01

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


Eros


Salgo del baño al escuchar los suaves golpes de la puerta del dormitorio, la toalla se enreda en mi cintura y las gotas que caen de mi pelo dejan un rastro en el suelo de mármol negro.

—Adelante. —digo en cuanto cambio la toalla por algo de ropa interior y unos vaqueros sin importarme demasiado que me vea así. No sería la primera vez de todas formas.

Al verla traspasar el marco curvado de la puerta mis ojos brillan. Se ve preciosa con ese vestido nuevo.

—¿Por qué tan guapa? —pregunto apretándola entre mis brazos, su aroma a cerezas enseguida sustituye el aire y oxígeno limpio que entra por las ventanas.

—Hay alguien nuevo en la universidad y quiero causar una buena impresión. Tal vez sea interesante. —dice dando unos pasos hacia atrás alejándose de mis brazos, no los suficientes para que su olor se aleje de mi nariz.

Sonrío ante el ligero temblor de su voz, cargado de sus ansias. La paciencia no es lo suyo. Después llevo su mano a mis labios dejando un casto beso en el dorso.

—Tu siempre te ves más que bien, Engel.

—Me halagas. —responde con una corta sonrisa burlesca antes de ir a la cristalera que queda a una esquina de mi habitación. Sus ojos enseguida se iluminan al ver a la serpiente enroscada en la rama de un árbol y en ese momento sé que está planeando algo.

—¿Y cómo es que están admitiendo a gente a mitad de curso? Eso no pueden hacerlo. —murmuro deslizando una camiseta por mi torso.

—No lo sé, hablaré con papá. —habla chocando la punta de sus largas uñas con el cristal. Sus palabras suenan firmes, sabiendo que no hay nada que nuestro padre no sea capaz de darnos o hacer por nosotros.

Mientras bajamos al comedor tengo su brazo enganchado al mío, como cada vez que caminamos juntos, su sonrisa contrasta con lo oscuro del mobiliario una forma que no puedo evitar mirarla de reojo, debatiéndome entre eso o prestar más atención a los escalones antes de irme de bruces al suelo.

Estando en el comedor dejo que la señorita detrás mío mueva la silla para que me pueda sentar, no se lo agradezco, al fin y al cabo es su trabajo. Bueno, y me cae mal, pero eso es otra cosa.

Después le doy un sorbo al café negro de la taza con la vista de mis padres clavadas en mi queriendo que yo empiece una conversación que no tengo ganas de comenzar. A veces soy muy reservado y parece que siguen sin acostumbrarse a ello.

—¿Cómo han ido los exámenes? —la suave voz de mi madre es la primera en romper el silencio.

—Todo bajo control. —su sonrisa es casi idéntica a la de Eva.

A veces me perturba lo parecidas que son. Claro que es lo normal entre una madre e hija, pero, si no fuera por el color de pelo. Ellas podrían pasar como hermanas perfectamente. Mi madre ha hecho lo que se puede considerar un copia y pega.

—Estoy realmente ansiosa por mí primer día. —habla ella a mi lado con sus ojos inquietantes moviéndose por todo el lugar y sus largas uñas pintadas en negro rebotando contra la mesa de cristal.

A sus quince años se empecinó con querer entrar a estudiar negocios antes de tiempo, eso le costó dos años. Se pasaba las tardes después del instituto quemándose las neuronas para poder pasar el examen de admisión y posteriormente aprobar los exámenes de primero hasta estar en el segundo semestre de segundo año.

Claro que los genes también ayudaron un poco a eso, porque mis padres se negaron a enchufarla en ninguna universidad.

A pesar de haber nacido en una cuna de oro y poder ellos siempre nos habían inculcado el conseguir las cosas por nosotros mismos, trabajar duro, y era algo que les agradecía enormemente. No siempre, pero lo hacía.

—Todo saldrá bien, cariño. —responde mi padre, su intimidante apariencia no combina con su forma de mirarnos, desplegando ese amor que tiene por su familia. Por nosotros.

Aunque no es realmente una apariencia, sino más bien una muy leve advertencia de lo peligroso que puede ser sin ni siquiera intentarlo. Todo el mundo sabe quién es, y quien no lo sabe es o porque está muerto o porque vive debajo de una jodida piedra.

—Y si no es así, me lo haces saber. —su ronca voz vuelve a hacer eco en la sala, esta vez sus palabras estaban cargadas de una amenaza mortal y Eva asiente sonriente.

Meto otro trozo de la tostada francesa a mi boca con las voces de mi familia de fondo, hasta que la de mi madre me saca de mi pequeña ensoñación.

—Mañana saldremos a Seattle otra vez. —sé lo que quiere decir con eso y esa mirada; vuelve a hacer de las tuyas con mis jarrones y verás.

Parece increíble, pero ella me da más miedo que mi padre cuando se enfada.

—Descuida. —respondo con una pequeña sonrisa antes de que vuelva a dirigir su atención a mi padre con ese brillo que solo se había acentuado con el pasar de los años.

—Papá. —suelta Eva al aire haciendo que él deje de intentar succionar la cara de mi madre con su boca, importándole poco que estuviéramos presentes.

Aunque no es como si a nosotros nos importara más, en nuestra infancia solían cortarse medianamente, pero al crecer sus muestras de afecto muy seguramente volvieron a ser igual de intensas y frecuentes que cuando estábamos en el vientre, si es que en ese entonces no eran peores.

—Hay un asunto que me gustaría comentarte. Es sobre la universidad.

—¿Qué es? —pregunta él cogiendo la mano de mi madre, toda su atención ahora estaba en lo que sea que Eva estuviera a punto de decir.

Mi padre se ha adueñado de cada centímetro de este país y de otros más, tiene el control de todo bajo su poder. Tiene contactos hasta en el infierno, nuestra familia es poderosa, nada sucede sin antes ser aprobado por nosotros, así que el rector tendría que darle una buena explicación de lo que está pasando.

Antes de escucharla yo también me levanto de la silla. Me importa una reverenda mierda el tema y no me da la jodida gana de traer la universidad al único espacio en el que puedo despejarme con totalidad.

—Nos veremos después. —digo antes de salir de camino al jardín principal.

Allí una Lincoln Navigator negra y de cristales blindados me espera para llevarme a la facultad, detrás hay otra camioneta llena de escoltas. Estar solo en cualquier espacio raramente es una opción, y si lo es solo dura dos minutos como mucho.

Al bajar del coche voy directamente al despacho de mi profesora de comercio internacional ignorando las miradas que me otorgan el resto de estudiantes y trabajadores. Algunas lascivas, varias atentas a cada paso que doy y otras hacen todo lo posible por no tropezar con el ártico de mis ojos. Esas son las más difíciles de ignorar. El miedo es difícil de ignorar.

—Pas... —abro la puerta y la cierro a mis espaldas antes de que termine.

Ella levanta la vista de unos documentos, probablemente exámenes del semestre pasado que terminó hace apenas unos días. Al verme dibuja una sonrisa sugerente que no es recíproca.

—Quiero ver mi examen. —hablo en una voz baja cogiendo un asiento frente a ella.

—¿No estás contento con el resultado?

Ante mi silencio desliza una hoja por la mesa, mis ojos caen en el nueve con dos décimas. Mi cara dice todo lo que pienso en ese momento.

—Lo siento, intenté ayudarte pero el departamento no estuvo de acuerdo con mi corrección. —la miro moviendo una ceja dejando a un lado las hojas del examen.

Ambos sabemos que las razones por las que uso su cuerpo están muy lejos de relacionarse con el ámbito académico, pero ella se aferra a eso como una forma de que siga usando su cuerpo al menos hasta mi graduación, cosa que no sucederá.

—Puedo recompensarlo. —murmura después dejando de arreglar su cabello y poniendo sus gafas sobre la mesa.

En segundos la tengo arrodillada ante mi queriendo desabrocharme la bragueta.

La detengo cogiéndola del pelo antes de que pueda sacar mi miembro flácido al aire. Me cansé de su boca y los labios caídos de su coño.

—¿Qué mierdas pasa contigo, Eros?

Mi ceño se arruga ligeramente. No me gusta nada su tono. Luego me levanto con rapidez haciendo que se vaya de bruces contra el suelo. No puedo evitar que mis labios se curven en una sonrisa al verla y mi estómago se estremece con el deseo de algo que reconocería hasta estando muerto.

Cogiendo un puñado de su pelo castaño elevo su cabeza con rudeza hasta que nuestras narices están a punto de rozarse.

—¿Con quién mierdas crees que estás hablando, eh? —susurro en sus labios, el azul de mis ojos encubre la cólera de su actitud caprichosa.

La sonrisa que batalla por adornar mi rostro inexpresivo tampoco ayuda a manifestar mi rabia, aunque tampoco hace falta.

Aprieto más mi agarre en su cabellera esperando una respuesta que no llega. No es hasta que veo algunas lágrimas brotar de sus ojos cuando la suelto de un empujón haciendo que caiga al suelo en un golpe sordo y con alguno de sus pelos enredados en mis dedos. Estoy a punto de reír pero me contengo y me largo atravesando los pasillos lo más rápido posible y moviendo mis dedos para liberarme de sus cabellos con una mueca asqueada.

De repente tengo muchas ganas de vomitar, pero tengo prisa. No quiero verle la jodida cara, estos días la he estado ignorando porque la muy imbécil terminó por caer, incluso a pesar de que en un principio dije que la tendría como a mí juguete sexual, nada más. Parece ser que su masoquismo no solo viene cuando se abren de piernas.

Soy incapaz de amar a alguien en forma de amistad, mucho menos de forma romántica. Lo intenté pero nunca pude, todo mi amor se lo llevó Eva, la más pequeña de los tres.

Mi cuerpo impacta con uno mucho más pequeño que el mío. Trato de mantener la compostura y sonrío de forma automática agachándome a recoger los libros de la otra persona que he tirado con el tropezón, pero la sonrisa se desvanece al darme cuenta de quién es. Jodida suerte la mía.

—Oye, ¿Me estás ignorando? —habla Rebeca frente a mi con el ceño fruncido.

—¿Es que no es obvio? —respondo con una alegría fingida y la esquivo dejándola con la palabra en la boca. Ella en vez de coger la indirecta me sigue.

Nunca se callaba hasta que no soltaba todo lo que tenía que decir. El problema es que ya había escuchado demasiada mierda de su boca.

—No puedes dejarme así como así Easton. —me detengo y la miro por encima del hombro, meditando qué parte de su cuerpo me gustaría arrancar primero.

La idea de tener su sangre sobre mi piel hace que me relama el labio inferior con anhelo. O la sangre de quién sea en realidad. Odio los lunes y no estoy teniendo la mejor de las putas mañanas.

—Piérdete por ahí. —le digo antes de continuar mi camino.

—¡Volverás! Volverás y cuando lo hagas te daré una patada en el culo.

Reprime. Sacudo la cabeza con esa palabra repitiéndose en mi cabeza como un mantra.

Una vez en la clase me siento en una de las mesas que están en primera fila y espero a que la profesora venga, tal vez está en el baño arreglándose el maquillaje, frustrada por no haberse podido atragantar con mi polla como le hubiera gustado. Aunque ella no es la única frustrada. No puedo hacer una mierda con nadie desde el semestre pasado y eso me está pasando factura, es como si mi cuerpo rechazara de una forma extraña a todo aquel que le pusiera por delante.

Muevo mi pie con impaciencia leyendo algunas páginas del libro hasta que por fin decide hacer su aparición.

Levanto las esquinas de mis labios casi inconsciente al percibir la humedad de sus mejillas, ha estado llorando, y por mí. ¿Qué es más bonito que eso? Una lástima que no hubiera podido beberme sus lágrimas.

No aparto la mirada, quiero que sepa lo mucho que disfruto con su dolor, lo jodidamente despreciable que puedo ser con los de mi alrededor. Las emociones te hacen débil, te destruyen, no hay más que verla a ella. Nunca esperó que la fuera a desechar como un pedazo de mierda, su vida se había vuelto dependiente de mí y eso la había llevado a la más profunda de las miserias.

Sus ojos se detienen en mí con desesperación cuando hace una pregunta al aire que no escucho y que no me importa. Al final sé que es otro de sus estúpidos intentos para llamar mi atención, así que desvío la mirada al libro y empiezo a subrayar los contenidos importantes esperando a que otro responda por mí. Lo único que se escucha después es un chillido en una de las filas de atrás.

Al mover mi cabeza hasta allí encuentro a una chica viendo su mochila con horror, de ella salen tres serpientes. Mientras muevo el piercing de mi lengua veo cómo se empiezan a arrastrar por el suelo haciendo que los demás se alejen en un salto.

La clase se convierte en un caos, los estudiantes comienzan a levantarse y alejarse de las serpientes, otros están con sus móviles grabando todo y yo opto por irme con una sonrisa decorando mis labios.

Después voy a la parte trasera del campus con la mochila colgando en mi hombro, al pisar el césped me fijo en una chica que tiene la espalda apoyada en el tronco de un árbol escribiendo algo. Para nadie pasa por alto la oscuridad de su piel, es tan negra que parece irreal, te atrapa.

Supongo que ella es la nueva de la que mi hermana me ha hablado. No dudo en acercarme, ella solo levanta la mirada esperando a que yo diga algo.

—¿Te puedo ayudar en algo? —habla elevando las cejas. Sus ojos, he visto esos ojos antes en algún lugar, pero no recuerdo de dónde.

Ella carraspea queriendo llamar mi atención, de buenas a primeras tiene carácter, eso me gusta.

—Soy Eros, este jueves haré una fiesta en mi casa, si quieres venir solo tienes que dejar un papel con tu dirección en la taquilla y te recogeré. Cortesía de la casa. —respondo guiñándole un ojo a lo último.

—¿Me estás invitando a una fiesta en tu casa sin conocerme de nada? Eso suena a friki total. —bufa divertida volviendo a fijar su mirada en el cuaderno.

—Las fiestas están para conocerse, Alana. —ella enseguida levanta la cabeza mirándome como si tuviera un ojo en mitad de la frente.

—¿Cómo sabes mi nombre?¿Y quién eres?

—Voy a tu clase de ecología. Y como ya he dicho antes, soy Eros. —respondo sin molestarme en ocultar mi tono burlesco.

La chica no parece estar muy atenta a los detalles, como que tiene su nombre escrito en la tapa de su cuaderno a la vista de todos, así que probablemente no sabrá que estoy mintiendo. Fuera como fuese no me interesa quedarme a ver si tengo razón o no.

—Espera. —giro la cabeza como señal a que continúe cuando me detiene a mitad de camino.

—Está bien, iré a esa fiesta pero con una condición. —mientras habla tiene la cabeza más levantada de lo normal, como si estuviera intentando intimidarme.

—Me darás la dirección de tu casa. Estás loco si crees que te diré donde vivo. —suelto una leve carcajada.

Me quito la mochila buscando algo donde apuntar y un boli. No es ni la primera ni la última chica en venir a la casa que comparto con los otros tontos.

Luego le entrego el trozo de papel con la dirección, cuando nuestros dedos se rozan tengo unas ganas tremendas de devorarla, ella huele bien. Claro que si todo iba a mi favor en dos días tendría un juguete nuevo, uno bastante interesante.

Dejo que mis piernas me lleven a cualquier lugar con Quintessence de fondo. A veces un respiro lejos de toda la podredumbre humana es más que suficiente para apaciguar mis ansias.

A lo lejos diviso a Trent. Puedo llamarlo amigo aunque prefiero llamarlo mi socio.  Muevo mi mano de un lado a otro llamando su atención, él deja de hablar con un chico que iba a la misma clase que yo y se acerca trotando.

—¿Qué hay? —habla con una sonrisa ladina. Quito uno de mis auriculares antes de responder.

—Necesitaré algo para el jueves. Esta vez puedes venir, si quieres. —ofrezco con una sonrisa corta.

—Gracias hermano pero no puedo, ya tengo planes con alguien. —muevo las cejas incrédulo sin creerme esa mierda del todo.

—¿La conozco?

—No, y olvídate de conocerla. —me resulta ridículo que se ponga tan a la defensiva.

Trent piensa lo mismo que yo sobre el amor y el compromiso, al menos lo hacía hasta que empezó a salir con esa chica. No puedo negar que una parte de mi siente envidia, yo también quise experimentar lo que es el enamoramiento alguna vez, tener un amor incondicional por alguien más allá del amor de hermanos, pero mi alma no puede, no está hecha para eso.

Le doy una sonrisa antes de hablar, esperando que no parezca forzada.

—Tranquilo, toda tuya. —le doy una palmada en la espalda antes de perderlo de vista.

Estoy yendo hasta los aparcamientos cuando en mis ojos aparece esa ráfaga de color rojo, estoy cabreado como la mierda, ¿Y por qué? No lo sé ni yo. Me arranco los auriculares dejándolos en algún lugar de los asientos traseros, cierro la puerta y sostengo el volante con firmeza. Por suerte esta vez se pasa rápido, pero esa sensación pesada sobre mis hombros no desaparece.

Al llegar al palacio que humildemente llamo casa dejo que otro se encargue de guardar el coche en el garaje.

—¿Desea algo de comer o beber, señor? —habla alguien a mis espaldas en cuanto pongo un pie en el recibidor. Giro la cabeza encontrándome con uno de los siete mayordomos de la casa.

—No. —mi respuesta seca lo hace desaparecer por una puerta tan rápido como vino.

Luego subo las escaleras de mi dormitorio con rapidez. El silencio que difunden las paredes para algunos es estremecedor e incómodo, pero para mí es una de las mejores sinfonías. Casi mejor que las que toca Eva con su violín.

La puerta se abre de par en par sin previo aviso, su cara se hace presente en un pestañeo casi como si hubiera sabido que estaba pensando en ella.

—¿Por qué te has ido tan pronto hoy? Te busqué por el campus. —su reproche deja de serlo ante mis oídos por su voz suave y dulce.

Suspiro dejando el libro que tenía sobre mi regazo a un lado.

—Lo siento, se me pasó avisarte.

Ella se sienta a mi derecha y apoya su cabeza en mis piernas, comienzo a acariciar su cabello tan negro como la noche disfrutando de la sedosidad de su pelo y el calor de su piel sobre la tela de mis pantalones.

—Si sigues haciéndolo se van a mosquear contigo. —suelta a la nada al transcurrir pocos minutos.

—¿Hacer qué? —levanta su cabeza, su rostro vuelve a iluminarse con su sonrisa de siempre.

—Faltar a clases.

—No seas dramática, solo han sido un par de veces. —ella estrecha sus ojos en mi. Quiere hacerse la enfadada pero en vez de eso le sale una risita.

Todavía sigo sin ver la razón por la que mis padres le dan tanta importancia a la educación. No es como si nos haga falta de todas formas.

—No digas que no te lo avisé. —antes de poder responder se levanta con rapidez.

—Esta noche saldré.

—¿Otra vez? —pregunto levantando las cejas, ella asiente con la cabeza.

—Una vez más. —responde risueña y yo la miro con los ojos entrecerrados por un momento. Cómo la mierda que oculta algo. —¿Me cubrirás por la mañana?

—Siempre. Solo no llegues tarde. —me aproximo a ella para darle un beso en la frente.

Volviendo a estar solo, apago las luces y dejo solo un par de velas en la mesita de noche para poder seguir leyendo el libro que seguramente terminaré pronto.

Un par de horas más tarde pienso en bajar al comedor, no tenemos horarios, pero las ocho y media es la hora en la que todos bajamos a cenar por costumbre. Antes de ir me acerco a la cristalera y le doy un par de toques llamando la atención de Kira.

—Luego te traeré algo. —le digo viendo el cuenco metálico vacío. Ha pasado una semana desde su última comida y aún está en desarrollo.

Durante la cena Eva no deja de hablar sobre su primer día en Princeton describiendo cada mínimo detalle mientras mis padres la escuchan como si fuera lo más interesante del mundo.

—Nada de chicos entonces. ¿No? —dice mi padre con esos orbes azules más oscurecidos, en forma de amenaza. Ella niega rápidamente.

—No. Nada.

—Bien. Que así siga siendo por lo menos hasta que deje de existir. —mi madre suelta una leve risita antes de darle un codazo por debajo de la mesa.

No es ninguna broma, va jodidamente en serio. Sobra decir lo sobreprotectores que somos mi padre y yo respecto a ningún chico rondando a Eva. Joder, el día en que ella traiga algún chico a casa sería el final para él.

En algunas noches mi cabeza sigue reproduciendo los lamentos del esposo de mi hermana mayor de cuando le dimos la bienvenida a la familia como si fuera el mejor de los arrullos. Aunque ese hijo de puta se lo merecía con creces.

Me levanto de la silla llamando la atención de mi familia, viendo de reojo la notificación de un mensaje de Adrik en la pantalla del móvil.

—Buenas noches. —salgo de allí antes de tener los labios de mi madre en mi mejilla una vez más, prefiriendo dejar sus muestras de afecto para mañana por la mañana cuando su despedida me rompa las costillas y sus labios atraviesen la piel de mis mejillas.

La mirada molesta que recibo de mi padre por ese gesto hace un agujero en mi espalda. Odio el contacto físico, y ellos son unos grandes fans de eso. Si, mi padre también, y he de decir que sus abrazos eran incluso dolorosos a veces.

Estando otra vez en mi cuarto veo el texto que me ha enviado con la lista de personas que asistirían al evento de este jueves y las instrucciones. Con una sonrisa escribo una respuesta de vuelta, pensando en que esta sería mi favorita de todas.



¹Engel: ángel.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro