back in the games. part 4

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LA PUNTUACIÓN
de vuelta a los juegos. parte 4







Termino por escapar de la planta del 11 tras mi conversación con Jared. Sin saber dónde poder ir que no sea mi dormitorio y sin desear, por nada del mundo, encerrarme en él, termino por subir a la terraza.

Recuerdo que Seeder me mencionó que podíamos ir al hablarme de sus maravillosas vistas. Considero que es el mejor escondite y me escabullo hasta allí. No obstante, al llegar arriba, descubro que hay alguien más. Estoy a punto de bajar de nuevo, pero sé que me han oído cuando escucho una suave risa.

—No tienes porqué irte. Hay sitio de sobra.

Tras un momento de duda, me siento a unos metros de él. Prefiero estar allí a volver a bajar junto a mi hermano.

—Hola, Finnick —saludo tímidamente.

—Hola, Leilani —responde él, casi divertido—. ¿Qué tal los entrenamientos? Annie me ha dicho que le has ayudado con las plantas.

—Y ella me ha ayudado a mí con los nudos. Hicimos un trato. —Tras un momento en silencio, añado—: Espero que a ella y al otro chico les vaya bien si al final no están con los profesionales.

—Eres muy amable, pero no tienes que mentir —comenta, burlón—. Tú eres tributo. Te alegras de que haya menos profesionales de los que preocuparse.

No lo niego. Me encojo de hombros. Finnick sonríe.

—Yo también he sido tributo. Sé en lo que piensas. Y sé que no piensas como otros tributos. Tú no quieres sobrevivir, quieres que otro sobreviva.

Vuelvo a encogerme de hombros.

—¿No dices nada? —Finnick ríe nuevamente—. Lo que te he dicho es algo importante, ¿sabes? Algo que creo que deberías dejar claro al Capitolio en tu entrevista.

Le miro, intrigada.

—¿Estás ayudándome? —cuestiono, sin comprender.

—Mi gran personalidad me hace sentirme inclinado a ayudar a los que no cuentan con ella —me responde, hinchando el pecho.

Una carcajada escapa entre mis labios. Él sonríe orgullosamente.

—Me alegra ver que por fin veas lo gracioso que soy.

—Sí, acabo de comprender por qué dicen que eres tan modesto —respondo, negando con la cabeza—. Si me preguntan la primera palabra que se me viene a la cabeza cuando escucho Finnick Odair, sin duda será «modesto».

Finnick suelta una carcajada.

—Sí, y si me preguntan lo mismo sobre ti, sin duda diré «habladora».

No puedo evitar reírme junto al vencedor.

—Queda muy lejano aquel día en el 11, ¿verdad? —me pregunta Finnick, adoptando un tono algo más serio.

—Muy lejano, sí. Hace menos de una semana seguía allí, pero ahora, si pienso en ello, me parece que han pasado varias semanas, incluso varios meses. Ni te imaginas lo lejano que me parece cuando nos conocimos. Fue hace casi cinco años.

—Llegaste sana y salva con los demás, según me dijo Seeder.

—Casi habría sido mejor no hacerlo —mascullo—. El orfanato... No es exactamente bonito.

—Si es como el del 4, no creo.

—No sé cómo es el del 4, pero te aseguro que es peor —gruño—. Cualquier cosa mala en el 4 es diez veces peor en el 11.

Finnick no me lo discute.

—¿Cómo has encontrado este sitio? —me pregunta, cambiando de tema.

—Seeder —aclaro—. ¿Sueles subir aquí?

Él da un único asentimiento.

—No muchos otros vienen aquí —explica él—. Resulta un alivio subir y olvidar durante un rato lo que espera abajo.

Se pone en pie tras decir aquello. Me sonríe y hace una pequeña inclinación en mi dirección, divertido.

—Felices Juegos del Hambre, Leilani. Y que la suerte siempre esté de tu lado —dice a modo de despedida—. Suerte en los entrenamientos privados mañana.

—Adiós, Finnick —me limito a decir—. Y gracias.

Con un guiño, él se marcha y yo me quedo arriba un rato más, hasta terminar tan adormecida que termino por bajar, temiendo quedarme dormida en el tejado.

Finnick Odair no deja de desconcertarme. No sé exactamente qué pensar de él.

Aunque, siendo sincera, no debería pensar nada de él. Únicamente es el mentor de otros tributos, otros chicos que tratarán de matarnos a mí y a Jared. Mi única preocupación en estos momentos debe ser mi hermano.

Pero ni siquiera esa convicción consigue apartar a Finnick de mis pensamientos.

Jared entra en la sala donde le esperan los Vigilantes. Le susurro un «suerte» antes de que la puerta se cierre. Él me dirige una última mirada antes de dejarme a solas con los dos tributos del 12.

No me he fijado especialmente en ellos, no hasta este momento. Aunque ya sabía que la chica tiene doce años, es ahora cuando advierto lo pequeña que parece en comparación con su compañero, que debe de tener mi edad. Ambos son rubios y de piel y ojos claros. Ella me mira casi retadora al notar mi mirada sobre ellos.

No hago ningún intento de entablar conversación. Me limito a pasearme de arriba a abajo. Sé lo que voy a hacer dentro. Estoy deseando poder hacerlo y ya quitarme esa carga de encima. Luego solo quedarán las puntuaciones, las entrevistas y la arena.

El tiempo pasa rápido y antes de que me dé cuenta me están llamando. En cuanto entro, algunos Vigilantes me observan, aunque la mayoría están demasiado ocupados, por no decir borrachos, para mirarme.

Suspiro y miro hacia las dianas. «Haced algo espectacular», nos ha dicho Seeder esta mañana. Si debo hacer eso, las dianas no me sirven.

Corro al puesto de camuflaje y me mojo de pintura roja dos dedos de la mano derecha. Miro la pared y pongo un dedo sobre ella, dejando un punto rojo. A no demasiados metros, hago otro punto. Y después otro. Hago hasta veinte en total. Me limpio los dedos y cojo un cinturón lleno de cuchillos. Veinte cuchillos en total. Trepo por una cuerda y llego a la altura del techo en cuestión de segundos. Cojo un cuchillo con la mano y lo lanzo al punto más cercano.

El cuchillo se clava con fuerza en la pared. Cojo otro cuchillo y, mientras salto a la siguiente cuerda, lo lanzo a otro punto. El cuchillo también se clava en el centro. Vuelvo a hacer lo mismo. Salto tan rápido que debe parecer que vuelo. Los cuchillos se clavan en el centro con precisión. Cuando termino, salto y hago una pirueta antes de aterrizar en el suelo, apoyándome en los dos pies a la vez. Sonrío, orgullosa. Me ha salido mejor de lo que esperaba.

Me giro hacia los Vigilantes. Aunque no todos, unos cuantos sí que me observan. Me disgusta ver que mi actuación —para mí, impecable— no ha atraído toda su actuación, pero no tengo más que resignarme. Me hacen un gesto, dándome permiso para marcharme.

Así lo hago, dejando el cinturón a un lado y deseando poder gritarles o algo similar.

Que me hayan ignorado me molesta más de lo que esperaba, porque lo cierto es que lo que he hecho resulta bastante impresionante. No estaba del todo convencida de que fuera a salir bien, pero he tenido suerte. Y, aún así, ni la mitad me ha mirado.

Subo a la planta del 11. Jared y Seeder me esperan allí. Me preguntan y les digo lo que he hecho, con algo de mal humor. Jared me cuenta entonces lo que ha pasado en su sesión privada: ha lanzado varias lanzas, ha lanzado pesas de un lado para otro, ha pegado puñetazos a un saco y ha peleado con un muñeco hasta que le han dado permiso para irse. Dice, no muy contento, que apenas le prestaban atención.

—Alguno te estaría mirando, seguro. No te preocupes, lo has hecho bien —digo, tratando de tranquilizarle—. A mí me ha pasado lo mismo. Sabíamos que sería así, de todos modos.

Seeder nos lo ha dicho: a los de los últimos distritos nunca nos prestan atención. Él suspira y asiente, descontento. Parece que va a decir algo más, pero cambia de idea y se marcha a su habitación.

—Cada vez se aleja más —murmuro, girándome hacia Seeder—. Estos Juegos nos separarán del todo. Y no me refiero a que al menos uno morirá. Vamos a perder el vínculo que nos une, Seeder. Ya somos más desconocidos que hermanos —digo, frustrada—. ¿No has visto que apenas nos hemos mirado en los últimos días? No sé qué debo hacer cuando estoy cerca de él.

—Lo sé, lo sé. Pero, llegado el momento, lo solucionaréis. La arena puede unir a la gente más de lo que te imaginas —responde Seeder, con voz algo triste—. Ya lo verás.

No contesto. No quiero esperar a la arena. ¿Y si Jared muere en el Baño de Sangre? ¿Tendré que seguir adelante sin él? No, no es una opción. Ambos tendremos que salir vivos de ahí, luego... Ya veremos qué pasa.

Lo importante es que permanezcamos juntos en la arena.

—Hoy no tenemos que hacer nada más, ¿no?

Seeder niega con la cabeza.

—En ese caso, voy a mi habitación —resuelvo, poniéndome en pie—. No me llames para comer. Pediré algo. Pero avísame cuando den las puntuaciones, por favor.

—Está bien.

Le sonrío antes de ir a mi habitación. Pese a haber dormido esta noche, sigo cansada, probablemente porque apenas he descansado. No recuerdo qué he soñado, pero me ha tenido toda la noche agitada. Aprovechando el escaso tiempo libre que tengo, trato de echarme una pequeña siesta.

Cuando me despierto, me doy un baño en la bañera, que más bien parece una piscina. En algunos sitios, es bastante profunda; especialmente para mi corta estatura. No sé nadar, así que solo me quedo en la parte que no me cubre. Al terminar, piso la alfombrilla y ésta me seca casi al completo.

Pongo la mano en el aparato que me arregla el pelo tan solo con el tacto, eliminando toda humedad y dejándomelo perfectamente desenredado. Pese a que nunca tengo los rizos tan perfectos como usando esa máquina, no me siento yo llevando el pelo tan bien. Me lo recojo en una coleta alta.

Luego, elijo mi ropa del enorme armario del que dispongo. Escojo una camiseta negra y unos pantalones blancos. Hace algo de frío, así que cojo también un jersey rojo que me acto a la cintura. Tendría algo más de cuidado si fuera ropa mía, pero es todo del Capitolio y me da igual estropearlo. Al pensar en ello, ato el nudo que hago con las mangas del jersey con mayor fuerza.

Me pongo unas deportivas también negras y estoy lista para cuando Seeder me avise. Pido un poco de tarta de queso, que es el plato que más me ha gustado de los que hacen en el Capitolio. La termino justo cuando Seeder viene a buscarme.

Jared, Hera y —¡sorpresa!— Chaff están sentados en los sillones, observando la televisión. Seeder y yo tomamos asiento junto a mi hermano.

—Fallstreak, ¿cómo estás? —saluda Chaff.

—No me llamo así —objeto, arqueando las cejas.

—A mí me llama Wolfmark —comenta distraídamente Jared—. Son antiguos Vencedores, ya sabes. Dice que da buena suerte.

—Eso es estúpido —opino.

—Lo sé —asiente mi hermano.

Poco después, comienzan a dar las puntuaciones, acompañadas de comentarios de los presentadores a los que trato de no poner mucha atención. Con la excepción del chico del 1, que consigue un siete, los profesionales obtienen puntuaciones entre el ocho y el once, como era de esperar. Annie consigue un nueve y su compañero un diez. El resto de tributos, más bajas: en su mayoría, entre el cuatro y el seis, con alguna que otra más baja incluso. Seeder comenta que el nivel parece estar bajo este año. O eso o los vigilantes han sido especialmente estrictos.

Cuando, finalmente, llegan a las puntuaciones del 11, me encuentro sujetando la mano de Jared, nerviosa. Aguardamos con impaciencia a que aparezcan nuestras notas, la suya primero, luego la mía.

Cuando un ocho aparece en pantalla, se me escapa un grito de alegría y abrazo a mi hermano, orgullosa. Segundos después, aparece mi puntuación. El ocho en pantalla me hace soltar otro grito.

—¡Increíble! —exclama Jared.

Hera aplaude y Seeder nos abraza a ambos. Hasta Chaff murmura una felicitación, antes de empezar a roncar en el sillón donde se ha sentado. Jared y yo intercambiamos una mirada incrédula: los dos sonreímos mucho más de lo que hemos hecho en los últimos días.

—Id los dos a dormir —nos dice finalmente Seeder, dándonos una palmadita en ma espalda a cada uno—. Mañana os prepararemos para las entrevistas. Leilani empezará con Hera y Jared conmigo. Después de comer cambiaremos. Luego vendrán los equipos y los estilistas a prepararos para las entrevistas. Ahora, a descansar. ¿Entendido?

Jared y yo asentimos, obedientes. A pesar de la siesta que me he echado, sigo cansada. Jared y yo nos despedimos con algo más de energía que las últimas veces antes de entrar en nuestras habitaciones. Me quito la ropa y me pongo el pijama. Pero, al cerrar los ojos, no consigo dormirme.

Me incorporo después de un rato intentando dormir. Sé que tardaré horas en conciliar el sueño: es algo que me sucede de vez en cuando. Eso debe significar que Jared tampoco puede dormir.

Es algo que nos pasa a los dos. Siempre hemos bromeado con ello, diciendo que es cosa de mellizos. En casa, de los Kurtter cuando pasa esto, voy a su habitación o él viene a la mía, y ambos vamos al sofá del salón, donde hablamos durante horas, hasta que finalmente conciliamos el sueño.

Quiero ir a su habitación, pero no sé qué pasará ahora que estamos en esta situación.

Alguien llama a la puerta y la abre antes de que le dé permiso. No necesito preguntar quién es, porque lo tengo claro desde antes incluso de que llamara. Es Jared.

—¿Noche al revés? —me pregunta, sonriendo débilmente.

Así llamábamos de pequeños a estas noches, cuando aún vivía nuestra madre, y el nombre se ha quedado.

—Sí. Ven, sube —digo, haciéndole sitio en la cama.

Él se sienta a mi lado.

—Escucha —empieza, pensativo—, sé que nos hemos distanciado mucho estos días. No quiero, a pesar de lo que dije ayer. La situación es muy complicada. Los dos lo sabemos. Pero no quiero que, acabe como acabe esto, sea estando enfadados o siendo incapaces de mirarnos. No sé cómo estar contigo y no imaginarnos en la arena, pero... No quiero que los últimos días que tenemos antes de acabar allí sean como han sido estos anteriores. Lo siento por haber actuado como lo he hecho. Solo estaba...

—Lo entiendo, lo entiendo —le corto, tomándole la mano—.  Nunca pensé que esto pasaría. Ninguno de los dos estaba preparado para esto. Nos ha pillado muy por sorpresa y no lo hemos llevado bien. Los dos queremos protegernos entre nosotros. Pero... Es todo demasiado complicado. Ni siquiera sé... —intento explicarme, sin mucho éxito.

Pero Jared, como siempre, me entiende.

—Pase lo que pase, siempre serás mi hermana, Lei —dice, despacio—. Y sabes que no hablo solo de la sangre. Eres mi familia y voy a protegerte siempre. Nada de lo que pase allí lo cambiará.

Sonrío.

—No cambiará, Jared. —Apoyo la cabeza en su hombro y él suspira—. Echo de menos a Zinnia, Thresh y nana Violet.

—Yo también —admite él—. Deberíamos haberles dado más las gracias.

—Lo sé —susurro.

¿Sufrirán con nuestras muertes? El solo planteármelo me parece estúpido, porque sé que sí. Desde que nos acogieron en su casa, nos han aceptado en su familia. El modo en que se despidieron de nosotros...

Extraño a Zinnia, sobretodo. Siento no haberle dicho más veces cuánto la quiero. O lo mucho que me ayudó a sobrellevar el orfanato. O que siempre le estaré agradecida por haber accedido a compartir su cama, su ropa y su familia conmigo.

Jared me rodea con su brazo. Cierro los ojos. Puede que la arena no vaya a cambiar nuestro vínculo, pero lo indudable es que va a acabar con todo. Uno de nosotros, al menos, va a morir.

Puedo perder a Jared en tan solo dos días. Un escalofrío me recorre ante ese pensamiento.

Todo va a acabar muy pronto y no estoy preparada para ello. Nunca podría estarlo, desde luego.

—¿Jared?

—Sí.

—Te quiero. —Nunca le he dicho eso. Siempre he optado por demostrárselo. Decirlo me resulta casi incómodo, pero lo hago de todas maneras—. Gracias por estar conmigo siempre.

—Yo también te quiero, Lani —me susurra él, dándome un beso en la coronilla—. Gracias por ser mi familia.












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