23 | the fear

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VEINTITRÉS
el miedo







El grito de Finnick me despierta. Me incorporo de golpe, pensando que los profesionales nos han atacado, pero noto a Finnick abrazándome con fuerza y su respiración acelerada, y deduzco al momento que ha sido una pesadilla. Ignorando el dolor abrasador que me produce, me inclino sobre él y le empujo hasta colocarlo bocarriba.

—Finnick, Finnick —digo, tratando de calmarle. Aparto sus brazos de mí y le obligo a mirarme a los ojos—. Tranquilo. No es real. No ha pasado nada.

Él inspira varias veces, mientras recupera la consciencia de dónde está y lo que verdaderamente sucede a su alrededor. Asiente, se incorpora y suspira. Miro a Peeta y Katniss, abrazados, mirándonos. Ambos estaban encargados de montar guardia.

—No puedo seguir durmiendo —dice Finnick, separándose de mí y levantándose—. Uno de los dos debe descansar. —Mira a los del 12 y ve la posición en la que están—. O los dos. Puedo vigilar solo.

—Es demasiado peligroso —dice Peeta rápidamente—. No estoy cansado. Acuéstate tú, Katniss.

—No hace falta —respondo, poniéndome de pie. Aprieto los dientes ante el dolor que aquello me produce—. Descansad los dos. Yo me quedo con Finnick.

Los dos terminan y se tumban junto a los demás. Finnick y yo nos miramos en silencio. Él comienza a caminar por la arena, sin alejarse demasiado, pero poniendo distancia entre él y el resto de tributos. Tras dudar un momento, le sigo.

Cuando estoy segura de que no me escucharán, decido preguntar.

—¿Quieres hablar de ello? —digo, tomando su mano.

Él desvía la mirada.

—Lo normal desde hace unos meses. —Suspira y niega con la cabeza—. Tengo un cuchillo en la mano y tú estás frente a mí, inmóvil, con una herida en el estómago. El cuchillo está lleno de sangre, sé que es de tu sangre. Dices mi nombre. Tú te desplomas y yo solo me quedo mirando, sin hacer nada, sin intentar ayudarte. Vuelves a llamarme y sigo sin responder. Es como si estuviera mirando a través de los ojos de otra persona, porque yo nunca... —Vuelve a negar—. Sé que he sido yo, yo te he matado, y solo me quedo ahí, viendo cómo mueres. Cuando me despierto, me siento...

—Finnick —le corto al instante. No sé qué decirle, pero no deseo que siga hablando, porque parece que cada palabra que pronuncia le estuviera haciendo daño a él. Coloco la mano en su mejilla y él me mira a los ojos ante aquel gesto—. No es real. Sé que tú nunca me harías daño —susurro, y nunca he estado tan segura de nada como de aquellas palabras—. Solo es una pesadilla.

—Lo sé —responde, cerrando los ojos y suspirando—. Lo sé.

—Peeta me ha contado lo que pasó cuando pensabais que había muerto —digo, sin andarme con más rodeos.

Su expresión no cambia.

—Me lo imaginaba.

Le rodeo con los brazos y le sostengo como si fuéramos a bailar alguna de esas danzas que realizan en las fiestas del Capitolio. Apoyo la barbilla en su hombro y suspiro, mientras la luz de la luna proyecta sobre la arena nuestra silueta, dos bailarines que no bailan, sino simplemente aguardan a que la música comience. Pero ésta nunca llega.

—¿Cómo hago para evitar que sufras si algo pasa? —murmuro, muy lentamente, sabiendo que son palabras que no debería pronunciar, una pregunta que nunca debería hacerle a Finnick, pero de la cual necesito urgentemente saber la respuesta.

—¿Cómo no voy a sufrir? —responde él, y aunque mantiene un tono sosegado, noto su enfado—. Leilani, ahora mismo, eres lo único que tengo. Todo, ¿lo entiendes?

—Finnick —mascullo, tristemente—. ¿Quién va a echarme de menos a mí? Lo digo muy en serio. No hay nadie a quien mi muerte vaya a afectar demasiado.

Violet, tal vez. Pero sé que ella está mejor sin mí. Si no es ella...

—¿Y qué hay de mí? —dice, con un matiz de desesperación en la voz—. ¿Crees que si mueres yo podré continuar con mi vida normal? Las dos veces que has ido a la jungla sola, has estado a punto de morir. Tienes que dejar de arriesgarte, Leilani, porque si no...

—Puede que lo hubiera conseguido si no fuera tan cobarde y egoísta —le corto, pensativa, más para mí que para él.

Pero, por supuesto, Finnick lo escucha. Se echa hacia atrás, suelta mi mano, corta cualquier tipo de contacto físico entre ambos. Me mira y noto que ha palidecido.

—¿Ese ha sido tu plan desde el principio? —pregunta, negando—. ¿Morir cuanto antes para que yo gane?

—Sí —digo. No comprendo cómo ambos mantenemos esa calma y sosiego. Me pregunto cuándo empezaré a gritar. A gritarle a él—. Tú ni siquiera tendrías que estar en esta estúpida Arena. Deberías estar como mentor en el Capitolio, no aquí, arriesgando la vida por mí.

—¿Crees que yo podía estar viendo cómo mueres a través de una pantalla? —Suelta una carcajada despectiva—. Si yo no hubiera venido, estarías muerta. ¿Cómo crees que hubieran sido las cosas entonces?

—Pues, a lo mejor, así habría dejado de escuchar los gritos de todos los que han muerto por mi culpa —respondo—. A lo mejor, hubiera muerto tranquila, sabiendo que tú estabas bien.

Mi voz de rompe al final de la frase. De un momento a otro, pierdo el control. Ni siquiera necesito gritar para llegar a ese punto.

Finnick me abraza y me sostiene contra su pecho mientras sollozo sin poder controlarme. Comienzo a escuchar de nuevo los gritos de Jared, Rue, Thresh, Annie, Seeder, los tributos de mis Juegos y los niños de mi distrito. A ellos se unen los de Mags, Wiress, Gloss y Cashmere. Me tapo los oídos. No quiero escucharlos. No después de la experiencia de hoy con los charlajos.

Ahogo un grito y recuerdo a Robert siendo decapitado, a Jared sosteniendo mi mano una última vez. Reyna con la espada en el estómago. Rosemary muriendo en mis brazos. Annie sacudiéndose en los tentáculos del muto, mientras se asfixiaba, después de lanzarse a salvarme. Rue pidiéndole a Katniss que le cantara, dándole el collar que llevo puesto para que me lo diera.

No puedo controlar la marea de recuerdos, el dolor, los gritos, las lágrimas. Todo me arrastra y, del mismo modo en que me hundiría en un río y su corriente, ésta me arrastra y me sumerge, sin que haya nada que yo pueda hacer por salir a flote. No sé nadar, solo quedarme inmóvil mientras la vida se me escapa.

—Leilani. Leilani. Leilani, abre los ojos. No es real. No es real —dice una voz.

«¿Y qué es real?»

—Leilani, abre los ojos —insiste—. Soy yo. Soy Finnick.

«Finnick.»

—Leilani, no es real —repite la voz de Finnick—. No lo es. Yo lo soy. Tú lo eres, tú aquí y ahora.

«No abras los ojos.»

—Leilani, escucha mi voz. Es real. Mis manos son reales. —Noto una suave caricia en mi mejilla—. Lo que escuchas no es real. No lo es. Yo lo soy. Abre los ojos y lo verás.

Y yo le creo.

Intento controlar mis sollozos y aparto las manos de los oídos. Retrocedo un par de pasos, trastabillando. El dolor ardiente regresa, pero no puedo si no ignorarlo, ensordecerlo. Si me centro en él, puede que la situación me traspase.

Levanto la mirada y dirijo la vista a Finnick, que permanece frente a mí, con los brazos estirados en mi dirección y las palmas hacia abajo.

—Lo siento —susurro, secándome furiosamente las lágrimas con el dorso de la mano—. Lo siento.

Finnick niega con la cabeza. Él siempre me dice que no me disculpe, lo sé. Sé que no es mi culpa. Sé que es del Capitolio, de los Vigilantes, de Snow, de todos ellos. No mía, no suya, no de ningún otro de los que estamos en la Arena.

Aún así, necesito pedir perdón.

—Escucho sus gritos —susurro—. Los de todos ellos. Normalmente, dormida. Casi todas las noches. También despierta, no tan de costumbre. Ha ido a más con el tiempo. Me persiguen. Como si tuviera mi propia bandada de charlajos, que gritan únicamente para mí.

Finnick no dice nada.

—Si tú también murieses... Si te escuchara a ti gritar, como los escucho a todos ellos, como te he escuchado hoy gritar en esa jungla... No lo soportaría, Finnick. Me volvería loca. —Me aparto un poco de él y le miro a los ojos—. Y seamos sinceros; ambos sabemos que yo nunca podré ganar estos Juegos. Tuve suerte la primera vez y eso no volverá a pasar. No soy una experta asesina. Y no tengo ni una oportunidad contra ninguno de los que estamos aquí. Creo en serio que sería mucho más fácil si yo...

—Calla. Cállate —interrumpe Finnick, con voz rota. Me acaricia la mejilla. Cierro los ojos y junto mi frente con la suya—. Te prometo que te sacaré de esta maldita Arena con vida. Te lo juro por mi vida.

—Sin promesas —susurro.

Esta vez, Finnick no responde.

No volvemos a hablar en lo restante de la guardia. Regreso junto a los demás y me siento en el suelo, mientras Finnick permanece de pie, unos metros más lejos.

Todo está dicho, después de todo.

—¿Quieres que siga yo un poco?

La voz de Dae me hace tensarme. Me giro hacia la del 8, que me observa con mirada inquisitiva. Niego con la cabeza.

—¿No puedes dormir?

—Imagino que tú tampoco —responde ella, poniéndose en pie—. Voy a preguntarle a Finnick si quiere descansar.

Él regresa un minuto más tarde. Se tumba junto a mí y, suspirando, tomo su mano antes de hablar.

—Buenas noches —le digo.

—Buenas noches —responde él.

Podría morir antes de que Finnick despierte. En la arena, nunca se sabe. Si va a ser así, que sea habiéndome despedido, en cierta manera. No recordando ese silencio incómodo que ambos mantuvimos durante la guardia.

Pese a que mi intención inicial era únicamente sostener la mano de Finnick unos segundos, no la aparto y él termina por dormirse en aquella posición, por incómoda que se me antoje. Dae toma asiento a mi lado.

—¿Cómo llevas el dolor? —pregunta. Me encojo de hombros.

—Me he puesto otra dosis hace una hora. Solo me queda para una inyección, creo. Dos, si la reparto bien. Tampoco creo que nos quede mucho más aquí.

—Opinamos igual, entonces —responde ella. Sus ojos se dirigen a los del 12–. ¿Crees que mantendrán la alianza? Ella parece estar deseando marcharse.

—No lo sé —admito—. No puedo controlar sus decisiones, aunque puedo asegurarte que ellos dos se quedarán juntos. Y que yo mantendré la alianza, a no ser que decidamos romperla en conjunto.

—Y vosotros dos os quedareis juntos, ¿no? —pregunta Dae, echándole una mirada a Finnick. Me encojo nuevamente de hombros.

—No hemos hablado de ello.

Dae sonríe.

—Bueno, resulta obvio que ninguno de los dos pensáis ir a ningún lado sin el otro.

—Puede que fuera más fácil si no fuera así —comento, aunque sé que Dae está en lo correcto.

—¿Tan decidida estás a morir, Leilani?

—Solo soy objetiva, Dae.

—Si yo fuera objetiva, puede que hubiera considerado más fácil saltar de esa plataforma mientras aún duraba la cuenta atrás —responde tranquilamente la del 8–. O incluso que lo hubiera hecho en mis propios Juegos. No sé. Pero opté por ignorarla por completo y simplemente intentar sobrevivir un día más.

—¿Y si no quisiera eso? —pregunto, pensativa—. Es decir... Si deseo que él sobreviviera, ¿no es más sencillo simplemente quitarse de en medio?

—Como si no supieras lo que eso le haría a él —dice Dae, casi desdeñosa. Se recoge su largo cabello negro mientras habla, trenzándoselo rápida pero hábilmente—. Leilani, que ninguno de los dos os atrevierais a nada antes, que tú no descubrieras tus sentimientos antes, no significa que él no lleve incluso años... Ya sabes.

—¿Años? —pregunto, bastante incrédula. La del 8 ríe y se encoge de hombros.

—Conozco a Finnick desde que gané mis Juegos —me dice, sin perder el tono tranquilo—. Probablemente, quitando a los de su distrito, sea la Vencedora de la que antes de hizo amigo. Ya sabes que él ganó un año antes que yo. Y te aseguro que algo cambió en él desde que empezó a hablar por teléfono con la nueva Vencedora del 11. —Se echa la trenza hacia atrás y dirige sus ojos hacia mí—. No digo que estuviera loco por ti desde el primer instante, pero lograste acercarte a él de un modo que nadie nunca antes había podido. Al menos, no desde Kai —añade, pensativa—. Supongo que fue natural que fuera enamorándose de ti con el paso de los años. Y que tú hicieras lo mismo, a su debido tiempo. —Ante mi expresión, dice—: En... nuestra situación, a veces, es muy complicado distinguir los sentimientos. He pasado por eso. —Sonríe y niega con la cabeza—. Todo esto era para hacerte ver cuán importante eres para Finnick, Leilani.

Inconscientemente, aprieto con algo más de fuerza la mano que mantengo entre las de Finnick. Dirijo una mirada a su rostro dormido. Se le ve relajado, indefenso, incluso más joven. No está teniendo ninguna pesadilla, no aún, al menos.

—No quiero que sufra, Dae —susurro finalmente—. Pero tampoco quiero que muera. Y no puedo conseguir ambas cosas.

—Mi consejo, Leilani, es que esperes —responde ella, negando con la cabeza—. Aunque creas que estás alargándolo y que es inútil, no te des simplemente por vencida. No vayas a la jungla y dejes que los profesionales te encuentren y te maten. Sigue adelante como si quisieras ganar tú, ¿vale? Cuando te veas en posición de elegir, supongo que será el momento.

—¿Estás animándome a ir contra ti? —pregunto, tratando de bromear.

Dae me observa con seriedad.

—Estoy animándote a no ir contra Finnick —aclara—. Especialmente, sabiendo lo que podría pasar. —Tras unos segundos, añade—: Sé lo de la ola. Él me lo contó. A medias, pero no he necesitado mucho para imaginar lo otro.

—No hay nada que pueda hacer para evitar eso —respondo con amargura.

—Puedes mantenerte con vida —sugiere Dae, con insistencia—. Pero si vas a decidir morir por salvarle a él, deberías al menos considerar la opción de qué pasaría si siguieras viva, aunque fuera un tiempo más. Y, como tú has dicho, no creo que nos quede mucho más tiempo aquí. —Se recuesta en la arena y cruza los labios—. En dos días, hemos muerto ya demasiados. Johanna tiene razón, nos están machacando. Quieren que esto acabe pronto.

—Quedamos catorce y llegamos veinticuatro —murmuro, negando con la cabeza. Finnick, Dae, Johanna, Beetee, Katniss, Peeta, Chaff, Enobaria, Brutus. Y yo. Nada más—. Dos días. Y hace dos días, charlábamos todos como amigos. Nos dábamos las manos frente a todo el Capitolio. —Suelto una carcajada despectiva.

—Lo sé —asiente ella—. Pero todos sabíamos que esto pasaría.

—Supongo que tienes razón.

Por supuesto que lo sabíamos. No éramos amigos; no todos, al menos. Queríamos sobrevivir o, en su defecto, que uno de los otros sobreviviera. Todos sabíamos que llegaría el momento de asesinar o ser asesinado.

—Siento lo de Woof —digo, de pronto. Siento que debo decir algo al respecto. Dae suspira.

—Gracias. —Levanta la mirada al cielo, con expresión triste—. Al menos, Cecelia no ha tenido que venir. Era la preocupación de ambos. Sus hijos...

Se me forma un nudo en el estómago al pensar en una Violet más joven, aquella niña asustada que había aparecido en mi puerta para ofrecerme su ayuda. Ella, junto a Rue.

—Lo siento, Vivi —susurro, dejándome llevar por el impulso. De todos modos, el Capitolio ya sabe cuánto me importa ella. Emplearon su grito, me vieron correr para tratar de salvarla. Finnick me ha insistido en que debe de ser un truco de los Vigilantes, que es imposible que la tengan, pero...—. Me fui sin despedirme.

—Yo también —murmura Dae, negando con la cabeza—. No nos dejaron. Hay palabras que no debí haber reservado para esa ocasión.

—¿Quién?

—Mi hermano pequeño. Tiene quince. Es todo lo que me queda en casa.

Asiento lentamente. Así que era por su hermano por quien Dae se veía obligada a formar parte de la red de Snow. La comprendo: yo hice lo mismo por Violet, por Rue, por Zinnia, por Thresh, por nana Yasmin, por aquellos niños de mi distrito a los que intentaba dar una mejor vida. Hubiera sido mejor para ellos que no lo hubiera intentado.

—Daría lo que fuera por volver con él —continúa Dae—. ¿Podré? No lo sé.

—Lo siento, Dae —termino susurrando.

Ella sonríe. Un nuevo paracaídas cae del cielo, junto a ella. Al sacarlo, aparece el pan típico del Distrito 8: una docena de pequeños panes redondos y planos de aceite y ajo. La amplia sonrisa de Dae al sostenerlos en sus manos me conmueve; debe de estar recordándole a su hogar, a su hermano. Puede que ella sí sienta algún tipo de conexión con el 8, más allá de ser su lugar de origen. Es algo que no comprendo, pues yo abandonaría el 11 para no volver si se me diera la oportunidad, pero que respeto. Desearía tener tan claro dónde está mi hogar como parece tenerlo Dae.

—Pruébalo, mañana les daremos a los demás —me dice, tendiéndome uno de los panecillos—. Necesitamos coger fuerzas para aguantar la guardia, ¿no?

Sonrío y termino por aceptarlo; al contrario que con los bollitos del 3, no tengo problema alguno con el pan del 8. Ambas masticamos en silencio. Dae guarda el resto de sus panecillos junto a los que enviaron a Beetee y se tumba en la arena, contemplando el cielo. Le imito tras unos segundos.

—¿No es increíble que parezca tan real cuando sabemos bien que ni siquiera es el cielo lo que estamos viendo? —comenta—. Detesto esas estrellas. Detesto las estrellas, en general. Da la sensación de que son algo demasiado bonito como para el mundo que tenemos.

No puedo evitar estar de acuerdo con ella.

—Después de mis Juegos —empiezo, en voz baja—, muchas veces, ponía nombre a las estrellas. Los nombres de todos los que estuvieron conmigo en la arena. Luego, les pedía perdón.

—¿Te servía de algo? —cuestiona la del 8.

—Me servía para recordarles. Creo que, al menos, se merecen eso. —Contemplo con amargura el cielo nocturno—. Esa de allí, hubiera sido Robert. La de un poco más abajo, que parece más azul, Annie. Reyna sería esa que está sola, cerca de la luna. Y Rosemary...

Mi mirada va inconsciente hacia Peeta, que duerme abrazado a Katniss. Dejo caer la mano con la que señalaba a las estrellas que iba nombrando y suspiro.

—Da igual lo que pasara, no puedo odiar a ninguno de ellos —admito—. No merecían eso.

—Yo sí odio a uno de ellos —confiesa Dae, pese a que no entra en detalles—. Pero eso no me ciega. No evita que dirija también mi odio a los responsables de todo esto. —Una sonrisa macabra aparece en su rostro—. Te aseguro que, en algún momento, pagarán por todo lo que han hecho.

Asiento con la cabeza.

—Confío en que ese momento llegue algún día.

—Lo hará. Siempre lo hace. Y cuando lo haga...

Pese a que no dice nada en voz alta, sé perfectamente en qué piensa ella, porque es lo mismo en lo que pienso yo. Algún día, recibirán la venganza que merecen por todo lo que han hecho.

Sin embargo, yo no llegaré a verlo.

Puede que mi memoria sea una de las tantas que impulsen el castigo. No lo sé.

—No tiene sentido pensar en eso cuando sabemos que no habrá nada para nosotras más allá de los Juegos —comento, en voz baja.

Dae me dirige una media sonrisa.












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