27 | the return

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng










VEINTISIETE
el regreso







PEQUEÑA ADVERTENCIA
este acto va a ser durillo, lo aviso desde ya. torturas, sangre, abuso sexual... los siguientes siete capítulos no son fáciles para leilani. creo que lo mejor es avisarlo desde ya.







Desconozco el tiempo que transcurre en aquella sala. El dolor se alterna con la calma; cuando esta llega, mi propia mente se ocupa de atormentarme.

Parry, Chaff, Seeder. Están muertos, los tres.

Fueron la única constante que tuve desde mis Juegos. Los otros vencedores. Puede que no fuéramos los más unidos, pero siempre sabía que estarían en su casa si los necesitaba.

Éramos los únicos cuatro en el 11 que podíamos entendernos mejor, ayudarnos mejor.

Ahora, solo quedo yo.

Parry ha muerto como castigo de Snow. Hacia él, hacia mí.

Chaff ha muerto por salvarme de Brutus.

Seeder murió para que yo tuviera asegurado el billete de ida a la arena.

Es todo mi culpa. Están muertos por mi culpa, como tanta otra gente. Como los otros vencedores de la arena, de los que no sé nada.

Finnick está en el 13, o eso ha dicho Snow. No confío en él, pero sí en su palabra. Snow nunca me ha mentido. Me aseguró un castigo y lo recibí. Hizo un trato conmigo y lo cumplió. Por despreciable que sea el presidente, no soy capaz de recordar ni una vez en la que me haya mentido.

Si Finnick está en el 13, si Haymitch está en el 13... ¿Cómo es que el distrito existe? Se destruyó en la guerra. Todos lo sabemos. Sus ruinas continúan emitiendo radiación. Es imposible que estén allí, ¿no es así?

Luego, están Johanna y Peeta, cuyos gritos escucho a la perfección desde mi celda. No sé qué les hacen. No sé si es lo mismo que a mí. Lo que es indudable es que, en las últimas horas, hemos sido torturados al mismo tiempo. Los tres estamos pagando por el desastre del Vasallaje. Y así seguiremos hasta que Snow decida que es el momento de matarnos. Puede que nunca llegue: eso sería clemencia.

Snow jamás es clemente.

Hace rato que he dejado de llorar. Me limito a contemplar el techo oscuro de la habitación, sintiéndome como un pájaro enjaulado. Sin saber el tiempo que transcurre, pese a que parece que permanece inmóvil. Me pregunto cuándo comenzará la nueva sesión de tortura: han ido transcurriendo a lo largo del día, asaltándome cuando menos preparada estaba. ¿Va a continuar siendo así? Inspiro, tratando de mantener la calma.

Sé que parte de la propia tortura es el no saber nada de ésta. Nadie va a alertarme de lo que me espera ni cuándo sucederá: el tenerme allí, tratando de saberlo, a la espera, no es más que otra tortura. La odio.

—¡Dejadnos salir de aquí! —chillo de repente, únicamente porque siento la necesidad de hacerlo—. ¡DEJADNOS SALIR!

Nadie responde. Sé que es inútil, pero ¿qué puedo hacer, atada como estoy a una camilla? Mi respiración se agita. Trato de liberarme únicamente porque no puedo soportar el estar inmóvil. Las correas me aprietan, me hacen daño a cada intento que hago de quitármelas de encima. El pecho me sube y baja a toda velocidad. De un momento a otro, me encuentro con que apenas puedo respirar.

—¡Por favor! —grito, esta vez con la voz tomada.

La sensación de ahogo va en aumento. Chillo nuevamente, aún intentando soltarme. Necesito salir, necesito librarme de ellas. No puedo...

Sollozo, pero sigo tratando de liberarme. Me niego a quedarme quieta. Y, mientras tanto, me ahogo. El aire no llega a mis pulmones por más que lo intente. Grito tan fuerte como puedo, resultando en un sonido desgarrador. Desesperado. Es así como me siento.

Llega un punto en el que realmente creo que me asfixiaré. He sobrevivido a dos arenas, pero aquella maldita camilla será donde muera. Puede que sea lo mejor. Puede que eso me ahorre todo lo que Snow debe maquinando en mi contra. Puede que...

—¡LEILANI!

El chillido de Peeta desde la celda contigua me asusta aún más. Pero no tanto como las figuras de bata blanca que entran en mi habitación pocos segundos después. Chillo aún más cuando manos desconocidas me sujetan por los brazos. Grito, me retuerzo, trato de quitármelas de encima.

Entonces, una aguja se introduce en mi brazo y, pese a que trato de resistirme a sus efectos, pronto los ojos se me cierran y el miedo y la incertidumbre quedan borrados por la oscuridad más absoluta.

Cuando despierto, estoy en otra habitación diferente. Ya no me mantienen atada a una cama, pero sí estoy sentada en una silla y gruesas correas sujetan mis muñecas y tobillos. Las contemplo, apretando los labios. No van a dejarme libre en ningún momento.

Imagino que al menos han pasado dos días desde que nos sacaron de la Arena, pero no sé cuánto he estado inconsciente con exactitud. ¿Podría haber pasado más tiempo? No lo sé; no sé nada, de hecho. Inspiro hondo y aprieto los dientes, tratando de mantener la compostura.

¿Qué pueden tener planeado para mí? ¿Algún tipo de tortura nuevo? ¿Y Peeta y Johanna? ¿Estarán en condiciones similares a las mías o les habrán dejado en las otras habitaciones?

Un grupo de personas entra en la sala. Van vestidas de negro y no me dirigen siquiera una mirada; no obstante, sus pintas estrafalarias me hacen saber que son ciudadanos del Capitolio. En total, cuento a seis. Ninguno de ellos me resulta familiar.

Mi miedo pasa a convertirse en desconcierto al ver que aquellas personas comienzan a hacerme lo que cualquier equipo de preparación en los Juegos haría. Arreglan el aspecto desastroso que debo de tener después de la arena: me cortan el pelo y me lo recogen, me maquillan y, bajo la supervisión de unos guardias armados, me visten con un bonito vestido sencillo y dorado. Verlo casi me provoca naúseas, pero no intento nada contra el equipo de preparación: no porque ellos me preocupen o los guardias me intimiden, sino porque aún me siento algo atontada por el efecto del sedante. Dejo que me hagan lo que consideren.

Luego, soy escoltada afuera de la sala y llevada a lo que parece ser un plató de televisión. Mi mirada incrédula recorre la estancia antes de detenerse en Peeta, que me mira tan desconcertado como yo. Se me escapa un grito y casi corro hacia él; los guardias me sostienen por cada brazo y me detienen. Soy llevada por ellos hasta el del 12, sin que me suelten en ningún momento.

—¿Qué es lo que pasa? —le pregunto, en voz baja. Peeta suspira.

—Una entrevista. —Le miro, sin dar crédito. Peeta asiente—. Quieren que tú también estés. Déjame hablar a mí y responde a las preguntas que te hagan directamente. Irá bien. —Parece cansado, pese a que le han preparado y maquillado tanto como a mí—. Quieren que hable yo, tú solo tienes que estar. Quieren que se te vea.

Asiento con la cabeza.

—¿Sabes algo de ellos? —susurro. Peeta niega, para mí desesperación.

—He visto una grabación. Lo que pasó aquella noche. —Peeta traga saliva—. Katniss voló la arena. La trampa de Beetee, no sé cómo lo hizo. Ni siquiera sé si ella sabe cómo lo hizo. El caso es que era todo un plan de los rebeldes. Los otros tributos, Beetee, Johanna, Dae... —Ante mi mirada, asiente—. Y Finnick. Haymitch también estaba metido.

—Lo sé —susurro—. Parry también, pero le... —Trago saliva y niego—. Snow me ha dicho que los demás están en el 13. ¿Salieron todos? Johanna ya sé que no, pero...

Peeta asiente.

—Los sacaron los rebeldes —aclara—. Aquí solo estamos tú, Johanna y yo. Enobaria también, según me han dado a entender.

Casi había olvidado su existencia.

—No sé nada más de Finnick —añade, y yo solo asiento.

Los agentes nos arrastran hasta donde espera Caesar, que nos saluda nerviosamente. Le dirijo una mirada desconcertada. No puedo creerme que realmente vayan a hacernos pasar por esto. ¿Van a emitirnos a todo Panem? ¿En serio?

La idea de decir o hacer algo que ponga en un apuro a Snow me pasa fugazmente por la cabeza. No sé qué podría ser. Probablemente, conseguiría que me mataran. Pero...

No me importaría si fuera mi muerte la consecuencia. Sería más rápido que lo que Snow puede tener preparado para nosotros. Pero aún tengo a Violet, a Zinnia, a nana Yasmin. ¿Qué puede estar pasando en el 11 ahora mismo? Imaginarlo me asusta. Peeta me dirige una mirada.

—Yo me ocupo —me susurra. Solo asiento. Irónicamente, pienso que no debería de ayudarme. Nuestra alianza está rota y, aunque estemos fuera de la arena, me da la sensación de que seguimos en los Juegos.

Pero Peeta puede ser la única en la que pueda confiar en el Capitolio. Johanna también, pero no sé dónde puede estar ahora. Si sabía algo del plan, como Peeta ha dicho, puede estar recibiendo un castigo peor que el de ser entrevistados por Caesar.

Nos sientan a Peeta y a mí juntos en un sofá, hombro con hombro, y esperamos nerviosamente a que comience la entrevista. Tomo aire, sintiendo cada músculo de mi cuerpo en tensión. Una señal a Caesar indica que se ha comenzado a grabar. El presentador recupera su habitual aspecto en las entrevistas a los tributos; no obstante, esta vez se le ve mucho más serio.

—Bueno..., Peeta..., Leilani..., bienvenidos de nuevo —saluda.

—Imagino que no pensabas volver a entrevistarnos, Caesar —responde Peeta, sonriendoun poco. Trato de imitarle, confiando en no estar esbozando una mueca.

—Confieso que no. La noche antes del Vasallaje de los Veinticinco... Bueno, ¿quién iba apensar que volveríamos a veros?

—No formaba parte de mi plan, eso te lo aseguro —dice Peeta, frunciendo el ceño—. Nitampoco del de Leilani, de eso estoy seguro.

Asiento para dar credibilidad a sus palabras.

—Creo que a todos nos quedó claro cuál era tu plan —afirma Caesar, acercándose un pocoa nosotros—: sacrificarte en la Arena para que Katniss Everdeen y tu hijo pudieran vivir. Y me atrevo a decir que el de Leilani era el mismo, pero con respecto a Finnick Odair.

—Exacto, simple y llanamente —dice Peeta. Vuelvo a asentir—. Pero había más gente con planes.

—¿Por qué no nos habláis de la última noche en la Arena? —sugiere Caesar—. Ayudadnos a aclarar un par de cosas.

Peeta parece pensar un momento en la respuesta.

—Aquella última noche... Hablarte sobre esa última noche..., bueno, primero tienes que imaginar cómo era estar en la Arena. Era como ser un insecto atrapado bajo un cuenco lleno de aire hirviendo. Y jungla por todas partes, jungla verde, viva y en movimiento. Un reloj gigantesco va marcando lo que te queda de vida. —Me estremezco solo de recordarlo—. Cada hora significa un nuevo horror. Tienes que imaginar que en los últimos dos días han muerto catorce personas, algunas de ellas defendiéndote. Al ritmo que van las cosas, los últimos diez estarán muertos cuando salga el sol. Salvo uno, el vencedor. Y tu plan es procurar no ser tú.

Peeta me mira de reojo. Comprendo que quiere que hable. Trato de mantener la calma y busco las palabras correctas.

—Todo se vuelve mucho más difícil cuando no es tu supervivencia la que te preocupa, sino la de otro —murmuro, negando con la cabeza—. No puedes huir, esconderte, tratar que todos se maten entre ellos y luego preocuparte por los últimos. Toda tu atención está puesta en quien quieres sacar de allí.

—Una vez en la arena, el resto del mundo se vuelve muy lejano —continúa Peeta—. Todas las personas y cosas que amas o te importan casi dejan de existir. El cielo rosa, los monstruos de la jungla y los tributos que quieren tu sangre se convierten en tu realidad, en la única que importa. Por muy mal que eso te haga sentir, vas a matar a otros seres humanos, porque en la arena sólo se te permite un deseo, y es un deseo muy caro.

—Te cuesta la vida —susurra Caesar.

—Oh, no, te cuesta mucho más que la vida —responde Peeta—. ¿Matar a gente inocente? Te cuesta todo lo que eres.

—Todo lo que eres —repite Caesar en voz baja.

Aprieto los puños. Recordar aquel día me hace aún querer tirarme al suelo y llorar. No puedo desmoronarme frente a todo Panem. Violet, Zinnia, nana Yasmin...

—Así que te aferras a tu deseo —sigue Peeta—. Y esa última noche sí, mi deseo era salvar a Katniss, pero, aun sin saber lo de los rebeldes, había algo que fallaba. Todo era demasiado complicado. Me arrepentí de no haber huido con ella antes, aquel mismo día, como me había sugerido. Sin embargo, ya no había forma de evitarlo.

—Estabas demasiado inmerso en el plan de Beetee para electrificar el lago de sal —dice Caesar.

—Demasiado ocupado jugando a alianzas con los demás. ¡No tendría que haberles permitido separarnos! —estalla Peeta—. Ahí fue donde la perdí.

—Cuando te quedaste en el árbol del rayo, mientras Johanna Mason, Dae Chung y ella se llevaban el rollo de alambre hasta el agua —aclara Caesar.

—¡No quería hacerlo! —exclama Peeta—. Pero no podía discutir con Beetee sin dar a entender que estábamos a punto de romper la alianza. Cuando se cortó el alambre empezó la locura. Solo recuerdo algunas cosas: haber intentado encontrarla y poco más... Sé que ella me llamó. Después el rayo cayó en el árbol y el campo de fuerza que rodeaba la Arena... voló por los aires.

—Lo voló Katniss, Peeta —corrige Peeta—. Ya has visto las grabaciones. Los dos las habéis visto.

Me trago mis ganas de decir que yo no he visto nada. Dejo que Peeta siga hablando.

—Ella no sabía lo que estaba haciendo —responde Peeta, alzando el tono—. Ninguno entendíamos el plan de Beetee. Se ve claramente que Katniss intentaba averiguar qué hacer con el alambre.

—De acuerdo, aunque parece sospechoso, como si formara parte del plan de los rebeldes desde el principio.

Peeta se pone en pie y se inclina sobre la cara de Caesar, agarrando los brazos del sillón del entrevistador. Me mantengo inmóvil, contemplando la escena, sin saber qué pasará a continuación. Escucho el revuelo que se forma detrás de la cámara. Los guardias se preparan para intervenir.

—¿En serio? ¿Y formaba parte del plan que Johanna estuviera a punto de matarla? ¿Que la descarga eléctrica la paralizara? ¿Provocar el bombardeo? —añade el del 12, gritando—. ¡No lo sabía, Caesar! ¡Lo único que intentábamos los dos era protegernos el uno al otro!

Le pongo a Peeta la mano en el hombro y le hago volver a sentarse, temerosa de que haya consecuencias.

—Vale, Peeta, te creo —dice Caesar, en voz baja—. ¿Tú qué opinas, Leilani?

—Estoy de acuerdo con lo que Peeta ha dicho —mascullo. Nada más. No he visto las grabaciones y, por irreal que me parezca que Katniss pudiera volar una arena sin querer, no quiero decir nada en contra de Peeta en estos momentos.

—Vale.

Caesar espera un momento y observa al del 12.

—¿Y vuestro mentor, Haymitch Abernathy?

—No sé qué sabía Haymitch —admite Peeta.

—¿Podría haber formado parte de la conspiración?

—Nunca lo mencionó.

—¿Y qué te dice el corazón? —insiste Caesar.

—Que no tendría que haber confiado en él, eso es todo.

Caesar asiente. Sus ojos vienen hacia mí y trato de prepararme para la pregunta, sea la que sea.

—¿Y tú, Leilani? ¿Qué puedes decirnos de aquella última noche?

Guardo silencio varios segundos antes de responder.

—Todo era un caos —admito—. Quería encontrar a Chaff. Me arrepiento de no haberle buscado antes. Pero quería que Finnick saliera vivo de allí. No quería que nadie muriera, si debo ser sincera —mascullo, negando con la cabeza—. Pero sí, Finnick era mi prioridad. Y después de que Chaff... —Inspiro hondo, mientras los últimos momentos del que fue mi mentor se repiten en mi memoria—. Solo quería encontrarle, quería llegar a él, asegurarme de que... De que estaba bien. Entonces, cuando ya le tenía al lado, después de conseguir que Enobaria se alejara... Todo estalló. Y le perdí. —Trago saliva—. C-cuando me desperté y vi que él no estaba, no sabía... No sabía si él había sobrevivido. Creí que sí. Y ahora ya no sé...

Las manos me tiemblan, aunque lo oculto a las cámaras. Caesar me da unas palmaditas en el hombro.

—Podemos parar, si queréis.

—¿Es que tenemos que hablar de algo más? —dice Peeta, irónico.

—Os iba a preguntar por vuestra opinión sobre la guerra, pero si estáis demasiado afectados...

—Oh, no lo suficiente para no contestar a esa pregunta. —Peeta respira hondo y mira directamente a la cámara. Me pregunto qué puede estar a punto de decir: las entrevistas de Peeta tienden a ser imprevisibles y con siempre una sorpresa preparada—. Quiero que todos me veáis, estéis en el Capitolio o en el lado rebelde, que os detengáis un segundo a pensar sobre lo que podría significar esta guerra para los seres humanos. Casi nos extinguimos luchando entre nosotros la última vez, ahora somos aún menos y estamos en condiciones más difíciles. ¿De verdad es lo que queréis hacer? ¿Que nos aniquilemos por completo? ¿Con la esperanza de... qué? ¿De que alguna especie decente herede los restos humeantes de la tierra?

—No sé... no estoy seguro de seguirte... —dice Caesar.

—No podemos luchar entre nosotros, Caesar —explica Peeta—. No quedará suficiente gente viva para seguir adelante. Si no deponemos todos las armas (y tendría que ser ahora mismo), todo acabará.

—Entonces, ¿estás pidiendo un alto el fuego? —pregunta Caesar.

—Sí, estoy pidiendo un alto el fuego —dice Peeta, cansado—. Y ahora, ¿podemos pedir ya a los guardias que me lleven a mi alojamiento para que pueda construir otros cien castillos de naipes?

Le miro, desconcertada. ¿Eso es realmente lo que ha estado haciendo? Lo dudo; deben haberle ordenado que lo diga o algo similar. He escuchado sus gritos junto a los de Johanna. Ha mentido.

—Solo queda una última cosa. ¿Leilani, tienes algo que añadir a lo que ha dicho Peeta.

—Creo que... ha expresado muy bien su opinión. No hay nada que yo tenga que decir sobre el tema —susurro. Mis ojos contemplan directamente la lente de la cámara. Quiero gritar socorro, quiero gritarle a Finnick. Quiero verle, quiero tenerle a mi lado. El simple pensamiento de eso hace que una lágrima solitaria se me deslice por la mejilla. Indudablemente, queda perfectamente grabado.

—De acuerdo, creo que hemos acabado. Volvemos a nuestra programación habitual.












acabo de terminar de ver sinsajo parte 2 por primera vez en mi vida y no estoy bien, me leí los libros millones de veces y vi las otras tres pelis miles pero nunca he sido capaz de ver esta jsjs el otro día vi tbosas en el cine y me pareció que era bueno momento para ver por fin sinsajo pt2 y ahora estoy llorando porque de verdad siento que estoy despidiendo algo muy muy grande bua

en fin, se viene un acto no muy bonito para leilani, así que lo aviso desde ya... no seré excesivamente explícita, pero está claro que van a pasar cosas que van a dejar a mi niña mal :(

ale.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro