42 | the circle

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng










CUARENTA Y DOS
el círculo







Esta vez, es peor. No es de extrañar que la gravedad de mis heridas se entremezcle. El dolor es demasiado. Creo que va a poder conmigo. Desearía que la inconsciencia me trajera algo de alivio, pero incluso en ella, el ardor que acompaña a mis lesiones sigue presente. Es todo lo que puedo sentir, todo en lo que puedo pensar. Arrasa con todo como un huracán.

Entonces, un agradable frío aparece. Se extiende por mi cuerpo, haciendo frente al ardiente dolor y, de algún modo, logra contenerlo. Más que eso, comienza a hacerlo desaparecer. La sensación es tan placentera que casi me hace olvidar el dolor de unos instantes antes. Acaba con él con tan suma facilidad que me fascina. Pronto, no solo acaba con éste, sino que también logra acallar todo lo demás, todo el ruido del que ni siquiera era consciente hasta que queda silenciado. Me invade tal silencio y tal paz que deseo que se mantenga así por siempre.

Por desgracia, llega un momento en que ese silencio acaba. La oscuridad, antes del negro más absoluto, se clarea. Aprieto los párpados, tratando de que la luz desaparezca de nuevo, pero el ruido va en aumento. Cuando finalmente abro los ojos, estoy en un sitio que no conozco.

No siento dolor de ningún tipo, solo tengo sueño. Deben de haberme dado analgésicos. Puede que morflina. Eso debe ser lo que ha acallado todo. Sea lo que sea, ha debido ser una dosis elevada. La cabeza me da vueltas y siento el mundo muy lejano, pero me las arreglo para apartar las pieles que me cubren.

Las punzadas en mi costado me indican que deben haber vuelto a darme puntos. Palpo la herida. La venda que la cubre ha debido ser cambiada. Ahora me aprieta algo más, cosa que agradezco. Al llevar la mano al cuello, encuentro que también lo tengo vendado.

Aparto delicadamente el brazo de Finnick, que duerme a mi lado, y me incorporo con esfuerzo, tratando de distinguir el lugar en que nos encontramos y las personas que nos acompañan.

—Rosemary te ha hecho puntos —dice la voz de Cressida, la única persona despierta.

Miro a mi alrededor. Katniss, Dae, Peeta, Rosemary, Gale, Pollux, Cressida y, por supuesto, Finnick. No hay ni rastro de Castor ni de Homes. ¿Se quedaron atrás? ¿Les atraparon los mutos? ¿O pasó algo después de que yo colapsara? Me invade una desagradable sensación. Sea lo que sea, deben estar muertos.

—¿Dónde estamos? —Mi voz sale increíblemente ronca—. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

—Cuando salimos de los túneles, acabamos en una zona residencial. Nos metimos en una casa y nos pusimos ropa, pelucas y maquillaje para pasar desapercibidos entre la multitud. —Me cuesta imaginarme la situación. El efecto de los analgésicos debe estar pasándose, porque noto desagradables punzadas provenientes de mis heridas—. Como estabas inconsciente, fue un poco difícil. Tuvimos que fingir que estábamos llevando a una amiga borracha a casa. Os traje aquí porque Plutarch me dijo que podía confiar en la dueña de la tienda. Fue estilista en los Juegos. Se llama Tigris.

—¿Tigris? —repito, sorprendida. Cressida asiente—. De hecho, fue mi estilista.

—Eso explica por qué se puso así al reconocerte. —Cressida me pasa una lata de estofado de pollo—. Ten, come.

Como en silencio y luego me bebo el vaso de agua que ella me tiende.

—Gracias —susurro.

—Deberías despertarle —dice Cressida, señalando a Finnick, que está temblando y murmurando cosas, aún dormido—. Ha estado muy preocupado. Voy a descansar un poco más, si no te importa.

Cressida se tumba en el suelo. Agito suavemente a Finnick para despertarlo de la pesadilla.

—Finnick, despierta —susurro—. No es real.

Él abre los ojos de golpe, ahogando un grito. Miro a los demás, pero ninguno se despierta.

—Finnick, tranquilo. —Sostengo sus manos, me inclino sobre él, ignorando el dolor que esto me produce—. Finnick, Finnick.

Su mirada recae en mí. Con un jadeo, se incorpora y me abraza con tal fuerza que a punto estoy de soltar un chillido, pero logro apretar los dientes y contenerlo. Él debe advertir cómo se me contraen los músculos, ya que se aparta rápidamente, con la disculpa escrita en el rostro. Es entonces cuando advierto las lágrimas en sus ojos.

—L-Lo siento, es solo que... —La voz le muere. Niega, sin apartar la mirada de mí—. Estás viva.

—Sí —respondo suavemente, acariciándole la mejilla—. Y tú también. Estamos los dos vivos.

Él asiente lentamente, como si le costara creerlo. Sé que aún queda llegar hasta Snow y matarlo, pero ahora solo me siento feliz porque estemos vivos.

—Pensaba que no ibas a vivir. Que ibas a morir por haber vuelto a por mí —susurra Finnick, negando—. Que iba a perderte. Y, Leilani, no podía...

—No ha sido así, ¿no? —respondo, aunque hasta a mí me cuesta creerlo. El dolor que me atraviesa solo hace que me fascine más el realmente haber podido sobrevivir a todo ello—. Estamos bien, Finnick.

Han muerto siete personas en las últimas horas. Los demás hemos sobrevivido por poco. Y aún no hemos terminado con la misión. Necesito convencernos a ambos de que realmente estamos bien, porque creo que ambos estamos a poco de derrumbarnos.

—No puedes hacer eso otra vez —dice, con voz grave.

—¿El qué?

—Arriesgar tu vida por mí. —Me mira, sus ojos verdes enrojecidos por las lágrimas que debe haber dejado escapar antes de dormirse—. Siempre...

—Tú ibas a hacer exactamente lo mismo, te lo recuerdo —respondo—. De hecho, tú ibas a sacrificarte para salvarme. Justo lo que te pedí que no hicieras.

Finnick suspira. Me recuesto contra su pecho y él me abraza, esta vez con más delicadeza.

—No me arrepiento —susurra.
—Yo tampoco, Finnick —digo—. Yo tampoco.

Finnick me besa con cuidado, como si fuera a romperme en cualquier momento. Agradezco su tacto, porque lo cierto es que cada mínimo movimiento amenaza con hacerme gritar de dolor.

—No te vayas de mi lado —me ruega—. Quédate conmigo.

Sonrío. Busco su mano y la aprieto con fuerza.

—Siempre. Te lo prometo.

Esta vez, más que nunca, estoy dispuesta a cumplir con ella.

Después de que Katniss nos confiese a todos que mintió sobre su misión y que nos puso a todos en peligro solo porque quería venganza, nos quedamos en silencio un buen rato. Finalmente, Gale es el primero en hablar:

—Katniss, ya sabíamos que Coin no te había enviado a asesinar a Snow —dice. Asiento con la cabeza.

—En mi opinión, era algo obvio —declaro.

—Puede que vosotros lo supierais, pero los soldados del 13 no —contesta.

—No eran idiotas —replica Rosemary, negando con la cabeza—. No insultes a su memoria pensando que sí. Todos aquí sabíamos que no era cierto.

—¿De verdad crees que Jackson se tragó que seguías órdenes de Coin? —pregunta Cressida—. Claro que no, pero confiaba en Boggs, y estaba claro que él quería que siguieras.

—Nunca le dije a Boggs lo que pretendía hacer.

—¡Se lo dijiste a la sala de Mando entera! —exclama Gale—. Fue una de tus condiciones para ser el Sinsajo: «Yo mato a Snow».

—Pero así no —insiste Katniss—, ha sido un desastre absoluto.

—Creo que podría considerarse un éxito —responde Gale—: nos hemos infiltrado en el campo enemigo y hemos demostrado que es posible atravesar las defensas del Capitolio. También hemos logrado que nos saquen en los televisores del Capitolio. Gracias a nosotros reina el caos en la ciudad y todos nos buscan.

—Plutarch estará encantado, no lo dudes —añade Cressida.

—Eso es porque a Plutarch le da igual quién muera —le dice—, siempre que sus Juegos sean un éxito.

Cressida y Gale tratan de convencerla una y otra vez. Pollux asiente para respaldarlos. Sin embargo, los que ya hemos estado antes en la arena nos mantenemos en silencio. Busco la mirada de Dae y ella me devuelve un asentimiento tenso.

—¿Y tú qué piensas, Peeta? —pregunta entonces Katniss al fin.

—Creo... que sigues sin darte cuenta. No tienes ni idea del efecto que ejerces en los demás. —No la mira, pero Katniss no aparta la mirada de él—. Ninguna de las personas que hemos perdido eran idiotas, sabían lo que hacían. Te siguieron porque creían que de verdad podías matar a Snow.

—Y los que estamos aquí también lo creemos —añade Rosemary, dirigiéndonos una mirada a Finnick y a mí.

—Te hemos seguido porque queremos lo mismo que tú, Katniss —dice Dae, irguiéndose—. Y porque creemos en ti. Volvería a hacerlo si fuera necesario.

—Yo también —asiento. Mi voz ronca suena casi irreconocible—. Mentí por ti, Katniss, recuérdalo.

—Ya hemos llegado hasta aquí —continua Finnick, dirigiendo un asentimiento hacia Katniss—, ¿vamos a parar ahora?

Nuestras palabras terminan por calar en ella. Katniss saca del bolsillo el mapa de papel del Capitolio y lo extiende en el suelo.

—¿Dónde estamos, Cressida?

Nos encontramos a cinco manzanas de distancia de la mansión de Snow. Podemos llegar hasta allí con los disfraces. Además, las vainas están desactivadas, así que solo tenemos que preocuparnos por la multitud. El verdadero problema es cómo conseguir llegar hasta Snow. La mansión estará protegida y llena de cámaras de seguridad, y solo hace falta que alguien pulse un botón para activar cientos de trampas.

—Lo que necesitamos es sacarlo a campo abierto —dice Gale—. Así uno de nosotros podría abatirlo.

—¿Sigue apareciendo en público alguna vez? —pregunta Peeta.

—Creo que no —responde Cressida—. Todos los discursos recientes que he visto los ha dado desde su mansión, incluso antes de que llegaran aquí los rebeldes. Supongo que aumentó la vigilancia después de que Finnick airease sus delitos.

Aprieto su mano ante aquello. Él asiente, serio.

—Seguro que saldría por mí —afirma Katniss—. Si me capturasen. Lo haría lo más público posible, organizaría mi ejecución en su porche. Así Gale podría disparar desde la multitud.

—No —responde Peeta, sacudiendo la cabeza—. Ese plan tiene demasiados finales alternativos. Snow podría decidir retenerte y torturarte para sacarte información. O hacer que te ejecuten en público sin estar él presente. O matarte dentro de la mansión y exponer tu cadáver en la puerta.

—¿Gale? —pregunta ella, buscando apoyo.

—Creo que es una solución extrema. Quizá si fallara todo lo demás. Vamos a seguir pensando.

—¿Y si fuera a mí a quien capturaran? —Pronuncio las palabras sin pensar en todo lo que aquello verdaderamente significa. Mi voz es apenas un susurro, pero basta para que todos se giren hacia mí.

Debe de verse todo mi miedo e inseguridad reflejados en mi rostro, porque la negativa es contundente.

—No —declara Dae.

—Ni hablar —secunda Rosemary, al tiempo que Katniss y Peeta niegan con la cabeza. La mano de Finnick se cierra con más fuerza en torno a la mía.

—No es una opción —dice él—. Que ninguna os entreguéis. Podrían salir demasiadas cosas mal, como ha dicho Peeta. Encontraremos otra opción mejor.

Escucho un ruido sobre nuestras cabezas. Levanto la cabeza y veo que un panel del techo se ha abierto.

—Subid —nos dice una voz grave—. Tengo comida para vosotros.

Reconozco al instante el ronroneo. Obedecemos, subiendo por la escalera, mientras Cressida pregunta:

—¿Te has puesto en contacto con Plutarch, Tigris?

—No tengo medios para hacerlo —responde ella, encogiéndose de hombros—. Se imaginará que estáis en un piso franco. No te preocupes. —Luego, se gira hacia mí—. Me alegro de verte despierta, Leilani. No me gustó nada el vestido que te pusieron en el Vasallaje. Yo lo habría hecho mil veces mejor.

Sonrío y, después de dudar un poco, la abrazo. Ahora parece más un gato que la última vez que la vi, hace años.

—Estoy segura de ello, Tigris.

Ella agita la cola, feliz. Examina mi rostro y los vendajes de mi cuello. Luego, dirige una mirada de soslayo a Finnick.

—¿Cómo te encuentras? —pregunta—. Tengo más analgésicos, si lo necesitas.

—Seguramente, sí —mascullo—. Pero estoy viva, por lo menos.

Ella asiente, aún sin apartarme los ojos de encima.

—Me alegro de que lo estés —termina por decir, dando así fin a la conversación.

Mientras comemos, vemos la televisión. Ahora saben que nosotros nueve somos los únicos supervivientes rebeldes. Ofrecen una gran recompensa por cualquier información que conduzca a nuestra captura. Dicen una y otra vez lo peligrosos que somos, y muestran vídeos nuestros disparando a los agentes de la paz. Aunque no enseñan a los mutos decapitándolos, claro. Le hacen un trágico tributo a una mujer a la que Katniss asesinó para poder entrar a su casa, después de huir de los monstruos de Snow. Tiene una flecha clavada en el pecho. Por lo que susurra Katniss, le han retocado el maquillaje.

—¿Han hecho alguna declaración hoy los rebeldes? —le pregunta Katniss a Tigris, y ella sacude la cabeza—. Dudo que Coin sepa qué hacer conmigo ahora que ha descubierto que sigo viva.

Tigris se ríe.

—Nadie sabe qué hacer contigo, nena —responde.

—Me alegro que sepan que estamos vivos, de todos modos —comenta Dae, con los ojos fijos en la pantalla—. Por mi hermano y Johanna.

—Sí, tienes razón —asiento. Zinnia, Violet, Johanna y nana Yasmin han debido darnos por muertos hasta ahora. Al menos, ahora cuentan con el consuelo de saber que no ha sido así, pese a que también están al tanto que tenemos a todas las fuerzas de Snow persiguiéndonos.

Tigris nos da a cada una unas mallas de piel. No podemos pagárselas, pero ella no le da importancia. Se lo agradecemos y volvemos al sótano. Estamos un buen rato intentando encontrar un buen plan para infiltrarnos en la residencia de Snow. Aunque no tenemos nada claro, estamos de acuerdo en que tenemos que separarnos. El consenso general es que tenemos que intentar infiltrarnos en la mansión antes de usar a Katniss o a mí como cebo.

Después de discutir un rato, nos preparamos para dormir. Nos cambiamos las vendas y, por primera vez, veo el aspecto de la herida del cuello. En realidad, son tres heridas. Sé que estoy viva por poco, porque es una zona preocupante y porque he perdido mucha sangre. Aún me siento algo débil y mareada, pero no es nada muy grave.

—Me quedarán cicatrices, sin duda —comento, mientras me pongo una venda limpia.

—Me gustan las chicas con cicatrices —susurra Finnick en mi oído, con su antiguo tono coqueto. Se me escapa una carcajada, sin creer que haya decidido volver a ese personaje en ese preciso momento—. Son sexis.

—¿Cuánto tiempo hace que no dices cosas así? Ahora suena muy raro —digo, haciéndole reír.

Finnick me ayuda a cambiarme ambas vendas. Atiendo sus heridas, aunque éstas son más leves, antes de tomarme otra dosis de analgésicos y recostarme junto a él. Sus brazos me rodean y me acercan a su pecho. Con el efecto de los analgésicos haciendo que se me cierren los párpados, logro girarme hacia él y susurrar un «te quiero» antes de caer dormida.

Por la mañana, desayunamos y vemos en la tele una de las interrupciones de Beetee. A algún comandante se le ha ocurrido la idea de enviar coches abandonados sin conductor por las calles, activando la mayoría de las vainas. Así, los rebeldes consiguen controlar varias manzanas en poco tiempo.

—Esto no puede durar —dice Gale—. De hecho, me sorprende que haya servido tanto tiempo. El Capitolio se adaptará desactivando algunas trampas concretas para activarlas cuando sus objetivos estén al alcance.

Poco después, vemos como justo lo que él ha predicho pasa en pantalla. Un coche pasa por una calle y dispara cuatro vainas. Todo va bien. Tres rebeldes cruzan la calle sin problema. Pero, cuando los otros veinte soldados intentan seguirles, las macetas de una floristería los vuelan en pedazos.

—Seguro que Plutarch se está tirando de los pelos por no poder cortar la emisión —comenta Peeta.

Beetee le devuelve la retransmisión al Capitolio. Una periodista dice a los civiles que abandonen sus casas por seguridad. Oímos ruido fuera. Nos asomamos a la ventana y vemos a los refugiados huyendo. Algunos van en pijama. Otros, han recordado coger ropa de abrigo. Muchos llevan objetos de todo tipo: joyas, portátiles, macetas... Incluso veo a un hombre con un plátano demasiado maduro en la mano.

Tigris se ofrece a hacer de espía, ya que es la única por la que no ofrecen una recompensa. Así que sale a las calles del Capitolio para buscar información. Cuando regresa, horas después, lo hace con comida caliente: una sartén de jamón troceado con patatas. Finnick intenta darme parte de su comida, pero yo me niego.

Tigris nos cuenta que hay muchos refugiados por las calles del Capitolio. Muchos residentes han cerrado sus casas y han fingido no estar ahí, en lugar de ofrecerles cobijo, como ha dicho Snow. Los agentes están yendo de puerta en puerta para asignar refugiados, a veces incluso derribándolas.
En la tele, el jefe de los agentes de la paz dice cuántas personas por metro cuadrado debe aceptar cada vivienda. Según lo que cuentan, incluso el presidente ha dejado un espacio en su mansión para los refugiados. Piden a los habitantes que sean unos anfitriones amables, en estos tiempos de crisis. También recuerda que las tiendas podrían usarse para admitir necesitados, en caso de falta de espacio.

—Tigris, esa podrías ser tú —dice Peeta.

También aparece en la televisión que una multitud mató ayer a palos a un chico que se parecía a Peeta. Piden que, en caso de ver a un sospechoso, avisen de inmediato a los agentes. Ponen una foto de la víctima. Aparte de unos rizos decolorados, se parece tanto a Peeta como yo. Parpadeo, incrédula.

—La gente se ha vuelto loca —murmura Cressida.

—Eso es lo que produce el pánico —apunta Dae.

Hay una corta interrupción de los rebeldes, que han tomado unas manzanas más. Katniss lo marca en el mapa.

—La línea C está a tan solo cuatro manzanas de aquí —dice. Luego, se pone de pie—. Deja que lave los platos.

—Te echaré una mano —se ofrece Gale.

Los dos se marchan y veo a Peeta observándolos en silencio. No tardan mucho en volver. Nos cuentan el plan que se les ha ocurrido, pero dicen que Peeta debe quedarse atrás: pretenden colarse en la mansión de Snow como refugiados. Dicen que es probable que todos seamos capaces de pasar desapercibidos entre la multitud, pero les preocupa cómo puede reaccionar Peeta. No se me pasa por alto el modo en que me mira Gale después de que aquello sea dicho. Peeta lo acepta de manera racional, pero luego dice que saldrá él solo.

—¿Para hacer qué? —pregunta Cressida.

—No estoy seguro. Quizá todavía sirva para crear una distracción. Ya visteis lo que le pasó al hombre que se me parecía.

—¿Acaso quieres que te maten a palos? —espera Rosemary, incrédula.

—No digo eso —replica él, negando—. Solo digo que podría... Que podría atraer la atención y alejarla de vosotros si fuera necesario.

—¿Y si... pierdes el control? —pregunta Katniss.

—¿Si me vuelvo muto, quieres decir? Bueno, si noto que empieza, intentaré volver aquí —asegura.

—¿Y si Snow te vuelve a atrapar? —insiste Gale—. Ni siquiera tienes un arma.

—Tendré que arriesgarme. Como vosotros.

Gale se mete la mano en el bolsillo del pecho, saca su pastilla de jaula de noche y la pone en la mano de Peeta.

—¿Y tú? —pregunta a Gale.

—No te preocupes, Beetee me enseñó a detonar las flechas explosivas a mano. Si eso falla, tengo mi cuchillo. Y tengo a Katniss —añade Gale, sonriendo—. Ella no les dará la satisfacción de atraparme con vida.

—Acéptala, Peeta —dice ella—. No tendrás a nadie para ayudarte.

Rosemary le dirige una larga mirada, antes de decir:

—Iré yo con él.

—Ni hablar —salta Peeta al momento.

Katniss la mira durante un instante.

—¿Estás segura?

—Aunque sea cerca, para tenerlo vigilado —asiente ésta—. Asegurarme de que no le pasa nada. De todos modos, somos ya demasiados. Una persona menos intentando colarse en la mansión nos vendrá hasta mejor.

Al final, pese a la negativa de Peeta, Katniss accede. Apenas dormimos por la noche. Todos tenemos pesadillas y nos despertamos unos a otros. No dejo de ver los mutos en sueños, acechándome, persiguiéndome o inmovilizándome mientras veo cómo asesinan sin piedad a Finnick, Violet, Zinnia, Dae, Johanna... Entonces, una vez están muertos, se giran hacia mí, con su horripilante cabeza de reptil. Solo que los monstruos ya no son mutos, sino que todos ellos llevan el rostro de Snow. Su sonrisa me hace querer gritar hasta morir, mientras les veo acercarse más y más...

Sobre las tres, me rindo y me siento, con la espalda apoyada en la pared. Finnick ya está despierto.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —pregunto.

—Una hora, creo. No puedo dormir. Las pesadillas no me dejan. Y, sin ofender, tus patadas y tus gritos tampoco.

—Lo siento —mascullo, restregándome los ojos.

—No tienes nada por lo que disculparte —responde él.

Giro la cabeza hacia Finnick. Tiene la mirada perdida y, por el visible cansancio en su rostro, dudo que haya dormido siquiera. Busco su mano con la mía. La sostengo, acaricio el dorso de la suya. Él suspira.

—Tenemos que salir de esta —me susurra—. Si tú...

—Estamos muy cerca —respondo, en voz baja—. Podemos realmente lograrlo. Quiero lograrlo, Finnick. Quiero una vida contigo.

—Dices eso, pero luego... —Sus ojos bajan a la venda que rodea mi cuello. Sonrío débilmente—. No puedo volver a verte así, Leilani. No...

—Viviremos en el 4 —le interrumpo—. No tiene por qué ser en la Aldea de los Vencedores. Una casa para nosotros. El mar, la playa. Podrás enseñarme todos los lugares que amas. Tendremos una vida juntos, lejos de todo esto. Estaremos bien, Finnick.

Se vuelve finalmente hacia mí. Las ojeras bajo sus ojos delatan su agotamiento. Inclino la cabeza hacia él, uniendo nuestras frentes. Acaricio su mejilla, mientras le veo cerrar los ojos.

—Cuando todo esto acabe, tendremos eso —le susurro—. Te lo prometo.

—Los dos lo hemos prometido ya —me responde débilmente—. Más vale que la cumplamos.

Sonrío.

—Lo haremos. Solo... Solo tenemos que ocuparnos de Snow.

—Pagará por todo. —Su voz suena firme. Aún sin abrir los ojos, aprieta con mayor fuerza mi mano—. Ojalá... Solo quiero que todo esto acabe. Estar contigo.

—Yo también —susurro—. Mañana sabremos qué pasa.

—Mañana —repite él.

Me da miedo pensar en mañana. Cualquiera de los que estamos en este pequeño sótano puede morir.

—Estoy asustada por mañana —confieso.

—Yo también. —Me mira. Sus ojos verdes continúan enrojecidos—. No... Tienes que ir con cuidado, Leilani. Es un milagro que estas heridas... —Suspira—. No puedes volver a arriesgarte de ese modo. Por favor.

—Créeme, no quiero volver a pasar por esto —mascullo. El dolor es apenas soportable. Si no fuera por los analgésicos...

Sus ojos no se apartan de mí. Sé que espera que le asegure que tendré cuidado, pero no sé si podré cumplir con ello. No quiero romper una promesa, no una que le haga a él. Suspiro y me inclino hacia él, uniendo nuestros labios en un beso tan amargo que creo que me sentiré aliviada una vez acabe. Sin embargo, cuando nos separamos, tan solo me invade más tristeza.

—Te amo, Finnick —susurro. Él suspira.

—Te amo, Leilani.

No hablamos más, incluso cuando ambos sabemos que aún hay cosas por decir. Ninguno está dispuesto a ceder en ciertas cosas. Sé que se siente del mismo modo que yo con respecto a ello. Así que lo dejo estar. Ambos lo hacemos. Simplemente, nos quedamos juntos, preparándonos para lo que sea que pueda suceder en las próximas horas.

A las cinco, todos nos levantamos. Comemos lo que queda de comida: melocotones en lata, galletas saladas y caracoles. Le dejamos a Tigris una lata de salmón, en agradecimiento. Parece que el gesto la conmueve. Se pasa una hora preparándonos: nos viste de modo que la ropa normal esconda los uniformes incluso antes de ponernos las capas y los abrigos, cubre las botas militares con una especie de zapatillas peludas, nos sujeta las pelucas con horquillas, nos maquilla y nos envuelve en la ropa de abrigo para ocultar las armas. Después nos da bolsos y hatillos con chismes. Al final somos como cualquier otro refugiado que huye de los rebeldes.

—Nunca subestimes el poder de una estupenda estilista —dice Peeta.

—Sin duda. Al fin y al cabo, estamos hablando con la persona que me transformó en la Diosa Dorada —añado, sonriendo. Tigris me abraza—. Gracias por todo.

—Siempre has sido fuerte, Leilani —me responde ella, conmovida—. Espero volver a verte después de todo esto. —Asiento con el corazón en un puño—. Buena suerte.

La calle está aún llena de refugiados. Pensamos meternos en la multitud en cinco grupos. Primero irán Cressida y Pollux, que harán de guías a una distancia segura. Luego, iremos Finnick, Dae y yo, para asegurarnos de despejar el camino. Katniss protestó cuando comprendió que lo que queríamos decir era que, si nos descubrían, ellos tendrían tiempo de huir y ponerse a salvo, pero acabamos convenciéndola. Después, Katniss y Gale. Peeta irá el último, para crear una distracción si hace falta, y Rosemary le acompañará, como acordamos anoche.

Tigris observa por la ventana. Abre la puerta y hace un gesto a Cressida y Pollux.

—Cuidaos —dice, y se van.

Finnick, Dae y yo salimos un minuto después. Me ajusto la bufanda para taparme bien la cara. La peluca que me ha dado Tigris se me hace incómoda, incluso cuando se ajusta perfectamente a mi cabeza. Finnick me coge de la mano para no separarnos entre la multitud y, a su vez, yo sujeto a Dae. A lo lejos, veo a Cressida y Pollux. Les seguimos, esperando que Katniss y Gale nos vean.

—¡Manténganse a la derecha! —grita un agente de la paz. Está dirigiendo el tráfico humano.

Escucho disparos a distancia.

—No me gusta esto —susurro.

—Todo saldrá bien —dice Finnick.

—Cuidado —avisa Dae, tirando de mí para evitar que una mujer histérica nos golpee a Finnick y a mí.

Poco después, suenan disparos. La gente que hay frente a nosotros cae al suelo. Ahogo un grito. Otras personas caen a mi espalda.

Finnick nos empuja a ambas y los tres caemos al suelo. Nos arrastramos hasta las tiendas que hay a nuestra derecha y nos cubrimos con un cartel. Veo a más refugiados ser derribados. También a algunos agentes, pero pocos.

—Tenemos que salir de aquí —digo—. Ya.

—No podemos llegar a la mansión —responde Dae, observando con rostro tenso nuestro entorno—. Nos matarán antes. Tenemos que ponernos a cubierto.

Finnick asiente, tenso. Ambos tiran de mí para ayudarme a ponerme en pie. Ignoro las punzadas en mi costado apretando los dientes. Corremos por la calle. Hemos perdido a Cressida y Pollux de vista y no sé si Katniss y Gale nos ven. No podemos preocuparnos por eso ahora. Siguen sonando disparos.

—¡Por ahí! —grita Finnick, arrastrándonos hasta un callejón.

Saca su fusil y lo carga. Dae le imita. A mí tan solo me queda una pistola: perdí mi cinturón, repleto de los cuchillos de Beetee, durante el ataque de los mutos.

Un agente aparece en la entrada. Veo que nos reconoce y está a punto de gritar nuestros nombres. Finnick le dispara en la cabeza y cae al suelo. Esboza una mueca, pero tensa la mandíbula y nos hace un gesto para que nos movamos. Voy hacia su cuerpo y le quito la pistola, tratando de ignorar por todos los medios posibles la sangre que mana de su herida.

—No llegaremos a ningún lado por aquí —digo, contemplando el final del callejón—. ¿Vale la pena tratar de regresar?

—No tenemos muchas más opciones —masculla Dae, contemplando con angustia el cuerpo del agente—. Si no morimos fuera, lo haremos aquí cuando nos encuentren. No podemos defendernos eternamente en un callejón sin salida, pero si logramos volver por donde hemos venido... —Niega con la cabeza—. Intentemos encontrar a los otros.

Los tres salimos corriendo. Por el camino, vemos docenas de cadáveres. Algunos están quemados, otros desangrados, otros con marcas de disparos. Estos aún suenan por todas partes. Me cuesta un gran esfuerzo mantener la calma. Apretando los dientes, disparo a los agentes que se nos interponen en el camino y no me separo en ningún momento de Finnick ni Dae.

—¡Espera! —dice él, cogiéndome de la muñeca.
Me detengo y miro a una chica que está llorando en un portal. Su capa está llena de sangre.

—¡Katniss! —la llamo. Voy hacia ella—. ¿Qué ha pasado?

Se la ve desorientada. Dejando escapar un sollozo, me abraza con brusquedad, casi tirándome al suelo. Intercambio una mirada de preocupación con Dae y Finnick.

—Se han llevado a Gale. No tiene la jaula de noche. Me ha dicho... Me ha dicho que le dispare, pero lo he entendido demasiado tarde —explica, secándose las lágrimas—. Pensaba que estabais muertos.

—Aún no —susurro—. ¿Sabes algo de los demás?

—No —responde ella, angustiada—. ¿No habéis vuelto a verles?

—Perdimos de vista a Pollux y Cressida cuando empezaron a disparar —responde Finnick con voz grave—. Y a Peeta y Rosemary no les vemos desde que salimos de la tienda de Tigris.

Katniss aprieta la mandíbula. Dae le tiende la mano.

—Arriba —le anima—. Me temo que esto aún no ha terminado.

Ella asiente despacio, aceptando su ayuda. Me incorporo con esfuerzo. El efecto de los analgésicos está desapareciendo y el hecho de haber corrido y haberme agachado junto a Katniss no ayuda a aliviar mi dolor. Me llevo la mano a la herida, deseando que no hayan vuelto a saltarse los puntos.

—Tienes razón —dice Katniss. Se seca las lágrimas, nuevamente decidida—. Tenemos que llegar a Snow.

—Espera un momento —la detiene Dae.

Le quita la capa y le da la vuelta, evitando así que se vea el interior negro y no la parte de fuera, llena de sangre. Ella se sube la capucha para ocultar su cara y se sujeta el arma contra el pecho. Finnick, Dae y yo hacemos lo mismo. Nos metemos entre los refugiados que se han quedado atrás. Tomadas del brazo, Katniss y Dae se colocan detrás de una pareja de ancianos, mientras Finnick y yo nos quedamos a poca distancia de ellas. Cuando llegamos a un cruce, ambas se detienen de golpe. Nosotros avanzamos hasta colocarnos a su lado.

Estamos en el Círculo de la Ciudad. Vemos la mansión de Snow entre otros edificios de aspecto lujoso. Hemos llegado. Aprieto con más fuerza la mano de Finnick.

—Vamos —susurra Katniss.

Los cuatro empezamos a avanzar a empujones, haciendo lo posible por llegar hasta la mansión del presidente. El corazón me late a toda velocidad. ¿Realmente vamos a hacerlo? ¿Voy a meterme voluntariamente en aquel lugar, sabiendo que él está ahí? Si el plan fracasa, si nos atrapan y tengo que volver a verle...

—Finnick —susurro, con voz ahogada. Estamos ya a mitad de camino—. Finnick, no puedo.

Él se vuelve hacia mí. Aprieto su mano con más fuerza, pero no puedo detenerme, porque la multitud nos empuja. Finnick acaricia el dorso de mi mano, tratando de tranquilizarme. Me esfuerzo por mantener la calma.

—Voy a sacarte de aquí —me susurra, mirando con preocupación a nuestro alrededor—. En cuanto nos sea posible...

La gente sigue empujándonos hacia delante. Distinguidos una barricada de hormigón. Está repleta de refugiados. Al principio, pienso que son el grupo que han elegido para proteger la mansión. Pero al acercarme, veo que está llena de niños, desde bebés hasta adolescentes. Se me forma un nudo en la garganta.

—Son el escudo humano del presidente —digo, horrorizada. Ninguno de los otros tres me corrige.

—¡Los rebeldes! ¡Los rebeldes! —grita la gente, mientras echan a correr de un lado para otro.
Finnick me sujeta la mano con fuerza, logrando mantenernos juntos. Agarro a Katniss por la muñeca, para no separarnos en la multitud, mientras ella se aferra a Dae.

—¡Han entrado! —exclama la del 8, con los ojos muy abiertos—. ¡Los refugiados están huyendo a las avenidas!

—¿Qué hacemos? —pregunto.

—Mirad —grita Katniss, señalando hacia la barricada.

Un aerodeslizador con el escudo del Capitolio aparece en el cielo y deja caer paracaídas plateados sobre los niños. Ellos corren hacia ellos. Saben que hay comida, medicinas y regalos. Muchos lloran, mientras tratan desesperadamente de alcanzar esos preciados bienes. Se me encoge el corazón al ver su angustia.

Es cuando el aerodeslizador desaparece cuando unos veinte paracaídas estallan. Grito cuando la nieve blanca se vuelve roja. Mis ojos no logran apartarse de la macabra imagen, incluso cuando siento que pierdo fuerza en las piernas y Finnick y Katniss tienen que sostenerme para que no me derrumbe en el suelo.

Muchos de los niños mueren al instante, pero otros se quedan agonizando. Los agentes de la paz apartan la barricada y corren hacia ellos. También hay médicos, médicos rebeldes. Se meten entre los niños, desesperados por ayudarles. Mis ojos se mueven entre ellos, viéndoles socorrer a los niños. Entonces, mi mirada recae en una trenza rubia que reconozco, para mi sorpresa.

Katniss se queda paralizada unos segundos y luego empieza a correr hacia la barricada, gritando su nombre. Dae la llama. Va tras ella. Jadeo y logro recuperar la movilidad de las piernas. Echo a correr, arrastrando a Finnick conmigo. No podemos dejarlas solas. No podemos separarnos ahora.

Veo a Katniss a punto de alcanzar la barricada, con Dae pocos pasos por detrás. Nosotros tan solo llevamos unos metros de desventaja. Katniss grita el nombre de su hermana. Prim se vuelve, sorprendida.

Finnick tira de mí y me cubre con su cuerpo cuando el resto de los paracaídas explotan.













Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro