vii. fake your death

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♱  1 . 07
SEVEN FAKE YOUR DEATH
capítulo siete.






Rick y yo nos detenemos a un costado de la torre que habitó Hana minutos atrás, observando disimuladamente al par de adolescentes conversar. O al menos hacemos el intento.

El Grimes mayor tuerce su cuello cada diez segundos en dirección a su hijo y la pelicafé, echándoles una mirada de soslayo para regresar a su posición rígida, y repetir así varias veces seguidas, como si de un suricata se tratara. Por otro lado, yo me cruzo de brazos, volviendo el cuerpo hacia el campo abierto de la prisión que sirve para cultivar gran cantidad alimentos que se nos proporciona cada día, pues, al pie de la torre hay un huerto de flores empezando a prosperar.

Están en una caja de madera hecha a mano, y no puedo evitar observarlas por demasiado tiempo. A pasado un buen rato que no veo una flor...

—Flores...

—Sí, ¿te gustan? Glenn han encontrado las semillas al estar afuera y Maggie junto con Hana decidieron cultivarlas aquí —veo de reojo como Rick gira sobre sus talones para posicionarse a mi lado.

Asiento al oír su pregunta. Doy un par de pasos hacia el huerto de las chicas y me agacho flexionando las rodillas para posarme al frente de las coloridas flores y darles un buen vistazo.

—Mi madre amaba las flores, su casa parecía un invernadero de tantas matas que tenía —arrugo mi nariz recordando con suma lucidez el hogar donde crecí, repleto de flores.

—¿Ah, sí?

—Sí. Pero, como trabajaba en el hospital, no tenía mucho tiempo para regarlas o ponerles cuidado, así que sus cultivos terminaban muriéndose —me encojo de hombros, levantándome del suelo para ver a Rick—. Las rosas eran sus favoritas. Siempre me daba una para mis cumpleaños.

Me sorprendo al ver que no me duele el pecho cuando hablo de mi madre. Su ausencia me afectó y el saber que está muerta tras cuidar de Rick también me dio ese sentimiento lastimero, pero ahora es diferente, el mero pensamiento acerca de ella no me es indiferente, al contrario, sé que ahora está en un mejor lugar que este.

Rick se mantiene taciturno, como si no supiera que decir, y no puedo culparlo, mi madre salvó su vida tiempo atrás y él tuvo que darme la noticia de que ella ya no estaba más. A todo esto, me repetí a mi misma que quedarme estancada en el pasado es el peor de los sentimientos y, puedo conservar su recuerdo, pero no atormentarme con él.

De todas formas, a pasado un mes, treinta días sin accidentes. Debo ser positiva.

—Todo lo que se descuida, eventualmente termina echándose a perder —replica Rick, con voz firme.

Alzo la mirada para verlo, frunciendo el ceño leve, ya que la luz del sol me pega en el rostro y debo entrecerrar mis ojos por la molestia que me provoca, pero continúo viendo a Rick.

—Sí, es cierto.

Puede que tenga una razón para decir eso, una razón que yo desconozco y quizá nunca llegue a saber, pero me da la impresión, de repente, de que Rick tiene pesar, como si algo estuviera martirizándolo. Es tenue lo que noto, por encima de su dura coraza, pero aún así puedo percibir su inercia.

Intuyo que todo esto, las personas instalándose en la prisión, dejar el mando a cargo del consejo, dedicarse a ser granjero junto con Carl, y la reciente pérdida de su esposa, tienen mucho que ver.

Pero él es muy minucioso, no le gusta mostrar sus verdaderas cartas. Tenemos eso en común, aunque a mí se me haga más fácil abrirme a las personas.

—Oye. Si resulta que Hana cultiva una rosa, la robaré para ti —Rick esboza una sonrisa, golpeando mi hombro con su brazo, con suavidad. Mi corazón empieza a palpitar a gran velocidad—. ¿Cuándo cumples años...?

—Tres de septiembre —respondo. Tengo que respirar hondo, llenando mis pulmones a tope por la súbita pregunta.

—Lo apuntaré en mi calendario.

Vuelvo mi cabeza hacia él para regalarle una pequeña sonrisa sin mostrarle mis dientes. Una ráfaga de viento gélido me azota el rostro despeinándome el cabello, pero no le doy la más mínima importancia.

Unos pasos se oyen, revoleando las piedras del camino de vuelta al interior de la prisión. Rick y yo no tardamos mucho en voltearnos para ver de qué se trata, dándonos cuenta de cómo Hana avanza sin mirar atrás, con los brazos cayendo por sus costados y el semblante blando, pero serio. Detrás de ella yace Carl, observándola irse, como si estuviera paralizado y no pudiera moverse de donde se encuentra de pie. Su rostro, a diferencia del de Hana, denota una inusitada confusión entremezclada con una mueca triste.

Destenso mi cuerpo, relajando los hombros. Suelto mis brazos sin dejar de ver como la pelicafé se va con desdén y al reparar en el semblante de Carl, no puedo evitar sentirme mal por él y la terrible situación en la que parece estar estancado.

Adyacente a mi, Rick suelta un suspiro, asemejándose a un resollo agotado, mientras se pasa la mano por el rostro regresándoselo.

—Algo me dice que la conversación no salió bien.

—¿Deberíamos acércanos?

—Es probable que no quiera hablar con nadie, pero como padre es mi deber hacerlo de todas formas —Rick me mira como si suplicara de mi apoyo, a lo que yo asiento dándole la razón—. Yo hablaré con él, tú puedes ir a desayunar.

La situación entre ellos me resulta muy compleja, pero son niños, después de todo, ven las cosas muy diferente a lo que yo lo hago.

—De acuerdo.

Rick no dice nada más y decide encaminarse hacia su hijo, quien sigue parado donde estaba, sin mover un solo músculo, y no parece tener un ápice de querer hacerlo.

Trago saliva mirándolos desde lejos, pero no hay nada más que yo pueda hacer, así que decido irme.

Comienzo a dar zancadas hacia la cocina donde me inunda la esencia del desayuno tan pronto como me acerco. Rebusco con la mirada entre todas las mesas tratando de hallar a Aera, pero no la veo por ningun lado.

Sin embargo, a unos metros de la cocina, contemplo a la pelicafé hablar con Glenn.

Decido sacudir la cabeza y continuar avanzando hasta meterme dentro de la prisión por completo, cruzando la metálica puerta que dirige al pabellón y al bloque de celdas. Voy en silencio, manteniendo la cabeza agacha y tratando de no pensar en nada, porque no me quiero hastiar con los problemas que rodean la relación de Carl y Hana, estoy segura de que Rick y Maggie se pueden encargar de ambos respectivamente. Aún así, me siento rebullida sin motivo, con un interminable retortijón en el estómago.

Sin darme cuenta, arribo a la celda que comparto con mi hija.

La cortina está cerrada cubriendo la entrada, por lo que alzo el brazo tomando la tela para correrla, abriéndola para mostrarme el interior, donde Sadie está arrellanada sobre la litera de arriba, durmiendo.

Apreto mis labios para reprimir una risita, no tiene remedio, se la pasa durmiendo todo el tiempo, nada más se levanta a comer y regresa a dormir.

No puedo mentir, verla en paz me tranquiliza, me trasmite esa calma que ella irradia, en el buen sentido.

Algunas de sus cosas están regadas por el suelo, por lo que decido ir a recogerlas. Hay unos cajones en la esquina de la pared, donde mi hija tiende a guardar sus juguetes o demás pertenencias, aunque no sea dueña de mucho. Glenn le a dado varios regalos de cuando sale con el equipo de búsqueda, que según él se a encontrado de pura casualidad, entre ellos un patito de hule que Maggie luchó por no dejar ir, pero no se pudo resistir y terminó regalándoselo a Aera.

De sólo revivir ese momento en mi mente, me siento un poco más efusiva.

Abro el cajón echando las cosas dentro, tratando de no provocar mucho ruido para no despertarla. Oigo un toque en el metal de la rejilla, como si alguien estuviera buscándome, y me giro con rapidez casi dando un respingo, viendo la figura de Carl posarse debajo del umbral.

Ya que está más cerca que con anterioridad, puedo vislumbrar su rostro iracundo, reacio a ceder a su imprudente afán por explotar del enojo, o quizá impotencia. Tiene las manos detrás de la espalda, y es notable lo inquieto que está.

—Hola, perdona si te molesto, ¿estás ocupada? —pregunta, cohibido.

Siento un agarrotamiento en mi espalda, pero no me tardo en negar. Él parece un poco nervioso, incluso sus pasos son torpes al entrar a la celda, llenando la estancia con su tosca apatía.

—No. ¿Sucede algo? —cuestiono, frunciendo el ceño con suavidad. Mis manos se dirigen al mueble y termino por depositar lo último que sostuve.

—Yo... creo que... necesito un consejo —Carl baja la mirada antes de que choque contra la mía. He notado que el color de sus ojos son muy similares a los de Rick; un azul precioso, que ahora mismo se encuentra apagado por el mismo sentimiento represivo que se apodera de él. El decaimiento es palpable, no hace el mínimo esfuerzo para ocultar la fatiga.

—¿Sobre que? —cierro el cajón y lo invito a pasar.

Él me hace caso, sentándose sobre la cama vacía. Opto por pararme frente a él, pegando la espalda a la pared grisácea, regalándole toda mi atención.

—Sobre Hana —dice por fin, con pesadez—. Sé que no nos conoces tanto, y en realidad, puede que no sepas nada de ella, de nosotros, pero no sé qué hacer, y digamos que mi papá no es muy bueno en este ámbito —cierra los párpados suspirando, a lo que yo emito una risa meramente burlesca.

—Claro. Puedes decirme lo que quieras, Carl, yo te voy a ayudar —ladeo mi cabeza, ganándome una mirada de confianza de su parte.

Su pie trastabilla la pata de la cama, sus manos unidas me dejan saber que está nervioso y la pena por la conversación lo carcome, pero no le queda otra opción. Las piernas se me entumen, así que tomo aire para cruzarme de brazos, en espera de sus palabras.

—Gracias —musita—. Bueno, verás, Hana es rara. No, esa no es la palabra, ella es complicada, siempre lo a sido. Somos muy diferentes, pero, congeniamos, el problema es que discutimos muy seguido —mueve sus manos al explicar, haciendo ademanes. Noto como las palabras surgen sin complicaciones, él a pensado esto mucho.

Una pregunta retumba en mi cabeza, por lo que me lleno de curiosidad.

—Carl, ¿estás enamorado de Hana?

El castaño alza la cabeza con brusquedad al oírme cuestionar, sorprendido, con los orbes abiertos de par en par. Frunzo mis labios viendo cómo se sonroja, así que le regalo una mirada comprensiva para que no se sienta apenado.

—¿Enamorado? No —niega, pasándose una mano por la cabeza, peinando su cabello—. No lo sé... —termina por murmurar, casi farfullando.

Su reacción me parece casi inverosímil. Abro la boca en busca de aire y las palabras correctas para guiarlo, y sin deliberar más, hablo:

—Bueno, a tu edad es complejo saber cómo te sientes verdaderamente —levanta la mirada hacia mi una vez más—. Algunas cosas se sienten más pesadas que otras, tiendes a darle más matiz del necesario, y eso solo hace más dificultoso todo. Tienes razón, no conozco a Hana, pero creo comprender bien lo que ella siente, por lo que pasa, al igual que tú. Hana y tú han perdido personas a lo largo del camino, han sufrido estragos, y pese a que son diferentes, esto es lo que los conecta. Has creado un lazo con ella porque, a pesar de que personas entran y salen de tu vida, Hana sigue siendo parte de ella, ¿no?

El silencio reina, pero no es incómodo, solo le doy a Carl el espacio que necesita para pensar sin atosigarlo.

Siempre fui muy buena con las palabras, pero no en todas las ocasiones. Elegí ser enfermera hace muchos años por mi poder empata, por saber manejar a las personas de una forma que los ayude, y que Carl sienta la confianza en mi para hablar de esto hace el corazón me de un vuelco.

Entonces lo veo lamerse los labios, con la mirada tristeja y la cabeza gacha.

—Ella está enojada porque elegí salvar su vida por encima de la mía, renunciando a lo que podríamos haber tenido —dice, tragando saliva, hastiándose de su propio tono de voz.

—Pero, haberla salvado no significaba tener que desistir de tus sentimientos hacia ella —insito, inclinándome hacia el frente para verlo—. Hana no está enojada porque le salvaste la vida, ella está enojada porque estuviste apunto de romper el lazo que crearon.

—Yo no quería hacerlo —me mira, negando con la cabeza, y el pesar es obvio en sus palabras—. Pensé que estaba haciendo lo correcto.

En un intento de sonreírle, aprieto mis labios con ambigüedad. A veces se me olvida que estoy hablando con un chico, tan insondable como Hana, pero tan inocente como lo podría ser Aera, eso complica mucho las cosas, teniendo en cuenta que el mundo que conoce no es el mismo que yo conocí, las personas no se van a portar igual y las situaciones serán mas difíciles.

Eso incluye las relaciones, que dada la adversidad, es casi imposible encontrar amor en un mundo tan podrido como en el que vivimos.

—A veces, lo que sentimos que es correcto, no siempre es preciso —espeto.

Las piernas se me acalambran y decido encaminarme a la cama, dejándome caer al lado de Carl, colocando ambas manos en la orilla metálica, fijando la vista sobre mi pies, oyendo al vaquero suspirar efímeramente, como si de una crispa se tratara.

—¿Como hago para reparar el lazo si ya está roto? —pregunta, torvo, pero con el pudor a flote.

—Bueno, este tipo de lazos son especiales, por eso dije apunto —contemplo su rostro de perfil, analizando lo mucho que se parece a Rick detalladamente, enervándome el sistema—. Se puede estirar, contraer o enredar, pero nunca se romperá. Dale tiempo, y tómate un tiempo tu también para pensar que es lo que realmente quieres con ella, entonces las palabras te fluirán con facilidad y si así tiene que ser, volverán a estar juntos.

Carl gira el rostro, haciendo contacto visual conmigo.

—¿Y si ella ya no quiere? —su ceño se frunce lastimero, así que suspiro cerrando los ojos, pero manteniéndome serena para mostrarle mi apoyo sin cesar.

—No tengo una respuesta para eso.

Él asiente, de forma pausada. Se queda callado un momento, quizá analizando lo que hablamos, ya sin verse tan demacrado como lucía cuando puso un pie dentro de mi celda.

Súbitamente, sus labios se curvean en cuanto parpadea, dejándome perpleja por su repentino cambio de humor. Carl me muestra sus dientes, con una sonrisa ladina plasmada en su rostro al echarme un último vistazo sin ser soslayo, y eso solo me deja aún más confundida. Entrecierro mis ojos en busca de una respuesta que no hallo escrita en ningún lado de su semblante. No está efusivo, solo sonríe para mi, creo que agradecido.

—Muchas gracias, Yejin —su cabeza se inclina, en son de respeto—. Debería de haber hablado contigo mucho antes, ya comienzo a ver lo que papá ve en ti.

Doy un respingo al oírlo, con la presión subiéndome. El pulso se me acelera por lo que ha dicho y atolondradamente me sonrojo.

—¿A qué te refieres? —pregunto con afán, oyéndome tartamudear. Carl suelta una risita.

—Le agradas. Y a él no le agrada mucha gente —me apunta, genuino y sin pena—. Él no es bueno haciendo amigos, pero ustedes parecen llevarse bien, y eso me alegra. Papá no es quien solía ser, sin embargo, entabla conversaciones contigo, lo he visto incluso reírse o sonreír un par de veces. No sé qué le estás haciendo, pero no te detengas.

Expulso el aire que tengo retenido en mis pulmones como acto de reflejo ante lo dicho. Carl no a notado mi comportamiento inusual, pero me las arreglo para sonreírle con amabilidad, corriendo el rostro en cuanto el se pone de pie, abandonando su lado junto a mi en la cama.

—Buena suerte con Hana —me apresuro a decirle, parándome también para irme a hacer cualquier otra cosa que me distraiga—. Y, si necesitas algo más, no dudes en venir a buscarme.

—Lo haré —dice alzando la mano. Antes de abandonar la celda, le echa un vistazo a la litera de arriba donde Aera aún duerme plácidamente, y luego se dedica a caminar hacia afuera.

Me doy la vuelta con suma rapidez aún sintiendo mi rostro arder, y aprovecho que me encuentro sola para levantar ambas manos y golpearme las mejillas, espabilándome para regresar a la realidad. No me puedo permitir actuar de tal forma, no me parece correcto, menos teniendo en cuenta la situación. Pero, ¿por qué Carl me diría tal cosa? ¿Es que acaso Rick se lo dijo, que yo le agradaba? No sé, no tengo cabeza para pensar en eso en este instante.

—Espera, Yejin —oigo la voz del Grimes menor de nuevo en la puerta, así que me volteo para encararlo.

—Dime.

—Yo... ¿te puedo dar un abrazo?

Me sorprendo. El corazón se me detiene ante tal petición, y su cara... las mejillas rojas y las manos temblándole, ¿cuando fue la última vez que alguien le dio uno? A pesar del tan poco tiempo que tengo de conocerlo, Carl es un chico que a logrado despertar mi lado maternal a alguien más que no sea mi propia hija.

—Sí —asiento, acercándome a él.

Mis brazos rodean su cuello debido a la diferencia de altura, y su cabeza se recuesta en mi pecho al abrazarme por la cintura. Un suspiro se le escapa de los labios, como si no quisiera soltarme. Es una sensación agradable.

—Gracias. Lo necesitaba.

—También yo —sonrío, acariciando su cabello, permitiéndome cerrar los ojos un segundo.




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