030

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


Aubrey


El hombre suelta un gruñido ronco, manchando sus dedos de sangre al sacar el cuchillo sin apenas esfuerzo.

Cuando levanta la cabeza mis piernas entumecidas dan un paso hacia atrás sin apartar mi mirada de la máscara, en busca de algo que pueda decirme qué expresión tiene bajo ella.

Luego ladea su cabeza, observándome, sin alejar su mano enguantada del costado antes de echar la cabeza hacia atrás con una carcajada distorsionada. ¿Qué tipo de ser se ríe tras ser apuñalado?

—No huyas. —advierte cuando mis pies se mueven un centímetro. Su voz sigue siendo desenfadada, como si disfrutara de la situación.

Corro hacia la encimera de la cocina sintiendo el frío suelo en mis pies descalzos y con los pasos del hombre a poca distancia de los míos. Pensando en que mi única opción es encerrarme en el baño y llamar a la policía.

Mucho antes de poder tocarlo el móvil aparece en su mano mientras en la otra todavía sigue sosteniendo el cuchillo.

—Si no te vas de aquí en cinco minutos gritaré. —hablo aún sabiendo que haría lo posible por no hacerlo.

No quiero despertar a mis padres y Alana. Si lo hago no sé de lo que sea capaz de hacerles o cómo explicar el desastre en que me he metido.

Él ladea la cabeza, seguramente con una sonrisa detrás de la máscara, y me extiende el teléfono.

—¿Por qué no mejor llamas a la policía? Haré los honores yo mismo para ahorrarte las molestias. —responde en un tono burlón desbloqueando la pantalla del móvil.

Mi asombro al ver que se sabe la contraseña me hace reaccionar tarde cuando empieza a marcar un número.

De un manotazo le arrebato el móvil, acabando este en el suelo y con la pantalla rota. Él vuelve a soltar otra carcajada, alimentando la rabia que empieza a sobrepasar mi miedo.

Mis ojos caen en la herida de su costado que todavía sigue sangrando antes de darle una patada a sus partes íntimas. Un gruñido sale de su garganta a la vez que curva su cuerpo soltando el cuchillo y cubriendo sus pelotas con ambas manos.

Aprovecho el momento para coger el cuchillo y alejarme hasta la otra esquina de la sala, detrás de uno de los sillones que quedan frente a la televisión. Mis ojos quedan pendientes a cada uno de sus movimientos y un leve sudor empieza a cubrir mi frente.

—Acercate y te mato. —digo elevando el cuchillo.

Mis dedos se aferran al mango con fuerza en un intento de eliminar el temblor de mi mano. Él simplemente se ríe. Su carcajada ahora es áspera, sin un ápice de diversión.

—Suelta eso Aubrey. —demanda en un siseo igual de filoso que el arma que sostengo con más firmeza que antes.

—Oblígame. —respondo formando una pequeña sonrisa. La sangre que adorna el cuchillo me da la seguridad para agrandar esa sonrisa.

Si fui capaz de herirlo una vez puedo hacerlo una segunda. Me aliento a mi misma preparándome mentalmente para cuando esté más cerca.

Por más preparada que hubiera estado nunca hubiera podido reaccionar a sus largas piernas quedando a pocos centímetros de las mías con solo dos zancadas. Levanto el mentón con una mirada desafiante, queriendo demostrarle que no me voy a mostrar débil ante él.

—Me estoy cansando de esta actitud tuya. Suéltalo y tal vez te perdone. —a modo de respuesta suelto un resoplido burlesco.

De una rápida patada consigue arrebatarme el arma, quedando este en el suelo detrás del sofá no muy lejos de nosotros. El dolor de mi antebrazo me distrae por un momento de los reproches de mi cabeza. Solo a ti se te ocurre pensar que podrías ganar algo en contra suya con un estúpido cuchillo.

Antes de poder dar un paso hacia adelante él coge mi cabello en un puñado, acercándome a su pecho y rodeándome con su brazo.

No dejo de removerme y patalear, consiguiendo propinarle un golpe accidental al sillón que tenemos cerca.

—Detente de una jodida vez. —refuta en mi oído, apretándome más contra él.

Le doy un codazo en las costillas, y no siendo esto suficiente para que me suelte le doy otro encima de la herida. Mi codo se empapa de sangre fresca al momento de escuchar una maldición baja.

Sin pensar dos veces me lanzo al cuchillo, sintiendo alivio al sostener el mango. Pero pronto ese alivio se esfuma al sentir unos dedos rodear mi tobillo.

Encojo la pierna y me doy la vuelta, haciendo todo lo posible por liberarme de su agarre sin conseguirlo. Luego me arrastra, acercándome a él. Su cuerpo se cierne sobre el mío, bloqueando mis piernas con las suyas, y su mano va a mi cuello cortando mínimamente mi respiración.

—Por más que me pongas ahora mismo, estás acabando con mi puta paciencia, así que te recomiendo que abandones lo que sea que quieras hacer con ese jodido cuchillo y me lo entregues. —sus lentillas rojas acompañan la rudeza de sus palabras, formando un nudo en mi garganta.

Es entonces cuando me doy cuenta, por el tacto de su torso desnudo contra la poca piel que deja mi camiseta de tirantes en mi pecho, que se ha quitado la camiseta manga larga.

Quiero bajar la vista y ver aunque sea un pequeño atisbo de piel, pero su mano en mi cuello me lo impide. Mis mejillas se tornan rojas al sentir algo duro presionarse contra la fina tela de mis pantalones cortos.

Levanto el cuchillo ignorando la tienda de sus pantalones que cada vez se hace más grande. Mi corazón late con más fuerza al estar a punto de insertarlo en su hombro derecho, pero antes de poder hacerlo él lo esquiva girando nuestros cuerpos hasta quedar yo encima.

Toda intención de dañarlo se queda en el olvido cuando mis ojos caen en su torso muy bien trabajado, distinguiendo bajo la oscuridad una mariposa sobre una calavera en su pecho derecho. Podría reconocer ese tatuaje incluso a metros de distancia.

—Eros...—balbuceo en un hilo de voz.

Rozo la yema de mis dedos contra su pectoral, aún enfrascada en la ilusión que tengo frente a mis ojos, pero no lo es. El calor de su cuerpo es demasiado real como para que sea solo una ilusión.

El grito que pretendo soltar se queda junto al bulto de mi garganta cuando vuelve a movernos a la posición de antes. Eso me hace despertar y volver a una realidad que me hubiera gustado no descubrir nunca. Es en estos momentos cuando odio no hacerle caso a mis instintos más básicos, aunque nunca se me ha dado bien eso de todas formas.

—Aubrey. —responde en una mofa a la vez que me quita el cuchillo sin esfuerzo. Mis dedos endebles no le han puesto apenas impedimento.

Después se quita la máscara, sacando a la luz la corta sonrisa de sus labios. Supongo que al igual que yo no le ve el sentido a seguir escondiendo su identidad.

El miedo que antes contraía mi estómago ha desaparecido, dejando un rastro de hormigueos agradables. Odio no poder luchar con el efecto de sus sonrisas incluso en esta situación. No sé qué decir. Mi cabeza está nublada por un cúmulo de sentimientos. Entre ellos el alivio por saber que realmente no me hará daño.

Al menos eso es lo que pretendo creer porque ahora mismo no sé quién es la persona encima de mí. Aún así mi cuerpo parece reconocer cada poro de su piel y el azul de sus ojos.

Mi corazón empieza a latir con fuerza y miedo al sentir la punta del cuchillo bajo mi cuello. Esta vez no se retracta en hacerme daño, dejando un corte superficial que rodea mi cuello antes de hablar.

—¿Quién crees que matará a quién ahora?

—No lo hagas. —respondo con una voz atropellada sin saber exactamente qué le estoy pidiendo. ¿Que no me mate?¿Que no me siga cortando?

Él lame la sangre que sale de allí, deteniéndose para saborearla. Luego levanta la cabeza con una sonrisa divertida.

—Soy yo el que debería decir eso después de tu recibimiento. Al parecer una ratoncita no ha tenido un buen día hoy.

—No me llames así. —refuto con rapidez entre dientes.

Él hace una mueca tocando la herida de su costado y su ceño se arruga con un desconcierto que calma mi preocupación. No debería importarte.

—¿Cómo prefieres que te llame?¿Qué apodo quieres que te ponga?

—¿Te estás desangrando en mi casa y eso es lo que te importa? —pregunto en un tono incrédulo recalcando mi.

Él mueve sus hombros en una expresión que indica importarle una mierda.

—La verdad es que ahora me importan más otras cosas. —murmura bajando la vista hasta mi busto.

Aprieto los dientes y me remuevo cuando pasa el filo por medio, destrozando la tela y dejando mis pechos al descubierto. Lo próximo que siguen son mis bragas y pantalones.

—¿Qué crees qu...

—Son jodidamente perfectas. —susurra sin apartar la vista de ellos.

Mi lengua se traba al momento de sentir su boca caer sobre mi pezón. Su mano se desliza por entre medias de mis muslos junto al cuchillo, manchando el mango con la humedad de mis pliegues empapados.

Lo único que sale de mis labios cuando pretende introducir el mango es un gemido ahogado, indicándole que siga. Después me siento enloquecer y sus dientes pasan de mi pezón a otras zonas de mi cuerpo. Meneo las caderas en un vaivén cada vez con más ímpetu sintiendo que estoy cerca.

Justo en ese momento se detiene y libera mi piel de sus dientes, con una mirada que bien podría haberme hecho temblar si no estuviéramos tan cerca el uno del otro. Una que da rienda suelta al deseo que quema mis entrañas y me hace olvidar las miles de razones por las que no debería estar cerca de él, mucho menos hablarle.

Dejándome llevar por ese deseo me inclino hacia arriba atrapando sus labios entre los míos, dando comienzo a un beso desenfrenado mientras mis manos no se cansan de acariciar su espalda y brazos bien trabajados.

No sabes lo que estás haciendo. Te arrepentirás. Me dice una voz lejana. Pronto los otros pensamientos que están en desacuerdo con mis actos son acallados por nuestros gemidos y jadeos.

Suelto un quejido a modo de protesta cuando se separa y saca el mango. En un pestañeo sus prendas desaparecen.

—Tu herida. —musito con la respiración errática.

—Que le jodan a mi herida. —responde antes de cubrir mi boca con su mano.

Luego embiste contra mi cuerpo de una estocada, haciéndome chillar de la sorpresa y el placer de sentirme llena.

No espera a que mi cuerpo se acostumbre a su tamaño para empezar a moverse con rudeza, incrementando la velocidad. Mis paredes se estrechan alrededor de su falo y siento que en cualquier momento me desharé en sus brazos.

—Te dije que me pertenecerías, y ahora jamás te irás de mis brazos. —habla con la misma determinación que usó aquel día a la vez que sus caderas siguen impactando con las mías con una fuerza que me despoja del poco oxígeno que consigo reunir.

Ni siquiera escucho lo que dice. Una corriente eléctrica se detiene en mi vientre dando comienzo a unas contracciones que aprietan su pene y el placer se hace tan intenso que me es imposible seguir manteniendo los ojos abiertos o pensar con claridad cuando un grito me desgarra la garganta. 

Eros suelta otra maldición con una voz ronca cerca de mi oído. Su mano sostiene el cuchillo en el suelo a pocos centímetros de mi oreja mientras con la otra mantiene mi boca cubierta.

Una sensación de insatisfacción recorre mi vientre sensible al darme cuenta de que solo está usando la mitad de su hombría.

—Ve más profundo. —susurro alejando su mano.

Puede que mi cuerpo no sea capaz de soportarlo, pero el placer se ha apoderado de mi raciocinio un tiempo atrás y nada de lo que pueda darme ahora mismo es suficiente. Quiero más.

—Eres una ratoncita muy avariciosa. —habla con una sonrisa antes de empujar su pene más a mi interior, haciéndose paso entre mis paredes estrechas.

Mis ojos se abren más de lo normal y un dolor punzante me hace jadear.

—Esp...—no soy capaz de terminar la palabra cuando una puerta a lo lejos se abre.

—¿Aubrey? —la voz de mi padre suena desde el otro lado de la pared que divide el salón con la zona que da a la puerta de su dormitorio.

Eros sonríe contra mi cuello, y si pensé que iba a detenerse no lo hace.

—¿Estás bien?

—Si. —me apresuro a responder, clavando mis uñas en su espalda como una manera de controlar los sonidos de mi garganta. —Me he levantado a... Ver la televisión un rato... No tengo sueño. —añado rogando a todos los dioses que existen para que no avance más y entre al salón.

—No te acuestes muy tarde. —habla con una voz adormecida.

Un segundo después escucho una puerta cerrarse y suspiro aliviada, echando mi cabeza hacia atrás y rodeando sus caderas con mis piernas.

Eros clava sus dientes en mi cuello, en el corte que me había hecho antes, con tanta fuerza que creo que lo ha hecho sangrar otra vez. El dolor se suma a una espiral de placer que me nubla los sentidos y pronto mi cuerpo empieza a temblar bajo el suyo con otro orgasmo a la vez que siento su pene palpitar dentro.

Él empieza a succionar la poca sangre que mi cuello expulsa con fuerza, como si quisiera beber hasta la última gota de mis venas.

—Joder. Te quiero. —murmura con la respiración entrecortada cuando dejo de sentir las palpitaciones.

Su pecho sube y baja sin control y el brillo intenso de sus ojos reflejan que no lo dice por los postefectos del orgasmo.

Después siento un cubo de agua fría eliminar el calor de mi cuerpo, devolviéndome a la realidad, y la palma de mi mano impacta con su mejilla con tanta fuerza que le hace girar la cabeza.

Aprovechando su desorientación lo empujo lejos de mi, sacando su pene medio erecto, y me levanto sin molestarme en tapar mi desnudez.

—Lárgate. No quiero volver a verte en esta vida ni en la siguiente.

—¿Qué? Pero...

—¡Vete! —exclamo en un susurro.

Las lágrimas cubren lo poco que puedo ver por la luz de fuera mientras recojo su ropa del suelo antes de lanzársela con rabia.

Él la atrapa, observándome con perplejidad y sin pestañear una sola vez.

—Vete. —repito. Cuando no se mueve empiezo a empujarlo hacia la puerta. Él trata de resistirse pero mi fuerza ahora mismo es mayor. —Que te vayas te digo.

—Espera. Vamos a hablar. —replica del otro lado de la puerta, recogiendo la camiseta del suelo y tapando sus partes con la misma después.

—Púdrete. —refuto entre dientes antes de cerrar la puerta, ignorando sus reclamos y apartando su mano del marco cuando me impide terminar de cerrarla.

Mis párpados queman, pero no dejo que las lágrimas rueden por mis mejillas. No se las merece, y si en algo también tiene razón es en que es un hijo de puta.



Eros



Le doy un golpe a la puerta con la mano abierta pidiéndole que hablemos por décima vez, sintiendo unos pinchazos en mi costado por los movimientos bruscos. No te va a responder.

—Joder. —murmuro desordenando mi cabello a la vez que pienso en algo para conseguir que me hable.

No tomo en cuenta el tiempo que paso junto a su puerta, caminando de un lado a otro ignorando el frío y la sangre que comienza a secarse.

La desesperación de no saber el porqué de su repentino cambio me inquieta y la rabia que vi en sus ojos hace que mi corazón lata más rápido. Está cabreada de nuevo. Más que cabreada. ¿Tan mal lo hice? Se corrió dos veces. Tal vez esté agobiada porque no usamos protección, pero no hacía falta. Me hice la vasectomía el día siguiente a la fiesta de nuestro primer encuentro cara a cara.

Tenía que habérselo dicho.

Otra opción sería que esté asustada, pero esa es demasiado estúpida como para tomarla en cuenta. Si la hubiera querido matar lo hubiera hecho el primer día que la vi en esa calle a altas horas de la noche. Es más, si hubiera sido otra persona estoy seguro de que lo hubiera hecho, pero en ese momento mi instinto me dijo que no era buena idea. Cómo si algo dentro de mi supiera que ella es la mujer de mi vida incluso antes de saberlo. La persona que llenaría el vacío de mi alma.

Miro su puerta de reojo, sopesando la opción de entrar con la llave que tengo en los bolsillos de mis pantalones. Lo más probable es que no lo tome bien y vuelva a apuñalarme. Mañana se le pasará. Pienso para mis adentros, queriendo calmar mis nervios de alguna forma.

Con un resoplido me doy la vuelta y pulso el botón del ascensor. Una puerta a mis espaldas se cierra en el momento de abrirse las puertas metálicas. Al mirar por encima de mi hombro encuentro a la misma mujer que nos encontró besándonos en el ascensor con una bolsa de basura en mano y la cara pálida. Su vecina.

Entro al ascensor y pulso el cero antes de darme la vuelta, dejando mis partes al descubierto a la misma vez que levanto mi dedo de en medio. Sus ojos se agrandan hasta el punto de parecer que se caerán de sus cuencas y yo sonrío ampliamente.

Para cuando estoy en la planta baja he conseguido ponerme los pantalones y los calzoncillos. La camiseta la dejo sobre mi hombro.

Fuera del edificio mis ojos caen en Sergey. El padre de Vanya y una de las tres personas en las que más confía mi padre dentro de su mundo, siendo Sergey por esta misma razón alguien bastante importante. Él está apoyado en una Range Rover SV negra de brazos cruzados.

—Alek quiere hablar contigo. —habla estrechando sus ojos en mi costado.

—Conflicto conyugal. —respondo adelantándome a su pregunta. Él asiente con la cabeza.

—Grace también me intentó matar al principio. Mandó a un sicario. —dice después, como si eso fuera a ayudarme en algo.

—Primero vamos a la casa cerca de la universidad. —murmuro sentándome en la parte trasera. —No quiero que mis padres se enteren de esto. —señalo la herida con un movimiento de cabeza.

El corte no es grave. No es profundo y no ha tocado ningún órgano interno, así que no tardaré en desinfectar y coser la herida. Diez minutos a más tardar. Pero aún así sé con certeza que mis padres enloquecerían al descubrirlo. Ellos lo harían incluso si encuentran un rasguño en alguno de nosotros tres.

—¿Cómo está Vanya? No ha llamado desde hace días y cada vez que Veronika nos llama se encierra en su cuarto. —suelta después de unos minutos, mirándome a través del espejo retrovisor con ojos preocupados.

—Supongo que está bien. Tampoco hemos hablado mucho. —respondo moviendo los hombros con desinterés.

Mi cabeza no puede deshacerse de la imagen de su cara siendo deformada por el placer, de sus gemidos y de cómo su coño se apretaba a mi alrededor.

Todo fue perfecto. Más que perfecto. Cómo probar una pequeña parte de lo que sería el infierno. Y no creo ser capaz de pensar en otra cosa en lo que queda de noche.

—Si averiguas algo dímelo. —muevo la cabeza a modo de respuesta, mordiendo la uña de mi dedo índice.

Necesito fumar.

Poco después aparcamos el coche en el jardín delantero y entro a la casa junto a Sergey.

Vanya se tensa por un momento al ver a su padre, pero luego se levanta y va a abrazarlo con una sonrisa que para nadie pasaría como una sincera.

—Voy abajo. —hablo dirigiéndome a las escaleras.

En la sala subterránea está Adrik metiendo un pulmón en una bolsa de almacenamiento estéril mientras habla de algo con Nik.

El cuerpo inconsciente y amorotoneado de un hombre descansa sobre la camilla con las tripas a la vista. Puede que lo use después.

—¿Qué hay? —saludo yendo enseguida a por el botiquín al otro lado de la habitación.

—Pensé que no volverías hasta el lunes. ¿Problemas con tu novia? —responde Adrik con una sonrisa burlesca.

—Algo así. No sé bien qué pasó. Fui a verla, me atacó lo hicimos y después ella me mandó a la mierda. —las palabras salen solas de mi boca rememorando todo lo sucedido, buscando qué fue lo que falló exactamente.

Para cuando me doy cuenta de que he soltado más información de la necesaria ya es tarde.

—Olvidadlo. —musito terminando de limpiar los restos de sangre.

—Creo que no le gustó una mierda lo que hiciste—suelta Nik entre risas desde su silla.

—O tuvo un gatillazo. —secunda Adrik.

Ignorando sus otros estúpidos comentarios, desinfecto la zona con alcohol. Aún sigo asombrado por lo que fue capaz de hacer y una parte de mi desea que empiece a cicatrizar para de esa forma tener otra marca suya en mi cuerpo.

Adrik se acerca a mi con aguja e hilo en mano y yo me siento sobre la alargada mesa de metal con un gruñido ronco.

—Te ayudaré, aunque no te mereces una mierda. —antes de pensar en el porqué de lo que dice la aguja atraviesa mis carnes. —Creo que a partir de hoy Nik debería ser tu futuro asistente. Al fin y al cabo confías más en él que en mí para contarle tus cosas. —musita recalcando la palabra asistente con ironía.

—No es verdad. En realidad no confío en ninguno de vosotros dos, pero no me queda opción. —Adrik me da una mala mirada antes de volver a meter la aguja con brusquedad.

Muerdo mi labio inferior, conteniéndome de romperle la nariz en ese momento, y suspiro.

—Estaba bromeando, claro que confío en ti. Nos hemos criado juntos, eres como mi hermano.

—¿En mi no? —protesta su hermano a lo lejos.

—¿Ah si?¿Por eso le has contado a Nik que tú querida suegra se ha escapado en vez de recurrir a mi primero?

—¿Qué? —musito sintiendo el color de mi cara bajar un par de tonos.

—¿No lo sabías? Nik me dijo que...

—No le des noticias fuertes, ¿No ves que está herido? Necesita reposo. —le interrumpe en un tono de reproche. Luego se levanta y viene hacia mi para palmear mi hombro. —No te preocupes, la encontraremos. Pero primero tenemos que averiguar cómo mierdas consiguió escapar de las mazmorras. Si no fuera Maléfica en persona sería mi ídola.

Su voz suena lejana y el dolor de mi costado pasa a un segundo plano. Mis pies empiezan a moverse por si solos ignorando la aguja con el hilo estancado en mi piel y el resto de voces a mis espaldas. Ahora lo único que necesito son respuestas, lo demás se puede quemar en el infierno.




Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro