07 | the party

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SIETE
la fiesta








El ambiente en la sala de mentores, mientras esperamos para ver el inicio en la sede central de los Juegos, difiere en función del distrito al que pertenecemos. En mi caso, estoy aterrada y no paro de llevarme la mano al cuello, donde antes estaba mi collar. Pero ahora lo lleva Rue y eso me tranquiliza, aunque sea una estupidez. Llevarlo no evitará que un profesional la atraviese con una espada, pero sé que a ella le recordará a casa.

A mí eso siempre me reconfortó en la Arena. Me hizo sentir a Zinnia un poco más cerca. Puede que a ella también le ayude y se sienta acompañada por mí. Confío en que sea así.

—¿Has dormido algo? —me pregunta Finnick, mirándome.

Niego con la cabeza y suelto un suspiro.

—No he sido capaz.

Cada vez que cerraba los ojos, veía a Jared y Annie muriendo. Y escuchaba los gritos de los tributos a los que maté. Reyna, Ruby, Shine, Kurt. Después de los Juegos, quise conocer los nombres de todos los chicos que estuvieron conmigo en la arena, especialmente los de los que asesiné. Necesitaba saber a quién pedía perdón todas las noches, cuando las pesadillas no me dejaban dormir.

—Toma esto —dice, tendiéndome una taza llena de un líquido extraño.

—¿Qué es? —pregunto, desconfiada.

—Una bebida que hace que no sientas sueño. Es tan efectiva como cinco cafés.

Dudosa, bebo un sorbo, y enseguida me siento mucho mejor. Me bebo todo de un trago.

—Me fío más de las infusiones que hace Seeder, pero esto tampoco está mal —comento.

Finnick abre la boca para decir algo, pero se interrumpe cuando la voz de Claudius Templesmith grita:

—Damas y caballeros, ¡que empiecen los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre!

Sesenta segundos. Veo la cuenta atrás en las pantallas. Localizo a Rue y a Thresh enseguida. Les miro, preparándose para correr. Cuando el gong suena, Rue va hacia una mochila, la coge y sale corriendo, en dirección al bosque. Thresh, sin embargo, es de los primeros en llegar a la Cornucopia. Coge una cantimplora, una mochila y una espada. El chico del 7 aparece frente a él y trata de clavarla su lanza. Thresh le quita la lanza con facilidad y le corta el cuello con la espada. Luego, sale corriendo de allí y se aleja. Los profesionales no van tras él.

—¡Maldita sea, Leilani! —grita Johanna, sentada a mi lado—. ¡Tu chico acaba de cargarse a Sam!

—Él intentaba cargarse a Thresh —respondo, tratando de mantener tranquilidad ante la muerte del chico del 7. Ante Thresh convirtiéndose en asesino tan rápidamente—. ¿Sabes que es la primer vez que me llamas por mi nombre? —añado, y eso hace que ella gruña.

Ya han muerto los chicos del 7, 8 y 9 y las chicas del 3, 6 y 10. Escucho a los mentores soltar suspiros de alivio cuando sus tributos huyen con vida y lamentaciones cuando los matan. Los profesionales ya tienen las armas. La chica del 9 ha muerto, pero no he visto cómo. Veo a Glimmer clavándole un cuchillo al chico del 5 y a la chica del 7 siendo atravesada por la lanza del chico del 1, Marvel. Johanna empieza a insultar a Augustus y Cashmere cuando su tributo muere.

—Cálmate, ¿quieres? —dice Finnick, cogiéndola por los hombros y obligándola a sentarse de nuevo.

Cato mata al chico del 6, y luego al del 4. Finnick hace una mueca de dolor cuando Ethan cae al suelo. Mags, que está a su lado, le pone la mano en el hombro.

Además de Rue y Thresh, han huido el chico del 3, la chica del 5, la del 8, el del 10 y Katniss. Los profesionales se unen y me sorprendo al ver a Peeta entre ellos.

—Parece que el enamorado no lo está tanto como nos hizo creer —comenta Johanna—. Buena alianza habéis creado, Finnick.

Él se encoge de hombros.

—Lo de Peeta fue una decisión de última hora.

—¿Lo sabías en la entrevista? —pregunto.

—Fue una decisión de última hora —repite él, encogiéndose de hombros—. Brutus y Enobaria no estaban muy convencidos. Cashmere y Augustus tampoco. Yo les convencí. Creo que por mi insistencia no quisieron aceptar a Ethan en la manada.

—Bueno —comenta Johanna, dejándose caer con pesadez en un asiento—, parece que mi trabajo como mentora ha acabado bastante pronto.

Suenan once cañones y nos muestran imágenes del aerodeslizador recogiendo los cuerpos de los tributos cuando los profesionales se marchan. Después, vemos a los tributos. Los profesionales están preparándose para irse de caza. Casi todos los demás se han escondido en el bosque. Sonrío al ver a Rue saltando de árbol en árbol. Claudius Templesmith comenta que debe ser algo que ha aprendido de mí, ya que también fue mi estrategia en mis Juegos.

Tres horas después de ver las caras de los fallecidos y la repetición de sus asesinatos, Finnick me susurra que tenemos que irnos. La fiesta, recuerdo. Me pongo de pie y le sigo a la salida, aunque no me gusta nada marcharme. Quiero quedarme a ver si Rue y Thresh sobreviven por la noche. No, solo Rue, me recuerdo. Ahora, en la arena, solo puedo centrarme en mantener a uno con vida.

—Te espero en media hora en la salida, ¿vale? —dice Finnick.

Asiento con la cabeza y voy a la planta del 11. Entro en mi dormitorio y voy al baño. Me ducho y me pongo un vestido negro con bastante escote. Es del vestuario que me dio Snow. No me gusta demasiado, pero sé que debo llevarlo. Después, intento maquillarme y peinarme como hizo Hera ayer. No me sale tan bien como a ella, pero tampoco está mal del todo. Me miro en el espejo y asiento, satisfecha. No quiero complicarme con ello.

Bastante mal va a estar la fiesta en la que van a pasearme como un trofeo, todo ello mientras Rue se juega la vida en la arena.

Cuando bajo al vestíbulo, Finnick ya está allí. Está guapísimo, con un elegante traje negro. No cumple las extravagancias del Capitolio, pero apuesto que a nadie le importa, porque es innegable que le sienta de maravilla.

—Estás preciosa —dice, mirándome.

—Gracias. Tú también —respondo, sintiendo un leve rubor en las mejillas. Es raro cumplimentar y recibir cumplidos de él. Al menos, cuando es en serio. Demasiados cumplidos tuve que decirle cuando me ayudó la última vez.

Finnick sonríe y me ofrece el brazo. Lo acepto y ambos salimos fuera. Entramos en la limusina que nos espera. El coche se dirige al Círculo de la Ciudad, muy cerca de la mansión del presidente.

—Esto no te hace gracia, ¿verdad?

Niego con la cabeza.

—En primer lugar, porque decenas de extraños van a querer charlar conmigo y preguntarme por mi vida privada. Y también porque no voy a poder ver lo que está pasando en la arena.

—Piensa que puede que consigas patrocinadores. Y habrá pantallas que muestren los Juegos —añade, lo que capta mi interés—. Recuerda que aquí este es el evento más importante del año. La gente no quiere perdérselo. Estarán observando y apostando. Aprovecha la oportunidad si muestran a tus chicos.

Suspiro y asiento.

—Tú no me dejes sola, ¿vale?

—Nunca —responde él, cogiéndome la mano y apretándomela.

Le miro a los ojos y sonrío.

—Gracias.

Las palabras de Rue suenan en mi cabeza. Aún no sé si de verdad existe la posibilidad de que haya algo que pueda verse entre nosotros que no sea amistad. Algo que podría traernos serios problemas a ambos.

Aparto el recuerdo y me centro en el presente. Si quiero ayudar a mi hermana, tengo que conseguirle patrocinadores y la única manera de hacerlo es poner toda mi energía en hacer lo que esperan de mí en la fiesta.

Va a ser una noche de pesadilla.

Al llegar a la mansión de Drusilla Highbottom, en cuya entrada aparece escrito en mayúsculas «Villa Aerion», un avox nos recibe y nos escolta hasta la entrada. En cuanto entramos, la anfitriona aparece frente a nosotros. Tiene la piel completamente verde, el pelo violeta y unos extraños tatuajes plateados en las mejillas. No es nada nuevo en el Capitolio, pero la imagen me choca de todas maneras.

La obsesión de aquella gente por no parecer humana me parece tan estúpida como su disfrute con eventos como los Juegos, pero tengo que tragarme todas mis opiniones y dirigirle una amplia sonrisa a la mujer frente a nosotros.

—Señor Odair, señorita Demeter, me alegro de verlos —dice, emocionada. Nos estrecha la mano, mientras los invitados se acercan, curiosos—. Soy Drusilla Highbottom, bienvenidos a mi casa. Pasad, por favor.

Miro a Finnick, nerviosa. Los dos seguimos a la mujer, mientras la gente nos señala sin ningún disimulo y murmura. Finnick mantiene el rostro impasible, pero a mí se me hace más difícil. Aprieto con más fuerza su brazo y me mantengo lo más cerca de él posible mientras avanzamos entre la multitud.

Drusilla nos lleva hasta unos sillones donde hay sentado varias un grupo de personas, todos muy alterados quirúrgicamente. Se aprecia que son ricos por su aspecto. Las tres mujeres se parecen bastante, así que supongo que son hermanas, aunque cada una tiene el pelo y el iris de los ojos de un color completamente distinto. Una los tiene amarillos, otra completamente blancos y la tercera de color naranja. Sus vestidos son de los mismos colores. Las tres se giran hacia nosotros al mismo tiempo. La escena me da escalofríos.

Los dos hombres tienen tatuajes por todo el cuerpo. El más alto de ellos tiene las pupilas alargadas, como un gato, mientras que el otro tiene los ojos totalmente morados. Y no me refiero a los irises, es todo. Visten extrañas ropas, y noto que una de las mujeres, la de blanco, lleva un vestido parecido al que Katniss usó en su entrevista. Mejor dicho, idéntico, solo que de otro color.

La mujer de amarillo suelta una exclamación de sorpresa al vernos.

—¡No mentías, entonces! ¡La has traído! —dice, boquiabierta.

Odio el modo en el que todos nos miran. Me miran. Me hace sentir como si solo fuera un trofeo muy difícil de conseguir. Un pedazo de carne por el que están dispuestos a pelearse. La anfitriona se pavonea.

—Yo no miento, ya te lo dije, querida. —Drusilla chasquea la lengua y se gira hacia nosotros—. Os presento a Chrysan y Rosette Dovecote, Apratis y Rosemary Crane y Vicky Wildstar.

Rosemary. El nombre me pilla desprevenida. Evoca recuerdos y, cómo no, éstos son desagradables. Sonrío algo forzadamente. Los nombres se entremezclan en mi mente, pero el de Rosemary resalta sobre todos ellos. Me da la sensación de que me he quedado muda, mientras todos aguardan a que diga algo. Afortunadamente, es Finnick el que habla.

—Un placer. —Ha aparecido en su rostro la misma sonrisa juguetona que tiene en todas las entrevistas. Es un Finnick frío y superficial al que no reconozco, pero que sé que es mi salvación en aquel lugar—. Supongo que ya nos conocéis a mi acompañante y a mí, así que no tiene sentido presentarnos.

El pequeño grupo ríe ante aquella última frase.

—Por supuesto que os conocemos —dice uno de los hombres, Apratis, el de ojos violetas—. Señor Odair, señorita Demeter, tomad asiento, por favor. Drusilla, tú también, por supuesto, aunque no creo que sea necesario invitarte en tu propia casa.

Más risas. Finnick y yo nos sentamos, y unos avox nos dan unas copas de vino. La anfitriona se sienta junto a la mujer de naranja, cuyo nombre creo que es Vicky. Los seis ciudadanos del Capitolio nos miran con interés. Excesivo interés, de hecho.

—¿Les gustaría saber algo sobre Rue y Thresh? —pregunto, no muy segura de cómo actuar.

Los seis se empiezan a reír al mismo tiempo y niegan con la cabeza. Finnick aprieta disimuladamente los labios.

—Oh, querida, por favor, relájate un poco —dice la que creo que es Rosette, la mujer de amarillo—. ¡Estamos en una fiesta! ¡Disfruta!

¿Disfrutar? ¿Cómo quieren que disfrute, si los odio a todos? Me obligo a mantener la sonrisa.

—Disculpen. Es mi primer año como mentora, ya saben. Y mi primera fiesta. Todo esto es bastante nuevo para mí.

—No te preocupes, querida —responde Drusilla, haciendo un gesto con la mano—. Ya aprenderás. Llevo en este negocio sesenta años y he visto a mentores mejorar mucho y con rapidez.

¿Sesenta años? ¡Si parece tener treinta! Me obligo a mantener el rostro sereno, lo que cada vez me está costando más esfuerzo. Miro a Finnick por el rabillo del ojo, sin saber cómo actuar.

—¡Bebed, por favor! —exclama Apratis—. ¡No rechacéis la hospitalidad de nuestra amable anfitriona!

Tomo un sorbo de mi copa de vino y enseguida estoy mareada.

—¿Qué es esto? —pregunto asqueada, queriendo apartarlo de inmediato, pero me contengo.

—Un cóctel que dan a los vencedores en las fiestas —susurra Finnick—. Es... tradicional.

Finjo beber un poco más, mientras todos me miran con interés.

—Todos creíamos que estabas loca, ¿sabes? —dice Rosette. Directa al grano, al parecer—. Nos preocupamos mucho. Tus Juegos fueron increíblemente emocionantes. ¡Oh, cómo lloré cuando tu hermano murió! ¡Y cuando intentabas ayudar a Annie!

—Sí, bueno —respondo, sin saber qué decir.

—¡Cuéntanos un poco! —pide Drusilla—. ¿Cómo fue todo? ¿Cómo te sientes tras estos años?

¿Por qué no ven la entrevista que me hizo Caesar cuando gané y ya está? Sería más fácil para todos. Suspiro y busco las palabras.

—Ya lo he dicho en varias entrevistas. Fue duro. Cuando fui a la arena, mi plan era sacar de allí a Jared con vida. Pero fracasé.

—Qué forma más horrible de morir —murmuró Rosemary, negando con la cabeza—. ¡Atravesado con una lanza, pobrecito! No me cayó bien la chica que le mató; era demasiado grande y bruta, muy desagradable.

—¡Pero luego Leilani le clavó ese cuchillo en el cuello y la mataste! —exclama Rosette, emocionada—. ¡Oh, fue increíble! ¡Acertaste desde una distancia enorme! ¡Nunca había visto a nadie con tan buena puntería! Una pena que no fuera a tiempo de salvar a aquella niñita.

—Gracias —respondo, aunque no me parece algo digno de felicitación matar a una chica. Tampoco me gusta cómo están hablando de aquello como si no fueran más que personajes en una obra de teatro.

Son muertes reales, son personas reales. Son recuerdos y pesadillas con las que aún cargo y con las que siempre cargaré. No necesito que una panda de idiotas lo comente en mi cara entre risas.

Finnick me mira en silencio. Es el único que entiende lo mucho que odio hablar de ello, porque él lleva años pasando por ello. Los del Capitolio nunca podrán comprenderlo. Para ellos, este es su entretenimiento. No entienden absolutamente nada de nuestro mundo, de nuestras vidas.

—¿Y cómo...? —empieza Chrysan, pero su mujer le interrumpe.

—¡Oh, adoro esta canción! —exclama Rosette, poniéndose de pie—. ¡Es la que sonó en nuestra boda, querido! ¡Vamos a bailar!

Su esposo pone mala cara, pero se pone de pie y ambos se van a la pista de baile. Rosemary y Apratis les siguen, dejándonos solos con Drusilla y Vicky, que aún no ha abierto la boca. Sus ojos naranjas me examinan con atención.

—¿Parry va a venir de visita? —me pregunta.

Quiero decirle la verdad, quiero decirle que no va a venir. Pero algo en su mirada me asusta.

—Creo que sí —miento.

Después de todo, es solo una de las cientos de mentiras más que voy a tener que decir esa noche, empezando por el hecho de que debo aparentar que me encanta estar ahí. Nada más lejos de la realidad.

Mi respuesta la hace sonreír, y veo que tiene los dientes totalmente dorados y puntiagudos, similares a los de Enobaria.

—En ese caso, dile que Vicky Wildstar está deseando verle —dice, levantándose—. Por ahora, iré en busca de Dae Chung. Gracias por dejarnos una habitación, Drusilla.

—Un placer, querida —responde la anfitriona, riendo—. Disfrútalo.

Finnick y yo nos quedamos a solas con Drusilla, que nos mira sonriendo. Finjo beber para ocultar mi cara de horror. Solo puedo compadecerme por Dae.

—Vais a hacer que mi fiesta sea un éxito —dice la anfitriona, aplaudiendo contenta—. Nunca nadie había invitado a Leilani Demeter hasta ahora.

—¿Y patrocinará a nuestros tributos? —pregunta Finnick, que no ha mudado de expresión ni una vez.

Drusilla chasquea la lengua.

—Lo cierto es que ahora la chica en llamas me interesa bastante. Me lo pensaré.

—Pero... —empiezo. La mirada de Finnick hace que cambie de idea—. Gracias, señora Highbottom —murmuro.

—Llámame Drusilla, querida. Y termínate esa copa, por favor.

No tengo más remedio que obedecer. El líquido dulzón baja por mi garganta, mientras el mareo se vuelve más fuerte. Drusilla se levanta del asiento.

—Iré a ver cómo van las cosas. Divertíos y, por favor, sed amables con mis invitados —dice, antes de alejarse—. Sacaos cuantas fotos podáis y, si encontráis a otros Vencedores, charlad con ellos.

Tan pronto se ha ido, aparto de golpe la copa vacía.

—¿Qué se supone que es eso? —exclamo, sintiendo naúseas.

—Una mezcla fuerte de alcohol con otras sustancias —responde Finnick, dejando también su copa—. Dan dosis más fuertes cuando nos venden.

Él no está ni de lejos tan mareado como yo y eso me hace preguntarme cuántas veces habrá tenido que tomar aquello.

—Todo esto es horrible —comento, asqueada—. Recuerdo haber odiado las fiestas de mi Gira de Victoria, pero esta es mil veces peor. Y puede que ni siquiera sirva para ayudar a Rue y Thresh. O a Marina —añado, casi obligada, recordándome que Finnick también tiene una tributo a la que cuidar.

Finnick suspira.

—Lo sé. No debería haberte pedido que vinieras —dice él, bajando la cabeza.

—Si no hubiera venido, esa bruja te habría obligado a... ya sabes —susurro, mirando a las personas que hay a nuestro alrededor—. Tú me has ayudado millones de veces, Finnick. Te lo debo.

—No me debes nada. Hice todo eso porque... —Finnick guarda silencio, perdido en sus pensamientos—. Porque somos amigos, Leilani. Porque me importas.

Sonrío y tomó su mano.

—Gracias por todo, Finn.

—No tienes que darme las gracias. —Él sonríe de medio lado y se pone de pie, aún sujetando mi mano con firmeza—. ¿Le apetece un baile, señorita Demeter? —pregunta, sonriendo, y esa sí es la sonrisa del Finnick que conozco.

O, al menos, se le parece, porque soy consciente de que olvidar el lugar donde estamos no es fácil.

—Por supuesto, señor Odair —respondo, aceptando su mano.

Finnick me guía a la pista y empezamos a bailar, asegurándonos de que nos vean bien al pasar por delante de otras mesas.

Solo podemos disfrutar juntos de una pieza; tan pronto ésta acaba, nos rodea una pequeña multitud y una docena de personas nos invita a bailar a cada uno.

Finnick asiente en mi dirección y ambos nos separamos con nuestras parejas. Me sorprendo al ver que quien me saca a bailar es Apratis, quien estaba en la mesa antes.

Estoy mareada, pero me voy obligada a aceptar una nueva copa. Él me conduce por la pista de baile y decenas de personas se acercan a saludar o simplemente se quedan mirándome admiradas.

Las luces se vuelven difusas y la música no se detiene. Me pierdo entre los cientos de giros de la pista de baile y el alcohol que sigo ingiriendo.

Solo espero que todo esto valga la pena.












maratón 4/5

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