03 | the deal

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng










TRES
el trato







Los tributos que más aparecen en la pantalla son los del 12. El público grita sus nombres. Katniss y Peeta. Los tres carros anteriores son completamente olvidados.

—Lo de presentarlos de la mano ha sido una gran idea —comenta Johanna.

—Es astuto —asiente Finnick—. Con el toque justo de rebeldía.

—Y también es llamativo y si eso lo juntamos con las capas en llamas... Es justo lo que le encanta al Capitolio —concluyo, no sin cierta molestia—. Sus estilistas han hecho un gran trabajo. Esto les va a ayudar bastante. Aunque todavía queda ver sus puntuaciones en los entrenamientos privados. Y las entrevistas.

—Puede que solo sean unos idiotas —responde Johanna—. Aunque no pueden ser peores que los estilistas del 7.

—Cuarenta años siendo árboles —recuerdo—. Nosotros cuarenta años de granjeros. Solo yo me salvé.

—Sí, tú fuiste la gran Diosa Dorada —dice ella, rodando los ojos—. Lo tuviste fácil para destacar. Los demás, no tanto.

Arqueo las cejas. Su tono me advierte que no es buena idea responderle, pero lo hago de todas maneras.

—Tú no quisiste destacar en ningún momento, así que tampoco protestes.

—A lo mejor, yo sí quería destacar —dice ella, molesta.

—A lo peor, si hubieras destacado estarías muerta —respondo, con una sonrisa helada en el rostro.

Johanna ríe, para mi sorpresa. Me hubiera esperado más que saltara sobre mí para estrangularme. Mags dice algo que no entiendo y Finnick sonríe al escucharla.

—Dice que le caes bien, que le gusta tu carácter —me informa—. Que le habría gustado que fueras del 4.

—Oh. Gracias, Mags —respondo, sonriendo un poco. Nunca sé cómo reaccionar a los halagos. Tampoco sé cómo tomarme lo de ser del 4.

La anciana dice algo más. Finnick suelta una carcajada.

—¿Qué ha dicho? —pregunta Johanna.

—Nada importante.

Mags frunce el ceño y murmura algo que suena parecido a un insulto.

—Venga, Odair, no nos dejes con la intriga —digo, mirándole suplicante.

Finnick niega con la cabeza y no dice más. Johanna ríe.

—Me imagino lo que ha dicho.

Me da la sensación de que solo lo dice para fastidiarme. Lo consigue.

—¿Qué es? —pregunto, cada vez más curiosa.

La del 7 hace un gesto con la mano, indicándome que no va a decírmelo. Fantástico. Todos se han puesto de acuerdo en no contarme nada.

Cuando el desfile está terminando, me pongo de pie.

—Les he dicho que estaría esperándolos después del desfile. ¿Venís?

Mags niega con la cabeza, pero Finnick y Johanna se ponen de pie.

—Vamos —responde Finnick—. Te veo luego, Mags. Ve a descansar. Iré con Ethan y Marina.

Salimos de la sala y los dos me guían por los pasillos que parecen conocer mucho mejor que yo.

—Ha sido un desfile interesante. Mucho mejor que el del año pasado —comenta Johanna—. Gracias a la salida de los del 12, creo que nadie se ha fijado en que Sam casi se cae del carro.

—Yo estaba atenta y no lo he notado, así que dudo que los del Capitolio lo hayan visto —respondo—. No creo que pierda patrocinadores por eso.

Ella suelta un resoplido.

—No te entiendo. Un momento eres sarcástica y divertida y al instante eres amable y sosa. Además, no importan los patrocinadores. Él y Leigha son unos idiotas. No me hacen ni caso. Tendrán suerte si sobreviven al Baño de Sangre —dice con resignación—. Eso si es que quieren sobrevivir a él, claro.

Su comentario me molesta. Cuando llegamos al lugar donde entran los carros, están entrando los del 4. Finnick va con sus tributos, dejándonos a Johanna y a mí solas.

—Ahí están tus idiotas —le digo cuando el carro del 7 entra por las puertas.

—¿Te ha molestado, Chica Cereal? —pregunta ella, algo burlona.

—Me dijeron algo parecido antes de mis Juegos. Nunca sienta bien que tu mentor confíe tan poco en ti.

Ella suelta una carcajada sin gracia y se marcha con sus tributos. La observo un momento. No la entiendo. En absoluto. Por extraño que parezca, me agrada, sin embargo. Bastante, además. Me agrada en el sentido de querer golpearla, pero me agrada.

—¡Lei! —grita Rue.

El carro del 11 acaba de entrar. Voy hacia ellos y les ayudo a bajar. Sus estilistas están allí.

—Lo habéis hecho bien —digo, sin saber qué más añadir. Da igual lo geniales que hayan estado: nadie va a recordarles.

Thresh suelta un gruñido.

—Tal vez, pero no nos han visto. Solo miraban a esos. —Señala a los del 12, que están bajando del carro.

Ni siquiera me giro a mirarles. Quiero que Thresh y Rue piensen que ellos no me importan. Necesito que lo vean de esa forma.

—Tenéis la oportunidad de destacar en los entrenamientos privados y las entrevistas. Los Juegos son mucho más que el desfile —le recuerdo.

Thresh no responde. Rodeo a Rue con el brazo y trato de sonreír.

—Vamos a nuestra planta. Os enseñaré vuestras habitaciones.

—¿Qué hacemos en los entrenamientos? —pregunta Rue.

Doy un sorbo a mi café y miro a los dos chicos.

—En primer lugar, ¿queréis entrenar juntos o por separado?

—¿Por qué querríamos entrenar por separado? —dice Thresh.

Me encojo de hombros.

—Es por si tenéis alguna habilidad secreta que no queráis que nadie conozca. Os dan esa posibilidad. Vosotros decidís.

Ellos intercambian una mirada y niegan con la cabeza.

—Muy bien. Iréis juntos. —Dejo la taza de café en la mesa y los miro seriamente—. Rue, tú eres rápida y silenciosa, sabes trepar árboles en pocos segundos y huir saltando. Thresh, eres fuerte y la pelea cuerpo a cuerpo se te da muy bien. Los dos conocéis las plantas, las comestibles, las venenosas y las sanadoras. Todo eso os servirá mucho en la arena, pero necesitáis aprender cosas que no conozcáis. Casi todos los vencedores han ganado de formas muy distintas: camuflándose, aguantando sin comer, siendo los más rápidos... No todos ganan por ser los mejores peleando, tenedlo en mente. —Los dos me observan con atención, y hay algo de asombro en sus rostros—. Es importante saber usar las armas: cuchillos, lanzas, espadas... Probadlas. Pero id también a los otros puestos, aunque os parezcan que no sirven para nada. Las trampas son útiles para alimentarse, y también lo es encender un fuego. Los nudos pueden serviros. Y el camuflaje. Aprovechad los días para aprender un poco de todo. Pero siempre fingid ser peores de lo que sois en realidad. Lo que se os dé mejor, guardadlo para los entrenamientos privados. ¿Entendido?

He estado la mayor parte de la noche preparando el discurso, asegurándome de decir todo lo que necesitan saber. Ambos asienten con la cabeza.

—Hera vendrá a recogeros a las diez. Estad preparados.

Un avox se acerca y me da una nota. La cojo y la leo, aunque ya la esperaba y su mensaje no me pilla por sorpresa. Creo que palidezco, porque los dos me miran preocupados.

—¿Qué pasa, Lei? —pregunta Rue.

Arrugo la nota y me pongo de pie.

—Tengo cosas que hacer. Os veo después del entrenamiento.

—Pero, Leilani... —empieza Thresh.

Yo ya estoy en el ascensor. Pulso el botón del 4 y bajo rápidamente. Cuando se abren las puertas, entro en la planta del distrito pesquero y comienzo a arrepentirme de haber venido. Mi primer impulso ha sido ir en busca de Finnick, porque sé que me ayudará. Ni siquiera me he parado a pensar en si eso tendrá algún tipo de consecuencias para nosotros o nuestros tributos.

Pero ya es tarde para irme, la chica del 4 pasaba por ahí y me ha visto. Recuerdo que Finnick ayer me dijo que se llamaba Marina.

—¿Finnick está aquí? —pregunto, tratando de aparentar tranquilidad, pero me sale más un tono de superioridad.

La mirada que me dirige es de odio absoluto y me descoloca por completo.

—Tú eres Leilani Demeter, del 11 —comenta, con desprecio. Tras unos segundos, añade, como si llevara mucho tiempo esperando para ello—: Annie está muerta por tu culpa.

Sus palabras me duelen, porque son las mismas que escucho todas las noches en sueños. Aprieto los puños, tratando de que no me tiemblen las manos.

—Sí —respondo, tranquilamente—. Lo sé. Pero te he hecho una pregunta.

Ella ignora por completo mi última frase.

—Ella se ofreció voluntaria para que yo no fuera, ¿sabes? —continúa Marina, con la voz llena de rabia—. Era mi amiga. Me prometió que volvería. Y no lo hizo por ti. Hubiera ganado de no ser por ti.

Si ella supiera la de veces que he escuchado aquella frase...

—¿En serio piensas que yo quería que muriera? —cuestiono.

—Sé que la niña de tu distrito te importa —sigue, ignorando mis palabras—. Tal vez la mate, para que tú veas lo que se siente.

Suelto una carcajada seca, poco impresionada por su amenaza.

—¿Crees que no sé lo que se siente? —digo, con calma—. ¿Crees que me he perdonado que Annie se sacrificara para que yo ganara? ¿Que mi hermano muriera en aquella arena? —La miro fijamente y hay algo en mis ojos que la pone nerviosa—. Tú no sabes nada, pero en la arena lo entenderás todo, Marina. Es muy fácil hablar aquí. Vivir la experiencia es diferente. Lo comprobarás.

Ella abre la boca, dispuesta a responderme.

—Marina, ¿vienes?

Finnick aparece y nos mira a las dos. Resulta obvio que no esperaba encontrarme en su planta.

—¿Pasa algo? —pregunta.

—Necesito hablar contigo, Finnick —me limito a responder.

Marina no dice nada. Se aleja y nos deja a Finnick y a mí a solas.

—¿Te ha dicho algo de Annie? —dice, frunciendo el ceño.

Me encojo de hombros.

—Que está muerta por mi culpa. No es ninguna novedad. —Suelto un suspiro—. ¿Eran amigas?

—Annie era algo así como la hermana mayor de Marina.

Asiento con la cabeza lentamente. No quiero pensar en Annie. Bastante tengo con la nota arrugada que aún guardo en mi puño cerrado.

—Necesito tu ayuda —digo.

—¿Qué pasa?

—¿Podemos ir a algún sitio más privado?

Él asiente y me hace un gesto para que le siga por el pasillo. Me lleva hasta su habitación y entramos, dejando la puerta cerrada a mi espalda. La planta del 4 es bastante parecida a la del 11. Su dormitorio se parece al mío, pero advierto algo: allí, todo es más grande. Las habitaciones, las camas, los asientos. Mi dormitorio puede ser perfectamente dos tercios del de Finnick.

El hecho de que el 4 sea un distrito profesional, incluso cuando no ha tenido verdadera suerte en los Juegos desde que Finnick ganó, aún me sorprende.

Su mirada me anima a hablar. Abro el puño y le muestro el arrugado trozo de papel, que aún desprende un olor a rosas.

—He recibido una nota de Snow. Quiere que... —Las palabras se me atascan en la garganta—. Ya sabes. Y no sé qué hacer.

La mirada de Finnick está llena de lástima. Ambos sabíamos que eso pasaría. Llevan años advirtiéndomelo. Pero no se ha vuelto una realidad hasta ahora y necesito ayuda con urgencia.

—¿Cómo quieres que te ayude? —pregunta él, con un hilo de voz.

—¿Cómo tengo que actuar? —susurro—. Ni siquiera sé con quién pretende que esté esta noche. No tengo idea de qué debo hacer. Yo nunca... —Las palabras se me atascan en la garganta—. Nunca he hecho nada de eso.

Definitivamente, él no esperaba eso.

—¿No? —pregunta, con asombro.

Niego con la cabeza.

—Yo pensaba...

—Pensabas mal, Odair —interrumpo, en voz baja—.
Necesito tu consejo de verdad. Quiero ayudar con esto a Rue. Y a Thresh. —El rostro de Zinnia aparece en mi mente—. Lo necesito.

Finnick inspira lentamente.

—Lo entiendo. Pero... No te mereces esto.

Suelto una carcajada, a pesar de que no tengo muchas ganas de reír. Que él me lo esté diciendo lo vuelve peor.

—¿Crees que eso va a detener a Snow? Tú tampoco te lo mereces y mírate. Nadie merece nada de esto. Pero sabes tan bien como yo que no tengo opción.

—Lo sé. —Finnick suspira, con aspecto derrotado, y se sienta en su cama—. Te ayudaré.

Asiento, notando el nudo en mi garganta apretándose.

—Gracias.

Pasa varias horas dándome consejos y enseñándome a actuar. Mientras mis tributos entrenan, yo también lo hago, a mi propia manera. No sé cuál de los dos entrenamientos es más duro, porque resulta obvio que lo que Finnick intenta enseñarme no es lo mío. Cada vez que intento coquetear con él se me escapa la risa, así que tardamos bastante. Pero, como bien dice él:

—Si no eres capaz de coquetear conmigo, siendo como soy, ¿cómo vas a coquetear con algún idiota del Capitolio?

Y tiene razón. Así que dejo de imaginarme a Finnick como mi amigo, la persona que tanto me ha ayudado durante todos estos años. Sigo sus consejos y voy acercándome poco a poco a él, mientras paso mi mano por su brazo. Charlamos tranquilamente, de cosas sin importancia. Voy aproximándome más. Cuando nuestros labios casi están rozándose, Finnick se separa lentamente.

—Lo has hecho muy bien —asiente, en voz baja—. Creo que estás preparada.

—¿De verdad? —digo, y no sé si alegrarme o no.

Él asiente con la cabeza, evitando mirarme a los ojos. Yo tampoco puedo mirarle. Me imagino haciendo aquello con alguien que no sea Finnick y noto la bilis subiéndome por la garganta.

—Gracias, Finnick —murmuro—. No habría podido hacerlo sin ti. Todos dicen que tengo el encanto de una babosa muerta —bromeo, intentando hacerle reír y, de paso, poner algo de humor a una situación que no tiene nada de divertida.

Él esboza una pequeña sonrisa, aunque no tiene nada del encanto que pone en público o ante las cámaras.

—Si supieran...

Le pongo la mano en el hombro. Finnick me mira a los ojos.

—Gracias, Finn, de verdad —digo, utilizando el viejo apodo que le puse hace años.

Él me abraza y suspiro, tratando de buscar algo de alivio en sus brazos. No me siento preparada, aunque él crea que lo estoy. Lo que lleva años acechándome va a hacerse real y eso me tiene totalmente aterrorizada.

—Podrás con ello —murmura él—. Todos terminamos sobreviviendo.

Sobrevivir no es algo nuevo para mí. Es lo que llevo años haciendo. Sé que él también y asiento con lentitud.

—Lo intentaré.

Para cuando llega la hora de la reunión, estoy más nerviosa que nunca. Me he puesto un vestido negro bastante corto, como me ha aconsejado Finnick. Formaba parte de mi nuevo armario. En cuanto lo vi, supe que encajaba con la descripción del tipo de ropa que Finnick me había dado. Me miro en el espejo con él puesto y odio mi imagen, pero sé que a quien sea que me espere le agradará la visión.

He intentado peinarme y maquillarme, sin mucho éxito. No es algo que haya necesitado nunca en el 11 y, después de mi Gira de la Victoria, no he necesitado arreglarme jamás. Me sentía incapaz de llevar tacones, así que me he puesto unos zapatos bajos, también negros. No voy perfecta, pero tampoco me he visto tan arreglada desde que gané mis Juegos. Bastará.

Un avox aparece en mi habitación a la hora que indicaba la nota. Me levanto y le sigo, agradeciendo que Rue y Thresh estén ya durmiendo. Apenas he hablado con ellos de sus entrenamientos, pero apenas podía centrarme en algo que no fuera en contener mis enormes ganas de vomitar. No he comido nada desde por la mañana por culpa de ello.

Bajamos en el ascensor y luego el avox me conduce hasta la salida del Centro de Entrenamiento, donde espera un largo coche negro. En mi mente, aparece la palabra limusina. Nunca había visto ninguna. El avox me abre la puerta para que suba y el conductor arranca tan pronto me abrocho el cinturón.

Nuestro destino no está muy lejos. Siento un nudo en el estómago cuando bajo del coche y veo la mansión del presidente frente a mí. Tengo que obligarme a no vomitar, de nuevo. Otro avox está esperándome en la entrada. Me guía por el interior de la mansión, hasta llegar a un gran salón que apesta a rosas. El olor me da aún más náuseas de las que ya siento, pero me fuerzo a sonreír cuando veo al presidente Coriolanus Snow sentado en una butaca.

—Ah, señorita Demeter —saluda—, empezaba a pensar que no vendrías.

—¿Por qué no iba a venir? —pregunto, mientras me apresuro a sentarme en el sillón que señala.

—¿Quién sabe? —Sus ojos emiten un destello peligroso, pese a que sigue pareciendo totalmente tranquilo—. Pero me alegro de que hayas escogido la opción correcta.

Asiento con la cabeza.

—Imagino que sabes que la elección de los tributos del Distrito 11 de este año no ha sido por casualidad.

Directo al grano. Vuelvo a asentir.

—Lo sé.

—¿Sabes el motivo?

Claro que lo sé. Snow ha preparado bien su venganza. Han pasado tres años desde la última vez que nos vimos. Yo tenía diecinueve años y era incapaz de hacer lo que me pedía. Nadie me había advertido aún de lo que pasaría cuando me negara. El presidente me prometió un castigo que no olvidaría.

Está cumpliendo esa promesa y yo sigo siendo incapaz de hacer lo que me pide, pero tengo que hacerlo.

—Que Rue y Thresh vayan a ir a la arena me parece suficiente castigo —continúa, sin alterar su tono calmo—, pero sabes que puede empeorar, ¿verdad?

—Sí. Lo sé.

—Mantengo lo mismo que dije la última vez. Si accedes, te ayudaré.

Me mira directamente a los ojos y sé que no hay opción. Me ofrece una posibilidad, como si pudiera negarme, pero realmente la que me da es la única que tengo. Porque, de negarme, el castigo sería incluso peor que la muerte.

—¿Les conseguirá patrocinadores a Rue y Thresh? —pregunto, esperanzada.

Pero, como debería haber esperado, no tengo suerte.

—No, de eso te ocuparás tú. Pero me aseguraré de que ambos lleguen a los ocho finalistas y sobrevivan al menos una semana.

No me garantiza nada. Además, sé que Rue y Thresh son capaces de llegar a eso solos. Pero no puedo negociar con Snow, ni rechazar su oferta. Porque, si lo hago, Rue y Thresh sufrirán unas muertes increíblemente dolorosas que harán que la audiencia se sienta encantada y a mí me destrozarán para siempre.

—De acuerdo —respondo.

Los ojos de serpiente del presidente Snow brillan con malicia.

—Muy bien. Si, después de esto, me siento satisfecho, puede que los nombres de los otros niños que vas recolectando en el 11 no salgan cosechados. Una suerte que Zinnia esté fuera de riesgo, ¿no? Aunque no podemos decir lo mismo de... ¿Cómo se llamaba? Ah, sí, Violet.

Siento un nudo en el estómago. Siempre supe que Snow no vería con buenos ojos que tratara de dar una buena vida a los niños más pobres del 11. Así conocí a Rue. Así conocí a Violet y a muchos otros niños cuyas vidas prácticamente dependen de mí y mi asignación como Vencedora. No podría soportar verlos yendo a la arena, año tras año, mientras intento mantenerlos con vida siendo su mentora.

—Vale —susurro.

Snow sonríe.

—Muestra un poco de entusiasmo, señorita Demeter. Haz que yo me crea que estás entusiasmada por estar aquí.

Quiero gritarle, saltar sobre él y matarle. Pero me limito a inspirar hondo y recordar todo lo que me ha enseñado Finnick. Sonrío lo más seductoramente que puedo, rezando por no parecer ridícula. Podría sentir vergüenza si no estuviera tan aterrada.

—Mucho mejor. Las clases del señor Odair funcionan, ¿no?

—Finnick me ha enseñado mucho —respondo con simpleza.

—Muy bien. —Snow se inclina hacia mí, con una tétrica sonrisa en el rostro—. Es hora de poner sus lecciones en práctica. Sígueme.

No tengo más remedio que levantarme para ir tras él. No sé quién me espera, pero tengo por seguro de que no será un encuentro agradable.

Me aferro a la idea de que lo hago por Rue, por Thresh, por Violet, por Zinnia y por todos los que me esperan en el 11 y me aliso el vestido con nerviosismo, sabiendo que no estoy en absoluto preparada para lo que se me viene.












Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro