INTRODUCCIÓN

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ETERNO FUEGO

Rememorar la barbarie de la guerra era una condena sempiterna y dolorosa.

Sobre todo cuando aquel recuerdo, hambriento por salir a flote y no fenecer en el olvido, resucitaba en la soledad de su dueño.

El abuelo de Nuriel siempre le había dicho que olvidar era más ameno en compañía.
Hoy, con toda seguridad, podría afirmar ante cualquiera cuán razón tenía su viejo—asesinado a manos de su propia nación e inclusive su propia estirpe—,con una verdad que hiere.

Últimamente era un hombre solitario.
Un hombre que se alimentaba de la vacuidad más perpetua, que florecía de unos torpes latidos que regirían como nuevo ritmo habitual, según él, lo que quedaba de su aún joven vida.

Tampoco tenía un rumbo definido, la elección estaba cedida a sus pies borrachos de ira por la escasa función de su sistema en estos últimos dos meses.

Estaba cansado, ido, furioso hasta con el suelo que pisaba.

Pero su rutina de paseo matutino llegó lejos aquel día y no pudo evitar pararse en seco para admirar lo que las vistas ofrecían a sus ojos cobrizos.

Detrás, a largos kilómetros, podía ver las casas de Gresota, o "Pueblo Fantasma". El segundo, un nombre mucho más significativo tratándose de un lugar inhóspito de escasos vecinos, que apenas ponían un pie fuera de sus humildes hogares. Delante, por el contrario, había una valla putrefacta y recubierta de maleza oscura que tenía como punto de fuga la radiante esfera de fuego.

Y, a pesar de no poder ver más allá de un terreno yermo enlutado, un escalofrío erizó sus pálidos vellos como señal de advertencia.

«Peligro, Nuriel».

Mas hizo caso omiso de su intuición; se adentró en una posible aventura, pues no tenía nada que perder, ni a nadie que llorase su muerte.

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