back in the games. part 2

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EL DESFILE
de vuelta a los juegos. parte 2







Me pongo unos pantalones negros y un jersey para cenar. Dejo mi vestido estirado sobre la cama. Huele vagamente al perfume de Zinnia, lo que hace que los ojos me piquen nuevamente.

Suspiro e intento no centrarme en los recuerdos. Salgo del compartimento tras unos minutos más en los que me concentro en no llorar y voy a donde esperan los demás. Seeder, Hera y Jared ya están allí. Chaff ni siquiera ha llegado y no creo que venga.

Debe de estar bebiendo en su compartimento o inconsciente. Al menos, eso es lo que acostumbra a hacer en el 11.

—Hola, Leilani. Llegas tarde. Siéntate —me dice Hera.

Ruedo los ojos y tomo asiento junto a Seeder. La que ahora es mi mentora me sonríe tensamente y me sirve algo de estofado en el plato. Desganada, aunque sin querer hacerle sentir mal, me llevo una cucharada a la boca.

Abro los ojos de golpe. No sé qué es exactamente lo que estoy tomando, pero está delicioso. Me termino el plato enseguida, comiendo más rápido de lo que nunca antes he comido, y me pongo un poco más. Llorar, aparentemente, me abre el apetito.

Luego como una sopa de pescado, que no me gusta tanto, unas tostadas con queso y más cosas de las que no sé el nombre, un filete de cerdo y fruta. También hay tiramisú. Como más de lo que puedo aguantar, y al terminar me siento casi com náuseas. Me centro en que esta será una de las últimas comidas de mi vida, así que tampoco voy a preocuparme por esas cosas.

Con el estómago lleno, me tomo la situación con algo más de humor del de antes, aunque no lo comparto en voz alta.

Vemos las repeticiones de las Cosechas. Me fijo en algunos chicos. Los voluntarios del 2, la chica de ojos verdes del 4 y el chico que debe de medir dos metros del 7, pero que llora cuando sale su nombre, entre otros. Luego estamos nosotros, claro, los hermanos mellizos del 11. Los presentadores dicen que nuestra familia debe de tener mala suerte, sin duda. No saben que somos nuestra única familia. Por último, los dos chicos del 12, que están tan delgados que dan pena. A ambos se les marcan a la perfección los huesos de los brazos.

Después de eso, Hera nos manda a la cama. Dice que llegaremos mañana al Capitolio y debemos estar descansados. No presto mucha atención a su parloteo, pero Seeder le da la razón, aunque la conozco bien y sé que no le agrada Hera.

Jared y yo no intercambiamos palabra mientras vamos a nuestros compartimentos. Antes de entrar en el mío, nos decimos adiós, ya que un buenas noches no parece adecuado teniendo en cuenta la situación. Nuevamente, no nos dirigimos la mirada.

Me meto en la cama sin quitarme la ropa. Estoy agotada, pero aún así creo que tardaré horas en dormirme.

No obstante, caigo rendida en cuestión de minutos y el sueño se convierte, durante unas pocas horas, en un refugio a la horrible situación del momento.

Me han dejado esperando en una sala del Centro de Preparación a que llegue mi equipo.

He sido obligada a quitarme toda la ropa al entrar, únicamente llevo la fina bata que me han dado después. No me siento cómoda, en absoluto, pero Seeder nos ha repetido varias veces que hagamos todo lo que nos digan y no protestemos. Eso tendría que haberme dado una pista de lo desagradable que iba a ser.

No obstante, confío en ella, así que obedezco las órdenes sin queja alguna.

—¡Hola! —gritan tres personas entrando con un mayor ímpetu del que yo hubiera esperado.

Me rodean inmediatamente y comienzan a examinarme, sin pudor alguno, mientras yo trato inútilmente de taparme como puedo con la bata.

—¡Pero, querida! ¿Cómo es posible que tengas tanto pelo en las piernas? ¡Y estas cejas! ¡Vamos a tardar un buen rato en depilarte! ¿Nunca lo has hecho? —pregunta una mujer alta y delgada como un fideo, que está llena de tatuajes y tiene tantos piercings en las orejas que da la sensación de que se le van a caer.

—¡Y estas uñas! ¡Están mordidas y sucias! ¿Qué se supone que voy a hacer con ellas? —exclama horrorizado un chico bajo y regordete, que tiene el pelo rapado en el lado derecho y lleva la otra parte teñida de color amarillo fosforito.

—¡Pero mirad qué pelo más bonito! ¡Estos rizos tan naturales son preciosos! ¡Imaginaos la de peinados que puedo hacer con ellos! —dice la tercera, una chica que no tendrá más de veinte años, de melena teñida de mil colores y que lleva la cara maquilladísima, especialmente los ojos.

Comienzan a alabar mi pelo mientras empiezan a prepararme y es de eso de lo que hablan la mayor parte del tiempo. Yo ni siquiera sé cómo reaccionar. Me limito a quedarme tumbada en la camilla que me indican, mientras empiezan a arrancarme el vello, a ponerme productos en el pelo y a limarme las uñas. de vez en cuando, se me escapan ruiditos de dolor que deben de hacerles gracia, aunque no entiendo por qué.

Es un proceso largo y tortuoso, al menos para mí. El equipo charla y charla, y yo les escucho para distraerme e ignorar el dolor. De pronto, se dan cuenta de que no se han presentado. Avergonzados, lo hacen hablando a toda prisa. Gabriella es la chica de los tatuajes y los piercings, Adrianne es la que lleva el pelo multicolor, y Emil, el chico de pelo fosforito.

—Yo soy Leilani —respondo con simpleza.

Ellos contestan que ya lo sabían, riendo como si hubiera contado un chiste divertidísimo. Con resignación, comprendo que durante lo que me quede de vida será así. Casi todos me reconocerán, aunque yo a ellos no les haya visto jamás. El precio de la fama, pienso con ironía.

Terminan de prepararme unas tres horas después, aunque se me hacen como tres años. Nunca había pasado por algo así. Se marchan y me dicen que mi estilista llegará enseguida.

Me levanto y recupero la bata, que está tirada en el suelo. Me la pongo y la ato con fuerza, tranquilizándome un poco al sentir mi cuerpo menos expuesto. Siento un hormigueo por todos los lugares en los que me han depilado, es decir, por todo mi cuerpo excepto mi pelo y cejas. La experiencia de la cera ha sido de las más horribles de mi vida.

—Hola, Leilani —dice alguien, aunque más bien suena a ronroneo.

Casi pego un salto cuando veo a mi estilista. Parece una fusión entre una mujer y un gato. ¡Si hasta tiene cola y bigotes! Intento mantenerme impasible, pero sé que fracaso.

Nunca entenderé a las personas del Capitolio y su extraña moda, que incluye alteraciones quirúrgicas horribles.

—Hola —saludo, tratando de actuar con normalidad.

—Soy Tigris —se presenta—. Mi misión es que estés espectacular durante el tiempo que estés aquí. Tengo que ayudarte a causar una buena impresión. Creo que ya sé cómo vestirte.

La industria del Distrito 11 es la agricultura. Lo más probable es que me pongan un peto vaquero, una camisa, unas botas y unos guantes. A veces, hasta nos ponen un sombrero. Los del Capitolio siempre nos confunden con los del 10, el distrito ganadero. O el 9, el de cereales. Aunque lo cierto es que nunca se fijan demasiado en las últimas carrozas del Desfile de Tributos.

—En lugar de ir de agricultura, creo que deberíamos orientarlo más a las plantas. Si no me equivoco, debes saber mucho de plantas, ¿no?

Asiento con la cabeza, tras unos segundos de duda.

—Sí, así es. En el 11 aprendemos sobre casi todos los tipos de plantas que existen. —Excepto las venenosas, aunque eso no quiere decir que yo no las conozca. Como cualquier otro tema prohibido, es un secreto a voces entre la población.

—Perfecto. He investigado sobre antiguas creencias en lugares llamados Grecia y Roma —explica la estilista, tomando un mechón de mi pelo y examinándolo pensativamente. Recuerdo haberla visto en otras ediciones de los Juegos como estilista, pero estoy convencida de que nunca en un distrito como el 11. Su carrera debe estar llegando a su fin—. Ya no existen, obviamente, pero hace miles de años los habitantes de esos lugares creían en dioses y los usaban para explicar todo lo relacionado con la naturaleza. Se me ha ocurrido que podríamos vestirte como la diosa de la agricultura.

Desde luego, suena mejor que un peto vaquero y unas botas. Sonrío como me es posible.

—Suena bien. ¿Cómo sería? —pregunto.

El vestido que llevo no es uno que elegiría para llevar por propia voluntad, pero hay que admitir que, aunque sea del estilo del Capitolio, es precioso.

Es tan largo que han tenido que recogerlo un poco, probablemente porque estaba diseñado para alguien de mayor estatura que yo. La falda me llega ahora hasta el tobillo y es de distintas tonalidades de verde, pero tan difuminadas que da la impresión de ser un bosque fotografiado desde arriba, aunque muy borroso. Con hilo dorado han bordado dibujos de espigas de trigo.

Tiene un corte en el lado derecho que me llega hasta la rodilla y me hace sentir increíblemente expuesta. Llevo un cinturón que imita unas enredaderas en lo alto de la falda. La parte de arriba es también verde, aunque lo mezclan con algunas tonalidades de dorado —Tigris ha dicho que es un degradado perfecto—.

Me han alisado el pelo, para mi disgusto, y lo han recogido en una coleta alta. También me han puesto una tiara que parece de oro. No llevo demasiado maquillaje, un poco de brillo en los labios y colorete en las mejillas. Lo que más me han maquillado han sido los ojos, sin lugar a dudas.

Me han puesto mucho delineador y sombra de ojos dorada. Las uñas son también doradas. En cuanto a los zapatos, son unos tacones altos de color verde, aunque más oscuro que la falda.

Cuando miro en el espejo, apenas me reconozco. Parezco cuatro o cinco años más mayor, por lo menos. No termina de convencerme la obsesión de Tigris por el dorado, pero he de admitir que ha hecho su trabajo muy bien.

—Es increíble, Tigris. Muchísimas gracias —digo, admirada. Ella ronronea y sonríe.

—Vamos, tenemos que ir ya. Nos estarán esperando.

Sigo a Tigris por los pasillos, esta vez sintiéndome más tranquila en su presencia que cuando la vi por primera vez. Sin ella, no habría conseguido llegar ni en varias horas, pero con su guía estamos allí en unos minutos. Hemos ido despacio porque nunca he llevado tacones y casi me tuerzo el tobillo varias veces. Llega un momento en el que mi estilista me ofrece el brazo y camino apoyada en ella hasta nuestro destino.

Tigris me lleva hasta donde están todos los tributos con sus mentores. Es la primera vez que nos veo juntos en persona y, pese a que noto algunas miradas sobre mí, hago lo imposible por no fijarme en ninguno de ellos.

—Ya no necesitas mi ayuda. Iré a coger sitio para ver el desfile. —Tigris me suelta el brazo y, tras revisar mi aspecto y peinarme un poco más, asiente—. Asegúrate de sonreír. No bajes la cabeza en ningún momento. ¿De acuerdo?

Asiento seriamente y ella se marcha. Busco con la mirada a Jared o a Seeder, pero deben de estar detrás de alguno de los carros o entre los tributos, porque no les veo. A quien sí encuentro es a Chaff, que está apoyado en la pared riéndose con otro hombre.

Le reconozco sin demasiado esfuerzo, es Haymitch Abernathy, el mentor del 12. Está tan mal como mi propio mentor. Siento algo de pena por los chicos de su distrito; con su único mentor en ese estado, no tienen muchas posibilidades de sobrevivir. Nosotros al menos tenemos a Seeder.

Comienzo a andar lentamente, buscando a alguien conocido. Intento no caerme con todo mi empeño, aunque se me complica la tarea.

Miro de reojo a los demás chicos, los chicos que tratarán de matarnos a mi hermano y a mí. Reconozco enseguida a los profesionales. Tampoco es difícil saber quién es cada tributo: los árboles del 7, los monos de minero del 12, los vaqueros del 10...

Al fin, localizo entre la multitud a Seeder y Jared. Trato de avanzar hacia ellos, con cierta dificultad. Tributos y mentores se agrupan a mi alrededor y me complican la tarea.

Entonces, alguien me llama por mi nombre.

—¿Leilani?

Y, con enorme sorpresa, compruebo que ha sido el vencedor más joven de la historia de los Juegos, Finnick Odair, del 4, el que lo ha dicho.

Le miro, demasiado sorprendida como para articular palabra. Pese a que es solo un año mayor que yo, parece que lo es mucho más. Me saca más de una cabeza, incluso llevando yo tacones.

Me mira, sonriendo de un modo algo extraño. No sé cómo reaccionar.

—Hola, Finnick —acierto a decir—. Cuánto tiempo.

Asiente. Aprieto los labios, incómoda.

—¿Cómo te acuerdas...?

—No se olvida la chica del Distrito 11 a la que casi detiene un agente. —Ríe tranquilamente, como si aquello fuera algo normal—. Me llevé una buena sorpresa al saber que... Bueno, al ver la Cosecha.

—Yo también —mascullo.

Nos observamos en silencio unos instantes.

—Creo que deberías ir a tu carruaje —comenta entonces, mirando detrás de mí—. Ya están saliendo los del 1.

Sorprendida, descubro que tiene razón. Busco rápidamente a Jared con la mirada y le descubro mirándome desde arriba del carruaje. Me hace un gesto para que corra.

—Nos vemos —acierto a decir, antes de levantarme cuidadosamente la falda y echar a andar lo más rápido que pueda, sin siquiera girarme a mirar a Finnick.

El vencedor del 4 recordando mi nombre no estaba en la lista de cosas que esperaba que me sucedieran en el Capitolio.

—Sube, Lei —dice Jared, que ya está sobre la carroza. Se le ve nervioso. Me tiende una mano y, con ayuda de Seeder, consigo subir sin caerme. Jared va vestido parecido a como voy yo, aunque en versión masculina. No queda tan bien, pero tampoco va mal del todo. Mi hermano me mira con el ceño fruncido.

—¿Era con Finnick Odair con quien hablabas?

—Eso parece —mascullo—. Aunque no sé a qué ha venido.

—¿Estáis listos? —Una agitada Seeder se acerca a la carroza. Asentimos, tensos—. Vais espectaculares. Les encantaréis. No os preocupéis, ¿vale?

No estoy tan convencida de ello. No obstante, en cuanto salimos y los focos nos apunta, escuchamos unos gritos de asombro.

Instantes después, los vítores nos desconciertan. Alucinada, descubro que todo lo dorado que llevo reluce con fuerza bajo la luz de los focos. Me obligo a sonreír, recordando lo que me dijo Tigris, y saludo con la mano a los del Capitolio. Cada vez que observo directamente a uno, parece a punto de desmayarse de la emoción. Es increíble.

Escucho mi nombre a ambos lados de la carroza, mezclándose con el de mi hermano y otros tributos. No dejo de saludar en ningún momento, pese a que lo detesto más a cada minuto que pasa.

Después de escuchar al presidente darnos la bienvenida y hacer otra vuelta, por fin el espectáculo termina y puedo bajar del carro.

Nos han traído hasta el Centro de Entrenamiento, el último sitio en el que dormiré antes de ser llevada al estadio. Aquí pasaremos los próximos días preparándonos.

He conseguido no caerme del carruaje al bajar, pero me duelen las mejillas de tanto sonreír y los zapatos están a punto de matarme. Me los quito y los cojo con la mano. No me importa ir descalza. Ya nadie va a mirarme, de todos modos.

—¡Lo habéis hecho genial, chicos! —dice Seeder, apareciendo con Hera, Tigris y un hombre que supongo que es el estilista de Jared.

—Gracias —respondo con una sonrisa.

Tigris y el estilista de Jared también nos felicitan, aunque también entre ellos, durante unos minutos, antes de marcharse. Hera y Seeder son quienes nos conducen a Jared y a mí a los ascensores para subir a nuestra planta.

Todos los otros tributos, acompañantes y mentores tratan también de entrar en un ascensor, así que acabo separándome de los demás debido a todos los empujones que me dan. Suspiro con resignación y decido esperar hasta que se hayan ido todos para subir.

—Tampoco te gustan los ascensores llenos, ¿no? —La voz de Finnick Odair me desconcierta nuevamente. Se ha acercado tan silenciosamente que ni me he enterado.

—No me gustan las multitudes. —Me encojo de hombros—. Prefiero esperar a que todo se calme.

—Yo también —admite él.

Ambos terminamos aguardando hasta que la multitud se disipa. Cuando únicamente estamos solos los dos ante los ascensores, aprieto el botón y aguardo, sin dirigir una mirada a mi compañero, a que alguno llegue.

El ascensor abre sus puertas y los dos entramos en silencio. Finnick le da al botón del 4 y, antes de darme tiempo a hacerlo yo misma, pulsa también el del 11. Le doy las gracias y es lo último que digo hasta que llegamos a su planta.

—Adiós, Leilani —se despide el del 4, bajando tranquilamente—. Me alegro de volver a verte.

Me sonríe justo antes de que las puertas se cierren.












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