iii. you found me

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♱  1 . 03
THREE YOU FOUND ME
capítulo tres.






Sostuve la tableta clínica con los registros médicos de varios pacientes que habitan la sala de emergencias. Salí detrás del mostrador cuando vi al Dr. Lincoln caminando hacia mi con la mandíbula apretada.

—Jung, la necesitamos en el quirófano dos —me dijo, sacando su mano del bolsillo para arrebatarme la tableta de las manos sin siquiera pedirla—. Paciente de unos treinta y cuatro años, ha recibido un disparo en el costado izquierdo debajo de la costilla, ha perdido mucha sangre. Su condición es crítica.

Tomé aire en un intento de no enojarme y me devolvió la tableta con el rostro serio.

—En seguida, doctor.

Corrí por el pasillo dirigiéndome a los quirófanos pasando por el primero y luego me metí a lavarme al segundo.

Me tomé mi tiempo y mientras me lavaba, contemplé al paciente que estaba tendido sobre la camilla dentro del quirófano. De camino aquí tuve la oportunidad de leer su registro, decía que era Sheriff del condado y tenía un hijo y una esposa que lo estaban esperando en la sala de afuera.

Incluso mi madre estaba dentro del quirófano.

Salí por la puerta con mis brazos extendidos y dos enfermeras se me acercaron para ponerme el delantal y los guantes.

Mi madre me hizo una seña para que me acercara a ella, y al estar a su lado, se inclinó a mi para susurrar:

—Su nombre es Rick Grimes.

—De acuerdo —le dije restándole importancia, asimismo me incliné hacia el hombre que hacía un gran esfuerzo por mantenerse despierto. Los sonidos del quirófano sin duda le estaban causando un disturbio. Coloqué mi mano libre sobre la suya y suspiré—. Vas a estar bien, Rick. Tu familia está afuera esperando por ti, no te rindas ahora. Tienes que encontrarlos.

El hombre me miró un segundo antes de que le colocara la anestesia con la mascarilla y asintió.









—¿Por qué me dejaste? —susurra Rick Grimes aún sosteniéndome del brazo. Su ceño está levemente fruncido, pero hay un atisbo de curiosidad en sus ojos que me dice que quiere saber la verdad de algo que sucedió mucho tiempo atrás—. En el hospital —recalca.

Inspiro aire sintiendo la garganta quemarme. Su mano me suelta y me incorporo sobre mis dos pies girando el cuerpo hacia él, quedando al frente suyo sin intenciones de irme al pasillo de nuevo.

—Estabas en coma —comienzo a decirle, jugando con mis dedos— no pude haber hecho mucho por ti en ese estado. Tenía que irme con Aera, tenía que mantenerla a salvo y el hospital no era exactamente un refugio seguro. Necesitaba que estuviéramos vivas.

Me encojo de hombros, absteniéndome a decirle que en realidad había discutido con mi madre por el hecho de querer quedarme en el hospital por él.

—Yo estaba con vida —dice Rick. En ese momento coloca sus manos sobre sus caderas y yo aprovecho para cruzarme de brazos, ambigua.

Entiendo perfectamente que no puedo huir de esta conversación y que él quiere respuestas que quizá yo no puedo proporcionarle porque hay mucho que no sé, cómo por ejemplo, lo que sucedió luego de que yo abandonara el hospital. Mi escasez de información se debe a que mi madre nunca me dijo nada, únicamente me dio el frasco con sangre, yo carezco tanto de información como él. Sin embargo, Rick muestra interés sobre lo mínimo que yo sepa acerca de su condición, dándole más matiz del necesario.

Cierro los ojos asintiendo, dándole la razón. Mis manos aprietan mis brazos y los abro de nuevo para verlo.

—Lo sé —digo al fin—. Por eso mi madre quedó en el hospital cuando me fui con mi hija, me dijo que te iba a mantener vivo todo lo que pudiera y mientras el hospital funcionara —le explico sin rodeos, y me doy cuenta de como su cuerpo pasa a estar tenso a relajarse.

Rick baja la mirada hacia el suelo.

—Cuando desperté, estaba solo —levanta la cabeza hablando, trago con fuerza al pensar que mi madre no ha sobrevivido, y la razón por la que se quedó en el hospital fue porque mi, por él. El pecho comienza a dolerme y suelto el aire que tengo retenido—. El hospital estaba abandonado —murmura.

—¿Lo estaba? Siempre creí que ella lo lograría.

Llegué a pensar que mi madre y yo nos reencontraríamos, por alguna razón. Pero ahora sé que no. No puedo darme el lujo de mostrarme lastimera, porque somos Aera y yo contra el mundo desde hoy; siempre lo habíamos sido, solo que ya sé que no va a estar mi madre esperándome en algún lugar.

—Lo lamento —musita Rick. Alzo la cabeza y su rostro denota pena, quizá el hecho de saber que mi madre lo había cuidado mientras estuvo en coma tocó una fibra dentro suyo, porque ya no está serio, en sus ojos hay empatía.

Muevo mi pie con cautela y sacudo la cabeza.

—No te preocupes, ahora no tiene importancia —apreto mis labios desviando la mirada a un punto donde los ojos de Rick y los míos no se conecten. La conversación ha tomado un giro tétrico que me pone nerviosa, pero, por alguna razón, Rick no parece querer eso.

Está callado, pensativo, y lo sé porque durante varios segundos ha fruncido los labios como si quisiera decir algo. Me da la impresión de que se ha quedado sin palabras, que puedo dar por finalizada la conversación, pero mis pies se rehusan a irse, siento que tengo que hablar más con él, escucharlo, y que él también me quiere escuchar a mi. Se le ve muy calmado, pero la forma en la que sus ojos me examinan me dice otra cosa: está impaciente.

No sé cómo o porqué, pero no me muevo, ninguno de los dos lo hace.

Entonces, da un paso hacia mi y abre la boca tomando aire.

—Te recuerdo —su voz tiembla al hablar, y el sistema se me enerva al oírlo. Es imposible que lo haga, y por más que quiera protestar, me mantengo callada esperando a que continúe—: Tu voz. He soñado con ella, incluso sentí que aún podía escucharla cuando desperté, dos semanas después de brote.

El corazón me late con fuerza y me quedo sin aliento.

Estoy estupefacta observándolo a los ojos directamente, en busca de una explicación a lo que está diciendo, porque no entiendo. Él está muy seguro de lo que dice, pues no ha flaqueado en ningún momento, sin embargo, pronunciar sus propias palabras lo ha puesto nervioso.

—¿En serio? —puedo decir. Quise abofetearme cuando mi voz tembló también.

Rick no tiene pinta de ser confabulador, pero algo dentro de mi se rehusa a creer. Una parte de mi piensa que solo está siendo amable, devolviéndome el favor, pero otra me dice que es real.

—Sí. No estaba seguro de cómo o porqué, pero podía escucharla —explica, asintiendo una sola vez—. Tu rostro, sin embargo, no creo haberlo visto nunca, no antes.

Quiero sonreír, pero no puedo. Me parece tan extraño que diga eso, suscita algo en mi pecho que hace que las mejillas me quemen y no pueda respirar correctamente. Rick, por otro lado, está serio, con su mano apoyada sobre la mesa, recargando todo su peso en ella. Estoy... sorprendida.

Me impresiona su hablar, y quiero creer que dice la verdad por más inverosímil que me parezca. No quiero verme apática, pero tampoco demasiado feliz. Volvimos a encontrarnos, sí, eso debía significar algo, solo que no estoy segura de qué es. Quiero que él aclare mis dudas también, pero estoy sin habla, lo cual no es genuino en mi.

Las manos me sudan, y un escalofrío recorre mi espalda repentinamente.

—Apenas estabas despierto cuando llegaste al hospital, hacías un esfuerzo tremendo para mantener los ojos abiertos antes de la cirugía —le digo, poco efusiva por mi sorpresa y sé él lo entiende, porque puede haber sido difícil para él confesarme aquello—. Te dormiste tan pronto como te puse la anestesia. Incluso si lo quisieras, no serías capaz de reconocer mi cara.

Pierdo la batalla y mis labios se forman en una sonrisa pequeña, sin mostrarle mis dientes; mi rostro se ha ablandado.

—Pero reconocí tu voz.

Rick hace un esfuerzo por no sonreírme, pero cuando entorna sus ojos en mi dirección, sé qué hay algo más en sus expresiones faciales que solo el hecho de hacerme saber que reconoce mi voz. No puedo evitar sentirme incongruente por mostrarle mis cartas, y que él no lo haya hecho, pero tan solo tengo unos minutos de conocerlo realmente y siento que esto no se va a terminar aquí.

•  •

—Este lugar me gusta mami —Aera abre sus ojitos mientras se acurruca en la cama donde estamos echadas—. ¿Vamos a vivir aquí?

Niego con la cabeza, y ella suspira.

—No podemos... nos vamos por la mañana.

—Pero, podemos quedarnos —dice, persistente. Sus manos se dirigen a mi cabello y toma unos mechones entre sus dedos para jugar con él—. Hana dice que es seguro, han estado aquí un tiempo...

—Están en guerra, Aera —la interrumpo, tratando de sonar lo menos compleja posible, porque sé qué hay muchas cosas que ella no entiende—, si nos quedamos seremos parte de su fuego cruzado, y no quiero eso para ti.

Le acaricio la mejilla con suavidad y ella suelta otro suspiro.

—¿Y si les ayudamos?

—No es nuestra pelea, cariño.

Pese a que está totalmente desparramada sobre la cama de la litera, está incómoda y eso se debe a nuestra conversación. En sus palabras hay una nota de pena que soy capaz de percibir claramente, ella no quiere irse porque está demasiado a gusto, lo cual es algo que no hemos tenido en meses.

—Una vez me dijiste que ya no había paz en el mundo —empieza a decir dejando mi cabello, y en su lugar, se abraza a sí misma, sorbiendo su nariz—. Yo creo que eso no es verdad, porque aquí donde estamos me siento en paz —musita en voz baja.

No me atrevo a decirle nada. No puedo.

Insuflo una gran cantidad de aire y continúo haciéndole cariño en la mejilla; Sadie parpadea un par de veces y sus ojos verdosos se van cerrando poco a poco. Se ve tan tranquila a medida que se queda dormida, que me doy cuenta de lo afortunada que soy por tenerla aquí.

La lucidez con la que puedo recordar todo lo que hemos pasado me asusta, porque hay cosas que simplemente no puedo olvidar, mi razón de vivir es ella, y no me puedo dar el lujo de exponerla a una guerra, donde ni siquiera Rick Grimes o el resto de su grupo saben si sobrevivirán el día de mañana. Ese es un gran hándicap para mi, porque yo no me siento segura aquí, hay muchas incógnitas y preguntas vacías, sentirme apabullada se me va a volver costumbre si este lugar no logra causar una repercusión sobre mis dudas. Quiero estar en el lado bueno, quiero darle lo mejor a Aera, pero no estoy muy segura si aquí lo es, aunque ella lo vea así. La verdad, sin embargo, es que no sabemos absolutamente nada.

—¡Pero, ma! No quiero hacer vigilancia —escucho una voz refunfuñar fuera de mi celda.

—No es pregunta, Hana —la regaña otra mujer.

Con cuidado de no despertar a Aera, apoyo mis manos sobre la cama para ejercer fuerza en mis brazos y levantarme de manera lenta y minuciosa. Mi hija arruga la nariz y se da la vuelta dándome la espalda, aún dormida.

Avanzo por la celda hasta llegar a la puerta y veo a Sage cruzada de brazos mientras habla con la chica de cabello corto, quien parece ser su madre por la manera en la que le habla, asimismo Carl está a su lado oyendo atentamente la conversación. Frunzo las cejas recostando mi espalda en la pared.

—Hace frío como para tener que pararme allá afuera durante una hora —responde la pelicafé hastiada, resollando. La chica de cabello corto sacude su cabeza negando.

—Hana...

Se me ocurre una idea, ya que no tengo nada más que hacer mientras cae la noche. Entonces me acerco a la conversación cohibida.

—Puedo cubrirte si quieres —ofrezco, encogiéndome de hombros, ganándome una mirada de parte de los tres. Hana me observa con sorpresa, levantando sus cejas y abriendo sus ojos a más no poder, lo que me parece tierno.

—¿En serio?

—No, por favor —responde la chica amablemente, deteniéndome con la mano—. Hana solo está bromeando.

—En serio —respondo sonriendo—. Quiero hacer algo mientras estoy aquí, devolverles el favor.

—¿No te molesta? —cuestiona Hana.

Niego y la sonrisa de Hana se ensancha, volteando su rostro hacia su madre, juntando sus manos en forma de súplica y ella expulsa el aire de sus pulmones dándose por vencida. También sonrío, porque sé que voy a hacer algo bueno, y no es que eso sea inusitado en mi, pero tengo mucho tiempo de no convivir realmente con personas.

—De acuerdo, entonces —dice la muchacha—. Soy Maggie —despliega una sonrisa, ladeando su cabeza.

—Yejin —me presento.

—Carl te llevará a donde hacemos la vigilancia —dice Hana, dando un pequeño brinco para colocarse al lado de Maggie y aferrarse a su brazo, a lo que ella sonríe.

Mis ojos van directo a Carl.

Él estuvo callado durante la conversación, pero el hecho de que no se opusiera a mi pedido no significa que esté de acuerdo; su semblante está serio, tiene los brazos pegados al pecho y cruzados, puedo ver como apreta la mandíbula. No parece estar nada contento, por alguna razón que desconozco.

No me mira directamente, pero asiente y se dispone a caminar.

—Espera —digo antes de avanzar detrás suyo y me giro hacia Maggie y Hana—. ¿Habrá algún problema con que le echen un ojo a Aera? Se ha dormido y si soy honesta, no la había visto dormir en paz desde hace mucho tiempo...

Maggie sonríe.

—No te preocupes, la cuidaremos.

Asiento agradecida y me doy la vuelta para seguir a Carl, tratando de seguirle el paso pues va caminando más rápido de lo que yo puedo y mis piernas me permiten. Mientras me da la espalda dirigiéndose al punto de vigilancia, me pregunto por cuantas cosas un chico de su edad ha tenido que pasar, sé que está con Hana y el apoyo es mutuo, pero ambos parecen tener fuertes estragos que los han traído afectando desde el inicio.

—Sí sabes que no te puedo dar un arma, ¿verdad? —pregunta, haciéndose a un lado para dejarme entrar.

La malla de prisión cubre la puerta y ellos han colocado tablas de madera para cubrirlo, como si fueran trincheras.

—Sí, no te preocupes.

En cuanto digo esto, él asiente y se da la vuelta para irse. Mis ojos exploran la estancia y los campos abiertos de la prisión, junto con los caminantes que rodean los altos muros metálicos; aprovecho la madera para recostar mis brazos sobre esta y luego mi cabeza sobre estos, descansándola.

—Lo siento —la voz de Carl me hace girar la cabeza en su dirección confundida, contemplando como él se para en medio de la puerta, cerrando los ojos.

—¿Qué? —pregunto sin entender.

—Por irme antes.

—¿A que te refieres? —irgo mi espalda, con intenciones de prestarle atención. Suspira profundamente, como si se estuviera preparando para dar un discurso.

—Estábamos hablando y yo solo... —hace una pausa, abriendo los ojos. Sus manos se dirigen a su sombrero y se lo retira de la cabeza dejándome ver su castaño y despeinado cabello—. Mi madre estaba embarazada y dio a luz a mi pequeña hermana hace como una semana. Ella no lo logró —traga saliva, siento como la tristeza auge en mi pecho y mi semblante se suaviza-. Ha sido difícil, las cosas están más complicadas ahora que nunca. Estaba feliz de reconocerte —sonríe, a duras penas— pero luego mencione inconscientemente a mi madre y... eso me hizo sentir mal. Sé qué está en un lugar mejor que este mundo, pero cada vez que hablo de ella me da una sensación de vacío en el pecho...

Carl intenta sonreír pero no puede pues la fatiga le gana. Escucho en su voz lo triste que está.

—No lo sabía, Carl —suspiro—. Pero te entiendo —el me mira confuso y de manera furtiva juego con mis manos—. Mi madre se quedó en el hospital para cuidar de tu padre cuando yo me fui, y hoy él me ha dicho que ella tampoco lo logró. Supongo que estamos en la misma página —me encojo de hombros para no verme desdichada y Carl baja la cabeza—. Pero no tienes que lamentarte por estar triste, tienes derecho a estarlo. A veces tenemos altibajos, y eso está bien.

Concluyo con una medio sonrisa, queriendo animarlo. Tengo la sensación de que Carl no va a mirarme de nuevo, porque está mostrándome un lado muy taciturno suyo. Pero acaba levantando la cabeza.

—Lamento lo de tu madre —me dice, frunciendo los labios. Sé que está siendo honesto.

—Lamento lo de la tuya —le respondo.

Carl sonríe, y eso me sorprende. Su rostro ha pasado de ser tétrico a un mínimo de efusivo, y comprendo que quizá en mucho tiempo no ha hablado de cómo se siente, ni yo tampoco; ambos lo necesitábamos.

Cuando se da la vuelta para irse, siento que muchas cosas estarán bien.




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