Capítulo 21

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VOLVISTE A SER MENCIONADO DESPUÉS DE MUCHO TIEMPO, CHICO INDEFENSO.

TU LLEGADA ME HIZO CREAR MUCHAS TEORIAS.

Abrí el retrete con cierto titubeo, pero después de unos segundos de estar mirando la bolsita llena de drogas, decidí tirarla y largar la cadena antes de que se me ocurriera probarla.

Y si bien aún me encontraba con el tema de las drogas anclada en mi cabeza, también estaba nerviosa por lo sucedido con John. Resultó ser que el muchacho era increíblemente intenso y genuino a la vez. Me costó sacarme de la cabeza lo que había pasado unos minutos atrás entre nosotros. Sin mentir, estuve alrededor de una media hora de pie mirándome en el espejo, volviendo a imaginar todos los besos y manoseos que nos dimos. Esclarecí mi mente de un sacudón, expulsé el aire contenido y volví a tierra.

La lujuria tenía que salirse de mi cabeza de inmediato.

Me coloqué una sudadera gris y holgada; me hice una coleta y fui con mis pantuflas de Monster Inc. Hacia abajo, lugar donde había un espacio para ensayar con la banda. Acto seguido, estuvimos practicando alrededor de media hora con un bloqueo musical abrumador.

—¡3...2...1! —John hizo sonar las baquetas.

Me posicioné frente al micrófono y comencé a cantar de manera perezosa. Yo solo quería dormir, pero Franco terminaba por estrujarnos todo nuestro potencial de alguna u otra manera.

—¡No, Callie! ¡Estas tensa! Necesito más, ¿sí?

—Lo siento, voy de nuevo —carraspeé mi garganta y me preparé al momento en el que John hizo sonar nuevamente las baquetas.

3...2...1...

No canté acorde a la melodía. Me había descoordinado.

—¡STOP! ¡Pero qué te sucede, Callie! ¿Qué les sucede a todos ustedes? ¿¿Acaso no quieren surgir??

—Estamos cansados, Franco —respondió Alex con un bostezo.

—¿Le dirás eso a los miles de machos con olor a testosterona que quieren matarse entre ellos mientras tocan, Alex? ¡No! —Di un pequeño salto por su grito—. Y tú, John... —Abrió los brazos— ¿Qué demonios te pasa? ¡Andas en las nubes!

Miré por encima de mi hombro a la batería que estaba atrás y conecté mi vista con él. Me giré tan rápido como un rayo hacia el micrófono, colorada.

Odiaba esto.

Coloqué mi cabello detrás de mi oreja y me enfoqué en tratar de ir al ritmo, pero tenía los párpados tan espesos que ya me quedaba dormida. Fallé y Franco nuevamente me reprochó.

—¡No, no! ¡Paren todo!

—Bueno, ya basta, ¿no? Tampoco puedes interrumpir todas las veces que se te da la maldita gana —regañó Chris antes de tocar el balón—. Déjala en paz.

—Está bien, tienes razón... No espera, ¡claro que no tienes razón Chrispy Boy! ¡No tenemos un puto peso porque papi Freedman los desheredó por ser unos putos drogadictos! Así que denme una puta canción o cancelo todo con Valerio y todo se va a la mierda. ¿¿Estamos??

Asentimos con aburrimiento.

—Yo escribí algo. —Apareció Javiera con dos cajas de pizza en sus manos—. Es sobre el área 51, nada tan profundo —dijo estrechándome la letra.

La canción, a mi parecer, era buena. Hablaba sobre teorías conspirativas del gobierno, ovnis e incluso, la iglesia. De esas conversaciones de medianoche, cuando te viene una oleada de crisis sentimentales y haces chistes de que quieres morir.

Estábamos por debatir la melodía, pero los Stundresk (La banda la cual seríamos teloneros) había llegado y Dios... Que me hubieran llevado detenida si era un delito babear por esos semidioses sexuales.

Eran cinco chicos que tenían cabellos voluminosos, desordenados y con pañoletas. Eran altos como nadie, con abdomen al descubierto y mucho músculo. Se veían voluminosos al lado de mi banda, pero del mismo tamaño que los Freedman.

—¡Qué guapos! —coqueteó Javiera arreglándose el cabello.

Yo no puede decir nada porque estaba lo suficientemente ocupada mirándole las líneas de su abdomen.

Alex tenía la boca abierta.

Y Chris rodó los ojos con aburrimiento.

—¿Y ustedes quiénes son?  —preguntó Wells, el vocalista. Colocó sus manos en su cintura descubierta y nos sonrió, con duda.

—Somos sus teloneros —respondió Alex con su cámara pegada a su pecho—. ¿Podemos tomarnos una foto con ustedes?

—¿Trajeron Gruppies? —inquirió uno, ignorando a Alex y apuntando a Javiera.

—¿Quieres ver lo que puede hacer esta gruppie? —Javiera se ofendió.

—¡Claro primor, muéstrame lo que tienes!

Simple y claro, Javiera golpeó sus bolas.

Y John reprodujo en la batería un: Ba dum, tss.

Eso acentuó la furia de los chicos que comenzaron a avanzar hacia nosotros, mientras que el otro muchacho se retorcía de dolor en el suelo.

Pensé que la pelea estaba por comenzar, pero no fue así. Un periodista invadió el lugar para entrevistarlos a ellos, así que sonreímos todos como si nunca hubiera pasado por nuestra cabeza agarrarnos a trompadas.

—Acá es donde los Stundresk ensayan. —Le explicaba el periodista a la cámara que lo seguía—. Y acá se encuentran ellos. Hola Wells, ¿Cómo va todo?

Nos agrupamos todos para captar la atención de las cámaras.

—Justo ahora estamos preparándonos para el gran festival —vaciló mientras que Javiera hurgueteaba su nariz frente a las cámaras—. Estamos sacando.... un nuevo... ¡Quítate! —regañó al ver que John metía su dedo en el oído.

—¡Qué chicos tan simpáticos! Tengo entendido que ustedes son la banda telonera, ¿no? —preguntó y le pidió indiscretamente al camarógrafo que nos enfocara mientras que comenzamos a saludar como unos niños pequeños—. ¿Cuál es tu nombre?

John se aproximó al periodista con una sonrisa cerrada y recibió el micrófono. Lo olfateó.

—Jefferson —mintió.

—Oh, Jefferson, cuéntales a los múltiples fans que se siente estar acá.

—Yo solo veo al camarógrafo.

El pobre periodista se puso nervioso.

—¿Se consideran una banda de rock?

—No, somos convictos. Hoy es nuestro último día de libertar. —Le guiñó el ojo.

El periodista carraspeó su garganta. Alex invadió a la cámara y le arrebató el micrófono a John.

—¡Hola, mamá!

—¿Y qué hay de ti? —le preguntó a Chris, adueñándose nuevamente del micrófono y dándole una sonrisa asesina a Alex—. ¿Tú quieres opinar algo?

—No, gracias.

Sin darse por vencido, se acercó a mí.

—¿Qué se siente ser telonera de una banda tan reconocida?

—Eeeh... —reí nerviosamente.

—¡Hoy tocaremos en el Ziggo Domme! —apareció Javiera gritándole a la cámara— ¡Vayan a vernos, perras!

(***)

Después de robarle la entrevista al gran Wells, nos fuimos a una fiesta que organizaba Franco. Todos estaban ahí, los Bullet Ford, Los Stundresk, nosotros y una que otra banda de padres que estaban aburridos de su vida y que tienen una excusa para juntarse con los amigos. 

Y también estaba "él".

La fiesta tenía una entrada con alfombra roja y muchos periodistas. No me la podía creer. ¡Era similar a lo que vivían los grandes famosos y yo estaba ahí! Claro que estaba fisgoneando detrás del guardia esperando a que entraran las celebridades, porque obviamente esa gente no estaba esperando por mí. Trágicamente, una chica me pasó su cartera para que se la guardara en el casillero pensando en que yo trabajaba ahí.

John había entrado con indiferencia: manos en los bolsillos, con una sudadera holgada y de las "supreme" que siempre usaba. Parecía no muy entusiasmado en el asunto. Solo se sentó en el bar y pidió un jugo de naranja.

Me giré para mirarlo sutilmente hacia dentro, pero me descubrió. Me volteé rápidamente y comencé a tomarle fotos con mi celular a los Stundresk que se estaban bajando de la limusina.

Dios, no se imaginan lo feliz que me encontraba en ese momento tomándome fotos con famosos. La vida me estaba pareciendo interesante.

Volví a mirar hacia dentro y aprecié a Alex bailando con Javiera felizmente. Ambos reían e imitaban pasos extraños. Pensé en Chris. ¿Dónde estaba?

Esa respuesta la sé: En la otra calle afirmado en una señalética. Tenía una mano sosteniendo el celular y la otra en el bolsillo de su pantalón. Se había puesto un gorro de lana que cubría su cabello negro despeinado y puntiagudo.

Para variar, lucía similar a su hermano, como si nada le importara. Eso sí, no negaré que John tenía más propósitos en la vida que el mismo Chris, que siempre tenía esos ojos de: "la vida no tiene sentido, por lo cual, lo que hagamos con la nuestra, será una completa contradicción".

Mantenía la mirada baja y, en una que otra ocasión, miraba a su alrededor como si estuviera desesperado por algo. Era obvio que tenía algún trajín entre manos y yo tuve que mover mi cuello como si fuera un avestruz para no perderme el rollo. Tenía que saber. Cosas raras estaban pasando como lo de la bolsa y comenzaba a desconfiar.

Y también porque me gustaba el chisme.

Aquel bajista misterioso miró su celular y tomó la decisión de avanzar hasta perderse cuando dobló en una esquina. Por supuesto, yo lo seguí cautelosamente. Aunque conociendo al par de hermanos, tuve un poco de miedo por sus hábiles conductas observacionales.

Maniobré pasos cautelosos para esconderme en medio de las farolas. Mi intento por descubrir su misterio era demasiado fuerte. Chris siempre me pareció el más oscuro de todos, pese a que se mostraba indiferente e incluso protector, tenía un atisbo de intriga que no podía interpretar. Algo ocultaba, de hecho.

Para ese entonces, bajo una noche húmeda, grisácea y con bastante neblina, logré dar con su paradero. Unos muchachos ebrios querían saludarme, pero logré escabullirme en la pared de un callejón. Fue desde ahí donde observé el encuentro casual del pelinegro.

Aquella escena luce así: parte con un muchacho que se acerca a él en bicicleta. La aparca y se dirige hacia Freedman frotándose las manos por el frío que existía. Traía la capucha puesta y una bufanda cubriendo su boca, incluso su nariz. Como no ocultó sus ojos, supe de inmediato quien era.

¡Achís! Destornudé. Cubrí mi nariz con mis manos y traté de contrarrestar el sonido. Fuck.

—¿A cuánto está? —Alcancé a escuchar la voz de Chris.

—Veinte libras, amigo.

—¿Veinte? ¿Pero son de oro o qué? —preguntó. Al parecer, de todas maneras, se conformó después de unos segundos—. Bien, dame una bolsa.

—No sabía que te metías estas cosas. No es tu primera vez, ¿o sí?

—No es siempre.

—Mhm... Te creeré. Debería no venderte a ti. Me caes bien.

—Oliver, deja el sentimentalismo, ¿vale? 

El muchacho de cabello azul se conformó y abrió la cremallera de su mochila, sacando una bolsita blanca con cocaína. Apenas la vi, se me pasaron muchas cosas por la cabeza:

A)    Que claramente Oliver las vendía y que Chris lamentablemente se metía drogas duras.

B)     Que, sumándole a la opción A, uno de los dos tenía que ver con la aparición de cocaína en la habitación donde dormía.

C)     Que fue Oliver quien me colocaba las drogas, mandado por alguien.

D)    Que fue Chris.

E)     Ninguna de las anteriores.

F)     Todas las anteriores y que Oliver se coludió con Chris.

D) Me enredé más.

Mi mundo se paralizó un poco, pero no del todo porque no tuve tiempo. Chris se despidió y cruzó la calle fumándose un cigarrillo. Yo, en un intento de pasar desapercibida, me pegué a la pared tratando de que en ninguna ocasión volteara a ver mi rostro. Lo último que quería, era que me descubriera espiandolo.

En cuanto se fue, vi a Oliver colocando su trasero en la bicicleta. La cadena sonaba como si le faltara aceite, pero de todos modos comenzó a pedalear.

—¡Oliver! —Corrí hacia él, tomándolo por sorpresa.

—¿Callie? ¿Qué haces aquí? ¡Es peligroso!

—¿Vendes drogas?

Oliver resopló y dejó salir el vapor por su boca. Rascó su nuca con algo de ansiedad y miró para todos lados para ver si alguien se aproximaba. Luego se enfocó en mí y me lo confesó:

—Sí, pero no se lo digas a nadie, ¿vale? No tengo un peso.

—¿Y qué vendes?

—Lo de siempre: cocaína, marihuana, éxtasis, anfetaminas...

—Entonces... fuiste tú, ¿verdad? El que dejó la droga en mi habitación... ¿Alguien te mandó?

—¿Qué? —Juntó las cejas y me mostró las palmas de sus manos en un ademán de decir: «stop»—. A ver, a ver, aclaremos esto: no tengo ni puta idea de lo que me dices.

Sorprendentemente, su voz se notaba bastante segura. Pero, entonces: ¿Quién carajo y por qué?

—Alguien está dejándome drogas en mi habitación y no sé por qué.

—¿Estás segura? Quizá se le quedó a alguien que estuvo antes de ti.

Rasqué mi oído, pensativa. Quizá era una opción que no pensé, sin embargo, hacer aseo en las habitaciones era bastante habitual antes de recibir a más gente, ¿no?

—Cómo sea, diles a tus amiguitos que no consumo drogas duras.

—Callie, que yo no soy, en serio. ¿Me crees?

—Joder... —Levanté las cejas y resoplé— Confío en ti, Oliver.

—Lo prometo por mi madre que yo no te haría eso.

—Bien —sonreí, apenas—, ¿a cuánto tienes las anfetaminas?

—¡Vamos, Callie! No te venderé a ti...

—¡¿Por qué?!

—No y no.

—Treinta libras.

—Joder, no.

—Treinta y cinco.

—No puedo, en serio. Quizá necesite dinero, pero que otro idiota se arruine la vida, no tú.

—Mi vida está más que arruinada, Oliver.

—Y yo no me encargaré de arruinarla aún más entonces. —Comenzó a avanzar con la bicicleta en sus manos. Lo seguí.

—Cincuenta libras.

—Callie... No quiero dártelas, en serio. —Se subió y colocó un pie en el pedal para avanzar—. Te veo en la guerra de bandas. Cuídate.

Bufé y miré al cielo con malogro.

Bien, definitivamente no era él quien me escondía la droga. Me quedaba una opción llamada Chris Freedman; aunque no le encontraba mucho sentido.

Se había largado a llover de manera perezosa, pero hacía frío, así que me dirigí con rapidez hacia la fiesta. Circulaba con los brazos cruzados, encorvada y con los dientes castañeteando.

Me senté en el taburete y pedí una gaseosa. Después de eso, mis uñas estaban tamborileando contra el mesón del bar con nerviosismo, tratando de entender el motivo que creí que tenía Chris para invitarme a tomar drogas. Las estaba tratando de evitar, sin embargo, aparecían como una sandía en un desierto.

—Te veo nerviosa —dijo una chica que se sentó a mi lado con una voz persuasiva y elegante.

—Meredith, vete de aquí —solté con indiferencia mientras recibía mi bebida y le daba las gracias al garzón.

—¿Por qué bebes eso? Apuesto a que no tienes dinero para algo más fuerte.

—¿Y cuál sería la sorpresa?

—Puedo pasarte, si deseas. Venga ya, yo invito. —Levantó su mano para que el garzón nos trajera alcohol.

—¿Y por qué demonios tú, querrías darme dinero? ¿No se supone que me odias?

—Porque me das pena.

—¿Y por qué carajos te doy pena?

—Supieras...

—Tú sabes algo de mí, ¿no es así?

—Sí —sonrió, ladina.

—Somos mujeres, Meredith. Se supone que no debemos hacernos daño entre nosotras.

—¿Vas a querer el dinero sí o no?

Vacilé unos segundos antes de responderle. Para ser sincera, había sacado algunas monedas de mis ahorros, pero ya se me estaban acabando. De hecho, fui la reina de las idiotas en querer pasarle los cuarenta libras a Oliver. Por suerte, el chico resultó estar de mi lado.

Creo.

—Bien, te lo devolveré. Lo prometo.

—Salud por eso —sonrió Mer, desplazando su roja cabellera hacia atrás—. Trataré de que nos llevemos bien y te contaré lo que sé de ti. Lo prometo.

Le sonreí e hicimos salud. Miré hacia donde Javiera, quien reproducía una risa cantarina mientras bailaba con Alex.

Después de eso bebí y la miré, confiada. Había creído que, si me volvía amiga de ella, podía acabar con el misterio y dejar el odio atrás.

—Y bien... —Traté de buscar tema de conversación— ¿Estás nerviosa por el concierto que darán mañana?

Ella chasqueó la lengua, burlesca. Fruncí el ceño al percatarme de aquel gesto. Y si bien traté de entenderlo, no tuve tiempo, porque comencé a ver doble y a escuchar la música como un eco lejano, lento.

—No, no lo estoy. ¿Hacemos otro brindis? —preguntó, ladeando su rostro, triunfante.

—¿Eh? —articulé tratando de enfocar la vista.

Me afirmé en el mesón, intentando no caer. Por un momento pensé que el mundo estaba dándose vueltas y que caería en cualquier momento... pero no; ella me había drogado.

Segundos después, Derek se ganó a su lado con una sonrisa de triunfo.

—Hola, bonita, supe que vendiste el reloj.

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