proyectaba en la pared, y la misma voz murmuraba desde el abismo.

«Liberio... Traición... Fuego...».

Nuriel supo entonces que no se trataba de una simple visión. Algo se cocinaba en el corazón de la abadía, y el fuego del conflicto no tardaría en arder.

Decidió que necesitaba encontrar respuestas, y comenzó a explorar la abadía durante el día, con la destreza de un soldado que analiza al enemigo en pleno secreto, escabulléndose ante toda oportunidad y desapareciendo sin rastro alguno.

Encontró con el tiempo y minuciosas exploraciones habitaciones secretas detrás de las estanterías, corredores estrechos que conducían a la torre, y antiguos manuscritos que mencionaban rituales oscuros. Mientras más investigaba, más se daba cuenta de que la abadía escondía secretos que nadie quería revelar.

Un día, al regresar del huerto, encontró un mensaje anónimo en su celda. Estaba escrito con tinta negra y en letras apresuradas:

"Confía en Liberio.
Él te dirá lo que necesitas saber."

Nuriel decidió confrontar al abad una vez más.

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