Capítulo 11

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HORAS ANTES DEL FESTIVAL MASIVO.

HORAS ANTES DE UN POTENCIAL PELIGRO.

Ok, esta parte se resume en que ese día catastróficamente lluvioso mi respuesta fue un casi decidido sí, sí quería ser parte de ellos. También me llevé un: "te vas a terminar arrepintiendo" por parte de Freedman. Juraría que por ese tonito quisquilloso la advertencia iba en serio, pero eso sería algo de lo que me preocuparía después, después de soñar que ganaba $1000 jodidas libras.

La farmacia lucía limpia, con miles de estantes con medicamentos tentadores y uno que otro dulce vencido que se vendía por una moneda. Cuando entré sonó una campana que avisaba de mi presencia.

—Farmacias Dr. Lake, a su servicio —se presentó un muchacho. Por su rostro joven y emocionado supuse que era un estudiante novato. (fácil de manipular, por cierto).

—Dos frascos de Adderall, por favor. —Afirmé mi mano en el mesón, tamborileando los dedos con inquietud.

Aproveché de dar una mirada furtiva a mi alrededor, sintiéndome la mujer más observada del mundo. Para mi buena suerte, solo había una anciana indefensa comprando vitaminas.

—Disculpa... ¿Tienes tu receta?

—Oh, claro —asentí y comencé a buscar una receta falsa en mi bolso que solía utilizar casi siempre en estos casos—. Tenga, aquí está.

Mis manos estaban algo temblorosas. No quería que la ansiedad se me notara en mi lenguaje corporal. Necesitaba un poco de drogas... solo un poco. No me hacían mal si las quería para pasar los nervios por culpa de un concierto, ¿no? ¡¿No?!

—¿Sufres de TDAH?

—¿Qué dice ahí?

—Pues que sufres de TDAH.

—Entonces sufro de TAHD... O como sea.

Es que yo ni enterada de qué era eso.

Mhm... Está bien... —articuló con una ligera sospecha, dándose la vuelta para buscar el medicamento. Y claro, si se apuraba, mejor, que ya tenía el corazón en el pecho y la angustia por la torre Eiffel.

Observé como la anciana fisgoneaba a mi lado mientras esperaba las vitaminas. Su mirada era algo tímida, pero recaía en mí de manera bastante particular. Yo era consciente de que estaba haciendo algo malo y, por ende, tenía la sensación de que todo el mundo lo sabía.

—¿Se le perdió algo? —pregunté a la defensiva.

—¿Así le hablas a tus mayores? ¿Acaso no tienes modales?

—¿Ser fisgona es parte de ser adulto mayor?

—No, pero la experiencia como doctora durante años sabe que tu eres una drogadicta, muchachita.

Bingo. 

Me limité a agachar mi cabeza apretando mis labios. Mis piernas comenzaron a volverse aún más inquietas y el rostro se me caía de vergüenza. Es que joder, ¡qué le importaba! ¡No era su puto problema! O bueno, al menos así pensaba yo, mi antigua yo. La que estaba viva.

—Soy Diana, Doctora ya jubilada. Mi vocación siempre estará presente, así que, si necesitas apoyo, búscame en la Calle Weeks. Dudo que ahora quieras aceptar mi ayuda. No estás para nada bien, pero aún hay tiempo...

Tic tac, tic tac.

—Solo estoy pidiendo mi puto remedio ya que... mi doctor me lo recetó —comenté—. Además..., ¿por qué no me deja en paz de una maldita vez?, ¿eh? Señora.

—Joven —le dirigió la palabra al estudiante—, ella no tiene trastorno por déficit atencional, simplemente busca drogarse.

—¿Qué se supone que hace?

—Algún día me lo agradecerás, muchachita. —Se largó. 

—Pero... ¡No! Joder... ¡Eso no es verdad!

El joven lucía mucho más confundido con el medicamento en la mano. Tenía una ceja arqueada y el rostro algo ladeado, como si se hubiera sorprendido por haberlo manipulado.

—Creo que... voy a llamar a mi supervisor.

—¡No! Escucha —dije completamente desesperada— : Véndemelas, ¿sí? Te prometo... Te prometo que haré lo que sea... ¡Cualquier cosa! Pero no me dejes sin el medicamento, ¿vale?

—¡Por supuesto que no! ¿Necesitas ayuda? Tenemos una fundación. —El muchacho comenzó a mostrarme algunos papeles del mesón—. Mira, ten, acá hay un programa en el que puedes...

—¡No quiero tu maldita ayuda! ¿Te das cuenta de que serás culpable de que yo esté sufriendo de esta manera? ¡Eres un... insensible!

—Escucha, déjame llamar a mi supervisor... Todo estará bien, ¿de acuerdo?

Aquellas palabras borbotearon en mi cabeza una y otra vez. ¿Todo estará bien? Nada lo estaba, claramente; ni mi reacción tampoco. Pese a que estaba en un periodo donde no tenía drogas a mi alcance, jamás había actuado de una manera tan manipuladora y desesperada. Quizá fue porque había intentado no consumirlas, pero los nervios del concierto me hicieron aflorar la ansiedad. Quería a toda costa una puta pastilla. ¿Qué les costaba tanto dármela? 

—Ahora lo llamo.

—¡Noooo...! ¡Yo lo voy a llamar para decirle que te despida!

—Yo... ¡Es que no puedo dártelo!

En ese momento realmente sentí punzadas en mi estómago. Me comencé a comportar como una niña pequeña con pataleta. Así que tomé la carpeta de aquel muchacho y dejé caer los papeles en el piso para comenzar a saltar sobre ellos, cizañera.

—Mira lo que hago con... con estos estúpidos papeles.

—Pero...

Levanté mi cabeza hacia él y vi un rostro pasmado y sorprendido al ver como pisoteaba las hojas. Acto seguido, levante mi dedo del medio y bajo una sonrisa rabiosa, me fui.

—¡LOCA! —gritó. Me giré, entre por la puerta nuevamente y se asustó—. ¡Mentira! ¡No me golpees!

—¿Me darás las drogas?

—No.

Resoplé y me di por vencida al darme cuenta de que había entrado una familia entera que trataba de entender todo ese desorden que había esparcido por el piso. Desde los pequeños críos mequetrefes hasta los ancianos de buenas costumbres me juzgaban con la mirada.

—¡Qué tanto miran, joder! —regañé mientras cerraba la puerta—. Todo el mundo puede irse a la mierda. 

Vi un basurero y lo golpeé también. 

(**)

Caminé hasta mi hogar a paso rápido, aún ansiosa por no obtener lo que buscaba y maldiciendo en voz baja. El show era una presión que necesitaba ser calmada, era un espectáculo donde asistirían un montón de personas, muchas más de las que podía tolerar. La primera vez que canté en el QueenRoll me había metido unas pastillas antes para poder enfrentar al público... Y la verdad es que el Saint Hell era mucho peor. ¿Cómo podía hacerlo sin decepcionar a nadie en el intento?

Parte de mí me decía que debía seguir en la música. Siempre me costó conseguir trabajo, no terminé mis estudios, los del orfanato me decían que era una buena para nada y nadie me daba oportunidades. Hasta ahora. 

Abrí la puerta con enfado y me percaté de que Marcos estaba totalmente concentrado arreglando una caja de un PC, de esa clase de computadores que ya estaban tan desgastados que no tenían más arreglo, pero Marcos, como siempre, se aferraba a la buena fe.

Al provocar un portazo se asustó.

—¡Pero qué mierda, Callie! ¡Oh, dios, me arruinaste el computador! —Su gesto se tornó resignado, pero después vio que yo tenía un rostro peor—. ¿Y a ti qué te pasa ahora? ¿Mal día?, ¿mal año?

—Mala reencarnación.

—¿Sabes? eso te pasa porque eres una irresponsable. —Se puso de pie y se dirigió hacia el perchero de la puerta, sacando un papel de su gabardina—. Nos van a embargar la casa en dos semanas si no tenemos dinero.

—¿No estaba todo pagado?

—Joder Callie...  ¿Crees que soy imbécil? ¿Crees que no sé qué te robaste el dinero de los ahorros? —Comenzó a alzar aún más la voz—. Te lo he dicho: no te estás dirigiendo por un buen camino ¡Te lo repito una y otra vez! ¡La música nunca te llevará a nada! —Se tomó una pausa, ya mentalizándose que yo disfrutaba haciéndole la vida un infierno—. Y aun así te aferras en pensar que el malo soy yo.

—¡Lo siento...! Te prometo que esta vez traeré dinero.

—He escuchado esto tantas veces de una...

—¿Una...?

—¡De una drogadicta como tú, Callie!

—Joder... Estás siendo hiriente.

