24 | the love

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng










VEINTICUATRO
el amor







—Ayer os escuché a Dae y a ti hablar.

Miro a Peeta, intrigada. No sé dónde pretende llegar el del 12 con ello: pese a su aspecto inocente, sé que es inteligente y agudo. No puedo olvidar que lo que mantenemos es una alianza, nada más. Podría romperse de un momento a otro.

—¿Qué parte de la conversación?

—La de las estrellas —me dice. No sé si es sincero, pero eso ya me hace comprender hacia dónde pretende llevar la conversación—. Mencionaste a Rosie. Rosemary, quiero decir.

—Sí —murmuro, encogiéndome de hombros. El movimiento me produce algo de dolor, pero quiero tratar de retrasar la siguiente dosis de morflina todo lo posible—. No sé cuánto recuerdas de esos Juegos...

—Los vi enteros —corta él, bajando la mirada—. Los tengo prácticamente memorizados. Todo lo que Rosie hizo, sobretodo.

—Ella debería haber ganado —comento, incluso cuando sé que eso no supondrá ningún consuelo para Peeta—. Me salvó la vida. Era mucho más valiente de lo que yo nunca he sido.

—Lo sé. Tendrías que haberla visto en el 12. —Peeta esboza una pequeña sonrisa—. Se enfrentaba a tipos enormes cuatro años mayores si hacía falta. Una vez, incluso le gritó a mi madre. Solía decirle que parecía no tenerle miedo a nada. —Tras unos momentos de silencio, añade—: Pero sé que pasó mucho miedo en los Juegos. La veía por las noches. Apenas dormía, tratando de vigilarla. Como si viéndola fuera a evitar que algo le pasara. Me prometió que volvería y yo realmente creía que sería capaz. —El chico niega con la cabeza—. Estaba dormido cuando la chica del 2 y tú... Ya sabes. Siempre creí que fue, en parte, culpa mía, por no haber estado vigilándola, ¿sabes?

Me sorprende notar a Peeta, orador impresionante, balbuceando y evitando mirarme a los ojos. Recuerdo cuando me dijo que Rosemary había sido su mejor amiga y, muchos antes de eso, cuando murmuró su nombre en sus Juegos, tras recibir aquella herida por parte de los profesionales.

Rosemary marcó mi vida por siempre, pero me tomo la libertad de asumir que ella definió la de Peeta. Son dos cosas bien distintas.

—Leilani, Peeta, ¿a qué esperáis? —protesta Johanna, abriéndose paso entre los árboles para llegar hasta nosotros—. No se tarda tanto en coger agua con esa maldita espita.

—Estamos cogiendo bayas también —respondo, tirándole una que ella atrapa al vuelo y espachurra con el puño. Esbozo una mueca—. ¡Esa era de las buenas! Podrías haberla dejado para los demás si no la querías.

—Tarde —se limita a decir ella.

Y, tras chuparse la palma de la mano, con expresión burlona, regresa a la playa. Suspiro.

—Será mejor que volvamos ya. Sigue sin gustarme este sitio.

—No me parece mal.

Me pregunta algo sobre el lanzamiento de cuchillos y le respondo distraídamente, saliendo los dos de la jungla como si solo hubiéramos mantenido una conversación común sobre temas triviales. Ninguno vuelve a mencionar el nombre de Rosemary.

—No hemos hablado desde anoche.

—Soy consciente —comento, agachando la cabeza—. Creo que es algo absurdo, teniendo en cuenta la situación en la que estamos. Pero no sé qué puedo decir.

Finnick asiente y se deja caer en la arena, junto a mí. En las manos, trenza una nueva cesta que estaba trenzando, aunque no necesitemos más por el momento. Dirijo mi mirada al corte que Enobaria le hizo ayer.

—¿Qué tal tu herida?

—No molesta. Las bayas ayudan —responde, encogiéndose de hombros—. ¿Y tú? ¿Te has tomado ya la morflina?

Niego con la cabeza. Aún trato de retrasarlo, pero sé que no duraré dos horas más sin inyectarme el medicamento: el dolor comienza a hacerse insoportable. Casi me da ganas de llorar el simple gesto de sacudir la cabeza de un lado a otro.

He tenido caídas a lo largo de toda mi vida, pero lo cierto es que ninguna como la última. Ninguna tras la que me viera obligada a continuar con mi vida sin un par de días de recuperación. Pese a lo difícil que era conseguir un permiso médico en el 11, siempre me las arreglaba para lograrlo. Pero uno de esos no sirve en la arena.

—¿Quieres que te ayude? —se ofrece, notando mi mueca de dolor pese a que trato de disimularla. Niego nuevamente, lo que solo lo empeora.

—Estoy bien —respondo, con voz tensa. Finnick suspira, hastiado.

—Dámelo, Leilani. Si aguantas un poco más para tomarla y luego tienes que esperar a que haga efecto, solo será peor.

Tiene que insistir un poco más, pero finalmente accedo, porque sé que tiene razón. Llena la jeringuilla aproximadamente dos tercios, dejando una cantidad similar en el interior del vial. Inclino la cabeza a un lado y Finnick me aparta cuidadosamente el pelo, dejando mi cuello al aire.

Aguardo a sentir la aguja penetrando mi piel. Siento un cosquilleo cuando, en lugar de eso, los labios de Finnick acarician mi cuello. No puedo evitar sonreír. Me puedo imaginar su propia sonrisa sin siquiera mirarle.

—Solo para ayudar antes del pinchazo —comenta. A continuación, me introduce la aguja en el lugar correspondiente.

Aguardo hasta que toda la morflina entra a mi cuerpo. Luego, Finnick me devuelve la jeringuilla y la guardo en su lugar correspondiente. Se queda sentado junto a mí, observándome con una pequeña sonrisa en el rostro.

—¿Y bien? —pregunto finalmente, divertida.

—Nada —se limita a decir.

—¿Vamos a ignorar lo de anoche?

—¿Se te ocurre algo mejor, teniendo en cuenta dónde estamos?

Tiene razón. Éstas podrían ser mis últimas horas con vida. Ignorar lo sucedido es mucho más sencillo que pretender arreglar algo que no puede arreglarse.

Si voy a morir antes de que acabe el día, quiero hacerlo sabiendo que he aprovechado todo el tiempo que he podido con Finnick.

—Lo cierto es que no —admito, antes de colocar mi mano en su nuca y acercar sus labios a los míos. Finnick no opone ningún tipo de resistencia; me rodea con sus brazos y murmura mi nombre contra mi boca.

Y, por unos segundos, ya no me importa nada que no sea él. El dolor y el cansancio desaparecen, también el miedo. ¿Qué más da, después de todo? Si muero, no habrán importado.

Pero Finnick sí importa e importará incluso a pesar de mi muerte.

—De ahora en adelante —le susurro, mientras él hunde sus manos en mi melena rizada—, lo demás no importa, ¿vale? Lo de ayer no importa. Solo quiero...

—Estar contigo —responde él, sin abrir los ojos. Apoya su frente contra la mía—. Estoy de acuerdo.

Y sé que, al menos, pasaré mis últimas horas con él.

Beetee nos llama tras pasarse un buen rato dándole vueltas a su alambre. Me atrevo a suponer que debe haber pensado en algún plan.

Todos le rodeamos, a excepción de Johanna, que está echándose una siesta. Dae se apoya en un árbol cercano, Katniss y Peeta permanecen uno junto a otro. Finnick me abraza por detrás y apoya su barbilla en mi hombro.

—Creo que todos estaremos de acuerdo en que nuestra siguiente misión debe ser matar a Brutus y Enobaria —explica Beetee cuando los cinco le prestamos la más completa atención—. Dudo que nos ataquen de nuevo en campo abierto, ya que los superamos en número. Supongo que podríamos buscarlos, aunque sería difícil y peligroso.

—¿Crees que han averiguado lo del reloj? —pregunta Katniss.

—¿Esos tontos? —murmura Dae, despectiva.

—Si no lo han hecho, lo harán pronto —le responde Beetee, serio—. Puede que no con la misma precisión que nosotros, pero tienen que saber que en algunas de las zonas hay trampas que activan los ataques y que suceden en bucle. Además, el hecho de que nuestra última pelea se interrumpiese por la intervención de los Vigilantes no les habrá pasado desapercibido. Nosotros sabemos que intentaban desorientarnos, pero ellos deben de estar dándole vueltas y quizá eso también los ayude a darse cuenta de que la Arena es un reloj. Así que creo que nuestra mejor opción es montar una trampa.

—Espera, deja que vaya a por Johanna —dice Dae, negando con la cabeza—. Se pondrá furiosa si ve que se ha perdido algo tan importante.

Una vez ella se nos une, adormilada y malhumorada, pero atenta tan pronto Dae le dice lo de la trampa, Beetee nos hace retroceder un poco para tener espacio donde trabajar en la arena. Dibuja rápidamente un círculo y lo divide en doce cuñas. La Arena.

—Si fueseis Brutus y Enobaria y supierais lo que sabéis sobre la jungla, ¿dónde os sentiríais más seguros? —pregunta Beetee. Me recuerda vagamente a uno de mis profesores en la escuela, solo que Beetee es bastante más amable que él.

—Donde estamos ahora, en la playa —responde Peeta—. Es el lugar más seguro.

—Entonces, ¿por qué no están ellos en la playa? —pregunta Beetee.

—Porque estamos nosotros —responde Johanna, impaciente.

—Exacto. Estamos aquí, reclamando la playa. Entonces, ¿adónde iríais?

—Me escondería al borde de la jungla para poder escapar si me atacasen. Y para poder espiarnos —respondo, encogiéndome de hombros.

—Y para comer —añade Finnick—. La jungla está llena de criaturas y plantas extrañas, pero, al observarnos, sabría que los mariscos son seguros.

Beetee sonríe como si fuésemos más inteligentes de lo que creía. No sé si sentirme halagada u ofendida ante aquello; decido pasarlo por alto porque, sin duda, Beetee es el más inteligente de todos los que allí estamos.

—Sí, bien, veo que lo entendéis. Bueno, esta es mi propuesta: un ataque a las doce en punto. ¿Qué pasa exactamente a mediodía y medianoche?

—El rayo golpea el árbol —responde Katniss al momento.

—Sí. Así que sugiero que después de que el rayo golpee a mediodía, pero antes de que golpee a medianoche, pasemos mi alambre desde ese árbol hasta el agua de la playa, que, por supuesto, tiene una alta conductividad. —Frunzo el ceño tan pronto escucho eso. ¿Planea electrificar el mar?—. Cuando caiga el rayo, la electricidad viajará por el alambre y no solo se introducirá en el agua, sino también en la playa que la rodea, que seguirá húmeda después de la ola de las diez. Todas las personas que estén en contacto con dichas superficies en ese momento quedarán electrocutadas.

Todos nos quedamos en silencio un buen rato. La idea parece demasiado fantástica, aunque tampoco es que los demás sepamos mucho sobre el tema. Al fin y al cabo, nos han entrenado para pescar, cortar árboles, trabajar en fábricas textiles, cultivar plantas y extraer carbón. La ciencia no es algo especialmente importante en nuestros distritos, al contrario que en el 3.

—¿De verdad podrá ese alambre conducir tanta potencia, Beetee? —pregunta Peeta, dubitativo—. Parece frágil, como si fuese a quemarse.

—Sí, se quemará, pero no hasta que hay a pasado la corriente por él —aclara el hombre—. Actuará como una especie de fusible, de hecho. Salvo que la electricidad viajará por él.

—¿Cómo lo sabes? —pregunta Johanna. No parece nada convencida.

—Porque lo inventó él —responde Dae, como si fuera obvio. Mira nuestras caras de sorpresa, extrañada—. ¿No lo sabíais?

—Es como dice Dae —asiente Beetee, también algo incrédulo porque ninguno lo supiéramos—. No es un alambre en sentido estricto, igual que el rayo no es un rayo natural, ni el árbol un árbol de verdad. Tú conoces los árboles mejor que nosotros, Johanna. Los rayos deberían haberlo destruido ya, ¿no?

—Sí —responde ella, desanimada.

—No os preocupéis por el alambre, hará lo que digo —nos asegura Beetee.

—¿Y dónde estaremos nosotros cuando ocurra? —pregunta Finnick.

—En el interior de la jungla, lo bastante para estar a salvo.

—Entonces, los profesionales también estarán a salvo, a no ser que se encuentren cerca del agua —señalo—. Tendremos que hacer que vayan a la playa.

—Cierto —responde Beetee.

—Y todo el marisco acabará cocido —añade Peeta.

—Seguramente más que cocido. Es muy probable que lo perdamos como fuente de alimento para siempre. Sin embargo, encontrasteis otras cosas comestibles en la jungla, ¿no, Katniss? —le pregunta Beetee.

—Sí, frutos secos y ratas —responde ella—. Y tenemos patrocinadores.

—Pues, entonces, no creo que sea un problema. Pero como somos aliados y hará falta la colaboración de todos, la decisión de intentarlo o no depende de vosotros seis.

Todos nos miramos, desconcertados. Dirijo mi mirada a la jungla, sin poder olvidar que no solo Brutus y Enobaria se ocultan allí. Tengo que pensar en casa también.

—¿Por qué no? —pregunta Katniss—. Si falla, no pasará nada. Si funciona, es posible que los matemos. Incluso si fallamos y solo matamos a los mariscos, Brutus y Enobaria también los perderán como alimento.

—Yo digo que lo intentemos —añade Peeta—. Katniss tiene razón.

Intercambio una mirada con Finnick y Johanna.

—De acuerdo —responde Johanna al fin—. Es mejor que perseguirlos por la jungla y dudo que se imaginen nuestro plan, ya que ni nosotros mismos lo entendemos bien.

—Vale —dice Finnick, tras intercambiar una mirada conmigo—. Hagámoslo.

—Yo también lo apoyo —asiente Dae.

Todos me miran entonces. Depende de mí. Carraspeo, algo intimidada por los seis pares de ojos que me observan.

—No podemos olvidar que Chaff sigue ahí dentro —digo, frunciendo el ceño—. ¿Y si es él quien acaba en la playa?

Todos guardan silencio ante aquello, tratando de buscar una solución al problema. Sé por las expresiones de algunos —Katniss, principalmente, un poco Peeta— que Chaff no les inquieta en especial. No le conocen, es normal. Pero los otros vencedores sí. Y yo no estoy dispuesta a abandonar a mi compañero de distrito a su suerte.

—Podemos hacer esto —propongo, tras pensar un momento—. Cuando empecemos a preparar el plan, yo iré y buscaré a Chaff en la jungla. Sé que será ir a ciegas, pero tengo que intentarlo. Estará en algún sector para el que aún faltan horas que se active. Vigilaré que no salga a la playa. Pero no pienso estar de acuerdo en este plan si no sé que él no acabará electrocutado. —Tras unos segundos, añado—: Es de casa. No voy a abandonarle.

—¿Crees que puedes encontrarle? —pregunta Beetee, con seriedad.

—Tengo que intentarlo, al menos —mascullo, apretando los labios—. No voy a dejarle a su suerte.

—Estoy con Leilani —interviene Dae, cruzándose de brazos—. Intentemos encontrar a Chaff. Si no conseguimos matar a Brutus y Enobaria, nos vendrá bien tenerle. Tendremos que ir contra ellos en algún momento y cuantos más, mejor.

Johanna asiente despacio tras unos momentos. Beetee termina mostrándose de acuerdo también, para mi alivio. Dirijo mi mirada a los del 12.

—¿Qué decís?

Katniss acaba por encogerse de hombros. Peeta también asiente. Sonrío levemente y contengo las ganas de darles las gracias, pese a que siento el impulso.

Solo queda Finnick por decidir.

—¿Finn? —pregunto, girándome hacia él.

Tiene los labios apretados y los ojos fijos en la jungla, con el ceño levemente fruncido. Sé qué es lo que menos gracia le hace.

—¿Otra vez sola en la jungla? —pregunta, cruzándose de brazos. Aprieta la mandíbula, nervioso.

—Tengo que encontrarle, Finnick —protesto.

—Lo sé —masculla—. Eso no quita que no me haga gracia.

—Lo sé.

Finnick suspira y niega. Todos nos observan, atentos, pero ninguno interviene. Finalmente, Finnick dirige su mirada a mí.

—¿Tendrás cuidado?

—Todo el que pueda —murmuro—. Te lo prometo.

Finnick termina asintiendo.

—Vale. Hagamos eso. Preparemos la trampa y encontremos a Chaff.

El paracaídas que cae a nuestros pies, trayendo un pan del 11, parece sellar el trato.

Lo tomo entre mis manos, pensativa. Aquella medialuna es algo que muchos en mi distrito no pueden permitirse; recuerdo que no la probé ni una vez durante el tiempo que estuve en el orfanato. No fue hasta que Zinnia me llevó a su casa que volví a comer pan.

Esbozo una mueca al pensar en ella. De corazón, deseo que esté bien. Que mis acciones no le estén perjudicando. Aún tengo bien presentes sus desgarradores gritos, culpa de los charlajos. Me he convencido de que son falsos: tienen que serlo.

—Parece que están siendo generosos con el pan —es todo lo que digo.












Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro