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Eros

—¡Joder! —exclamo dándole un golpe a una silla mientras paso mis manos ensangrentadas por mi cabello.

Cómo era de esperarse el hombre no ha soltado una mierda de para quién trabaja y la incertidumbre de saber quién está detrás de todo esto. Bueno. Digamos que me tiene algo impaciente.

Mis ojos dan vueltas a las paredes buscando algo más efectivo que pueda usar para hacerle hablar, hasta que caen en la tienda de los pantalones de Nik.

—Por todos los demonios. Deshazte de esa mierda. —digo entre dientes antes de desviar mi atención a los labios del hombre.

De entre toda la sangre y carne desgarrada puedo distinguir su rápido movimiento, pero no consigo escuchar nada. No hasta que me acerco lo suficiente como para escuchar sus plegarias.

Nik también se acerca, la tienda de sus pantalones ahora es menos visible y la sonrisa que adorna su cara no es más grande que la mía. Cuando él hombre comienza a rezar oraciones cristianas no puedo evitar que una carcajada brote de mi garganta con tanta fuerza que me hace echar la cabeza hacia atrás.

—Tengo una idea. —hablo en una exhalación limpiando las lágrimas de mis párpados.

—Estoy dentro. —asegura Nik moviendo la cabeza.

—Ya que no quieres hablar, te dejaré morir como a tú profeta. —digo sin dejar de sonreír antes de ir a una de las esquinas.

Allí una cruz de madera lo suficientemente grande como para colocar el cuerpo de una persona encima reposa contra la pared.

No me cuesta mucho trabajo traerla a los pies del hombre que ahora reza con más ímpetu que antes mientras mantiene los ojos cerrados con fuerza. Como si con eso su peor pesadilla se fuera a desvanecer, es igual de estúpido que cubrirse con las sábanas de noche para ahuyentar a los monstruos. No funciona.

En cuanto lo libero de las muñecas su cuerpo cae al suelo en un golpe sordo, salpicándome con el charco de sangre que tiene debajo.

—Pásame los clavos y el martillo. —le digo a Nik mientras lucho porque el hombre deje sus extremidades en los brazos de la cruz.

—Dios te salve, reina y madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra. —sus palabras retumban en mis oídos con un temblor.

Sigue manteniendo los ojos cerrados, pero aún así sabe lo que le viene encima por el ruido que los clavos hacen al moverse dentro de la caja. Su voz es estrangulada y más temblorosa que antes mientras coloco la punta de un clavo sobre su palma.

—Dios te Salve. A tí clamamos los desterrados hijos de Ev... —sus palabras sin sentido son interrumpidas por el grito que bien podría haber destrozado mis tímpanos al forzar el clavo dentro de su piel con el martillo.

Curvo mis comisuras hacia arriba cuando por fin decide abrir los ojos por menos de un segundo para después volver a cerrarlos.

—Eva. Bonito nombre. —me apresuro a decir cogiendo otro clavo y posicionándolo en la otra mano.

—A tí suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea pues, Señora abogada nues... —otro grito sale de su garganta acompañado de más lágrimas que se deslizan por sus mejillas.

El hombre tiene demasiada voluntad como para seguir recitando sus oraciones en estos momentos. Le daré eso.

—Vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos, y después de este destierro muéstranos a Jesus, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clemente! ¡Oh piadosa! ¡Oh dulce Virgen María! —grita cada palabra a cada golpe que doy a los clavos de sus tobillos con el martillo.

Un crujido me avisa de que probablemente he roto algún hueso de su mano, pero no me detengo hasta que la punta del clavo se ve por la parte trasera de la madera. Si algo bueno tienen estos clavos es su longitud.

—Jodida mierda, hazlo callar. —protesta Nik detrás nuestra con una mueca descontenta.

Cuando creo que he puesto suficientes clavos en sus tobillos me levanto mirando la nueva obra con una sonrisa satisfecha.

Por un momento pienso que ha dejado de respirar, pero el movimiento casi imperceptible de su cuerpo me avisa de que todavía sigue vivo.

Después me acerco a su cabeza y me agacho para sujetar la cúspide de la cruz.

—Cógelo del otro lado. —le digo a Nik señalando los pies con un movimiento de cabeza.

—¿Qué? Vamos no me jodas. Con esto ya van cuatro semanas. —reprocha antes de hacer lo que le he dicho.

Los dos lo llevamos al capo de mi coche cruzando el salón arrastrando los pies, tomando en cuenta que ahora no tenemos paredes insonorizadas que nos cubran opto por volver a meterle el mismo calcetín de antes a la boca para que no haga ningún ruido. El resto muy probablemente esté durmiendo, así que no me preocupan.

Allí lo atamos con una cuerda que va hasta el interior del auto, siendo casi imposible cerrar las puertas, aunque no tardamos más de diez minutos en llegar a nuestro destino. Una catedral que está ornamentada con elementos simples por fuera.

Luego de subir los escalones arrastro la cruz por la alfombra roja que nos lleva hasta el altar, dejando un rastro de sangre fresca a mis espaldas que brota desde sus pies, donde una mesa de madera y un mantel blanco nos espera. Detrás hay un Cristo crucificado colgado en la pared. Dejo la cruz a su lado comparándolos y maldigo por haberme olvidado la corona de espinas, aunque el orden de los factores no altera el producto final de todas formas.

Nik se deja caer en uno de los bancos cruzándose de brazos y cerrando los ojos.

—¿Últimas palabras? —pregunto con una sonrisa socarrona tras quitarle el calcetín de la boca.

Él solo comienza a toser frenéticamente haciendo que algunas motas de sangre me salpiquen a la cara.

—Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén. —suelta en una exhalación antes de dejar caer su cabeza a un lado y cerrar los ojos.

—Amén. —secundo sonriente mientras muevo la cabeza de arriba a abajo. No me imaginé que fuera a aguantar tanto vivo.

Después giro sobre mis talones y camino a la salida con la suela de mis botas resonando en las paredes de la catedral. El ligero olor a incienso me hace arrugar la nariz. Cómo odio ese olor.

—Nos vamos. —le digo a Nik una vez paso por su lado sin molestarme en esperar a que se levante.

Con el descubrimiento de hoy la idea de no dejarla sola ni un minuto se asienta cada vez con más fuerza en mi cabeza.

Yendo al coche calculo los minutos que tardaré en ducharme y llegar a su casa para poder descansar un par de horas hasta que salga el sol y tenga que irme. Elegiría el puff de su habitación un millón de veces por encima de la cama king size de mis dormitorios y podría estar con la máscara puesta todo el día si con eso conseguiría estar cerca suya. Aunque la casa pronto pasaría de ser su a ser totalmente nuestra.



Aubrey



—Te veo en el descanso. —habla Alana a mis espaldas mientras remuevo el café voluble de mi taza.

—Aprende mucho. —respondo meneando mi mano de un lado a otro a modo de despedida.

Sigo odiando la idea de que mis clases comiencen más tarde que las suyas los martes, pues aunque fuéramos a facultades diferentes su compañía por el camino me hace el aburrimiento más ameno, pero no hay nada que le pueda hacer.

Hoy puedo decir que es mi segundo martes y todo parece más o menos...normal. No he vuelto a saber de la sombra desde la noche en la que se coló en mi habitación, y Eros al final no apareció en todo el día de ayer como prometió. No es como si me importase de todas formas, pero sus palabras siguen resonando en mi cabeza quitándome todo el apetito de esta mañana. Y la de ayer.

Me aferro a que solo fue un intento suyo para que alguien se acostara con él el fin de semana como un koala a su eucalipto en mitad de la primavera, pero eso solo hace que en mi estómago aparezcan retortijones. De esos que te hacen querer ir al baño enseguida cuando tienes diarrea.

Por lo menos le pareces atractiva, lo cual es mucho viniendo de alguien que se ve como él. Digo para mí misma en un intento de no sentirme tan mal. Y por un momento funciona, hasta que abro la nevera y me encuentro los recipientes de plástico con comida que me compró la otra noche. Tenía que haber estado muy desesperado por follar como para haber hecho todo eso.

—A la mierda. —digo para mí misma cerrando la puerta de la nevera, decidiendo que hoy me iría con el estómago vacío.

Así por lo menos los sonidos de mi estómago hambriento taparían su voz y el azul de sus ojos.

Cuando voy a mi dormitorio lo primero que hago es meter algunos cuadernos a la mochila y recoger mi pelo en una coleta sin detenerme a mirarme al espejo.

Las lentillas están perfectamente colocadas en su sitio haciendo juego con los pendientes de pequeños diamantes que no sé porqué decido ponerme, mis vaqueros azul claro y acampanados hacen una buena combinación con mi top y Vans negras.

Abriendo las puertas de mi armario me encuentro con una chaqueta negra, y casi como si quisiera prolongar más mi sufrimiento mi conversación con él sobre mis prendas de invierno dejan un eco desagradable en la esquina de mi cabeza. ¿Qué mierdas me pasa? Muy buena pregunta. Chasqueó la lengua cerrando la puerta de un golpe y colocando la mochila en mi espalda.

—Va a ser un buen día. —digo para mí misma mientras cierro la puerta de casa con seguro.

Según mi psicóloga de unos meses atrás, repetirse las cosas hasta el cansancio hace que nuestra cabeza se lo crea. Y eso hago yo todo el camino hasta el rellano, donde le doy los buenos días al conserje.

Al nada más abrir la puerta alguien viene hacia mí y rodea mi cintura para después levantarme del suelo sin dejarme dar más que un grito al aire y empujarme a su pecho.

—¿Eros? —suelto en un jadeo reconociendo su olor.

Antes de poder replicar algo más sobre su repentino abrazo junta nuestras bocas en un beso de total desespero, tomando el control.

No tardo mucho en dejar de luchar contra sus labios. Su lengua enredándose con la mía me hace suspirar de placer y olvidar que estamos en público, donde todos pueden vernos.

—Te he echado de menos. —murmura con una voz grave después contra mis labios apoyando su frente con la mía.

En ese momento es como si un chorro de agua fría me hubiera caído del cielo devolviéndome a la realidad.

—¿Qué haces? Bájame. —protesto con palabras atropelladas y las mejillas más que rojas por la sinceridad de sus palabras.

Cuando lo hace miro a mi alrededor disimuladamente asegurándome de que nadie nos ha visto. Aunque eso no evita que me sienta como una mierda por haber repetido lo que le dije fue un desliz algunas noches atrás.

Él es como un imán que me atrae para destruirme poco a poco y no quiero añadir gente inocente a lo que sea que estuviera jugando Eros conmigo, porque tengo la certeza de que lo que sea que esté planeando hacer conmigo no acabará pronto, y para cuando encuentre la manera de detenerlo temo que será demasiado tarde.

Tras haber estado todo el domingo dándole vueltas decidí ponerle fin a lo mío con Trent usando la típica excusa de que el problema era yo, aunque en esta ocasión el problema era realmente yo.

Todos los mensajes que le puse volvieron a ser ignorados, y cada vez que lo llamaba me dirigía directamente al buzón. El lunes no lo vi por el campus y hoy espero encontrarlo por algún lugar, de otra forma siento que el remordimiento terminará por incinerarme los pulmones mucho más rápido de lo que lo hará el tabaco.

—Vamos. —habla atrapando mi mano entre sus dedos, siendo ajeno al conflicto que me provoca su cercanía.

—Gracias, pero no. —protesto recuperando mi mano de su agarre al divisar una camioneta negra aparcada frente a nosotros antes de que pueda arrastrarme hasta ella. Llegar con él a la facultad solo me dará más problemas y eso es lo que menos necesito ahora mismo. —Cogeré el bus.

Él no parece querer interponerse más en mi camino y eso me hace soltar el aire que estuve reteniendo a su lado con alivio.

Muerdo mi labio inferior con fuerza en un intento de evitar la necesidad de girar la cabeza y verlo una última vez, pero eso solo hace que mi cuerpo tiemble ante el recuerdo de sus labios sobre los míos. Probablemente vaya a tenerlo ahí toda la mañana. No pienses en eso.

Echo una rápida mirada a mis espaldas cuando siento unos pasos aproximarse. Es él con sus facciones relajados en una expresión impasible.

—¿Me estás siguiendo? —pregunto con una mueca incrédula sin detener mis pasos.

—Voy a coger el autobús. —responde él como si lo que estuviera insinuando fuera una locura.

—Pensé que irías en tu coche. —digo deteniendo mis pasos al otro lado de la parada.

—He cambiado de opinión. —murmura a mi lado con una corta sonrisa escondiéndose detrás de sus labios.

Luego sus ojos van directamente a mi pecho y se quedan ahí por un buen rato. El calor que antes decoraba mis mejillas vuelve a hacerse presente en mi cuello y orejas, con una mirada de reojo le indico que mire a otro lado.

Al menos eso quiero hacerle entender, pero parece que entiende todo lo contrario.

—Permíteme que lo dude. —murmuro con la vista clavada al frente. Nunca he tenido tantas ganas de llegar a clase como en este momento.

—¿Por qué? Yo también tengo derecho de usar el transporte público. —un resoplido burlesco le deja saber lo que pienso mucho antes de expresarlo con palabras.

—Apuesto a que nunca has puesto en uso ese derecho. —sus labios se juntan en una fina línea como si le hubiera soltado la mayor de las ofensas.

—Una vez mi familia y yo tuvimos que coger un vuelo comercial de Moscú a Mónaco. —estoy a punto de reírme en su cara cuando veo la seriedad de sus rasgos.

Él realmente no lo dijo para presumir, sino para demostrarme un punto. ¿Y qué se supone que diga ahora?¿Le doy mis condolencias o lo felicito por haberse atrevido a probar lo que es mezclarse con el proletariado? Honestamente, ninguna de las dos opciones suenan bien.

Justo al momento de abrir la boca el autobús aparece. Salvada por la campana y toda esa mierda.

Eros por fin se separa de mi para empezar a caminar hasta la puerta que se usa para salir. Tal vez debería dejar que hiciera lo que le dé la gana, pero no quiero que le dé un brote cuando el conductor le diga que se baje del bus. Puede que no sea un asesino serial (cosa que sigo dudando a ratos) pero el control de sus impulsos no deben ser mejores que los de uno.

—No puedes entrar por ahí. —digo reprimiendo la necesidad de resoplar una vez más.

Estando aún a unos pocos metros de distancia puedo notar sus mejillas sonrojarse.

Mis labios se curvan en una sonrisa que evito mordiendo el labio inferior mientras pienso en lo jodido que es que se avergüence de algo como esto pero no le dé ningún pudor matar y destripar a alguien a sangre fría delante de todos. Incluso de su hermana. Aunque algo me dice que estará más que acostumbrada.

Las palabras que me dijo aquel día advirtiéndome sobre los rumores y su familia cada vez cobran más sentido y no sé si apiadarme de ella. Tal vez no sea un santa, pero no tiene que ser muy agradable tener a Eros de hermano. Mucho menos de novio. Mierda, ¿Por qué pienso en eso? No me interesa saber cómo sería de novio. Ni de amigo ni de nada.

—Hola. —saludo al chófer antes de sacar mi cartera.

Antes de sacar el billete de cinco dólares alguien se me adelanta entregándole uno de cien. No tengo que darme la vuelta para saber quién es.

—Quédese el cambio. —habla con una amabilidad que es más que fingida,  pero eso al conductor no le es tan obvio, solamente se queda observando el billete como si fuera algo de otro mundo.

El bus por dentro no parece estar muy lleno, todos los asientos están ocupados y los pocos que hay libres son para personas mayores o discapacitados.

Después me apresuro a encontrar un sitio en el que mantenerme estable y no caerme en cuanto él hombre se ponga en marcha. Eros se las apaña para ponerse a mi lado. Los dos quedamos muy cerca del otro, tanto que mi hombro cubierto por la camiseta se roza con su brazo, pero ni eso ni lo incómodo de la situación evitan que mi mente vaya a sus labios una y otra vez.

—No puedes seguirme a todas partes. —murmuro afianzando mi agarre en la barandilla. Mis manos sudorosas me complican la tarea.

—Puedo y lo haré hasta que me desintegre. —susurra muy cerca de mi oído. Demasiado cerca. Al levantar la cabeza lo primero con lo que me encuentro es con el azul de sus ojos brillando de una forma extraña.

Viéndolos desde aquí me doy cuenta de que no son azules en su totalidad, sino que tiene motas verdes y grises cerca de la pupila, creando uno de los ojos más bonitos que he visto nunca. Deja de mirarlo.

De un momento a otro el autobús se detiene abruptamente, haciendo que tropiece y casi caiga en sus brazos, cosa que el de todos modos aprovecha para rodearme y pegarme a su torso mientras nos mantiene asegurados sujetándose de la barra. Jodido autobús. Pienso dejando de removerme en sus brazos.






Sobra decir lo jodidamente largo que fue el camino hasta la universidad.

Cuando nos bajamos del autobús se dió prisa en enlazar nuestros dedos sin darme oportunidad a rechazar su mano. Las miradas de los estudiantes dejaban cosquilleos y escalofríos desagradables a mis espaldas. Los cuchicheos eran incansables y parecíamos, más bien, éramos el centro de atención, pero a él parecía no molestarle aquello, cosa que no me extraña teniendo en cuenta lo aparentemente popular que es.

Cuando llegamos a la entrada de la facultad de negocios sus labios cayeron sobre mi frente en un acto genuinamente afectivo, y casi preferí sus besos llenos de deseo y dominancia. Recibir su afecto era peligroso. Es peligroso.

—Te recogeré luego. —me dijo después sin apartar sus ojos de mis labios con una mirada hambrienta.

No me dió tiempo a responder de vuelta cuando ya se había marchado por el camino contrario al que vinimos, dejándome con todas las miradas de los demas encima.

Eso pasó hace un par de minutos y yo todavía sigo en el mismo sitio, con los dedos a punto de perder el riego sanguíneo por la fuerza con la que sujeto la correa de mi mochila y mi cabeza indagando en qué mierdas ha sido eso, en porqué se comporta como si estuviéramos... saliendo.

Por más que le doy vueltas no puedo encontrar una razón lo suficientemente lógica para su cambio repentino conmigo. ¿Y lo peor? Ahora todo el mundo pensará lo que no es.

Encuentra a Trent antes de que el poder del chisme se expanda por toda la ciudad. Es lo único que tengo en mi cabeza mientras paseo por el campus buscándolo una vez más, hasta que el olor a algo quemándose me hace arrugar la nariz y girar la cabeza hacia los aparcamientos.

Mi cara palidece al encontrar el coche que comparto con Alana convertirse en cenizas mientras todo lo que hacen los demás a su alrededor es grabar con sus teléfonos móviles.




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