01 | the punishment

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UNO
el castigo








Siempre sé qué va a suceder en la pesadilla.

Lo tengo memorizado a pesar del paso de los años. Es algo que resultaría imposible olvidar al haberlo vivido una vez. Yo lo experimento todas las noches y tengo cada instante grabado a fuego en la mente.

A pesar de ello, siempre me hace gritar. No puedo evitarlo. Conforme se acerca el Día de la Cosecha, esos gritos solo aumentan y la pesadilla solo me deja peor y peor.

Nunca me ha gustado la cosecha, menos desde que mi nombre salió de la urna y me convertí en tributo del Distrito 11 a los dieciséis años. Pero creo que este año será el peor de todos. En primer lugar, porque voy a ser mentora por primera vez. Me he pasado tres años retrasándolo, pero ya no puedo seguir negándome. Han sido órdenes directas de Snow.

En segundo lugar, porque sé lo que me espera en el Capitolio y estoy aterrada.

También me preocupa Seeder. Parry me ha prometido que la cuidará, pero cada vez está más enferma. No hay nada que pueda hacer por evitarlo. Solo desear que nada malo pase en mi ausencia.

—Lo harás bien —me asegura Zinnia, con rostro tenso.

Ha venido a despedirme, aunque se le nota nerviosa. Es la última vez de su hermano en las urnas. Desearía estar con él, sin duda. Sin embargo, está ahí, conmigo. Asiento y dejo que ella me abrace.

—Eso espero.

Chaff y yo nos sentamos en los asientos que tenemos sobre el escenario. Miro la plaza, llena de niños y niñas desde los doce hasta los dieciocho años. En las primeras filas, veo a Rue y, bastante más atrás, reconozco a Violet. Sé que ambas están nerviosa, a pesar de solo tener una papeleta Rue y dos Violet, a pesar de que no saldrán elegidas casi con total seguridad. Reconozco a varios niños más, pero la mayor parte de mi preocupación está centrada en ellas. Está ese diminuto porcentaje de duda que no me abandona, pero me niego a creer que algo pueda suceder.

Sonrío a Rue, intentando animarla, aunque por dentro estoy incluso más nerviosa que ella. Solo puedo esperar que ni ella ni Violet salgan elegidas.

El alcalde da el mismo discurso de siempre. Cada año lo hace con menos entusiasmo, y yo cada año presto menos atención. Hasta que Hera Grace, la acompañante del Distrito 11, no se acerca a las urnas, no escucho ni una palabra.

—¡Felices Juegos del Hambre! ¡Y que la suerte esté siempre, siempre de vuestra parte! —dice Hera, como siempre.

Después de decir unas palabras más, diciendo lo contenta que está de estar aquí, mete la mano en la urna de las chicas. Se podrían escuchar los miles de latidos agitados de la multitud, que desea con todas sus fuerzas que no sea su nombre o el de su hermana, hija, amiga, el que esté escrito en la papeleta.

Me uno a la silenciosa plegaria, pero pronto descubro que ha sido inútil.

—Rue Stenberg —lee Hera. Sé que me hubiera caído al suelo de no haber estado sentada.

Se escucha un triste murmullo recorrer la plaza. Algunos conocen a Rue, encargada de avisar del fin de la jornada de trabajo. Muchos ven avanzar a una niña demasiado pequeña desde las primeras filas. Todos saben cómo suele acabar aquello.

No pienso antes de cometer una estupidez.

—¡No! —grito, poniéndome de pie.

Todas las miradas se dirigen hacia mí. El alcalde me observa con el ceño fruncido. Chaff me obliga a sentarme de nuevo, mientras soy consciente de que todos en Panem han presenciado en directo la escena que acabo de montar.

Primer error. Y muy grave.

Rue sube al escenario en medio de un silencio sepulcral.

—¿Alguna voluntaria? —pregunta Hera.

Solo le responde el viento. Se escucha un grito entre la multitud. Entre las chicas de trece, hay un incidente y observo con el corazón en la garganta que una de ellas se ha desmayado. Una a la que conozco muy bien.

Sabía que Violet no estaría bien entre la multitud. Todos los años sufre entre las otras chicas. Se queda sin aire, me dice. Es demasiado. La recuerdo salir siempre muy pálida y mareada, casi asfixiada. He intentado evitar que la metan entre la multitud, pero nunca he tenido éxito.

Parece que lo de Rue le ha hecho llegar a su límite: todo lo que quiero es bajar corriendo del escenario, impedir que ella suba y correr a ver cómo está Violet. En lugar de ello, me mantengo inmóvil mientras los enfermeros van en dirección a Violet y la retransmisión continúa.

Lucho por ocultar mis emociones. Ya he hecho bastante, reaccionando así cuando salió el nombre de Rue. No quiero hacer nada más que complique la situación de la pequeña. Ni de Violet.

—Muy bien. En ese caso, ¡un fuerte aplauso a la tributo del Distrito 11!

La gente aplaude, aunque con menos energía de la normal. Muchos ojos están fijos en mí, en lugar de ella. Pero las miradas pronto regresan a la escolta, que se aproxima a la urna de los chicos. Yo evito mirar a Rue. Los enfermeros sacan a Violet de la multitud y contengo un suspiro de alivio al reconocer a uno de ellos como uno de mis antiguos compañeros de escuela.

Espero que eso signifique que está en buenas manos.

—Y quien la acompañará a la arena será... —Hera saca un papel de la urna de los chicos—. Thresh Kurtter.

Siento que el mundo se me cae encima. Sin duda, esto es un castigo de Snow. Mi suerte es asquerosa, pero nunca ha sido tan mala.

Zinnia.

Thresh sube al escenario y se coloca junto a Rue.

—¿Voluntarios? —Una vez más, silencio.

No es nada nuevo en el 11. No recuerdo haber tenido ningún voluntario en el distrito en mis veinte años de vida. Eso se lo dejamos a los profesionales.

El alcalde lee el Tratado de la Traición, como todos los años. Luego, Rue y Thresh se cogen de la mano y suena el himno de Panem. Mantengo la expresión imperturbable, pero sé que de poco me sirve después de mi arrebato.

Soy consciente de que Chaff aún me observa y me esfuerzo por ignorarlo.

En cuanto termina de sonar la canción, los agentes ponen a los dos tributos bajo custodia. Se los llevan al Edificio de Justicia, mientras que a Chaff, Hera y a mí nos llevan hasta el coche que nos conducirá a la estación de tren.

Me sujetan con fuerza, como si creyeran que fuera a resistirme. Me dejo guiar, sin siquiera molestarme en buscar a Violet entre la multitud. Me despedí de ella antes de ir a la cosecha. Sabía que no la vería después. Sé que se recuperará, porque esto ya le ha sucedido en otras ocasiones, pero eso no hace desaparecer la molestia que siento en el pecho por tener que irme sin poder verla.

—Buen espectáculo has montado, princesa —comenta Chaff, riéndose.

Como siempre, su actitud me enfurece.

—¿De verdad te hace tanta gracia esta situación? —pregunto.

La frialdad de mi voz le hace cerrar el pico.

—No seas maleducada, Leilani —me regaña Hera.

—Tengo derecho a ser maleducada —respondo—. ¿Sabes quiénes han salido cosechados?

Es evidente que lo sabe. En mi Gira de Victoria tuvo la suerte de conocer a ambos. Ninguno de los tres dice nada más. Hera nunca ha sabido cómo tratarme ni yo cómo tratarla a ella. Chaff ya ha venido bebido y, además, saca una petaca durante el trayecto.

Yo me limito a quedarme en silencio, ceñuda, deseando que toda aquella pesadilla que tan solo inicia acabe ya. Porque va a ser un millón de veces peor a lo que ya esperaba.

Llegamos a la estación, que está llena de periodistas. Me hacen preguntas, pero yo solo sonrío, respondo a las más absurdas y entro en el tren con Chaff y Hera. Me ha costado años aprender a actuar de esa manera. Pero tuve un gran profesor, experto en ocultar sentimientos con sonrisas y coqueteos.

Lo segundo aún lo tengo por perfeccionar. Es demasiada tensión a soportar el estar coqueteando con alguien, porque lo considero estúpido y sin sentido, pero sé que lo necesito. Chaff me dijo una vez que tengo el encanto de una babosa muerta. Le respondí que no debería juntarse tanto con Haymitch.

—¿Parry irá de visita este año? —pregunta Hera, para liberar la tensión.

Parry siempre ha sido su favorito. A mí me tolera y a Chaff lo odia. Seeder le agrada, pero adora a Parry. Básicamente, así ven todos los del Capitolio a Parry. Ya tienen la idea formada de todos los Vencedores del 11, el rol que cumplen en los Juegos, excepto de mí, claro. Soy la novedad.

—No lo sé —respondo—. El presidente no le ha dicho nada del tema. Y tiene que quedarse para cuidar a Seeder.

Hera frunce el ceño.

—¿Y qué va a hacer...?

El ruido nos indica que Chaff ya está en su compartimento, bebiendo. Suspiro y me siento en el sofá que hay cerca. Entiendo a Hera. Yo también prefería que Parry me acompañara como mentor.

—Al parecer, seré mentora sola —comento. Chaff actuó del mismo modo en mis Juegos, se encerró en su habitación y no le vi más de tres veces—. Me ayudarás, ¿no? Aún no sé muy bien cómo llevar todo esto.

Ella asiente con la cabeza.

—Te enseñaré a conseguir patrocinadores. ¿Seeder y Parry te han dado consejos?

—Sí, pero no es lo mismo oírlo que vivirlo —respondo.

Nuestra conversación se interrumpe cuando Rue y Thresh entran en el tren. Tengo ganas de abrazar a la niña, pero intento mantener la calma mientras nos fotografían. En cuanto la puerta se cierra y el tren arranca, abrazo a Rue. Ella esconde el rostro en mi hombro y deja escapar un ruidito ahogado que debe de haber estado aguantando desde que su nombre salió.

—Violet está bien; la he visto —me susurra y suelto un suspiro de alivio.

Me separo un poco de ella y trato de actuar con tranquilidad. Le dirijo una breve mirada a Thresh.

—Podéis ir a vuestros compartimentos. Os enseñaré dónde están. Cambiaos de ropa y duchaos, si queréis. Tenéis que estar listos para la cena. Luego, veremos el resumen de las Cosechas.

Rue y Thresh me siguen por el pasillo. Le señalo a Rue su compartimento, le susurro que iré a verla en un momento y ella entra en él, cerrando la puerta a su espalda.

No sé si llorará. Yo recuerdo que estuve todo el trayecto en tren llorando. Puede que Rue sea más fuerte que yo.

—Ese es el tuyo, Thresh —digo, señalando la puerta de enfrente—. Te veo en la cena.

Estoy a punto de darme la vuelta y alejarme, fingiendo que no voy a ir a ver a Rue. Thresh me agarra por la muñeca y me hace pararme.

—Intentaré mantener con vida a la niñita —susurra—. Solo quiero que lo sepas.

Se me forma un nudo en la garganta y asiento. Llevamos años sin hablarnos, pero recuerdo cuando Thresh era una de las personas en las que más confiaba en el mundo. En aquel momento, mi mundo era muy pequeño. Solo existía para mí la monótona vida del Distrito 11.

Luego, llegaron los Juegos y lo cambiaron absolutamente todo.

—No voy a abandonarte en la arena, Thresh —digo, con toda la calma que puedo—. Pero...

—Ella es tu prioridad. Lo entiendo. Yo haría lo mismo por mi hermana —responde, antes de entrar en su compartimento.

Cuando la puerta se cierra, me quedo observándola unos segundos. Quisiera sentirme culpable por haber dejado tan claro la vida de quién elegiría si de mí dependiera. Pero no lo hago. Thresh lo ha dicho: Rue es mi prioridad. No es algo que yo pueda cambiar simplemente sintiendo lástima por él.

Me quedo inmóvil en el pasillo por unos segundos, convenciéndome cada vez más de que estos Juegos van a ser un desastre. Aún sigo en proceso de superar los míos. No sé cómo pretenden que me ocupe de sacar con vida a uno de los dos niños a mi cargo si yo aún tengo ese problema.

—¿Lei?

La voz de Rue me sobresalta.

—¿Sí, sinsajito? —le pregunto, levantando lentamente la mirada del suelo.

Ella vacila. Veo en sus ojos el miedo descomunal que siente: no puedo permitir que ella vea que yo estoy incluso peor.

—¿Estás bien?

La sonrisa falsa me sale tan natural que ni parece forzada. No es la amplia que doy para las entrevistas; es una pequeña, que busca tranquilizar de algún modo a la niña. Tratar de transmitirle calma y confianza en mí. Incluso siendo yo la persona en la que menos debería confiar.

—No te preocupes por mí, Rue. Voy a ocuparme de que todo vaya bien, ¿vale?

Ella asiente lentamente, pero sé que mis palabras no le han servido de ningún consuelo. Voy hacia ella y la rodeo con mis brazos, tratando de así, al menos, tranquilizarla un poco. Y también de tranquilizarme a mí.

Estoy aterrada, pero me limito a abrazarla con fuerza y trato de contener las lágrimas. Rue suspira contra mí.

—Me alegra que estés aquí —me susurra.

Pero a mí no me alegra en absoluto que sea ella quien esté ahí.

—No me voy a ir —le aseguro.

Chaff no se presenta en la cena. Rue y Thresh no preguntan por él. Cenamos en silencio, a pesar de los intentos de Hera por iniciar una conversación. Ella recuerda a los dos chicos que no coman demasiado.

—No, es mejor que lo hagan —la interrumpo—. Les conviene ganar un poco de peso antes de ir a la arena.

Hera me mira con los labios apretados, pero no dice nada más. Yo también como bastante. Puede que en los vencedores seamos ricos, pero la comida no abunda en el Distrito 11. Además, suelo repartir lo que nos da el Capitolio entre los más pobres, así que tampoco como mucho en mi casa.

—Tenemos que ir a ver el resumen —recuerda Hera.

Los cuatro nos levantamos y vamos al compartimento donde está la televisión. La enciendo y vemos las ceremonias.

—Intentad fijaros bien en ellos. Sus reacciones, si son voluntarios o no, cualquier cosa. Puede ayudaros a saber mucho de ellos —les aconsejo, recordando cuando vi el resumen de las cosechas el año que fui a los Juegos y Seeder me dijo exactamente lo mismo.

Hay de todo. Los chicos de los dos primeros distritos son los típicos profesionales, lo cual no me sorprende. La chica del 4 también tiene papeletas para entrar en la manada, aunque su compañero es un niño de doce o trece años. La chica del 5 me llava la atención, porque parece muy astuta. El chico del 10 sube cojeando al escenario. Vemos la cosecha del 11 y mi reacción cuando sacan el nombre de Rue. Ninguno comenta nada.

Por último, la del 12. Sale cosechada una niña de doce años. Tiene la piel y los ojos claros, pero me recuerda a Rue tanto en tamaño como en comportamiento. Sorprendentemente, su hermana se ofrece voluntaria, algo tan inusual en el 12 como lo es en el 11.

Sin embargo, el acto de valor de la chica queda olvidado cuando Haymitch empieza a gritar al público y luego cae al suelo, inconsciente. El alboroto que eso monta me hace respirar tranquila: nadie del Capitolio recordará más de cinco minutos mi reacción ante Rue siendo cosechada.

Nadie menos las personas que más deberían olvidarlo, claro.

—Bonito espectáculo —comenta Hera—. Cómo voy a reírme de Effie.

Esas dos tienen asuntos pendientes desde hace años, cuando Effie comentó algo desagradable sobre mí en mis Juegos. Cuando gané, Hera estuvo burlándose de la escolta del 12 durante días, y desde entonces siempre tienen discusiones en los Juegos. Parry y Seeder siempre me cuentan los dramas cuando vuelven al 11, pretendiendo hacerlos interesantes. Sé que solo lo hacen para que crea que no todo lo que pasa cuando se es mentor es un infierno.

—Eso es todo —digo cuando los dos tributos del 12 se dan la mano y suena el himno. Apago la televisión—. Id a descansar.

Le doy un beso a Rue en la cabeza y los dos se marchan a sus compartimentos. Noto que la escolta me mira con desaprobación, lo que no podría importarme menos.

—Deberías ser más objetiva —comenta Hera.

—Esa niña es como mi hermana pequeña —respondo en tono arisco—. Tampoco pienso abandonar a Thresh. Yo soy la mentora, hago lo que creo conveniente.

Hera aprieta los labios, molesta. A veces, olvido lo susceptible que puede llegar a ser. No me conviene pelear con ella, porque vamos a tener que trabajar juntas. Ella es mucho más experta en los Juegos de lo que yo soy. Suelto un suspiro.

—Perdona, Hera. Estoy agotada. Buenas noches.

Voy a mi compartimento y me doy una ducha. Me pongo un camisón de los que hay en el armario, que ha sido especialmente preparado para mí. Hago una mueca al ver cómo es, pero sé que todo mi nuevo armario es así. Iba sobre aviso al Capitolio, pero eso no quita que me repugne y asuste.

El aroma a rosas inunda mis fosas nasales. Me estremezco. Maldito Snow.

Dudo en ir a ver a Rue. Antes, he estado horas con ella en su compartimento, simplemente abrazadas y tumbadas en la cama, pero quiero aprovechar todo el tiempo que pueda con ella. Abro su puerta y asomo la cabeza. Ella está durmiendo. Sin hacer ruido, para no despertarla, cierro la puerta y me marcho.

De vuelta en mi propio compartimento, me tumbo en la cama y trato de dormir, pero el sueño no llega. Cada vez que cierro los ojos, veo los familiares rostros que siempre me acompañan. Jared, Annie, Robert, Reyna, Ruby... Sus voces inundan mi cabeza.

Termino rindiéndome. Me incorporo y suelto un suspiro. En las noches así, suelo llamar a Finnick. Pero hoy no puedo. Él está también de camino al Capitolio, y bastantes problemas debe de tener ya.

No van a ser semanas fáciles y eso me asusta. Pienso en los dos chicos que ahora dependen de mí y siento un nudo en el estómago.

Apenas pude cuidarme en mi propia Arena y ahora tengo que cuidarles a ellos dos, sabiendo que solo uno saldrá con vida, si tengo suerte.

La última vez que quise sacar a alguien con vida de la Arena, salió mal.

La posibilidad de que eso se repita me aterra.












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