Capítulo 20

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Y durante las horas que pasó la fatídica noche del asesinato, alguien se encargó de barrer el calvario que provocó D.


Yo aún estaba arriba de John cuando habló Franco. Él había puesto los codos sobre la cama y esperó, atento. Nos quedamos unos segundos sin movernos, así que observé de manera sigilosa su cabello ondulado hecho un desastre, al igual que su remera y su pantalón abultado.

—¡¡Ya voy!!

—Ya. Y te apuras.

Sentí que ya se había largado de mi puerta, y como aquel acto fue interrumpido, quise pararme, pero él tomó de mis caderas y me presionó contra su regazo, como diciendo: «no, no pares».

No era fácil para mí tener la entrepierna de él presionándome con fuerza. Quería sentirlo, y no podía creerlo.

Bastó con que tomara la iniciativa para que se inclinara y me acomodara con sus manos. Me levantó como una pluma hacia su erección, hacia su dura erección.

Me miró con atención, pero no era una mirada juguetona ni de esas que él se ponía a analizar a la gente. Esta era seductora, más atractiva aún.

Remojó sus labios, y con su mano derecha, dejó mi cabello detrás de mi hombro para después acariciármelo.

Miré su boca, tensa.

Su vista se centró ahora en mis muslos y comenzó a tocarlos, a presionarlos, incluso a masajearlos como si fueran globos a punto de reventar. Su intención era que mi cuerpo volviera a sentirse excitado. Sabía cómo hacerlo.

Cerré mis ojos. Una punción me recorrió. Me llenó. Él ardía en sus intenciones y lo demostraba demasiado bien. Me transmitía su calor. Y vaya que calor. Cierta parte de John decía con su cuerpo que también se sentía como yo, y no podía pensar con la cabeza fría sabiendo que él estaba débil.

Levantó su rostro, y al fin entreabrió sus labios dirigiéndose hacia mi boca.

Traté de no jadear antes de ser besada, pero es que... era John, no me juzguen.

—¡¿Has visto a John?! —gritó Franco de imprevisto.

Freedman nuevamente se tumbó en la cama; inhaló, infló los pómulos y dejó soltar su respiración de manera frustrante. Arqueó sutilmente su espalda con algo de dolor. Lo entendí, Franco, para mi perdición, nos cortó la jodida inspiración.

Me quedé pensativa durante unos momentos. La vista hacia ese hombre me hizo sentir cosquilleos, graves y punzantes cosquilleos.

Estaba arriba de él...

Arriba mismo, en vivo y en directo.

Reaccioné.

—¡Dios mío, cómo llegamos a esto...! —Me paré de su regazo.

—Bueno, ¡qué sé yo! Te veías ardiente así en pijama —trató de explicarse.

—¡OH, DIOS MÍO!, ¡EN QUÉ ESTÁBAMOS PENSANDO!

—No te quejaste en el momento —me sonrió, dejando aparecer su hoyuelo travieso.

—Joder... ¡Pero si hace cinco minutos estábamos discutiendo!

—¡Lo sé, vale! Joder, es que tampoco estaba en mis planes besarte, ¿de acuerdo?

—En los míos... tampoco.

Bueno, sí.

Nos quedamos en silencio. Él me miró, yo lo miré y por un microsegundo se me pasó por la cabeza lanzarme y besarlo hasta terminar en la cama nuevamente, porque esa calidez y suavidad que emanaba su piel contra la mía era realmente estremecedora.

Su vista viajó hacia mis pechos, y claro, me había olvidado que solo me había quedado con el brasier; así que al ver que esos ojos reposaron ahí, mi respiración se entrecortó bruscamente.

—¿Quieres...?

—No-lo-digas —amenacé—. Olvida esto.

—Vale, tienes razón. Hay que olvidarlo.

—Ajá.

—Yep.

Tragué saliva, fuerte. El aire en mis pulmones se tornó espeso y mi vientre permanecía inquieto. La vida resultaba ser cruel.

—Bueno..., ahora hay que bajar a ensayar. ¿Bajas tú primero o... bajo yo? ¿Bajamos juntos? ¿O...? —vacilé.

—Como gustes —resopló.

—Bien... Ve tú primero. Yo debo... ponerme ropa.

Me olvidé de que estaba solo en ropa interior y que mis calzones tenían el conejo Playboy.

Ella, la más experimental.

Él movió su cabeza positivamente y me echó una repasada furtiva. Segundos después, tomó su chaqueta, se desordenó el cabello y pasó por mi lado para marcharse.

Apenas cerró la puerta, me dejé caer en la cama para pensar en lo que había pasado.

Levanté mi cabeza y recordé lo que había en el mueble.

(**)

Sofía Rymer:

Javiera Koch entró hacia la sala de interrogatorios de Gastrell a las cuatro veinte de la tarde, hora que fue citada. Bronder, su Beagle, como buen perro fiel, se encontraba al lado de la rubia, quien no paraba de tamborilear sus uñas en la mesa; lo que supongo que el detective de inmediato lo asoció a que se trataría de un gesto nervioso.

Gastrell se quitó la chaqueta y se sentó. Gómez, por otro lado, puso unos documentos sobre la mesa. Javiera tragó saliva, fuerte.

Yo no participé. Se necesitaban reales expertos en este tema y, entre Gómez y Gastrell podían formar un incendio y quemarla viva para que confesara.

De todas maneras, yo estaba ahí, fisgoneando por la ventanilla.

—¿Dónde estabas cuando Callie Morgan murió?

—En mi casa.

—¿No fuiste a la fiesta? ¿Por qué?

—No tenía ganas. Estaba deprimida.

—¿Se puede saber por qué?

—Sí.

—Pues entonces por qué.

—Ah, bueno, problemas. Ver cómo mis amigos se deterioraban no era lindo. Estaba deprimida.

—¿Qué pasaba entre tú y Chris? ¿Tenías celos de que saliera con Callie?

—No es tan así... Es... difícil de explicar. —Trató de buscar las palabras correctas—: La prensa suele confundir mucho a la gente. Chris y Callie Jamás fueron novios.

—¿No?

—Así que si piensan que maté a Callie por despecho, no fue así.

—¿Sabes lo que creo, señorita Koch? Que el asesino es alguien que fue mandado por otra persona... y también tengo la sospecha que usted está encubriendo a alguien.

Ella agachó su cabeza y cerró los ojos con cierto nerviosismo.

—No estoy encubriendo a nadie.

Entonces Gómez que se encontraba de pie, desplazó una foto hacia las manos de Javiera, situándose al lado de ella para intimidarla.

Entrecerré los ojos para apreciar mejor el chisme.

—Días atrás fue vista en la calle 45, junto a Deni. Cuénteme más de él y su relación con ese sujeto.

—Era el camello de la banda y no tengo ninguna relación con él. Sólo fui a comprarle drogas.

—El arma homicida estaba al nombre de Patrick Freedman. Si estás encubriendo a Chris o a John, este es el momento de decírnoslo.

—Yo no estoy encubriendo a nadie, repito. Incluso Meredith y Dylan hablaban más con él. El arma tal vez llegó a sus manos.

—¿Dylan?

—Novio de Meredith. Ex integrante de la banda.

Gastrell negó con la cabeza y tomó un vaso con agua para aclarar su garganta. Acomodó su reloj de oro y se frotó la barbilla.

—¿Quién crees que tuvo motivos para matar a Morgan?

—No hablaré más. Esperaré a mi abogado.

Mientras teorías locas surgían por mi cabeza, Tina se situó a mi lado con una taza de café que revolvía con una cucharilla de palo. Según mis registros mentales, esa ya era su taza número mil.

—Te tengo noticias. Iremos a casa de Callie Morgan.

—No creo que la detective Gómez quiera que vaya. Me tiene como el perro de los mandados... Me ha hecho quedarme hasta las ocho de la noche llenando registros. ¡Y me dice que me reprobará!

—Tienes que aprender, así que al demonio lo que diga ella. —Me guiñó el ojo, divertida—. Hoy tienes que descubrir un crimen.

(**)

La casa de Callie estaba situada en un barrio acomodado. La parte trasera daba para una especie de bosque que finalizaba con un rio corrientoso. Según comentaba Gastrell, el asesino escapó por ahí entre las tres y media a cuatro de la madrugada. ¿Lo curioso? Es que el rio arrastró a unos cuantos metros una máscara negra y una gabardina del mismo color. Era una gabardina para alguien de una estatura considerable.

La máscara era simple y misteriosa. No se notaba una máscara firme o de buen material, al contrario, era un plástico negruzco que solo marcaba la figura de tus rostro y te dejaba al aire los ojos y labios.

Me pregunté si Callie pudo distinguir a su asesino con algo tan simple.

El caudal del río sonaba con fuerza. Había algo de viento y el cielo estaba gris. Me pregunté si el asesino ese día de lluvia torrencial fue capaz de dirigirse hacia la ciudad o perderse de inmediato hacia la maleza del otro lado. Y quién sabe... Quizá incluso tuvo el descaro de volver a la fiesta, ¿no?

—¡Jefe! —gritaron desde el otro lado, aproximándose hacia nosotros—. ¡Encontramos a una gata!

Era un felino de pelaje negro y ojos bastante misteriosos. Ella temblaba, estaba mojada e indefensa. Reproducía ronroneos tímidos y pavorosos.  Me percaté que tenía una cadenita en forma de corazón que tintineaba con cada terciana.

Cruzamos el arroyo. Teníamos que caminar con fuerza contra la corriente y afirmarnos de las piedras más grandes tratando de que el caudal no nos arrastrara hacia el infinito y más allá.

Gómez se colocó unos guantes de látex y se posicionó de cuclillas para tocarla. Para su mala racha, la gata le brindó un rasguño en la muñeca y le mostró unos dientes de felino molesto.

Apreté mis labios para no reír.

Me puse los guantes e hice lo mismo que Gómez, pero a diferencia de ella, la gatita se mostró afable.

Al acariciarla noté lo gélida y temblorosa que estaba. Tenía mucho miedo, tanto así que su pelaje estaba elevado y tieso como un puercoespín. Me di el tiempo de pasar mi mano por su cadena y abrirla. Efectivamente había una foto de Callie Morgan sosteniendo a la pequeña gata.

¿Habrá escapado del asesino? ¿Se habría asustado del estruendo?

—La caja fuerte es una electrónica de pared, casi imposible de abrir —habló el informático dirigiéndose hacia nosotros—. Necesitamos descubrir cuál era la contraseña de Callie Morgan... Necesitamos llamar al departamento de tecnología.

Entonces pensé: 7/08/D ¿Me dirige a algún lado? ¿Habrá algún lugar donde Callie pudiera darnos alguna pista? ¿Es acaso ese código donde ella tiene anotada la clave?

—Esta chica sabía que la iban a matar —habló Gastrell colocando sus manos en su cintura—. Ella probablemente esconda algo que nunca quiso que nadie viera... Más que nosotros. Por algo dejó escondido ese mensaje, esas coordenadas... Ese misterio. Ella sabía que la matarían, estoy seguro de eso.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro