43 | the closure

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng










CUARENTA Y TRES
el cierre







Siento mi cuerpo arder. Durante mucho tiempo, solo hay fuego y oscuridad. Creo que voy a morir, lo creo todo el tiempo. Sin embargo, no es así. Algo dulce corre por mis venas y reconozco la ya familiar morflina. Me hace olvidar el dolor, me hace dormir durante lo que creo que son días. Siento que me falta algo, sé que me falta algo, pero no puedo despertarme y preguntárselo a las personas que hay a mi alrededor.

Oigo sus voces, la mayoría desconocidas, pero a veces también escucho a Johanna, Jared, Haymitch, Annie, Plutarch, Rue... Vivos y muertos, ya da igual. Pero hay una voz que no escucho en ningún momento. La de Finnick. Su ausencia me quema, pero como no es un dolor físico, las medicinas no me ayudan.

El trance en el que estoy sumida se extiende una eternidad. Llega un momento en que creo que me mantendrán así por siempre. No obstante, la morflina acaba por ir desapareciendo, porque noto como la calma que transmite va desvaneciéndose poco a poco. Me disminuyen la dosis. Quieren que despierte.

No obstante, aún tardo lo que parecen horas en lograrlo. Para cuando lo logro, hay un médico a mi lado, que me observa serio. Noto mi piel sensible, mi cuerpo débil. Me dice que viviré y que no me quedarán cicatrices importantes. Haymitch es quien aparece a los pocos segundos. Me explica los últimos sucesos. Hemos ganado. El Capitolio se rindió tras ver cómo el gobierno bombardeaba a sus niños. Snow está prisionero y a espera de ejecución.

En cuanto al grupo que tratamos de llegar a la mansión, Cressida y Pollux están grabando los destrozos que ha dejado la guerra en los distritos, Gale ha ido al 2 a derribar a agentes de la paz y Finnick, Dae, Katniss, Rosemary y Peeta siguen en la unidad de quemados, recuperándose. Al parecer, estos dos últimos llegaron al Círculo de la Ciudad, aunque no les vimos antes de la explosión de los paracaídas.

Mi voz sale ronca cuando pregunto si puedo verles. Haymitch niega. Me dice que no estoy preparada. No solo por mi estado, sino por el suyo. Eso es lo que más me asusta. El pánico me invade mientras imágenes grotescas aparecen en mi mente. Pierdo la calma y el control. Comienzo a chillar y a intentar levantarme. Haymitch trata de calmarme con otras noticias, como que Zinnia, Violet y nana Yasmin están bien y vendrán pronto al Capitolio, pero como no lo consigue, el médico que ha estado en todo momento en la sala me pincha con una aguja y vuelve a dejarme inconsciente.

Cuando abro nuevamente los ojos, ya no hay un médico a mi lado. Tampoco está Haymitch. Johanna me observa, seria. Ya tiene más pelusilla en la cabeza y parece estar sana. Me pregunto qué aspecto debo tener yo. Probablemente, bastante peor que el suyo. No logro sonreírle.

—Johanna.

—Hola, Chica Cereal.

—¿Cómo están los demás, Johanna?

Ella aprieta los puños, nerviosa.

—No sabían si deberían dejarte ir a verles, pero he insistido en que lo hagan. Haymitch y Beetee me han respaldado. Te hemos conseguido el permiso. Pero, Leilani, tienes que saber que tú has sido la que te has llevado la mejor parte de la explosión.

Trago saliva. Asiento. Me miro los brazos y las piernas, la piel enrojecida y débil en ciertas zonas. Pero no en tantas como me había imaginado. Finnick me cubrió. Me salvó.

Me incorporo.

—Tengo que ir —digo—. Tengo que verles.

—Pero aún no —susurra ella, negando. Me obliga a tumbarme de nuevo—. Te han concedido permiso para ir una vez consideren que estás lo suficientemente bien como para moverte por ti misma. Han curado tus heridas y tus quemaduras. Solo queda que termines de recuperarte.

Me pican los ojos por las lágrimas contenidas.

—¿Están muy mal, Johanna? No me mientas, por favor.

Ella tensa la mandíbula.

—Se recuperarán, pero sí. Han tenido... Han tenido que sustituir la piel quemada. Ha sido mucho trabajo. Es una recuperación larga. Ninguno ha despertado aún. Les mantienen dormidos con morflina hasta que el dolor sea soportable.

—Vale —mascullo, con voz ronca—. Entonces, di que quiero empezar con la rehabilitación ya. Necesito verles.

A partir de ahí, paso los siguientes días siguiendo las instrucciones de los médicos. Primero, me hacen realizar pequeños movimientos: sostener la cuchara, mover el brazo para llevarme la comida a la boca, tragar, sentarme, ir andando hasta el baño. No protesto y trato de no insistir en la visita cuando logro la suficiente estabilidad como para mantenerme en pie sola y caminar por la habitación sin cansarme. Pero aún no hay nada definitivo.

Entonces, Haymitch regresa.

—Levanta, preciosa —dice, con voz ronca—. Te has ganado el permiso para ir.

Me incorporo de inmediato, ignorando el dolor que siento al hacerlo con tal brusquedad. Me fijo en que en la muñeca han vuelto a colocarme una pulsera. «Mentalmente desorientada». No creo que se equivoquen.

—Quiero verles, Haymitch.
—Lo sé, preciosa. Por eso estoy aquí. Cámbiate de ropa y ven conmigo.

Señala el montón de ropa que hay en la silla. Han debido de colocarlo mientras dormía. Ni siquiera me había fijado en él. Me lo llevo al baño. Me quito el camisón blanco de hospital y observo mi cuerpo sin él. Mi piel está en algunos lugares roja, en otros rosa y en otros de mi tono natural. En el costado, se me ha quedado una cicatriz irregular, pero no tan destacable como podría haberme imaginado. Contemplo mis uñas, mordidas hasta la raíz. No puedo dejar de mirar las marcas de quemaduras. Si yo estoy así, ¿cómo deben estar Finnick, Dae, Katniss, Rosemary y Peeta?

Cuando salgo nuevamente, Haymitch me guía por los pasillos del hospital. Estoy nerviosa. Noto el cansancio invadirme antes de lo que esperaba, pero trato por todos los medios de no demostrarlo. Haymitch, que debe notarlo, se limita a ofrecerme el brazo como apoyo, cosa que agradezco.

—Están en habitaciones separadas, así que he supuesto que querrías ver primero a Finnick.

—Gracias —susurro.

Me señala una puerta blanca. Tras dudar un instante, la abro con manos temblorosas y entro en la habitación. Finnick está ahí, tumbado bocabajo en una cama idéntica a la mía. Su cara, brazos y cuello están llenos de quemaduras, como mi piel, solo que aquí las marcas son más numerosas. Apenas veo nada de su tono natural, todo es rojo o rosa. Se me encoge el estómago. Su pelo también se quemó y se lo han cortado como han podido, irregularmente. Tiene los ojos cerrados y respira lentamente, pero parece más muerto que dormido.

Me acerco lentamente a él, conteniendo la tentación de tocarle la mejilla, tratar de despertarle. Por el modo en que mantiene la cabeza apoyada en la mejilla izquierda, asumo que esa no está tan delicada como la derecha. Debió girar la cara al cubrirme. Los ojos se me llenan de lágrimas, pero no las dejo escapar.

—Tienes todo el tiempo que necesites —me avisa Haymitch—. Pide a un médico que te lleve a ver a los demás cuando quieras. Puedes llamarles con el timbre.

—Gracias —susurro, dejándome caer en la silla junto a su cama. Haymitch se va sin decir más, cerrando la puerta a su espalda.

Contemplo el rostro de Finnick. Apenas le reconozco. Está tranquilo, indudablemente porque la dosis de morflina aún es elevada. Creo que jamás le he visto dormir tan plácidamente. Ese pensamiento escuece. El silencio se extiende durante lo que deben ser horas, porque aún sigo allí cuando un médico me trae la bandeja con la cena y me dice que me queda media hora allí. No se me ocurre nada que pueda decirle, ni siquiera cuando siento que debería. No me escuchará. Lo sé porque yo no he sido consciente de ni una palabra durante el tiempo en que he permanecido inconsciente.

Ceno en silencio y sin apetito. Aparto la bandeja tan pronto termino. Sostengo una de sus manos, las más cercanas a mí. No han sufrido mucho daño, probablemente porque las mantuvo en mi espalda durante la explosión.

—Hemos sobrevivido, Finnick —susurro—. Todo va a acabar pronto. Snow va a morir. Podremos irnos. Podremos tener la vida que queríamos juntos.

Silencio. No me esperaba ningún tipo de reacción. Alguien llama a la puerta y me dice que debo regresar a mi habitación. Dejo un beso en sus nudillos.

—En cuanto despiertes, todo estará bien —le aseguro, a pesar de saber que no me oye—. Te lo prometo.

Abandono la habitación tras aquello. De regreso en la mía, me acuesto y permito que me administren las medicinas. Aún incluyen una buena cantidad de analgésicos, lo que me ayuda a dormir rápido y sin pesadillas. Lo agradezco infinitamente.

Paso los siguientes días visitando a los demás, aunque la mayor parte de mi tiempo transcurren junto a Finnick. Johanna me acompaña muchas veces. Cuando no está conmigo, está con Dae. Haymitch me echa un ojo. Se asegura de que coma. Poco a poco, los demás van recuperándose. Rosemary es la primera a quien le retiran la morflina, con Peeta poco después. Ambos estaban algo más lejos que nosotros, de modo que sus quemaduras no son tan graves. Conozco a la madre de Rosemary y me reencuentro con la hermana de Peeta. Nax apenas logra sonreírme. Sé que está así por Prim, así que lo respeto y no fuerzo ninguna conversación.

Zinnia y Violet llegan un par de días después. No puedo contener las lágrimas mientras les abrazo. Me preguntan por mis heridas. Les pregunto por la guerra. Nana Yasmin regresó al 11 en cuanto fue seguro. Dice que puede morir sin pisar el Capitolio, es más, lo prefiere. La comprendo.

—¿Y Finnick? —pregunta finalmente Violet—. ¿Cómo está?

—Se recuperará —le aseguro—. ¿Cómo estás tú, Vivi?

Baja la mirada. Se encoge de hombros.

—No lo sé. Prim... —Se le rompe la voz—. Estaba muy emocionada por venir, ayudar. Le dije que era una locura. Ni siquiera... Ni siquiera tenía edad de soldado. Pero me dijo que no pasaría nada y no insistí. Si hubiera sabido...

—No hubieras podido saber, Vivi —murmuro, abrazándola nuevamente—. Nadie podíamos imaginarnos eso.

Zinnia me mira con ojos tristes. Sostengo su mano, aún abrazando a Violet. La guerra ha acabado, pero ahora toca un largo periodo de recuperación. Hay heridas físicas y psicológicas. Me pregunto si lograremos cerrarlas todas. Lo dudo.

Katniss y Dae despiertan a los pocos días. Johanna no se aparta de la segunda ni un instante desde que abre los ojos. Alterno mis visitas entre ambas y Finnick. Exijo explicaciones de por qué aún no le disminuyen la dosis. Me dicen que, debido a la gravedad de las heridas, aún no es prudente. Parece estar costándole a su cuerpo algo más de esfuerzo aceptar las nuevas células de piel.

Katniss no dice ni una palabra. A nadie. No le fuerzo. Continúo visitándola de igual modo, como a los demás. Rosemary está deseando que le den el alta de una vez. Me pregunta constantemente por el estado del resto y le respondo como puedo. Peeta, por su parte, ha adoptado una actitud pensativa. Habla poco y, cuando lo hace, es para jugar al «real o no». Hago lo posible por responder a sus preguntas de la mejor manera, siempre con Nax ahí para ayudarme. Por otro lado, Dae, siempre acompañada de Johanna y su hermano Jian, sonríe más que de costumbre.

—No sé si debería sentirme mal por ello, pero no puedo evitar estar aliviada —me confiesa en una ocasión—. Las pérdidas... —La voz le muere en la garganta. Suspira y niega—. Pero ha acabado, por fin. O lo hará en cuanto Katniss mate a Snow. No más presidente, no más Juegos. No sé imaginarme mi vida sin ello, pero sé que será mejor que la vida que hemos tenido hasta ahora. Y quiero que acabe todo ya.

—Yo también —le aseguro, sosteniendo su mano. En cuanto Finnick despierte, en cuanto Snow muera, todo acabará. Me cuesta creerlo.

Conforme van recuperándose, los demás se trasladan a una habitación en la mansión Tratan de convencerme para mudarme con Zinnia y Violet, pero me niego a abandonar a Finnick. Haymitch trata de conseguir que no me obliguen a irme, pero no lo logra. Me quitan mi habitación en el hospital. Así que acabo pasando las noches en la de Finnick, durmiendo encogida en una silla. Los demás se marchan. Pronto, descubro que no les permiten venir a vernos, así que me veo completamente sola, con la única compañía de Finnick. Comienzo a hablarle a la desesperada, incapaz de comprender cómo aún no está lo bastante recuperado.

—Vuelve, por favor —susurro—. Te necesito. No puedo con todo esto sola, Finnick. Necesito que vuelvas a mi lado, por favor. Me prometiste que no me abandonarías. —Las lágrimas me pican en los ojos. Repito las mismas frases, una y otra vez, a la espera de que finalmente esté bien—. Que estés así es culpa mía. Lo siento mucho, Finnick. Lo siento.

Llega un punto en que me prohíben continuar viviendo allí y casi soy arrastrada a la mansión por soldados del 13. Me pongo tan histérica que se ven obligados a volver a sedarme. Paso los siguientes días rogando por noticias, hasta que Haymitch termina por venir a verme de nuevo.

Sé por su expresión que algo ha pasado.

—Preciosa, volvemos al hospital —me dice—. Está despierto y pidiendo verte.

El trayecto se me hace insoportablemente largo. Haymitch intenta calmarme, pero termina por desistir. Me tiemblan las manos mientras recorro el ya familiar pasillo donde está la habitación de Finnick. Me detengo frente a ella, con el corazón latiendo a toda prisa.

—Por lo que sé, está solo —me dice, haciéndome un gesto—. Me aseguraré de que os dejen tranquilos.

—Gracias, Haymitch.

Sin pensarlo mucho más, abro la puerta y entro, cerrando a mi espalda. Mis ojos se dirigen a la cama, donde está Finnick. Le he visto tantas veces dormido en ella que me sorprende cuando le veo sentado y completamente despierto. Aún está muy pálido y parece que solo estar incorporado le cuesta, pero por fin tiene los ojos abiertos. Me sonríe de un modo en que no he visto nunca. Parece... aliviado.

—Hola —me susurra.

No sé en qué momento he empezado a llorar. Avanzo hacia él, sintiendo un nudo en la garganta que me impide hablar. Ríe suavemente, mientras se hace a un lado en la cama y me hace un gesto para que me siente en el borde de ésta.

—Estás despierto —logro susurrar.

—Eso parece —responde, tomándome la mano. Le brillan los ojos—. Hemos sobrevivido, Leilani. los dos.

Se me escapa una risita, aunque las lágrimas siguen cayendo. Me envuelve con sus brazos y me acerca a su pecho. Me recuesto sobre él, con cuidado de no hacerle daño. A Finnick parece no importarle en lo más mínimo eso con tal de tenerme cerca.

—Te lo prometí —digo, con voz ahogada—. Nos lo prometimos.

—Tienes razón —asiente él, acariciándome la mejilla—. Ya va creciéndote el pelo, ¿eh? No sé si ahora lo tengo peor yo.

Río nuevamente.

—Creo que esta vez hemos invertido papeles —continúa diciendo—. Generalmente, eres tú la que se lleva las peores heridas.

—Para ya de bromear —protesto, aunque no puedo parar de sonreír.

—¿Por qué? Te estás riendo —responde, besándome en la coronilla—. Es mejor que verte llorar. Y todo ha acabado. Podemos permitirnos algo de felicidad, ¿no?

Puede que no quiera verme llorar, pero con esas palabras no ayuda a que mis lágrimas se detengan. Suspirando, me incorporo y me vuelvo hacia él, colocándome frente a frente. Él toma mi mano. Acaricia el dorso. Sonríe.

—No te merezco —declaro, dejando escapar las palabras sin pensar demasiado en ello—. Finnick, has... Has sido lo que me ha mantenido a flote todos estos años. No sé si eres consciente de eso. Necesito que lo sepas. No sé cómo habría hecho todo esto sin ti, no...

Los sollozos me impiden hablar. Finnick me abraza con delicadeza, me acaricia, me besa, incluso cuando las lágrimas siguen y siguen cayendo.

—Leilani —susurra, una y otra vez—. Leilani, creo que no sabes el modo en que tú me has salvado tantísimas veces. Eres lo mejor que tengo. No llores más, por favor.

—Tú también estás llorando —respondo, con voz ahogada.

Él ríe. Es verdad. Acerca sus labios a los míos y me besa. Se me escapa un sonido ahogado, antes de devolvérselo. Las lágrimas hacen que sepa salado, pero no me importa. Es Finnick. Está vivo, está despierto. Está conmigo.

—Te amo —susurra contra mi boca.

—Yo también te amo —respondo, con voz ahogada—. Finnick, te he echado tantísimo de menos...

—No me iré más, Leilani. —Me acaricia la mejilla, sonríe contra mi boca—. No me separaré más de ti. Te lo prometo.

—Cuando salgas de aquí, podemos ir al 4 —propongo—. O donde tú quieras. Podemos hacer lo que antes queríamos, o cualquier otra cosa. Me da igual. Solo quiero estar contigo.

—Ir al 4 —susurra—. Enseñarte la playa, mi distrito, mi antiguo hogar. Pescar y comer marisco. Los dos juntos. Una vida normal. O casi normal.

—Ahora podemos tenerla de verdad. —No puedo evitar reír de pura felicidad—. ¿No te parece...? Hace un año, no podía vernos nadie juntos. Pero hemos ido consiguiendo cosas que nunca hubiéramos imaginado. Estamos casados, Finnick. Vamos a tener una vida de verdad. Me cuesta creerlo.

—A mí también —me confiesa—. Pero yo diría que nos lo hemos ganado.

—Desde luego que sí —susurro, y pocas veces he estado tan segura de algo.

Alguien llama a la puerta. Finnick responde con un «adelante». Es Haymitch quien aparece en el umbral.

—Lo siento, preciosa, pero me han dicho que tienen que hacer unas pruebas más. Es mejor que no estés aquí. Quieren que vuelvas ya a la mansión, pero mañana puedes volver. Yo diría que no te vendría mal algo de descanso.

Sabe lo poco que he dormido en los últimos días, pero no quiero irme ya. No tan pronto.

—Pero...

—Tiene razón, Leilani —me interrumpe Finnick—. Ve a descansar.

—Acabas de despertarte. Tengo derecho a ser una esposa preocupada y quedarme contigo —digo, obstinada.

Finnick sonríe y me besa.

—Vete a dormir. Lo necesitas.

—Pero... —Inspiro hondo. Sé que insistir no me va a servir de nada—. Vale. Te veo mañana.

—Estaré esperándote impaciente —responde él, logrando sacarme una sonrisa.

Le beso de nuevo antes de levantarme, pero me cuesta un poco soltar su mano y dirigirme hacia la puerta. Haymitch la mantiene abierta para dejarme pasar.

—Y, Finnick —dice el del 12–, me alegro de verte despierto.

—Gracias, Haymitch —responde él. Me vuelvo a mirarle otra vez—. Hasta mañana.

—Hasta mañana —me despido. Haymitch cierra la puerta y me encuentro mirando el tablón de madera blanco. Suspiro, mientras él me da unas palmaditas en el hombro.

—Ya pasó, Leilani —me dice alegremente—, está bien.

—Sí —susurro. Aún me cuesta creerlo—. Está bien.

Johanna y Dae me acompañan en mis siguientes visitas a Finnick. Le ayudamos en su recuperación. Después de todo, Dae y yo ya hemos pasado por ese proceso. Pronto, está lo bastante bien para trasladarse junto a mí a la mansión. Nos dan una habitación compartida y me prometo que será la última temporal. Lo siguiente que tendremos será nuestra casa.

—¿Qué haréis vosotras ahora? —pregunta Finnick un día, mientras los cuatro comemos en una de las innumerables salas de la mansión presidencial—. ¿Tenéis algo pensado?

Ambas intercambian una mirada. Dae sonríe.

—Estoy planteándome trasladarme al 7 con mi hermano. Aún no tenemos nada seguro. Puede que, en vez de eso, vayamos los tres a otro distrito. Tenemos que pensarlo, ahora que realmente podemos decidir dónde vivir.

—Y será más fácil hacer visitas, ¿no creéis? —añadió Johanna, mirando en nuestra dirección—. Imagino que iréis al 4. Con un tren, no será complicado vernos de vez en cuando.

—Por supuesto —asiento, sonriendo. Le comunicamos a Haymitch nuestras intenciones hace unos días y nos prometió que se lo diría a Plutarch. Poco después, nos concedieron el permiso para trasladarnos al 4 una vez se celebrara la ejecución de Snow—. Ni tampoco será difícil para nosotros ir a veros.

Zinnia se asoma por el umbral. Le saludo con alegría y le invitamos a sentarse. Ella accede tras dudar un momento. Tomando asiento a mi lado, sonríe nerviosamente al decir:

—No sabía que estaríais todos, solo venía a buscar a Leilani.

—No pasa nada —responde Dae—. Ni siquiera estamos haciendo nada importante. Por cierto, no llegué a darte las gracias por ocuparte de mi hermano mientras yo estaba aquí.

—No fue nada —se apresura a decir Zinnia—. Violet estaba todo el rato con él, Nax y Prim, así que...

Deja la frase en el aire. Todos asentimos con expresión seria. La de Prim es una más de las innumerables pérdidas que hemos vivido en los últimos meses, pero no por ello duele menos. Apenas tenía trece años; tan solo un poco mayor que Rue. Me entristece pensar en ambas. Merecían una vida mucho más larga de la que se les dio.

Por lo que sé, Katniss aún no ha pronunciado palabra. Le he acompañado en sus paseos por la mansión más de una vez, a veces en silencio, a veces hablando. Finnick también se ha unido varias veces y otras han ido solos, con el mismo resultado. No quiero obligarla a que hable; comprendo su dolor, pero me duele verla tan perdida. Ha sufrido mucho. Esta última pérdida... Ella dio todo por Prim. Y no ha sido suficiente para salvarla.

—...de la ejecución.

Parpadeo al escuchar esas palabras y me vuelvo a Zinnia. He desconectado, ensimismada en mis pensamientos hasta el punto de no escuchar nada de lo que decían. Finnick, notándolo, se vuelve hacia Zinnia y dice:

—Perdón, no me he enterado. ¿Puedes repetirlo?

—Sí, claro, decía que aún no sé qué hacer después de la ejecución. Querría irme tan pronto como pase, pero me da una semana para pensarlo y aún no sé si quiero volver al 11.

—¿Una semana? —repito—. ¿Ya está fijada?

Todos asientan. Trago saliva.

—¿Estará Katniss lo suficientemente bien para eso? —pregunto, preocupada.

—No lo sé, pero no pueden seguir posponiéndola —responde Dae—. Quieren acabar con todo de una vez. Él es lo último que queda.

—Es comprensible —dice Finnick—. Pero no creo... Es decir, Katniss ha pasado por mucho. ¿Realmente van a forzarla a asesinarle cuando aún está recuperándose?

—Ella misma lo dijo —apunta Johanna—. Sus condiciones. Pidió matarle. Va a tener que cumplir con el trato.

Visito a Katniss todos los días de esa semana, pero en ninguno me atrevo a hablarle de la ejecución. En una de estas, a solas en su cuarto y tumbadas en su cama, me atrevo a decirle:

—¿Recuerdas la canción que cantaste en esa propo? ¿El árbol del ahorcado?

Asiente en mi dirección. Sonrío débilmente.

—No he tenido oportunidad de decírtelo antes, pero me... No esperaba que la conocieras. La aprendí de pequeña y entendí que era una canción que no debía cantarse. Aún así, claro, recuerdo sus palabras. Nunca creí que otra persona la sabría, al menos hasta que te escuché.

Era del mismo libro antiguo donde encontré Cántico de libertad. Nunca supe de dónde lo sacó mi madre. Me pregunto si de mi abuela, Noena. Me temo que hay mucho de ella que jamás sabré. No me siento con ánimos suficientes como para investigar sobre ella. La única persona a la que se me ocurre que podría preguntar es a Snow y no pienso hacerlo. Puede que siga siendo un misterio para siempre. Puede que, una vez Snow muera, yo sea la última persona que recuerde su nombre.

—Es una canción demasiado bonita para ser prohibida —comento pensativa. Dirijo los ojos al techo—. Puede que, algún día, me anime a cantarla. Espero que sí. —Veo a Katniss casi sonreír—. Y ojalá podamos cantarla juntas.

La semana se me hace, llegado un punto, agobiante, cosa que empeora cuando Finnick, muy serio, aparece un día en nuestra habitación y me dice que tiene algo importante que contarme.

—Creo que hubiera sido mejor no contártelo, porque estoy seguro de que sé tu respuesta —empieza él—. Pero me parece que tienes derecho a saberlo. Snow quiere hablar contigo y Coin ha dado autorización para, en caso de que quieras, puedas ir.

Basta aquello para que me entre un escalofrío. Niego casi al instante. No quiero imaginarme en la misma habitación de él, tener que enfrentarme cara a cara sabiendo que voy a estar recordando todo lo que me ha hecho pasar. Y sabiendo que cada una de sus palabras va a llevarme a eso. Sabe atacarme mejor que nadie. No quiero pasar por ello, no ahora ni nunca más.

—Solo quiero verle muerto —declaro—. No tengo nada que decirle ni nada que escucharle decir. No necesito otra cosa.

—Eso imaginaba —asiente Finnick, sonriéndome tranquilizador—. Solo quedan un par de días. Luego, se acabó.

Apenas logro dormir la noche previa a la ejecución. No dejo de ver el rostro de Snow al cerrar los ojos. Sé que tendré pesadillas, así que termino durmiendo poco y mal. Me concentro en que, tan pronto como le vea muerto, sabré que me he librado de él para siempre. Su recuerdo me atormentará, sí, pero él no volverá a hacerlo. Solo unas pocas horas más y habrá acabado.

Nos dan instrucciones de llevar el uniforme gris de los rebeldes del 13, de modo que ambos lo vestimos. Deseo que sea la última vez que deba llevarlo en mi vida. Desayunamos lo que nos traen en bandejas, pero ninguno sentimos especial apetito. Solo comemos lo indispensable para poder tomar las pastillas. Inquietos, nos sentamos en la cama, con las manos entrelazadas.

—Me cuesta creer que de verdad vaya a morir —masculla Finnick—. En mi cabeza, es tan viejo como Panem. Ha estado rigiendo nuestras vidas desde que nacimos. Decidiendo sobre nuestros destinos, jugando sobre nosotros. Me parece impensable creer que verdaderamente vamos a librarnos de él.

—Pero va a morir —digo, despacio—. Le vamos a ver morir. No va a poder volver a hacernos... nada. —Niego con la cabeza—. Tienes razón, suena irreal. Llevo cargando con el miedo a él tanto tiempo...

Alguien llama a la puerta. Johanna asoma la cabeza.

—¿Qué pasa? —pregunto.

—Hay una reunión o algo así. Tenemos que ir.

—¿Por qué...?

—No sé nada —me interrumpe—. Pero es urgente.

Nos miramos intrigados, pero ambos nos ponemos en pie. Seguimos a Johanna por los pasillos y entramos en una sala donde esperan  Dae, Haymitch, Peeta, Beetee y Enobaria.

—¿De qué va esto? —pregunta Johanna—. ¿Lo sabéis?

—Por lo visto, estamos aquí los vencedores que seguimos vivos —responde Haymitch—. Aún no ha llegado Katniss.

Somos muy pocos. Setenta y cinco ediciones y nuestro número se reduce a esto. Conozco a muchos que deberían haber estado aquí, empezando por los de mi distrito. Seedeer, Chaff, Parry. Los del Vasallaje. Mentores con los que apenas hablé, pero que ahora también están muertos. Somos demasiado pocos. Casi había olvidado la existencia de Enobaria. Dirijo un saludo a Beetee y sonrío a Peeta.

—¿Qué tal tus quemaduras? —pregunto, tomando asiento. Finnick se coloca a mi lado—. No tienen mal aspecto.

—Ya bastante mejor, la verdad —asiente, sonriendo, aunque me resulta tensa.

Katniss entra pocos minutos después.

—¿Qué es esto? —pregunta.

—No estamos seguros —responde Haymitch—. Una reunión de los vencedores que quedan vivos, al parecer.

—¿Solo quedamos nosotros? —pregunta ella. Me sorprende escuchar su voz. Sonrío levemente.

—El precio de la fama —dice Beetee—: fuimos el objetivo de ambos bandos. El Capitolio mató a los vencedores sospechosos de colaborar con los rebeldes, y los rebeldes mataron a los sospechosos de aliarse con el Capitolio.

Me entristece pensar en cuántos habrán muerto en esa persecución. Dae agacha la cabeza. Debe estar pensando en los vencedores de su distrito. Miro a Finnick, con la mirada perdida, y tomo su mano. Me dirige una débil sonrisa. Johanna mira a Enobaria con el ceño fruncido y dice:

—Entonces, ¿qué hace ella aquí?

—Cuenta con la protección de lo que llamamos el Trato del Sinsajo —explica Coin, entrando en la sala. Rosemary y Garnet Opal la siguen, ambas con sus uniformes de soldado—. Katniss aceptó apoyar a los rebeldes a cambio de la inmunidad de los vencedores capturados. Ella ha cumplido su parte del trato, así que nosotros también.

Enobaria sonríe burlona a Johanna.

—No te pongas tan chula —le responde—. Te vamos a matar de todos modos.

—Siéntate, Katniss, por favor —dice Coin antes de cerrar la puerta—. Soldado Opal, soldado Nightlock, vosotras también.

Katniss toma asiento entre Beetee y yo. Deja una vaso con una rosa blanca en la mesa. Llevo la mirada a esta y se me revuelve el estómago. El olor me produce náuseas. Su aspecto perfecto la delata. Es una rosa de Snow. Ejerzo sin proponérmelo más fuerza sobre la mano de Finnick. Trago saliva y llevo mi mirada a la presidenta, tratando de ignorar la flor y su aroma por todos los medios, pero soy incapaz. Snow, Snow, Snow. Solo puedo pensar en él.

—Os he llamado para zanjar un debate —explica Coin—. Hoy ejecutaremos a Snow. En las últimas semanas hemos juzgado a cientos de cómplices de la opresión de Panem que ahora esperan la muerte. No obstante, el sufrimiento de los distritos ha sido tan extremo que las víctimas consideran insuficientes estas medidas. De hecho, muchos piden la aniquilación de todos los ciudadanos del Capitolio. Sin embargo, para mantener una población sostenible, no podemos permitirlo. Por tanto, se ha puesto sobre la mesa una alternativa. Como mis colegas y yo no llegamos a un consenso, se ha acordado dejar que decidan los vencedores y las sujetos del Proyecto de Extracción de Tributos. Necesitamos una mayoría de seis votos para aprobar el plan. Nadie podrá abstenerse —sigue diciendo Coin—. Se ha propuesto que, en vez de eliminar a toda la población del Capitolio, tengamos unos últimos Juegos del Hambre simbólicos con los niños relacionados directamente con los que ostentaban el poder.

Los once nos volvemos hacia ella.

—¿Qué? —dice Johanna.

—Que tengamos otros Juegos del Hambre usando a los niños del Capitolio —responde Coin.

—¿Estás de broma? —pregunta Peeta.

—Tiene que serlo... Es decir, no podemos hacer algo así —farfullo, sin dar crédito.

Coin está proponiendo hacer lo mismo que Snow. Se supone que es el cambio, el inicio de una nueva era para Panem. Si le damos comienzo tal y como acabó la última, no saldremos jamás de esa. La guerra habrá sido inútil, porque estaremos repitiendo nuestra historia. Miro a Coin y me pregunto si verdaderamente es tan buena como he estado creyendo en los últimos meses.

—No. También debo deciros que, si hacemos los Juegos, se sabrá que fue con vuestra autorización, aunque mantendremos en secreto los votos concretos por cuestiones de seguridad —explica Coin.

—¿Ha sido idea de Plutarch? —pregunta Haymitch.

—Ha sido mía —responde Coin—, para mantener el equilibrio entre la necesidad de venganza y la menor pérdida de vidas posible. Podéis votar.

—¡No! —grita Peeta—. ¡Voto que no, por supuesto! ¡No podemos tener otros Juegos del Hambre!

—¿Por qué no? —pregunta Johanna—. A mí me parece justo, y Snow tiene una nieta, encima. Yo voto que sí.

—Y yo —dice Enobaria, casi con indiferencia—. Que prueben su propia medicina.

—¡Por esto nos rebelamos! ¿Recordáis? —insiste Peeta, mirándonos a los demás—. ¿Leilani? ¿Finnick? ¿Dae?

—Yo voto que no, como Peeta —dice él al momento, negando con la cabeza—. No podemos hacer algo así.

—Los niños del Capitolio no tienen ninguna culpa de lo que han hecho los adultos —añade Dae—. Nosotros sufrimos durante años por lo que hicieron nuestros antepasados. Si permitimos esto, nunca llegaremos a estar en paz con el Capitolio. La historia se repetirá. No podemos cometer los mismos errores que se cometieron en el pasado. Voto no.

—No —asiente Beetee—. Sentaría un precedente, como dice Dae. Tenemos que dejar de vernos como enemigos. Llegados a este punto, la unidad es esencial para sobrevivir. No.

—Opal, Nightlock, también es decisión vuestra.

Garnet nos evalúa a todos, antes de negar.

—No. No podemos volver a caer en esto. Quién sabe si los primeros Juegos empezaron así. No.

—Solo quedan Katniss, Leilani, Haymitch y Nightlock —dice Coin.

—Yo voto que sí... por Prim —susurra Katniss.

Le miro, sin poder creérmelo. De todas las personas que hay en la sala... Jamás pensé que Katniss pudiera decir algo así. Levanta la mirada, tan solo un instante. Me mira a los ojos. Hay un ruego. Y algo más. ¿Puede ser que Katniss esté trazando un plan? ¿O la pérdida de Prim le ha afectado demasiado? ¿Realmente quiere venganza, quiere ver a esos niños en la arena de nuevo? No, Katniss no haría eso. Me niego a creerlo. Al contrario, la muerte de Prim la impulsaría al rechazo de esa idea, ¿no?

Me debato en silencio, preguntándome si estoy por cometer un enorme error. Entonces, Rosemary dice:

—Yo voto sí.

Noto la mirada de incredulidad que Peeta le dirige desde el otro lado de la mesa. Rosemary evita mirarle. Sus ojos acaban sobre mí. Trago saliva. Me está animando en silencio. No sé qué debo hacer.

—Considero absurdo el no poder abstenerse —comento, dirigiendo una mirada a la presidenta—. Nadie debería verse forzado a decidir sobre algo así.

—Necesitamos el voto de todos, Leilani, lo siento —es su única respuesta. Dudo.

Vuelvo a mirar a Katniss, luego a Rosemary. Me pregunto si me arrepentiré de esto. Espero que mi fe en el Sinsajo no esté infundada: quiero creer que tiene un plan. Y quiero creer que no quiere que nuestra historia vuelva a repetirse.

—Entonces, mi voto es sí.

Me preparo para la sorpresa y decepción de Finnick tan pronto como suelta mi mano. Me vuelvo hacia él, tratando de encontrar una explicación posible, pero ¿qué puedo decir, más allá de que creo que Katniss planea algo? Y, de hecho, no puedo decir eso en voz alta, no ahora.

—Haymitch, depende de ti —advierte Coin.

—Yo estoy con el Sinsajo —responde.

—Excelente. Eso decide el voto —dice Coin—. Ahora tenemos que ocupar nuestros puestos para la ceremonia.

No digo nada. No puedo creer lo que acaba de pasar. No puedo creer lo que acabo de hacer. Ya me estoy arrepintiendo. Quiero detener a Coin, quiero cambiar mi voto. Entonces, advierto la mirada de silencioso agradecimiento de Katniss y me digo que, tal vez, no lo he hecho mal. Espero que no.

—¿Podrías asegurarte de que Snow la lleve puesta? —pregunta entonces Katniss, dándole el vaso con la rosa a Coin—. ¿Justo a la altura del corazón?

—Por supuesto —responde la presidenta, sonriendo—, y también me aseguraré de que sepa lo de los Juegos.

—Gracias —responde ella.

Evito mirarla a los ojos mientras me levanto y salgo de la sala. Johanna me sigue. Finnick no.

—No me puedo creer lo que he hecho —susurro.

Ella se encoge de hombros.

—Lo superarás. No les vendrá mal probar algo de su propia medicina. —Creo que he decidido ignorar la inmensa rabia que Johanna siente hacia el Capitolio en las últimas semanas. No debería sorprenderme su voto. Desde luego, el mío me desconcierta aún más—. Vamos. Quiero coger buen sitio. Pienso ver cómo Katniss mata a Snow.

La sigo en silencio. Los vencedores tenemos un sitio privilegiado para ver la ejecución, muy cerca del poste dónde atarán a Snow. Hace frío, pero no es eso lo que me hace temblar. El resto se une a nosotros poco después. Finnick me dirige una mirada y suspira. Voy hacia él.

—Hay una explicación —le aseguro—. Yo... No quiero estos juegos. No podría hacerle eso a unos niños.

—¿Por qué has votado que sí, entonces? —cuestiona, en tono duro. Aprieto los labios.

—Espero... Espero no haber cometido un error —susurro.

Finnick suspira. Ambos nos quedamos inmóviles, uno junto a otro, a la espera de que el espectáculo comience. Finnick no busca mi mano y yo no me siento con derecho a tomar la suya. Después de haber pasado las últimas semanas buscando aunque fuera el más mínimo contacto entre nosotros, un recordatorio de que estábamos juntos, bien y vivos, siento hasta frío al verme tan lejos de él.

Coin aparece en el balcón y poco después Katniss sale, con su traje de Sinsajo, el arco y el carcaj con una sola flecha en él. La gente grita y aplaude. Cuando sacan a Snow y le atan las manos al poste, el público enloquece. Yo guardo silencio. Katniss coloca la flecha y apunta. Mira a Snow, mira en nuestra dirección y luego vuelve a mirar al presidente.

«No me falles, Katniss», ruego. Algo planea. Lo veo en su rostro. Tiene que haber algo. Por eso, no me sorprendo del todo cuando mueve rápidamente el arco y lanza la flecha hacia arriba. Alma Coin cae desde el balcón y se estrella contra el suelo. Muerta.

Escucho la horrible risa de Snow. Miro a Katniss, sin dar crédito. Lo ha hecho. Ha matado a Coin. Los guardias la rodean. Peeta sale corriendo hacia ella. Katniss baja la cabeza para morder la jaula de noche. No me lo pienso: echo a correr en su dirección. Finnick no llega a detenerme. Pero Peeta llega antes que yo. Pone la mano sobre la píldora, impidiendo que Katniss se la trague. Le salva la vida. Y veo en el instante de miradas que comparten la confusión en el rostro de ella.

Los guardias la apartan de Peeta y le quitan la píldora. Grito su nombre, tratando de alcanzarla, pero los guardias me lo impiden. Ella empieza a dar patadas, arañar y morder. La levantan y ella comienza a chillar nombres, entre ellos el mío.

—Quiere que la mate —susurro.

—No lo hagas —dice Haymitch, apareciendo a mi lado. La multitud que ha bajado es tal que no tengo idea de dónde están el resto de vencedores. Todo es un caos. Me cuesta trabajo encontrar a Katniss mientras la alejan de nosotros—. Intentaré ayudarla.

Se sumerge entre la multitud. Todo el mundo corre de un lado para otro. Me desoriento, entre los empujones que me vienen de todas partes. La gente me arrastra y, antes de darme cuenta, estoy justo enfrente del poste de Snow. El presidente aún sonríe, con la barba blanca llena de gotitas de sangre. Su visión me petrifica. Sus ojos se vuelven hacia mí.

—Oh, Noena... —Le sobreviene un ataque de tos. Yo solo observo, creyéndome incapaz de moverme.

Me empujan de nuevo, con más fuerza. Chillo al perder el equilibrio. Caigo al suelo, mientras la multitud enloquecida me rodea. Me pisan una mano. Me es imposible ponerme de pie. Van a aplastarme. Van a asfixiarme. Comienzo a entrar en pánico. Nadie se para a ayudarme, todos están demasiado ocupados corriendo de un lado a otro. Me pisan nuevamente. A cada intento que hago de incorporarme, alguien me golpea de nuevo y me hace perder apoyo. Mi respiración se vuelve superficial. Tengo la garganta tan cerrada que me es imposible gritar por ayuda. Voy a morir. Van a matarme aquí, ahora, cuando se supone que ya puedo tener la vida con la que he soñado.

—¡Leilani!

Unos brazos tiran de mí. Jadeo al ser levantada con tal brusquedad. Mis ojos enfocan el rostro angustiado de Finnick. Él me toma de la mano con firmeza.

—¿Puedes andar? —me pregunta. Aún asustada, asiento con la cabeza.

Sin decir nada, Finnick comienza a tirar de mí, buscando sacarnos de ahí. Me dejo guiar. Trato de calmar mi respiración. Intento recuperarme del instante de pánico que acabo de experimentar.

—Finnick —llamo, con voz estrangulada—. Por eso voté que sí. Katniss planeaba algo. No sabía qué era, pero era esto. Por eso...

—Lo entiendo —me dice, sin volverse. No le veo la cara, pero sé que ha suavizado el tono—. He visto a Snow cuando je ido a por ti. Está muerto, Leilani. Se acabó. Se acabó de verdad.

Asiento despacio, sin soltar su mano mientras avanzamos entre la multitud. Pienso en lo último que me ha dicho Snow. Espero que, con su muerte, pague por todo lo que le hizo a Noena. Por todo lo que me hizo a mí, a la gente que he amado. Por todo lo que me ha hecho a los vencedores, tributos y a Panem durante décadas.

—Se acabó de verdad —repito, en voz baja.













Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro