04 | the nightmare

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CUATRO
la pesadilla







Cuando me despierto, los recuerdos borrosos de la noche anterior vienen a mi mente de golpe. Estoy cubierta por una fina sábana. Mi vestido negro está tirado en el suelo. Me levanto y lo recojo. Me visto rápidamente. Voy al baño y vomito todo el alcohol que fui obligada a beber la noche anterior. No protesté ni una vez. Pensé que éste lo haría todo más fácil para mí, pero no fue así.

La habitación está desierta, lo que me alivia. Sé que no sería capaz de enfrentarme a nadie en aquellas condiciones. Siento cada centímetro de mi piel expuesto. Ni siquiera me siento yo misma. Noto el sabor metálico de la sangre en mi boca y recuerdo que me mordí la noche anterior. Vuelvo a vomitar al darme cuenta de ello.

Un avox me está esperando cuando salgo del baño. Me indica que le siga con un gesto, así que espero que eso signifique que me marcho ya y que no tendré que ver al presidente para despedirme, porque estoy bastante segura de que le vomitaría encima.

Por suerte, me conduce a la salida. Allí aguarda una limusina. No sé si es la misma de anoche ni me importa saberlo. Antes de que cierre la puerta, el avox me tiende una nota y la acepto. Cuando el coche arranca, la abro y leo:

Recuerda el trato.

Tres palabras que bastan para hacerme estremecer. Hago una bolita con el papel. Intento no recordar los sucesos de la última noche, pero es casi imposible. Bebí vino hasta perder la cuenta de la cantidad de copas que ingerí y luego... Siento ganas de volver a vomitar.

Cuando llego al Centro de Entrenamiento, voy directa a mi planta. Espero encontrarla desierta, pero me llevo un chasco al ver que Rue y Thresh están desayunando con Hera. Me quedo inmóvil en mitad del salón, siendo muy consciente de las pésimas condiciones en las que estoy.

Rue y Thresh me miran casi alarmados. Hera, sin embargo, ni siquiera levanta la mirada de su desayuno.

—¡Aquí estás! —exclama la escolta—. ¡No sabíamos dónde te habías metido! ¡Hemos preguntado, pero no nos han dicho nada!

—Estuve con un posible patrocinador —consigo decir—. Adonis Ring. S-se me hizo tarde.

Me siento tan destrozada que me parece raro que Hera no note nada, aunque sea evidente que los tributos sí que lo han advertido.

—Lei, ¿estás bien? —pregunta Rue, levantándose y acercándose a mí.

Trago saliva y asiento.

—Solo... estoy cansada. Espero que los entrenamientos os hayan ido bien. Seguid así hoy. Yo me marcho a mi cuarto a dormir un poco.

Casi corriendo, me meto en el pasillo y entro en mi dormitorio. Cierro la puerta de un portazo, me aseguro de echar el pestillo y me voy directa al baño. Busco la ducha con la mirada.

No tardo en notar, con horror, algo que no había advertido hasta el momento. No hay ducha, solo una enorme bañera que casi parece una piscina y a la que ni siquiera me atrevo a mirar. Miro a mi alrededor, horrorizada, como si esperase que la ducha fuera a aparecer de la nada.

Evidentemente, no lo hace. Siento el nudo de mi garganta regresar y, con horror, me doy cuenta de que estoy a punto de estallar en llanto. No he practicado tanto el autocontrol como para perderlo en ese momento.

Salgo a toda prisa del baño, de mi dormitorio y, esperando no ser vista por Rue o Thresh, corro hacia el ascensor. Sé dónde puedo encontrar una ducha y en eso es todo lo que puedo pensar.

Advierto lo mucho que cuesta tomar aire, mientras las puertas del ascensor y pulso el botón. Trato por todos los medios de tranquilizarme, pero ya resulta casi imposible.

Es una suerte que nadie suba al ascensor conmigo, teniendo en cuenta que los tributos están bajando a entrenar ahora. Cuando el ascensor se detiene en la planta del Distrito 4, salgo a toda prisa. Mags y Finnick están en el salón y ambos reaccionan de la misma manera que Rue y Thresh al verme.

No tengo tiempo para que me miren de ese modo.

—Voy a usar tu ducha —informo a Finnick, sintiendo que el poco control que me queda está a punto de desaparecer—. Acabo de volver.

Sin más, corro hasta su dormitorio y entro al baño, donde me libro del vestido y los zapatos en pocos segundos. Me meto en la ducha al momento y me froto con fuerza con jabón, intentando eliminar de mi piel todo rastro de la última noche. No hay ninguna marca visible, lo que es un alivio, pero eso no evita que siga frotando sin parar. Ignoro cuánto tiempo paso ahí. Creo que ni siquiera una década lavándome bastará para eliminar lo sucia que me siento.

A pesar de que me lavo a conciencia, sigo notando el olor de las rosas que había en toda la mansión emanando de mi piel y el sabor de la sangre en mi boca. Me enjuago la boca en el lavabo al menos una docena de veces, sin conseguir que desaparezca.

Termino convenciéndome de que es más una sensación que una realidad, pero eso no hace que se marche.

Alguien llama a la puerta. Sé que es Finnick. Me envuelvo en la toalla blanca limpia que hay en el baño.

—¿Leilani? —me llama, y yo soy incapaz de responder.

El olor de las rosas de Snow me marea. A duras penas, me siento en el suelo. Me resulta imposible seguir conteniendo el llanto. Ni años mentalizándome me hubiera preparado para aquel horror. Finnick no insiste y se lo agradezco.

Me quedo llorando hecha un ovillo en el suelo y, más que nunca antes en mi vida, deseo haber muerto en aquella arena.

—¿Qué habéis hecho en los entrenamientos privados? —pregunto, sentándome en la mesa donde Thresh y Rue están comiendo.

No me he sentido con fuerzas para salir de mi dormitorio hasta una hora antes. Llevo dos días así. Quisiera haber seguido más tiempo encerrada, pero no puedo dejar a mis tributos a la deriva.

Bastante mal lo estoy haciendo como mentora.

—No mucho —responde Thresh, encogiéndose de hombros—. Pero se han quedado bastante impresionados, por lo menos los que me estaban mirando.

Asiento con la cabeza. Thresh no quiere contar nada y tampoco voy a forzarle a hacerlo.

—¿Y tú, Rue?

—He trepado y he estado saltando por las cuerdas. Tampoco me han prestado mucha atención —contesta ella—. Pero algunos sí que miraban. Creo que tendré un cinco o un seis.

—¿Habéis hablado con otros tributos? —pregunto, porque hay algo que tengo que contar.

—No, pero he estado observando a la mayoría. Sobretodo a los del 12 —admite Rue—. No parecen inútiles, ¿sabes?

Thresh suelta una risa.

—No sé mucho de los del 12, pero Rue le ha robado el cuchillo a Cato, el del 2, y se ha escondido. Él casi ataca a otro tributo. Mejor dicho, quitemos el casi.

—¡Me dijiste que no se lo contarías! —protesta la niña, pero está sonriendo.

Sin embargo, yo no puedo sonreír.

—Precisamente quería hablaros de Cato. —Los dos me miran y pierden la sonrisa—. Los mentores del 2 te quieren en la manada de los profesionales, Thresh. Me lo han dicho hoy expresamente.

En otras palabras, Brutus y Enobaria han venido a verme, han entrado en mi habitación y prácticamente me han arrinconado contra la pared.

Ninguno de mis dos tributos parece sorprendido por ello.

—Cato me lo ha dado a entender —responde él—. Ha estado conmigo en varios puestos. Me preguntó si me interesaba unirme a ellos.

—¿Y qué dijiste? Tengo que darle una respuesta a Brutus y Enobaria.

Antes conocía bien a Thresh y estoy bastante convencida de que ha dicho que no, pero nunca se sabe. Los Juegos cambian a todos.

—Ya se lo dejé bastante claro: no me interesa —dice, encogiéndose de hombros—. Me utilizarían para matar a los más débiles y luego se pondrían todos contra mí. Así que no. Prefiero ir por mi cuenta.

Me siento aliviada. Asiento.

—Una elección muy sabia. ¿Qué podéis decirme de los tributos?

—Los del 1, 2 y 4 están entrenados, como siempre, menos el chico del 4. Creo que se llama Ethan. Tiene mi edad y no es demasiado fuerte —informa Rue—. La chica del 5 es bastante inteligente. Los tributos del 6 al 10 no están muy preparados. Y los del 12 parecen buenos, sobretodo la chica. Sabe mucho de plantas y tiene buena puntería. El chico parece fuerte y es bueno camuflándose. He ido a varios puestos con ellos.

Asiento con la cabeza.

—¿Y tú has visto algo, Thresh?

—Rue es más observadora —comenta él—. Y es buena ocultándose. Yo no he notado nada. Solo he entrenado.

—Muy bien. ¿Y...?

Me interrumpo cuando Chaff aparece. Le miro, extrañada. Se ha pasado los últimos días bebiendo en la sala de mentores. Haymitch parece estar intentando mantenerse sobrio, así que su nuevo compañero es Thorburn Chlodoweeh, del 5. Han estado horas pasándose la botella.

—Qué sorpresa, Chaff. ¿Qué haces aquí? —pregunto, y de verdad estoy sorprendida.

Él ríe y se sienta junto a mí. Los dos chicos nos miran en silencio.

—Siempre vengo para ver las notas de los entrenamientos privados, ¿lo has olvidado?

—Cierto, en mi año solo te vi en el tren y para las notas —digo, y hay una nota de rencor en mi voz que él pasa totalmente por alto.

—Ya, es verdad. —Chaff bebe un trago de la copa de vino que le han servido—. Me he enterado de que Parry no vendrá de visita.

La noticia me pilla desprevenida. Eso solo puede significar algo.

—¿Sabes cómo está Seeder? ¿Ha empeorado?

—No lo sé.

Me muerdo el labio, nerviosa. Intentaré llamar más tarde y preguntar cómo está, aunque ni siquiera sé si se puede contactar desde el Capitolio con el 11.

—¿Y cómo os ha ido, Wolfmark, Fallstreak? —pregunta, dirigiéndose a los chicos.

—¿Qué? —dicen los dos, girándose hacia mí.

Suelto un suspiro y ruedo los ojos.

—Fueron antiguos vencedores del 11. Chaff siempre llama así a los tributos. Dice que les ayuda a sobrevivir. A Jared y a mí nunca nos llamó por nuestro nombre.

—El truco no parece funcionar —comenta Thresh—, teniendo en cuenta que solo ha habido dos vencedores desde que él ganó.

Chaff suelta una carcajada.

—No seas tan antipático, chico. Cuando estés en la arena, seré tu único contacto con el mundo exterior.

Thresh le mira con rencor.

—En realidad, lo será Leilani. Ella nos ha estado ayudando. —Esa diminuta muestra de lealtad me conmueve, porque los últimos días he hecho prácticamente lo mismo que Chaff—. ¿Tú que has hecho?

Chaff vuelve a reírse.

—Dejadlo los dos. Chaff, no creo que te convenga otra copa —digo, mirando al que fue mi mentor con el ceño fruncido. Está sirviéndose vino con su única mano. Ignora mi advertencia.

—¿Van a venir Hera, Kale y Jade? —pregunta Rue, intentando llevar la conversación por otro sitio.

Se lo agradezco con una sonrisa.

—Sí, estarán a punto de llegar.

Pocos minutos después, la escolta y los estilistas del 11 llegan. Nos sentamos todos frente a la televisión, mientras empiezan a dar los resultados. Los tributos profesionales consiguen notas entre el ocho y el diez, como es normal. Casi todos los demás consiguen un 5. Todos felicitan a Thresh cuando saca un diez y abrazo a Rue cuando veo su siete. La chica del 12, Katniss, saca un once, siendo la que mayor nota obtiene.

A todos nos pilla por sorpresa, pero he decidido no preocuparme por los del 12. No tengo suficiente espacio en el cuerpo como para añadir más estrés del que ya soporto.

—¿Qué habrá hecho? —pregunta Hera, asombrada.

—No sé, pero Haymitch estará muy contento. Este año confía de verdad en sus chicos —comento—. Está intentando mantenerse sobrio, así que debe creer mucho en sus capacidades.

—Siguiendo esa idea, Chaff no cree para nada en nosotros —murmura Thresh con sarcasmo, haciendo que casi ría.

Él me dirige una mirada sorprendida y algo orgullosa. Hace años, él siempre conseguía hacerme reír con sus comentarios sarcásticos. Luego, esa Leilani murió.

—No te equivoques, chico —advierte Chaff—. Hice lo mismo con Leilani y mírala ahora.

Ruedo los ojos y decido no responder a eso.

—¿Qué tenéis pensado para las entrevistas? —pregunto, mirando a los estilistas.

—Os gustará, os lo aseguro —responde Jade—. Tengo preparado un vestido precioso para Rue.

—Y el traje de Thresh ya está listo —añade Kale.

—Perfecto. Mañana temprano empezaremos a preparar las entrevistas. Chaff, ¿vas a ayudar? —pregunto.

Él ríe y se va.

—Interpretaré eso como un no —comento, chasqueando la lengua—. En ese caso, mañana pasaréis cuatro horas con Hera para la presentación y cuatro horas conmigo para el contenido. Es como se suele distribuir el tiempo. Generalmente, los tributos entrenan por separado llegado a este punto. No creo que vosotros queráis separaros, pero os aseguro, según mi propia experiencia, que es más fácil dividir el tiempo.

Ambos asienten y me tranquiliza un poco ver que confían en mí lo suficiente como para hacerme caso en eso.

—¿Por qué van a hacer falta cuatro horas? —pregunta Rue, extrañada.

Fuerzo una sonrisa.

—Ya verás, sinsajito. La preparación para las entrevistas es lo peor antes de la arena —digo, haciendo una mueca—. Sin ofender, Hera, pero no sé cómo vas todo el día con tacones.

Ella chasquea la lengua, irritada, como siempre que hago un comentario de esos.

—Ya te lo dije una vez, Leilani, son años de práctica. Pero Rue es demasiado pequeña para ir con tacones, así que no debe preocuparse por ello.

Veo la cara de alivio de la niña.

—Afortunada —murmuro, haciendo que todos se rían—. Id a dormir, chicos. Nos vemos mañana.

Cuando Thresh y Rue se han ido a sus habitaciones y Hera, Kale y Jade se han marchado, subo a la azotea. La idea era estar un rato sola, pero ya hay alguien ahí. No me pilla totalmente por sorpresa, he de admitirlo. Sonrío y me siento junto a él.

—No sabía si vendrías —comenta Finnick—. En tus Juegos, subías todas las noches. Aunque supongo que en parte era por mí.

—Deja ese ego, Odair. Siempre me ha gustado venir, aunque tú no estuvieras aquí.

Finnick me sonríe. Trato de sonreír también, pero no tengo éxito. No parece molestarle.

—¿Y bien? —pregunta—. ¿Cómo estás?

Desde que abandoné a todo correr la planta del 4, no ha vuelto a verme. No he querido hablar con él, pero sé que necesito hablar con alguien y Finnick es quien mejor va a entenderme.

Siempre ha sido el mejor entendiéndome.

—Hecha un asco —respondo—. Aún lo... noto. Como si siguiera tocándome. Y sigo oliendo las rosas. Estaban... por todos lados. Da igual lo que haga, creo que tengo el olor pegado a mí y...

Finnick se acerca un poco a mí e instintivamente me alejo. No me doy cuenta de mi reacción hasta después de haberme movido. Trago saliva.

—L-lo siento, no...

—No te disculpes —susurra él—. Solo quería hacerte ver que no hay rastro de rosas. Hueles a vainilla. —Tras un momento en silencio, añade—: Pero... lo entiendo. Yo también sentía eso las primeras veces. Notaba el perfume de con quien había estado allá donde iba. No importa cuánto me duchara o si me echara colonia o no. Parecía perseguirme.

—¿Cuánto tardó en desaparecer la sensación? —pregunto.

—Depende de la persona —responde él, evasivo.

No me doy por satisfecha.

—¿Cuándo tardó en desaparecerte a ti?

Agacha la cabeza y me temo lo peor.

—Pues... un par de años.

Genial. Suspiro y me tumbo, cerrando los ojos con fuerza.

—¿Quién fue? —me pregunta, en voz baja.

—Adonis Ring —mascullo, sin atreverme a mirarle a los ojos. La vergüenza que siento estando metida en algo así es indescriptible. Siento otra arcada, pero me contengo y trago saliva—. Nunca pensé que mi primera vez sería así. Es... es enfermo. Es repugnante.

Sé que Finnick asiente incluso sin mirarle. Le noto tumbándose a mi lado.

—Lo sé —murmura—. ¿Te han dado algo a cambio?

—Snow me ha prometido que Rue y Thresh sobrevivirán más de una semana y estarán entre los ocho finalistas.

Finnick no dice nada, pero sé que piensa lo mismo que yo: que eso no me asegura nada.

—También me ha dicho que existía la posibilidad de que el resto de los niños del 11 que ayudo no saliera cosechados, pero tampoco me promete nada —mascullo—. Pero tampoco puedo hacer otra cosa.

—Lo sé.

Giro la cabeza y abro los ojos. Finnick también me está mirando. Noto mis ojos llenarse de lágrimas.

—Gracias por esto, Finn —susurro.

Él asiente y, tras vacilar un momento, toma mi mano. Se me ponen los pelos de punta y la aparto. Él no parece molestarse.

No es nada contra él. Es que, simplemente, no quiero que nadie me toque. Y sé que él lo entiende mejor que nadie.

—No me dejes nunca, ¿vale? —susurra entonces, y me asusto al ver que su voz se rompe.

—¿A qué viene eso?

Finnick vacila y entonces comprendo lo que le pasa.

—¿Pesadillas? —pregunto. Muchos de nuestros encuentros en la azotea durante mis juegos fueron debido a ello. Sé que sigue padeciéndolas: me lo ha dicho infinitas veces por teléfono.

Asiente.

—Han empeorado —susurra él—. Siempre empeoran cuando vengo aquí, pero esta vez son mucho más horribles. Los tributos de mis Juegos se entremezclan con Muse, Mags o contigo. Os veo morir y es mi culpa. Cuando me despierto, creo que voy a volverme loco.

Esta vez soy yo la que toma su mano y me sorprendo a mí misma al notar que su tacto es reconfortante.

—No te dejaré —le aseguro.

Estoy a punto de decir «Te lo prometo», pero acordamos nunca hacernos promesas que se puedan romper y no sé si seré capaz de cumplir esta. En vez de eso, me quedo junto a él hasta que anochece y las estrellas aparecen sobre nuestras cabezas.












therickgfreak pidió maratón y voy a aprovechar que tengo capítulos de sobra para actualizar jeje

maratón 1/5

ale.

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