017

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Aubrey

—¿Dice que su auto se incendió de la nada? —pregunta el hombre frente a mi levantando una ceja de forma escéptica.

Algo me dice que no fue buena idea haber venido.

—Si. —me fuerzo a responder pasando por alto su hostilidad.

Es el rector, al fin y al cabo tiene que tener un poco más de amabilidad con sus estudiantes, pero eso él parece pasárselo por sus pelotas arrugadas y llenas de canas.

—Señorita Jones, esto no es Hogwarts, permíteme que dude que un suceso de esa magnitud haya sucedido en nuestras zonas comunes. —su falsa amabilidad no es suficiente para opacar su tosquedad y la burla.

—Bien. Si no se encendió de la nada entonces alguien tuvo que haberlo hecho. —respondo de la misma forma.

Estoy hasta la mierda de recibir siempre la misma respuesta cada vez que denuncio algún delito contra mi persona o mis cosas. A una mentirosa patológica la creerían más.

Lo que te falta. Un trastorno más a tu desequilibrada cabeza. Me fuerzo a pestañear y centrarme en los rasgos del hombre que tengo frente a mi, dejando la discusión sobre mi salud mental para otro día.

—Espero que tenga pruebas al respecto. Una acusación de esas podría llevarla por muy mal camino. —esta vez es mi turno de mover las cejas con una exhalación.

—Estamos hablando de mi coche. ¿No es su responsabilidad hacerse cargo de lo que le suceda a los estudiantes dentro del campus? —su ceño se arruga hasta tal punto en el que distinguir sus dos cejas es imposible.

Mi vista clavada en la suya es más que suficiente para hacerle saber que no voy a retractarme de mis palabras.

—Si usted no es capaz de cuidar de sus pertenencias no es nuestra culpa. —la sonrisa que pretenden dibujar sus labios hace que mis venas ardan de la rabia.

Por más que busco alguna respuesta mi lengua es incapaz de desenredarse para soltar algo sin sentido.

Este hombre definitivamente acaba de superar al estúpido policía que me atendió en la estación aquella noche.

—De todas formas no me sorprendería que el percance no hubiera sido tan accidental después de todo. Los de tu clase soléis hacer esas cosas para cobrar el seguro. ¿O me equivoco? —mi mandíbula queda suelta. Una ráfaga que demuestra a muy duras penas la rabia que siento ahora mismo hace que me levante de la silla poniendo mis manos sobre la mesa del escritorio.

El desprecio que no se esfuerza en esconderse detrás de sus ojos solo hace que mi enfado crezca mucho más.

—Si está insinuando que yo tuve algo que ver con el incendio a mi coche está muy equivocado. —respondo en un siseó haciendo hincapié en mi. —Pero si en algo no se equivoca es en que usted y yo no solos de la misma clase. Eso es más que seguro. —continúo con una sonrisa de satisfacción al ver cómo su cara pierde los colores.

—Tenga cuidado con lo que dice. No desearía que olvidara mi amabilidad tan pronto. —se refiere a cuando nos aceptó a mi y a Alana en esta universidad.

—Métase su amabilidad por el culo, así tal vez consiga quitarse esa cara de mierda que lleva todo el día. —respondo con una sonrisa forzada antes de darme la vuelta y cruzar el gran portón.

Si voy a ser expulsada que por lo menos sea con mi dignidad intacta.

De camino a la clase mis párpados comienzan a arder. No es la primera vez que alguien nos cree inferior por no tener una cuenta bancaria de diez cifras. Mis padres ganan muy bien, pero nunca lo suficiente como para siquiera acercarse a la riqueza de los que me rodean. En otro momento me hubiera importado una mierda, pero no ahora cuando mis pertenencias están en juego.

Joder. Ese coche costó años y gotas de sudor como para que ahora venga un gilipollas de la nada y lo queme, es más que obvio que fue provocado. Pero, ¿Por quién?

En ese instante el recuerdo de la sombra me hace palidecer. ¿Y si fue él por venganza por haberme visto con Eros? Él nunca se va, debí haberlo sabido mejor.

—¡Aubrey! —una voz femenina hace que gire mi cabeza encontrando a Eva.

Esta vez tiene un top en forma de corset negro que deja a relucir su ombligo y una falda alargada por detrás, sus botas han sido sustituidas por unos zapatos al estilo Mary Jane y unos calcetines cortos con volantes contrastan con sus prendas por lo blanco y su pelo está echado hacia atrás con una diadema de perlas blancas.

Hablar con ella es lo que menos quiero ahora mismo, pero su cara desconcertada hace que detenga mis pasos mientras limpio todo rastro de mis lágrimas.

—¿Estás bien? Me he enterado de lo de tu coche. Lo siento mucho. —dice a mi lado sin quitar esa expresión que poco a poco se va transformando en lástima.

Odio eso. Además no se me ha muerto nadie, solo es un coche.

—Si. Es una mierda. —respondo con una sonrisa que termina siendo una mueca.

—No te preocupes. Estoy segura de que encontrarán al culpable. —casi quiero reír.

Cuando lo encuentren lo más seguro es que el rector cabrón no haga nada. Es más que claro qué tipo de personas tienen preferencia aquí, y yo claramente no tengo ninguna.

Es más, no me sorprendería si quisieran deshacerse de nosotras y esto hubiera sido un intento para ahuyentarnos.

—Eso espero. —murmuro con un suspiro.

—Ya verás como si. —responde con una sonrisa que bien podría darle escalofríos a cualquiera. —Vamos a la cafetería. Me gustaría presentarte a unas amigas antes de clase. —ni siquiera me da tiempo a protestar cuando comienza a tirar de mi brazo sutilmente reanudando nuestros pasos.

Ah, se me olvidaba de quién es hermana. Parece que ninguno de los dos acepta un no por respuesta.

Allí la cantidad de gente se hace notar, pero aún así ella consigue hacerse paso entre la multitud hasta encontrar una mesa redonda en la que hay dos rubias y una castaña que lleva unas gafas casi más grandes que su cabeza con unos platos de ensalada en frente y unos vasos de agua.

Una de las rubias me mira de arriba a abajo con una expresión nada agradable y yo hago lo mismo deteniéndome en sus ojos con una sonrisa cínica. Las dos podemos jugar a este juego.

—Estas son Charlotte, Sarah y Veronika. —dice Eva señalando a las tres con sus respectivos nombres. Después se gira hacia mi con una sonrisa corta. —Y esta es Aubrey. Sed buenas con ella.

—Encantada. Supongo. —digo lo último para mí misma pasando mis manos sudorosas por los bolsillos de mis pantalones traseros.

Como es de esperarse no recibo más que un par de miradas más. La tensión que hay en el aire se puede cortar con un cuchillo fácilmente.

De un momento a otro pasan a reanudar una conversación de la que yo por supuesto no soy parte mientras Eva indica que me siente a su lado. Antes de querer negarme y salir corriendo tira de mi brazo haciendo que mi culo quede pegado en la silla.

—Tranquila, no muerden. —murmura después en mi oído con una sonrisa divertida.

Después de la encerrona que me hizo el otro día es difícil creer en algo que salga de sus labios.

Es entonces cuando comienzo a cuestionarme qué tantas cosas pueden llegar a tener en común ella y Eros. No se ve como una psicópata, mucho menos una asesina, pero esas personas a veces son más peligrosas que el propio Eros. De él por lo menos sabes qué esperar, de Eva no.

—¿No comes? —pregunta la castaña arrugando el ceño, después parece haber descubierto algo y su cara se ilumina. —Oh, ¿Estás a dieta? —su voz es una amable, casi comprensiva.

—No. —respondo sin ocultar mi extrañeza. Otra de ellas, Sarah, me mira como si fuera algo de otro mundo.

—¿A qué gimnasio vas? —pregunta luego dejando su ensalada a un lado.

—A ninguno. —ahora es el turno de Veronika, la chica de las miraditas de antes, para escudriñarme.

—¿Cuál es tu cirujano? —mi boca se afloja en una mueca de total incredulidad.

—A diferencia de vosotras ella no usa esas cosas. Se llama genética. —se apresura en hablar Eva con una sonrisa burlesca.

—Pues bendita sea la genética. Yo lo único que heredé de mis padres es esta nariz de pinocho. —se queja una de las rubias, Sarah, con un puchero en los labios.

Mis ojos vuelan a su nariz casi perfecta buscando ese defecto y sacudo ligeramente la cabeza al no encontrarlo.

A mi lado Eva no para de mirar por encima de sus hombros con una expresión curiosa que me hace querer averiguar qué es eso que tanto le llama la atención. Mala idea.

En el otro lado de la cafetería está Eros y su grupo de amigos sin quitarme la mirada de encima. Por la intensidad de sus ojos no me puedo creer que no lo haya notado antes, pero lo que es seguro es que los demás a mi alrededor si. Incluyendo a Henrik que me mira desconcertado desde unos metros de distancia para después volver a centrar su atención a sus amigos. Mierda.

—Le gustas a mi hermano. —asegura Eva con una sonrisa que deja a relucir sus dientes.

Las demás detienen su conversación sobre qué perfume de esta temporada es mejor y se centran en Eva y en mi.

—No lo creo. —suelto con un resoplido jocoso que intenta ocultar mi nerviosismo. ¿Por qué me miran así?

Como si él mismo no te lo hubiera confirmado después de prepararte un té para tu garganta irritada. Hago un esfuerzo por callar esa voz de mi cabeza mientras busco un buen motivo por el que definitivamente NO le gusto. Mucho menos me gusta él a mí.

Es solo una cosa de atracción sexual. Ah, y lo de esa noche fue un desliz.

—Además, ya tengo novio, así que ni siquiera estoy en el mercado. —hablo con una falsa confianza.

—Haces bien. Cuanto más lejos estés de sus garras del amor, mejor. —murmura Sarah mordiendo un trozo de zanahoria.

Mi ceño arrugado por la confusión  le da pie a que continúe hablando.

—Las chicas que se involucran con él suelen acabar de dos formas; o en un psiquiátrico o en un ataúd bajo Tierra porque ellas mismas deciden quitarse de en medio. No pueden soportar que las deje. —la respiración se queda estancada en mis pulmones por la honestidad de sus palabras.

Dibujo una sonrisa forzada opacando la inquietud de mis pensamientos. Ahora por lo menos puedo sospechar a qué está jugando Eros conmigo. Al menos eso es lo que pensaba.

Eva a mi lado chasquea la lengua esbozando una sonrisa divertida antes de hablar.

—Eso es porque las muy tontas ignoran las advertencias y acaban cayendo. Eso no es culpa suya.

—Enamorarse de tu hermano es como enamorarse de un trozo de hielo. —dice Charlotte tras un suspiro.

—Una verdadera maldición, pero no le quita lo condenadamente caliente que es. —habla Veronika echándole una mirada de reojo.

Después parecen olvidar la conversación volviendo a lo que sea que estuvieran hablando antes mientras el nudo en mi garganta se hace cada vez más grande, hasta que Charlotte, la castaña, se dirige a mi.

—¿Cómo se llama? Tu novio. —a su lado Sarah hace una mueca disgustada antes de hablar.

—Charlotte, el chisme es para gente sin clase.

—Bobadas. —responde ella con firmeza. —¿A qué universidad va?¿Cuánto lleváis de novios?¿A qué se dedican sus padres? —a cada pregunta el brillo de sus ojos crece aún más. Lo que hace el poder del chisme.

—Se llama Trent, y va a esta universidad. —es lo único que me atrevo a decir para apaciguar un poco su curiosidad.

A mí alrededor las chicas parecen más sorprendidas que por lo de Eros. Una de ellas, Veronika, empieza a abrir y cerrar la boca como un pez fuera del agua.

—Ese boyevik, ¿En serio? —pregunta frunciendo el ceño de una manera confusa, usando un tono casi despectivo al usar la palabra extraña.

—No me digas que prefieres a ese antes que a Eros. Porque si es así, estás mal chica. —habla Sarah pareciendo incluso más ofendida que Veronika.

—Si no lo quieres tú, yo si. —apoya Charlotte mordiendo su labio inferior sin apartar la vista de Eros.

No sé porqué eso hace que quiera ponerme en medio para que deje de follarlo con la mirada, probablemente sea el hambre. Nota mental: nunca más salir con hambre de casa.

Abro la boca para decir algo, sin entender del todo porqué están en contra de Trent o de dónde lo conocen, pero Eva se me adelanta una vez más.

—De eso nada, los hermanos son intocables. Lo sabéis.

—¿Y para ella no? —refuta Sarah cruzándose de brazos y señalándome con la cabeza.

—Ella no está en el club. Todavía. —dice lo último en una voz baja y con una sonrisita para que solo yo pueda escucharlo.

Sea lo que sea de lo que se trate el club, estoy fuera. Nope. Ni de coña.

—¿De qué lo... —mis palabras quedan en el aire por el timbre que indica la hora de volver a clase.

Todas empiezan a guardar sus cosas en sus bolsos caros y abandonan la cafetería dejándome a solas con Eva, despidiéndose con un movimiento de manos que va más para Eva que para mi.

—¿De qué lo conocéis? —termino de preguntar mientras las dos cruzamos los pasillos de la facultad.

—¿No te lo ha dicho? —niego con la cabeza sintiendo el nudo de mi estómago subir hasta mi garganta. —Él trabaja para Eros. Para todos nosotros más bien.

—¿Haciendo el qué? —me apresuro a decir no queriendo que lleguemos a la clase y tener que pausar nuestra conversación para otro momento. Necesito saberlo todo.

—¿Tu qué crees? —responde ella en un tono burlesco.

—No lo sé. ¿De asistente? —digo recordando la llamada que recibió en el restaurante. La carcajada melodiosa de Eva hace que arruge el ceño confusa.

—No, ese es Adrik.

—¿Quién? —la arruga de mi ceño se hace más prominente.

—No te preocupes. Ya los irás conociendo. —a modo de respuesta muevo la cabeza asintiendo, sin entender realmente a quiénes se refiere o por qué los conoceré.

Aunque tampoco me interesa, todo lo que puedo pensar es en porqué Trent me mintió. ¿Le avergüenza admitir que trabaja para otra gente?

—Este viernes haremos una fiesta de pijamas en la casa, ¿Te vienes? —la voz de Eva me hace parpadear saliendo de mi burbuja. Luego clavó los dientes en mi labio inferior buscando alguna excusa para no ir, cosa que al parecer toma como un sí. —Genial, te recogeremos a las doce. —dice con una sonrisa antes de acelerar sus pasos.

—No. Espera. ¡Eva! —grito a sus espaldas siendo incapaz de alcanzarla por las personas que se me ponen en medio.

¿Es que no tenían otro momento?

—Jodidamente fantástico. —mascullo para mi misma caminando a la clase arrastrando las Vans por el suelo.

Lo único que me queda para terminar el día de hoy es que me caiga un rayo encima.



Con un suspiro de alivio meto mis cosas a la mochila dando por finalizado el día de hoy. Ahora solo me queda sobrevivir el camino a mi casa.

—Vamos. —le digo a Henrik que me espera con ojos impacientes en el marco de la puerta.

—Si no te conociera tanto pensaría que estás deseando tener otra clase de la cejuda. —suelto una sonora carcajada llamando la atención de algunos estudiantes que pasan por nuestro lado.

—Oh, no por Dios. Todo menos eso.

—Por cierto. Tienes mi coche a tu entera disposición. —afirma poniendo un brazo sobre mis hombros. —Lo digo por lo del tuyo.

—Ah. Gracias. —respondo con una sonrisa acercándome más al calor de su piel.

Tengo que darme prisa en bajar los escalones de la entrada. Sus piernas y las mías no son muy compatibles a la hora de caminar juntos.

De entre toda la multitud que hay fuera distingo a dos camionetas que empiezo a reconocer con facilidad. En un momento dado la ventanilla de los asientos traseros se baja y la cabeza de Eva aparece con una sonrisa mientras menea su mano en el aire antes de que el coche pueda ponerse en marcha.

Con una sonrisa casi forzada hago lo mismo, recordando nuestra última conversación. Dios quiera que me rompa una pierna para el viernes o que me atropelle un autobús.

—Veo que has hecho nuevas amigas. —comenta Henrik a mi lado arrugando su nariz ligeramente con desaprobación.

—No. La encontré por los pasillos y me arrastró a su grupo de... Plásticas especiales. —digo sintiendo un escalofrío que me hace sacudir la cabeza.

El mote que les he puesto es una tontería, pero no puedo evitar que me recuerden a esos grupos populares de "Chicas malas" con las que me he encontrado varias veces en las otras universidades en las que he estado.

Te sorprendería la estupidez que tienen algunas en la cabeza solo por tener dinero y el título de sus padres. Aunque hay algo en este grupo que me dice que su comportamiento va más allá de ser simplemente "chicas malas".

—Pfft. Estoy teniendo flashbacks de la guerra de Vietnam ahora mismo. —se mofa él a mi lado.

—¿Las conoces? —pregunto en una voz más aguda de lo esperado. ¿Por qué todos parecen conocer a todos menos yo?

No lo sé, ¿Porque eres nueva tal vez? Sip, eso tiene sentido.

—Conozco a todos mejor de lo que crees. Por eso te diré que tengas mucho cuidado. El fuego quema, y jugar con él no es muy sensato que digamos. —dice con una sonrisa ladina echándome una mirada de reojo.

Después le doy un codazo dibujando una sonrisa burlesca antes de hablar.

—Oye, yo soy una persona muy sensata.

—Si, ya. —responde con una sonrisa de oreja a oreja antes de alejar su brazo y dejar un beso en mi mejilla. —Intenta sobrevivir sin mi hasta mañana. —es lo último que dice mientras se aleja a la zona de los garajes.

Hora de encontrar a Trent. Me digo a mi misma mientras saco el móvil para revisar nuestro chat en busca de alguna respuesta a mis viejos mensajes.

Alana ya se había marchado una hora atrás para intentar hablar con nuestro seguro. Con un poco de suerte que no tenemos tal vez consigamos reunir la mitad de lo que costó el coche.

—Voy a empezar a ponerme celoso. —murmura una voz áspera detrás de mí haciendo que suelte el teléfono al suelo por el sobresalto del susto.

—¿Qué haces todavía aquí? —respondo en un intento de desviar el tema tras recoger el móvil del pavimento.

—Quedamos en que te recogería.

—Nunca te dije que sí. Además tengo mi propio... —me detengo abruptamente al recordar el destino de mi ahora quemado Mustang.

—¿Coche? Yo creo que no. —la comisura de sus labios se inclina con una sonrisa que dura un destello y yo estrecho mis ojos en ella como si algo dentro de mi cabeza hubiera encajado.

—Has sido tú. —escupo entre dientes. Él ladea la cabeza mirándome como si fuera algún tipo de animal exótico.

—¿Para qué querría yo quemar tu coche? —pregunta después moviendo una ceja.

—Para tener una excusa con la que llevarme a mi casa. O para que vaya contigo a no se dónde. Yo qué mierdas sé, no tengo experiencia adivinando las intenciones de un psicópata como tú.

—Eso sería un poco desmedido, ¿No crees? —mis mejillas comienzan a acalorarse de la rabia al ver la sonrisa que acompaña sus palabras en ese tono benevolente que usó antes. Como un profesor explicándole algo obvio a un alumno.

—¿Viniendo de ti? No, incluso diría que te pega más quemar la facultad entera.

—Pues lamento decepcionarte, pero no he sido yo.

—No te creo.

—Ese no es mi problema. —refuta en una voz áspera y baja, haciendo que los pelos de mi nuca se levanten.

Ni siquiera sé cómo soy capaz de sostenerle la mirada, pero me resulta difícil no dejarme atrapar.

Sus ojos han perdido todo el brillo divertido de antes y ahora se dedican a observar los míos con molestia.

Mi corazón empieza a palpitar con más fuerza al tener la intensidad de sus ojos engullendo cada uno de mis pensamientos, cada trozo de piel, hasta que algo hace que cambie sus rasgos a unos más fríos, imposibles de interpretar.

—Te dejaré por hoy, pero a la próxima no seré tan paciente contigo, Aubrey. —la forma en la que dice mi nombre a la vez que mantiene sus ojos en los míos tiene una señal de peligro encima, con los colores neones y el signo de exclamación incluído.

Si a eso le añado las palabras de Sarah en la cafetería mi piel puede incluso llenarse de escalofríos. No caigas en su juego. Me repito a mí misma viéndolo marchar.

Cuando lo tengo lejos mis pulmones se llenan de aire por fin, sabiendo que tal vez después no tenga el privilegio de poder respirar con normalidad.

El motor de una moto al otro lado de la carretera hace que desvíe mi atención a ese lugar. Mi estómago se enrosca al distinguir la moto de Trent y él encima quitándose el casco.

Es entonces cuando pienso en que hoy definitivamente es uno de esos días en los que el universo ha decidido no darme tregua.




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