—¡Es que en esta casa somos dos! ¿Entiendes? ¡Dos! Te he dicho hasta el cansancio que seamos un equipo, que... ¡No lo sé que podamos salir de aquí alguna puta vez! No te esfuerzas, Callie, no lo haces y yo soy el que se tiene que partir trabajando para poder tenerte un puto plato de comida. Pero parece que no entiendes, que solo tu cerebro piensa en drogas y esas mierdas.

—Jodete, Marcos.

—No, tú te vas a joder si sigues así. No buscas ayuda, pues no te quejes.

 Me fui a encerrar a mi habitación al no saber que decir. Ya me habían llamado drogadicta antes, pero que viniera de Marcos se sintió extraño. Lo peor de todo era que aquel día tenía razón.

Furiosa me tumbé en la cama, pero de inmediato sonó el timbre. ¡Rin rin!

Resoplé e insulté a medio Egipto y al reino Ramsés por hacerme ponerme de pie.

Me dio un mareo al pararme tan rápido. Resignada, me dirigí hacia la puerta con curiosidad. Al menos la sorpresa que me llevé fue realmente salvadora. Un hermoso chiquillo estaba en mi puerta.

—¿Alex?

—¡Hola, Cal! —saludó. Al cabo de unos segundos, miró a Marcos de reojo, con timidez—. Hola... Marcos, ¿qué tal?

Mi hermano solo le devolvió una seca sonrisa forzada, alzando la barbilla, como diciendo: «ah, tú nuevamente». 

El rubio vestía una chaqueta de mezclilla azul y pantalones de la misma calidad con unas tenues aberturas que dejaban ver una tela escocesa. Me limité a mirar sus ojos enrojecidos, sus párpados hinchados y sus ojeras violáceas. Siempre tenía un aspecto cansado y triste, pero su sonrisa no desaparecía de sus labios. Era encantador e irradiaba aires de chico otoñal que leía a Oscar Wilde mientras se servía su té con galletas en el desayuno.

—¿Qué te trae por... estos barrios bajos, Alex? —inquirí, sonriente, pero temblorosa.

—Me dijeron que te pasara a buscar. Ya nos vamos para el Saint Hell. ¿Estás preparada?, ¿lista?, ¿nerviosa?, ¿intranquila?, ¿confiada? Ya sabes, hay mucha gente... Nada va a salir mal, ¿no? ¿Qué podría salir mal? Solo es un concierto al fin y al cabo..., ¿verdad?

El rubio me dejó pasmada en un par de segundos. Pasé de estar nerviosa a necesitar tres tazones con agua de toronjil. O quizá directamente un clonazepam.

¿Qué si estaba lista? ¡Claro que no! Nunca lo estaba, nunca lo estuve... Era solo una buena para nada que cantaba. ¿Que se esperaban?

—Preparadísima como no tienes ni puta idea... —Tragué saliva y miré su rostro de una manera demasiado confidencial, de una manera que solo nosotros dos entendíamos— Ok, estoy más nerviosa que la mierda.

—¡TAMBIÉN YO!

—¡LO SÉ!

—Oh, Fucking hell!

Marcos rodó los ojos y resopló, cansado de mí, de Alex y de la vida en general.

—Bien, fuck, debemos mantener la calma y dirigirnos hasta allá, ¿va? Respirar y que no nos entre el pánico. —Inhaló y soltó ese aire poco a poco, vacilante—. Solo tenemos a millones de ojos mirándonos, esperando a que nos equivoquemos..., esperando el momento preciso para abuchear o incluso para utilizarnos como memes en redes sociales. "Nueva tendencia: Una banda de mierda para un día de mierda".

—Alex...

—"Si tuviste un mal día, ríete con este video y se te quitarán todas las penas".

—Alex —insistí, pero no parecía escucharme.

—"Alto cringe. Si te sientes incómodo, deja de ver este video".

—¡ALEX, HOMBRE! ¡Es que me pones más nerviosa como no tienes ni puñetera idea!

—¡Lo siento, lo siento! Marcos debería venir con nosotros a apoyarnos. ¿Qué opinas?

—No, quiero conservar mis tímpanos, pero gracias —respondió cruzándose de brazos.

—Vale, está bien. —Se resignó el rubio algo triste—. Nosotros nos vamos entonces.

—Me da igual. Solo dile a mi hermanita que el dinero que gane lo traiga a casa de una buena vez. —Se retiró. Alex me miró con las cejas juntas. 

—No... le hagas caso. 

Ambos inflamos las mejillas y tratamos de mantener la calma. Entrelacé mi brazo con el de él y nos fuimos camino al auto. Cuando nos sentamos y nos colocamos el cinturón, el rubio colocó uno de sus clásicos cigarrillos de menta en su boca y prendió la punta con el encendedor, dándole una calada mágica.

—¿Me das? —inquirí al ver como el espiral del humo recorría el auto y exhibía el rostro de Alex de una manera tan satisfactoria, casi artística.

—No te daré. Que se me mueran los pulmones a mí; no a ti —informó colocando London Calling de The Clash en la radio y comenzó a andar—. No querrás cantar con cáncer al pulmón.

—De algo hay que morir. —Me encogí de hombros y Alex soltó una risita mientras mantenía el cigarrillo en la boca—. Oye y... ¿este auto es tuyo?

—¿Bromeas? Ni para la llanta me alcanza. —Me miró con una sonrisa divertida—. Es de Javiera.

—Creo que tenemos mucho en común... Somos amigos de la pobreza, efectivamente.

—Ve el lado positivo: los ricos se pierden las peleas de las señoras del barrio... Nada más entretenido que eso, la verdad.

Después de reír junto con él decidí preguntarle si todos estaban de acuerdo con que me uniera a la banda. Para ser sincera, no quería llegar a un sitio el cual todos te recibieran de una manera incómoda.

—Te diré algo: todos te queremos en la banda. Es que joder, ¡cantas demasiado bien! Claro, que no todos tienen un buen carácter; pero no significa que no te quieran. Javiera, por ejemplo, ama a todo el mundo; Chris es medio solitario y algo misterioso, pero es un sujeto muy sensible. John por otra parte, es medio loco, ya sabes —continuó—. Es un tanto vanidoso e incluso algo peleador, pero si te quiere, te defenderá siempre.

—¿Y tú, Alex? ¿Quién eres tú?

—Bueno..., yo soy alguien que no entiende cómo sigue vivo.

—No eres el único —reí.

—Digamos que soy el que siempre está de mediador entre Chris y John, evitando que no peleen o también soy el que nunca se mete en conflictos sin antes cagarse en los pantalones. Soy un miedoso. 

—Si me preguntas a mí, te encuentro un tipo super genial. 

—Gracias, pequeña Morgan. 

Nos sonreímos. 

Aparcamos en un lugar bastante tranquilo y algo desolado. Frente a nosotros había una casa con tejado a dos aguas y un garaje al lado izquierdo que estaba abierto. Mientras caminábamos hasta ahí, aprecié que no era de un tamaño considerablemente grande, pero estaba presente la batería y otros instrumentos; cables y amplificadores por doquier, posters con la bandera de Inglaterra; de los Sex Pistols; The Clash; Oasis y otras bandas. También había neumáticos, cajas y herramientas por doquier. Y bueno, lógicamente, dentro de ese pack, venía incluida la controversial banda que me llevó camino hasta mi muerte.

—Esta es la casa de Franco —comentó Alex—. Por el momento estamos tocando aquí... No es un lugar muy grande y está medio desordenado. De hecho, parece un jodido pantano, pero... por algo se empieza, ¿no?

Me conformé. Había estado en lugares peores, para ser sincera.

Comenzamos a avanzar y Franco me recibió con un abrazo demasiado expresivo. Ahora se había tinturado la barba verde y el cabello rosado. 

—¡Mi nueva Joan Jett! —exclamó—. ¿Cómo estamos para enfrentarse al MONSTRUO del Saint Hell? ¿Preparada?

—Sí. Hey, no sabía que tenías padrinos mágicos —dije haciendo referencia a su cabello. Él no lo entendió. Reí sola. 

Me quedé en silencio, nerviosa como nadie. Es que encima ni siquiera le había avisado a Derek que no seguiría en su banda... No sé por qué, pero me daba una especie de miedo decirle. No era un tipo muy amable que digamos, pero era eficiente en hacerte favores en ese entonces. Claro que tipos como él siempre terminan por cobrarlos, tarde o temprano.

Dato extra: ¿Sabías que reconocí de inmediato a la persona que terminó conmigo? 

Pero bueno, Javiera me movió la mano y me dio un amigable saludo, John levantó la cabeza que reposaba en el sofá y luego me ignoró. Mantenía un cigarrillo en su boca que ni siquiera estaba prendido.

El muchacho vestía una sudadera verde musgo con letras rosadas. Tenía aspecto desordenado, pero a la vez se conservaba una apariencia pulcra. Era como si se arreglara para parecer desarreglado. No se molestó en saludar a nadie y siguió encantado con su celular.

—¿Y bien? —habló Franco frotándose las manos—. ¿Alguna idea de que tocaremos en la guerra de bandas? ¿Qué cover sugieren?

—A mí me gustaría cantar Whatever de Oasis —confesó Javiera tomándome por sorpresa, porque, lógicamente, me habían elegido a mí para cantar... 

—No tenemos dos vocalistas, Javiera. O es Callie o eres tú —dijo John con una voz medio malvada. 

John nuevamente me miró y sonrió, listo para molestarme.

—Oh... —Javiera agachó la cabeza. 

—¡No nos desviemos del tema, joder! ¿Tienen alguna canción en mente o no?

—No, Franco, no tenemos —lamentó Alex sacándole los pies a John y sentándose en el sofá. John bufó—. Pensábamos en que quizá podíamos cantar algo de los Artic Monkeys...

—¿Por qué no le preguntamos a Callie si tiene algo en mente? Digo, es nueva, ¿no? Que nos diga sus ideas, si es que tiene una, claro —insistió John colocándose de pie y guardando sus manos en los bolsillos de su pantalón—. Quizá ni siquiera sea un aporte para la banda.

Tremendo idiota, quería pegarle un zape. 

—No la presiones —intervino Javiera—. Ya se nos ocurrirá algo. Ella es muy talentosa, deberías darte una oportunidad para conocerla.

—No hace falta —replicó—. Parece que soy el único que la conoce mejor que nadie. Ese día en el QueenRoll hablaron mal a su espalda y... ¿Ahora juegan a los amigos felices?

—¡Eso quedó en el pasado! —se explicó Franco con algo de emoción— ¡Mírala, John, es nuestro diamante en vida! 

—No fue lo que dijiste cuando la llamaste "la zorrita que quiere fama".

Auch... 

—Yo sabía que esta era mala idea —reproché por lo bajo, negando con la cabeza. Por un instante, sentí que mi presencia no era bienvenida.

—¡Por supuesto que es una mala idea! ¡Al fin concordamos en algo!

—¡Exacto! ¡Claramente estoy sobrando aquí! —exclamé quedando frente a frente con John.

Es que... ¡Agh! 

—Callie... —quiso intervenir Alex, pero su capacidad de mediador se nubló con nuestros alegatos.

—¡Es que no puedes tener tanta razón! ¡Te recuerdo que desde un principio te dije que te terminarías arrepintiendo! —continuó, acercándose cada vez más a mí, molesto.

—¡Entonces me largaré de aquí para que no vuelvas a verme en tu vida!

—¡Me harías el favor! —exclamó siendo irónico. 

Javiera rodó los ojos y Franco miró hacia el cielo de manos en la cintura. Alex, por otra parte, tenía un rostro de que todo estallaría en cualquier minuto y que nunca conseguiríamos nada; que, como banda, no teníamos ni el remedio ni la cura para el dolor de cabeza. Éramos todos tan diferentes e inestables que simplemente no podíamos avanzar.

Fue ahí donde sentí una vocecita masculina que me defendió.

—Déjala. 

Chris afirmó un lado de su cuerpo en el marco del garaje. Estaba algo despeinado, sus ojos verdes estaban serios y juzgadores; su mentón se lucía de una manera escandalosamente perfilada. Su sudadera que marcaba un 08 en amarillo lo hacía verse un poco más alto e imponente de lo habitual.

—¡Agh! Al fin llegaste —resopló Javiera—. John no ha dejado tranquila a Callie.

—¿Por qué no la dejas en paz, John? Dale una jodida oportunidad y deja de discutir de una puta vez.

Lo dijo tan tajante que nunca pensé que tendría peso para alguien como John. El chico con tonalidades cobrizas y el cabello alborotado solo se limitó mirarme, serio. Segundos después, me susurró al oído algo que me dejó pensando.

—Espero que esto no termine mal para ti.

Acto seguido, solo se limitó a pasar por mi lado, indiferente.

Me pregunté qué significaba eso, qué habrá querido decir con el: «espero que esto no termine mal para ti». De lo único que estaba consciente, era de que algo iba a pasar, algo que indicaba que me estaba acercando a un vacío del cual nadie me podría sacar. ¿Debía salir de ahí? Bueno, el destino no nos da nunca un spoiler. ¿O sí? 

Al menos, los demás sí me querían ahí. ¿Por qué John no?

Como sea, Nos vemos en tres horas para hablar del desastre.

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