28 | the tortures

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng










VEINTIOCHO
las torturas







Nuevamente encerrada en la habitación en la que desperté tras regresar de la arena, trato desesperadamente de encontrar un modo de liberarme de las correas con las que han vuelto a atarme. Sé que es imposible, pero me empeño en mantener la mente ocupada con ello.

El vestido que llevé en la entrevista yace tirado en el suelo. Me despojaron de él antes de atarme nuevamente. La única ropa que llevo es el camisón blanco que solían dar antes del Desfile de Tributos, antes de que los estilistas hicieran su magia y te vistieran de la manera más extravagante posible.

Los latidos de mi corazón son lo único que escucho, junto a mi respiración; no me gusta tanto silencio. Siento casi como si éste me asfixiara. Me hace, además, preguntarme cuándo empezarán de nuevo las descargas. Porque es obvio que no van a dejarme tranquila.

—¿Leilani?

La voz de Peeta llega a mí a través de la pared. Suspiro.

—¿Peeta?

—¿Crees que estarán bien?

Trago saliva.

—Si los rebeldes les han rescatado, dudo que sea para hacerles daño —respondo—. Deben de estarlo. Podemos estar tranquilos en ese aspecto.

Silencio. Me pregunto si Peeta dirá algo más o la conversación va a acabar ahí. No sé cuál de las dos opciones es preferible; probablemente, la que no involucre el silencio asfixiante de mi celda.

—Siento lo de Chaff. No pude decírtelo en la arena.

—Gracias —respondo. Alzo la voz para que él me escuche—. Siento que no pudieras llegar a Katniss.

—Ni tú a Finnick.

—Ya. —Niego pese a que sé que él no me ve—. ¿Qué crees que les harán si consiguen...? ¿Si Snow consigue que ellos...?

—No quiero saberlo —admite Peeta. Comprendo que es la decisión más sabia—. Ni siquiera sabemos qué van a hacernos a nosotros.

—Tampoco sé si eso quiero saberlo —respondo—. Podría ser... literalmente cualquier cosa.

Lo más horrible y grotesco que se me pueda ocurrir. Incluso peor. ¿Qué pueden estar planeando para nosotros? ¿A qué torturas que solo el Capitolio conoce recurrirán?

—Hubiera sido mejor morir en aquella arena —digo, negando con la cabeza—. Hubiera sido todo mucho más fácil...

Peeta no responde y yo solo suspiro. Siempre he sabido que los Juegos destruyen tu cordura, pero ahora lo siento más que nunca.

No obstante, algo me dice que el Capitolio puede proponerse reducirla a cenizas y tener éxito en su misión. Trago saliva. Solo quiero saber qué es lo que tienen planeado para mí, para nosotros.

Pero las horas transcurren, interminables, sin que absolutamente nada suceda: ningún ruido, ninguna visita, ningún dolor. El miedo y la incertidumbre, sin embargo, aumentan a pasos agigantados.

Llega un momento en el que deseo gritar que, sea lo que sea que estén preparando para mí, empiece de una vez por todas y me libre de aquella espera.

Encuentro algo de descanso en el sueño, pero ni siquiera durante éste logro librarme de la insoportable sensación que aquella espera me está creando. Estoy impaciente, eso resulta obvio.

Es cuando despierto que, encontrándome en un lugar totalmente diferente a la habitación en la que estaba, comprendo que algo va a suceder finalmente.

Ya no estoy atada a la camilla. Me encuentro en posición fetal en un suelo frío. No soy capaz de ver nada de lo que hay a mi alrededor: la oscuridad es inmensa. El sabor dulzón en mi boca y el mareo que siento me hacen saber que me han dado un narcótico para trasladarme.

«¿A qué esperáis?», me gustaría poder gritar. Pero no me atrevo.

A tientas, trato de saber dónde me han metido. Apenas he podido avanzar unos metros gateando cuando mi mano choca contra una superficie lisa y fría que me impide seguir avanzando. Su similitud con el cristal que durante el Vasallaje me mantuvo encerrada junto a los charlajos me asusta.

¿Será eso lo que tengan planeado para mí? ¿Gritos? Me siento y apoyo la espalda en la superficie. Mis ojos se han ido acostumbrando un poco a la oscuridad, pero sospecho que no hay mucho que ver allí.

«Qué comiencen los Juegos», pienso irónicamente. Cuando ellos lo decidan. Como siempre: son ellos los que van a tener el control de todo y todos. Nunca conseguí librarme de su influjo y, ahora que soy su prisionera, definitivamente no lo lograré.

El dulce aroma de las rosas llega entonces a mí. Mis músculos se tensan. Maldito Snow: saber perfectamente cómo acabar con todo ápice de mi valentía en segundos.

Abrazo mis piernas, aún sentada. Aguardo, mientras el olor se vuelve más y más fuerte. Es como si el presidente estuviera junto a mí, como si hubiera acercado el rostro a su pecho para oler el aroma de la flor que siempre lleva en la chaqueta. Los recuerdos me alteran y me hacen cerrar los ojos. Algo se acerca: lo siento venir.

Va a ser tan malo como la arena. Puede que incluso peor.

Entonces, suena el primer grito y sé que he acertado en mi suposición. La voz estrangulada de Jared llega a mí. Automáticamente, me tapo los oídos con las manos. Aprieto los dientes. Deseo quedarme sorda de la nada.

Como era de esperar, mi deseo no se cumple. El grito se repite y otro se une. Rue. Uno más aparece después. Annie. Poco después, Thresh.

El coro se amplía cada pocos minutos. Pronto, son docenas las voces que escucho. Están todos aquellos de mi distrito: Zinnia, Violet, Seeder, Chaff, Parry, nana Yasmin, incluso escucho chillidos de terror de voces infantiles, aquellos niños a los que Snow condenó falsamente por robar en los campos, cuyas muertes pesan sobre mí. Como la de los otros vencedores del 11. Soy culpable de todas ellas.

También escucho el coro de gritos de los que murieron en mis Juegos: sus últimas palabras, sus últimos jadeos. Algunos de ellos fueron a causa de mí. Sus aullidos suenan tan próximos a mí que me hace pensar que gritan justo contra mis oídos, pero no me atrevo a abrir los ojos para ver qué sucede a mi alrededor.

Llega un momento en que los sollozos que escapan de mi garganta se vuelven un grito de pura desesperación, que dejo escapar en contra de mi voluntad. No quiero darle la satisfacción a Snow, pero no puedo hacer otra cosa. Me tumbo en posición fetal, sin dejar de cubrirme las orejas, como si aquello fuera a impedir que escuchara. Como si realmente tuviera alguna utilidad, más que convencerme a mí misma de que estoy haciendo lo posible porque aquello pare.

Los gritos no se detienen.

«¡Basta!», quiero gritar, arrepentida de haber deseado que aquello empezara. La incertidumbre no era peor que esto. Ya me había enfrentado una vez a los gritos y casi no había vivido para contarlo.

El ruido es tal que no distingo ni una sola palabra de las que los charlajos pronuncian: al menos, eso me ahorra el volver a oír los últimos momentos de Jared, de Rosemary, de Rue...

Entonces, el más súbito silencio se hace en el lugar. Eso no evita que me quede en la misma posición unos minutos más. Llega un momento en que advierto que estoy temblando: no sé cuándo empezó y no sé cómo detenerlo.

El silencio se mantiene y se mantiene. Me niego a abrir los ojos, temerosa de lo que pueda ver. Tampoco despego las manos de las orejas. ¿Volverán los charlajos? ¿Volverán a hacerme pasar por aquello? Indudablemente.

—Señorita Demeter. —La voz de Snow se escucha a mi alrededor, probablemente a través de un altavoz. Resuena con tal fuerza que siento su vibración en el suelo de cristal sobre el que sigo agazapada—. Abre los ojos.

Eso no me hace más que apretar los párpados con más fuerza. Trato desesperadamente de ahogar el sonido de la voz de Snow, pese a que sé que es imposible.

—¡Abre los ojos!

Entonces, el coro de charlajos repite aquellas tres palabras. Primero es uno, luego dos, luego cinco y, de un momento a otro, escucho la frase de Snow a mi alrededor con tal insistencia que me hace querer chillar de nuevo.

—¡HAZLO!

Creyendo que, si lo hago, aquello parará, lo hago. Abro los ojos. Y me encuentro con que una pequeña luminosidad me permite distinguir lo que hay a mi alrededor.

Estoy metida en un perfecto cubo de cristal de no más de dos metros de alto y ancho. Sobre el techo de éste y alrededor del suelo que lo rodea, hay charlajos. No sé cuántos son: no los contaría ni aunque pudiera. Pero son demasiados. Y, súbitamente, están todos callados.

Me incorporo lentamente. Apoyo la espalda en la pared de cristal junto a mí. Trago saliva. No sé qué puede venir ahora.

Los charlajos emprenden el vuelo. Desaparecen. Me dejan sola, encerrada en aquella jaula. Jadeo. No soy capaz de distinguir nada más allá de los muros de cristal que me rodean.

Entonces, lo escucho. Primero, no es más que un susurro. Me quedo tan inmóvil como si me apuntaran con una pistola directa a la cabeza.

No. Esto no, por favor. Otra vez no.

El agua llega a mí. Moja mis pies descalzos, recubre el suelo del cubo de cristal al completo. Y, entonces, comienza a subir en altura.

Mi respiración se vuelve superficial. Me pongo en pie al momento, mientras contemplo horrorizada cómo el nivel del agua aumenta a una velocidad, a mi antojo, vertiginosa. Pronto, me cubre hasta el tobillo. El agua entra por las cuatro esquinas del cubo.

—No —susurro, sin poder dejar de contemplar el suelo.

—¿Qué dices, señorita Demeter? —La voz de Snow me produce un nuevo escalofrío. No quiero rogar, nunca lo he querido. Pero...

—Por favor —digo, sin subir la voz, sin levantar la mirada—. Por favor, no.

—Tendrías que haberlo pensado mejor antes —me responde el presidente.

La comunicación se corta; un ruido me lo indica. Y me quedo en silencio mientras el agua continúa creciendo.

Comienzo a dar vueltas, desesperada, alrededor de la jaula. Se me complica el avanzar conforme el volumen del agua aumenta. Pronto, ésta me llega a las rodillas. Y yo empiezo a perder la más mínima calma que pueda haber conservado hasta el momento.

No sé nadar. No aguantaré siquiera hasta que el agua cubra la jaula al completo: me ahogaré antes.

Ahogarse es doloroso. Aún lo recuerdo con horror. Una lágrima se me escapa. Jamás creo haber sentido tanta angustia: esperar a que la jaula se llene es una tortura, tanto como cualquier otra.

¿Me dejarán morir? Puede que esta muerte complazca a Snow. Será lenta y dolorosa, eso está claro. La peor con la que puedo soñar. Y él lo sabe.

El pánico me invade conforme el agua va subiendo. Ya casi me llega a la cintura: cada vez va más rápido. Grito y busco la pared más cercana. La golpeo más por desesperación que por creer que podrá romperse.

Quiero chillar pidiendo ayuda. Pero ¿quién va a socorrerme aquí? Absolutamente nadie. Me dejarán morir del mismo modo en que lo harían si estuviera ahogándome en la arena. Sollozo mientras el agua sigue subiendo.

Trato de mantenerme a flote una vez me llega al pecho, pero siento que estoy haciendo un esfuerzo inútil mientras chapoteo desesperada. No aprenderé a nadar ahora, imposible. El agua me cubrirá en poco tiempo y...

Recuerdo el dolor en las costillas vívidamente pese a los cinco años transcurridos. Aún me despierto chillando y creyendo que me ahogo muchas veces: en ocasiones, me pregunto si es que aguanto la respiración inconscientemente.

Van a dejarme morir. Lo tengo claro. Moriré en el Capitolio, siendo uno de los juguetes de Snow. Emplearán mi muerte como entretenimiento. ¿La celebrarán en la televisión? ¿Harán que llegue hasta el 11, lo harán saber en el 13? ¿Se encargarán de que todos por los que alguna vez me he preocupado, si es que siguen vivos, se enteren? Indudablemente.

Sollozo. El agua ya me llega a la barbilla: en poco me cubrirá la cabeza. Me ahogaré.

—Jared —susurro, cerrando los ojos. ¿Le veré cuando muera? ¿Podré abrazar a mi hermano o se me castigará después de las muertes que he causado? No lo sé, pero no me asusta más que el agua que ya me entra en la boca—. Jared...

Intento flotar desesperadamente, pero tampoco me sirve de mucho. Pese a que me mantengo en la superficie unos minutos más, pronto el agua llega al techo. Tomo una última bocanada de aire, sabiendo que será la última que disfrute en mi vida.

Todo va a acabar aquí. Abro los ojos bajo el agua y observo la jaula totalmente inundada. ¿Cuánto aguantaré? Dudo que sea más de un minuto.

Me queda un minuto de vida y no sé qué hacer con él. Ni siquiera puedo llorar, gritar, maldecir a Snow o pedir perdón. Solo puedo aguardar.

Siento un pinchazo en el costado. Mis ojos se mueven frenéticamente de un lado a otro. El negro que envuelve a la jaula deja paso a algo más. A una silueta que conozco muy bien.

Finnick me observa desde el otro lado del cristal. Inmóvil, impasible. Me asusto, porque no creo que esté alucinando. Pero tampoco creo que él esté allí de verdad.

Los pulmones me arden. No puedo apartar la mirada de Finnick. ¿Moriré observando su rostro enturbiado? No sé si es un consuelo o un dolor mayor. No sé nada. Solo que me ahogo.

Finnick no hace ningún movimiento. Ni siquiera sé si me ve. Solo se queda inmóvil frente a la jaula, frente a mí. Extiendo la mano y toco el cristal que nos separa, pero él no hace nada.

Otro pinchazo. La caja torácica me quema. Mis pulmones gritan por oxígeno, pero no puedo darles nada. Sabiendo que muero, deseo que los mutos que estuvieron en mi arena estuvieran allí para hacerlo más rápido. Solo quiero que esto acabe.

—Lo siento —digo, mirando las facciones borrosas de Finnick. Unas pocas burbujas escapan de mi boca. Y sé que es el último aire que me quedaba.

Se me hace eterno. El dolor parece no acabar. Cierro los ojos y el negro sustituye a Finnick que, real o no, se ha convertido en lo último que veré. Me sacudo entre más y más pinchazos. ¿Acaso esto no va a tener fin? ¿Ahogarme será mi tortura eterna?

Debe haber un momento en que pierdo la consciencia, porque rostros difuminados comienzan a pasar a toda velocidad frente a mis ojos, pese a que sé que los tengo cerrados.

Apenas me da tiempo a distinguir sus facciones. Soy incapaz de ponerles nombre. No se detienen. Deseo que aquel caos termine, aunque es mejor que la jaula de cristal llena de agua. Solo quiero que alguien venga a decirme que he muerto.

¿Será así como lo hacen? ¿Alguien te lo avisa? ¿O tú simplemente asumes que lo estás?

«He muerto —me digo—, realmente he muerto.»

¿Realmente Snow dejará que todo acabe ya? Me parece imposible.

«Lo siento.» No pienso en nadie en concreto. Solo siento que debo decirlo, porque hay demasiado por lo que debo pedir perdón. Demasiados a quienes he hecho daño.

Entonces, un dolor aún mayor que el que he sentido hasta el momento me recorre, haciendo arder todo mi cuerpo.

Y algo me dice que este no es el final.












buenas, paso a hacerme un poco de autospam y decir que hace unos días publiqué un nuevo fic de finnick!! vayan a leer, pueden encontrarlo en mi perfil como «bloodline» :)

ale.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro