34 | the rebellion

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TREINTA Y CUATRO
la rebelión







No es fácil. Ni al principio ni conforme van pasando los días. Me mantienen en el área del hospital durante lo que parecen ser semanas, lo que me frustra y me hace recordar el encierro en el Capitolio.

Los del 13 quieren asegurarse de que no suceda conmigo lo mismo que ha pasado con Peeta. Sé que yo no corrí la misma suerte que el del 12 durante nuestro tiempo prisioneros, pero no tengo fuerzas para protestar demasiado. Me mantienen dócil gracias a la morflina y yo me dejo hacer.

Siempre hay alguien conmigo: ya sean Finnick, Zinnia, Violet o incluso Johanna, que recibe autorización para visitarme una vez al día. O, mejor dicho, para hacernos visitas mutuas. Ninguna de las dos podemos abandonar la enfermería aún, de modo que hacemos lo posible por ignorar juntas cuánto aquello nos recuerda a los días recientes.

No he visto a Katniss desde el día en que llegamos al 13, cuando ni siquiera pude intercambiar palabra con ella. Sé del ataque de Peeta. Sé que se ha visto obligada a llevar un collarín tras su intento de estrangulamiento. Y sé que marchó al 2 para intentar hacer algo útil allí, aunque sospecho que fue para huir de la situación. No la culpo, aunque me gustaría hablar con ella. Incluso cuando no tengo idea de qué podría decirle.

Tampoco he visto a Rosemary tras aquel brevísimo intercambio que compartimos. En cambio, Haymitch sí me visita. Apenas le veo entrar, me incorporo como puedo en mi cama y le pregunto:

—¿Sabías lo de Parry?

Y él suspira y asiente.

—Desde hace un par de años, sí. Me confesó hacía ya mucho que tenía dos hijos, pero nunca esperé que fueras tú, preciosa.

Aprieto los labios.

—No pude decirle nada. Snow se lo llevó. —Ante su mirada, pregunto—: ¿Sabes qué fue de él?

Haymitch deja escapar un suspiro triste. Toma asiento junto a mi cama, en la silla que los visitantes suelen ocupar. Me preparo para las malas noticias: sé que Parry está muerto, pero las palabras de Haymitch me duelen de todos modos.

—Emitieron su ejecución en directo. Provocó revueltas en el 11, pero fueron reprimidas. Lo siento, Leilani.

Asiento despacio. ¿Qué otra cosa hacer? No puedo llorarle como a un padre, porque nunca ha sido eso para mí, pero sí como a un amigo. Uno de los tantos que he perdido a lo largo de mi vida.

Dejo que el silencio se alargue unos minutos. Sé que a Haymitch le duele la pérdida tanto como a mí. Pero, después de todo, es solo un nombre más en la larga lista de muertos con los que cargamos. Puede que eso cambie en un futuro, ahora que la rebelión va cogiendo fuerza, pero soy consciente de que no será la última pérdida que llore, del mismo modo en que no es la primera. Solo puedo aceptarlo y seguir adelante, como llevo años intentando hacer.

—¿Y Dae? ¿Cómo está? —pregunto entonces. No he sabido nada de ella desde que llegué y, por lo que a mí respecta, tampoco Johanna tiene noticias suyas.

—En el 2, con Katniss. Estuvimos de acuerdo en que era mejor no dejarla sola.

—¿Cómo le va a la chica en llamas?

Una simple mirada de Haymitch me disuade de seguir con ese tema. En cambio, trato de encontrar una postura más cómoda en la cama de hospital antes de preguntar:

—¿Y sabías lo de Rosemary?

Haymitch suspira despacio.

—Me enteré poco después del anuncio del Vasallaje. La di por muerta todo este tiempo. Nunca supe que en el 13 tenían el Proyecto de Extracción de Tributos.

—¿A cuántos llegaron a sacar? —cuestiono. La mirada de lástima de Haymitch me produce un nudo en la garganta—. Ya sé que mi hermano, Thresh y Rue no fueron de ellos, Haymitch. —Lo habría descubierto ya de haber sido así—. Solo quiero saber cuántas vidas pudieron salvar.

El hombre deja escapar un suspiro antes de responderme.

—Solo dos. Rosemary y Garnet, del 1. Si no me equivoco, ella participó en los Juegos de Gloss.

Asiento. Dos vidas más. Puede parecer poco, pero siguen siendo dos vidas que se han salvado. Dos nombres menos en la lista de cientos de tributos fallecidos en los Juegos.

Haymitch se gira entonces y, siguiendo su mirada, descubro a Finnick y Zinnia en el umbral de la puerta. No les he oído llegar, lo que me produce cierto malestar, porque Haymitch sí lo ha hecho. ¿Y si no hubieran sido ellos? ¿Y si hubiera sido cualquier otro, un enemigo, un...?

«Para.» Estoy a salvo, o todo lo a salvo que puedo estar en medio de una guerra. Nadie en el 13 va a venir a atacarme. Aunque tendré que repetírmelo bastante si quiero creerlo.

—Hola, Lei —saluda Zinnia, sentándose a mi lado en la cama—. He estado antes con tu doctor. Creo que te darán el alta pronto.

—¿De veras?

Pensar en salir de aquí pronto me alivia. Estoy harta de la cama, las batas y el blanco allá donde mires. También del tubo que se introduce en mi torrente sanguíneo y extiende por él una dosis mínima de morflina. La somnolencia habitual que aquello me produce me incomoda. Quiero volver a sentirme yo, sin drogas de por medio. Insisten en que es para evitar ataques nerviosos, pero la detesto igual. Me hacen sentir como si aún no hubiera abandonado completamente el Capitolio, como si siguiera aún a merced de sus experimentos y torturas.

Haymitch se levanta y, tras hacerme un simple gesto, se marcha sin decir más. Finnick ocupa su asiento, mientras yo me apoyo en Zinnia y suelto un suspiro.

—Estoy deseando salir de aquí.

—Te han asignado ya un compartimento, de hecho —me dice Zinnia—. Estoy segura de que para esta noche, dormirás allí.

—¿Un compartimento? —repito. Me cuesta imaginar el Distrito 13 cuando aún no he visto sus pasillos. Me han explicado que está bajo tierra y muy estrictamente controlado, pero no sé más. Llevo la mirada a Finnick—. ¿Voy contigo?

La sorpresa atraviesa su rostro.

—¿Quieres ir conmigo?

—Sí, claro —respondo, extrañada por su reacción. Me pregunto si he hecho algo raro como para que reaccione así—. ¿Acaso tú no?

—Pensé... —Una sonrisa débil aparece poco a poco en su cara—. Pensé que preferirías ir con Zinnia y Violet.

—Bueno, no me importaría, claro —me apresuro a decir, volviéndome hacia mi amiga, que me contempla divertida. Y aliviada. Mucho—. Pero... —Empiezo a sentirme avergonzada. ¿No debería haber dado por hecho que iría con Finnick?—. No pretendía decir...

—Es una suerte que quieras ir con él —me interrumpe Zinnia—, porque os han colocado juntos. Planeábamos solicitar un cambio si no estabas conforme, pero visto lo visto...

—¿Por qué no iba a estar conforme? —pregunto, frunciendo el ceño. Zinnia ríe suavemente y se pone en pie.

—Será mejor que habléis eso vosotros mientras yo voy a buscar al médico. Nos vemos ahora, chicos.

Ni siquiera espero a que se vaya del todo para incorporarme, no sin cierto esfuerzo. Contemplo a Finnick con los ojos entrecerrados.

—Finn, ¿por qué no...? —empiezo, en tono cauto, y entonces me doy cuenta de que podría haber sido mejor si le hubiera consultado. Oh, no. Sería perfectamente comprensible si Finnick no quisiera compartir compartimento. Aún recuerdo cuánto le costaba dormir junto a mí en un principio en el Capitolio—. Perdón por no haberte preguntado antes de decirlo. Si tú no quieres, lo entiendo. No debí suponer nada, yo...

—No, Leilani —me interrumpe él, tranquilizador. Le miro con arrepentimiento y él toma mi mano y acaricia el dorso con el pulgar—. Me encantaría compartirlo contigo. Pero me preocupas tú. Que no te veas preparada para algo así, que te asuste. Por eso pensé que sería mejor pedir un cambio.

Le contemplo fijamente y termino por negar, asiendo su mano con más fuerza.

—Es cierto que hay cosas que han cambiado desde la última vez —digo despacio, con la voz cargada de tristeza. No quiero dejar que los recuerdos me lleven de vuelta a mi encierro, pero es difícil evitarlo—. Pero... Sigo sintiéndome segura a tu lado, Finnick. —«Incluso después de haberte visto dejándome morir cientos de veces. Incluso después de que me asesinaras quién sabe cuántas más. Es mentira, es mentira, es mentira»—. No quiero dejar que Snow cambie eso para mí.

—No tienes que demostrarle nada, Leilani —me recuerda él. Me lo ha dicho una decena de veces desde que llegué y, aunque sé que tiene razón, no puedo evitarlo. Necesito convencerme de que aún puedo ganarle, aunque sea en algo ínfimo. Necesito saber que no me ha arrebatado todo.

—Lo sé —susurro. Finnick asiente despacio.

—Entonces, ¿quieres que tengamos un compartimento juntos?

Sonrío.

—Sí, Finn. —Y, probablemente, es la primera cosa que sé con seguridad en mucho tiempo.

Cuando finalmente me dan el alta, unos días después, únicamente Violet está conmigo, de modo que es ella quien me acompaña hasta el compartimento, junto a su nueva amiga: Primrose Everdeen.

Por lo que me ha contado, apenas hay niños en el 13, después de que sufrieran hace un tiempo una epidemia que, además de disminuir su población, dejó infértiles a muchos habitantes. Sin embargo, sí que han llegado niños y niñas huidos del 12.

Violet se ha hecho amiga no solo de la hermana de una vencedora, sino de tres: parece ser que ahora ella, Primrose Everdeen, Nax Mellark y Jian Chung, el hermano de Dae, llegado desde el 8, son inseparables.

—Hoy iban a intentar que Nax hablara con Peeta de nuevo —me explica Violet, con gesto serio—. La última vez, no salió muy bien.

—Haymitch no quería que la dejaran acercarse de nuevo a él por un tiempo —dice Prim tristemente—. Pero ella ha insistido. No hay nadie más cabezota que Nax.

—Estoy segura de que acabará funcionando —respondo, tratando de sonar más esperanzada de lo que verdaderamente siento. No vi mucho a Peeta en el Capitolio, pero me han contado en qué estado está. No quiero imaginarme cómo debe de estar viviéndolo su hermana. O Katniss—. Snow puede hacer mucho daño... Pero no puede borrar por completo quién fuiste. Algo terminará por ayudar a Peeta.

—Esperemos que tengas razón —masculló Prim.

Siento el impulso de preguntarle por su hermana, pero me muerdo la lengua. No sé cómo está Katniss con exactitud, pero no debe de estar muy bien, no después de los Juegos y un posterior intento de estrangulamiento. Me pregunto qué estarán haciendo ella y Dae en el 2. Me pregunto cuándo volverán.

—Rose también intentará hablar con Peeta, ¿no?

Me vuelvo hacia Violet, arqueando las cejas. Supongo que se refiere a Rosemary, a quien no he visto desde mi llegada al 13. Sé por mi informe médico que es mi responsable, al igual que Finnick y Zinnia. No comprendo por qué debo tener tres responsables, pero no lo discutí cuando me dieron la noticia. Solo quería que me dejaran marcharme cuanto antes.

—Aquí es —anuncia Prim.

El compartimento es justo como me advirtieron que sería: deprimente. Como ya esperaba, solo hay una cama ancha en él. Decoración ninguna, solo los muebles necesarios. Aquello casi me hace extrañar mi casa en la Aldea de los Vencedores del 11, que queda muy lejos en este momento.

—Creo que Coin quiere que contribuyáis a subir la tasa de natalidad —comenta Violet, haciendo reír a Prim. Sonrío y me limito a encogerme de hombros, porque sé que es una simple broma. Aunque, no puedo negarlo, la idea me angustia.

—La ropa del 13 es deprimente —comento, echando un vistazo a los que serán mis atuendos a partir de ahora—. Todo es mejor que el camisón de hospital, pero... Vaya.

—Lo sé —suspira Violet, arrugando la nariz—. Creo que varios refugiados protestaron por ello, pero los del 13 son demasiado prácticos como para preocuparse por vestir de otro modo.

—Han sobrevivido muchos años así, tendrán sus razones —le recuerda Prim.

—Ya, lo sé —asiente Violet.

No tengo nada que colocar en el compartimento. Finnick tampoco parecer haber traído nada. Lo único que me indica que ha estado ahí es el trozo de cuerda que reposa sobre la cama. Violet y Prim me hacen compañía un rato, hasta que la hermana de Katniss se pone en pie y le dirige una mirada perspicaz a Violet.

—¿Te has tomado hoy la medicina?

—No —admite Violet, adquiriendo una expresión culpable.

Padece de problemas respiratorios desde muy corta edad, y el aire cargado de polvo del 13 no ayuda con ello. Prim es la encargada de administrarle sus dosis, una tarea sencilla mientras se prepara para formarse como médico.

—Id, venga —las animo, negando con la cabeza—. Tienes que tener más cuidado, Vivi, lo sabes.

—Lo sé, lo sé —suspira ella, dándome un rápido abrazo—. Pero es que sabe horrible.

—Vivi... —trato de regañarla, aunque se me escapa la risa.

—¿Te importa que te dejemos sola? —me pregunta ella. Niego con la cabeza.

—No te preocupes —le tranquilizo—. Finnick llegará pronto de todos modos.

—Está bien. Nos vemos más tarde —asiente ella.

—¡Hasta luego, Leilani! —se despide Prim, dirigiéndome una amplia sonrisa. Katniss y ella no podrían ser más diferentes: creo que nunca he visto a la chica en llamas sonreír de ese modo.

Ya a solas, me tumbo en la cama. Mis dedos rozan el trozo de cuerda de Finnick y lo cojo, comenzando a practicar los pocos nudos que recuerdo de mi entrenamiento en el Capitolio. Finnick me enseñó muchos; Annie, otros tantos. Tarareo para mí una de las viejas canciones que aprendí cuando era niña, mientras aguardo a que Finnick llegue.

Su voz me avisa de que se acerca: me llevo una sorpresa al escucharle hablar airado. Me incorporo al momento, frunciendo el ceño. ¿Qué puede haber pasado?

La puerta se abre pocos segundos después y Zinnia, que era la que estaba hablando en ese momento, se interrumpe con brusquedad al verme. Finnick y ella me observan, tan en silencio que sé que hay algo de lo que no debo enterarme.

—¿Qué pasa? —pregunto al momento, observando sus expresiones. Queda a la vista que Finnick está furioso, mientras Zinnia más bien preocupada.

—No es que sea nada importante. Hemos estado con Plutarch antes de venir —se limita a decir Finnick, como si eso respondiera a mi pregunta.

—¿Quiere algo? —intuyo.

—Sí —masculla Finnick—. Pero no hay de qué preocuparse.

—¿Qué quiere? —insisto, frunciendo el ceño. No me trago eso de que no hay que preocuparse, no cuando ambos están así.

—Propos que os involucran a los vencedores rescatados —explica brevemente Zinnia—. Quieren hacer algo especial contigo. Pero no creemos que sea el momento.

Me imagino en cámara y se me retuerce el estómago. Siempre he sido extremadamente delgada, gracias a la vida en el 11, pero después de mi tiempo en el Capitolio, estoy prácticamente en los huesos. La comida del 13 no es suficiente para hacerme ganar el suficiente peso como para parecer sana. Sumándole eso a mis cicatrices, mis profundas ojeras y mi cabeza rapada... Podría ser más el hazmerreír del Capitolio que otra cosa en los vídeos.

—¿Qué quiere Plutarch de mí?

Finnick le dirige a Zinnia una mirada que no se me pasa por alto: está claro que eso le tiene enfadado. Me pregunto si habrá discutido con él antes de venir. Por lo acalorado que está, no me sorprendería.

—No quería decírselo y lo sabes —murmura, tensando la mandíbula.

—Si no se lo decimos nosotros, será Plutarch quien lo haga y será peor —replica Zinnia, aunque no se le ve emocionada—. Tiene que saberlo.

Y, sin embargo, no parece dispuesta a contármelo. Suspiro.

—No habléis como si no estuviera aquí. —Más que una protesta, aquello parece un ruego—. ¿Qué es?

Finnick suspira de nuevo y niega. Su expresión me retuerce en el estómago. Está angustiado y mucho, todo por mí. Me pongo en pie y voy hasta él, tomando sus manos con delicadeza. Zinnia arquea las cejas y esbozando una sonrisa débil para mí, da media vuelta y abandona el compartimento.

—Finn —le susurro. Él mantiene la mirada baja, evitando mirarme a la cara—. ¿Qué es?

—Hice una propo contando todo sobre Snow, Leilani —murmura él, rindiéndose finalmente. Inclina la cabeza hacia delante, apoyando su frente en mi hombro. Me tenso, tan solo un instante, antes de rodearle con los brazos y estrecharle—. La emitieron mientras os sacaban del Capitolio. Conté todo sobre la venta de vencedores y todo lo que descubrí de Snow. Todo, menos lo que te hizo a ti. Fue tan efectivo que llegó un punto en el que ni siquiera lo cortaban, simplemente dejaron que continuara.

—¿Y qué quieren que cuente yo? —pregunto, con voz queda, aunque me hago a una idea.

—Todo lo que sucedió en tu tiempo en el Capitolio. Todo lo que hayas podido descubrir de Snow. Todo lo que él haya podido hacerte alguna vez. —Finnick se estremece, o tal vez soy yo—. Si a mí me costó esfuerzo ponerme delante de esa cámara, Leilani... Lo hice porque sabía que ayudaría a recuperarte, pero no sé si hubiera podido hacerlo en otras condiciones. Y no quiero que te hagan hablar de algo tan reciente por una propo. Ni que sea necesario... No.

Guardo silencio varios segundos, repitiendo sus palabras en mi mente. Los brazos de Finnick me rodean y me acarician la espalda con suavidad. Un escalofrío me recorre, al tiempo que todos los músculos se me tensan.

El cuchillo apuñalándome. Jared y Finnick observándome morir, después de haberme causado ellos mismos la herida, mientras en sus rostros aparece una mueca burlona y mi visión se emborrona. Mi sangre cayendo por mi abdomen, cálida y roja, y yo muriendo, mientras ellos me contemplan sin decir...

Me aparto de Finnick por instinto, sin delicadeza alguna, y me cubro el rostro con las manos. «No es real, no es real, no es real.»

—Leilani...

—Estoy bien, estoy bien —digo al momento, apartando las manos y negando. Suspiro y me convenzo de que es así. Sé que no es más que el recuerdo de las torturas, pero me ha venido con demasiada intensidad—. Solo ha sido un momento. No te preocupes.

Finnick me dirige una larga mirada. Termino por asentir muy despacio.

—De todos modos, creo que tienes razón. No creo que sea el momento de hacer esas propos.

—Sin duda —masculla él. Sigue mirándome y tardo algo más de tiempo en comprender que no me mira únicamente con desconfianza, sino también con preocupación. Una preocupación infinita—. ¿Estás segura...?

—Si quieres proponer algo como cambiar el compartimento, olvídalo —le interrumpo—. Estoy bien. Solo ha sido un momento. No va a volver a pasar.

Se toma su tiempo para responder, aunque termina optando por simplemente asentir y decir:

—De acuerdo.














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