back in the games. part 1

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LA COSECHA
de vuelta a los juegos. parte 1







De todos los días del año, sin duda el que más odio es el de la Cosecha. Mi distrito se vuelve aún más silencioso de lo que es. Todo el mundo se levanta más temprano que otros días, ya que la cosecha del Distrito 11 es la primera en emitirse. Las familias desayunan en silencio y es normal que los niños más pequeños lloren.

Yo me despierto una hora antes de lo normal. Aún no tengo que levantarme, pero lo hago para no quedarme pensando en qué podría pasar. Es mi último año, así como el de Jared. Es la última vez que vamos a pasar por esto. Pero, aún así, me aterra como cuando tenía doce años.

Me pongo unos pantalones, un jersey y una chaqueta. Después me cambiaré para la Cosecha, aunque tampoco tenga mucha ropa para elegir. Cojo mis únicos zapatos, que están demasiado gastados y me quedan pequeños, y me los pongo. Si no salgo elegida, para celebrarlo, puede que compre unos nuevos con el dinero que tengo ahorrado.

Dejo una nota en la mesa de la cocina antes de salir de casa y dirigirme a la Aldea de los Vencedores. Seeder no estará despierta todavía, pero empezaré a limpiar y preparar el desayuno. Sé que es la que menos quiere estar sola hoy, aparte de Chaff y Parry, claro. El primero me odia —y yo le odio a él—, no me importa que lo pase mal recordando. Además, no creo que sufra, ya que cuando paso por delante de su casa huelo a licor blanco. Debe de llevar toda la noche bebiendo. Por otro lado, Parry apenas me dirige la palabra cuando nos vemos, así que no me siento en la obligación de preocuparme por él.

Cuando entro en casa de Seeder, cojo la escoba y barro un poco, aunque no hay demasiada suciedad ya que vine ayer. Ordeno las estanterías más por hacer algo que porque estén mal. Después, preparo el desayuno para las dos. Siempre que vengo a casa de Seeder desayuno con ella y, a veces, también me quedo a comer. Charlamos juntas de las cosas que pasan en el distrito y ella me cuenta cosas de cuando era joven. De lo que nunca hablamos es de los Juegos, especialmente de los suyos.

—Hola, Leilani —saluda Seeder, bajando por la escalera, media hora después de mi llegada.

—Hola, Seeder. El desayuno está ya. ¿Comemos aquí o prefieres ir al comedor?

—Aquí mismo está bien.

Nos sentamos y comenzamos a desayunar en silencio.

—Gracias por venir —dice Seeder.

—Como todos los años —respondo con una sonrisa triste.

—Sí... —La mujer niega con la cabeza, sonriendo tristemente—. Aún me acuerdo cuando empezaste a venir. Tenías solo diez años.

—Sí, pero necesitaba ese dinero con urgencia. Además, trabajando contigo me libraba de ir a veces a los campos. —Río al recordar la inocencia con la que había llegado a aquella casa, una tarde, pocas semanas después de la muerte de mi madre. Había peleado con Jared y buscaba huir de él y del orfanato. Acabé en la Aldea de los Vencedores—. Y pensar que solo iba a ser un par de semanas, hasta que te recuperaras... Y ya llevo aquí ocho años.

—Han pasado rápido. —Seeder me sonríe con cariño y yo asiento, pensativa.

Terminamos de desayunar y me llevo los platos para limpiarlos. Cuando termino, miro la hora.

—Tengo que irme. ¿Vas a ir ya a la plaza?

—Sí, Chaff estará ya preparado.

—Lo dudo —mascullo—. Cuando he pasado delante de su casa, me ha dado la sensación de que había estado ocupado toda la noche. Supongo que se lo pasará bien con Haymitch en el Capitolio.

—Imaginaba que estaría así —dice Seeder, con un suspiro—. Iré cuando me vista a prepararle. Si no nos vemos en la plaza, nos veremos cuando vuelva, Leilani.

Ninguna de las dos habla de las posibilidades que tengo de salir elegida. Asiento con la cabeza.

—Adiós, Seeder. Me ocuparé de tu casa mientras estés fuera.

Salgo de la casa de Seeder y me dirijo a la mía. Por el camino me encuentro con algunos compañeros del colegio, que ya van vestidos para la cosecha.

Los saludo y acelero. Eso solo puede señal de que voy tarde. Cuando llego a mi casa, Zinnia ya está esperándome, vestida y peinada. Su abuela me saluda desde el sofá.

—Pensaba que no llegarías. Estamos listos todos ya.

—Lo siento. Estaba con Seeder. —Mi mirada va, sorprendida, a la silla sobre la que descansa un precioso vestido—. ¿Eso es para mí?

Mi amiga asiente.

—Es el que usé el año pasado. Lo siento, no tengo nada nuevo —dice, avergonzada. A mí no podría importarme menos si fuera usado del año pasado o traído desde el Capitolio: nunca había tenido un vestido como aquel para ponerme—. Ve a vestirte. Date prisa. Ponte mis sandalias negras. Luego te peino.

Cojo el vestido verde y corro a la habitación que comparto con Zinnia. Escucho a Jared y Thresh jugando en su propio dormitorio, pero no me paro a saludar. Me quito la ropa que llevo a toda prisa y me pongo el vestido con el mismo cuidado con el que cargaría una estatua de cristal, aún impresionada porque realmente sea para mí.

En el orfanato, nos vestían a todos del mismo modo, con el uniforme de la institución, un horrible vestido de tela marrón que picaba y hacía que te despertaras con ronchas rojas el día siguiente. Una vez Jared y yo fuimos expulsados de él, tras cumplir los dieciocho, de las primeras cosas con la que él bromeó fue que ya no necesitaríamos llevar aquella ropa más.

Me subo, con cierto esfuerzo, la cremallera de la espalda. Ni siquieta considero pedirle ayuda a Zinnia. Me pongo los zapatos y me miro en el pequeño espejo que tenemos en la pared. Es de las pocas cosas que decoran nuestra habitación. Seeder me lo regaló.

—Estás muy guapa, Lei —dice Zinnia, acercándose. Ha abierto la puerta en silencio y sonríe desde el umbral.

—Gracias —mascullo, observando casi con sorpresa mi reflejo—. Nunca había llevado nada así. Tú estás preciosa, Nia.

Mi amiga me abraza, sonriendo, aunque algo nerviosa.

—Vamos, te peinaré. La abuela está deseando salir ya. Sabes cuánto odia llegar tarde.

Asiento: es imposible vivir con Yasmin Kurtter y no saber eso. Zinnia suspira conforme toma el cepillo y se prepara para enfrentarse a mi desastroso cabello rizado.

—Nuestra última Cosecha —comenta, pensativa—. Esperemos que pase rápida.

—Esperemos —susurro.

Alguien da unos toquecitos a la puerta y ambas nos giramos hacia Jared, que nos sonríe desde el umbral. Viste una camisa blanca que le queda algo estrecha, probablemente porque es de Thresh.

—¿Qué habéis hecho con las feas de Lei y Zinnia? —bromea, aunque su intento resulta débil. Ambas tratamos de reír, aunque resulta difícil—. Vais geniales.

—Tú tienes la camisa mal abrochada —comento, avanzando hasta él. Baja la mirada, corroborando que no miento. Suspirando, se la desabrocho y vuelvo a ponerle los botones, esta vez correctamente—. No te queda mal, de todos modos.

—Puede que me compre una nueva mañana para celebrarlo —opina él, alisándosela distraídamente—. Nuestra última Cosecha.

—Ojalá hubiera acabado ya —comento. Mi hermano me pasa el brazo por encima de los hombros y me planta un cariñoso beso en la mejilla—. ¿Vamos, Nia?

—Vamos —asiente ella—, nana y Thresh ya estarán esperando.

Entre las demás chicas de dieciocho años, Zinnia y yo nos tomamos las manos. Muchas parecen nerviosas, algunas incluso tiemblan. Yo intento aparentar calma, aunque por dentro tengo ganas de empujarlas a todas y salir corriendo de allí.

No puedo dejar de pensar en las posibilidades que tengo de salir elegida. Las urnas están llenas, el Distrito 11 es de los mayores en población y también uno de los que más teselas piden.

Chaff y Seeder están sentados en el escenario con la nueva acompañante del 11, Hera Grace. Se nota a simple vista que es del Capitolio, aunque no parece tan segura como la anterior escolta, Petunia Harvard, tan prepotente que a nadie en el 11 le agradaba.

El alcalde lee el tradicional discurso. Me lo sé de memoria, pero finjo atención. Después, le da la palabra a Hera. Ella se acerca, nerviosa. Sonríe y mete la mano en la urna de las chicas.

—Os deseo unos muy felices Juegos del Hambre. Y, como siempre, las damas primero.

Coge un papel, pero lo suelta y coge otro. Vuelve a soltarlo. Noto a todas las chicas a mi alrededor tensas, igual que yo. Después de remover un poco los papeles, supongo que para darle dramatismo al asunto, finalmente Hera saca un papel. Lo abre y lee en voz alta el nombre de la chica que irá este año a los Juegos.

—Leilani Demeter.

Noto cómo se aprieta el nudo en mi estómago. Siento como si un gran peso me cayera sobre los hombros. Zinnia suelta un gritito y aprieta mi mano con más fuerza. Las chicas a mi alrededor se separan. Soy consciente de que todas las cámaras me apuntan.

—Lei —me susurra una aterrada Zinnia, abrazándome con fuerza.

Me doy cuenta entonces de que estoy temblando. Ambas lo hacemos.

—Ven, cariño, no te asustes —me dice Hera, con una sonrisa amable.

Tengo ganas de estrangularle. Me trago todo mi nerviosismo y mis ganas de llorar y avanzo hacia el escenario. Oigo murmullos a mi alrededor. Por mi aspecto, no parece que vaya a ganar. Sé que soy baja para tener dieciocho años. La gente ya sabe que, si hay un ganador del Distrito 11, está claro que no será la chica.

También yo lo sé.

Me coloco junto a Hera en el escenario. Ella pregunta si hay algún voluntario, pero solo se oye el sonido del viento. Trago saliva.

—En ese caso, ¡un fuerte aplauso para Leilani Demeter, tributo del Distrito 11!

La gente aplaude, no sé si por alivio, porque me odian o porque les obligan. Hera se dirige a la urna de los chicos.

—Y el que acompañará a nuestra tributo en los Juegos es...

Hera hace como con la otra urna, hasta que finalmente saca un papel que debe gustarle. Aguardo, con un nudo en el estómago.

—Jared Demeter.

No puede ser. Siento aún más ganas de llorar. Las rodillas me tiemblan con más fuerza. Mi hermano, con rostro serio, sube al escenario.

—Apuesto lo que quieras a que sois hermanos. —Hera parece encantada con aquello—. Incluso gemelos, ¿verdad?

Los dos asentimos, sin ser capaces de mirarnos. No me siento con fuerzas para decirle que no somos gemelos, sino mellizos.

—¿Voluntarios?

De nuevo, nadie. Jared me pasa el brazo por encima de los hombros, también temblando.

—En ese caso, os presento a los tributos de este año. ¡Leilani y Jared Demeter!

Se oyen de nuevo aplausos. El alcalde se levanta una vez más y lee lo mismo de todos los años. Le ignoro por completo. Aunque hubiera querido, no podría haber escuchado palabra: los oídos me zumban. Cuando termina, Jared y yo nos damos la mano y suena el himno.

En cuanto bajamos del escenario, un grupo de agentes nos rodean y nos escoltan hasta el Edificio de Justicia. Subimos las escaleras en silencio y luego hacen un gesto para que cada uno entre en una sala.

—¿Podemos entrar en la misma? —pregunto, con voz temblorosa—. Así p-podríamos despedirnos a la vez.

Ellos niegan con la cabeza. Con resignación, entro sola en una habitación. No lloro, aunque no me faltan las ganas. Pero no pienso aparecer en la estación con los ojos rojos. Aprendí a tragarme las lágrimas hasta el momento indicado y eso hago, mientras tomo asiento, sintiéndome incapaz de permanecer en pie.

Zinnia aparece en la puerta como un torbellino tras unos interminables minutos. Tiene las mejillas surcadas por las lágrimas. Me levanto de inmediato y le abrazo con fuerza.

—Lo siento, lo siento —me susurra, negando con la cabeza—. D-debí haberme presentado voluntaria, debí...

—¡No! —exclamo al instante, negando con la cabeza—. Nia, hiciste bien. No pasa nada, no...

—Pero...

Thresh, que ha entrado tras su hermana, me abraza. Pese a tener catorce años, ya es más alto que yo. Suspiro.

—No pasa nada —insisto. La señora Yasmin Kurtter me mira con dolor desde la puerta—. No importa. Gracias por venir.

—¿Bromeas? —protesta Thresh. No sé qué responder a eso.

Veo a Zinnia quitarse, con manos temblorosas, el collar que lleva al cuello. Recuerdo bien cuál es: se lo hice yo misma, años atrás, trenzando hilo y decorándolo con una pequeña estrella de madera. Decían que era un talismán de buena suerte: al menos, a Zinnia le ha protegido.

Le ha salvado de su última cosecha. Me centro en eso.

—Lei, sé que puedes llevar un símbolo —dice, tendiéndomelo con manos temblorosas. Las lágrimas caen por sus mejillas—. Una cosa que te recuerde a casa. Esto da buena suerte, ¿recuerdas?

Apretando los labios para camuflar su temblor, asiento despacio y le permito que me lo ate al cuello, pese a que la tarea se le complica. Thresh permanece, silencioso, junto a su abuela mientras ambos aguardan a que termine.

—Lo llevaré siempre —prometo, cuando Zinnia por fin da un paso atrás—. Gracias, Nia.

Me abraza, otra vez. Soltando un suspiro, nana Yasmin avanza y se une al abrazo, acariciándome suavemente el pelo. No solemos tener muestras de afecto entre nosotras, así que me conmueve.

—Gracias por todo —le susurro.

—No ha sido nada —me promete ella.

Nadie osa decir nada de volver a casa, porque saben a la perfección lo que eso significaría. Jared y yo. Los dos juntos, en la arena. Siento vértigo solo de recordarlo.

Apenas me da tiempo para decir algo más. Los agentes abren la puerta y los Kurtter tienen que salir. Zinnia me abraza con fuerza una vez más, susurrándome lo mucho que lo siente y cuánto me quiere y yo le grito que no tiene culpa alguna antes de que cierren la puerta de un portazo.

Espero sola durante unos interminables diez minutos, hasta que los agentes regresan. Me escoltan hasta el exterior del edificio y me suben un coche. Jared está allí. Ninguno de los dos hablamos, ni siquiera nos miramos, pero él toma mi mano y yo se la sujeto con fuerza.

Llegamos a la estación. Las cámaras me enfocan nada más salir del coche. Con la cabeza bien alta, miro al frente y avanzo hasta el tren como si no hubiera nadie observándome. Al menos, eso trato de hacer, aunque siento una opresión en el pecho que no hace más que ir en aumento.

Ya dentro, con las puertas cerradas, veo a Seeder, Chaff y Hera. Corro hacia la primera y le abrazo. Necesito tranquilizarme, o explotaré de tanto aguantar las lágrimas. La vencedora me rodea con sus brazos, llena de tristeza, mientras finalmente doy permiso a las lágrimas para que salgan. Ya no me importa. ¿Quién va a verme llorar, mi hermano, Seeder, el borracho que voy a tener por mentor y la insoportable escolta del Capitolio? No podría importarme menos.

—Deberíais ir a vuestros compartimentos y cambiaros. Os avisaré para la cena —dice Hera, tratando de tener algo de tacto.

Miro a Seeder a través de las lágrimas y ella asiente, acariciándome la mejilla. Me aparto de ella y, junto a Jared, sigo a la escolta. Hera nos indica cómo llegar a nuestros respectivos compartimentos. Avanzamos en silencio por el pasillo hasta que llegamos a mi puerta. Nos detenemos y nos miramos.

Hay demasiadas cosas que tengo que decirle. Empezando por la locura que es esta situación. Empezando por cómo voy a asegurarme de que salga vivo de ésta. Empezando por cuánto le quiero.

No obstante, lo único que puedo decir, con un hilo de voz, es:

—¿Aliados?

—Por supuesto. —Jared tensa la mandíbula—. Uno de los dos volverá a casa.

Y ese serás tú. Sé que él piensa exactamente lo mismo, pero con respecto a mí. No me gusta eso.

—Vale. Nos vemos en la cena —digo, consciente de que romperé a llorar con más fuerza de un momento a otro. No necesito que él vea eso, no ahora. Ni siquiera soy capaz de mirarle a los ojos.

Entro en el compartimento. Cuando estoy segura de que la puerta está bloqueada, apoyo la espalda en ésta y me deslizo hasta el suelo, conforme los sollozos comienzan a salir a borbotones y el dolor en mi pecho se multiplica.

Tengo ganas de destrozar todo lo que hay en la habitación, no, todo lo que hay en el tren. Voy a ir a un sitio, con el objetivo de morir. Sé que no tengo ni una oportunidad. Solo puedo centrarme en una cosa y es asegurarme de que Jared viva.

Es una locura.

Un grito ahogado, mezclado con un sollozo, escapa entre mis labios y me cubro el rostro con las manos, temerosa de que se me escape otro. La impotencia que siento ante esta situación me consume.

Voy rumbo al infierno. Y mi hermano me acompaña.












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