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POV JIMIN

El día había amanecido gris y con llovizna, y aunque normalmente solo le gustaba la lluvia cuando estaba arropado y calentito en su cama, hoy disfrutaba del frío. Aclaraba sus pensamientos, tanto como podían aclararse de todos modos.

Miró el reloj mientras pasaba por delante de los charcos que se acumulaban en la acera con el paraguas en mano.

Había terminado de almorzar en un tiempo récord, ya que quería echar un vistazo a LuxeGen Creations.

Era la mayor filial de joyería de JeonGroup. Hasta ahora, llevaba sobre todo joyas de la marca de su familia, a pesar de su anillo de compromiso, pero como se iba a casar con un Jeon, tenía sentido añadir más productos suyos a su colección.

Lluvia y terapia de compras.

Dos cosas que garantizan que se olvide por un momento de Jungkook.

El sonido de su teléfono lo sacó de sus pensamientos. Un número desconocido en su teléfono de trabajo. Inusual pero no inaudito.


Cuando terminó la conversación. Jimin, cerró el paraguas y entró a LuxeGen Creations, con la piel zumbando de anticipación. La decoración, el catering, el entretenimiento... había tantas posibilidades dado  el gran presupuesto del baile.

—¿Jimin?

La sorpresa se apoderó de él al ver los familiares ojos marrones que lo miraban detrás del mostrados.

—¿Joo Hyuk? ¿Qué estás...? —su pregunta se interrumpió cuando recordó lo que había platicado con Jungkook.

Joo Hyuk es vendedor y es tratado como cualquier empleado.

—Trabajando duro. —una piza de sequedad afloró antes de suavizante en una sonrisa—. ¿En qué puedo ayudarte?

—Estoy buscando dos piezas nuevas —dijo—. Una prenda llamativa y algo versátil que pueda usar todos los días.

Joo Hyuk paseó a Jimin por las mejores ofertas de la tienda. La verdad es que era un vendedor excelente, conocedor de los productos y persuasivo sin ser insistente.

—Esta es una de nuestras piezas más muevas —de la vitrina sacó una deslumbrante pulsera de rubíes y diamantes en forma de dragón—. Consta de cuarenta rubíes redondos y en forma de pera con un peso aproximado de cuatro coma cinco quilates y treinta diamantes en forma de marqués, redondos y en forma de pera con un peso aproximado de cuatro quilates. Forma parte de nuestra colección exclusiva, lo que significa que solo existen diez.

A Jimin se le cortó la respiración. Había crecido rodeado de joyas toda su vida, lo que tenía al frente era un brazalete exquisito.

—Me lo llevo.

La sonrisa de Joo se calentó una fracción de grado.

—Excelente.

El coste del brazalete y los discretos aretes de esmeralda que había elegido como pieza diaria ascendía a ocho mil quinientos dólares.

Jimin entregó la Black card.

—Deberías venir a cenar pronto —dijo mientras Joo Hyuk procesaba el pago—. A Jungkook y a mí nos encantaría verte.

—Te veré en acción de gracias.

La frustración lo punzón. Jimin no podía evitar la sensación de que Joo Hyuk ni le agradara su presencia, además de la forma fría en la que le hablaba.

—¿Te he ofendido de alguna manera? Tengo la sensación de que no te agrada mucho...

Joo Hyuk le entregó la bolsa con los accesorios.

—No me desagradas —dijiste finalmente—. Pero soy protector de mi hermano. Siempre hemos sido dos, incluso cuando nuestro abuelo estaba vivo —el tono de su voz bajo—. Conozco a Jungkook. Nunca quiso casarse. ¿Y un día, de repente, anuncia estar comprometido? No es propio de él. Soy consciente de la parte comercial del acuerdo, pero tu familia saca mucho más provecho del acuerdo que la nuestra, ¿no es así?

El calor recorrió por el rostro de Jimin. Todo el mundo sabía que Jungkook "se casaba", pero nadie se atrevía a decírselo a la cara.

Excepto su hermano.

—Entiendo tus preocupaciones —dijo con calma—. No estoy aquí para interrumpir tu relación con Jungkook. Siempre será tu hermano. Pero también seré tu cuñado pronto, y espero que al menos podamos establecer una relación civilizada, por nuestro bien y el de Jungkook. Nos veremos muchos en las funciones familiares en el futuro, incluido el día de acción de gracias, y no me gustaría que la animosidad arruinara una buena comida.

Joo Hyuk lo miró fijamente. Después de un largo tiempo, su rostro se suavisó en una pequeña, pero algo genuina sonrisa.

—Jungkook tuvo suerte —murmuró—. Podría haber sido mucho peor.

Jimin frunció las cejas ante la extraña sorpresa.

Antes de que pudiera interrogarlo, una explosión de ruido atrajo su atención hacia la entrada.

Se le heló la sangre.

Tres hombres con los rostros cubierto, estaban junto a la puerta. Dos de ellos con rifles de asalto y uno con un martillo y una bolsa de lona.

Un guardia de seguridad yacía inconsciente en el suelo junto a ellos.

—¡Todos al puto suelo! —uno de los hombres agitó su pistola mientras su cómplice rompía el cristal del expositor más cercano—. ¡Al suelo!

Joo Hyuk y otros empleados obedecieron.

—Jimin —siseó Joo—. Agáchate.

Jimin quería hacerlo. Todos sus instintos le pedían a gritos que se arrastrara a un rincón y se acurrucara hasta que pasara el peligro, pero sus músculos se negaban a obedecer las órdenes de su cerebro.

Nunca había sufrido un atraco o una agresión.

Hace un segundo estaba viendo las joyas y hablando con Joo Hyuk, y ahora tenía la visión de los hombres poniendo en pausa la cinta de su vida.

Lo único que podía hacer era observar, entumecido, cómo el que había gritado las instrucciones lo veía todavía de pie.

La ira iluminó los ojos del asechante.

El miedo recorrió el cuerpo de Jimin mientras el hombre se acercaba a él, pero sus pies seguían pegados al sueño. Por mucho que luchara contra la parálisis, no podía moverse.

Todo parecía su realista. La tienda, los ladrones y él.

El hombre se acercó.

Más cerca. Más cerca. Más cerca.

Su pulso alcanzó niveles ensordecedores y ahogó todo excepto el pesado y ominoso golpe de sus botas.

Él estaba ahí.

El último ruido hizo que su lucha se pusiera en marcha. Su cuerpo se sacudió, un grito de vida frente a la muerte, pero fue demasiado tarde.

El frío metal de una pistola lo presionó en la parte inferior de la barbilla.

—¿No me has oído? —el aliento caliente y húmedo del hombre lo abanicó. Se le revolvió el estómago—. He dicho que te tires al maldito piso, idiota.

Sus ojos oscuros brillaban con malicia.

Algunos delincuentes solo quería arrebatar la mercancía e irse sin matar a nadie.

¿Pero el hombre que tenía delante? No dudaría en asesinar a alguien a sangre fría y parecía que tenía ganas de hacerlo.

El tamborileo de su corazón alcanzó un tono febril.

Sentía que la respiración le faltaba. Sentir el arma tocando su rostro hacía que su corazón dejara de latir por unos segundos.

Tenía miedo.

El pánico lo estaba consumiendo.

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