Capítulo 12

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng



HOY PRESENTAMOS: LAS AVENTURAS DE ALEX Y SUS GALLETAS DE ORÉGANO.

—Vale, en este momento me está dando pánico escénico.

—Tranquilo Alex, todo va a salir bien, todo... todo va a... ¡No puedo hacerlo! ¡Consíganse a otra vocalista, yo me voy a la mierda! —Traté de arrancar, pero Javiera me puso en mi lugar.

Habíamos pasado por los vestidores y de paso nos habíamos aproximado hacia un lado del escenario para dimensionar la cantidad de gente que había. La verdad es que era mucha gente... ¡Demasiada gente! Todos con sus celulares, eufóricos, cantando, ¡emocionándose apenas probaban los juegos de luces! Era demasiado para alguien que tenía un pequeño problema con ver a mucha gente y no tener drogas a mi alcance. 

Volvimos tras bambalinas cuando una de las organizadoras nos pidió que nos fuéramos a posicionar donde estaban nuestros instrumentos. El lugar que era amplio y con una altura realmente impresionante, también lo tenía de desordenado y con un hedor acre que se  impregnaba en la ropa. Habían cientos de amplificadores con gruesos cables negros enrollado entre sí; cajas de cartón por doquier, escaleras, juegos de luces, uno que otro ratoncillo buscando comida y, por supuesto, músicos... guapos. 

Las bandas se agrupaban como manadas en la sabana africana. Había algunos muchachos tocando por los pasillos, otros que solo se dedicaban a beber, otros que aparcaban con su minivan afuera con sus instrumentos... Y luego estábamos nosotros resistiendo las expresiones duras de la competencia. Era como la guerra de depredadores por territorio. ¿Quién terminó como la presa?

No hace falta decirlo. 

Yo. 

Javiera estaba de pie, maquillándome. Yo estaba sentada en un taburete, tratando de elevar el mentón para que la rubia pudiera hacerme un delineado perfecto, pero su rostro de concentración con los orificios de la nariz bien abiertos me provocaba algo de risa que estropeaba el maquillaje.

Alex estaba sentado a mi lado. Se encontraba arriba de un amplificador mientras trataba de afinar la guitarra. John y Chris estaban sentados en el suelo, conversando entre ellos mientras afinaban los instrumentos. John le ayudaba a afinar el bajo a Chris. Lucía bastante concentrado con la plumilla entre sus dientes mientras que el pelinegro le mostraba algunas melodías con la guitarra. Manejar instrumentos se les daba como anillo en el dedo. El pack perfecto teniendo un rostro virtuoso y una personalidad absorbente.

Y aquí es donde empieza el calvario.

Y el calvario se llamaba: Derek Dunoff.

No puedo describir a la velocidad que llegó. Lo único que alcancé a ver fue que, de un empujón, votó a Javiera al piso. Segundos después, sentí cómo tomó tan fuerte de mi cuello, que me estrelló contra la pared y me cortó el aire de manera tan rápida que mis manos golpeaban el concreto con desesperación. Mis intentos por liberarme eran nulos y mis piernas gelatinosas pataleaban para sobrevivir. Me estaba ahogando.

—¡Maldita zorra! ¡¿No fuiste capaz de decirme que te cambiabas de banda?! —Me apretó más fuerte—. ¿Crees que te puedes salir con la tuya siempre? Cómo nos presentamos nosotros ahora, ¿eh? 

Fue en un microsegundo cuando sentí que el puño de Chris golpeó a Derek, tumbándolo en el suelo. ¡Zas!

Eso desencadenó muchas cosas, partiendo porque el grupo de él corrió hacia Chris como si fueran unos brabucones de secundaria y se formó un redondel exigiendo pelea. Explosión de testosterona y mucho Rock And Roll. ¡Bang!

Como dijo Axl Rose: Estás en la jungla... Vas a morir... 

John, a paso rápido, se dirigió hacia mí y tomó suavemente de mi cuello con una mano, ocupando casi todo el espacio de esa parte de mi cuerpo. Lo ladeó con cautela para verificar que no tuviera ninguna herida. Me impresioné. Cuando terminó de examinarme, se fue a estrecharle la mano a Javiera que estaba algo adolorida por el empuje.

—¡Pelea, pelea, pelea!

Lo que alcancé a presenciar en ese momento fue bastante agitado: Chris a ahorcajadas golpeando a Derek y John empujando a otro sujeto que pateó el rostro de Chris. Oliver y Alex trataban de detener la pelea.

—¡Golpéalo, Derek! ¡Golpea a Freedman! ¡Dale su merecido!

—¡Dale con la guitarra, Chris!

—Chicos, ¡no peleen!

Javiera intentaba defender a Chris, dándole manotazos a Derek. 

Entonces pensé: ¡Debo ir a defenderlos!

¡Y claro que lo hice!

Me poseyó una fuerza sobrenatural. 

Empujé a las personas de otras bandas que se entusiasmaban por la pelea y pasé entremedio de todos. Cuando vi que un sujeto se puso de pie y golpeó a Chris, me subí a su espalda y traté de ahorcarlo con mis propios brazos acorralando su cuello.

—¿Esa es la vocalista nueva? 

—Qué salvaje... Me agrada. 

El chico comenzó a correr en círculos, como un perro persiguiendo su cola. Trataba de jalarme del cabello para que lo soltara.

—¡Suéltame niña inútil! —gruñía con desesperación.

—¡Esa chica tiene ovarios! —gritaban unos por ahí.

Lo sé, lo sé...

Todo eso terminó para mí cuando alguien me jaló desde atrás y me lanzó al piso, haciendo rebotar mi espalda contra el suelo. Auch...

—Hola de nuevo —dijo Meredith mirándome hacia abajo con una sonrisa satisfactoria—. ¿Preparada para tu derrota?

Yo solo me limité a soltar sonidos quejumbrosos mientras me sobaba la nuca. Eso sí que dolió.

Minutos después: 

La coordinadora llegó con su carpeta en mano y nos avisó que faltaba quince minutos para salir a animar al monstruo del Saint Hell. Luego se retiró y yo quedé más nerviosa todavía. 

—Me perdí la pelea, qué mal. —Apareció Franco cargando una caja de regalo a la altura de su pecho. 

—¿Y ese regalo? —preguntó Javiera sosteniendo un paño en la cabeza de Chris.

—Ah, es... No lo sé, me llegó a la casa diciendo que es para Alex. —Lo sacudió.

—Ah, sí, es mío. —Le arrebató la caja y se sentó en el amplificador—. Le compré unas galletas a un tipo que vende en una esquina. Le compré varias, aunque nunca pensé que me las mandaría en papel de regalo... Lindo el detalle, ¿no?

—¡Yo quiero! —Se lanzó la rubia sentándose a su lado—. Tengo mucha hambre. 

Apenas le dio un bocado, soltó un sonido de satisfacción que me dieron ganas de comer a mí. 

Damn!... ¡Están deliciosas! ¿De qué son?

—Dice que... —miró el paquete— son de orégano.

Fue ahí cuando nos ofreció y, poco a poco, todos comenzamos a comer.

Y  a ver doble.

—Estas galletas están deliciosas —balbuceé mirando a la nada—. Wooaaaau.

—¿Verdad que sí? —Alex intentaba atrapar una mosca. 

—Siento que... se me está saliendo el alma... —rió Javiera. 

—Somos... ¿Qué somos? ¿Por qué existimos? Oh, creo que somos parte de todo... Wow... 

Las galletas me hacían filosofar. 

—¿Están drogados? ¿Es en serio? —John comenzó a regañarnos. 

Chris de inmediato fue a ver la caja y le hizo un gesto a John para que viera de qué se trataba. 

—Comieron galletas de marihuana. No se les va a pasar. 

—Chris, te amo —comenzó a revelar Javiera—. Siempre he estado en... 

—Chicos... ¡Salen en un minuto! —exclamó la coordinadora con su carpeta en mano—. ¡Necesito que se muevan rápido al escenario, están por presentarlos!

—¿Eres tú, satanás? —preguntó Javiera con los ojos entrecerrados.

—¡Apúrense!

La rubia le hizo una cruz con sus dedos.

John se fue jugando con sus baquetas hasta el escenario, girándolas con las manos, enojado, como siempre. Nosotros decidimos seguirlo, aún riéndonos detrás e ignorando que estábamos a punto de jugarnos la vida. Lo bueno era que esa droga no me carcomía los nervios.

Qué buen servicio.

Entonces llegó la hora de presentarse frente a una cantidad exagerada de personas.

Querido lector, hazme un redoble de tambores mental.

—Los que abren este show —exclamó el animador, presentándonos mientras tomábamos los instrumentos—, son los chicos del QueenRoll, los chicos más revoltosos de toda la nueva estación. ¡Los amantes del Hard Rock! —gritó. Al decir eso, se sentían aplausos y silbidos ansiosos del público—. Con ustedes: ¡The Gloed! 

Olvidé mencionar que ese era el antiguo nombre de la banda. 

Los aplausos llegaron como anillo en el dedo. La gente eufórica pedía a gritos que tocáramos una canción. Estaban ansiosos, desesperados, queriendo que Alex tocara al menos una cuerda de su Telecaster para poder saltar con frenesí. El problema era que Alex estaba con Lucy, en el cielo, con diamantes.

Por si no lo saben, es una canción de The Beatles.

Amigos, si les cuento esta historia vengan preparados, ¿vale?

En fin, cuando me vi frente a la alocada multitud que no dejaba de chillar, no sentí miedo, es más, me resultó entretenido verlos moviéndose lentamente, escabulléndose como si fueran hologramas que perdían la conexión y la gama de colores. Era extraño, incluso diría que cómico. No todos los días te enteras que el amarillo tiene una voz chillona.

—Si no les importa —balbuceé con el rostro lleno de risa—, no me gusta que me miren mientras canto, así que den la vuelta.

Reí sola. Miré a John para que notara el chiste y este rodó los ojos. 

Pero luego comenzó a dar ritmo a la batería, imponente, sagaz.

Alex dejaba llevar las cuerdas de la guitarra en un tono melódico y contagioso.

Chris le dio fuerza al bajo como latidos de un corazón desesperado, melancólico. 

Y yo sujeté el micrófono con ambas manos para comenzar a cantar, dejándome llevar por cada letra creada por los Rollings Stones mientras el público me acompañaba sacando todo ese aire contenido para repartir una melodía brutal, armoniosa y apasionada a la vez.

Esos autos pintados de negro están.
Con flores y mi amor, ambos no volverán.
Veo que la gente no me quieren ni mirar.
Como un recién nacido, me suele pasar.
Mi corazón es negro, lo puedo notar
Y la puerta roja, de negro debo pintar.
Tal vez deba morir y esto no afrontar.
No es fácil cuando todo tu mundo negro está.

En esa parte, John le dio más intensidad a la batería y Alex a la guitarra. Los juegos de luces cambiaron y acentuaron la locura y los saltos desesperados del público. Solté el micrófono del atril y decidí desplazarme hacia adelante para cantar, pero trastabillé porque sufrí un mareo. El mundo comenzó a... Uy... 

Fue ahí mientras cantaba que me di cuenta de que podía oír todo lo que decía el público; incluidos los múltiples insultos y palabras obscenas.

¡Sube esa falda más arriba!

¡Vamos, tómale una foto!

¡Esta mujer está que arde!

Aunque igual había comentarios buenos como:

¡Lo haces bien!

¡Esta chica canta genial!

De todas maneras, decidí seguir cantando. En ese momento no sabía si estaba desafinada, si hablaba estupideces o si lo estaba haciendo tan mal que me terminarían sacando del escenario. No estaba segura de absolutamente nada. Quizá estaba haciendo el ridículo como siempre lo hacía... ¡Pero no me importaba nada! Éramos solo una banda de Rock And Roll que hacía lo que se le daba la gana. 

Pero ahí no termina mi calvario, porque nadie me dijo que cualquier cosa que haya tenido la galleta, hacía que pasara de ver animalitos tiernos a demonios perturbados. Me había enojado sin ninguna causa aparente.

—¡Apaga ese teléfono! —interrumpí el canto al darme cuenta de que alguien tomaba fotos bajo mi falda—. ¡Guarda el jodido teléfono, puto pervertido!

La gente seguía aplaudiendo... ¡¿Pero qué carajos?!

¡El sujeto no me hacía caso! 

¡Estaba furiosa!

—¡Apaga el teléfono!

No lo hizo.

—¡Que lo apagues!

No hubo resultado.

Me lancé hacia el público.

Dios mío. 

¡Es que una corriente de adrenalina se marcó de mi cabeza hasta la punta de mis pies! ¡Fue como lanzarse desde un precipicio, rebotar y continuar cayendo a toda velocidad! ¡Galletas de orégano mi trasero! Percibí como la melodía de la banda había dejado de reproducirse al ritmo que exigía la canción ¡porque Chris se había lanzado también! Joder... ¡es que juro que éramos un desastre con patas!

Chris le arrebató el teléfono al sujeto y lo lanzó al suelo. Comenzaron a empujarse y a jalonearnos de la ropa. 

—Te dijo que dejaras de grabar o eres idiota. 

—¿Y por qué crees entonces que usa minifalda? 

—Llévense a este imbécil. —Chris le apuntó para que un guardia lo sacara. 

Todo el mundo comenzó a pifiarlo. 

John bajó y me tomó desde el torso para sacarme de ahí. Mis patitas quedaron flotando en el aire. 

—¡Déjame, idiota! 

Alex estaba detrás de un amplificador, vomitando.

Vaya, viva el rock and roll. 

Cuando volví arriba ellos pedían, no, no pedían, exigía que siguiéramos. Quedé impresionada. ¡Nos amaban! pese a que en ese momento rondaba un chirrido molesto sobre el escenario, un chirrido que se colaba por nuestros tímpanos. 

Un Feedback musical.

Fue ahí donde cogí aire y miré atentamente al público, divisé donde estaba, dónde nunca me imaginé que llegaría a estar. Me aplaudían, me querían, me nombraban. Jamás lo dimensioné. Solo llegó de un momento a otro, sin pedirlo, sin soñarlo. 

Y bien, lentamente me puse el micrófono cerca de mi boca. El viento movía mi cabello, mi ropa. en cuanto sentí la batería nuevamente, seguí cantando y la gente continuó saltando.

Creí ser invencible.

(***)

Pasaron los minutos y todo había terminado. Para ese entonces el público no dejaba de aplaudir y de exigirnos otra canción. Todo había acabado de una manera tan vertiginosa y absorbente que poco a poco me condujo hacia un atropello de emociones. Era hora de esperar, y yo no hacía más que lamentar el hecho que no hubiera sido capaz de colocar un pie arriba sin drogas. 

¿Iba a ser así de ahora en adelante? 

Una vez que comenzamos a avanzar tras bambalinas, Javiera nos recibió con algo de desconcierto. La boca le llegaba hasta el suelo.

—¡¿ESTÁN LOCOS?!

—¡POR SUPUESTO QUE LO ESTÁN! —exclamó Franco—. ¡ESO ES ROCK AND ROLL, PUTOS! —rió mirando hacia el cielo, con triunfo—. El problema es que nadie los quiere contratar porque son un asco y porque les tienen miedo.

—¿Cómo que un asco? ¿Ya vieron como cautivamos a la gente? —habló Alex—. Aunque... de mucho no me acuerdo. —Se rascó la nuca, tratando de pensar.

—Sí, pero lo único que hicieron fue crear un Feedback molesto.

—¿Y eso qué es? —pregunté.

—Callie, es cuando el micrófono del audífono recibe la señal ya amplificada que sale del parlante y se reproduce una reamplificación —respondió John.

Al percatarse de que no me quedó claro, decidió explicarme con palabras sencillas y flojas, como si no tuviera paciencia.

—Es ese pitito molesto cuando dejas caer un micrófono o simplemente cuando no sabes usarlo, como tú.

Lo miré arqueando una ceja y él miró para otro lado, casi risueño.

—Entonces somos un Feedback... —pensé— Podríamos llamarnos así, ¿no?

—Pensé que ya te considerabas un ruido molesto —ironizó.

—No más que tú con la batería.

—Ya, de seguro.

—Yi di siguiri —imité.

—Ya, ya... Dejen de pelear. —Franco intentó calmarnos. 

John bufó.

—Yo estoy de acuerdo con ese nombre —articuló una voz masculina que hizo que todos agudizáramos su mirada en él. Aquel hombre llevaba pegado en su semblante la palabra icónico. No le temía a las uñas pintadas de color neón, ni tampoco a lucir un maquillaje de labios añil. Era viejo, pero con estilo—. Soy Valerio.

—Me urgía saber eso, gracias por resolver mis dudas —dijo John en un ademán de decir: «¿en qué estábamos?».

—Soy dueño de una disquera, precioso.

Todos nos volteamos con interés.

—Me encantaría hablar con ustedes si es posible, claro. Por lo visto nadie se atreve ni a hablarles, pequeños revoltosos... Pertenezco a PanicDisk y creo que puedo hacer mucho por ustedes. ¿Les gustaría pertenecer a una discográfica de renombre como la de nosotros?

Antes de que nos apresuráramos a decirle un rotundo sí, él advirtió algo con su delicada y fina voz:

—Les pasaré mi tarjeta. Por favor, revisen la letra chica. Nos vemos el viernes si es que aceptan.

Tic.... tac....

Bien, resumiendo toda la vesania que había acontecido, pasó lo siguiente: Esperamos con ansias durante toda la noche para que nos avisaran al ganador. Durante el receso, dormimos en el suelo tapados con unas mantas que olían a orines de borrachos y usamos unas cajas con papeles como almohadas. Ya saben, cosas de ricos.

Spoiler 1: No ganamos.

Spoiler 2: Me dirigía sola, ya casi a las cuatro de la madrugada a juntarme con Derek.

No se apresuren; él me dijo cuando nos encontramos en camarines que quería disculparse y que tenía algo para mí. Me dijo que me esperaría en la esquina de la calle Weeks, al lado de una farmacia; así que, para mi estupidez, accedí.

Él afirmaba su espalda en la cortinilla metálica. Arriba de Derek había un letrero luminoso que decía cerrado con letras rojas. No había nadie más por la cuadra, así que solo se escuchaban mis zapatillas de tela que resonaban sobre la acera húmeda. Con mal sabor en la boca, miré para todos lados tratando de tener la esperanza de que al menos una persona más estuviera ahí; pero no lo había. 

Y es que quizá digas: ¿por qué se dirigió hasta allá? ¡No tiene sentido! ¿Verdad? Bueno, vale, como veras, mi cerebro no piensa igual que el de los demás. Necesitaba drogas y alguien me dio la oportunidad de acceder a ellas.

Derek lucía una camiseta gris sin hombros, un cabello negro despeinado y una pequeña barba un tanto desaliñada. Su personalidad férrea y sus ojos altivos, eran de temer. No negaré que era un chiquillo agraciado, pero todo eso se opacaba por ser tan jodidamente malo.

—Hola, Callie, ¿cómo estás? —Se pronunció con cierta timidez. Noté un ligero tono de arrepentimiento por lo que me había hecho horas antes.

—No sé —mostré mi cuello que se estaba comenzando a colocar morado—, dime tú cómo me dejaste. 

—Te quería pedir perdón por eso, yo no soy así... Solo me tomaste por sorpresa porque no me avisaste. Debiste hacerlo.

—No es excusa para que me ahorcaras.

—Lo sé y quiero compensarlo. El otro día me preguntaste si vendía drogas y la respuesta es sí, si vendo. Así que supongo que por eso vienes, ¿no?

Resoplé y comencé a sacar dinero de mi bolso.

—Ve, sé directo. —Le estreché unos billetes—. ¿A cuánto?

—Para compensarte, te la regalo —informó sacando algo del bolsillo de su pantalón—. Incluso te quiero dar este reloj de oro. Es lindo.

—¿Por qué tú me darías un reloj?

—¿Lo recibes?

No me podía aguantar. Y no porque fuera lindo, sino porque tenía mucho valor y yo realmente necesitaba ese dinero...

Entonces acerqué mi mano para recibirlo, pero él cerró el puño.

—Antes me tienes que hacer un favor —advirtió, acercándose más a mí y lanzando mi cabello negro hacia atrás de mi hombro.

—¿Qué favor? 

—Pasa una noche conmigo.

...Las manecillas del reloj comenzaron a girar más rápido de lo habitual. Poco a poco perdieron el rumbo... Y explotaron ¡Boom!

Fue ahí cuando alguien a toda velocidad prendió las luces de su auto y se aventó hacia nosotros.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro