back in the games. part 3

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EL ENTRENAMIENTO
de vuelta a los juegos. parte 3







Recuerdo bien cuando conocí a Finnick Odair.

Yo tenía tan solo trece años y él había sido coronado vencedor pocos meses atrás. Su Gira de la Victoria estaba dando inicio: había visitado ya el Distrito 12. El 11 era su siguiente parada.

Como todos los años, a los niños del orfanato nos obligaban a acudir a la celebración en el distrito e incluso nos reservaban unos asientos especiales para el discurso del vencedor. Al alcalde le gustaba que se nos viera: ignoro el motivo. Los niños del orfanato están al borde de la desnutrición, tienen la desesperanza marcada en el rostro y siempre visten unos horribles uniformes idénticos para todos.

Desde que Jared y yo habíamos ingresado en el orfanato, a los ocho años, había presenciado cuatro discursos. Nunca me había gustado aquella costumbre, de modo que siempre trataba de saltármela, pero no había tenido éxito por el momento.

Después de sobrevivir a dos Cosechas y ver a dos chicos y dos chicas salir elegidos mientras yo permanezco inmóvil entre la multitud, el discurso me apetecía incluso menos. En especial porque los dos tributos del 11 murieron en las dos ediciones en las que yo podría haber sido elegida.

—Lei. —Recuerdo que Jared me miró con el ceño fruncido antes de salir del orfanato—. No intentes nada hoy, ¿vale?

—No lo haré —le dije. Él me lo pedía para que me ahorrara un castigo. Acaba de salir de uno de dos semanas—. No te preocupes.

Pero, cuando Zinnia, la única chica del colegio que se juntaba conmigo pese a ser una de las niñas del orfanato, vino corriendo a abrazarme, irremediablemente me quedé hablando con ella y perdí al resto de niños en la multitud.

Cuando me di cuenta, quise ir en su busca, dejando a Zinnia junto a su abuela y su hermano menor. De modo que terminé perdida y sola, tratando inútilmente de localizar a Jared o a cualquier otro de nuestros compañeros.

«Me voy a llevar un buen castigo», no dejaba de pensar.

Entonces, unas manos me sujetaron y no pude evitar gritar. Miré hacia atrás y me congelé al reconocer el uniforme de los agentes. Creí que me meterían un tiro entre ceja y ceja al instante; cualquier infracción resultaba en eso en el 11.

En cambio, me arrastró fuera de la multitud y, antes de darme cuenta, estaba en el interior del Edificio de Justicia. No quería gritar ni preguntar nada, temerosa de que hubiera represalias, pero quería saber dónde me estaban llevando.

—¿Qué está haciendo, agente? —escuché a alguien gritar, mientras me conducían por uno de los interminables pasillos del edificio.

Y al girarme y ver al alcalde, me asusté aún más. Para empeorar la situación, no estaba solo: Finnick Odair y sus mentoras, Mags Flanagan y Museida Selkirk, le acompañaban.

—Una de las niñas del orfanato se había perdido, señor —se apresuró a explicar el agente, apretando su agarre sobre mí—. Estaba llevándola junto a los demás. La directora me ha pedido que fuera rápido.

—Entiendo. —El alcalde me miró de arriba a abajo, casi despectivo. No obstante, me preguntó—: ¿Cuál era tu nombre, pequeña?

Le había visto en varias ocasiones. Visitaba el orfanato una vez al mes, todo para aparentar. Siempre preguntaba nuestros nombres, pero nunca los recordaba a la siguiente visita.

—Leilani, señor. —Sé que agaché la cabeza, porque la volví a levantar para decir—: Usted habló conmigo y mi hermano hace un par de semanas.

—Ah, sí, sí. —El alcalde esbozó una sonrisa falsa: no me recordaba—. Tienes razón.

—¡Leilani! —La voz de Seeder resonó en el pasillo. La vencedora, recién salida de uno de los salones, me observó, sorprendida—. ¿Qué haces aquí?

—La llevo con el resto de niños del orfanato, señora —explicó el agente en mi lugar, volviendo a apretar con más fuerza. Se me escapó un sonido de protesta.

—¡No le haga daño! —exclamó, enfadada, Seeder, avanzando hacia mí. El agente me soltó por instinto y yo me apresuré a correr hacia la mujer—. ¿Qué has hecho, niña?

—Perdí a Jared y los demás entre la multitud —dije, mirando avergonzada a todos los presentes. Los del 4 me observaban con fijeza.

—Te llevaré con los demás —resolvió Seeder, tomando mi mano—. Vuelvo ahora, señor alcalde.

—No hay prisa, podemos tardar lo necesario. —Recuerdo la risa falsa del alcalde y la mirada que me dirigió—: Hasta pronto, Leilani.

—Un placer —mascullé. Recuerdo lo notable de mi sarcasmo. No obstante, el alcalde no comentó nada al respecto.

Al girarme a verles una última vez, Finnick me sonrió débilmente y yo, tras un momento de desconcierto, le devolví la sonrisa. Fue la única interacción que tuvimos.

Y, sin embargo, me recuerda pese a los cinco años transcurridos, al igual que yo recuerdo a la perfección aquel incidente que se saldó con alguna que otra cicatriz en mi espalda después de un castigo especialmente severo.

—¿Qué debemos hacer en los entrenamientos? —le pregunto a Seeder durante el desayuno, el día siguiente al Desfile.

—Probad en puestos de cosas que no conozcáis —responde mi mentora, sin levantar la vista de su plato—. No necesitáis ir al de plantas, pero os vendría bien aprender a encender un fuego, a poner trampas y a hacer nudos. Parecen cosas muy simples, pero son muy útiles. ¿Tenéis algo que se os dé especialmente bien?

Los dos lo pensamos un momento, pero no respondemos. Seeder suspira.

—Leilani, sé que tú trepas desde pequeña a los árboles para avisar de que la jornada termina —me recuerda, algo que yo no había tenido en cuenta—. Eres ágil y silenciosa escalando. También tienes buena puntería. Jared, no me niegues que has tenido peleas con otros chicos y has salido de ellas sin despeinarte, porque tu hermana me las ha contado todas. Eres rápido y sabes dónde pegar. Destacas en el combate cuerpo a cuerpo. Es útil, pero debes asegurarte de que el otro no está armado antes de comenzar una lucha.

Nos miramos sorprendidos el uno al otro, y después volvemos a mirar a Seeder. Tiene razón, pero son cosas que no hubiéramos considerado importantes.

—Leilani, practica lanzamiento de cuchillos y de lanzas ligeras —continúa diciendo Seeder, mirándonos seriamente—. Puedes incluso probar con el arco, aunque es más complicado y te tomará tiempo. Hazlo si quieres camuflar otras habilidades. Jared, tú prueba con las pesas, a ver cómo se te da. También con espada. Pero siempre haced menos de lo que sois capaces. No destaquéis. Eso guardadlo para los entrenamientos privados, o incluso para la arena. ¿Entendido?

—Vale. Haré eso.

—Y yo.

—E intentad descubrir los puntos fuertes y débiles de otros. Puede ser útil.

Asentimos con la cabeza. Seeder mira el reloj y nos dice que vayamos ya. Hera, que ha estado callada todo el rato, nos explica rápidamente cómo llegar a la sala de entrenamiento, con su característica voz aguda y acento exagerado del Capitolio.

Para cuando llegamos, solo hay dos chicos allí. Reconozco a la chica, es la del 4. Me fijé en ella porque aparenta la misma edad que yo y tiene los ojos verde mar, como los de Finnick. Puede que sea característico de su distrito. Siempre me ha encantado ese color. Imagino que el otro chico es su compañero. Ninguno nos dice nada y nosotros tampoco les dirigimos la palabra.

Esperamos hasta que llegan todos los tributos, luego nos explican un poco en qué consisten las cosas y nos dejan ir a los puestos con total libertad.

—Voy a probar el de encender un fuego. ¿Tú qué vas a hacer? —le pregunto a mi hermano, confiando en que quiera hacer otra cosa.

Estar con él aún se me hace complicado.

—Iré al de lanzar lanzas, por probar algo. Nos vemos luego, ¿vale?

Asiento con la cabeza y voy al puesto que he escogido. El encargado sonríe al verme. No debe de ser de los más populares. Escucho su explicación con atención. Luego, me deja intentarlo todo lo que necesite.

Tardo bastante en conseguirlo, pero finalmente consigo encender un fuego sin necesidad de cerillas. El encargado me felicita y me recuerda la importancia de esta habilidad en la arena, antes de dejarme marchar. Miro a los puestos que hay libres y termino por dirigirme al de camuflaje.

Me paso la mañana yendo de puesto en puesto. Después de ir al de camuflaje, aprendo a montar una trampa para conejos bastante sencilla y efectiva. Pruebo lanzamiento de lanzas, que tampoco se me da mal del todo, pese a que no me gusta mucho. Prefiero lanzar algo más pequeño. Pruebo con la honda, que no es demasiado útil pero se me da bien. También observo a otros tributos, recordando la petición de Seeder.

En la comida, me siento con Jared en una mesa aparte. Los profesionales van juntos, como es habitual. El resto de tributos se dispersan y van a distintas mesas.

—¿Qué tal? —le pregunto a mi hermano.

—Bien. La lanza no se me da muy bien, pero soy bueno con la espada. También he probado el puesto de nudos y he levantado unas pesas. No he hecho mucho. ¿Y tú?

Le cuento lo que he hecho y hablamos de lo que podemos hacer luego. Es una conversación tan tensa la que mantenemos que ni parece que esté hablando con mi hermano.

—¿Y qué me dices de los otros? —pregunto, bajando la voz.

—Los del 2 son muy fuertes y buenos luchadores —explica él, tras pensarlo un momento—. La chica del 1 también, pero el chico tiene trece años y no tiene tanta práctica en esto como los otros. Parece que ningún otro de su distrito quería ofrecerse este año. Los del 4 también han entrenado antes, pero ninguno de los dos está contento de estar aquí. Ninguno fue voluntario. Además, el chico no parece llevarse bien con los otros profesionales.

—Sí, he notado eso —digo, recordando una especie de discusión que han mantenido antes el del 4 y la del 2.

Observo con atención a los profesionales. Sí, se nota que el del distrito pesquero no está nada a gusto. Su compañera tampoco se ve muy contenta.

Después de la comida, Jared y yo volvemos a separarnos. Después de estar un rato en el puesto de encontrar o construir un refugio seguro, voy al de nudos. La chica del 4 llega poco después. Se nota que tiene práctica en el asunto, porque hace todos los nudos rápidamente y sin apenas esfuerzo. Incluso hace un par de nudos que el encargado no conoce, lo que lo deja muy impresionado. Yo, que apenas consigo atarme los cordones de los zapatos, tengo más problemas.

—No es así. Tienes que meter ese extremo por aquí, no por ahí. Mira. —La chica me lo muestra y, siguiendo su ejemplo, consigo hacer un nudo aceptable.

—Gracias. —Frunzo el ceño al volver a bajar la mirada al cordel y, decidiendo que no tengo nada que perder, digo—: ¿Puedes ayudarme con los otros?

—Si tú me ayudas con las plantas —propone ella—. No tengo ni idea de ellas y no sé distinguirlas. A los del 11 se os da bien, ¿no?

Me lo pienso un momento.

—Trato hecho. —Ella me tiende la mano, lo que me desconcierta un poco, pero termino por estrechársela—. Leilani Demeter.

—Annie Cresta —asiente ella—. Un placer, Chica Cereal.

—¿Así me llaman? —pregunto, extrañada. Suena estúpido.

—No. En realidad, tu estilista explicó en una entrevista en qué se inspiró para tu traje y en el Capitolio todos te llaman Diosa Dorada —aclara ella, entreteniéndose con un nuevo nudo—. Yo prefiero Chica Cereal.

—¿Diosa Dorada? —repito, sin tener claro si me gusta más o menos que el otro mote. Al menos, en el Capitolio debe de gustar—. Vaya.

La chica sonríe y me enseña un nuevo nudo. Después de un rato en el puesto, aprendo a hacer varios nudos, así que Annie dice que tenemos que ir al puesto de plantas, que le toca a ella. Allí, le explico las diferencias entre las plantas que hay expuestas. Para mí es muy sencillo, pero a ella le cuesta, así que intento ser paciente, aunque no sea algo que acostumbre a explicar. En el 11 no es una opción no conocer sobre las plantas.

Cuando nos dicen que ya ha terminado por hoy, Annie aún no ha aprendido a distinguir ni siquiera las venenosas de las beneficiosas.

—¿Podemos seguir mañana? —me dice, tras unos momentos—. Te enseñaré más nudos a cambio.

Como no tengo nada mejor que hacer, acepto.

—Trato hecho.

Nos estrechamos la mano nuevamente y en broma, lo que nos hace reír. Pero recordamos la situación en la que estamos y que puede que nos toque matarnos la una a la otra, así que las sonrisas desaparecen y nos soltamos las manos. El tiempo que he pasado con ella ha sido incluso divertido, pero eso no borra todo lo que nos espera.

Sin despedirnos, nos vamos a los ascensores y cada una entra en uno diferente.

Queda muy poco para que termine el tiempo de entrenamiento. Ya no volveremos aquí todos juntos, mañana serán los privados, que realizaremos solo frente a los vigilantes. Aún no me he acercado al puesto de lanzamiento de cuchillos ni de tiro con arco, así que decido probar suerte.

Voy primero al de tiro con arco. Me cuesta bastantes intentos acostumbrarme, pero termino por entender cómo funciona y acertando en el blanco en tres ocasiones y quedándome cerca una decena de veces, antes de recordarme que debo disimular mis habilidades. Dejo el arco como quien no quiere la cosa, pero no se me pasan por alto las miradas de varios tributos.

Después voy al puesto de lanzamiento de cuchillos, esta vez teniendo bien presente que tengo que fingir no ser buena pese a todo. Tomo en mis manos los puñales que el instructor me ofrece y lanzo el primero.

El cuchillo es fino y ligero y me resulta más cómodo que una lanza e incluso un arco. Me acostumbro rápidamente a su peso y me limito a ir lanzando a las dianas, solo que apuntando al borde en lugar de al centro.

Pronto, he dado a todos los objetivos que me he propuesto. Cualquiera que me esté observando pensaría que tengo una puntería pésima, si no supiera que mi intención era alejarme del blanco todo lo posible.

Estoy a punto de lanzar un último cuchillo cuando oigo un grito.

—¡Ya estoy harto! —Es el chico del 4, descubro al girarme.

—¿Te crees que yo no? ¡Has estado insoportable todo el tiempo! —responde la chica del 2.

Los seis profesionales están discutiendo en mitad de la sala. Los demás tributos se acercan con curiosidad, yo incluida.

—¡No tenemos por qué aguantar todo esto! ¡No contéis con el 4 en vuestra patética alianza!

—Espera a que tu compañera hable —advierte la del 1.

—Sí, quedarías como un idiota si ella quisiera quedarse —añade el del 2–. Bueno, ya estás quedando como un idiota. Podrías pensar un poco más en lo que acabas de decir, nos sentimos lo bastante generosos como para dejar que os lo replanteéis.

Observa al grupito que se ha reunido a su alrededor y casi parece incómodo. Todos ellos, de hecho. El niño del 1 no abre la boca.

—Mañana lo hablaremos —dice Annie, sin gritar, mientras se coloca junto a su compañero de distrito—. Mejor cuando no estén todos mirando. Los mentores se encargarán.

—Tiene razón. ¿Vosotros qué miráis? ¡Largaos! —grita la del 2 a todos los que nos hemos reunido a su alrededor.

Nos dispersamos y regresamos a los puestos. Los del 4 se van lo más lejos posible de los otros profesionales. Busco con la mirada a mi hermano y, cuando le encuentro, me dirige una mueca. «¿Nos vamos?», modulo.

Ambos nos marchamos juntos, apenas cinco minutos antes de que el entrenamiento termine del todo. Prefiero irme ya a tener que esperar junto al resto de tributos a los ascensores. Tampoco es que vaya a darme tiempo a hacer mucho más.

Annie me saluda con la mano cuando pasamos por su lado.

—Lo has hecho bien con el arco —me dice mi hermano, ya en el ascensor.

Niego con la cabeza, disgustada.

—Tenía que fingir que no se me daba bien. Se me olvidó.

—No te preocupes. Así, al menos, saben que no eres inútil del todo —opina él—. Pero mañana en los entrenamientos privados hazlo así de bien o mejor si eres capaz, ¿vale?

—Por supuesto. ¿Tú qué vas a hacer?

Mi mellizo se encoge de hombros.

—No tengo ni idea. Pero trataré de impresionarles.

—Yo también. A lo mejor pruebo también con los cuchillos. Y pienso trepar, sin duda.

—¿Qué piensas de lo de los profesionales?

Me encojo de hombros.

—Es mejor si hay menos en la manada. Y aún mejor si se dedican a matarse entre ellos y lo hacen todo más fácil para los demás. Aunque no creo que los mentores del 4 estén precisamente contentos si finalmente se separan.

Pienso en Finnick, a pesar de que no le he visto desde el desfile y dudo que vuelva a tener oportunidad de hablar con él. ¿Qué dirá cuando sus tributos le digan que no estarán en la manada de los profesionales? No sé si le hará mucha gracia.

En nuestra planta, le contamos a Seeder y Hera todo lo que ha pasado en los entrenamientos. A Chaff no le hemos visto desde el primer día y ya estamos acostumbrados a su ausencia. Ya no nos preguntamos dónde está.

—Sin duda, os beneficia, como ha dicho Jared —dice nuestra mentora, pensativa—. Si la manada queda reducida a tres, porque no contamos con que el chico del 11 sea una gran amenaza, todo os será mucho más fácil. Después de todo, solo serán uno más que vosotros.

—Siguen teniendo mucho más entrenamiento que nosotros —opino yo, no sabiendo si ser tan positivo.

—Mejor tres bien entrenados que seis bien entrenados —tercia Jared—. Habrá que ver sus notas en el entrenamiento.

Termino por ir a mi cuarto y darme una ducha. Para cuando regreso al salón, únicamente Jared está ahí. Mi hermano, que también se ha cambiado de ropa, me saluda con un tenso asentimiento de cabeza.

Tras un instante de duda, me siento junto a él en el sofá. Jared suspira, sin mirarme.

—¿Qué vamos a hacer? —pregunta.

—No lo sé —admito.

Nos miramos, tensos. Lloraría si no llevara haciéndolo todas las noches desde la Cosecha. Jared niega con la cabeza.

—No sé qué, hacer, Lei. Nunca, jamás, se me ocurrió...

—A mí tampoco —susurro, negando con la cabeza.

—Si mamá... —Jared se interrumpe al momento y agacha la cabeza, negando. Aprieto los labios, sabiendo lo que va a decir a continuación—. Me alivia que no pueda vernos ahora.

—A mí también —susurro, muy despacio—. No se merecía algo así.

Nuestra madre nunca nos vio pasar por una Cosecha, lo que debe de ser el peor temor de una madre. Nunca ha tenido que vernos a ambos ser cosechados juntos. Y nunca tuvimos un padre que se preocupara por lo que nos pasara si algo así sucediera; mejor así.

—Vamos a estar juntos, eso seguro —empieza Jared, muy despacio—. Luego... Ya veremos.

Asiento, tragando saliva.

—Jared, sabes que estos son nuestros últimos...

—No lo digas.

—No decirlo no va a quitar que sea verdad —objeto, negando con la cabeza—. Son nuestros últimos días juntos. Ambos lo sabemos. Pase lo que pase, no saldremos juntos de esa arena y lo sabes tan bien como yo. Y no quiero pasar nuestros últimos días sin ser capaces de mirarnos a la cara.

—Yo tampoco quiero, Lei, pero ¿realmente eres capaz de estar conmigo y pretender que nada de lo que va a pasar es real? —pregunta.

No sé qué responder, de modo que permanezco en silencio.












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